24.7.16

A punto de hibernación


Mike Thurmeier y Galen T. Chu han sido los directores encargados de llevar a cabo la quinta entrega de Ice Age, Ice Age: El Gran Cataclismo, una serie de animación que se inició en el 2002 y que ha ido mostrando las aventuras y desventuras de un grupo de animales que intentan sobrevivir a todo tipo de catástrofes climatológicas y geológicas desde la formación de la Tierra. Mamuts, zarigüeyas, perezosos, tigres y ardillas, entre otras muchas especies, se agrupan para hacer frente a todo tipo de desastres, siempre bajo un prisma (bastante dulzón) de glorificación de la unidad familiar.


Este episodio, uno de los más irregulares (por no decir directamente malos) de la saga, ya empieza a pedir a gritos que los responsables de la misma empiecen a pensar en la hibernación de la misma. La originalidad de los primeros capítulos ha desaparecido por completo, cayendo en la repetición abusiva de un sinfín de tics y tópicos ya demasiado conocidos por los espectadores.

En esta ocasión, la interesada ardilla Scrat, en su imparable persecución de una bellota para beneficio propio, con sus peligrosas piruetas provocará una serie de sucesos cósmicos que terminarán por amenazar al mundo de Ice Age con la caída de un asteroide; una ardilla que, a pesar de seguir siendo lo mejor y más divertido de la entrega (y aun conservando ese toque de homenaje a los cartoons más clásicos), empieza a resultar también un tanto cansina.

Quizá sea por ello que, en compensación a la falta de inspiración que demuestran los guionistas con Scrat, recuperan a la comadreja tuerta Buck (una especie de alter ego de Rambo), un personaje que vio la luz en su tercer capítulo (El Origen de los Dinosaurios) y que se olvidaron de incluir en el episodio anterior, el trepidante y más entretenido La Formación de los Continentes.


Excepto por momentos muy concretos (y en exceso aislados) y algún que otro (aunque poco sorprendente) guiño cinéfilo, El Gran Cataclismo avanza a ritmo muy lento. Almibarado, aburrido y con muy pocos alicientes en su haber. A Ice Age ya le empieza a pesar esa inevitable sensación de déjà vu que desprende. Renovarse o morir. O, en este caso y tal como he dicho anteriormente, lo mejor sería congelarse. Cuando ya ni las locuras de Scrat animan la platea, es mejor tirar la toalla.

19.7.16

Tiburón minimalista


Cerrada la trilogía con Liam Neeson de protagonista (Sin Identidad, Non-Stop y Una Noche Para Sobrevivir), el barcelonés Jaume Collet-Serra, afincado ya en tierras norteamericanas, con Infierno Azul se embarca en una serie B, plagada de efectivas cromas, deslumbrantes efectos digitales y filmada, en buena parte y aunque no lo parezca, en estudio, tras la que se esconde un minimalista homenaje al Tiburón de Steven Spielberg.

Y digo minimalista porque, aparte de estar rodada bajo mínimos, en su mayor parte de su breve metraje cuenta tan sólo con dos únicos protagonista: una surfista que acaba de quedarse varada en las aguas de una playa secreta y un tiburón blanco que la acosa para zampársela enterita. Dos protagonistas a los que, sin embargo, se les une un tercero en discordia: una gaviota herida a la que muchos, por puro entretenimiento, le están buscando toda clase de simbologías a su presencia.


Infierno Azul (pésima traducción de su título original, The Shallows, o sea, "aguas poco profundas") busca, clara y llenamente, el entretenimiento, sin más; tal cual. Y Collet-Serra demuestra ser un buen dominador del cine entendido como espectáculo, aunque que sea desde su vertiente más minimalista. En ningún momento pretende la grandilocuencia y el efectismo de la cinta referente de Spielberg, pero sí que se muestra como todo un experto a la hora de crear tensión y suspense en el patio de butacas.

Su digna y trabajada fotografía, sumada al poderío del realizador en la sala de montaje, a la acertada e inquietante banda sonora de Marco Beltrami y a la buena interpretación de Blake Lively (la misma de El Secreto de Adaline), consiguen que la película logre su principal y único propósito: mantener al espectador pegado en su asiento de principio a fin.


