31.1.07

YoGa 2006

Dos noches después del show Corbacho, durante el que se entregaron los Goya a lo mejor de la producción nacional del 2006, ayer se reunió en un céntrico (y delicioso) restaurante de Barcelona el temido colectivo Catacric; un colectivo que, para más señas, se autodenomina anónimo y mutante. La reunión era, ni más ni menos, para otorgar los temidos premios YoGa; o sea, los galardones de la crítica catalana a lo peor del año.

A pesar de que nunca he querido ir de anónimo (y mucho menos de mutante), para la cena de ayer decidí ponerme a tono con el lema de los Catacric, por lo que acudí a la cita con mi preciada máscara del Santo Enmascarado de Plata.

Sin más discursiva, les dejo con los YoGa del 2006

PREMIOS YoGA 2006 - 18ª Edición

El colectivo Catacric, anónimo y mutante, se reunió la noche del 30 de enero, en un céntrico lugar de Barcelona, para otorgar sus 18º Premios YoGa a lo peor de la producción cinematográfica del año 2006.

CINE ESPAÑOL

- Peor película
YoGa Todos los hombres de Pedro J., a:
GAL, de Miguel Courtois

- Peor director
YoGa Vaya Par de Gemelos a:
MARC RECHA y su hermano, por Días de Agosto

- Peor actor
YoGa Maja Adentro a:
JAVIER BARDEM, por Los Fantasmas de Goya

- Peor actriz
YoGa A la triste:
ARIADNA GIL, por Alatriste, Bienvenido a Casa y El Laberinto del Fauno


CINE EXTRANJERO

- Peor película
YoGa Plastoon a:
WORLD TRADE CENTER, de Oliver Stone

- Peor director
YoGa Pepito Piscinas a:
a M. NIGHT SHYAMALAN, por La Joven del Agua

- Peor actor
YoGa El Flautista de Amelie, a:
TOM HANKS, por El Código Da Vinci

- Peor actriz
YoGa Yo soy la SHARI,
a la STONE por Instinto Básico 2

YoGas ESPECIALES

- YoGa Aquellos chalados en sus locos caballos
a la sobredosis de TIRANTE EL BLANCO, LOS BORGIA y HONOR DE CABALLERÍA, entre otras

- YoGa Babel
al ABERRANTE DOBLAJE de actores españoles a otras lenguas autonómicas (y viceversa)

- YoGa Adiós a los calientabanquillos
al inminente cierre del ARENAS, cine gay de Barcelona

- YoGa Uno de los Nuestros
YoGa Bajo las aguas in-tranquilas de Sitges a ÀNGEL (multi) SALA

30.1.07

¡Jo, qué noche!

Ben Stiller podría ir pensando en retirarse de una vez. Y no sólo él, pues Shawn Levy, el realizador de la última película del comicastro, podría acompañarlo igualmente en su desaparición. Hay que tener en cuenta que el tal Levy, aparte de la recién estrenada Noche en el Museo, es responsable, entre otras lindezas, de La Pantera Rosa del 2006, Doce en Casa y Gordo Mentiroso.

Noche en el Museo es un puro e insoportable festival Ben Stiller. No hay plano en el que el hombre no salga. Stiller minuto a minuto, segundo a segundo... una tortura psicológica de mucho cuidado. En el film no hay guión que valga; sólo un montón de gags de baratijo fabricados a la medida de su caricato protagonista, quien aprovecha la mínima ocasión para lucir sus 333 muecas más resultonas. Ahora me caigo, ahora me levanto, ahora pongo cara de asustado, ahora me vuelvo a caer, ahora huyo despavorido...: una manera como otra de cubirir del modo que sea los 108 minutos de su metraje.

Ya saben que -en los últimos años- no hay película de Ben Stiller en la que no salga Owen Wilson, y viceversa. Tal para cual. Y es que, en esta ocasión, el otro graciosillo de turno, también tiene su papel en la cinta; sin acreditar, pero lo tiene. A pesar de que muchos puedan pensar que se trata de una pequeña colaboración, el rol de Wilson es exageradamente prolongado y cargante (como ocurre con la mayoría de sus apariciones). Él encarna a la minúscula figura de un cowboy la cual -al igual que el resto de estatuas y animales que se exhiben en el Museo de Historia de Nueva York-, cobra vida cada noche para desesperación de Larry Daley, el nuevo guarda nocturno del local, que no es otro que el amigo Stiller.

Varios personajes históricos, un esqueleto de T-Rex, bichejos de todo tipo, una momia y un grupo de violentos hunos capitaneados por Atila -entre otros ejemplares dispares-, serán la peculiar compañía de Larry en sus paseos nocturnos por el Museo. ¡Viva la diversidad!

Una copia descarada de la entretenida Jumanji, pero sin inspiración alguna y con la presencia incluida del alma mater de aquella, un irritante Robin Williams que, a través de su peor vertiente, encarna a la representación marmórea del mismísimo Teddy Roosevelt, el personaje que acabará siendo el mayor y mejor consejero del atolondrado y gafe guardia de seguridad.

