30.10.17

SITGES 2017: Jornada 7 (de westerns violentos, viudas vengativas, serial killers adolescentes y familias disfuncionales)

Por la mañana, a primera hora, pude disfrutar de Brimstone, una de las mejores películas del Festival y que, precisamente estos días, se puede también disfrutar a través de algunas plataformas de televisión y de su reciente edición en DVD y Blu Ray. La cinta, dirigida por el danés Martin Koolhove, es un western sobrio y duro, totalmente compacto y en el que sobresalen una maravillosa Dakota Fanning y un soberbio Guy Pearce, dando vida, este último, a un reverendo satánico y extremadamente hijo de puta. Narrada en cuatro capítulos desordenados temporalmente de forma expresa, Brimstone nos acerca al infierno que vive una mujer muda por culpa de la existencia de un sacerdote malévolo y vengativo. 148 minutos sin desperdicio alguno: cada nueva escena ofrece alguna pista para entender mejor el calvario de Liz, el principal personaje femenino de la excelente propuesta. A tener muy en cuenta, ante todo, el segundo acto, aquel que transcurre casi en su integridad en el prostíbulo de un pequeño pueblecito del Oeste. Canela en rama.


La segunda de la mañana ya fue otra cosa: un rollo tremendo, vaya. Se trataba de Marlina the Murderer in Four Acts, un film indonesio con cierto toque de western polvoriento que, dirigido por Mouly Surya y de manera altamente absurda, nos propone una extrañísima (y aburrida) historia de venganza en manos de una mujer que, tras enviudar, es violada por un grupo de hombres que a continuación también le roban las reses de su propiedad. Momentos de alto surrealismo (o, mejor dicho, de pedantería supina) al servicio de un largometraje que provocó varias fugas en el auditorio del Hotel Meliá. Escenas plagadas de un silencio absoluto, decapitados tocando una mandolina y un interminable viaje en un autobús destartalado, así como un caprichoso (y sin sentido) guiño al Quiero la Cabeza de Alfredo García de Peckinpah, son algunos de los ingredientes que sumieron a la platea en la modorra total. Personalmente, conseguí oír varios ronquidos en la sala. Y, como otros muchos, también emprendí la huida antes de quedarme totalmente sobado.


Más interesante fue My Friend Dahmer, la película de Marc Meyers que, basada en el cómic de Derf Backderf, narra los años de adolescencia de Jeffrey Dahmer, el denominado Carnicero de Milwaukee, un asesino en serio responsable de la muerte de 17 personas entre 1978 y 1991. De hecho, My Friend Dahmer se acerca a la extravagante personalidad de este sombrío personaje justo antes de iniciar su carrera homicida, en sus años como estudiante y bajo la atenta mirada de Derf, uno de sus compañeros de clase más cercanos. Film controlado, perfectamente interpretado y totalmente inquietante. En nada truculento, la cámara de Meyers se acerca a las excentricidades del polémico personaje intentando no juzgarlo en momento alguno, sino dejando que el espectador vaya descubriendo por si mismo los rasgos más oscuros de un joven que estaba direccionado hacia el crimen y el canibalismo. Turbadora y elegantemente sobria.


El día lo cerré con Matar a Dios, una alocada comedia española dirigida en comandita por Albert Pintó y Caye Casas. Su premisa argumental es ciertamente prometedora, pues la posibilidad de que Dios se aparezca en el seno de una familia disfuncional, durante las fiestas navideñas, y les proponga la posibilidad de salvar a dos de los suyos antes de que al amanecer se haya extinguido toda la humanidad, tiene su coña. La cosa, en un principio, funciona y la va amenizando con gruesas gotas de humor negro, pero sobrepasada la primera media hora de proyección, Matar a Dios queda encallada y cae en una repetición abusiva de todos sus gags; chistes que, en muchos casos, me resultaron tan facilones como poco inspirados. De todos modos, vale la pena tener en cuenta el buen trabajo de Eduardo Antuña, ese vendedor de quesos reconvertido en representante de actores en la serie televisiva ¿Qué Fue de Jorge Sanz?, sin lugar a dudas lo mejor de la irregular comedia.


