31.7.07

Más allá de las nubes

El salón es inmenso. Las paredes están pintadas de color azul celeste, igual que el techo. No hay ventanas ni muebles; tan sólo, en un rincón, una pequeña mesilla de caoba, sobre la que descansa un antiguo teléfono góndola que no para de sonar. Unos pasos precipitados retumban por toda la estancia. Son los pasos de un hombre viejo y canoso que, a pesar de su aparente decrepitud, demuestra cierta destreza física en sus rápidos andares. Se aproxima a la mesa y descuelga el teléfono:

- ¿Sí, dígame?

Una voz entrecortada suena al otro lado del hilo telefónico:

- Oiga, ¿me podría poner con Michelangelo?

- ¿Michelangelo?... Un momento. Espere. Creo que acaba de llegar... ¿De parte de quién, por favor?

- Ingmar; dígale que soy Ingmar...

- ¿Ingmar...?

- Sí, Ingmar; Ingmar Bergman. Recién llegué anoche. Estoy en la 324.

- “¿Recién llegué anoche?”... - pregunta sorprendido el anciano -. Por esa construcción gramatical, intuyo que debe ser usted sudamericano, ¿verdad?.

- No. Soy sueco. SU-E-CO. – recalca Ingmar un poco indignado -. Ingmar Bergman. Posiblemente me hayan subtitulado en Sudamérica y no me haya entendido bien.

El viejecillo sonríe y, separándose el teléfono de su rostro, indaga en él la posibilidad de encontrar algún subtítulo. Nada. Acto y seguido, retoma la conversación:

- Mire, señor Bergman; el señor Antonioni justo acaba de presentarse y, en estos momentos, le estamos tomando sus datos.

- ¿Con quién hablo? – pregunta Ingmar.

- Con Pedro, el de la recepción. ¿No se acuerda de mí? Ayer mismo, a su llegada, le atendí en persona.

- Bien, Don Pedro: necesitaría hablar urgentemente con mi colega Michelangelo. ¿Podría hacer una excepción y decirle que se ponga al teléfono por unos segundos?

Pedro se queda mudo, impasible. Apoya el teléfono en la mesita y corre raudo hacia una puerta que está en el otro extremo del salón. La abre y desaparece tras ella. Al instante, vuelve a aparecer en compañía de Antonioni, el cual se pone al aparato:

- ¿Si?

- ¿Michelangelo? ¿Eres tú? – inquiere la voz al otro lado del teléfono.

- Yo mismo. ¿Con quién hablo?

- Con Ingmar, el de los Gritos y Susurros.

- ¡Hombre, Ingmar! ¿Qué tal? – exclama Michelangelo desvelando cierta ilusión en su cara.

- Tirandillo... Pero al saber que también veías aquí, he pensado que podríamos compartir mesa esta noche. Así charlamos de nuestras obsesiones y maldecimos un poquito a Steven Spielberg y a todos esos papanatas que le rodean, ¿qué te parece?

- ¡Perfecto! Gran velada: tú hablas de religión y de la muerte, y yo te comento mis desamores y los tiempos muertos. Deja que acabe de aposentarme y luego nos vemos. Aprovechando la coyuntura, llama también a Billy Wilder para que venga... Me apetecería volver a verlo.

- Lo intenté antes, pero se ha hecho el sueco. Como excusa me ha asegurado que tiene una cita con Jack y Walter.

- ¿El sueco...? – se extraña Antonioni -. ¿Pero el sueco no eras tú...?

Un silencio sepulcral denota el malestar de Bergman. Carraspea y luego vuelve a hablar:

- Por cierto... – se aclara la voz de nuevo-: Esta tarde, al saber que vendrías, he repasado Blowup en DVD y, siento decirte, que me gusta muchísmo más el remake que hizo de tu película De Palma.

Mientras, abajo, en la Tierra, miles de tipos cincuentones, barbudos y luciendo gafas de montura de pasta, visitan la consulta de sus respectivos psiconalistas. Todos creen haber perdido el rumbo de sus vidas y aseguran, entre sollozos y al unísono, que en dos días se han quedado sin referentes.

Descanse en paz Michelangelo Antonioni.

30.7.07

El séptimo sello ha sido lacrado

La partida de ajedrez que inició con la parca en 1957, acaba de cerrarse. Esta misma madrugada, la hermana del realizador y director teatral Ingmar Bergman, ha comunicado la muerte de éste. Hoy, muchas sonrisas de una noche de verano se convertirán en lágrimas.

Considerado el maestro del cine sueco, indagó en la profundidad de las relaciones humanas centrándose, ante todo, en eclécticos y profundos secretos de mujeres. Para él, éste ya no será un verano con Mónica. Una sonata de otoño iluminará el rostro de sus comulgantes más fieles y recalcitrantes quienes, corroidos por la carcoma, entre gritos y susurros y al igual que los pequeños Fanny y Alexander, llorarán su desaparición.

Nunca me sentí atraído por ese toque tan personal y gélido de su cine, pero he de reconocer que, con su estilo (para bien o para mal), logró crear escuela. Hoy, en su honor, mantendré el silencio necesario, comeré un plato de fresas salvajes y alzaré, hacia el cielo, una copa de agua extraída del manantial de la doncella.

