28.11.13

Séame disfuncional, pero con moderación


Con la de películas interesantes que jamás se estrenarán comercialmente en nuestro país, ahora van y nos endilgan una chorrada tan intrascendente y con toque moralista incluido como Somos los Miller. La excusa, la misma de siempre: se trata de una de las comedias más taquilleras en los EE.UU. durante el último verano; un pretexto que, por cierto, no es garantía de nada, tal y como demuestra su visionado.

Si ayer les hablaba de una abuela metida a traficante de hachís, hoy le toca el turno a un camello de tres al cuarto que, tras haberle sido sustraído todo su material y las ganancias de las ventas, para compensar las pérdidas a su jefe -un narcotraficante bastante tarado-, deberá emprender un viaje hasta Méjico y hacerse con un importante alijo.


La cosa, todo hay que decirlo, no empieza mal del todo. La presentación de personajes, aparte de graciosa, promete, pues el hombre, ideando algún sistema para burlar la frontera norteamericana a su regreso, decide montar una falsa familia que le acompañe en su peligroso desplazamiento. Para ello, alquila una auto caravana y recluta a tres personajes inconexos para que hagan las funciones de miembros de su tribu: la madre, una stripper venida a menos; el hijo, un vecino adolescente totalmente disfuncional y la hija, una joven punki escapada de su domicilio paterno.


Su primera parte, como cóctel del cine de los Farrelli y de Judd Apatow, más o menos funciona. Sin casi guión, aunque repleto de gags dominados, ante todo, por el humor grueso habitual de ese tipo de comedias, va cumpliendo con lo anunciado en un principio. Hasta la pareja accidental formada por Jason Sudeikis y Jennifer Aniston destila la mínima química necesaria como para resultar soportable. Pero llegados al ecuador de su metraje, justo cuando aparece en escena una familia ciertamente cursi y empalagosa, el invento empieza a torcerse a marchas forzadas.

Es entonces cuando su realizador, un tal Rawson Marshall Thurber (artífice, entre otros desaguisados, de algo tan patético como Cuestión de Pelotas), pierde el norte y, olvidándose de la incorrección política vertida hasta el momento, le entra la vena catequizadora vendiéndonos gato por liebre. Suaviza sus chistes y, lentamente, somete al espectador a un sutil lavado de cabeza para inculcarle la importancia de los valores de la familia en la sociedad actual, tal y como si se tratara de un edulcorado film made in Disney. Una tomadura de pelo gigantesca capaz, en su recta final, de romper con todo lo predicado anteriormente.

La amoralidad es mala y la disfuncionalidad social aún peor. La típica familia americana es lo que de verdad mola, con sus barbacoas dominicales en el jardín de casa.


Amigo Rawson, váyase a sermonear a otra parte.

27.11.13

La abuela tiene un plan


La recientemente fallecida Bernadette Lafont, la que fuera una de las musas del cine francés de los años 60 y 70, en su penúltima película, interpretó a Paulette, una anciana gruñona, racista y muy poco sociable que, para compensar su mísera pensión económica, decide empezar a traficar con hachís tras dar, de forma fortuita, con un pequeño alijo. Dirigida por Jérôme Enrico, nos llega El Postre de la Alegría, descabellada traducción española del más conciso Paulette; título con el que ha sido rebautizado en nuestro país en clara referencia al afable El Jardín de la Alegría, su más obvio (y compacto) precedente cinematográfico.


El Postre de la Alegría es un film fácil, muy fácil. De hecho, su argumento está construido a base de tópicos, empezando por los rasgos de su protagonista, una anciana intratable y solitaria, amargada por no poder asumir sus gastos mínimos mensuales y de incalificable trato para con su nieto de color. El retrato de esa mujer, en sus primeros minutos de metraje y a pesar de lo vulgar de su descripción, resulta ciertamente gracioso. Se muestra asimismo simpático y prometedor al narrar sus primeros pinitos como camello de barrio pero, poco a poco, su acierto inicial, debido a lo trivial de su planteamiento, se convierte en un trabajo tan previsible como aburrido.

