26.2.09

Lo negro mola

Los biopics sobre leyendas del mundo de la música siempre han inspirado a las mentes bienpensantes de Hollywood. Biografías, más o menos falseadas y en exceso suavizadas, tal y como se apreció últimamente en las que hacían referencia a Ray Charles y Johnny Cash. Ahora, desde Cadillac Records y no contento con desmenuzar las andanzas de un solo personaje, la directora y guionista neoyorquina Darnell Martín la emprende con una especie de biografía coral en la que, junto al fundador del mítico sello discográfico Chess Records, Leonard Chess, se juntan nombres de jazz, el blues y el rock’n’roll tan vibrantres como los de Muddy Waters, Chuck Berry o la gran Etta James, entre otros.

La calidad musical de Cadillac Records es indiscutible. Los arreglos realizados por Terence Blanchard sobre los viejos temas que suenan en el film, son sencillamente espléndidos, resaltando, ante todo, aquellos que interpreta una impresionante Beyoncé Knowles metida, al cien por cien, en la piel y en la voz de la inconformista Etta James. La música negra de los 50 y 60, en pleno siglo XXI, sigue sonando a las mil maravillas. Y es que ellos fueron, sin lugar a dudas, los más grandes.

Darnell Martín, en su fervor, ha orquestado un bienintencionado homenaje a la gente que hizo posible ese sonido tan especial; un sonido que aún sigue en boga en la actualidad. Pero, en sus ansias por dar cobijo a un amplio colectivo de personajes, se le han quedado demasiados apuntes en el tintero. Dicen que quien mucho abarca, poco aprieta. Y efectivamente, remitiéndonos al dicho, en su múltiple propuesta termina precipitándose en la mayoría de temas que expone. Abre muchos argumentos. Y los cierra casi todos, aunque, por el camino, no perfila demasiado a sus protagonistas y, lo que es peor, falla en su nada coherente crescendo melodramático.

De hecho, Cadillac Records se centra inicialmente en las figuras de Leonard Chess y Muddy Waters, el fundador y la primera estrella de Chess Records respectivamente. Después, se olvida un tanto de ellos y apuesta por adornarlo con pequeñas e innecesarias anécdotas sobre algunos de los nombres adscritos a la discográfica, decantándose, en su parte final, por la (confusa) relación que se estableció entre Chess y Etta James. El blanco y el negro cara a cara. Adrien Brody y la citada Beyoncé Knowles. Dos interpretaciones sublimes, magníficas y al límite que, por sí solas, se convierten, junto a la música, en lo mejor de la irregular y fallida propuesta.

Y, entre tanta precipitación, Martin se olvida de profundizar en un apartado de lo más resbaladizo e interesante, justo aquel que hace referencia al hurto que se hizo de la música negra por parte de ciertos grupos rockeros que, a finales de los 60 y principios de los 70, empezaron a colarse en todos los hit parades. Cadillac Records esboza la situación pero, siguiendo la tónica general, se difumina en un abrir y cerrar de ojos.

Lo negro mola, sobretodo en cuestiones musicales. Pero ahora molará un poco más. Designios de la moda y la política. Lo negro, a buen seguro, tomará mucha solidez. Este sólo es el inicio. Falta pulir y dar consistencia. Todo se andará.

23.2.09

Pasaje a la India

Pues eso...

Todos los premios, aquí. Para despotricar, abajo, en los comments... ¿Y que me dicen del pobre Rourke que volverá a la mala vida por culpa de un maricón?

22.2.09

Los otros

Las diversas cadenas televisivas de nuestro país están que no cagan. Pe es la favorita, la que "será la gran ganadora del Oscar". No hay otras como ella. Vaya, el mismo rollo de siempre en situaciones similares. Ese españolismo quijotesco que hace que, demasiados informativos y magazines de todo tipo y color, enfoquen la noche de hoy sólo, y desde hace varias semanas, en torno a la figura de la Pe; una Penélope Cruz que, ciertamente, tiene claras posibilidades de conseguir la estatuilla dorada por su salada María Elena de Vicky Cristina Barcelona, lo único aprovechable de la cinta de Woody Allen. Lo más triste del asunto estriba en que ciertos programas, en su testarudez, se olvidan de las rivales e incluso, en un alarde de patriotismo exhacerbado, del resto de nominados en categorías distintas a la de nuestra actriz. La noche del Oscar no es sólo la noche de Pe. Es la noche de TODOS los nominados.

Para empezar, y sin ir más lejos, la rumbosa María Elena deberá lidiar directamente con la monjita joven y la mujer afroamericana de La Duda (Amy Adams y Viola Davis, respectivamente), con la stripper agotada de El Luchador (una sólida Marisa Tomei) o con la sufridora madre adoptiva del peculiar Bejamin Button (Taraji P. Henson), personajes y actrices, todas ellas, que muchos voceadores televisivos y radiofónicos han ignorado totalmente en sus crónicas. A pesar de las buenas previsiones en pro de La Niña de Tus Ojos, la sorpresa podría hacer su aparición a última hora. Y es que, por ejemplo, la Tomei está de rechupete contorneándose, semidesnuda y a desgana, agarrada a la barra del garito en donde trabaja.