Ninguna persona volverá a desvelar, de manera tan indiscreta, los secretos de un matrimonio; ni nadie hablará tan claramente como él de la vida de las marionetas.

Hoy, a medianoche, tras las doce campanadas, una flauta mágica hará que suene música en la oscuridad. La hora del lobo habrá llegado y alguien, en ese instante y sin vergüenza alguna, ejecutará un rito prohibido al romper la cáscara de un huevo de serpiente; como en un espejo: cara a cara, al desnudo, en presencia del payaso y ante el ojo del diablo.

Si les apetece retomar la carrera del director sueco, ustedes son los escogidos: hace algún tiempo les dejé los estimulantes y pertinentes apostolados para hacer películas idénticas a las suyas. Una especie de diario de una filmación que, sin lugar a dudas, ha de ponerse en marcha justo después del ensayo.

Descanse en paz.

29.7.07

EN RESUMIDAS CUENTAS: Reptiles y veraneantes (la serie B ataca de nuevo)

Cocodrilo: Un Asesino en Serie es una esmerada serie B que, de nuevo, vuelve a utilizar a un animal salvaje a modo de monstruo sobrecogedor. Según cuenta su realizador, Michael Katleman (en su primer trabajo tras la cámara), la cinta está inspirada en un hecho real: el de un gigantesco cocodrilo africano que, por culpa de los mismos hombres, se habituó, de manera voraz, a pillarle un gusto especial a la carne humana.

Mostrándose moderado en su realización y rehuyendo efectismos innecesarios, en su primera parte, recurre a los tópicos del género. No se pasa de rosca en ningún momento y sabe crear tensión con muy pocos elementos. Sus efectos especiales son sencillos, pero altamente efectivos (la imagen de Orlando Jones corriendo por la estepa africana y perseguido por un cocodrilo saltarín, vale, por sí sola, todo un Potosí). Su guión es sobrio y no se pierde en detalles superficiales. Y, por si fuera poco, en su fragmento final, sabe distanciarse de otros títulos de connotaciones parecidas, optando, al mismo tiempo, por salpicar su historia con cierto aire de crítica ecológica y en la que el Hombre, como ser caótico que a muy a menudo resulta ser, alcanza tal protagonismo que incluso desbanca a la figura del cocodrilo asesino.

Al igual que su puesta en escena, su esquema argumental es simplísimo. Como bien demuestra su director, no es necesario complicar demasiado una trama para enganchar al espectador ante una pantalla. Y él lo resuelve con cuatro mínimos toques: el marco geográfico de un remoto y exótico enclave sudafricano; los miembros integrantes del equipo de una cadena televisiva norteamericana, enviados al lugar para dar caza a un inmenso y voraz cocodrilo y, por último, el enrarecido ambiente que se respira debido al malestar político del país. Añádanle a ello el detalle de que el reptil atiende por el nombre de Gustavo, y sabrán lo que vale un peine.

Lo que no acabo de entender es ese cambio tan brutal en la traducción del título español. De Primeval (Primitivo) a Cocodrilo: Un Asesino en Serie.


Pero no todas las series B son igual de eficaces. Ello lo demuestra, con más pena que gloria, John Stockwell en Turistas, una película que retoma el tema del tráfico de órganos humanos; una materia, a priori interesante, pero que, en manos de este realizador, no deja de ser un título más sobre jovencitos pijos en situaciones extremas, muy al estilo de Sé Lo Que Hicisteis el Último Verano y similares, aunque sin nervio y en versión catálogo paisajístico y –tal y como su propio título indica- turístico. Las interminables y reiterativas escenas en el interior de unas grutas situadas tras una cascada, así lo demuestran.

Turistas se centra en un grupo de jóvenes norteamericanos que, en plena canícula y durante una visita al Brasil, a causa de un accidente en el destartalado autocar en el que viajaban, quedan varados en una pequeña cala alejada de la civilización. La presencia de un chiringuito regentado por bellas y tentadoras brasileñas, hará que se despreocupen de encontrar un nuevo transporte y decidan quedarse unos cuantos días más en el paradisíaco enclave. Al amanecer, descubrirán que el paraje no era tan idílico como parecía.

Los personajes protagonistas (y los actorcillos que les dan vida) no tienen ninguna entidad, con lo cual, a uno acaba importándole un bledo su destino. Por otra parte, el film se muestra incapaz de crear un mínimo de tensión. Todo cuanto ocurre, ocurre porque sí; porque lo manda el guión. Un guión totalmente ilógico, ya que resulta irrisorio (por no decir incomprensible) el maquiavélico “plan” que ejecutan los “malos” para secuestrar al grupo de extranjeros y posteriormente extirparles cuantos más órganos mejor.

Lo más triste de todo es que, a la hora de describir a los nativos brasileños, al tal Stockwell se le va la mano. Retrata un Brasil en el que casi todos sus habitantes, aparte de incultos, o son unos maleducados intratables, unos criminales en potencia o unos guarreras de mucho cuidado (como ocurre con el caricaturesco conductor del autocar, un tipo que conduce a toda leche, suelta escupitajos y se hurga la nariz sin parar). Y es que, a ese desprecio insolente que muestra por los nativos, yo le llamo, directamente, xenofobia. Lo que no sabe el realizador es que, el que haya mucha miseria en el país, no significa que tenga que ser un sinónimo de maldad.