Próximamente, un pelín más.

26.10.17

SITGES 2017: Jornada 6 (de pitufos marinos, bosques balcánicos y días de la marmota coreana)

El sexto día, el Auditorio del Meliá Sitges abrió con La Piel Fría, la adaptación cinematográfica de la novela de Albert Sánchez Piñol y en la que, contando con muy pocos personajes, se nos narra la tensión que sufrirán un farero y un estudioso cuando, en medio de una solitaria isla, hayan de enfrentarse a un ejército de criaturas marinas con un mucho de Pitufos por su aspecto azulado. Contando con un buen look visual, la película acaba aburriendo hasta a las musarañas, resulta cansinamente repetitiva y, en su traslación a la pantalla, ni sus guionistas (Jesús Olmo y Eron Sheean) ni su director (Xavier Gens) han sabido salvaguardar la fuerza de la novela original. La verdad es que, personalmente, me importaba un pimiento esa historia de amor, a lo bella y la bestia, que nace entre el científico y la desprotegida pitufa a la que los dos hombres deciden dar cobijo.


The Maus es un film español que, ambientado en Bosnia y Herzegovina (aunque, en realidad, filmado en bosques hispanos), nos narra una historia tensa, de violencia y mal rollete, cuando un joven matrimonio queda atrapado en un bosque bosnio tras tener una avería su automóvil. Allí, con la peligrosa presencia de un par de personajes no muy fiables, la pareja empezará a sufrir las consecuencias de la Guerra de los Balcanes. Su inicio es prometedor, inquietante y magnético. La cosa pinta bien, pero a la media hora, cuando ha agotado todos los recursos y el suspense inicial se ha deshinchado del todo, The Maus se convierte en un despropósito, lleno de falsos giros de guión y de situaciones pésimamente resueltas. Y atención a su artificioso y truculento final: de juzgado de guardia. Una fallida ópera prima la del asturiano Yayo Herrero.


A Day es un producto de Corea del Sur que, dirigido por Sun-ho Cho, se intenta erigir en un complejo homenaje de la magnífica Atrapado en el Tiempo de Harold Ramis. Sin llegar, en ningún momento, a la esplendidez narrativa y cómica del film de Ramis, A Day apuesta más por el drama y el suspense que no por la comedia y, rizando el rizo yendo más allá de un solo personaje, entra en el bucle temporal que sufren tres tipos distintos en la repetición de un mismo día. En este caso, un doctor intentará evitar la muerte de su hija ocurrida durante un brutal accidente de circulación; accidente en el que también estarán involucrados un taxista y el marido de una segunda víctima mortal. La película no empieza mal, pero por su afán (un tanto repelente) de involucrar a demasiados personajes en el mismo caracolillo, la idea se pierde en un maremágnum de chorradas e ingenuidades que sólo conducen hacia un final tan acomodaticio como apto para todos los públicos. Una verdadera chorrada que, al menos, posee el mérito de no aburrir.


To be continued…

24.10.17

SITGES 2017: Jornada 5 (de asesinas recicladas, camellos entre rejas, gallegos surrealistas y monjas calenturientas)

El lunes 9 de octubre, la jornada empezó de forma contundente con La Villana, un adrenalínico producto de Corea del Sur que, dirigido por Byung-Gil Jung (el mismo de Confession of Murder), narra las aventuras y desventuras de una mujer que, entrenada desde muy pequeña para matar, saldará sus delitos trabajando durante 10 años para el servicio de información bajo la falsa personalidad de una actriz teatral. Una cinta tan entretenida como acelerada, con un montón de escenas de acción perfectamente filmadas y coreografiadas tras el que, al servicio de un guión un tanto endeble aunque efectivo, se esconde una especie de remake encubierto de la francesa Nikita y de su homóloga americana La Asesina. Atención a sus delirantes (y divertidísimos) primeros minutos de proyección, todo un guiño a los video-juegos de acción en visión subjetiva y en los que, entre disparos y artes marciales, no queda vivo ni el apuntador.


