31.5.11

Ventrílocuo por accidente

El Castor es el tercer título como realizadora de Jodie Foster tras su espléndido debut con El Pequeño Tate y su ya más irregular A Casa Por Vacaciones. 15 largos años han trascurrido para que la actriz vuelva a colocarse tras la cámara. Y lo hace acompañada en la interpretación por Mel Gibson, actor con el que conserva una gran amistad desde el rodaje de Maverick

Walter Black es un yuppie de la industria juguetera y padre de familia que está pasando por un momento debido a una tremenda depresión. Sumido en un oscuro pozo sin fondo y a punto del suicidio, recobrará poco a poco la animosidad debido al descubrimiento en un contenedor de un títere con forma de castor al que adoptará y utilizará como su más fiel portavoz expresándose a través de él. Una terapia un tanto surrealista que, con el tiempo, podría volverse en su contra y en la del resto de integrantes de su familia.

Mel Gibson, tocado en su vida real por distintos problemas de convivencia, se alza como el actor ideal para dar vida al tal Black, personaje al que le unen varias constantes personales. Un regalo éste, el de su amiga Jodie, servido en bandeja de plata justo en la época en la que muchos estudios de Hollywood le están dando la espalda. De hecho, mientras el castor parlante le sirve de terapia a Walter Black, el trabajo del propio Gibson se transforma para él en una especie de autosalvación terapéutica.

Un film diferente y extraño, salpicado por esporádicas (aunque contundentes) gotas de humor negro y que cuenta con un prometedor arranque. La disfuncionalidad metida de lleno en el seno de una familia acomodada a punto de irse al garete. Lástima que, a pesar de sus buenas intenciones iniciales, se encalla y termina por convertirse en una cinta acomodaticia. Su toque surrealista se diluye y da paso a un melodrama estándar y, en demasiados aspectos, casi de formato televisivo. Un bache que sin embargo y en sus últimos minutos logra superar, recuperando incluso ese tonillo negro que lucía en su arranque.

La familia de nuevo en el punto de mira de la directora. Ahora a través de una mirada tan crítica como ácida y desmontando (por enésima vez) la estructura del llamado sueño americano. Un poco más de mala uva le hubiera sentado de maravilla.

26.5.11

EN RESUMIDAS CUENTAS: De letrados y amnésicos

Con El Inocente (el disparatado título español de The Lincoln Lawyer), un eficiente thriller judicial dirigido con mano firme por Brad Furman, Matthew McConaughey, tras un largo periodo interpretando a personajes insulsos en comedias de medio pelo, dando vida al abogado Mick Haller se acerca al mismo espíritu con el que Paul Newman recreó al letrado acabado de la espléndida Veredicto Final del desaparecido Sidney Lumet.

Basada en la novela de Michael Connelly, la cinta de Furman se acerca a la crisis emocional y profesional de un abogado de Beverly Hills un tanto crápula que, tras pasarse la mayor parte de su carrera defendiendo a delincuentes de tres al cuarto, aceptará llevar el caso de un joven adinerado al que se le acusa de haber maltratado a una joven prostituta. El carácter manipulador de su defendido y la creencia de que éste pueda albergar un pasado bastante turbio, inducen a Haller a creer en su culpabilidad y en la posibilidad de haber cometido un error garrafal en la defensa de un cliente anterior.

La sobriedad del guión escrito por John Romano, lleno de sorpresas y giros a lo largo de su metraje, sumada a la excelencia interpretativa de todo su casting (en el que se encuentran nombres como los de Marisa Tomei, William H. Macy o Ryan Phillippe) hacen de este un thriller de género imprescindible, casi al mismo nivel de la citada película de Lumet e incluso, salvando las distancias, de la magistral Anatomía de un Asesinato de Otto Preminger, título con el que mantiene cierto paralelismo al plantear la dualidad moral y ética de un abogado con respecto a un cliente del que no se acaba de fiar. Un film que, a buen seguro, volverá a situar a su protagonista principal en el lugar que se merece.