26.7.07

En contra del dicho, hay segundas partes que, en ocasiones, son muy buenas...

Danny Boyle, con 28 Días Después, me dejó bastante frío, sobre todo en su parte final, aquella que transcurre en un cuartel militar a las afueras de Londres. En cambio, 28 Semanas Después, la secuela dirigida por Juan Carlos Fresnadillo, me ha parecido un film espléndido; de lo mejorcito en el género tras La Noche de los Muertos Vivientes y ese trepidante delirio que atendía por el nombre de El Amanecer de los Muertos; aunque, de hecho, ni la entrega original de Boyle, ni la de Fresnadillo, son films de zombis propiamente dichos. Los seres ansiosos de carne humana que aparecen en ambos casos, son víctimas de un virus que les ha dejado en un estado de rabia latente.

28 Semanas Después empieza casi, al mismo tiempo, que lo hacía su primera entrega; justo cuando el virus hace pocos días que ha sumido en el caos a la ciudad de Londres y sus alrededores. Una introducción ágil, trepidante y contundente, deudora de la tensa atmósfera con la que Boyle arropó los treinta primeros minutos de su cinta, pero trasladando la acción, de las calles solitarias de la urbe, a la apacibilidad de la campiña británica. Y, aunque el realizador de Trainspotting intentó reinventar el género, Fresnadillo opta por ser respetuoso con las coordenadas habituales en el mismo. Una escena a campo abierto, deudora de lo mejor del cine de Romero y con un reducido ejército de muertos vivientes persiguiendo a los protagonistas, es un claro ejemplo de ello. Si a la misma se le añade la presencia de un helicóptero, planeando el vuelo a ras de tierra, tendremos, tal y como ha hecho el director español, una múltiple matanza, con cuerpos y miembros seccionados, que hará las delicias del público más adepto al viejo cine de horror de los años 70.

La acción del film, a parte de su tenso prólogo, se desarrolla (tal y como indica su título) 28 semanas después de haberse iniciado el mortal brote de rabia en Londres. La ONU ha desplegado todos sus efectivos militares a un reducido sector de la capital británica, lugar en el que ya no quedan restos de la epidemia. Ese será el enclave en el que irán reinsertando a la mayoría de habitantes que pudieron huir del país cuando se originó la catástrofe. Entre ellos, un par de hermanos que sueñan reencontrarse con sus padres, regresarán a la ciudad.

Fresnadillo, en la parte central del film, se muestra pausado. Va exponiendo todas las claves del mismo poco a poco, sin prisas. Juega con el espectador, pero sin engaños ni truculencias. Deja bien claro que algo muy gordo está a punto de suceder, con lo cual, establece una de las atmósferas más tensas y envolventes que nos ha regalado el cine fantástico durante la última década. Analiza, con mucha frialdad, a una familia que ha sido desmembrada debido a la aparición del virus. Los dos hermanos citados y su padre: la madre se quedó atrás, sin posibilidad de escapar de la carnicería. Hurga en la cobardía y la falsedad del ser humano y, cuando tienen las cosas claras, abre la vírica caja de Pandora y cambia radicalmente de tercio.

La segunda mitad de 28 Semanas Después es similar a una montaña rusa desbocada. De realización frenética (aunque controladísima), plasma la peor pesadilla colectiva jamás imaginada. La palabra exterminio, en este caso, es sinónimo de enfermedad y uniformes militares. ¡Piernas para que os quiero! Una dantesca maratón de sangre, vísceras y muerte, se apodera de la pantalla. Una carrera con una única meta: la de la supervivencia.

Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Pero ésta, pese a quien pese, mejora la primera. La fuerza de sus imágenes, y el magnetismo de un guión capaz de atrapar al espectador sin que desconecte de la propuesta ni un solo segundo, son pistas ineludibles que nos desvelan la potencia de un realizador que puede ofrecer más y mejores títulos en el futuro. Aunque ya dio buena muestra de ello en su intachable Intacto.

24.7.07

Dark City (vergüenza y asco en Barcelona)

Ayer por la mañana fueron 300.000 los vecinos de Barcelona que se quedaron a oscuras. Más de 80.000 tuvieron que pasar la noche sin electricidad en sus domicilios. Aún hoy, cuando se llevan más de 24 horas del inicio del incidente, y 70.000 habitantes siguen sin poder disfrutar de los servicios de las compañías eléctricas, FECSA-ENDESA y Red Eléctrica, en lugar de poner manos a la obra, discuten la posible responsabilidad de uno u el otro. Sea como sea, las previsiones de los expertos aseguran que unos 30.000 usuarios seguirán sin luz durante varios días.

Por suerte, no he formado parte del grueso de los afectados, pero sin embargo y como barcelonés, en estos momentos siento asco y vergüenza. Asco por vivir en una capital cuyo Ayuntamiento se las da de progresista cuando, en realidad, sabe a la perfección que no está preparado para solventar un problema de esta envergadura. Y vergüenza por las pocas respuestas que los gobernantes y representantes de las eléctricas dan a los damnificados.