La presencia de un envejecido (aunque enérgico) Mickey Rooney se convierte, de manera inesperada, en lo mejor del estrellado producto. El actor, a sus 86 años, demuestra estar en plena forma y afronta a un divertido y gruñón personaje que -a pesar de su avanzada edad, su obesidad y su corta estatura- hace gala de una chulería imparable con todo aquel que se cruza en su camino. Los también ancianos Dick Van Dyke y Bill Cobbs secundan al diminuto intérprete, aunque ambos quedan bastante apagados en contraste con éste.

El ver de nuevo a Dick Van Dyke en una pantalla grande, me hizo añorar añejas y más ingeniosas comedias de tipo fantástico destinadas al público infantil. Chitty Chitty Bang Bang y Mary Poppins se asomaron a mi mente, en varias ocasiones, para paliar tan nefasta Noche en el Museo.

29.1.07

Una noche sin girasoles (aka La noche de los almodóvares)

A pesar de mi promesa de no ver la gala de los Goya e irme a dormir temprano, acabé tragándomela. Pero no ayer, sino esta misma tarde mediante el DVD que dejé grabando, pues en directo tan sólo aguanté hasta que la nueva presidenta, gracias a un discurso prehistórico, dejome tumbado en el más plácido de los sueños.

Y vistos los resultados y los premiados, sólo tengo claro un concepto: la Academia en pleno se puso de acuerdo en pelotear descaradamente a Almodóvar. "Almodóvar, vuelve, plis"; "Pedro, otro año vente a la entrega"; "Pedrito, eres mucho más guapo que Guillermo"... Buffff, ¡qué cansancio! Incluso el amiguete Santiago Segura, al abrir el sobre en el que constaba la película ganadora, y emulando a la Pene y a la Heidi al mismo tiempo, soltó ese ¡Peeeeeedro! de rigor impuesto en toda ceremonia cinéfila que premie al autor manchego.

Que Volver es una excelente cinta, es innegable. Personalmente, la considero de las mejores del año. Un tanto de lo mismo me ocurre con El Laberinto del Fauno: magia en estado puro. Pero hay cosas que me molestan y es que, por ejemplo, La Noche de los Girasoles (a mi gusto, el trabajo español más compacto del 2006), no fuera tan siquiera nominado como mejor película. Es más: el premio a una de las pocas nominaciones que obtuvo -la de mejor director novel-, fue a parar a Daniel Sánchez Arévalo por la correcta Azuloscurocasinegro, mientras que la posibilidad de ganar por guión original le fue arrebatada por Guillermo del Toro (¡suerte que no fue por Almodóvar again!). Y ello (a pesar de la indiscutible calidad de los premiados) me parece una injusticia total; una injusticia que demuestra el conservadurismo que, año tras año, se esconde tras la martingala del cabezón de Goya.

De José Corbacho preferiría no hablar, pero... aparte de parecerme de lo más soez e insultante, sus perfomances de tres al cuato reflejaron una falta total de ingenio e inspiración. Disfrazarse de Penélope Cruz y echarse un pedo mientras está defecando o pisar una cagarruta al imitar la figura de Alatriste, me resultó de lo más básico y barato, de niños de preescuela. En definitiva: un resumen demencial de las gracias de un payasete agresivo dispuesto a convertirse en el único protagonista del evento.

Y al tiempo que el ex de La Cubana planteaba la posibilidad de un doble cuerpo para las nalgas del Noriega en un spot televisivo, Pedrito, en su casa y tumbado en el sofá, babeaba reflexionando sobre los excelentes resultados obtenidos con la pataleta del año pasado. Y es que quién no llora, no mama.

28.1.07

Goya viaja en RENFE... y llega con media hora de retraso

Y esta noche... ¡tachín, tachín!... la gran pantomima anual del cine español. Una pantomima, en esta ocasión, más gigantesca que nunca, más voluminosa que el propio busto de Goya. Para empezar, será retransmitida por La Primera de TV1, a partir de las 10 de la noche, con un falso directo. O sea; el espectador teóricamente verá al instante lo que, en realidad, haya acontecido media hora antes en el Palacio Municipal de Congresos del Campo de las Naciones de Madrid. ¡Media hora, treinta minutejos de nada!

Durante las etapas más crudas del franquismo –en las que muchos eventos deportivos se emitían con una desincronización de pocos segundos-, ni un solo partido de fútbol fue ofrecido con tanto desfase horario. ¿Censura? ¿Miedo a que alguien se les desmadre en el escenario? Los responsables aseguran que no es más que una simple estrategia para evitar numerosos tiempos muertos al espectador. Personalmente, creo que se trata de un sutil juego de magia para eliminar aquellos impulsos hispánicos que, año tras año, hemos visto aflorar sobre ese escenario.

Y por si no tuviéramos suficiente con el engaño, el graciosillo de José Corbacho, con sus chistes de perugrullo y su porte chabacano, intentará dar luz, color y elegancia (¡sobre todo elegancia!) al evento, pues él será el maestro de ceremonias de esta XXI Edición de los Premios Goya. ¡Qué Tutatis nos pille confesaos!.

Muy poca credibilidad promete una fiesta cinematográfica en la que no ha sido nominada, como mejor película del año, La Noche de los Girasoles. Ante tal ofensa, quien esto escribe optará por ir a dormir tempranito y prepararse, mental y físicamente, para otra noche aún más importante, la del próximo martes: la Noche de los Yoga, la de los Catacric.