Sin Identidad es el otro thriller que, en los últimos días, está acaparando la atención del público en la cartelera española. Dirigida por Jaume Collet-Serra tras su correcta La Huérfana, el catalán afincado en la industria de Hollywood hurde una intriga con cierto mimetismo con el Frenético de Roman Polanski. Si en la cinta del realizador de ascendencia polaca Harrison Ford se pateaba las calles de París en busca de su desaparecida esposa, en ésta, un brillante Liam Neeson, también un norteamericano en una desconocida ciudad europea, hará lo mismo a través de un gélido y gris Berlín en busca de su propia identidad tras haber sufrido un accidente a bordo de un taxi. Tanto será su desconcierto que ni su propia pareja lo llegará a reconocer como su marido.

Collet-Serra, fan confeso del cine de Hitchcock y de Polanski, demuestra perfectamente el dominio del suspense y, ante todo, de las escenas de acción. Una trepidante persecución automovilística por las calles de un Berlín nocturno así lo acreditan. Urde bien su rocambolesca trama, evitando dejar cabos sueltos a lo largo de su construcción y salvando con cierta solvencia los pasajes menos creíbles. Liam Neeson cumple a la perfección con su papel, al igual que hace el resto del reparto, del que vale la pena resaltar el trabajo de Bruno Ganz en la piel de un viejo agente de la Stasi metido a detective privado.

Todo funciona bien, milimetrado y a la perfección, incluso con más fuerza que en Frenético, su claro referente. Pero la fuerza y el magnetismo de la historia no da para todo su metraje. A mi parecer, un (forzadísimo y alucinado) giro de guión en su último cuarto de hora rompe un tanto con la propuesta, adentrándose en un delirio final más propio de un telefilm barato que de sus pretensiones de gran cine de acción a la americana. Aburrir, lo que se dice aburrir, no aburre. Su ritmo narrativo y el impacto de las imágenes atrapan al espectador, pero su historia se deshincha por culpa de un desenlace muy poco ingenioso y redentor.

19.5.11

Cualquier tiempo pasado fue mejor

El déjà vu anual de Woody Allen ya está en cartelera. Midnight in Paris es su título. Con éste, ya es su segundo film, tras Todos Dicen I Love You, con el que el director neoyorquino se pasea por la ciudad de las luces. De hecho, pese a la elevada dosis de pedantería que amaga, se trata de un homenaje onírico de Allen a París, reflejando en sus fotogramas la idealización de una época y de un lugar, concretamente de ese hervidero de intelectuales que, en los años 20, coqueteaban con la jet set del momento.

Al igual que en La Rosa Púrpura de El Cairo (o, tal y como apuntan los gafapastas, al Brigadoon de Minnelli), Allen transporta a su protagonista principal al pasado, justo a los años veinte, cuando la ciudad europea bullía de sabiduría y esplendor, viendo inundadas sus calles de gente como Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Dalí, Buñuel, Cole Porter o T. S. Eliot, entre otros muchos. Así Gil, el personaje de Owen Wilson, claro alter ego de Woody Allen, aprovechará sus fantasiosas incursiones en el ayer para opinar sobre literatura y otras artes con sus ídolos de toda la vida. En este caso, los fantasmas del director de Annie Hall huelen a petulancia que tumba de espaldas.


Las relaciones de pareja, el sexo, el sentido de la vida o la muerte, son temas eternos (y ya diría que enfermizos) en el cine del realizador. Sobre ellos, inevitablemente, da una y mil vueltas por enésima vez. Por mucha pincelada quimérica que le haya querido otorgar, siempre acaba siendo lo mismo. Woody Allen fue uno de los mejores: su cine ha sido grande, inmenso, pero hace unos cuantos años que no arranca y permanece encallado en un bucle del que le cuesta escapar.

El frescor de sus diálogos ha desaparecido por completo. Sus chistes ya no son agudos e incluso, como sucede durante el aparte de Gil con Luis Buñuel, resultan de lo más fácil y pueril. La falta de ideas (posiblemente debida a la obligación de estrenar un título cada año) hace que se repita hasta la saciedad, tal y como demuestra la creación del personaje del citado Gil, de nuevo un guionista de Hollywood que, frustrado por su empleo, decide escribir un libro a pesar de la falta de inspiración por la que está pasando. ¿Cuántas veces ha recurrido Allen en su filmografía a esta misma figura? La verdad es que ya cansa.


