Alguno de ustedes, con total nocturnidad y alevosía, propuso que revisara para esta sección Nobleza Baturra, el clásico de Florián Rey de 1935 que, a su vez, se trataba de un remake del film mudo de idéntico título que realizara, diez años antes, Juan Vila Vilamala.
La verdad es que, tras sufrir íntegramente sus inacabables 80 minutos, se me planteó una duda existencial. ¿Quién narices, hoy en día, verá esta película? Sea como sea, yo estuve obligado a ello. Un vilipendio más a añadir a una larga lista de títulos que, en buena manera y solicitados por ustedes-vosotros, considero una especie de merecido castigo provocado por mis habituales salidas de tono.
No esperen que les hable largo y tendido de la película, pues no pretendo arruinar las cuatro únicas neuronas que aún cohabitan en mi cerebro. Tampoco sacarían nada interesante de mis palabras. Es por ello que, por esta vez y sin que sirva de precedente, evitaré extenderme en la reseña de tal producto; un producto, por otra parte, del que tan sólo cabe destacar el buen oficio de su director. Teniendo en cuenta la época en que se realizó y su evidente falta de medios, Florián Rey logró un trabajo técnicamente eficaz y digno del mejor de los artesanos.
Otra cosa es su guión y la historia que se plasma. Narrada, a medio camino, entre la comedia más mañica y el melodrama más moralista y religioso, Nobleza Baturra se centra en la rivalidad creada entre dos hombres por conseguir a la bella y cantarina Pilarica, la hija de uno de los potentados de un pueblecito cercano a Zaragoza. Uno de ellos es bueno y pobre, un asalariado más del padre de la chica a la que ama; el otro es un terrateniente frío y malvado, el cual utiliza el amor de Pilar como parte de los negocios pactados con el padre de ella. Calumnias y mentiras serán las armas que el muy roñoso empleará para atrapar a la mozuela entre sus redes.
Si tienen la moral suficiente para aguantar casi una docena de joticas y descubrir las aptitudes interpretativas y vocales de la ya mítica Imperio Argentina, ya lo saben: quédense con la copla y revísenla. ¡Qué no les pase ná! Además, a pesar del oficio y empeño demostrado por Florián Rey, el celuloide suelta un pestiño a rancio que tumba de espaldas.
Para el resto de los mortales -y con la intención de que se hagan un poco a la idea de cual era el tipo de humor vertido en Nobleza Baturra-, les dejo una escena imprescindible y antológica en la que un baturrico, a lomos de un burro, esgrime su dignidad ante un ferrocarril. Tan sólo les diré que el tema de la susodicha escena era uno de los recursos más usados, durante años, por el genial Luis Sánchez Polack Tip en muchas de sus actuaciones. Para ello, no he podido resistir la tentación de volver a entrar a hurtadillas en el YouTube y colarles el vídeo de abajo.
¡Ridiela!, pues eso. Yo me quedo con el chufla chufla y ese curioso anticipo de humor labriego y cazurro que más tarde cultivara Alfredo Landa.
Juan de Orduña (que en este film daba vida al terrateniente malcarado), en un achaque de añoranza, se puso tras la cámara y dirigió una nueva Nobleza Baturra, con Vicente Parra y a todo color.
Comentario esencial: el título de la citada revisión cinematográfica era también el de Nobleza Baturra. Ahora le habrían colocado lo de Nobleza Baturra II (El Regreso del Chufla Chufla).
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