Al margen de la fiebre penelopista, hay otras nominaciones de las que, o bien aún no se han proyectado sus trabajos en España o, en su defecto, pocos se han acordado de mencionarlas. Ese es el caso de Anne Hathaway quien, por haberse estrenado su película hace más de tres meses (la amuermantemente dogmática La Boda de Rachel), se ha quedado un tanto al margen cuando, en realidad, y viendo su espléndida actuación al abordar la crisis de una joven en pleno tratamiento de rehabilitación por drogadicción, podría dar la campanada y arrebatarles el premio a mejor actriz principal a nombres de la talla de Angelina Jolie (El Intercambio), Meryl Streep (La Duda) o Kate Winslet (The Reader).


Un tanto de lo mismo, y dentro de idéntica categoría, podría sucederle a la neoyorquina, y no muy conocida, Melissa Leo por su compacta creación en la aún no estrenada Frozen River, un interesante producto de tintes independientes que navega a medio camino del thriller y del melodrama y en el que interpreta a una mujer dispuesta a todo para sacar adelante a sus dos hijos pequeños, aceptando incluso la arriesgada tarea de entrar en el país a emigrantes ilegales a través de un helado río fronterizo.

El caso de Melissa Leo es el mismo que el de Richard Jenkins (el padre muerto de la serie A Dos Metros Bajo Tierra) por su muy sensible y creíble representación del solitario y amargado Walter Vale, un economista desengañado y aburrido de su rutina diaria en The Visitor, una película pequeña, aún pendiente de estreno, cargada de muy buenas intenciones en cuanto a relaciones raciales se refiere. Una labor, la de este actor de Illinois, que competirá con gente de la talla de Frank Langella (El Desafío: Frost contra Nixon), Sean Penn (Mi Nombre es Harvey Milk), Brad Pitt (El Misterioso Caso de Bejamin Button) y Mickey Rourke (El Luchador).

La noche no es sólo de y para Pe. Hay más, muchos más. Los consagrados y los no tan consagrados. Los grandes y los pequeños. Por favor: no seamos más papistas que el Papa. Hay sitio para todos. Y que Tutatis reparta suerte… aunque, en secreto y en voz baja, les diré que me encantaría un Oscar para Langella y su película, la mejor, a mi gusto, de las cinco nominadas.

20.2.09

De la mar, el mero, y de la tierra, El Carnero

Mickey Rourke es, en toda su extensión, El Luchador. A excepción de la magnífica interpretación del actor y de la presencia siempre de agradecer de Marisa Tomei, no busquen mucho más en la nueva película de Darren Aronofsky.

La cinta significa una nueva vuelca de tuerca sobre un tema tratado con anterioridad en multitud de ocasiones, la del descenso a los infiernos de un famoso, al que la edad y los excesos le han pasado factura. El hombre en cuestión es Randy “El Carnero” Robinson, un tipo que en los 80 se convirtió en uno de los grandes referentes de la lucha libre en Norteamérica y que, dos décadas más tarde, vive su ocaso de mala manera, en soledad y sin un mísero céntimo en los bolsillos. De hecho, Mickey Rourke, al dar vida a El Carnero, afronta claramente su propia historia a través de un trabajo valiente y compacto que, por sí solo, dignifica la cansina propuesta del realizador neoyorquino.

La sobria interpretación de una Marisa Tomei aún tentadora (pues lo años no pasan en balde) y dando vida a una stripper asqueada de su curro, es el otro aspecto a destacar de una película aburrida, con ínfulas de cine de autor y construida a golpe de tópicos. Guión hay muy poco... y sólo se queda en las ínfulas. Todo se basa en cargar la cámara al hombro y seguir al Rourke en su deambular diario. Hasta ahora, nadie nos había mostrado con tal detenimiento y durante tantos minutos la espalda del bueno de Mickey. Gracias Mr. Aronofsky por seguir a su protagonista en sus largas caminatas hacia el cuadrilátero, hacia los vestuarios, hacia el puticlub de rigor, hacia la roulotte que le sirve de domicilio, hacia... Por cierto, ¿por qué los personajes destartalados y cochambrosos siempre duermen en una roulotte? Por el camino, entre paseo y paseo, cuatro tortazos bien sonoros, un mucho de sangre y... ¡a otra cosa mariposa1. Eso sí, que no falten, ante todo, una operación a corazón abierto y el difícil reencuentro con una hija abandonada que aún le repudia. Trillado, trillado, trillado...

