27.1.14

Familia


Agosto es la traslación a la pantalla grande de la obra teatral de Tracy Letts, dramaturgo que, por otra parte, también se ha encargado de escribir su libreto cinematográfico. Producida, entre otros, por George Clooney y dirigida por otro guionista y productor, John Wells -el mismo que hace unos años dirigiera la interesante (aunque irregular) The Company Men; la película nos sirve en bandeja de plata los secretos e insatisfacciones de los miembros de una familia que se reúnen al completo motivados por la desaparición del padre de familia de su domicilio conyugal.

Tres hermanas y una madre aquejada de un cáncer de boca en estado avanzado. Junto a ellas, sus respectivas parejas, sus tíos y, cómo no, sus hijos. Nada ni nadie es tan perfecto como parece a simple vista. Ni siquiera la desaparición del padre está muy clara. La tragedia está a punto de explotar en el seno de la familia Weston y, con ella, un asfixiante desfile de recelos y sentimientos que nunca antes habían aflorado de manera tan rotunda.


Sin esconder en ningún momento su procedencia teatral y ambientada, en su mayor parte, en el interior de la casa propiedad de Beverly y Violet Weston, la cinta hace palpable al espectador ese calor tan propio del Medio Oeste norteamericano en plena canícula veraniega. Una casa cuyas paredes se han convertido en testimonio de excepción de un sinfín de confidencias y sucesos ciertamente dolorosos; sucesos que, a marchas aceleradas, irán saliendo a la luz para acabar de desmoronar del todo a una familia en plena ebullición psicoterapéutica.

Calurosa, tensa e incluso claustrofóbica. Un crescendo melodramático, lleno de sorpresas en su narración, que marcarán para siempre la vida de los Weston. Un guión conciso, sin florituras innecesarias, que poco a poco y con la ayuda de la excelente banda sonora de Gustavo Santaolalla, va perfilando los caracteres de cada uno de sus protagonistas. Drogadicción, alcoholismo, racismo y relaciones sentimentales muy poco claras. En casa de los Weston hay un poco de todo. Y John Wells, con la ayuda del propio Tracy Letts, destapa cada uno de los insondables misterios que, desde hace años, ha ido marcando la naturaleza de sus implicados.


Chris Cooper, Ewan McGregor, Margo Martindale, Delmot Mulroney, Julianne Nicholson, Abigail Breslin, Juliette Lewis, Benedict Cumberbacht o un fugaz (aunque impresionante) Sam Shepard, conforman sólo una parte de ese extraordinario plantel de actores que, con su trabajo, brindan al espectador un inolvidable festín interpretativo. Y, coronando ese bullicioso y talentoso cuadro escénico, un par de guindas de lo más sabroso, dos señoras de aúpa en un duelo melodramático de alta envergadura: Meryl Streep y Julia Roberts; Streep vs. Roberts. La primera dando vida a Violet Weston, una madre enfermiza, adicta a las pastillas y dotada de una provocadora lengua viperina con la que está dispuesta a no dejar títere con cabeza, mientras que la segunda, la Roberts, a través de una de sus mejores actuaciones en años (atención a sus controladísimas y sobrias miradas de odio), cargando con el rol de Barbara Weston (Barb para los más íntimos), la hija mayor de Violet y Beverly, una mujer que, aparte de lidiar con un matrimonio fracasado y una hija en plena edad del pavo, no dejará de sorprenderse ante el cúmulo de confidencias que se irán desvelando ante ella. 

Dicen que en todas partes cuecen habas. Pero, en casa de los Weston, las cuecen tanto que incluso llegan a quemarlas. Todo un irrenunciable festival de sentimientos encontrados y familias en pleno proceso de descomposición. No la dejen escapar. Las emociones están a la orden del día.

21.1.14

Money, money, money...


Desde que en 1985 nos obsequiara con la muy desfachatada y negra Jo, ¡Qué Noche! (patético título español de After Hours), Martin Scorsese no había vuelto ha vuelto a pisar el terreno de la comedia, a excepción de algunos ramalazos de la misma en la muy delicada e imponente LaInvención de Hugo. Con su nuevo film, El Lobo de Wall Street, el director neoyorquino regresa de nuevo al género.

El Lobo de Wall Street se acerca, de forma satírica y un tanto alocada, a la vida de Jordan Belfort, un cínico de muchísimo cuidado que labró su propia fortuna a costa de los demás. Un tipo que tenía muy claras sus intenciones en esta vida: hacer dinero, mucho dinero, aunque para ello tuviera que recurrir a estrategias muy poco éticas y en nada legales. Antes de los 20, empezó a trabajar como bróker en Wall Street y, a los pocos años, montaba su propia empresa bursátil, la Stratton Oakmont, en compañía de un socio tanto o más descerebrado que él, Donnie Azoff.