La película de Jérôme Enrico, en un principio, parece apuntar cierta crítica social y política enmarcada en el contexto de la actual crisis económica. Pero sólo lo parece, quedando en una mínima apreciación que rápidamente deriva hacia una trayectoria más astracanada y salpicada por destellos de una forzadísima incorrección política. Lo suyo es el humor chabacano y en nada sutil, tal y como sucede con el juego simplón que se saca de la manga a través de la red de distribución de pastelitos de “chocolate” que organiza la buena mujer (en la que colaboran otras ancianas dispuestas a mejorar sus condiciones de vida) y las relaciones de ésta con un par de bandas de traficantes de la zona.  Repito: fácil, fácil, fácil.


En poco ayuda al buen desarrollo de cinta la sobreactuación con la que Bernadette Lafont afronta el rol de la esquiva abuelita; una interpretación tan exagerada que la aleja totalmente de su pretendida empatía con la platea. Aunque, un tanto de lo mismo, le sucede al resto de su elenco, desde el grupo de amigas que le dan soporte en su negocio (¡qué pena da ver perdida por allí en medio a Carmen Maura!) hasta los integrantes de las cuadrillas rivales, por no citar a sus familiares más directos (incluido un yerno tontainas, policía y de color).


Un quiero y no puedo que, precisamente por el cúmulo de topicazos que destila en su primera parte (y de los que jamás se desengancha durante el resto de su metraje), acaba siendo un producto tan predecible como desaborido y en donde, de forma totalmente imaginable, esa mujer refunfuñona terminará transformándose en una dama de buen corazón.

Les dejo. Me voy a visitar a la centenaria del 4º 3ª a ver si me vende unas suculentas magdalenas de la hilaridad para levantarme la moral.

22.11.13

Mafiosos desubicados


El parisino Luc Besson, en su nuevo film Malavita (alucinado título español del original The Family), recurriendo a dos atractivas estrellas norteamericanas como Robert De Niro y Michelle Pfeiffer y amparándose en un Martin Scorsese en funciones de productor ejecutivo, se adentra en una comedia funcional, aunque bastante irregular, que se acerca a las contrariedades que sufre un mafioso neoyorquino, de ascendencia italiana, quien, en compañía de su esposa y sus dos hijos, acepta entrar en el programa de protección de testigos del FBI tras haber delatado a varios miembros de su otra “familia”.


Malavita arranca con la llegada de Giovanni Manzoni y su familia a un pequeño pueblo de Normandía. Han puesto precio a su cabeza, por lo que han tenido que cambiar de identidad y de residencia en varias ocasiones. En su nuevo domicilio y escoltados por tres hombres del FBI, tendrán que acostumbrarse a la cultura y a los hábitos de los vecinos del apacible enclave francés, cosa que les resultará bastante difícil pues, para ellos, resulta casi imposible dejar atrás ciertas rutinas e impulsos adquiridos en su vida anterior.

La cosa funciona a la perfección en lo que hace referencia a todo lo que les sucede a Giovanni y a su esposa Maggie. De Niro, como ya viene siendo habitual en varias de las comedias interpretadas en los últimos años, vuelve a auto parodiar con gracia y soltura su sempiterno papel de mafioso. En esto, el hombre tiene experiencia más que sobrada y, de hecho, sobre él recaen los gags más celebrados de la función. Su pareja, Michelle Pfeiffer, no tan atinada interpretativamente hablando como él, logra salvar sin fisuras el rol de mujer de gángster, amargada por las continuas mudanzas que han de realizar y, a pesar de su iracundo carácter, totalmente acomodaticia con la antigua “profesión” de su marido.