La segunda de la mañana fue Brawl in Cell Block 99, un eficaz producto de serie B que, dirigido por S. Craig Zahlker tras haber debutado el año pasado con Bone Tomahawk, nos acerca a un contundente thriller urbano en el que un ex boxeador, después de trapichear para un narcotraficante, acabará con sus huesos en una cárcel de pesadilla. Protagonizada por un creíble (y brutal) Vince Vaughn y con una sorprendente colaboración de un desconocidísimo Don Johnson (en el rol de un alcaide sádico en dónde los haya), la curiosidad de la película radica en que, tras poseer una parte inicial rodada y narrada de manera totalmente realista (la degradación de un hombre al que la vida no ha tratado muy bien), se va decantando, a marchas forzadas y de manera consciente, hacia una locura tan irracional como violenta sin desdeñar, por ello, un saludable (o insano, según se mire) sentido del humor negro, muy negro, ¡negrísimo!.


Dhogs significó el toque español de la jornada; una película arriesgada, de producción gallega y hablada totalmente en gallego, en la que su debutante director, Andrés Goteira, sumerge al espectador en una espiral de violencia que se inicia con el encuentro fortuito en un hotel entre una mujer y un yuppie estresado. Navegando entre el realismo más puro y el surrealismo más descarnado, la cinta, estructurada a base de episodios relacionados entre sí y a los que el realizador les otorga cierto toque de teatralidad, va perdiendo gas a medida que avanza su proyección. Tanto es así que, al llegar a su trágico desenlace, la cosa ya ha perdido todo el interés para un espectador abrumado ante el mal rollo que se desprende de la mayoría de sus imágenes. Lo mejor del irregular aunque bienintencionado film, se encuentra en el buen hacer de sus actores y, ante todo y teniendo en cuenta su bajo presupuesto, en su cuidada y atractiva puesta en escena.



La cuarta jornada la terminé con The Little Hours, una pequeña película norteamericana de Jeff Baena (el de Life After Beth) que, ambientada en un convento durante la Edad Media e inspirándose directamente en El Decamerón de Boccaccio, llena la pantalla de monjas mal habladas y calenturientas que pretenden encamarse con el nuevo mozo recién llegado al lugar. A destacar la presencia de John C. Reilly encarnando a un curioso e inefable sacerdote y, ante todo, su primera media hora de proyección, tan divertida como sorprendente. Después la cosa pierde fuelle y se adentra en asuntos demasiado forzados para seguir llamando la atención de la platea. Una lástima todo ese guiño a las brujas de Shalem que adorna su apartado final. Humor gamberro venido a menos.

En la próxima entrega, un poquito más.

21.10.17

Nadie dejará de hablar de él cuando se haya muerto

Ayer inicio un viaje sin retorno. Escapó de la habitación de Fermat y, con sólo unos pasos, logró salir del laberinto del fauno para pillar el último tren; un tren que le conduciría al final del túnel, justo en el lugar donde estuvo el paraíso. Su nombre, Federico Luppi, también conocido como Martín (Hache).

Montado en caballos salvajes y cabalgando a través de la nieve negra, se enfrentó a hombres armados y sufrió muy de cerca el espinazo del diablo. Puro éxtasis el que vivió con un grupo de incautos en Lisboa, un lugar en el mundo en donde, a pesar de la distancia y por cuestión de principios, rememoró un montón de lugares comunes.


Hoy, para él, sonará la vieja música. Descanse en paz.