Todo será muy sesudo y exageradamente mugriento, tal y como mandan los cánones en el cine de autor sobre eternos perdedores, pero le falta nervio y originalidad, detalles que no se le pueden perdonar fácilmente al pedante de Aronofsky. Rocky Balboa, escrita por una mente tan preclara como la de Stallone, narraba una historia similar de manera más elegante, sin tener que recurrir a tantos aspavientos falsamente progresistas e incluso, aseguraría, que con menos tópicos a cuestas... Y ello por no citar a la mítica y exquisita Fat City de John Huston.

Repito: El Luchador es Mickey Rourke. Y punto. No hay más. Él es la película y con su sola presencia (y, por descontado, con los melones de la Tomei) compensa la alarmante falta de historia. Y es que el hombre está INMENSO; tal cual, en mayúsculas... aunque pienso yo que no debe resultar muy difícil interpretarse a sí mismo, ¿no?

Y otro por cierto para finalizar: al menos, por muy fallida que sea, esta es la primera película del director que he entendido de cabo a rabo. Algo es algo ¡Hum.... que contento estoy!

18.2.09

Oliver al curry

A Danny Boyle se le dan bien las películas con niños. Hace cuatro años, dio una buena muestra de ello en Millones, una cinta sencilla y desenfadada en donde una maleta llena de billetes a rebosar se cruzaba, de forma casual, en el cerrado universo de dos hermanos pequeños. Ahora, con Slumdog Millionaire y desde el corazón de la India, se acerca a otro tipo de niños, los de la calle. La ciudad de Bombay es su escenario geográfico principal. En el presente, un concurso televisivo y un premio de 20 millones de rupias: Jamal es el adolescente que está a punto de llevarse tal pellizco. En el pasado, la miseria, el hambre y la delincuencia. De fondo, una historia de amor de las de toda la vida.

La cinta está estructura a base de flash-backs, pequeños insertos que aproximan al espectador a tres etapas en la vida de su joven protagonista: a los 7, a los 13 y a los 18 años de edad. Se inicia en la actualidad, justo durante la emisión del ¿Quién Quiere Ser Millonario? hindú y, a partir de aquí y de manera cronológica, van plasmándo diversos episodios de la existencia del concursante: un muchacho, sin estudios y criado en la calle, que está a punto de pasar a la historia de la televisión. Las respuestas a las preguntas que le plantean son certeras. La sospecha de un posible tongo se apodera del Sobera de turno. No iría nada mal un interrogatorio policial en profundidad para descubrir el truco de Jamal... Pero todo es más sencillo de lo que parece ya que, tras cada una de las acertadas respuestas, se esconde una explicación lógica nacida de sus numerosas experiencias vitales.

Slumdog Millionaire, al igual que ese Bollywood al que homenajea sin parar desde los primeros minutos de proyección, tiene un poco de todo, empezando por un gigantesco e ingenioso guiño al Oliver Twist de Dickens, lo mejor, sin lugar a dudas, de la fragmentada película. Incluso, en ella, hasta tienen cabida Los Tres Mosqueteros de Dumas. Melodrama, comedia y aventuras. Amistades truncadas, mafias de barrio y amores prohibidos. La supervivencia en las calles, en forma de picaresca, es su tema central.

Y como remate espléndido, aún imbuido de los efluvios del Bollywood más clásico y apoyando a sus títulos de crédito finales, un brillante número musical de propina, de los de coreografía made in Bombay. Amoríos, misterio, acción y baile: la ecuación perfecta para que el público hindú (y de paso el occidental) salte de emoción en sus butacas. Incluso Anil Kapoor, el espléndido actor que encarna al odioso presentador del concurso televisivo, es uno de los “malos” habituales en la industria cinematográfica de su país.

El film de Boyle funciona bien a casi todos los niveles. Es ágil, siempre va al grano y combina, sin estridencias, diversos géneros. En contrapartida, patina en su abusiva narración al más puro estilo vídeo-clip; un truco como otro para captar la atención del espectador más joven. Música e imágenes a mogollón, casi sin descanso. Diálogos poquitos, aunque inteligentes, tal y como demuestra la deliciosa escena del lavabo entre el citado Anil Kapoor y Dev Patel, el joven y efectivo actor que encarna a Jamal a la edad de 18 años y que, como dato curioso, es el único británico del elenco interpretativo.

Slumdong Millionaire, un título atrevido, poco profundo (a pesar de sus falsas apariencias de cine de autor) y fresco en su trepidante planteamiento.

¿Sería nuestro Carlos Sobera, en su época, tan ruin como el presentador hindú?

17.2.09

Libros y secretos


The Reader (El Lector) es un film excelente, tanto por su causticidad argumental como por la emotividad que se desprende del mismo. Narrado en dos partes bien diferenciadas, ninguna de ellas tendría consistencia sin la existencia de la otra. En la primera asistimos a una historia de amor, de las de iniciación sexual, en donde un joven menor de edad queda prendado de los encantos de una mujer mayor. En la segunda, Stephen Daldry, su realizador, tras desvelar un misterio sobre la vida de ella, entra a saco en el melodrama más ácido y sobrecogedor. Él, el muchacho, atiende por Michael Berg; ella, por Hanna Schmitz, una trabajadora de la red de tranvías berlineses.