Después de su horripilante Vicky Cristina Barcelona, quizás haya descubierto su verdadera faceta actual. Confeccionar atractivos folletos turísticos europeos se le da de maravilla. Y es que lo mejor de Midnight in Paris, aparte del atractivo cartel publicitario, del sorprendente trabajo de Owen Wilson y de la melancólica mirada de Marion Cotillard, son los minutos iniciales en los que, antes de entrar en materia, muestra Paris (y sus monumentos) desde todos los ángulos y a través de distintas tonalidades. Por la mañana, al atardecer, con lluvia y al anochecer. No se deja ni un solo rincón de la capital francesa por explorar. Luego, una vez finalizado el recorrido a golpe de postales, vuelve a lo de siempre, aunque con el forzadísimo añadido de un viaje onírico y temporal.


Una pareja en crisis, un escritor americano (también en crisis creativa) enamorado de la “poesía” que desprende París, un montón de gente bien a su alrededor (muy culta y muy cretina) y un desfile de fantasmas históricos a cual más tópico. El déjà vu está servido. Y la moraleja, muy aplicable a su propio cine, también: "cualquier tiempo pasado fue mejor".

18.5.11

LA ENTREVISTA: Jaume Collet-Serra (el catalán americanizado)

Con esta acercamiento al realizador Jaume Collet-Serra y a su última película, Sin Identidad, Spaulding’s blog inicia una serie de entrevistas cinematográficas realizadas por Victor Riverola, buen amigo y responsable principal del programa De la Terra a la Lluna de Punto Radio, espacio radiofónico semanal en el que colaboro todos los domingos al mediodía. Victor Riverola, junto a su esposa Jekaterina Nikitina, es fundador de Matterfilm, empresa especializada en la creación y producción de contenidos audiovisuales.

Sin más dilación, les dejo con el trabajo del amigo Riverola.

Al apagarse las luces y tras la aparición del logo de la Warner y las respectivas productoras, el espectador inmediatamente se deja seducir por las imágenes que desfilan ante sus ojos, gracias en parte a la credibilidad que transmiten Liam Neeson y January Jones. Es cierto que el inicio de Sin Identidad nos recuerda a la excelente Frenético de Roman Polanski, pero una vez dejamos atrás la escena de la llegada al hotel, las cosas se complican mucho mas que en el filme protagonizado por Harrison Ford.

Reconocido fan de Hitchcock y Polanski, el catalán afincado en Los Angeles, Jaume Collet-Serra nos presenta un thriller trepidante con un cierto regusto clásico, donde el protagonista no es quien parece ser y donde las conspiraciones, los intentos de asesinato y las persecuciones, cobran una importancia crucial en el desarrollo del guión. Basada en la novela La Doble Vida de Martin Harris, del escritor francés Didier van Cauwelaert, la película que protagoniza Liam Neeson se toma ciertas licencias con respecto al libro, pero mantiene en todo momento los tres o cuatro puntos principales que sostienen la historia. El reparto sorprende por su potencial y por la química existente entre todos y cada uno de los actores. Realmente uno se cree que Bruno Ganz ha trabajado en la Stasi toda su vida, quien, una vez terminada la Guerra Fría, se gana la vida como investigador en un Berlín que no es el suyo. Aidan Quinn, Karl Markovich, Frank Langella y una nutrida representación de actores alemanes de primer nivel, acompañan al Dr. Martins (Liam Neeson) y a la joven taxista interpretada por una convincente Diane Kruger a lo largo de todo el metraje, sin dar ni un minuto de respiro al espectador, aunque sin llegar a cansarle ni marearle. Todo en la película funciona como un perfecto engranaje, desde la relación lógica y necesaria que se forja entre Neeson y Kruger al imponente duelo interpretativo entre Ganz y Langella, demostrando que el cine de calidad con ínfulas ochenteras sigue vivo y con la moral muy alta.

