1.11.04

Uno de los grandes para un clásico entre clásicos

No pude aguantar la tentación y cuando vi en un quiosco, y a un precio bastante asequible, Anatomía de un Asesinato, hurgué en mis bolsillos, desembolsé la pasta y me fui directo hacia casa. Necesitaba, urgentemente, volverla a ver. Y su nuevo visionado no ha desmejorado en nada la fuerza de una de las películas judiciales más compactas que se han realizado para la pantalla grande.

Anatomía de un Asesinato narra la historia de Paul Biegler, un abogado que, después de varios años sin ejercer, tendrá que volver al estrado para defender a un joven e impulsivo oficial acusado de haber asesinado, a sangre fría, al violador de su provocativa esposa. El hombre, ni corto ni perezoso, se pondrá las pilas de nuevo y, con la ayuda del viejo Parnell, un colega suyo aficionado a la botella, empezará a buscar pruebas que puedan exculpar a su defendido. No todo será lo que parecía a simple vista y el juicio irá alargándose más de lo previsto. Y él, buscando huecos en su trabajo, intentará no renunciar del todo al apacible ritmo de vida al que se había acostumbrado, relajándose ante su piano o escuchando viejos discos de jazz en su tocadiscos. No en vano Duke Elington fue el compositor de su excelente banda sonora. Un Duke Ellington que, al mismo tiempo, tiene un pequeño cameo en plena jazz session al lado de nuestro abogado protagonista.

Y quien mejor que James Stewart para interpretar a ese abogado, a nuestro Paul Biegler, un tipo con tanta entidad como la del entrañable Atticus Finch de Gregory Peck para Matar a un Ruiseñor. Stewart siempre fue uno de los grandes. De los más grandes. Pero en Anatomía de un Asesinato, aseguraría que consiguió su mejor trabajo. Moderado, sin histrionismos innecesarios y sin potenciar, en absoluto, esa faceta de bonachón que tan buenos resultados le dio en otras películas. Aquí, el gigantesco actor estaba de premio. Con su mirada, algún que otro ademán, mínimo y adecuado, y ante todo, con su sonrisa o su seriedad, daba a entender todo lo que podría estar pasando por la cabeza de ese personaje en cada momento, casi sin recurrir a sus frases de diálogo ya que, para él, éstas sólo eran un apoyo más. Su cara hablaba en cada plano. Esa era la grandeza de James Stewart.

Y no quedaba todo en Stewart. El resto del casting era como para asegurarse el golpe definitvo. Ben Gazzara, un militar impulsivo y celoso; Lee Remick, la esposa violada, provocativa y seductora; Arthur O’Connell, secundario entre secundarios, bordó al cien por cien al letrado borrachín amigo de Biegler y, como broche de oro, George C. Scoot. El único e incomparable George C. Scoot, en su cuarta película como actor, dando vida a un fiscal inteligente, tramposo y duro. Está claro que, con gente como ésta, su realizador, Otto Premiger (otro de los grandes), jugaba sobre seguro. Y ganó.

Anatomía de un Asesinato no sólo se ha convertido en un clásico por sus actores, insuperables, del primero al último. Todo se aunaba en esta genial película para alcanzar el rango de obra maestra. Al menos, en su género, en el judicial, es de las mejores. Por no decir la mejor, ya que títulos posteriores de temática similar (por ejemplo, la interesante Veredicto Final, con Paul Newman) la han utilizado siempre como referencia, sobre todo a la hora de tratar esa extraña relación creada entre abogado y cliente, en donde la verdad, el engaño y el silencio cobran vida como un solo cuerpo. Su elaborado guión, milimetrado, con sorpresas inesperadas y sin un solo cabo suelto que empañe su sorprendente final. Súmenle, para completarla, su excelsa fotografía en blanco y negro, merecedora del Oscar en esa categoría, y su académica realización, sin abusos incontrolados de movimientos de cámara innecesarios.

Drama, comedia, misterio e intriga. Todo tenía cabida en Anatomía de un Asesinato, incluida la presencia de Saul Bass, el hombre que hizo de los títulos de crédito todo un arte y que, para abrir esta cinta, montó un puzzle con el cuerpo de un cadáver. El mismo puzzle que, durante sus dos horas y media siguientes, acabó construyendo James Stewart.

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