La cinta, ambientada a finales de los años 80, más que una disección del funcionamiento económico de la sociedad actual, se centra, ante todo, en los desmanes y excesos del tal Belfort, un joven sin escrúpulos que dilapidaba gran parte de sus millonarias ganancias (aparte de en grandes mansiones, yates y helicópteros) en pagarse sus propios vicios: drogas de todo tipo y colores, alcohol y mujeres; adicciones, todas ellas, tratadas desde un prisma absolutamente gamberro y que, en la vida real, fueron dejando al descubierto, ante los ojos de la ley, los sucios tejemanejes de él y su socio.


Scorsese, a sabiendas de que la mayoría de espectadores son pocos duchos en materia económica, deja a un lado temas que podrían resultar farragosos y complicados y, aunque esbozándolos siempre levemente para demostrar la poco fiabilidad de sus protagonistas, apunta directamente a enseñar la irreflexiva existencia de un tipo que iba de sobrado (¡y muy colocado!) por la vida.

Su humor es de lo más incivil, por momentos hasta delirante, consiguiendo, con ello, pasajes de absoluta (aunque cáustica) jocosidad, como la escena del colocón a base de pastillas que deja a Jordan y a Donnie totalmente descompuestos en pleno acoso por parte del FBI, o la que la mujer de Jordan, ante la hija pequeña de ambos, intenta castigarle negándole el sexo por sus excesos extramatrimoniales.


Leonardo DiCaprio -que ya había flirteado anteriormente con la comedia en Atrápame Si Puedes-, en la piel del convulsivo Jordan Belfort, demuestra sus grandes dotes cómicas y, tanto por su magnífica interpretación como por su continua presencia en pantalla, acaba por convertirse casi casi en el amo y señor de la película. Y digo “casi casi” porque su segundo de abordo, un impresionante Jonah Hill, está que se sale en el papel de su (igualmente descontrolado) socio y amigo Donnie, otro tarambana al que los narcóticos le van más que a un tonto un caramelo.


Gracias a su ritmo trepidante, la tres horas de metraje pasan en un abrir y cerrar de ojos. Scorsese está en estado de gracia. Se acerca al mundo del feroz capitalismo actual con la escopeta cargada y, sin aburrir al personal con detalles técnicos, nos deja bien claro que los crápulas que se están metiendo nuestro dinero en sus bolsillos son unos hijos de puta de muchísimo cuidado. Y lo hace de forma divertida, sin comidas de coco, sin desdeñar alguna que otra incursión melodramática (la tensa discusión matrimonial) y, al mismo tiempo, presentándonos una fauna ciertamente demoledora. Y es que, alrededor de Jordan y Donnie, pululan un montón de personajes a cual más peculiar y sospechoso. No se la pierdan.

1.1.14

Recapitulando (y II): Lo más peor del 2013

Hoy toca empezar el 2014 con lo peor de la cosecha cinematográfica del 2013. Voy directo al grano. Y, como siempre, de lo peor a lo más peor: del 10 al 1.

10.- Elysium. Con este film, el sudafricano Neill Blomkamp, ha querido repetir el éxito conseguido hace 4 años con su estimulante y original District 9. De hecho, se trata igualmente de otro producto de ciencia ficción, ambientado también en una sociedad futurista en donde los pobres viven en pésimas condiciones sobre la faz de la Tierra, mientras que los millonarios se han montado un lujoso planeta artificial, en una estación espacial, denominado Elysium. La idea genérica tiene su gracia, pero la cosa ya empieza perdidísima: repite constantes (aquí ya desgastadas) de su trabajo anterior y se ampara en un guión tan ridículo como poco creíble, de esos que se atragantan a cada nueva escena. Matt Damon hace lo que puede (o sea, poquita cosa), mientras que Jodie Foster da vida, de forma alarmantemente patética, a una malvada de tebeo barato. Para mear y no echar gota.


9.- El Atlas de las Nubes. Un collage deslavazado y con pretensiones filosóficas de tres al cuarto, urdido a tres manos (¿o serán seis?) por los inventores del dichoso Matrix (Andy y Lana Wachowski) y Tom Tykwer, el de El Perfume. Una empanada mental, de casi tres hinchadísimas horas de proyección, que indaga en las causas y efectos futuros para toda la Humanidad de las acciones individuales. Seis son las historias por las que se mueven los tres directores; seis fabulas que van alternándose de manera aleatoria a lo largo de su dilatado metraje, un tanto sin orden ni concierto y con mínimos puntos confluentes, desde el siglo XIX al XXIV, del esclavismo a un futuro desolador, pasando por un presente marcado por las fuentes energéticas y en donde sus protagonistas principales (patéticos Tom Hanks y Halle Berry, entre otros muchos) dan vida, cada uno de ellos, a más de media docena de personajes distintos, a veces a través de un trabajo de maquillaje modélico y, otras, de una forma bastante ridícula y acartonada. Un cansino baile de máscaras ciertamente agotador y grotesco. Tanto director para un desaguisado presuntuoso y de envergadura faraónica: querían un film de culto y se ha quedado en una bronca de mucho cuidado.