20.10.17

SITGES 2017: Jornada 4 (de violencia callejera, vengadores urbanos y fantasmas con sábana incluida)

El domingo 8 de octubre, el Auditorio se despertó con el ritmo trepidante de Bushwick, un film norteamericano que, dirigido al alimón por Cary Murnion y Jonathan Milott, nos propone una acelerada historia, llena de contundentes planos secuencia, en donde una joven, tras bajarse del metro en el barrio de Bushwick de Nueva York, se verá envuelta en una violenta odisea al descubrir, atemorizada, que las calles se han llenado de hombres uniformados y armados que disparan a matar a todo aquel que se ponga en su punto de mira. Un film tenso, entretenido y violento que logra mantener la atención del espectador durante una buena parte de su proyección, justo hasta el momento en que la cinta desvela el porqué de esa matanza callejera; un bajón que, sin embargo, no le resta interés a un producto que se mueve entre el vibrante estilo de los vídeo-juegos más sanguinarios y el espíritu de supervivencia, apoyándose, en todo momento, en el buen hacer de Brittany Snow, su protagonista femenina, y Dave Bautista, su partenaire masculino, esa mole inmensa que en Guardianes de la Galaxia da vida al gigantón Drax. Un entretenimiento sin más.


Darkland, thriller danés dirigido por el checo Fenar Ahmad, es un compacto y visceral trabajo que retoma por enésima vez el imperecedero tema de la venganza. Ambientada en la ciudad de Copenhague, nos muestra como un reputado cirujano iraquí, tras el asesinato de su hermano menor en manos de una banda, movido por el sentimiento de culpabilidad de no haberse encargado más de éste, decide tomarse la justicia por su mano. Un justiciero urbano a las antípodas de los que interpretó habitualmente Charles Bronson ya que, en este caso, el dibujo de sus personajes principales es mucho más profundo, sus escenas violentas (que de haberlas, haylas, y en cantidad) más explícitas y, de pasada, ahondando un tanto en la problemática de los guetos de inmigrantes en nuestra sociedad actual. Correcto e interesante. Por cierto, me gustaría resaltar el parecido físico de su principal protagonista masculino, Dar Salin, con Vin Diesel: tomen nota los yanquis para un posible remake.


La jornada la terminé con una de las mayores tomaduras de pelo del certamen, A Ghost Story, otra paja mental más que, en este caso, intenta ofrecer una nueva visión del cine sobre fantasmas; una perspectiva pedantilla y ridícula al mismo tiempo, ya que su espectro (como si de un cuento infantil se tratara) se pasa todo el metraje pululando como una ánima en pena cubierto por una sábana con un par de agujeros en los ojos. Tal cual. Protagonizada por Casey Affleck (el fantasmita de marras) y Rooney Mara (la viudita afligida), y dirigida por David Lowery (el de la última adaptación de Peter y el Dragón), la cinta, cargada de metáforas y estúpidas segunda lecturas, es aburrida y lenta hasta extremos insospechados; tanto es así que, durante casi cuatro largos minutos, podemos asistir, por ejemplo, a una escena, de plano fijo, en la que Rooney Mara, apesadumbrada y sentada en el suelo de su cocina, se zampa una inmensa tarta a desgana mientras es observada, a lo lejos, por la triste figura del fantasma enfundado en la sábana; sábana que, por cierto, a lo largo de su proyección y queriéndole otorgar cierto toque de veracidad a la cosa (¡alucina, Mari Pili!), se va ensuciando con el paso del tiempo. Ver para creer. Aún no sé qué narices nos ha querido contar el tal Lowery con tal disfunción cinematográfica.


En el próximo post un poco más de este Sitges 2017.

19.10.17

SITGES 2017: Jornada 3 (de sueños repetitivos, novicias morbosas, sociedades distópicas, reservas indias y ritos satánicos desmelenados)

La verdad es que me apetecía mucho ver el primer film del día, Muse, la nueva del catalán Jaume Balagueró, un cineasta del que suelen engancharme la mayoría de sus propuestas, con lo cual, tras la proyección, la decepción fue aún mayor. La historia que plantea, llena de sectas y sueños premonitorios, aparte de resultar descabellada e ilógica, está llena de poros por todas partes. Más allá de cuatro escenas oníricas impactantes arropadas por una brillante dirección artística, del correcto trabajo interpretativo de su plantel de actores y de su cuidada interpretación, la cinta se pierde en medio de un guión un tanto ridículo y deslavazado, pues es tan poca la fuerza narrativa empleada que, al espectador, le acaban importando un pimiento los avatares de dos personajes desconocidos que, en sus respectivos sueños repetitivos, ven siempre a la misma mujer morir de idéntica manera. Por cierto, qué pena da ver lo que se ha llegado a envejecer Franka Potente.