Cuando la cámara de Besson se centra en las correrías de sus dos hijos, unos no muy aprovechados John D’Leo y Dianna Agron, la película pierde en intensidad y, en ciertos momentos, cae en el tópico de las insulsas y forzadas comedias con teenagers de protagonistas. Igual de impetuosos y maquiavélicos que sus progenitores, los dos jóvenes se ven castigados por las peores líneas del guión. Suerte que por ahí y compensando la sosería (no exenta de violencia) de sus apariciones, tenemos la presencia de Tommy Lee Jones quien, a pesar de repetir de nuevo su habitual personaje de agente enfurruñado del FBI, aporta, con su solvencia, algunos de los mejores chistes (y diálogos) del producto, casi siempre al lado de Robert De Niro. 

Una sátira entretenida, aunque llena de baches narrativos. Una especie de montaña rusa, marcada por un montón de subidas y bajadas argumentales (en general acompañadas por la presencia de ciertos actores en pantalla), cuyas mejores escenas se ven arropadas por efectivos e inevitables guiños cinéfilos (como la juguetona referencia al genial film de Scorsese Uno de los Nuestros) y, ante todo, por la incontrolable personalidad del personaje de Giovanni Manzoni y las numerosas apostillas sobre la incompatibilidad de los norteamericanos con las tradiciones francesas.

21.11.13

Perdedores natos


Tras el éxito obtenido en todo el mundo con la espléndida Los Falsificadores (nominación incluida al Oscar a Mejor Película de habla no inglesa), Stefan Ruzowitzky se ha introducido en el mundillo de Hollywood con La Huida, un thriller tan sencillo como funcional y lleno de perdedores a los que, de forma errónea y con la intención de darle más prestancia al producto, ha dotado de una innecesaria profundidad emocional, tan falsa como chirriante. Una lástima, pues con la intriga argumental propuesta y el tentador casting elegido, tenía más que suficiente.

La historia arranca con el accidente automovilístico, en medio de una tormenta de nieve, que sufren un par de hermanos (chico y chica) tras haber atracado un casino. Repartiéndose el botín, optan por huir a pie, cada uno por su cuenta, a pesar de que el destino los volverá a unir en casa de un policía jubilado, justo al lado de la frontera canadiense.


No contento con ceñirse únicamente a la trama policíaca, Ruzowitzky urde una especie de cruce de caminos, con amoríos incluidos, en el que se irán relacionando, de forma forzadamente casual, un montón de personajes muy marcados por sus difíciles relaciones familiares, empezando por los dos delincuentes y terminando por la incomprendida hija del sheriff rural y el hijo del agente retirado, un joven boxeador recién salido de la cárcel. Una estrategia argumental que, en lugar de darle más fuerza, le resta nervio e interés a la historia, llegando incluso a caer en el mayor de los ridículos durante su recta final; clímax que transcurre en el seno de una (teóricamente tensa) cena familiar del Día de Acción de Gracias en donde convergen todos los protagonistas, del primero al último, los buenos y los malos. De juzgado de guardia.


Atrás quedan su trepidante inicio, algún que otro pasaje aislado digno del mejor cine de acción y el interés que podría despertar en el espectador ver reunidos, en un mismo film, a nombres tan diversos y atractivos como Eric Bana, Olivia Wilde, Kate Mara, Kris Kristofferson, Sissy Spacek y un engordadísimo Treat Williams.

Un cóctel interpretativo, tan diverso como exótico, al servicio de una serie B con pretensiones de cine de autor. Desangelada aburrida y, por momentos, hasta ilógica. Igual de gélida que sus paisajes nevados. Totalmente ahorrable.

19.11.13

Trapicheando con carne prohibida


Un Cerdo En Gaza significa el debut como director del periodista y escritor franco-uruguayo Sylvain Estibal. Su ópera prima no es más que una sencilla comedia, totalmente bienintencionada, que aboga por la reconciliación de israelitas y palestinos bajo el prisma del humanismo y el sentido del humor.