8.- Bestias del Sur Salvaje. Disfrazada de alegoría poética y plagada de simbolismos, la ópera prima del neoyorquino Benh Zeitlin se acerca a los miedos infantiles de la pequeña Hushpuppy, una niñita de 6 años que malvive, junto a su padre y sus vecinos, en una olvidada comunidad de una zona pantanosa cercana al Mississippi. La idea, en un principio, es buena: explora el mundo de la pobreza y, al mismo tiempo, intenta esbozar un comprometido canto ecológico, pero su narrativa, a golpe de numerosas segundas lecturas y metáforas, acaba resultando de lo más indigesto e irrisorio, amén de pedante. Por si no tuviera suficiente con tantas alegorías, se dedica a marear al espectador con la utilización de un director de fotografía tocado de Parkinson quien, cámara en mano y sin ton ni son, se dedica a seguir las desventuras de la cría protagonista mediante un sinfín de vaivenes tremulosos ciertamente molestos. Para visionar llevando unas cuantas biodraminas en el bolsillo.


7.- To The Wonder. No teniendo suficiente con el peñazo de El Árbol de la Vida, Terrence Malik se saca de la manga una especie de suplemento a tal innombrable film para volver a explorar en las relaciones de pareja y, ante todo, a divulgar, pese a quien pese y a voz en grito, que Dios existe. Una nueva tortura cinematográfica, de tratamiento fotográfico similar al de un inacabable spot publicitario y que, a pesar de tratarse de una especie de culebrón televisivo barato, sabe disfrazarlo de falsa trascendencia para que los cuatro contados entusiastas de su obra le aplaudan a rabiar. Prácticamente sin diálogos, la cinta se apoya en una serie de imágenes fragmentadas (¡cinco montadores ha necesitado el muy soberbio!) adornadas por las voces en off de la mayoría de sus protagonistas: pensamientos y divagaciones de una petulancia que, por su insistencia, llegan a rozar el ridículo. Un inaguantable y vanidoso sermón cinematográfico. Lo que les digo: una mierda pinchada en un palo.


6.- Oblivion. Dirigida por Joseph Kosinski, se trata de un trabajo pretencioso, lleno de numerosas concesiones a la taquilla, que, en el fondo, no es más que otro descarado producto para potenciar la figura de su protagonista principal, Tom Cruise, todo un experto en robar planos a sus compañeros de profesión. Las intenciones del film, claramente futurista, en un principio son buenas. Pero no pasa de las intenciones. Pretende recuperar el espíritu más clásico del género homenajeando a títulos punteros del mismo, pero se pierde en un maremágnum de lagunas y episodios en nada clarificadores, convirtiendo la historia planteada en una losa (a menudo indescifrable e ilógica) para el espectador. La historia que plantea se apoya en un guión enmarañado y pésimamente plasmado, con lo cual lo único que consigue es que no avance en sentido alguno. Un producto fallido, aburrido y torpemente abultado. A años luz de los grandes clásicos de la ciencia-ficción a los que pretende acercarse.


5.- Los Amantes Pasajeros. Pedro Almodóvar ha intentado un retorno a la comedia “loca” y “popera” que tan bien le funcionó en los 80, pero los tiempos han cambiado y su teórica irreverencia ya no es ni fresca ni inspirada. Una sátira forzada, sin gracia alguna y alarmantemente amariconada, sobre los films de tragedias aéreas. Llena de personajes e historias estereotipadas, lo único que en realidad le interesa al director manchego es potenciar al máximo al trío de azafatos “locuelos” encargado de la clase VIP de un avión: tres mariconas que parecen escapadas de esas comedias cutronas con las que Ozores y similares nos castigaban en los 70, aunque muy pasados de rosca, hablando sin parar de nabos y pollas y cuya cumbre escénica se localiza en la insoportable coreografía del tema I’m So Excited de las Pointers Sisters. Ese desmadre obsceno que en Pepi, Luci y Bom tenía gracia debido a su carácter transgresor, repetido treinta años después resulta patético, extremadamente falso y decadente. Soporífera, monótona, sin (puta) gracia y sin un guión mínimamente coherente. Una burla total, sin sentido, construida a golpe de rabos y culos. Con Almodóvar hemos topado.