Y lo peor de todo es que, tanto el Govern de la Generalitat como el Ayuntamiento de Barcelona, muestran su preocupación por la mala impresión que haya podido causar tal situación entre los turistas que visitan la ciudad condal. Las pérdidas económicas que hayan podido sufrir muchos de los usuarios, para ellos, es lo de menos.

País.

EN RESUMIDAS CUENTAS: De guerros de antaño y guerros urbanos

Aventuras épicas y legendarias es lo que nos propone, en El Guía del Desfiladero, el alemán Marcus Nispel, justo cuatro años después de haberse encargado del remake de un título tan clásico como La Matanza de Texas. Y es que lo de este hombre deben de ser los remakes, ya que su nuevo trabajo es una clara y descarada revisitación de Pathfinder, un título noruego, dirigido por Nils Gaups que en su día, allá por 1988, sorprendió por el modo de tratar la violencia en un típico producto de entretenimiento dirigido a todos los públicos.

En la cinta original, una tribu de lapones en Escandinavia, veía amenazada su vida y sus tierras ante la invasión de un clan enemigo dispuesto a arrasar con todo. En El Guía del Desfiladero, Nispel se ha centrado en las junglas de América del Sur, justo 500 años antes de la llegada de Cristobal Colón. Allí y en un pequeño enclave, una aldea de indígenas formada por los Wampanoag, recibirá el brutal embate de un desalmado grupo de sanguinarios vikingos. Un joven nórdico, apodado Ghost y acogido desde muy temprana edad por los Wampanoag, se verá obligado a vengar la muerte de sus padres adoptivos a manos de los de su misma raza.

La brutalidad de sus escenas y una cuidada (aunque empalagosa) fotografía, muy al estilo de la empleada por Tony Scott al principio de su filmografía, son los elementos más destacados del film. Elementos que, por otra parte, anulan totalmente la mínima entidad de sus personajes y su nimio y casi inexistente guión. La labor de su insípido casting, en muy poco ayuda al buen rendimiento de la cinta: actores de tercera y cuarta fila, reciclados de subproductos y telefilmes baratos que, más que interpretar, tan sólo se pasean y ponen sus caretos ante la cámara.

Es una pena que, un film pensado inicialmente para entretener, acabe aburriendo a las plateas. Y es que, llenando únicamente la pantalla de innumerables detalles rayanos en el gore, no hay suficiente como para darle un poco de vida a un producto. El tal Marcus Nispel debería darle un largo repaso a Apocalypto antes de embarcarse de nuevo en una aventura de características similares.


Mientras El Guía del Desfiladero nos acerca al mundo salvaje de un guerrero de los de antaño, la británica Andrea Arnold y desde Red Road -en su primer largometraje como directora-, aproxima al espectador a una combatiente mujer urbana de tomo y lomo: una funcionaria, madura y desolada que, empleada en el servicio de seguridad del ayuntamiento de Glasgow, decide planificar su personal y milimetrada venganza sobre la persona que arruinó su vida en el pasado. El objetivo de ésta es un ex convicto que, debido a su buena conducta, ha salido de prisión mucho antes de cumplir íntegramente su condena.

El trabajo de Andrea Arnold está cargado de buenas intenciones, pero se muestra incapaz de entrar a saco en la (única) parte verdaderamente suculenta de la historia. Esa sociedad hipercontrolada del maldito Gran Hermano en la que vivimos inmersos, con numerosas cámaras de vigilancia distribuidas por todas las poblaciones, es tan sólo un esbozo de la fuerza crítica que podría haber asumido la realizadora. Pero no se atreve a ir más allá; sólo se queda en eso: en un retrato, un tanto frívolo y sin implicaciones de ningún tipo, sobre la violación de la intimidad de las personas.

Red Road, erróneamente, prefiere hacer un viaje introspectivo y a fondo sobre la psicología de sus dos personajes principales: la resentida Jackie y el pendenciero Clyde. La que antaño fuera víctima, ahora se convertirá en cazadora.

La agobiante lentitud de su narración, los tiempos muertos utilizados, la inexpresividad de la actriz que da vida a Jackie (Kate Dickie) y la poca credibilidad que ofrece la relación establecida entre los dos desarraigados protagonistas, marcan uno de los films más fríos, tediosos y pedantes de la temporada.

22.7.07

Frankenstein y The Cadillacs

Cris Johnson es un mago que se gana la vida con sus shows en un pequeño antro de Las Vegas. Su nombre artístico es el de Frank Cadillac, un doble homenaje a las dos cosas que más le han gustado en esta vida: Frankenstein y el grupo musical The Cadillacs. Aparte de su arte como prestidigitador, el hombre está dotado de un poder sobrenatural; un don que le permite anticiparse, con sólo dos minutos de antelación, a su futuro inmediato. Precisamente, debido a esa facultad, una obstinada agente del FBI está dispuesta a conseguir su colaboración para evitar un atentado de un grupo terrorista.

Esta es la premisa argumental de Next, un film que ostenta uno de los inicios más trepidantes y prometedores de la temporada. Un posible atraco y un par de asesinatos en un casino de Las Vegas, sumados a una posterior y trepidante persecución automovilística, demuestran la habilidad de su director, Lee Tamahori, a la hora de orquestar buenas escenas de acción. De hecho, el realizador neozelandés ya probó su valía en el género con Muere Otro Día, uno de los últimos títulos de la serie sobre James Bond.