Ambientado en Berlín Occidental, pocos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, retrata a una sociedad triste y fría, en medio de la cual, los amantes protagonistas, a escondidas, dan rienda suelta a sus placeres ocultos. A petición de Hanna, el sexo y la literatura andan cogidos de la mano. Cada encuentro tendrá su apartado literario, pues ella disfruta haciendo que su “niño”, antes de encamarse, le lea en voz alta alguna que otra novela. Él es un lector brillante; ella una oyente agradecida. Todo parece funcionar a la perfección hasta que, un mal día, ella desaparece sin dejar rastro alguno.

La película de Daldry, casualmente producida por dos cineastas recientemente desaparecidos, Anthony Minguella y Sydney Pollack, cobra un especial interés justo tras la volatilización y posterior reaparición de Hanna. Ella y el par de secretos con los que carga, conforman un innegable punto de inflexión dentro de la trama, la cual, a partir de ese trazo desvelador, se convierte en un reto psicológico tanto para el espectador como para el atormentado Michael; un desafío de los que remueven todo tipo de sentimientos... ante todo los contradictorios. Un mazazo inesperado para un patio de butacas que se verá obligado a reciclar cuanto ha visto durante la hora anterior y a enfrentarse, a golpe de conciencia, a cuestiones ideológicas que muchos creían tener asumidas desde hace tiempo.

Una cinta a la que hay que acercarse sin conocer nada de antemano de su argumento pues, en buena medida, gran parte de la fuerza de The Reader radica en esa sorpresa devastadora que nos reserva hasta bien entrado su metraje. Por desgracia, demasiados críticos sin escrúpulos, algunos cinéfilos deslenguados y varios noticieros cinematográficos de tres al cuarto, ya se han encargado de divulgar la clave del film. Y les puedo asegurar que, sin saberlo con anterioridad, el efecto buscado por Dandry al descubrir "el misterio" resulta ciertamente impactante y
demoledor.

Kate Winslet está magnífica en la piel de Hanna, una criatura a la que ha creado, con toda la delicadeza posible, alejándose de cualquier tipo de amaneramiento. Primero, la April de Revolutionary Road; ahora es el momento de Hanna: dos mujeres distintas, aunque ambas marcadas por el estigma de la fatalidad. Definitivamente, este es el año Winslet. Espero que ninguna otra (Streep incluida) se atreva a robarle el merecidísimo Oscar por esta actuación.

Kate no está sola en el invento. Su papel se complementa tortuosamente con el de David Kross, el joven que da vida a su amante adolescente y que, con su interpretación, logra estar casi a su misma altura. El de Kross es un personaje que, en su edad adulta, ha recaído en un lacónico Ralph Fiennes quien se ha acercado al mismo a través de un registro muy cercano al de su jardinero fiel, siendo este actor, junto al forzado maquillaje de ella, lo más flojo de un producto ciertamente interesante y, en muchos aspectos, doloroso.

Un emotivo canto a la literatura. Un baile de sentimientos. Un baño de conciencias intranquilas... The Reader es todo ello y más; mucho más.... aunque, para disfrutarlo, hay que digerirlo al máximo durante unas cuantas horas después de su visionado. Y es que se trata de un plato consistente, en nada apto para estómagos delicados.

16.2.09

Entre las cuerdas


David Frost y Richard Nixon. Un periodista y un ex presidente ante las cámaras. Un combate televisivo. Una entrevista histórica. La cuestión era situar a Nixon en una posición incómoda, entre las cuerdas, justo tres años de su dimisión. Frost, un popular reportero inglés, con dos programas televisivos de éxito en su país natal y en Australia, decidió arriesgar su prestigio para dedicarse, en exclusiva, a preparar lo que podría significar el cenit de su carrera. El Desafío: Frost contra Nixon analiza, con férrea meticulosidad y a un ritmo frenético, el antes y después de uno de los hitos del periodismo político del siglo XX.

Con este título, Ron Howard consigue (¡y con diferencia!) el mejor título de su carrera. Parecía una meta imposible pero, al final, el hombre ha conseguido hilvanar un film redondo en todos los aspectos. Incluso, rizando el rizo, ha ido más allá de la simple anécdota, rascando en la superficie de los hechos y sumergiéndose en los aspectos más recónditos de los dos personajes principales. Así, los miedos y las fobias, tanto de Nixon como de Frost, afloran a la superficie perfilando, con ello, un par de retratos psicológicos ciertamente atractivos e inesperados al tratarse de una cinta de Howard. Los milagros existen.