25.1.07

EN RESUMIDAS CUENTAS: De suicidios y de brujos pijos

Daniel Monzón, un realizador procedente del mundo de la crítica, debutó tras la cámara en el 2000 con la insufrible (y pedantilla) El Corazón del Guerrero para, un par de años más tarde, reincidir con otro despropósito disfrazado de comedia, El Robo Más Grande Jamás Contado. Si he de serles sincero, en ninguno de los dos casos llegué a soportar todo el metraje en su integridad.

No es de extrañar que, con tales precedentes, no me fiara demasiado de su nuevo título, La Caja Kovak, quizás el más ambicioso de todos sus trabajos hasta el momento, y en el que abandona la comedia para adentrarse en atmósferas más enrarecidas. Y la verdad es que, tanto su planteamiento como el arranque, resultan incluso sorprendentes. Un escritor de novelas de ciencia-ficción y varios suicidios inducidos, se barajan en una trama que tiene como escenario principal la isla de Mallorca, la tierra natal del director. La historia prometía morbo y tensión pero, a medida que empieza a desvelar su intríngulis, ésta comienza a perder gas a marchas forzadas y apunta, peligrosamente, hacia derroteros que rozan lo más ridículo, llegando a un clímax final (en las cuevas de Andratx) de lo más desmelenado e irrisorio.

La presencia de un inexpresivo Timothy Hutton es tan sólo un mero reclamo para aumentar las posibilidades de venta del producto fuera de España. Pura fachada y muy poca interpretación. Él tan sólo pone la cara (como si de un monigote se tratara) para luego cobrar: la única explicación posible a una labor tan desangelada. Con total seguridad, cualquier otro actor español le hubiera dado más personalidad y entidad a un personaje al que, el norteamericano, parece haberle dado vida con una desgana total. Todo lo contrario a lo que le ocurre a una esforzada Lucía Jiménez quien, con sus tremendas ansias de encontrar un papel interesante en su mediocre carrera, pone toda la carne en el asador y, mediante sus pocos recursos, saca adelante un rol tan imposible como previsible.

El día que a Monzón se le bajen los humos, a lo mejor hasta hace una película mínimamente potable. Difícil lo veo si antes, sus antiguos compañeros de oficio, no dejan de ensalzarle de manera tan falsa y engañosa.

El otro que no da pie con bola es Renny Harlin. Lo que ha hecho con La Alianza del Mal no tiene nombre. Cine basura made in USA. Caca de la vaca. Arriesgar lo mínimo es su lema. Y es que el hombre apunta hacia lo más fácil. Es por ello que ha recurrido al patrón implantado por Embrujadas, una (horrible) serie televisiva, de inexplicable éxito, en la que sus protagonistas –tal y como indica su título- son jovencitas brujas y pijoteras (aunque de muy buen ver todas ellas).

Harlin no ha hecho más que sacarle su pequeño toque de comedia y cambiarles el sexo a los personajes principales de la citada serie, creando con ello una repulsiva estampa de niñatos bien peinados y de posturitas estudiadas. Brujos de diseño al servicio de un film caótico, sin apenas guión y cargado de multitud de efectos especiales, metidos a saco con la única intención de embaucar al espectador menos exigente. No contento con ofrecer un desfile de teenagers de pasarela haciendo el ganso, el realizador de la patética Las Aventuras de Ford Fairlane, quiere demostrar su apasionada cinefilia y, para ello, se atreve incluso a hacer algún que otro guiño a Jóvenes Ocultos, uno de los mejores títulos del irregular Joel Schumacher.

Les puedo asegurar que, en un principio, no tenía ninguna intención de ver La Alianza del Mal, pero su estoica permanencia en la cartelera de Barcelona me picó la curiosidad. Y, tal como dicen, fue ésta la que acabó matando al gato.

24.1.07

Ustedes lo han querido: PERROS DE PAJA

Perros de Paja es el primer largometraje de Sam Peckinpah que no transcurre en el Lejano Oeste aunque, en todos los aspectos, posee la estructura más clásica del western. Ambientado en 1971 (el mismo año en que se rodó) y filmado íntegramente en la pequeña localidad de Cornway (Inglaterra), narra una historia de acoso y derribo, en la que el instinto de supervivencia y la violencia se significaron como los principales puntos de atención del realizador.

Al igual que en centenares de westerns, Peckinpah cuenta con el protagonismo de un forastero y su atractiva esposa, una pareja que acaba de llegar a un apacible pueblecito inglés. Él es David Sumner, un matemático norteamericano que, tras ser dotado con una beca para investigación, decide aprovechar ese beneficio con el fin de profundizar en su trabajo amparándose en la sosegada y pacífica campiña británica. Ella es Amy, inglesa de nacimiento y propietaria de la vieja casona que, a las afueras de la villa, le dejó en herencia su padre. David es un hombre timorato y retraído, un tanto cobarde; Amy es una mujer sensual y provocativa, bastante hastiada de la apatía que domina la existencia de su marido. Dos caracteres antagónicos que, muy a pesar suyo, se verán envueltos en una pesadilla infernal de connotaciones trágicas.