El problema es que Next sólo resulta fiable cuando se mete de lleno en las citadas escenas, pues su guión supone una pérdida constante de agua por todas partes. Los dos minutos de anticipación futurista de los que se beneficia el personaje de Nicolas Cage, en demasiados momentos, no acaban de cuadrar, temporalmente hablando, con las acciones que éste y sus compañeros accidentales de viaje llevan a cabo. O sea, la friolera de cuatro guionistas han sido necesarios para adaptar (o, mejor dicho, des-adaptar), muy a su aire, el relato The Golden Man de Phillip K. Dick. Entre otras cosas, el mutante protagonista del original literario –que luchaba para evitar su aniquilación por parte de los humanos-, ha sido transformado en prestidigitador, añadiéndole a la trama una intriga (poco consistente) sobre terrorismo y un arma nuclear a punto de ser explosionada en Los Angeles.

Siempre he defendido la libertad de los cineastas de no respetar, al cien por cien, el material original en el que a veces se basan para llevar a cabo sus obras. De hecho, el cine y la literatura son dos medios totalmente distintos que, de manera inevitable, se amparan en diferentes sistemas de expresión. Está claro que, en este caso, Tamahori y su gente han optado por una espectacularidad que nunca tuvo el relato de Phillip K. Dick; pero, al menos, si que deberían haber acatado, como mínimo, la lógica interna del propio film. Y esto no es precisamente lo que ocurre en Next, un título que denota demasiadas incoherencias en cuanto a lo que hace referencia a las facultades premonitorias de Frank Cadillac, con lo cual, lo único que consiguen, es ir acumulando disparatadas y absurdas situaciones una detrás de otra.

No es ninguna novedad ver cómo Nicolas Cage (productor también del evento) afronta su rol con la misma cara de palo utilizada en sus últimas actuaciones, aunque, para la ocasión, haya cambiado el look de su peinado (¿o se tratará de un pelucón?). Tampoco sorprende que, una actriz tan reputada como Julian Moore, no acabe de creerse en absoluto a la agente del FBI a la que da vida (¿alguno de ustedes confiaría en una mujer que lo apuesta todo esperando evitar una catástrofe nuclear con tan sólo dos minutos de antelación?). Al menos, la presencia (que no la interpretación) de una guapísima Jessica Biel (la chica por la que daría su vida el visionario recién peinao), anima un poco el cotarro.

Si algo tiene de bueno Next, aparte de sus excelentes y bien filmadas escenas de acción (de entre las que también destacaría, hacia media película, una aparatosa huida de Cage monte a través), es su controlada hora y media de metraje. 90 escasos minutos de proyección, sumados a su acelerado ritmo, logran que los desbordantes desatinos narrativos y la poca credibilidad que ofrece la historia, no acaben pesando demasiado en el espectador.

Por cierto: ¿qué pintan unos terroristas franceses intentando volar por los aires la ciudad de Los Angeles?, ¿o son canadienses?... Suena tan extraño como el intentar reunir, en un mismo saco, a Frankenstein con el rock & roll de The Cadillacs. Hasta hace cuatro días, los malos, en el cine yanqui, eran los musulmanes ¿Acaso se están perdiendo las buenas costumbres?

20.7.07

Salir del armario

Los Líos de Gray es la típica comedia romántica que se ampara en el estilo impuesto por Cuando Harry Encontró a Sally y similares. Un puntito a lo Woody Allen, continuas referencias culturales, la ciudad de Nueva York como gran telón de fondo y un enredo sentimental a tres bandas, es cuanto nos ofrece Sue Kramer, una directora que, con este film, debuta tras la cámara y como guionista y productora.

Para no convertirse en una nueva fotocopia de un buen número de títulos anteriores dotados de características parecidas, la realizadora opta por darle una visión diferente al triángulo amoroso habitual en este tipo de historias. Para ello, convierte a Heather Graham en Gray, una chica soltera que, a sus treinta y tantos, descubre que su sexualidad se decanta por las de su mismo género. Y ello lo hace al sentirse fuertemente atraída por Charlie, su futura cuñada, justo la noche antes de que ésta contraiga matrimonio con su propio hermano, durante la fiesta íntima de despedida de soltera.

La (mínima) originalidad de Los Líos de Gray radica precisamente en la manera de tratar la salida del armario de su protagonista femenina, pues lo afronta de manera fresca y con cierta naturalidad, sin caer en la trampa de mostrar al personaje como a una persona torturada y dispuesta a comerse el coco a la mínima de cambio. Por el modo humorístico (y al mismo tiempo respetuoso) de enfocar el tema del lesbianismo, se acerca mucho más a la brillante serie televisiva L que a la mayoría de largometrajes sesudos que se han realizado sobre la citada materia.

A pesar de sus buenas intenciones, la película se muestra descompensada en demasiados aspectos pero, aún así, Sue Kramer acaba nivelando bastante bien la balanza. Momentos deliciosamente trazados -como la secuencia inicial en la que, a través de un baile al son del Cheek to Cheek de Irving Berlin, define a la perfección la estrecha relación que une a Gray con su hermano Sam-, se alternan con otros en exceso básicos y manidos (todas las escenas en las que interviene un ñoño y comprensivo taxista escocés, en el rol del imperecedero amigo íntimo de la lesbiana, son un buen ejemplo de ello).