La soledad y la soledad. La soberbia y la impotencia. El orgullo y la insolencia. El éxito y el fracaso. Un toma y daca entre David y Goliat. El pequeño contra el gigante. El uno quiere dar la estocada final, mientras que el otro, esgrimiendo el resbaladizo escudo del "honor", evita con subterfugios varios el temido remate. La insolencia de un periodista que no quiere darse por vencido, ante la falsa dignidad de un político dispuesto a no reconocer la inmensa cantidad de mierda que esparció durante su mandato. Un combate a tres rounds. Tres días de grabación para una entrevista única, irrepetible y siempre en busca del golpe de gracia. El show mediático estaba a punto de nacer.

Con respecto a The Queen, Michel Sheen cambia radicalmente de frente pues, de la piel de un político comoTony Blair, salta a la de un hombre del mundo del espectáculo como David Frost, un tipo altivo, engreído y cien por cien británico. Un trabajo espléndido el del actor inglés que, sin embargo, se ve un tanto arrinconado por un inmenso Frank Langella quien, con su genial composición, le otorga una nueva dimensión al denostado Richard Nixon, demostrando al mismo tiempo que, para acercarse a un personaje histórico, es mucho mejor una buena interpretación que un sinfín de interminables horas de maquillaje. De hecho, Langella, físicamente hablando, no recuerda en nada a Nixon pero, en cambio, se acerca de manera brillante al espíritu de éste.

Y detrás de los dos hombres, a hurtadillas entre bambolinas, se sitúan los equipos de cada uno de ellos. El ex dirigente, pegado día y noche a su consejero personal: un perro buldog, fascistoide, repulsivo y con el rostro de Kevin Bacon. El entrevistador, con su productor incluido, asesorado muy de cerca por dos reporteros altamente documentados sobre la vida, milagros y fantochadas de Richard Nixon: un par de tipos en nada convencidos de las buenas intenciones de su jefe y que están representados por Oliver Platt y un genial Sam Rockwell.

Está a punto de sonar la campana. En el cuadrilátero, los dos púgiles. La lucha se resolverá en el último asalto, el tercero. Todo vale para desbancar al contrario, incluidos golpes bajos, miradas y largos silencios. Detrás, expectantes, los equipos de ambos. Ahora es cuando empiezan a caer los trastazos decisivos. Tan sólo es cuestión de recordar la locura del Vietnam y darle un nuevo repaso a Todos los Hombres del Presidente. Palabra de Spaulding: de lo mejorcito entre las cinco nominadas al Oscar de este año.

14.2.09

Ustedes lo han querido: LOS VIAJES DE SULLIVAN

Resulta curioso ver cómo Los Viajes de Sullivan, una película rodada por Preston Sturges en 1942, se revitaliza de forma prodigiosa 67 años después de su estreno. Y es que la cinta de Sturges, social y políticamente hablando, concuerda perfectamente con los tiempos de incerteza que estamos viviendo y que están marcados, al igual que en los años 30 en Norteamérica, por el azote de una tremenda crisis económica.

Los Viajes de Sullivan narra el peregrinaje de un exitoso director de Hollywood que, cansado de realizar comedias y musicales, decide adentrarse en un tipo de cine más social y mostrar al mundo la miseria que se esconde tras ese falso universo de lujo que solían representar las grandes estrellas del Séptimo Arte. El país justo acababa de salir de la Gran Depresión. Las secuelas de la misma eran palpables. Miles de personas sin techo malvivían como podían de la caridad y el hurto. Hete aquí cuando John L. Lloyd Sullivan (Sully para los amigos), ese afamado realizador protegido por los grandes estudios, decidió dar un vuelco a su carrera y adentrarse en ambientes desconocidos para él. El hambre y la pobreza eran el leitmotiv de su próximo film y, para ello, con la sana intención de documentarse, estaba decidido a vivir en carne propia los sentimientos de un vagabundo.

Un divertido Joel McCrea, antes de convertirse en uno de los cowboys por excelencia de Hollywood, da vida al concienciado Sully, ese cineasta que se lía la manta a la cabeza y, durante una temporada, guarda sus caros ropajes en su armario de Beverly Hills para ejercer de trotamundos, alejado de los estudios y ataviado con sucios y raídos harapos. Sus representantes no ven con buenos ojos la idea pero, ante la testarudez del hombre, deciden hacer mutis por el foro. De hecho, la única persona que le va a respaldar es una joven pizpireta que, frustrada en su intentona de convertirse en actriz cinematográfica, iba a regresar a su casa sin un billete en los bolsillos.


Ella, La Chica (pues este es también el escueto y definitorio nombre de su personaje), es Verónica Lake; una Lake jovencísima, muy alejada de aquellas damas pérfidas a las que solía representar y que la convirtieron en el icono por excelencia de la femme fatale. Una Lake mucho más delicada e inocente, aunque también sensual y atractiva y, al mismo tiempo, capaz de travestirse en muchachito con la finalidad de acompañar a John L. Lloyd Sullivan en su extravagante periplo.