Un alcalde justo (que sustituye al del eterno papel del sheriff), un grupo de incontrolados camorristas (los forajidos de turno, entre los que se encuentra un antiguo amante de Amy), un adulto mentalmente enfermo y el icono de una taberna como eje central de todo cuanto ocurre, fueron el resto de elementos necesarios para que Peckinpah diera rienda suelta a sus instintos más primitivos y retornara, en parte, a su adorado salvaje Oeste.

En su secuencia inicial, de apenas cinco minutos de duración, el realizador demostró su gran capacidad de síntesis pues, en ese escaso tiempo y con sólo cuatro trazos mínimos de guión, presenta de una tacada a los principales protagonistas del opresivo y virulento relato, el cual, basándose en la novela The Siege of Trencher’s Farm de Gordon M. Williams, fue construido a modo de gran crescendo, en el que la tensión y la angustia psicológica jugaron un papel importante.

Dustin Hoffman fue el actor ideal para encarnar al temeroso David Sumner, un hombre que, a marchas forzadas, sufrirá una fuerte transformación psíquica al verse altamente presionado por su propia esposa y, al mismo tiempo, por las circunstancias exteriores que le rodean. Un trabajo excelente que, sin lugar a dudas, fue secundado de manera modélica por una espléndida y apetitosa Susan George, en el papel más destacado, compacto y recordado de su carrera. A la labor de Hoffman y de George, habría que añadir la siempre inquietante presencia de David Warner, curiosamente no acreditado en el film y que, en la piel del clásico tonto del pueblo, era el más claro detonante de la explosión de violencia final.


Los jugosos pechos al descubierto de Amy Sumner y el ahorcamiento de un gato, conformaron el inicio de uno de los juegos macabros más brutales ideados por Sam Peckinpah; un juego en el que sólo existe una única regla: vivir o morir. La cobardía y el heroísmo, dos conceptos que se mezclan en medio de un cóctel ponzoñoso, de imágenes ralentizadas, litros de alcohol, ratas, miembros apuntados y cráneos reventados. Para suavizar ese festival final de tan explícita bestialidad, y a modo de justificación de la cruenta barbarie, inserta un sinfín de necesarios e imperceptibles flash-backs, casi subliminales, para recordar al espectador los motivos que han conducido a David Sumner a su particular Apocalipsis. Uno más de esos magistrales ejercicios visuales y de montaje con los que nos obsequió su desaparecido director.

De hecho, en su primer estreno, aparte de ser machacado por la censura española -cambiando incluso el sentido de una de sus escenas clave (en la que Susan George tiene un rol determinante)-, el film causó una gran polémica al ser acusado, injustamente, de cometer apología de la violencia. El paso del tiempo ha demostrado lo contrario, reconociendo a Perros de Paja como una de las obras más personales y maestras de un realizador singular y añorado. Personalmente, jamás me cansaré de verla. Un título imprescindible.

23.1.07

Lo de cada año por estas fechas...

Ya están aquí las nominaciones al Oscar de este año. Como no tengo ganas de ponerme a teclear un montón de títulos y nombres ya publicados en otros rincones de Internet, tan sólo me ciño a dejarles un fermoso link con IMDB. Denle aquí y verán el listado enterito, con fotografías y a todo color.

La solución final, el próximo domingo 25 de febrero.

Un único comentario al respecto: raros, raros, raros...

Hollywood Tripi

¿Qué ocurre en Hollywood? ¿El consumo de tripis entre directores se ha disparado? ¿Se están volviendo majaras? ¿Ha habido una intoxicación masiva por culpa del marisco? ¿Ha empezado la guerra bacteriológica? ¿La contaminación de Los Angeles afecta a las neuronas?...

Sea lo que sea, los realizadores están tarumbas. La carrera para colocarse en el Top Ten de los más excéntricos ya ha dado el pistoletazo de salida. Para muestra un botón: mientras en Apocalypto Mel Gibson inserta una imagen subliminal -en la que se puede apreciar a un tío disfrazado de Wally tumbado sobre un montón de cadáveres-, en Maria Antonieta, Sofia Coppola apuesta por la publicidad más descarada, colocando un par de zapatillas deportivas de una famosa marca entre el calzado de la joven reina.

El Apocalypto de Wally

Las bambas de la Antonieta

Como diría Obélix, “¡están locos estos hollywoodienses!”

22.1.07

La decadencia de un Imperio

Tras la polémica suscitada a raíz del estreno de La Pasión de Cristo, Mel Gibson vuelve a la carga con Apocalypto, una cinta de connotaciones totalmente distintas a su muy particular visión de los últimos días de Cristo y que apuesta, al cien por cien, por un género ya casi en desuso: el de la aventura. Una aventura como las de antes, ambientada en un periodo histórico concreto aunque sin intentar ceñirse a la historia tal y como sucedió. Una ficción delirante y trepidante, enmarcada en plena decadencia del Imperio Maya: una violenta civilización que ofrecía sacrificios humanos a sus dioses y que, pese a lo avanzada que se mostraba –por ejemplo- en aspectos arquitectónicos, resultaba mucho más ancestral –ideológicamente hablando- que las pequeñas tribus que moraban en paz y armonía en el corazón de la selva.