Heather Graham, para afrontar el papel de esa aturdida y un tanto alocada Gray, apuesta acertadamente por recuperar ese estilo apayasado, aunque divertido, que en los setenta definió un tanto la figura cinematográfica de la hoy multioperada Goldie Hawn. Al lado de sus dos oponentes más directos, el soso Thomas Cavanagh (su hermano Sam) y la nada expresiva -aunque tentadora- Bridget Moynahan (su cuñada Charlie), sale completamente como triunfadora (aunque, personalmente, me quedo con el aspecto de patinadora semidesnuda que lucía en la compacta Boogie Nights, tal y como nos la descubrió Paul Thomas Anderson hace ahora una década). Otra historia es la presencia de una muy envejecida Sissy Spacek quien, contando con el problema de cargar con un personaje bastante forzado y ridículo (el de una psicoanalista a la que le encanta tratar a sus pacientes en lugares públicos), demuestra, como siempre, su gran profesionalidad ante una cámara.

Tal y como ha verificado la citada y exitosa L (ya por su 5ª temporada en los EE.UU.), el lesbianismo en cine y televisión, con chicas guapas y de diseño, están de moda. Y Los Líos de Gray se ha apuntado al carro: nenas fashion, cuatro chistes cinéfilos, un sempiterno guiño al mundo lujoso de la publicidad (oficio en el que trabaja Gray) y cierto aroma a lo Woody Allen (quien, curiosamente, en Manhattan intentó atropellar a la mujer por la que le abandonó su esposa), son sus ingredientes. La fórmula es fácil y, en parte, funcional.

18.7.07

Ustedes lo han querido: MIEDO Y ASCO EN LAS VEGAS

En un principio, Miedo y Asco en Las Vegas, la adaptación cinematográfica de la novela homónima y con toques autobiográficos de Hunter S. Thompson, parecía el producto ideal para que Terry Gilliam vertiera su habitual imaginario visual y alucinante en pantalla. Los ingredientes eran perfectos pero, a pesar de ello, al ex Monty Python se le escapó la película de las manos.

Miedo y Asco en Las Vegas denota una falta de guión y de cuerpo argumental que acaba pesando en el espectador. La verdad es que casi no hay historia que contar. Es por ello que la cámara sólo se preocupa de seguir los movimientos y los actos de un par de tipos colgados y enganchados a las drogas y al alcohol que, en pleno 1971 y para cubrir un acontecimiento deportivo en Las Vegas, iniciaron un viaje, a bordo de un descapotable, que les llevaría desde Los Angeles hasta la ciudad de los casinos y las luces de neón. El desmesurado cargamento de estupefacientes y ácidos varios que llevaban, les fue más que suficiente para hacer totalmente llevadera su alucinógena estancia en el lugar.


Uno de ellos es Raoul Duke, claramente el alter ego del autor del libro en que se basa la cinta: un reportero desengañado y pasota, de andares y de movimientos rápidos y siempre dispuesto a catar cualquier tipo de fármaco que le ponga a tono. Un desmadrado Johnny Depp que, precisamente por la manera histriónica con la que lleva a cabo la construcción de un personaje tan desbordado (y con ciertos tics sacados del mismísimo Groucho Marx), se convierte en lo mejor (y más divertido) de un producto con muy poca sustancia.

Su amigo y compañero de viaje es el barrigón Dr. Gonzo, su propio abogado (apellido, el de éste, que abriga un claro guiño al estilo literario adaptado por S. Thompson): un letrado que alterna sus casos judiciales con su desmesurada afición por las drogas y las mujeres. Sí estas últimas son menuditas, menores de edad y se llaman Lucy -en honor al Lucy in the Sky with Diamonds de The Beatles, tal y como ocurre en el caso de Christina Ricci-, mejor que mejor. Un engordado Benicio del Toro se encarga de dar vida al tal Gonzo, aunque su desmedida bufonería interpretativa resulta excesivamente forzada en comparación con el trabajo de Depp. Y es que la figura de ese hombre de letras, se me antoja demasiado fatigosa.

El problema estriba en que no tan sólo el rol de Benicio del Toro es lo más cargante del film, ya que los rocambolescos planos que utiliza Terry Gilliam para retratar los colocones continuos del par de colegas, son de lo más enervante que me he tirado en cara. Planos picados, contrapicados, y grandes angulares a tutti plen, sin un mínimo segundo de descanso: un agresivo festival visual que se hace difícil de soportar durante más de media hora seguida. Y Miedo y Asco en Las Vegas, por desgracia, se acerca a los 120 minutos de proyección. Un par de horas que se basan, única y exclusivamente, en mostrar los viajes lisérgicos de Hunter y Gonzo.

Es cierto que, conociendo el tipo de realización habitual del cine de Gilliam, su esperpéntica planificación podría haber sido la manera más acertada para introducir a la platea en el psicotrónico universo en el que viven inmersos sus dos protagonistas. Lo que en realidad me parece abusivo, es afrontar todo su metraje de este modo y sin intentar ir más allá de las narcotizadas experiencias de éstos.