Su gracioso e insólito punto de partida es excelente: un pescador palestino, vecino de Gaza, atrapa entre las redes de su barco a un inmenso cerdo, animal caído al mar seguramente de otra embarcación. Como musulmán, ante un bicho de carne prohibidísima por su religión y creyendo que se trata de un castigo divino, piensa en primer lugar en deshacerse de él. Pero su precaria situación económica le hace plantearse la posibilidad de venderlo, aunque sea a través de conductos un tanto ilegales.


Estibal, en su primera parte, se muestra ingenioso en muchísimos aspectos, incluso atreviéndose con la inserción de algún que otro chiste ciertamente escatológico. Explota de forma controlada y efectiva la vis cómica de su excelente actor protagonista, Sasson Gabai (un hombre que domina a la perfección el gag físico), al tiempo que retrata, de manera espléndida y mediante un perspicaz y gracioso tono satírico, la dificultad de vivir en un enclave fronterizo como Gaza, situado en el eje del conflicto, justo entre el bloqueo israelita y la vigilancia severa de los islamitas que controlan la zona.


La cosa funciona más o menos bien, hasta que llega el momento de enfrentarse a la recta final y a una resolución más o menos digna. Tanto ha enmarañado la historia del pobre pescador y su cerdo que, aparte de caer en la mayor de las astracanadas, apuesta por un cursi y sonrojante epílogo al más puro estilo del Viva La Gente; la manera más tonta de cargarse, de un solo plumazo, todo lo anteriormente expuesto. 

Un film original en su planteamiento, divertido en su desarrollo y patético en su conclusión. Tal y como decía Billy Wilder, "nadie es perfecto".

18.11.13

La ética reposa en el congelador


La contundente y desgarradora Incendies, aparte de dejar a las plateas de todo el mundo con la boca abierta, ha logrado que el realizador canadiense Denis Villeneuve entre en Hollywood por la puerta grande con un film tan escalofriante como Prisioneros, la historia del secuestro y posterior búsqueda de un par de niñas visto desde dos frentes distintos: el de un eficaz agente de policía y el del iracundo padre de una de las criaturas.


La propuesta de Villeneuve es totalmente sórdida, tanto desde el punto de vista ético como visual. La dureza con la que afronta ciertas escenas se me antoja de lo más turbador, tanto por la frialdad con la que se aproxima a la mayoría de sus personajes como por la calmada manera de narrarlo. Él no emite sentencias. La moral la deja para el propio espectador, dejando que éste se convierta en juez del visceral modo de afrontar el tema que tiene Keller Dover, el padre de la pequeña Anna, quien, desesperado por la que cree una ineficaz investigación policial, decidirá involucrarse directamente en el caso y atrapar con sus propias manos al principal sospechoso.


Dos horas y media de buen cine. Cine gélido, igual de frío que el clima que azota a la pequeña población de Georgia en la que está ambientada. 150 minutos de crescendo dramático llenos de calculados e inteligentes giros de guión, capaces de hacer avanzar la narración por derroteros sorpresivos y desoladores. Poco a poco, sin prisas, va desvelando el misterio que abriga la desaparición de las dos niñas, al tiempo que, sin mostrarse jamás condescendiente con ninguno de sus personajes, se adentra en un laberinto de morbosidad en el que se aúnan la violencia más visceral con la religión, al igual que sucedía con Seven, un film con el que coincide en más de un aspecto, sobretodo estéticamente hablando.

Jake Gyllenhaal (actor con el que también acaba de rodar la interesante Enemy, vista recientemente en el Festival de Sitges), borda el papel del detective Loki, un hombre solitario y meticuloso, al que dota de ciertos toques muy personales (como un constante parpadear de ojos) que dejan intuir un pasado oscuro y un tanto tormentoso. Una interpretación difícil de superar por parte del amigo Lobezno, Hugh Jackman, quien, un tanto al borde de la sobreactuación, lleva finalmente a buen término el papel de padre angustiado y dispuesto a todo para dar con el paradero de su pequeña Anna.

Más funcionales, pero igual de efectivos, resultan los integrantes del resto del elenco, desde Maria Bello, pasando por Viola Davis, Melissa Leo o Paul Dano y terminando con Terrence Howard, este último en el rol del padre de Joy, la otra niña secuestrada.