Jaume Collet-Serra se nos muestra amable, sincero y muy educado, con una personalidad forjada en Hollywood y con muchas ganas de transmitir lo feliz que se siente al poder dirigir a Liam Neeson y Bruno Ganz. Hablar con él es hablar con alguien que siente y vive el cine con pasión y reconocimiento para todos los profesionales que trabajan en él. Su relación con la Warner Bross, fructífera y respetuosa hasta la fecha, le ha llevado a firmar un contrato para dirigir una versión “clásica” del Drácula de Bram Stoker, producida por Leonardo DiCaprio y con el personaje de Jonathan Harker como protagonista.

La película me ha traído a la memoria el estilo narrativo de Hitchcock y Polanski, con un arranque sorprendente y una trama donde nada es lo que parece. ¿Tenias en mente a Hitchcock y Polanski al rodar?

Sí. Personalmente he crecido disfrutando con las películas de Hitchcock y Polanski, son dos grandes maestros y su cine está repleto de pequeños detalles cuidados al máximo. Me encantan las películas de Alfred Hitchcock, soy un gran fan de su cine y, al preparar la película, tenia muy claro el look, el ritmo y la forma de narrar, acercándome al thriller de suspense clásico. Es un lujo poder trabajar con actores tan profesionales.

He leído que en ocasiones te reías de emoción al dirigir un reparto tan bueno.

Me reía de alegría, es impresionante ver como interpretan. Son tan buenos que a la hora de montar no te atreves a cortar casi nada, y eso que siempre procuras hacer la película lo más rítmica posible, sin alargarte en exceso. En una escena con Bruno Ganz y Frank Langella, disfruté tanto viéndoles trabajar que en la sala de montaje la dejé entera, no corté nada, pues no había nada que sobrase, todo era utilizable. Ganz y Langella no se habían visto nunca antes, no se conocían, pero a la hora de rodar, entraron en la misma habitación y empezaron a tirar el texto con una facilidad y una maestría que me quedé realmente impresionado.

Bruno Ganz era una de tus elecciones iniciales, al igual que Liam Neeson.

La película está escrita para Liam, quien demostró su absoluta profesionalidad durante todo el rodaje. Por desgracia, su esposa, Natasha Richardson (hija de Vanessa Readgrave), falleció en un accidente dos meses antes de empezar a rodar y todos pensamos que no habría película. Dejamos pasar un tiempo y Liam volvió preparado para rodar metiéndose en la piel del Dr. Martin con una seriedad y una fuerza impresionantes. A Bruno Ganz me costó mas convencerle. No suele trabajar mucho en producciones americanas, pero le hacia ilusión trabajar con Liam Neeson. Al enterarse que lo teníamos como actor principal, se apuntó y realizó un excelente trabajo. No es un papel muy extenso, pero se lo ofrecí y aceptó. Solo él podía aportar esas miradas y esa personalidad tan marcada a su personaje.

Berlín se convierte en un personaje mas de la película.

Me pasé mucho tiempo dando vueltas por Berlín, una ciudad maravillosa que no conocía, era mi primera vez en Berlín y me pareció fascinante. Tiene esa mezcla de modernidad y clasicismo que ayuda a situar el personaje dentro del filme. Berlín es una ciudad con dos personalidades muy marcadas por culpa de la Guerra Fría, todavía hoy en día puedes apreciar sus cicatrices, transmitiéndonos una atmósfera de película de espías muy interesante.

Si leemos la novela de Didier van Cauelaert, observamos que en la película habéis cambiado algún que otro detalle.

Si, principalmente adaptamos varias escenas, dándoles un aire más cinematográfico. Cambiamos Paris por Berlín, pues aunque la novela está ambientada en Paris, pensé que para contar la historia con mayor realismo, debía oscurecer la ciudad por donde van a moverse los protagonistas. Paris es la ciudad del amor, es muy romántica y queda muy bien, pero Berlín era la ciudad ideal para mostrar la ansiedad del protagonista. Y encima rodamos durante un invierno durísimo, muy gris, el mas frío de los últimos 30 años. Casi toda la nieve que aparece en la película es real y la atmósfera lúgubre y helada también.

¿Resultó fácil rodar en la capital de Alemania?