También es innegable que su escenografía resulta brillante, y que algunas de sus escenas poseen un envidiable puntito de genialidad, como aquella en la que el experto Rob Bottin se encargó del diseño de un grupo de lagartos monstruosos y borrachos, poniéndose a gusto en el bar de un casino. Por otra parte, situar a Raoul Duke y a Gonzo en el mismo hotel de Las Vegas en el que se realiza un congreso de policías y fiscales para debatir sobre el narcotráfico, es una de las ideas más perversas, deliciosas y delirantes del particular mundo del director. La lástima es que se queda sólo en eso: en cuatro esbozos bien trazados y punto.

Un film sobrevalorado, alargado de modo inexplicable y en el que, sus buenas intenciones, se diluyen por culpa de su falta de guión y de una aplastante y crispante puesta en escena. Un esforzado y loable apunte central, sobre aquella combativa generación de los 60 (entre los que engloba al personaje de Johnny Depp) que perdió su fuerza y espíritu de lucha para caer en el desencanto y el abatimiento, no es recurso suficiente para enderezar un producto que se desvía hacia derroteros en exceso caricaturescos, grotescos y repetitivos.

Tras haber charlado hace un mes con el propio Gilliam con motivo del estreno de Tideland, les puedo asegurar que este segundo visionado lo inicié con un cariño especial. Tenía verdaderas ganas de redescubrir un título que, en su día, me pareció abusivo e innecesario. Tristemente, poco (o nada) he cambiado en mi parecer sobre Miedo y Asco en Las Vegas. Pero que conste que lo intenté.



17.7.07

Coma mierda y sea feliz


Don Anderson, el vicepresidente de una gigantesca cadena de hamburgueserías en Norteamérica, la Mickeys Burguers, es enviado al pueblo de Cody (Colorado) para investigar a una potente industria cárnica del condado, sobre la que se abrigan fuertes sospechas de que pueda estar contaminando, con residuos fetales, las hamburguesas congeladas que les sirven. Este es tan sólo el punto de partida de Fast Food Nation, uno de los films más vitriólicos (y, al mismo tiempo, sutiles) de Richard Linklater, uno de los cineastas más reputados y arriesgados de la actualidad que, a pesar de trabajar siempre a contracorriente de la industria establecida, se ha hecho un pequeño hueco en Hollywood.

Fast Food Nation no sólo se centra en esa pasión que el norteamericano medio siente por sus hamburguesas y la comida rápida. Linklater da un vistazo a la parte trasera, derriba puertas y muestra lo que cuesta cada uno de esos bocados: la contratación ilegal de espaldas mojadas por parte de las industrias cárnicas; el discutible control sanitario de sus mataderos y la cínica ignorancia que esgrimen, ante ciertos hechos, sus responsables más directos. Tal y como dice el supervisor de la cadena Mickeys Burguers en la zona de Colorado, “todos tenemos que comer un poco de mierda de vez en cuando”. Y ello lo asevera un genial y fugaz Bruce Willis, mientras devora y se relame con una de sus Big One. La triste filosofía del todo va bien y no hay porque cambiarlo.

Un Linklater sobrio y punzante que, en todo momento, va más allá del fast food y sus satélites. Ello es tan sólo la excusa ideal para darle un par de fuertes mazazos al sistema. Todos saben, pero nadie da un paso al frente para evitarlo. El ciudadano de a pie paga por saborear excrementos entre la carne picada de ternera, al tiempo que se hace el sordo, ciego y mudo, ante los sitios de trabajo usurpados por la inmigración mejicana. Y el Gobierno, mientras el empresario no cause problemas y pague sus impuestos, hace un tanto de lo mismo. Incluso, en alguna que otra ocasión, hasta el mismísimo Presidente, si es necesario, se zampará su pertinente hamburguesa.

Un montón de vidas cruzadas son las armas primordiales que utiliza para construir el compacto cuerpo de Fast Food Nation. Unas vidas cruzadas que poco (o nada) tienen que ver con el estilo impuesto por el desaparecido Robert Altman en este tipo de productos, pues en ningún momento Linklater busca el punto sorpresivo en la unión de sus numerosos personajes. Desde un principio, éste queda bien definido: un pueblo y un par de empresas dependientes la una de la otra.

El desengaño ante la imposibilidad de cambiar una sociedad que se está pudriendo a marchas forzadas, y la posición acomodaticia de aquellos que no desean enfrentarse directamente con la mano que les da de comer (aunque sea caca de la vaca), marcan uno de los mejores títulos de este verano. Mezcla a la perfección la comedia con el melodrama y la tragedia. Su humor es diferente; astuto y penetrante, indudablemente nacido de la mala leche que provocan ciertas verdades ocultas.

La impotencia (asumida) de no avanzar hacia ningún lado; el temor (ilógico) a ser rescatados de aquello que nos oprime y el (alarmante) conformismo de aceptar nuestro oscuro destino, son puntos que quedan perfectamente reflejados en Fast Food Nation cuando, un grupo de jóvenes idealistas, intentan liberar de su encierro a centenares de vacas antes de que las conviertan en picadillo para las Big One; unas vacas que, en su nulidad, optan por quedarse inmóviles, sin traspasar el cercado recién derribado y esperando la fatídica estocada en la nuca.