Apocalypto es la aventura por la aventura, la lucha por la supervivencia, el descubrimiento del miedo. Sin más. Siempre va al grano, acompañada por una cámara en continuo movimiento. No se pierde en detalles anecdóticos e innecesarios. La palabra ritmo (en toda su extensión) es la definición más exacta para un film visceral y entretenido. Y digo visceral pues a Gibson -como ya es sabido por otros títulos suyos- le va el gore y, en esta ocasión, no escatima escenas dotadas de una brutalidad increíble. Una brutalidad que, seguramente, se significaba como el aspecto dominante de esas encarnizadas luchas que, en aquellos tiempos, mantuvieron las distintas tribus con los invasores que lograron dominarlas para, posteriormente, convertir a los integrantes de las mismas en los esclavos más maltratados del Imperio.


La película se centra, ante todo, en los avatares que sufrirá el joven Jaguar Paw (una especie de Ronaldinho con los dientes arreglados), un cazador de una pequeña tribu que, tras ver morir a su propio padre en manos del enemigo y alejado de su esposa embarazada y de su pequeño hijo, será trasladado –junto con otros miembros de su tribu- a una decadente ciudad -con ciertos paralelismos con las metrópolis de Copan y Tikál-, para ser entregado en sacrificio, y en cuerpo y cabeza (nunca mejor dicho), a los caprichos macabros de los dioses.

Apocalypto es una película no apta para los más aprensivos. No economiza la violencia por ninguna parte. Retrata una forma de vida extremadamente cruel y casi prehistórica. Y lo hace con nervio e inteligencia. Sin ir más lejos, la secuencia que abre el film (la caza de un tapir en medio de la espesura de la selva) se convierte en un claro antecedente del posterior tratamiento del mismo, tanto en su parte narrativa como visual. Un mundo nuevo acaba de nacer ante la platea.

Deudora de los grandes productos de un género casi olvidado, Apocalypto ofrece al espectador un sinfín de pasajes construidos con los tópicos de un cine que hacía tiempo no veíamos: cascadas, arenas movedizas, montañas vertiginosas, animales salvajes, persecuciones, guerreros sanguinarios, luchas cuerpo a cuerpo, decapitaciones, eclipses de sol...: velados elementos cargados de guiños a títulos tan significativos e inolvidables como El Planeta de los Simios, Comando en el Mar de China o los que conformaban la saga del Tarzán protagonizados por Johnny Weissmuller. Un brillante conjunto de retazos, perfectamente unidos, para dar vida, fuerza y consistencia a uno de los films con más empaque de este recién estrenado 2007. Un film que, por otra parte (y al igual que hiciera con su discutido La Pasión de Cristo) ha sido rodado respetando los distintos dialectos mayas existentes, lo cual ha supuesto la exigencia del realizador para que, velando al máximo por su concepción inicial, se estrene en todo el mundo en versión original subtitulada. Un detalle muy valiente a tener en cuenta.

La verdad es que Apocalypto posee muy pocos diálogos. Y, los que hay, se convierten en un complemento más a las ya de por sí explícitas imágenes, pues la película es, ante todo, un trabajo visual cuidado hasta el último detalle. Del intimismo con el que afronta el tratamiento de la tribu de Jaguar Paw a la espectacularidad de la gran urbe maya (digna de los mejores tiempos de DeMille), hay un solo paso. Y el protagonista de Mad Max, desde su cámara y con la ayuda de la magnífica fotografía de Deam Semler, resuelve ambos aspectos de manera magistral. Y ello sin contar con la especial partitura musical de James Horner, la cual se acopla a la perfección con la maravillosa imaginería visual que vierte durante todo su metraje.

Una cinta trepidante, sin lugar al descanso y con una escena final tan delirante como sorprendente y antológica, aunque con una especie de interludio pausado, pero impactante, hacia la mitad de su proyección: el momento de la metódica descripción de una civilización en decadencia, en donde las enfermedades y el culto religioso forman parte de la cotodianidad de una sociedad en pleno derrumbe.

Tras Apocalypto se esconde también ese canto a la unidad familiar tan habitual en el cine norteamericano de los últimos tiempos. Pero, en esta ocasión, esa alabanza está insertada de manera hermosa y casi poética, sin el maniqueísmo con que otros realizadores la han tratado. Y es que en el caso de Gibson, la solución del amparo familiar, está usado como elemento único y solidario y, al mismo tiempo, como sustituto ideal a una sociedad envenenada, hostil y traidora.

20.1.07

Abre los ojos por Lazenby

“Todo gran espectáculo de magia consta de tres actos. En el primero, el mago nos muestra una cosa normal, algún objeto cotidiano; en el segundo, realiza algo extraordinario con él y, finalmente, en la tercera parte de la ilusión, la que los especialistas denominan el prestigio, el buen artista devuelve a su escenario -de forma sorprendente- la normalidad más absoluta”. Esto es lo que explica, en resumidas cuentas y al principio de El Truco Final (El Prestigio), el personaje de Cutter (un excelente y sobrio Michael Caine), un ingeniero que utiliza sus conocimientos para diseñar trucos de magia destinados al lucimiento de ilusionistas.

En este caso, el realizador Christopher Nolan actúa ante la platea como si se tratara de un mago y, de manera deliberada, rizando el rizo, muestra los tres actos del gran truco que se amaga en The Prestige. Y ello lo hace de forma desordenada y simultánea. Empieza por el final, impactantemente, zarandeando al espectador en su butaca para captar, al instante, su atención mediante un montaje ágil y trepidante. Demuestra una vez más su maestría en la edición, tal y como ya hizo en la interesante Memento, aunque en esta ocasión recurre a una narración mucho más clásica.