Inicialmente, cuando les pasamos el guión para rodar en la ciudad y entramos en contacto con las autoridades para pedir los permisos de filmación, su respuesta fue no. Lo veían imposible, por la cantidad de escenas de acción y alguna que otra persecución que implicaba lanzar un taxi desde un puente al rio. Tenían miedo que destrozáramos sus monumentos y sus calles. No obstante, cuando vieron el reparto, plagado de actores alemanes, empezaron a cambiar de opinión. Reconozco que la influencia de un productor como Joel Silver, que ya había trabajado en Berlín y la colaboración de los estudios Babelsberg (Postdam), donde se han rodado muchas películas norteamericanas, ayudaron a convencer al ayuntamiento de Berlín para dejarnos rodar. Cono anécdota, te contaré que Berlín es una ciudad que cuida muchísimo la ecología. Todas las farolas de la ciudad utilizan bombillas de bajo consumo y de noche hay muy poca luz, obligándonos a tener que iluminar muchas escenas con mas luz de la habitual. Los alemanes son muy metódicos y necesitan mucho tiempo para estudiar y planificar los rodajes. Llegamos casi un año antes con la idea del film y poco a poco nos ayudaron a da forma a las escenas mas complicadas. Una vez lo tuvimos todo coordinado, el rodaje salió francamente bien.

Hablemos un poco de los actores. ¿Que nos puedes contar del reparto alemán?

Junto a Liam Neeson, January Jones, Bruno Ganz y Diane Kruger, yo quería a Karl Markovics en el filme. Me encantan sus películas (Nanga Parbat, Los Falsificadores) y aunque solo le pude ofrecer un pequeño papel, él aceptó amablemente, demostrando su profesionalidad, igual que con Sebastian Koch (La Vida de los Otros, El Libro Negro), otro actor sensacional que interpreta un personaje secundario pero necesario en el film. Realmente he disfrutado mucho trabajando con actores de su calibre. Todo lo hacen fácil, es un verdadero lujo.

¿Trabajaste con un equipo europeo o eran todos americanos?

Menos una parte del reparto y algún técnico, todo el equipo era europeo, incluso teníamos algún sudafricano. Por fortuna, tuvimos una coordinación brutal, rodando en 40 localizaciones distintas en menos de 50 días.

Los filmes americanos rodados en Europa tienen una magia especial ¿estás de acuerdo?.

Es curioso el concepto que se tiene en el mundo sobre el cine europeo y el americano. En Europa dicen que nuestra película es cine americano y en Estados Unidos dicen que es cine europeo. Creo que todo depende de la historia que cuentas, como la cuentas y con quién la cuentas.

En España, últimamente llevamos una mala racha a nivel de cine, menos con Torrente 4, ¿qué crees que le pasa al cine español que no acaba de seducir al público?

En España hay buenos profesionales pero creo que falta industria a nivel general. Falta tener un criterio más exigente y realista a la hora de hacer cine. En Estados Unidos se hace una película, y si esta tiene éxito todo el equipo se beneficia pero si no funciona, todos se resienten. Es un capitalismo necesario a la hora de trabajar: si funcionas seguirás trabajando, pero si no paras de fracasar puedes hundirte, y eso te da fuerza para crecer y mejorar. En España hay mucha gente que estrena películas que no funcionan y siguen trabajando, nadie les dice nada. Si el público no te a va a ver, debes hacer algo, no se puede seguir financiando un tipo de cine (no todo) que no atrae al público.

¿Te veremos trabajando en nuestro país?

Actualmente estoy trabajando para iniciar un proyecto que ayude a jóvenes realizadores a la hora de dirigir sus películas. En España hay mucha gente con talento que quiere demostrar sus posibilidades, y creo que algo puedo hacer al respecto.

Muchas gracias Jaume por tu tiempo, enhorabuena por Sin Identidad y mucha suerte con tu adaptación de Drácula, con el personaje de Jonathan Harker como protagonista.

Muchas gracias a vosotros.

Fotografías: Jekaterina Nikitina

11.5.11

A Odin rogando y con el mazo dando

Con Thor, Kenneth Branagh cambia de tercio, da un giro a su carrera y se adentra en el mundo de los superhéroes de la casa Marvel. El dios vikingo del martillo, en manos del director británico, cobra una nueva dimensión.