Un trabajo penetrante y magnético. Toda una lección de cine en mayúsculas que, con ciertas asperezas a limar, desvela la fuerza de un director que seguramente, en un futuro no muy lejano, nos brindará otros títulos igual de estimulantes. Y es que el hombre sabe poner muy bien la cámara en cada momento, mostrándose capaz de desvelar datos imprescindibles de forma muy sutil y sin resultar reiterativo.

15.11.13

Yo no soy esa


Filmada a medias entre Nueva York y San Francisco, Blue Jasmine nos devuelve a un Woody Allen en plena forma; un Woody Allen comparable a sus mejores films. De hecho, su último trabajo, posee reminiscencias de sus mejores obras. La mala leche que por momentos destila recuerda a la magistral Delitos y Faltas, ya que se trata de un melodrama, con pequeños toques de comedia, ambientado en plena crisis mundial y rodado, por tercera vez en su filmografía, en formato scope (tras Manhattan y Todo lo Demás). El retrato de una mujer al límite, a un punto de la locura, que quiere empezar una nueva vida, aunque sin renunciar por ello a los placeres y lujos de los que se había rodeado hasta el momento.

Su nombre es Jeanette, aunque se hace llamar Jasmine, por su exotismo y porque opina que tiene más enjundia. Estaba casada con un millonario; un especulador y adúltero de mucho cuidado a quien el fisco le importaba una mierda. Residía con su marido en una deslumbrante finca neoyorquina, con todos sus gastos y caprichos pagados. Pero algo se rompió en el camino. Perdió su matrimonio, sus bienes gananciales y se quedó en la ruina más absoluta. Ahora toca comenzar de nuevo, sola y sin un puto dólar en el bolsillo. Su punto de partida es la ciudad de San Francisco, lugar al que acude para vivir de gañote durante una temporada en casa de su hermanastra, mientras busca empleo y un maromo con posibles. Odia su actual situación y la poca clase que denota su hermana, tanto por los hombres de los que se rodea como de su mínimo poder adquisitivo. Y está decidida a lo que sea necesario con tal de salir del suburbio y del apartamento en el que habitan, aunque sea a golpes de pastillas y vodka.


Jasmine es Cate Blanchett; una Blanchett fenomenal, capaz de llevar su papel hasta extremos increíbles sin perder jamás la compostura y lindando, en todo momento y de forma genial, con un histrionismo que por suerte nunca llega. La medida interpretativa justa para dar vida a una mujer marcada por sus enfermizas ganas de aparentar lo que ya no es y que, agobiada por sus recuerdos, se sitúa tan sólo a unos centímetros de perder la razón. Una interpretación insuperable, digna de Oscar, que supone todo un regalo para las intenciones de Woody Allen. Sencillamente espléndida.

Una película triste, divertida por momentos, que el cineasta ha construido con una delicadeza exquisita. A pesar de centrar la atención en el personaje de Jasmine, a quien mima de forma especial, no olvida en ningún momento a los que están a su alrededor y que les toca soportar las insolencias de una mujer ambiciosa y egocéntrica, como ocurre con su sufrida hermanastra (perfecta y graciosa Sally Hawkins) o, entre otros, el compañero actual de ésta, un desprendido Bobby Cannavale asumiendo el rol de un machito un tanto cazurro.


Y allí, en otro nivel, el siempre efectivo Alec Baldwin en la piel de Hal, el marido crápula y especulador; un esposo al que siempre se muestra a través de varios flash backs que, insertados a la largo de su metraje a modo de pequeñas piezas de un rompecabezas, ayudan al espectador a componer mejor la personalidad y la situación actual de Jasmine.