Los Viajes de Sullivan se inicia a modo de comedia, muy a la Capra y adornada con múltiples guiños al cine de la época. Su guión es fresco, su ritmo ágil y los diálogos trepidantes e ingeniosos. Las idas y venidas, siempre frustradas, de un Sully que parece marcado por el sino de Hollywood, son su seña de identidad. Nada es como se había planteado y, en el fondo, su subconsciente no le deja abandonar la riqueza que le rodea. Lubitsch y el citado Capra son sus más claras influencias. Después, en el último tercio, el film deriva hacia el melodrama. La opulencia da paso a la miseria. Los objetivos del cineasta concienciado por fin empiezan a cumplirse. El hambre, el frío y la delincuencia cobran un protagonismo especial. El sentido del humor ha desaparecido por completo.

Justo entonces es cuando Sturges aprovecha para reivindicar la comedia como gran género: la terapia ideal para huir de la realidad. Disney y Mickey Mouse son los portadores de tal demanda. El dolor está en la calle y, para paliarlo, nada mejor que unas risas. El contraste en la película resulta más que evidente.

A buen seguro, Blake Edwards, Billy Wilder y otros inmensos comediantes por el estilo, creyeron en los consejos de Los Viajes de Sullivan, un clasicazo como la copa de un pino.

11.2.09

Nazi-Men


Bryan Singer aparca a un lado a los X-Men y a Superman, sus superhéroes de papel, y se enfrenta a la odisea de otro tipo de titanes, mucho más carnales y reales. En Valkiria, su nuevo film, recrea el periplo vivido por un grupo de militares alemanes que, durante la Segunda Guerra Mundial, tejieron uno de los muchos atentados perpetrados sobre la figura de Adolf Hitler. A tal maniobra se la conoce como la Operación Valkiria, siendo el principal cabecilla de la misma el coronel Claus von Stauffenberg, un hombre opuesto a la política devastadora del Führer quien, tras su intervención en África con la 10ª División Panzer, obtuvo un cargo de relevancia en Berlín, justo en la Oficina General del Ejército.

Von Staunffenberg es Tom Cruise, una excelente elección que sin embargo ha disgustado a muchos de sus detractores, quienes opinan, sin mucha razón, que Valkiria no es más que un festival Cruise. La verdad es que Cruise es a Valkiria lo que James Stewart es a ¡Qué Bello Es Vivir! o Dustin Hoffman a Perros de Paja. O sea, su protagonista principal y, como tal, es lógico que ostente una presencia mayor en pantalla que el resto de sus compañeros, aunque sin abusar (como en otros de sus films) y construyendo su "mutilado" y quemado personaje de forma solvente. Él, sencillamente, es el eje central de la conspiración expuesta y, a su alrededor, giran un sinfín de secundarios (¡a cual mejor) indispensables para tejer su milimétrica trama.

La película de Singer cuenta con un guión de lujo escrito en comandita por Nathan Alexander y Christopher McQuarrie, este último el mismo que trenzara el perfecto libreto de Sospechosos Habituales y que, en Valkiria, sigue haciendo gala de la precisión y delicadeza con la cual maquina sus narraciones. Y es que, en este aspecto, hay que tener en cuenta que, más que una película de acción al uso, se trata de una cinta plagada de diálogos y personajes.

De hecho, aparte de ese laureado y heroico von Staunffenberg, figuran un montón de nombres más, a uno y otro lado del complot, perfectamente delimitados con tan sólo cuatro trazos de guión. La indefinición política del general arribista interpretado por un (siempre) magnífico Tom Wilkinson, la testarudez arriesgada del personaje de Kenneth Branagh (protagonista de un delicioso episodio en el que una botella de Cointreau juega un papel especial) o la frialdad del político al que da vida un sorprendente Terence Stamp, son tan sólo un mínimo ejemplo de ello.

Un film documentado, respetuoso con la historia, de ágil ritmo narrativo y, al mismo tiempo, plagado de ramalazos de gran cine, tal y como demuestra la escena en la cual, con la ayuda de un gramófono y su música, se abre la idea de bautizar como Operación Valkiria a la confabulación ideada por Staunffenberg y su gente. Y no sólo eso ya que, teniendo en cuenta la complejidad que alberga la trama, ésta queda perfectamente plasmada en pantalla, yendo siempre al grano y sin dejar lagunas en blanco.

A buen seguro, sin Cruise, muchos de sus opositores la verían con otros ojitos. Lo que hace la presencia de un actor resbaladizo y polémico.

9.2.09

Me siento rejuvenecer

Tras enfrentarse a una historia de tintes realistas y tono documentalista en Zodiac, David Fincher cambia totalmente de tercio y, amparándose en una cuento corto de F. Scott Fitzgerald, se embarca en una fábula de corte biográfico con El Curioso Caso de Benjamin Button, la historia de un hombre que nació con 80 años de edad y, en cuyo crecimiento, fue rejuveneciendo de manera portentosa. Un convincente Brad Pitt y una entrañable Cate Blanchett son sus principales protagonistas. En el guión, Robin Swicord y Eric Roth, este último el mismo que escribiera el de Forrest Gump, film con el que guarda más de un paralelismo.