Lástima, de todos modos, de poseer un desenlace muy poco trabajado y un tanto precipitado, así como de una coletilla final muy made in USA y un tanto ridícula, metida por narices, a buen seguro, para ganarse al público norteamericano, muy dado a los toques con moralina y a la exaltación de los valores familiares por encima de todo.

Ideal para verla durante una de estas tardes calurosas que se nos avecinan. Fresquito en un cine con aire acondicionado y disfrutando con el chapuzón de 86 minutejos que se pega la Lively.

15.7.16

La niña que susurraba a los gigantes


Mi Amigo el Gigante significa el retorno de Steven Spielberg al cine familiar, ese cine que normalmente domina a la perfección. El guión de la recientemente desaparecida Melissa Mathison (la misma de E.T.) sobre la novela The BFG del prestigioso Roal Dahl publicada en 1982, sumada a la elección del gran John Williams para componer su (magnífica) banda sonora, apuntaba a que íbamos a encontrarnos ante una nueva y brillante fantasía orquestada por el Rey Midas de Hollywood.

Nada más lejos de la realidad. Todo se queda en su exquisita técnica cinematográfica, en el acierto de la atractiva fotografía de Janusz Kaminski y en 15 divertidísimos e ingeniosos minutos, bastante próximos al final de la cinta, en donde la reina de Inglaterra posee un protagonismo especial. Y es que, para narrar la amistad que surge entre una niña huérfana, Sophie, y un gigante bonachón que le hablará de las ventajas y desventajas de vivir en el País de los Gigantes, a Spielberg se le ha ido la mano en demasiados aspectos.

Su ritmo lento significa una enorme traba para que el público infantil (y también el más adulto) pueda conectar con la propuesta, consiguiendo, tan sólo con ello, que los más pequeños de la casa (y los más mayores también) acaben aburriéndose como marmotas e implorando que se acabe cuanto antes un cuento de casi dos horas de duración que, por otra parte, carece de alma y de magnetismo alguno.

En su monótona primera parte, insulsa a más no poder, tan sólo se muestra la relación que surge entre la niña y el coloso. No hay más que eso: un montón de aterciopelados (e incluso ridículos) diálogos entre ambos, que acaban por resultar de lo más tedioso y reiterativo. La cosa, aparte de algún que otro flamante detalle técnico, no avanza hacia ninguna parte. Los primeros bostezos empiezan a aparecer en la platea.


Su segunda hora, tampoco es que mejore mucho. Siguen los diálogos cansinos, el ritmo amuermante y la poca (o, mejor dicho, nula) fuerza narrativa. Los bostezos siguen, y en aumento, hasta que Spielberg, consciente de que el espectador se puede quedar totalmente dormido, a la falta de media hora para finalizar, nos regala un aislado cuarto de hora magnífico y gracioso para, en su recta final, volverse a columpiar de peor manera posible.

Dos horas insostenibles que, sin lugar a dudas, hubieran dado para un fabuloso cortometraje de media horita de duración. Ni se les ocurra llevar a sus pequeños a un tedio como éste.

8.7.16

El color del dinero


Con Money Monster, Jodie Foster vuelve a colocarse detrás de la cámara y, con la ayuda, delante de ella, de unos efectivos George Clooney y Julia Roberts, urde un entretenido thriller pseudopolítico en donde la economía y la corrupción van cogidas de la mano.

La cinta arranca cuando un joven desesperado entra en un plató de televisión y secuestra, en directo, al presentador y a los técnicos de uno de los programas estrellas de la cadena; un show, en clave de humor, en el que su principal responsable habla de economía y recomienda cierto tipo de inversiones a su audiencia con el riesgo que ello conlleva.


