Tras la decepcionante La Chispa de la Vida, Álex de
la Iglesia recupera a Jorge Guerricaechevarría, su guionista habitual, y con Las Brujas de Zugarramurdi urde
uno de los desmadres más divertidos de la temporada. Una comedia alocada, marcada
por su contundente humor negro y por ese inevitable toque fantástico, de lo más
burro, que a principios de los 90 encumbrará al director con
títulos como Acción Mutante y El Día de la Bestia.
Las Brujas de Zugarramurdi goza de uno de los
principios más acelerados y magnéticos del cine español. Arropado en el
magistral montaje de Pablo Blanco y en un ritmo narrativo totalmente trepidante,
muestra el atraco a una casa de empeños que, realizado por un grupo de individuos
disfrazados de estatuas vivientes, acabará en una vibrante persecución
automovilística por las calles de Madrid. Decenas de coches de policías y un
único objetivo: atrapar al taxi que dos de los atracadores (un Cristo y un
soldadito de plástico) y el hijo pequeño de uno de ellos han secuestrado para iniciar su huida
hacia Francia.
Un asalto único, impetuoso y al mismo tiempo
gracioso. De propina, antes de tal explosión de violencia, unos títulos de
crédito impresionantes (con imágenes de las mujeres y brujas más malvadas del
planeta) y el caustico retrato de la decadencia de la Humanidad a través de un sinfín de imágenes sincopadas de la superpoblada y madrileña Plaza del Sol. La magnífica entrada del nuevo
trabajo de Álex de la Iglesia difícilmente se podría superar.
Para los desesperados fugitivos, la libertad se
encuentra en Francia y en el botín de 25.000 anillos de oro que llevan consigo.
Pero antes tendrán que pasar por el pequeño pueblo navarro de Zugarramurdi,
lugar en el que serán recibidos por un triunvirato de mujeres un tanto extrañas
y capitaneadas por Graciana Barrenetxea, una cínica bruja interpretada a las mil maravillas
por la gran Carmen Maura.
Y no sólo la Maura está perfecta, ya que todo su
elenco funciona francamente a las mil maravillas. No hay nadie que desentone en la
chifladura propuesta. Incluso alguien como Mario Casas, que nos tenía acostumbrados a otro
tipo de papeles, sorprende al personal con sus escondidas dotes de comediante
nato al dar vida a un cazurro de mucho cuidado. Sencillamente admirable.
Un film esquizofrénicamente simpático.
Su ritmo es enervante, sus situaciones delirantes y sus diálogos, muy del
terruño (¡cómo deben de ser!), ciertamente jocosos. Lástima que, en su recta final, durante la plasmación de un aquelarre multitudinario (muy al estilo de Indiana Jones y el Templo Maldito), con monstruo gigantesco incluido, a de la
Iglesia se le vaya un tanto la olla y, en su desvarío, alargue la cosa hasta
límites inenarrables. Pero, al fin y al cabo, teniendo en cuenta el resto de su
ingenioso y ocurrente metraje, se trata de un desatino totalmente perdonable.
Perdedores natos y tontolculos sin remisión, una
fauna de personajes muy al límite, típicos de la factoría de la Iglesia, enfrentados
a una caterva de brujas que, en su condición de mujeres, se muestran ansiosas
por crear un matriarcado universal. De lo mejor del director bilbaíno desde que
nos asombrara con ya lejana La Comunidad. Y es que, en tiempos oscuros como los que
corren, no hay nada mejor que echar unas risas.
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