Por fin, Woody Allen ha dejado atrás su irregular y cansino periplo europeo (espero que para siempre) y, desde su país natal, ha vuelto a ofrecernos una obra maestra más. Una montaña rusa de sentimientos y sorpresas, llena de diálogos y situaciones inteligentes y dotada de una elegante sensibilidad a la hora de trazar uno de los mejores personajes femeninos de su dilatada filmografía. Y es que quien tuvo, retuvo.

14.11.13

Los Señores de los Anillos


Tras la decepcionante La Chispa de la Vida, Álex de la Iglesia recupera a Jorge Guerricaechevarría, su guionista habitual, y con Las Brujas de Zugarramurdi urde uno de los desmadres más divertidos de la temporada. Una comedia alocada, marcada por su contundente humor negro y por ese inevitable toque fantástico, de lo más burro, que a principios de los 90 encumbrará al director con títulos como Acción Mutante y El Día de la Bestia.

Las Brujas de Zugarramurdi goza de uno de los principios más acelerados y magnéticos del cine español. Arropado en el magistral montaje de Pablo Blanco y en un ritmo narrativo totalmente trepidante, muestra el atraco a una casa de empeños que, realizado por un grupo de individuos disfrazados de estatuas vivientes, acabará en una vibrante persecución automovilística por las calles de Madrid. Decenas de coches de policías y un único objetivo: atrapar al taxi que dos de los atracadores (un Cristo y un soldadito de plástico) y el hijo pequeño de uno de ellos han secuestrado para iniciar su huida hacia Francia.


Un asalto único, impetuoso y al mismo tiempo gracioso. De propina, antes de tal explosión de violencia, unos títulos de crédito impresionantes (con imágenes de las mujeres y brujas más malvadas del planeta) y el caustico retrato de la decadencia de la Humanidad a través de un sinfín de imágenes sincopadas de la superpoblada y madrileña Plaza del Sol. La magnífica entrada del nuevo trabajo de Álex de la Iglesia difícilmente se podría superar.

Para los desesperados fugitivos, la libertad se encuentra en Francia y en el botín de 25.000 anillos de oro que llevan consigo. Pero antes tendrán que pasar por el pequeño pueblo navarro de Zugarramurdi, lugar en el que serán recibidos por un triunvirato de mujeres un tanto extrañas y capitaneadas por Graciana Barrenetxea, una cínica bruja interpretada a las mil maravillas por la gran Carmen Maura.


Y no sólo la Maura está perfecta, ya que todo su elenco funciona francamente a las mil maravillas. No hay nadie que desentone en la chifladura propuesta. Incluso alguien como Mario Casas, que nos tenía acostumbrados a otro tipo de papeles, sorprende al personal con sus escondidas dotes de comediante nato al dar vida a un cazurro de mucho cuidado. Sencillamente admirable.


Un film esquizofrénicamente simpático. Su ritmo es enervante, sus situaciones delirantes y sus diálogos, muy del terruño (¡cómo deben de ser!), ciertamente jocosos. Lástima que, en su recta final, durante la plasmación de un aquelarre multitudinario (muy al estilo de Indiana Jones y el Templo Maldito), con monstruo gigantesco incluido, a de la Iglesia se le vaya un tanto la olla y, en su desvarío, alargue la cosa hasta límites inenarrables. Pero, al fin y al cabo, teniendo en cuenta el resto de su ingenioso y ocurrente metraje, se trata de un desatino totalmente perdonable.

Perdedores natos y tontolculos sin remisión, una fauna de personajes muy al límite, típicos de la factoría de la Iglesia, enfrentados a una caterva de brujas que, en su condición de mujeres, se muestran ansiosas por crear un matriarcado universal. De lo mejor del director bilbaíno desde que nos asombrara con ya lejana La Comunidad. Y es que, en tiempos oscuros como los que corren, no hay nada mejor que echar unas risas.