Al igual que en la galardonada cinta de Zemeckis, Fincher envuelve de pinceladas históricas, sociales y culturales el devenir de Benjamin Button. A veces, de modo claro e influyendo en la vida de sus personajes; otras, apostando por una sutileza exquisita en la inserción de ciertos elementos, tal y como sucede con el apunte visual (en segundo plano) del lanzamiento del Apolo XI.

De hecho, sin pretender convertirse en ningún fresco histórico, el film se desarrolla durante un vasto período que abarca desde el final de la primera Guerra Mundial hasta los inicios del siglo XXI aunque, en realidad, más que un retrato sobre los cambios políticos y sociales de esos tiempos, el realizador ha preferido indagar en la soledad de un hombre que se mueve contracorriente, la de ese Button que pasó su infancia en un asilo de Nueva Orleans y, que por ello, terminó por asumir, como una cosa natural, su trato directo y familiar con la enfermedad y la muerte.

El Curioso Caso de Benjamín Button navega, a la perfección, entre la comedia y el melodrama, aunque la báscula se inclina claramente hacia el segundo. Al contrario de lo que suponía Mark Twain al afirmar que "la vida sería infinitamente más alegre si pudiéramos nacer con 80 años y nos acercáramos gradualmente a los 18”, la de Button es una existencia triste y agobiante. La imposibilidad de disfrutar de una relación de pareja a todos los niveles es, por ejemplo, una de sus principales frustraciones y a la que Fincher, sin lugar a dudas, le dedica una especial atención. Tanto es su interés en este aspecto que, curiosamente y por su insistencia, la historia de amor que nos plantea acaba resultando lo más fatigoso de un film que sobrepasa las dos horas y media de proyección.

Construida a golpe de pequeñas anécdotas con relación a la vida del tal Button y al margen de ciertos episodios ciertamente ingeniosos (como el del hombre que fue tocado por un rayo en siete ocasiones o el mágico relato temporal de la cronología de un atropello), lo mejor de la película se localiza en la grandeza y fantasía volcada en su magnética imaginería visual. Delicada en efectos especiales (sublime el Brad Pitt bajito y anciano de los primeros años), maquillaje, fotografía y dirección artística, logra que todos estos elementos se alcen muy por encima de la historia que narra, siendo finalmente más atractivo el continente que el contenido.

Frank Mashall y Kathleen Kennedy, dos nombres habituales del cine de Steven Spielberg, han sido sus productores. De hecho, esta es una cinta que en nada se aleja del universo del director de E.T. y que, con total tranquilidad y una sobredosis de melaza, podría haber asumido este cineasta. Pero por suerte, con la dirección más fría y distante de David Fincher, se le ha ahorrado al espectador una cantidad ingente de noñería en su episodio final. Esto y el no buscar la lágrima facilona de modo truculento, son méritos positivos que honran el estilo del realizador y hacen un poco más interesante la propuesta.

5.2.09

RECUPERANDO: A párrafo por película

Tras el delirio video-clipero que supuso Moulin Rouge, Baz Luhrmann recurre de nuevo a la Kidman para montarse "una" de aventuras al más puro estilo de las películas de los 50. Su título, Australia. El espíritu aventurero lo tiene y ocurren tantas cosas que no llega a aburrir. Ganaderos engañados, viudas valerosas, caciques desmadrados y empleados resentidos. La receta: unas gotas de Memorias de África, cuatro referencias al mundo del western, un poco de magia, un tanto de Pearl Harbor y una sobredosis de melaza en su parte final. Pero al dire se le va la mano con sus delirios de grandeza, y abusa y reabusa de los planos grandilocuentes y de los efectos informáticos. Y ello sin citar las truculencias argumentales que cuela a lo largo y ancho de su interminable metraje. La Nicole ya no es lo que era y el Hug Jackman (aka Lobezno) no cuaja ni a tiros. A otra cosa, mariposa.

A punto de estreno la segunda entrega sobre la figura del Che, bien vale la pena darle un repaso al Che: el Argentino, la excelente (y cariñosa) mirada que Steven Soderberg ha orquestado sobre un mito que es mucho más que un simple póster. En su piel, el Benicio está que se sale. Mientras, el director norteamericano se acerca al personaje de modo mimoso, aunque con talante, nervio y un montaje de lo más brillante. Se inicia justo durante la gestación de la que sería la revolución cubana, en julio de 1955, y termina una vez ganada la contienda. Falta el episodio boliviano, pero esta es una historia que pronto se desvelará. ¡Hasta la victoria siempre!