De hecho, Money Monster es un híbrido resultón de un montón de títulos fáciles de asociar, desde el contunde Tarde de Perros de Sidney Lumet, pasando por el Mad City de Costa-Gavras y desembocando en los más recientes Plan Oculto de Spike Lee y Cien Años de Perdón de Calparsoro. No es un film brillante, pero se ve con agrado y destaca, ante todo, por el vibrante pulso narrativo que le impone Foster y un trepidante montaje que no deja tiempo al aburrimiento para el espectador.


Lo peor del film es que, en general, su trama no resulta muy creíble del todo. Jodie Foster logra mantener la atención de la platea pero, al terminar la proyección, uno sale con la extraña sensación de que algo no cuadra en la propuesta. La tensión acumulada durante su (controlado) metraje nunca llega a tener un golpe de efecto irrevocable, mientras que sus mínimos (y necesarios) apuntes críticos a la corruptela dentro del sistema económico actual, resultan en exceso descafeinados.


Un quiero y no puedo que, sin embargo, está filmado con garra y estilo y, al mismo tiempo, aparte de ser un estimulante ejercicio cinéfilo lleno de referentes, nos ofrece un par de interpretaciones de altos vuelos, Clooney y Roberts, que dejan al tercero en discordia, Jack O’Connell (el secuestrador), a unos puntos por debajo de ellos.

5.7.16

Marcianada

Ya en 1996 Roland Emmerich castigó a las plateas de todo el mundo con Independence Day, una cinta en la que se narraba, de forma muy desacertada y a través de un tono exacerbadamente pro yanqui, una invasión extraterrestre en todo regla; un producto lleno de ridiculeces y de metraje exagerado (casi dos horas y veinte de proyección) al que Tim Burton, ese mismo año y de manera genial, le dio la vuelta por completo a través de su divertida Mars Attacks!.


20 años después, Emmerich vuelve a probar fortuna con su secuela, Independence Day: Contraataque, una nueva vuelta de tuerca sobre el mismo tema, aunque en 3D y mediante un festival de efectos especiales mucho más conseguidos que en su primera entrega. El resto es más de lo mismo: las mismas ridiculeces, idéntico canto patriótico y alguna que otra gotita humorística de lo más patética.


Para aderezar la marcianada, repite con algunos de los personajes del film anterior. Bill Pullman, que en la primera encarnara a un presidente de los EE.UU. dispuesto a combatir en primera línea a los alienígenas, refrenda el mismo rol, aunque ahora desde el punto de visto de un ex presidente hippioso y de modo no muy convincente, mientras que Jeff Goldblum vuelve a interpretar a un experto científico al que nadie hace ni puto caso, al tiempo que, entre otros, vuelve a contar con la presencia del profesor chiflado al que ya diera vida Brent Spiner. De propina, hay que contar con un montón de actores de la nueva generación de lo más soso e inconsistente, aunque por suerte, sin la presencia de Will Smith, nos ahorramos las sarta de gracias y chistes malos con que los nos torturó en su día. La verdad es que es una pena ver pasearse por este circo y más perdida que un gusano en un plaza de toros a la pobre de Charlotte Gaingsbourg en un papel de lo más innecesario.


La película no va más allá de los efectos especiales. Pura digitalización sin más materia prima. Su guión resulta de lo más absurdo (¡y eso que constan 5 tíos acreditados como guionistas!) y, tratándose en teoría una película  fantástica de acción, su falta de ritmo acaba por aburrir hasta a las musarañas. 

Nada. Nada de nada. Mucho querer epatar con sus imágenes, pero Emmerich sigue sin dar pie con bola. Y amenaza con una tercera parte.

3.7.16

El hombre que mutó

Se instaló en Manhattan Sur y se hizo amigo de Harry,el fuerte. Con éste y un cazador, viajaron hasta la puerta del cielo, lugar en el que, con la ayuda de un siciliano, consiguieron un botín de 500.000 dólares tras haber vivido 37 horas desesperadas. Unas naves misteriosas llegadas del espacio exterior y patrulladas por un sunchaser (cazador del sol) le abdujeron y, unos años después, fue devuelto a la Tierra convertido en Silvia Munt después de haber sufrido una extraña mutación.


Atendía por Michael Cimino y ayer nos abandonaba a los 77 años de edad.

Descanse en paz.