Greg Kinnear, Catalina Sandino Moreno (la joven protagonista de la interesante María, Llena Eres de Gracia), Kris Kristofferson, Patricia Arquette y Ethan Hawke (actor fetiche del realizador), son tan sólo algunos de los espléndidos intérpretes que intervienen en esta contundente crítica social y política, y en la que la verdad sobre el tan manido y esperanzador American Dream queda perfectamente definida cuando Benny (el gran Luis Guzmán), un tipo que se dedica a introducir ilegales en Norteamérica, obsequia con un par de gigantescos bocadillos de Mickeys Burguers a dos pequeños mejicanos que acaban de pisar, por primera vez en su vida, la tierra de Abraham Lincoln. Sencillamente fastuoso.

16.7.07

EN RESUMIDAS CUENTAS: Puro entretenimiento

Tras ver esa cosa que llevaba por título La Isla, no tenía muchas esperanzas en torno a Transformers, el nuevo trabajo de Michael Bay. La verdad es que, al final y limando ciertas asperezas, me lo pasé pipa con los robotijos transformistas. El ritmo imprimido por su realizador y, ante todo, la inesperada recuperación de un tipo de cine fantástico y de aventuras que estuvo muy en boga en las pantallas de los años 80, han obrado el milagro.

Transformers rezuma el mismo espíritu desenfadado que desprendían películas como Los Goonies, Cortocircuito, Regreso al Futuro o Gremlins. Entretenimiento y sentido del humor al cien por cien, sin coartadas de ningún tipo y siguiendo un sencillo, aunque eficiente, hilo argumental: el del combate de dos razas alienígenas robóticas, iniciado muchos siglos antes y que continúa en la Tierra de nuestros días. La lucha por el poder y el destino del Universo, mantenida por los malvados Decepticons y los honrados Autobots, implicará en la historia a Sam Witwicky, un joven adolescente al que, su recién comprado coche de segunda mano (un Autobot camuflado), le solicitará ayuda para frenar la maldad de sus enemigos y salvar el destino de la Humanidad.

La brillante interpretación de Shia LaBeouf (al que recientemente se le ha podido ver en Memorias de Queens) le otorga una entidad especial al personaje de Sam; un personaje que, sin lugar a dudas, está trazado con el mismo molde con el que se dibujaron aquellos otros jóvenes que, hace un par de décadas, protagonizaron los productos referenciados anteriormente. Vaya, que entre el Marty McFly de Regreso al Futuro (al que daba vida Michael J. Fox) y el tal Sam Witwicky, existe una distancia mínima.

Una cinta trepidante, capaz de rendirle tributo, de manera elegante, a unos juguetes que causaron furor en los Estados Unidos cuando salieron a la venta en 1984, pero a la que, sin embargo, le sobran unos veinte minutos de metraje y unos cuantos helicópteros. Y es que parece que Michael Bay, sin esos artefactos voladores, no es capaz de enfrentarse a un nuevo rodaje por mucho Steven Spielberg que aparezca acreditado en la producción ejecutiva.

Por cierto, me olvidaba. Préstenle mucha atención a Megan Fox: la niña está de rechupete.


Otro entretenimiento, pero en este caso menor e igualmente dirigido al público juvenil, es el que ofrece Geoffrey Sax a través de Alex Rider: Operación Stormbreaker; una distraída nueva vuelta de tuerca al universo de James Bond en versión teenager.

Su protagonista es el tal Alex Rider del inacabable título español: un muchacho que perdió a sus padres en un accidente y que, desde temprana edad, vive al lado del enigmático y viajero tío Ian. Al morir asesinado, descubrirá que la verdadera profesión de éste era la de agente secreto empleado en el MI6 británico. Reclutado por el mismo servicio de inteligencia, Alex recibirá el encargo de terminar la misión iniciada por su difunto pariente: una labor ciertamente peligrosa, en la que una red de ordenadores cargados de un virus letal y destinados de forma gratuita a todas las escuelas del Reino Unido, podrían brindarle, en bandeja de plata, el dominio del país a un villano de claras connotaciones jamesbonianas.

Las presencias, siempre de agradecer, de gente como Mickey Rourke –el estrafalario Darrius Sayle, el malvado de turno-, Ewan McGregor –protagonista de su acelerada aventura inicial- o Stephen Fry –homenajeando, a través de sus gadgets, a un muy particular Mr. Q-, compensan, de largo, la poca entidad que le otorgan, a sus respectivos personajes, el debutante Alex Pettyfer (Alex Rider) y la siempre insulsa Alicia Silverstone.

Un producto sencillo y agradable que, desde la serie B y sin llegar al delirio visual del Robert Rodríguez del primer Spy Kids, está destinado claramente a los más jóvenes de la casa. Y es así como hay que disfrutarlo: con los mismos ojos que ellos y sin buscarle tres pies al gato. Y es que a un servidor le gusta, de vez en cuando y teniendo en cuenta que le quedan menos de tres años para llegar a la cincuentena, sentirse nuevamente picado de acné; aunque sea sólo durante una escasa hora y media.