13.11.13

Bon appétit


Carlos es un hombre aparentemente normal. Vecino de Granada y sastre de profesión. Su pequeño taller lo tiene sólo a unos metros de su domicilio, una vieja finca en el centro de la ciudad. Vive solo porque asegura que le encanta. Pulcro y educado en su trabajo, aunque algo retraído en el trato con los demás. Pero detrás de esa sencillez que demuestra, se esconde un tipo enfermo: un monstruo al que le pirra alimentarse de carne humana; concretamente la de las víctimas femeninas (en general, turistas) a las que da caza, con nocturnidad y alevosía, para posteriormente diseccionar en sabrosos filetes en una pequeña cabaña de su propiedad en lo alto de Sierra Nevada.


Es extraño que, con una premisa tan suculenta como ésta, el nuevo trabajo del almeriense Manuel Martín Cuenca, Caníbal, pasara sin pena ni gloria por los cines de nuestro país. No es un film redondo, ni mucho menos, pero tan sólo por la magistral interpretación de Antonio de la Torre bien valía la pena acercarse a la propuesta. Y es que de la Torre, valiéndose casi en exclusiva de sus silencios y miradas, expresa a la perfección el turbulento infierno de su sanguinaria dolencia.


El film, cuyo principal error quizá resida en el aspecto minimalista y reiterativo de algunos de sus pasajes, es todo un retrato de la vida cotidiana de un ser distinto a los demás. El día a día de un personaje del que, como vecino, nunca llegaríamos a sospechar. Educado, apocado, afable, metódico en sus quehaceres... Sus buenas maneras, a priori, jamás le delatarían, a no ser que usted, buena mujer, se convierta en una de sus presas.

Ambientado en plena Semana Santa granadina, la simbología religiosa y las procesiones por las calles de la ciudad que inundan la pantalla, le dan un toque aún más macabro a la bestialidad de las acciones del solitario Carlos. Un contraste ciertamente espeluznante.

Y, de propina, la presencia de Nina, esa joven rumana que aterriza en la ciudad en busca de su hermana gemela, Alexandra, ignorante de que ésta se ha convertido en uno de los platos preferidos de Carlos; una Olimpia Melinte excelente en su doble papel de víctima y de recién llegada, y que, en el rol de Nina, logrará sacar de nuestro sastre protagonista su lado menos oscuro; su vertiente más humana. Amor y muerte. Muerte y amor. El orden de los factores, en este caso, sí puede alterar el producto.


Ya lo saben. Si se les escapó en su estreno, ahora toca apuntárselo para cuando se edite en DVD. Un menú sabroso, de difícil digestión, que ha sido cocinado a fuego lento. Vuelta y vuelta. Y a degustarlo sin prisas, igual que su calmado tiempo narrativo.

12.11.13

El fin de una etapa


Estrenado con cierto retraso en nuestro país, El Último Concierto se trata -aparte de lo que muchos denominan erróneamente un film menor-, de una pequeña joya en bruto, llena de sentimientos enfrentados y gigantescas interpretaciones.

La cinta, dirigida por Yaron Zilberman, retrata las relaciones existentes entre los cuatro integrantes de La Fuga, un cuarteto musical de cuerda que lleva 25 años recorriendo los escenarios con sus conciertos. Tres hombres y una mujer. Se aprecian, se respetan y actúan de forma totalmente profesional en sus respectivas tareas. Todo parece ir viento en popa, como la seda, hasta que Peter, el mayor de ellos y fundador del grupo, anuncia su retirada debido a que empieza a mostrar los primeros síntomas de una enfermedad degenerativa. Ahora, entre otras cuestiones, tocará buscar un nuevo violoncelista.


Recelos, enfrentamientos. ambiciones y envidias aflorarán en pantalla. Nada es tan perfecto entre ellos como aparentaban. Los egos de los tres músicos que deberían seguir ondeando la bandera de La Fuga por el mundo, no se harán esperar. La desintegración del cuarteto está a un solo paso de iniciarse. Tanto es así, que quizás hayan de suspender el que tenía que ser el último concierto; el concierto de despedida de Peter.