En más de una ocasión he manifestado que el cine sobre superhéroes me la trae al pairo. Su despliegue desmesurado de efectos especiales, sus repetitivas tramas y su vacuidad argumental, en general, no me interesan en absoluto, me cansan, excepto en honradas excepciones tal y como ha sucedido con este Thor. Y es que Brannagh, aprovechando las luchas familiares y ese aire de conspiraciones palaciegas que caracterizan el reinado de Odin, ha sabido llevar la película a su terreno otorgándole un aire sorprendentemente shakesperiano.

La cinta transcurre a dos niveles: el primero y más sugestivo, ambientado a medias entre los planetas Asgard (reino de Thor, hijo de Odin) y Jotunheim, lugar este último habitado por los eternos enemigos de Odin (un Anthony Hopkins bastante más sosegado que en El Rito); mientras que el segundo nivel, mucho más rutinario, transcurre en la Tierra, enclave al que llega accidentalmente Thor tras haber sido desterrado de su mundo por su propio padre.

La ecuación espacio-tiempo marca buena parte del film de Branagh, así como la relación que se establece entre el dios caído y una joven científica embelesada por su presencia y sus poderes. Él es Chris Hemsworth (marido, en la vida real, de Elsa Pataki), un actorcillo de mantequilla con muy pocos recursos interpretativos en su haber que, sin embargo y por su aspecto físico, da el pego como Thor. Y ella, a través de un trabajo no muy esforzado ni remarcable, es Natalie Portman, esa Jane Foster del cómic original que pierde los papeles por el rubito del martillo.

Kenneth Branagh ha cumplido con profesionalidad el encargo. La cinta entretiene, aunque no deslumbra ni rompe esquemas. Apunta bastante alto cuando asoma su vertiente más shakesperiana, aunque se encalla un tanto a la hora de afrontar la historia más terrenal y de acción, en donde todos los tópicos que alberga el género aparecen por doquier y sin pudor.

Atención a los amantes del género, pues tras sus títulos de crédito fínales y contando con la presencia fugaz de un Samuel L. Jackson metido en la piel de Nick Fury, se apunta hacia Los Vengadores, esa prometida reunión de superhéroes de la Marvel que esperan con inquietud los entusiastas seguidores de este tipo de adaptaciones. No es mi caso: la única "vengadora" que me ha llamado la atención a lo largo de los años ha sido Emma Peel.

6.5.11

Los ojos de la hija de Julia

Desde la decepcionante Obaba, han tenido que pasar casi seis años para que el navarro Montxo Armendáriz vuelva a colocarse tras la cámara. No Tengas Miedo significa su regreso a la palestra: una historia de superación personal protagonizada por Silvia, una joven de 25 años marcada por los abusos sexuales que empezó a sufrir por parte de su padre a muy temprana edad. La televisiva Michelle Jenner (Los Hombres de Paco) asume de forma excelente el papel principal. Lluís Homar y Belén Rueda, quienes ya habían ejercido de matrimonio en Los Ojos de Julia, vuelven a repetir como pareja y padres de Silvia.

No Tengas Miedo es un film valiente y bienintencionado, primero por el arrojo de acercarse a un tema que muchos (erróneamente) prefieren considerar como tabú y, segundo, por reflejar a la perfección el dolor psíquico que arrastran sus víctimas durante el resto de sus días. Y ello, con nota alta, queda perfectamente definido en el nuevo título de Armendáriz.


Quizás, la poca empatía que tuve con la cinta, resida en su poca profundidad expositiva y en el frío distanciamiento con el que retrata a los personajes de los padres de la joven protagonista, así como en esa inseguridad que demuestra a la hora de apostar por un estilo narrativo concreto, debatiéndose entre la ficción pura y dura (aunque realista) y el docudrama, sin decantarse jamás por uno u otro y embarcándose en un (innecesario) desfile de testimonios que narran sus experiencias personales directamente a la cámara.

La lentitud con la que está planteada (tónica habitual en el cine de su director) hace que su escasa hora y media de metraje se acabe eternizando para el espectador. En lugar de explorar (y explotar) la hipocresía de una madre que prefiere ignorar a plantar cara o de vapulear la figura de un padre demoníaco, prefiere centrarse en la tristeza de Silvia, siguiéndola cámara en mano en sus largas caminatas en solitario y con la mirada perdida por las calles de su ciudad.