Este filme tiene ciertos puntos de contacto con El Ilusionista, otra cinta ambientada en la época victoriana y con el mundo de la prestidigitación como telón de fondo. Pero todo lo que en aquella sonaba a simplicidad y monotonía, en The Prestigre resulta más complejo y ameno. De entrada, el público asiste -en primera fila- a la rivalidad creada entre dos magos, Robert Angier (Hugh Jackman) y Alfred Borden (Christian Bale), transformándose en testigo de excepción de los motivos que han causado la citada pugna entre dos colegas que, tras haber trabajado juntos durante mucho tiempo, acaban convertidos en acérrimos adversarios y cuyas principales armas, para llevar a cabo su particular guerra, radicarán en el sabotaje, consiguiendo, con sus maquiavélicas acciones, los mejores pasajes del film. Paralelamente, Nolan introduce en la historia otra contienda–ésta de tipo científico- entre Thomas Alva Edison (el cual no aparece en ningún momento en pantalla) y el investigador Nikola Tesla (un enigmático David Bowie).

La cinta de Nolan va desvelando pequeños secretos de magia al tiempo que prepara al espectador, poco a poco, para asistir a su gran truco final, el cual va mostrando a retazos, como si se tratara de pedazos de un rompecabezas. Al igual que todo buen mago, logra distraer la atención de un detalle que el público tiene constantemente ante sus ojos, guiando la mirada de éste hacia donde él desea para, desde allí, enseñarle sólo pistas falsas; en definitiva, haciendo del engaño un arte.

Particularmente, el film me ha fascinado. Este director está demostrando, título a título, que puede ser (sí no lo es ya) uno de los grandes valores de la cinematografía actual. Mientras esperamos su próxima película, The Dark Night –la continuación de su excelente y personal retrato de Batman-, alguna distribuidora, o quizá algún canal televisivo, podría obsequiarnos con su ópera prima, Following, un largometraje de cine negro rodado en 1998 y que pasó con cierto éxito por festivales de cine, aunque jamás llegó a estrenarse en nuestro país.

19.1.07

Rocky Carambola

Stallone es muy consciente de haberse eclipsado su estrella hace años. Es por ello que, desde hace un tiempo, busca algún producto que le vuelva a lanzar de nuevo a la cima. La aparición de Rocky Balboa, la sexta entrega de la saga iniciada en el 76 con Rocky, pasa a formar parte de las intentonas del actor y director por recuperar el favor de un público que parece no acordarse de él.

Sly sólo ha confiado en sí mismo para este regreso a la pantalla grande en compañía de uno de sus personajes más míticos y populares. Y es por tal motivo que, ni corto ni perezoso, se ha colocado encima el disfraz de Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como, para echar adelante su nueva película, ejerciendo, al mismo tiempo, de director, productor, guionista y actor.

Contra todo pronóstico, Rocky Balboa le ha salido un film digno; nada del otro mundo, pero digno. Se trata de un producto sin estridencias ni sorpresas, con un único combate sobre el ring y en el que ha apostado -al cien por cien- por el retrato intimista de un personaje solitario y deprimido, marcado por la ausencia de la que fuera su esposa y anclado en el pasado. Vive de los recuerdos y se tortura pensando en una época irrepetible para él. Y es entonces cuando, a modo de terapia personal, decide regresar a los cuadriláteros por última vez. Con unos cuantos años, quilos y arrugas de más, Rocky golpeará de nuevo.

En cierto modo, Stallone ha vertido en el guión su propia vida: la del famoso que, a pesar de haberse convertido en leyenda, siente añoranza por esos tiempos mejores en los que figuraba en las primeras planas de revistas y periódicos de todo tipo. Actor o boxeador, tanto da. Rocky Stallone o Sylvester Balboa. La simbiosis entre el artista y su criatura más preciada. La identificación total con el pugilista que le entregó el reconocimiento total de un público que luego le abandonó.

Con Rocky Balboa salda una deuda que tenía pendiente consigo mismo. Y lo hace a través de un producto sencillo, de realización plana y sin grandes alardes técnicos. La palabra modestia es quizás la mejor definición para un film honrado y efectivo, pues en él logra retratar a la perfección los sentimientos de un hombre que, apartado de su faceta como boxeador, se ve perdido como un pez fuera del agua. Un buen hombre, un poco corto de entendederas, que no podrá conciliar el sueño hasta que vuelva a estar en la cima, aunque sea por unos pocos minutos.

Un largometraje que al protagonista de Rambo (personaje que también resurgirá en breve) le ha ahorrado años y años de visitas al psicoanalista. Todas sus neuras y complejos los vierte ante la cámara a través de ese alter ego con el que tanto se ha identificado. Con Rocky VI ha hecho carambola de un solo tacazo: él se ha liberado, en parte, de muchas de sus angustias y, al mismo tiempo, ha conseguido un producto potable cuando todos le dábamos ya por acabado. Una carambola en nada espectacular: sencillita, de las de cajón y sin virguerías innecesarias.

