Tarde de domingo. Tarde ideal para volver a ver alguna de esas películas que, en su día, me hicieron pasar un buen rato. Revuelvo entre mis DVD y me decido por una comedia afable, sin malos rollos. Se trata de Alta Fidelidad, una película basada en la novela homónima de Nick Hornby publicada en 1995. El británico Stephen Frears, un realizador un tanto irregular aunque con productos ciertamente notables y bien acabados en su haber, como Las Amistades Peligrosas o The Grifters (Los Timadores), entre otras, fue el encargado de llevar su adaptación cinematográfica a la pantalla grande, con resultados ciertamente honrosos.
Una sencilla aunque atractiva realización ampara el largo y tortuoso historial amoroso de Rob Gordon, el propietario de una vieja tienda de Chicago especializada en la venta de antiguos discos de vinilo para coleccionistas. Éste, a su vez, se convierte en el narrador de su propia epopeya amatoria, acercándonos a las cinco relaciones sentimentales que más le marcaron y centrándose, ante todo, en la de Laura, su última pareja, la cual le acaba de dejar sumido en la más profunda de las depresiones tras abandonarle para irse a vivir con un abogado un tanto cretino.
Lo mejor de este trabajo de Frears se encuentra en un espléndido y expresivo John Cusack, actor sobre el que recae casi todo el peso del film y, al mismo tiempo, en el divertido retrato que hace de algunos de los personajes secundarios del mismo, como el de los dos antogónicos e inolvidables vendedores de la tienda de discos o el del odioso letrado “levanta parejas” interpretado por un camaleónico Tim Robbins. A todo ello le podría añadir las atractivas y apreciadas colaboraciones, en plan “visto y no visto”, de algunos rostros tan populares como, entre otros, los de Catherine Zeta-Jones o el mismísimo Bruce Springsteen, convertido este último, y para la ocasión, en el lujoso Pepito Grillo particular del protagonista.
Jugando con continuos guiños a ciertos temas y géneros musicales y para exponer todo lo que le ocurre al atolondrado Rob Gordon, tanto en su tiendo como en el mundo de la pareja, el director inglés se apoya en un tipo de humor muy cercano al de algunas películas de Woody Allen consiguiendo con ello, al mismo tiempo, algún que otro gag ciertamente brillante (la violencia imaginaria utilizada por el protagonista para vencer al nuevo amante de su última pareja o las extrañas relaciones de sus dos vendedores con una clientela un tanto peculiar). Toda esa brillantez y sencillez descriptiva, así como la sabia utilización de los flash-backs, hacen perdonable la poca profundidad con que, en general, se acerca a los diversos temas expuestos en el film.
La nueva revisitación de Alta Fidelidad, cuatro años después de su estreno, demuestra que la película sigue conservándose fresca. Seguramente gracias a su falta total de pretensiones, a su ritmo narrativo y, ante todo, a su sano y siempre de agradecer sentido del humor.
Si tienen la ocasión de pillar su edición en DVD, no dejen de mirar las escenas descartadas. Hay una en concreto que siempre me será difícil entender el porqué fue eliminada del montaje definitivo. En ella, un sorprendido John Cusack se enfrenta a una mujer despechada por su marido y dispuesta a vender, en venganza, toda una colección de singles incunables, propiedad del esposo, por un precio ciertamente irrisorio. No tiene desperdicio. Y ella, además, es la siempre efectiva Beverly D’Angelo.
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