Nunca llega esa esperada escena que rompa con fuerza la monotonía de la que hace gala. La esboza, pero no la desarrolla hasta las últimas consecuencias, cuando deja solas, cara a cara, a madre e hija en la mesa de un restaurante. Y vuelve a asomar, brevemente, cuando por fin Silvia decide mirar directamente a los ojos de su padre. Dos escenas necesarias, perfectamente ideadas e insertadas, pero no finalizadas con la mala leche que muchos desearíamos para paliar el infierno que vive la joven Silvia.

A pesar de las irregularidades de un guión no muy contundente y del distanciamiento emotivo que demuestra con la mayor parte de sus personajes, hay que aplaudir a Montxo Armendáriz por descubrir abiertamente una verdad que sucede demasiado a menudo a nuestro alrededor.

3.5.11

EN RESUMIDAS CUENTAS: Dos thrillers atípicos

Tras conseguir, entre otros galardones, los premios a mejor película, guión y actor (Sam Rockwell) por Moon en la penúltima edición del Festival de Sitges, el británico Duncan Jones (hijo de David Bowie) se asoma de nuevo a las pantallas de todo el mundo con Código Fuente, un thriller de corte fantástico en la que se mezclan mundos paralelos, realidad virtual y atentados terroristas.

La explosión de una bomba en un ferrocarril alerta a las autoridades de la posibilidad de una serie de atentados en cadena en la ciudad de Chicago. Para atrapar al causante del siniestro, desde las altas esferas de un cuerpo militar de élite se pondrá en práctica el llamado Código Fuente, un programa de alto secreto que permitirá a un marine viajar hasta el pasado y, metiéndose en el cuerpo de una de las víctimas, intentar descubrir al culpable. Para ello, sólo dispondrá de 8 minutos antes que el artefacto explosivo se active de nuevo.

Una estimulante y vertiginosa mezcla entre Avatar, Origen y la original comedia de Harold Ramis Atrapado en el Tiempo. De las dos primeras coge su parte de realidad virtual y de mundos paralelos y, de la tercera, su memorable bucle temporal. Su buen ritmo narrativo y un excelente dominio del suspense hacen que el resto funcione por si mismo. Al frente del cotarro y en la piel de un estupefacto marine se encuentra Jake Gyllenhaal, un actor todoterreno que, con este papel, logra resarcirse de su presencia en un título tan caótico y olvidable como Prince Of Persia. Vera Farmiga, con uniforme militar, y Michelle Monagan, desde el otro lado, lo secundan a la perfección.

Sin Límites es otro sugerente título plagado de coordenas cercanas al género negro y con muchas referencias al fantástico. Dirige Neil Burger, el mismo de El Ilusionista, y cuenta con el protagonismo de un sorprendente Bradley Cooper que, con este papel, se distancia un tanto de los papeles cómicos en los que, desde Resacón en Las Vegas, se le estaba encasillando. Como secundario de lujo cuenta con la presencia de un Robert De Niro que, sin lograrlo del todo, intenta huir del histrionismo con el que aborda sus últimos trabajos.

Un escritor sin inspiración descubre la NZT, una nueva droga que hará que su cerebro, en lugar de rendir el habitual veinte por ciento, se acelere hasta conseguir el cien por cien de efectividad, convirtiéndole en un literato prolijo y acercándole, de forma exitosa, al mundo de las finanzas de Wall Street. La dependencia de la NZT será total ya que, sin ella, se transforma en un hombre enfermizo y muy corto de reflejos físicos y mentales.

Cercana al Concursante de Rodrigo Cortés en cuanto a concepto visual y ritmo narrativo se refiere, Sin Límites abre a golpe de comedia para, aceleradamente, adentrarse en un drama intrigante y con varios golpes de efecto en su haber. Apoyándose en un guión sólido y bien explicado, la cinta resulta tensa y misteriosa, atrapa al espectador en su propuesta y plasma, con todo lujo de detalles, los cambios físicos y mentales de su protagonista en su proceso de adicción.

Un recomendable y atípico thriller que, al igual que Código Fuente, busca desmarcarse de la norma a través de una propuesta no muy habitual.