17.1.07

EN RESUMIDAS CUENTAS: De ratones y pingüinos

La unión entre Dreamwoks y la productora de los geniales Wallace y Gromit, ha dado un fruto de lo más estimulante: Ratónpolis, una cinta que, optando por la animación informática en lugar del estilo habitual y más artesanal de la Aardman, se sumerge bajo la ciudad de Londres para mostrarnos una réplica de la misma, pero en miniatura y construida, con la ayuda de todo tipo de deshechos, por los miles de ratas que habitan las cloacas. Allí, en ese lugar desconocido para él, aparecerá por accidente un ratón doméstico, Roddy. Éste, acostumbrado a ser la lujosa mascota de una niña adinerada del barrio de Kensington, alucinará ante ese nuevo submundo que se abre ante sus ojos y, un tanto a su pesar, deberá enfrentarse a una intriga maquiavélica, urdida por un sapo cruel y resentido con todos los roedores por culpa de un problema personal.

El mítico personaje de James Bond, La Reina de África, En Busca del Arca Perdida y Sólo en Casa son algunas de sus referencias. Al contrario que en otras recientes películas de animación, estos guiños no resultan en nada forzados, ya que tales alusiones son muy sutiles y se integran en la trama sin ningún tipo de estridencias, como ocurre, por ejemplo, con todo el episodio que transcurre en un pequeño barco -propiedad de una rata aventurera-, mientras éste se desplaza por los distintos canales del alcantarillado londinense y que, de manera refinada, se ampara en el clásico de John Huston protagonizado por Humphrey Bogart y Katharine Hepburn.

Un producto de ritmo trepidante, plagado de personajes perfectamente definidos (excelente la rana francesa, Le Frog, a la que en original pone su voz Jean Reno) y con un par de chistes magistrales e ingeniosos: uno hace alusión directa a la familia real británica y, en concreto, a las andadas del príncipe Carlos cuando no era más que un pequeño infante; el otro tiene como protagonista a los efectos masivos que provocan una final de fútbol televisada y de máxima audiencia. Sencillamente, una maravilla de película.

Happy Feet es otro film de animación informática, de coordenadas totalmente distintas a las de Ratónpolis pero de resultados igualmente brillantes. Su responsable es George Miller, ese australiano que, a pesar de haber ido siempre arriesgándose en cada uno de sus nuevos productos, ha demostrado ser un cineasta como la copa de un pino. De la saga Mad Max a la de Babe, el Cerdito Valiente, pasando antes por un título tan melodramático como el excelente Lorenzo’s Oil: El Aceite de la Vida.

Su nuevo film, protagonizado por el pequeño Mumble -un pingüino marcado por una tara de nacimiento que le desmarca del resto de su especie-, es una clara y cariñosa sátira sobre El Viaje del Emperador, un interesante y oscarizado documental francés que mostraba las peculiares costumbres de los pingüinos y la manera en que estos, a pesar de los peligros de habitar en un marco geográfico hostil, intentan sobrevivir y procrear.

En Happy Feet también hay un largo viaje: el que realiza el danzarín Mumble para descubrir si más allá de su reducido mundo existen otros seres, a los que decide denominar extraterrestres. La historia de un ser incomprendido que, en lugar de cantar a la perfección como el resto de sus compañeros, ha nacido con un don especial: domina el arte del claqué y el baile mejor que el mismísimo Fred Astaire.

La cinta es diferente al resto de productos animatrónicos a que estamos acostumbrados. Apuesta mucho por la música y el baile; pero por la música de los 70 y 80, a través de una excelente recopilación (y con nuevos arreglos) de temas conocidos de esa época. Así, de este modo, suenan algunas de las viejas canciones de Stevie Wonder, Eart Wind & Fire o Queen, entre otros; melodías que acompañan, en su helado peregrinaje, al no menos entrañable Mumble y a sus frenéticos meneos.

El trabajo de Miller rezuma un espíritu liberal y progresista muy de esos años y, aparte de lanzar un claro mensaje ecologista, apuesta por una realización impagable y cuidada hasta el último detalle. Arriesga fuerte y, en medio de un sinfín de escenas divertidas y graciosas, no renuncia a colar algún que otro momento crudo y melodramática, como el episodio filmado en un parque zoológico, en el que algunos pingüinos viven en cautividad en el interior de una jaula de cristal: un abrasivo camino hacia la locura para los allí encerrados.

Vale la pena darle un vistazo, aunque sólo sea para oír a Robin Williams poniendo su voz a un pájaro bobo, enano y mejicano, interpretando en español una delirante versión del My Way popularizada por Frank Sinatra. Todo un lujo a su alcance: sólo es cuestión de acercarse a algún cine en el que se proyecte.

16.1.07

Sí te he visto, no me acuerdo por Lazenby

Mentes en Blanco es claramente una película de serie B; o sea, una película de poco presupuesto. Esto, en principio, no debería afectar a la calidad de la misma, ya que existen grandes títulos en los que sus productores no han invertido demasiado dinero. Precisamente, su mayor defecto no se encuentra en su puesta en escena: éste se localiza en la casi total ausencia de un guión mínimamente coherente.