Pocas esperanzas se pueden tener con Rob Schneider. Y menos sabiendo que el actor es también director y guionista de su nueva película, El Gran Stan. Pero, contra todo pronóstico, ésta hasta tiene su puntito. En comedias peores se ha metido el pequeñajo. Los típicos y tópicos del género carcelario colados en un triturador y, de pasada, cuenta con un desmelenado guiño al cine de artes marciales y, en concreto, a una de las series más míticas de la televisión de toda la vida: Kung Fu. Si no quiere ser violado en prisión, antes de su ingreso, contrate como maestro al mismísimo David Carradine.

A pesar de su título, la argentina El Otro no tiene nada que ver con la magistral cinta de Robert Mulligan de idéntico epígrafe. La única relación de la película de Ariel Rotter con el genero fantástico, es que resulta "fantástico" soportarla de cabo a rabo. ¿Saben lo que es la nada? La nada es El Otro, la historia de un tipo que no hace nada, absolutamente nada. Un modo como otro de quemar celuloide sin ton ni son. Tiempos muertos. Planos fijos. Silencios rotundos. La negación cinematográfica por excelencia. Cuatro alucinados le otorgaron el Oso de Plata en el Festival de Berlín. Ver para creer. Y yo, con estos pelos.

A un profesor de instituto alemán se le mete en la cebollera que sus alumnos, durante una única semana, se pongan en la piel de los adictos a un régimen totalitario. Como todo ensayo alucinado, la cosa se le escapará de las manos. La Ola es el título de la película y, al mismo tiempo, el del grupo neonazi que empieza a nacer. La idea es buena, aunque la película patina por muchas partes. Va de cine de autor comprometido pero, en el fondo, le ha salido un producto que recuerda demasiado a ciertos títulos norteamericanos de factura claramente comercial. Le falta mala leche y más convicción en lo que expone. Las medias tintas nunca llevan a ninguna parte. Y es que no me la creo... Para experimentos (y valga la redundancia), me quedo con El Experimento.

"Qué culpa tiene el tomate que está tranquilo en su mata, y viene un hijo de puta, lo mete en una lata y lo manda 'pa' Caracas..." Algo similar a lo del tomate es lo que le ocurre a la buena de Salma, una viuda palestina que, tras cuidar durante toda su vida del limonar de la familia, estará a punto de perder sus posesiones cuando se instale como nuevo vecino, al otro lado de la frontera, el nuevo Ministro de Defensa israelí. Eran Riklis es el responsable de Los Limoneros, un hombre nacido en Jerusalén que, con su film, construye un furibundo (aunque también emotivo) retrato sobre las tensas relaciones entre palestinos y judíos. Parece de un surrealismo supino, pero es real como la vida misma. Y, además, de rabiosa actualidad. Atención a Hiam Abass, la actriz que da vida a Salma.

Quarantine no es más que una cópia fétida, urdida desde Yanquilandia, de la espléndida [Rec]. Incapaz de definir mínimamente a sus numerosos personajes, rompe totalmente con el espíritu coral y mediterráneo del film de Balagueró y Plaza, lo mejor, sin lugar a dudas, del original. Y es que los americanos van a lo bruto. No importa la sorpresa. Ya, desde su título, se indican en parte los problemas con los que se enfrentará la presentadora protagonista a lo largo de su visita nocturna a un cuartel de bomberos. La magia de falsear un reality show se rompe por completo desde el momento en que su director, un tal John Erick Dowdle, cuenta entre sus intérpretes con rostros populares de la pequeña y gran pantalla. Caca de la vaca. Y el sentido del humor brillando por su ausencia.

Ridley Scott tiene ganas de enmendar su carrera. Primero fue con American Gangster; ahora lo hace con Red de Mentiras. A pesar de sus buenas intenciones, no acaba de arrancar del todo. Russell Crowe está magnífico; el DiCaprio, no tanto. Es más: juraría que el chico repite personaje pues, entre éste y el de Diamante de Sangre, hay muy pocas diferencias. Incluso me parece que lleva la misma gorrita. Terrorismo, Oriente Medio y espías. La CIA no podía faltar. Los engaños, tampoco. Es como Syriana, pero sin tantas pretensiones: más abierta y menos confusa. ¿Qué sería de películas como ésta sin el invento del teléfono celular?

Repo! The Genetic Opera, o cómo revestir de gran producto a una película nacida para pasar directamente a las estanterías más recónditas del peor vídeo-club de barrio. Su realizador es el mismo que se encargó de las secuelas de Saw. Sus intenciones son claras: las de convertirse en una ópera rock de la misma envergadura que The Rocky Horror Picture Show. ¡Válgame Tutatis! Zetoso es un calificativo suave para un engendro como éste. Qué pena da ver a Paul Sorvino metido en un invento en el que la música suena igual de desafinada que su infumable guión. Sexo, sangre, vísceras y muchas tonterías con ganas de epatar. El culto a la muerte y a los transplantes de órgano también tienen su rinconcito. Caca de la vaca 2. Huyan raudos.