La mañana siguió de forma aún mucho más pesarosa con la proyección del film británico The Book of Birdie, una paja mental, cargada de simbología religiosa, lenta y repetitiva, en la que su realizadora, Elizabeth E. Schuch, a través de una joven adolescente huérfana cuya abuela la interna en un convento, intenta orquestar una intelectualoide crítica sobre la religión y la fe difícil de digerir. Su cargante puesta en escena (en la que incluso, sin venir a cuento, inserta escenas de animación), su somnoliento ritmo narrativo y la insulsez de su protagonista, Ilirida Memedovski, hacen de éste un producto tedioso y totalmente olvidable. La primera menstruación, los escarceos sexuales de la novicia con la hija del jardinero del lugar y las conversaciones de la joven con el cadáver de una monja suicida, son algunos de los ingredientes del patético y pretencioso cóctel en donde el toque onírico, al igual que en el título de Balagueró, tampoco podía faltar.


Con The Bad Batch la cosa no es que mejorara mucho. La cinta, dirigida por Ana Lily Amirpour (la misma que presentara en Sitges hace unos años Una Chica Vuelve a Casa Sola de Noche), nos presenta una historia distópica ambientada en una apocalíptica sociedad futura muy al estilo de Mad Max en la que, en pleno desierto de Texas, conviven caníbales, drogadictos e inmigrantes sin papeles. No se puede negar que la cinta empieza de forma prometedora con el secuestro de una joven a la que un grupo de caníbales le amputan una pierna y un brazo, aunque todo comienza a desinflarse tras lograr escapar de ellos para llegar a una nueva comuna dominada por un ser mesiánico (un engordado Keanu Reeves) que obliga a comulgar con tripis a sus súbditos. La lógica de su primera parte desaparece por completo, convirtiéndose en una locura sin sentido y sin lograr hacer creíbles los actos y las decisiones de su protagonista femenina, una espléndida Suki Waterhouse, lo mejor del producto, sin lugar a dudas, junto con la extraña colaboración de un desconocidísimo Jim Carrey dando vida a un solitario y sucio vagabundo mudo. Por cierto, si alguien me explica el significado de la escena final, me hará un favor inmenso.


Por suerte, con la proyección de la excelente Wind River se logró encauzar de alguna manera la patética jornada. Dirigida por Taylor Sheridan (guionista de Sicario y Comanchería), este es un magnético thriller que transcurre en los alrededores de una reserva india y en la que un cazador de animales depredadores descubre el cadáver de una joven asesinada medio enterrada en la nieve. La cinta se centra en la investigación que éste y una novata agente del FBI inician para dar con el asesino. Sobria, perfectamente narrada, con un modélico dibujo de sus principales personajes y con un spring final digno de tener en cuenta: más no se puede pedir. Jeremy Renner, Elizabeth Olsen y Graham Greene se llevan el gato al agua con su solvencia en un producto en donde el misterio, el racismo y los malos rollos de un pasado muy cercano se mezclan con perfecta fluidez. De lo mejor del Festival hasta el momento.


Ya, en sesión golfa, se volvió de nuevo al sinsentido total y absoluto con Tonight She Comes, un delirante producto imposible de definir y en la que un grupo de jóvenes (dos chicas y dos chicos) se verán envueltos en una enloquecida y absurda patraña, sin pies ni cabeza, en donde rituales satánicos, muertos vivientes, sangre a borbotones y fenómenos inexplicables que ni siquiera su propio director y guionista entiende, un tal Matt Stuertz que, en sus delirios visuales y narrativos, demuestra ser un completo inútil: de hecho, a él sólo le interesaba verter gore al precio que fuera (tampones ensangrentados incluidos), cuatro desnudos femeninos y unas gotitas de humor de lo más burdo para amenizar la función. El guión es lo de menos, la cuestión es hacer ruido, mucho ruido, cuanto más mejor y, a ser posible, apoyándose en una música machacona y repetitiva. Lo más preocupante del asunto es saber el porqué, con una calidad tan ínfima, esta cinta ha sido seleccionada para ser proyectada en este Festival.