Todo empieza en una nave industrial en la que despiertan cinco hombres que han perdido la memoria. Algunos están atados o esposados; ni ellos ni el espectador conocen el motivo. Aislados por completo del mundo exterior, el único contacto que tienen con éste se realiza mediante una llamada telefónica, la cual les ofrece una pequeña pista que les induce a suponer que la causa de su encierro pueda ser debida a un secuestro. A partir de esta premisa -y entre recelos y desconfianzas-, deberán descubrir quién es el carcelero y quién el rehén. La guerra cerebral por recuperar la consciencia antes que los otros acaba de empezar.

La película avanza lentamente a través de dos narraciones paralelas: por un lado, la visión de los prisioneros intentando adivinar en quien pueden confiar y cómo escapar de su reclusión; y, por el otro, la pugna de los secuestradores para obtener el dinero del rescate y huir de la policía.

A pesar de contar con un elenco de actores de cierto nivel (James Caviezel, Greg Kinnear, Peter Stormare o Barry Pepper, entre otros), el debutante Simon Brand –un realizador procedente del mundo del vídeo-clip- no sabe sacarles ningún tipo de partido y, encegado en su afán por ir dando las claves del puzzle a cuentagotas, elimina cualquier atisbo de tensión o intriga en su historia. A menudo, tuve la sensación de estar ante un film ya visto, lleno de trucos recurrentes y sorpresas tan innecesarias como increíbles. Esta obsesión efectista por conseguir el asombro del público roza, en algunos momentos, el ridículo, alcanzando el clímax de lo risible en su resolución final.

Si alguna virtud posee Mentes en Blanco es su concentrado metraje (apenas noventa minutos de duración), aunque si me hubiesen dejado unas tijeras o una goma de borrar, la habría aligerado un poco más, suprimiendo la trama de persecución policial, que no hace otra cosa que lastrar el ya de por sí tedioso ritmo de este olvidable producto (y nunca mejor dicho, teniendo en cuenta su título).

15.1.07

The Queen

A Sofía Coppola se le ha ido la mano, en todos los aspectos, con María Antonieta. Y es una lástima, pues con sus dos primeros títulos prometía ser una cineasta de estimulante futuro pero, con este biopic de la que fuera una de las reinas más jóvenes de Europa, ha demostrado lo que muchos ya se temían: en su cine domina más la extravagancia que la fuerza narrativa.


En María Antonieta hay un poco de todo. menos historia. Todo cuanto la directora expone durante dos largas horas, podría haber quedado reducido a la mitad. Su ritmo es indeciso, vacilante: igual se puede colgar en largas escenas de un único plano y sin diálogo alguno, que sacarse de la manga una elipsis narrativa con la que eliminar de un solo plumazo el paso de varios años. Y ello cuando no decide enfrascarse de lleno en un vídeo-clip, al más puro estilo MTV, para potenciar las delicadezas de la pastelería versallesa de la época bajo los acordes del Ceremony de New Order. ¿Rarezas de autor o una simple cuestión de quemar metraje sin ton ni son? Personalmente, y vistos los resultados finales, me inclino por lo segundo. Para oir música moderna, adornando episodios de época, me quedo con Destino de Caballero: al menos no tenía pretensiones y resultaba entretenida.

Es una lástima que, contando con un interesante personaje femenino como el de María Antonieta, se muestre incapaz de mostrar algo nuevo al espectador sobre éste, pues tenía material más que suficiente para haberlo exprimido al máximo. Y es que una reina que acaba perdiendo su cabeza tras un levantamiento popular no es moco de pavo. Pero no, la Coppola se conforma con cuatro secretitos de alcoba y poca cosa más. Ni siquiera pone toda la carne en el asador a la hora de plasmar la decadencia perversa de la corte de Versalles; sólo la insinúa mediante cuatro mínimos detalles y, sobre todo, a través de inacabables cotilleos de las cortesanas de turno.

Está claro que la hija del Francis Ford se ha quedado en el envoltorio deslumbrante; jamás lo abre para mostrar el interior. Su excelente fotografía, la brillante escenografía y el cuidadísimo vestuario la pierden (por algo está ahí metida una de las mejores diseñadoras cinematográficas, Milena Canonero). Pero ahí se queda, no va más allá de la imagen, y lo poco (o mínimo) que cuenta avanza a trompicones.

La sosería interpretativa de Kirsten Dunst muy poco ayuda a consolidar un personaje tan mal perfilado como el de María Antonieta. La actriz luce sus habituales pucheros para adornar esa carita de niña pija y mimada con la que Tutatis la ha dotado, pues de actuar, nada de nada: sólo las posturitas de siempre. Suerte que, para paliar una elección tan ñoña y nefasta como la de esta actriz, por ahí pulula gente tan interesante como Asia Argento (genial en su papel de putona), Judy Davis o Danny Huston, este último deudor además de la escena más compacta de todo el film; aquella en la que el hermano de la Antonieta habla directamente con el marido de ésta sobre su supuesta impotencia.

Un producto innecesario y mal llevado, del que sólo destacaría un único recurso narrativo sobresaliente (aunque, por otra parte, lógico): el no enseñar, hasta el último momento, la figura de un pueblo hambriento y enojado con los desmanes de sus monarcas. Y es que, justo antes de ver su cabeza rodar, María Antonieta (una reina que gobernó de espaldas al pueblo) mostró por primera vez su rostro a aquellos que jamás quiso tener en cuenta.