4.- Sólo Dios Perdona. Tras el éxito de Drive, Nicolas Winding Refn vuelve a contar con Ryan Gosling como protagonista quien, en esta ocasión y en consonancia con la película, hace alarde de una interpretación de lo más cargante e inexpresiva. Dotada de una cuidadísima y rojiza fotografía, el film, salpicado con pasajes de violencia extrema, está narrado con una lentitud exasperante y, a pesar de las intenciones de su realizador por urdir un producto complejo, se trata de un trabajo de los más simple: no es más que el reflejo de una venganza (de las de toda la vida) complicada con retazos pretenciosos de gran cine de autor. Ni siquiera la presencia de una sobreactuadísima Kristin Scott Thomas logra hacer olvidar la pedantería que destila su metraje. Sexo, violencia, impotencia y cobardía: las cuatro claves básicas de un film que, a pesar de su opulencia visual y descriptiva, dejan claro la petulancia que se esconde tras su creador. Y es que no hay nada peor que querer ser David Lynch sin ser David Lynch. Un trabajo sin término medio: o se le ama o se le odia. Personalmente, me apunto a la segunda opción. Y es que empiezo a sospechar que su anterior película se la hizo otro.


3.- El Muerto y Ser Feliz. Javier Rebollo nos ha vuelto a ofrecer un bollo; un bollo total y absoluto. Un producto ofensivo, de esos que hacen las delicias de los gafapastas y que, en realidad, aburren hasta a las musarañas. Una historia absurda, lenta y monótona que, disfrazada de road-movie, amaga todo un festival de pedanterías sin parangón. Protagonizada por un esforzado José Sacristán (lo mejor del invento, sin discusión alguna) y dotada de un guión minimalista, pretende narrar las aventuras y desventuras (eso de “aventuras” es un decir) de un asesino profesional que, tras serle diagnosticada una enfermedad terminal, emprende su último viaje por carretera en compañía de una mujer a la que recoge por el camino. Sin prácticamente diálogos, la cosa se apoya en un par cansinas y absurdas voces en off que, de manera tediosa, machacan los oídos del espectador. Una rebollada de envergadura.


2.- The Master. Paul Thomas Anderson, con su engreimiento, tienes ganas de competir directamente por el título de “broncas” con el amigo Terrence Malik. Tras  la insoportable Pozos de Ambición, ahora nos la ha colado con su nueva cinta, un trabajo igualmente insufrible que sigue idénticos derroteros que los citados pozos. Ambientada en la Norteamérica de los años 50, justo al terminar la 2ª. Guerra Mundial y a través de un dilatadísimo, reiterativo y agotador metraje, narra la relación de amor y odio que se establece entre dos personajes de lo más esperpéntico: un antiguo combatiente alcoholizado (un histriónico y encorvado Joaquin Phoenix) y un profeta sectario dispuesto a embaucar al personal con su nueva religión (Philip Seymour Hoffman, que siempre está bien aunque interpretando a una boñiga). Al realizador le encanta colgarse en interminables planos y en situaciones tan imprescindibles como redundantes, absurdas e incluso vacías, que muy poco aportan a la película. El hombre persiste en su empeño por potenciar ese minimalismo -tanto narrativo como visual y musical-  con el que ya nos castigara en su anterior film: con la etiqueda de "pedantillo" a cuestas y bajo ese disfraz de “autor” que tanto le gusta exhibir, se dedica a engatusar a sus seguidores con su apelmazada doctrina, al igual que hace el líder espiritual de su película con sus adeptos. Odio que me tomen el pelo a golpe de falsas coartadas intelectuales.


1.- La Gran Belleza. Paolo Sorrentino nos castiga con una de las mayores petulancias de la temporada. Claramente influenciada (o, mejor dicho, copiada) por la obra de Federico Fellini, Sorrentino se plantea un retrato de la Roma actual a medio camino del Fellini 8 ½, La Dolce Vita y Roma. Aparte de la brillantez con la que Toni Servillo asume el protagonismo principal, de la espléndida fotografía de Luca Bigazzi o de la efectiva (aunque repetitiva) partitura musical compuesta por Lele Marchitelli, no busquen nada más en esta cinta. Ni siquiera un mínimo de coherencia argumental, pues la historia navega entre sus alardes de postal turística romana, los pensamientos de su personaje principal -un escritor cincuentón, insolente y snob que vive de la fama obtenida de su única novela publicada veinte años atrás- y el incesante e insustancial desfile de numerosos seres fellinianos. La nada más absoluta. 142 interminables minutos al servicio de una de las mayores tomaduras de pelo del cine italiano actual que, de forma sorprendente, en los recientes Premios del Cine Europeo, obtuvo los galardones de Mejor Película y Mejor Director del 2013. Presuntuosa y cansina: de juzgado de guardia. Para aburrir el cine de por vida.



¡Que tengan un feliz 2014! Nos leemos después de Reyes.