To be continued…

18.10.17

SITGES 2017: Jornada 2 (de muñecas diabólicas, enfermedades surrealistas y actrices comprometidas)

El viernes 7 de octubre, segundo día del Festival, el Auditorio del Meliá Sitges amaneció con Annabelle: Creation, una precuela de los Expedientes Warren que, en esta ocasión, nos muestra los orígenes satánicos de una muñeca (la Annabelle del título) que ya se ha convertido en un icono del cine de terror. Dirigida por David F. Sandberg, el mismo de Nunca Apagues la Luz, este es un film efectivo que, a pesar de no ofrecer nada nuevo al género, mantiene la atención del espectador y se muestra capaz de crear un insano ambiente enrarecido e inquietante en la platea. Ambientada en la casa de un fabricante de muñecas quien, años después de perder a su hija en un accidente, decide aceptar en su domicilio a un grupo de seis huérfanas acompañadas de una monja, esta es una precuela mucha más digna que su antecesora, Annabelle. De hecho, Annabelle: Creation termina justo cuando se iniciaba el irregular título anteriormente citado. Un entretenimiento cargado de sustos y escenas tensas que, sin embargo, nunca pasará a la historia del cine por su poca (o nula) originalidad.


La mañana continúo con El Sacrificio de un Ciervo Sagrado, el nuevo largometraje del autor de la sobrevalorada Canino y de la insoportable Langosta, el griego Yorgos Lanthimos y que, al igual que en el último título citado, vuelve a contar con la colaboración de Colin Farrell quien, en esta ocasión, está acompañado de Nicole Kidman. Al igual que en sus otros dos films, la primera media hora resulta lo más tentador del invento ya que, el tal Lanthimos, sabe tentar a la perfección al espectador jugando, como siempre, entre el absurdo más absoluto y una peculiar atmósfera entre inquietante y un tanto enfermiza. Después, una vez descifrada un tanto la trama, la cosa empieza a perderse, cayendo en reiteraciones muy cansinas y apoyándose en un lentísimo tiempo narrativo capaz de provocar la somnolencia en el espectador; una somnolencia que ni siquiera pueden evitar las buenas interpretaciones de su pareja protagonista. La cinta narra la degradación y la enfermedad que asaltan a un matrimonio con dos hijos que se ven tocados por las malas artes (no muy bien plasmadas en pantalla) ejercidas por un joven que está dispuesto a vengarse de un hecho del pasado provocado por el padre de familia, un reputado cirujano que mantiene una extraña relación con el muchacho. A pesar de su buena factura, sigue la tónica de sus productos anteriores: o sea, rara y aburrida hasta extremos insospechados. Un timo más del Lanthimos (sin que valga la redundancia).


Personalmente, la jornada la cerré asistiendo a la rueda de prensa otorgada por Susan Sarandon, actriz que acudió al certamen para recoger un premio honorífico y presentar, en sesión golfa, una proyección de su ya mítica The Rocky Horror Picture Show. En ella, habló con mucha profundidad, de la excelente serie televisiva Feud, en la que daba vida a Bette Davis para plasmar así la relación de ésta con Joan Crawford durante el rodaje de ¿Qué Fue de Baby Jane?, esta última interpretada por Jessica Lange en la pequeña pantalla.

Dando un repaso a su extensa filmografía, quiso puntualizar, entre otras cuestiones, que el personaje por el que siente más apego de toda su carrera es el de la hermana Helen Prejean de Pena de Muerte, rol que le llevó a conseguir su único Oscar.


Haciendo gala de su compromiso social y político, como buena activista que siempre ha demostrado ser y en referencia al momento actual que vivmos en Catalunya, quiso dejar bien claro que siempre estará al lado de la autodeterminación de los pueblos. Maravillosa Susan Sarandon.


