Tras el éxito obtenido en todo el mundo con la espléndida Los Falsificadores (nominación incluida al Oscar a Mejor Película de habla no
inglesa), Stefan Ruzowitzky se ha introducido en el mundillo de Hollywood con La Huida, un thriller tan sencillo como funcional y lleno de perdedores a los que,
de forma errónea y con la intención de darle más prestancia al producto, ha
dotado de una innecesaria profundidad emocional, tan falsa como chirriante. Una
lástima, pues con la intriga argumental propuesta y el tentador casting
elegido, tenía más que suficiente.
La historia arranca con el accidente automovilístico,
en medio de una tormenta de nieve, que sufren un par de hermanos (chico y
chica) tras haber atracado un casino. Repartiéndose el botín, optan por huir a
pie, cada uno por su cuenta, a pesar de que el destino los volverá a unir en casa de un policía jubilado, justo al lado de la frontera
canadiense.
No contento con ceñirse únicamente a la trama
policíaca, Ruzowitzky urde una especie de cruce de caminos, con amoríos incluidos, en el que se irán
relacionando, de forma forzadamente casual, un montón de personajes muy
marcados por sus difíciles relaciones familiares, empezando por
los dos delincuentes y terminando por la incomprendida hija del sheriff rural y
el hijo del agente retirado, un joven boxeador recién salido de la cárcel. Una
estrategia argumental que, en lugar de darle más fuerza, le resta nervio e
interés a la historia, llegando incluso a caer en el mayor de los ridículos durante
su recta final; clímax que transcurre en el seno de una (teóricamente tensa) cena familiar del Día de Acción de
Gracias en donde convergen todos los protagonistas, del primero al último, los buenos y los malos. De juzgado de guardia.
Atrás quedan su trepidante inicio, algún que otro
pasaje aislado digno del mejor cine de acción y el interés que podría despertar
en el espectador ver reunidos, en un mismo film, a nombres tan diversos y
atractivos como Eric Bana, Olivia Wilde, Kate Mara, Kris Kristofferson, Sissy
Spacek y un engordadísimo Treat Williams.
Un cóctel interpretativo, tan diverso como exótico,
al servicio de una serie B con pretensiones de cine de autor. Desangelada
aburrida y, por momentos, hasta ilógica. Igual de gélida que sus paisajes
nevados. Totalmente ahorrable.
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