De narración calmada y guión afinado como las notas de la música clásica por la que se deja arropar, se trata de un film sobrio dispuesto a diseccionar los rincones más débiles del ser humano. Y lo hace con tranquilidad, sin prisa y manteniendo cierta distancia emotiva con sus personajes, sin dejar de marcarse, de vez en cuando, alguna que otra explosión de tensión plagada de amarguras.

Y allí, como espectador principal de la tirantez creada, se sitúa el desafortunado Peter quien, con su anunciada jubilación, se ha convertido en una especie de espoleta humana; un personaje al que da vida, de forma brillante, un majestuoso Christopher Walken, mientras que, al otro lado de la barrera, en el bando de las rencillas y la mala leche, tres actorazos de mucho cuidado: Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener y el ucraniano Mark Ivanir, los dos primeros en la piel del matrimonio Gelbart (segundo violín y viola, respectivamente) y el tercero en la de Daniel, el engreído primer violín.


Un trabajo intimista que se muestra capaz de emocionar sin recurrir a truculencias lacrimógenas y marcado por una escena final, tan resolutiva como magistral, en donde la música se convierte en su principal protagonista. No se la pierdan.

7.11.13

El hombre atrapado


Hace tres años, en 2010, Mariano Barroso realizó para la TNT una serie televisiva, de seis episodios de veinte minutos de duración cada uno de ellos, que llevaba por nombre Todas Las Mujeres. A pesar de tratarse de un trabajo low cost y teniendo en cuenta la alta calidad de la misma, el realizar ha decidido remontarla, eliminando algunos pasajes (muy pocos), para su exhibición en pantalla grande. El resultado final se resume en un espléndido largometraje digno de competir con otras películas filmadas directamente para su pase en salas cinematográficas.

Manteniendo el mismo título que la serie original, Todas Las Mujeres muestra la historia de un tipo un tanto crápula, Nacho, un veterinario casado con la hija de su jefe que, aliándose con su joven amante, decide dar un golpe en la empresa de su suegro para después desaparecer del mapa. Pero nada sale como esperaba: la cosa sale fatal, su mujer le abandona y el hombre corre el peligro de ser detenido. En busca de ayuda para salir del atolladero en el que se ha metido, decidirá recurrir a las mujeres de su vida.


Filmada prácticamente en un escenario único (la casa en la montaña en la que habita), se trata de un melodrama que, tratado a modo de comedia, retrata a la perfección el carácter de un sujeto un tanto jetas en un momento en el que ve peligrar su cómoda existencia. Mujeriego, embaucador y mentiroso compulsivo, la cinta construye con inteligencia la personalidad del tal Nacho a través de las mujeres a las que acude en busca de auxilio.


Por la pantalla pasarán, de una en una, su propia esposa, su amante, su ex compañera, su madre, su cuñada y una psicóloga a la que pretende embaucar para conseguir un certificado que le pueda eximir de la cárcel. Seis actrices espléndidas (Lucía Quintana, Michelle Jenner, María Morales, Petra Martínez, Marta Larralde y Nathalie Poza) al servicio de un monstruo de la interpretación: Eduard Fernàndez; un Eduard Fernàndez en estado de gracia, alma mater del film que, con este trabajo, consigue la que sea posiblemente una de sus mejores actuaciones. Sobrio y alejado de cualquier tipo de histrionismo, el hombre aguanta estoicamente todo su metraje ante la cámara. No hay plano en el que no esté presente el gran Fernàndez. La naturalidad con la que afronta su personaje supera todos los límites. Tanto es así que, a pesar de meterse en la piel de un individuo odioso, logra transmitir cierto sentimiento de simpatía al espectador gracias a la picaresca con la que confecciona su papel.


Arropada por un guión sin fisuras, de ágiles e inteligentes diálogos y dotada de un perverso sentido del humor, logra romper con la posible teatralidad que se podría entresacar de la filmación en un espacio único debido al nervio y la sabiduría con los que Barroso ha afrontado el reto.

Un producto a tener en cuenta, muy en cuenta. Nunca un tipo tan desagradable como Nacho me había caído tan bien.