En el próximo post, un poco más sobre el 50 aniversario de Sitges. 

17.10.17

SITGES 2017: Jornada 1 (de mujeres enamoradas de un pez, familias acosadas por sectas y émulos de Star Wars y similares)

El pasado sábado finalizaba la 50ª edición del Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Sitges; una edición marcada, ante todo, por la presencia de rostros famosos y actos de todo tipo aunque, en parte, tocada por una de las programaciones cinematográficas más irregulares de los últimos años.


Antes de pasar a hablar de las películas que he podido visionar durante los diez días que duró el certamen, les dejo un link con el palmarés de este año.

Doy un salto al pasado y viajo hasta el jueves 5 de octubre, la jornada inaugural; una jornada que abrió con La Forma del Agua, el nuevo film de un Guillermo del Toro que, en esta ocasión, también apadrinó el Festival de este año. Su cinta, protagonizada por unos espléndidos Sally Hawkins, Richard Jenkins y Michael Shannon, está ambientada en la Norteamérica de los años 60, en plena guerra fría, y nos acerca a la historia de amor que nace entre una joven muda, empleada como mujer de la limpieza en un laboratorio militar, con un hombre pez fruto de un experimento científico. Una nueva vuelta de tuerca al mito de la bella y la bestia, en la que del Toro, a través de un despliegue visual tan atractivo como muy personal (fiel a su cine de siempre), se embarca en un producto melodramático y fantasioso que, por momentos, roza la comedia aunque, en el fondo, apuesta por una imparable tragedia cargada de tintes poéticos. Algunos altibajos en su narración no suponen impedimento alguno para que esta fábula se haya convertido en uno de los títulos más recordados y (a pesar de sus irregularidades) más loados del certamen, empezando por la exquisita banda sonora compuesta por Alexandre Desplat. Atención, ante todo, a sus magnéticos (e inundados) títulos de crédito iniciales.


A continuación, tuvimos que sufrir una serie B (tirando a Z) que llevaba por título Jackals, una especie de Perros de Paja en plan patético y en formato familiar: o sea, una familia en el interior de una cabaña solitaria en el bosque y acosada por una secta sanguinaria que, con sus embates, pretende recuperar a uno de sus hijos al que habían secuestrado con anterioridad. Ridícula, pésimamente planificada (y montada) y con un plantel de actores totalmente desmelenados, de entre los que destacaría a una envejecidísima Deborah Kara Unger en el rol de la madre sufridora. Dirigida por Kevin Greutert, la cosa quiere asustar y no asusta y pretende epatar con su supuesta línea gore y en realidad te deja indiferente. Hacía tiempo que no me enfrentaba a un título cargado de tantos personajes sin entidad alguna. Mejor corramos un tupido velo.


La jornada la terminé con Science Fiction Volume One: The Osiris Child, un entretenido film de ciencia ficción muy deudor del cine de los 80 que, dirigido con cierto brío por Shane Abbess, pretende abrir (tal y como su título indica) una nueva serie cinematográfica. Un poco de todo, aunque un tanto sin pies ni cabeza, al servicio de una historia en la que pilla un mucho de Star Wars, otro poco del ritmo de los Indiana Jones y otro tanto del sinfín de películas nacidas al amparo de la saga galáctica de George Lucas. Planetas interestelares, una niña con ganas de reencontrarse con su padre militar, evasiones de cárceles futuristas, monstruos gigantescos e imperios malignos con poco aprecio por la población; todo ello filmado con mucho fuerza aunque con muy poca chicha argumental. Más de los mismo, lo que hace que al salir del cine, uno olvide a los pocos minutos todo cuanto acaba de ver.


En el próximo post, más sobre el 50 aniversario del Festival de Sitges; un Festival que, por cierto, ayer noche, tras la detención de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, se posicionó y colgó un tweet sobre el tema. Chapeau.
¿Mandan a prisión a gente pacífica que organiza manifestaciones pacíficas? ¡Pensábamos que el Festival había terminado ayer!