30.9.04

La Enfermerita, el Penado y el Alcaide

Manolo Matji es un hombre de cine. De irregular carrera, aunque con dos hitos remarcables en su haber. De esos que, en nuestro cine patrio, hacen historia. Por una parte se alzó como uno de los productores, junto con Fernando Colomo y Miguel Ángel Bermejo, de una de las comedias más innovadoras de los 80, Ópera Prima. Y, por otro lado, en colaboración con Mario Camus y Antonio Larreta, adaptó maravillosamente, para la pantalla grande, Los Santos Inocentes, la inmortal novela de Miguel Delibes.

En su faceta como director no cosechó grandes éxitos, aunque tuvo una buena acogida (no muy merecida, por cierto) con La Guerra de los Locos, una historia ambientada durante la Guerra Civil y protagonizada por un grupo de enfermos mentales escapados de un psiquiátrico.

Ahora, desde Horas de Luz y contando con un brillante y prometedor prólogo (violento y conciso), ha decidió contar la historia real de Juan José Garfia, un tipo que actualmente está cumpliendo en prisión una condena de cien años por haberse cargado a balazos, de manera irracional, a un par de policías y a un civil en 1987. Más que intentar descifrar las claves de ese homicidio, Matji se ha centrado en la relación sentimental que el reo inició con una funcionaria de prisiones, Marimar, enfermera del centro en el que estaba recluido, y de paso -supongo que como coartada crítica- en denunciar los malos tratos en los centros penitenciarios.

Al no profundizar en absoluto en la personalidad del tal Garfia, y sin mostrar, ni de soslayo, los extraños motivos por los que una bella muchacha (madre soltera, ¡con tres hijos!) se pueda colgar de un asesino desalmado, todo lo que expone Horas de Luz me suena a falso, a forzado. Por mucho que se ampare en un caso verídico, siempre hay unas razones concretas para actuaciones tan difíciles de entender. Y estos motivos no aparecen por ninguna parte, por mucho que se esfuercen, en sus respectivos papeles, la espléndida pareja protagonista (lo mejor del film, sin duda alguna, junto con su impactante inicio), un Alberto San Juan de prodigiosas miradas y una atractiva Emma Suárez.

Todo lo que hace referencia a los malos tratos y a las torturas en los centros penitenciarios, aparte de resultar light, huele a políticamente correcto. Nadie le podrá criticar el que no haya tocado el tema, pero ha sido con pies de plomo, para salvar el tipo; sin entrar a saco en la denuncia y convirtiendolo, finalmente, en un penoso canto al discutible uso de las penitenciarias como centros de rehabilitación y reinserción, entendiendo ambas palabras en todo lo amplio de su terminología.

Y todo ello sin ceñirnos en el personaje del Chincheta, un alcaide furibundo y vengativo que, ante el cambio radical de conducta del rebelde y violento Garfia, opta también por convertirse en su benefactora hada madrina.

Ver para creer.

29.9.04

La ciudad no es para mí

Pues nada, que ya tenemos entre nosotros la nueva película del Shyamalan, El Bosque. Poco voy a entrar en comentarios sobre su filmografía y sus tics, aunque me gustaría recalcar su compulsiva manía de sorprender, a la mínima de cambio, al espectador. Y esa técnica se le está escapando de las manos y, más que un estilo propio (que lo es, para que ponerlo en duda), se está convirtiendo en una patética obsesión que, a la larga, acabará arruinando todos sus futuros productos.

Para muestra un botón. Una aldea, vaya. Una aldea habitada por gente puritana, temerosa y religiosa. A su vera, un bosque. Un bosque maldito, oscuro, poblado por seres infernales a los que ellos apodan "los que no se pueden nombrar". Y, al otro lado del bosque, la ciudad. Una ciudad prohibida a la que nunca podrán llegar por la imposibilidad de franquear la terrorífica espesura. Pues bien, Shyalaman coge todos estos ingredientes, los mete en una coctelera, los zarandea unas cuantas veces, arriba y abajo y, como un mago (de feria barata), empieza a jugar con sus sorpresas... Una, dos, tres... varias, a cuál más ridícula y risible. Su chistera ya no nos pilla desprevenidos y las palomas le salen desplumadas. Desplumadas y cojitrancas.

Y lo que es peor, personalmente no me creí nada de lo que me contaba. Suena todo a fábula simplista. Inluso moralista, pero de un moralismo falso y peligroso. Es más, su sorpresa final, a parte de resultar difícil de tragar, hizo replantearme todo lo expuesto hasta el momento, llenándose mi mente de un montón de preguntas imposibles de resolver. E intentando ligar cabos (que haberlos, haylos, y en tropel), tras ver su resolución final, rebobiné y descubrí dos o tres momentos vergonzosamente truculentos, de esos que demuestran que toda la película, del primer al último minuto, es un gran bluf montado sólo para eso, para epatarnos y asombrarnos con su maquinadísimo golpe de efecto.

Además, en esta ocasión, ha perdido ese particular don para crear atmósferas inquietantes que tan bien dominaba en títulos como El Sexto Sentido o El Protegido. Mucho apoyarse en los colores, los sonidos y en la música de James Newton Howard (interesante, aunque reciclada de Señales), pero poca fuerza para angustiarnos, demostrando, al mismo tiempo, el no saber decantarse -en momento alguno- por el melodrama o el suspense, aunque, eso sí, con un poder absoluto para convertir a una cieguecita aldeana rústica en toda una aventajada alumna del Profesor Xavier.

Tan forzada y precocinada se ve toda la historia que incluso su indiscutible egocentrismo le juega alguna que otra mala pasada, llegando a olvidar el suspense y la credibilidad de una escena en concreto por volcar toda su atención en un detalle al margen de la misma: salir él mismo, bien reflejadito, en el cristal de una puerta.

De todas maneras, es innegable que su puesta en escena es técnicamente perfecta. Engañosa (sin más consideraciones, para no caer en el spoiler) pero perfecta. Eso es fácil, pues Shyamalan no deja de ser el niño mimado del Hollywood actual, y presupuesto no le falta para conseguir un look mínimamente atractivo. Un look que, desgraciadamente, se desmorona por sus trampas, truculencias y ridiculeces. Y todo esto sin entrar a saco en la insulsa interpretación de Joaquin Phoenix (¿qué le han visto a este chico?), ni en el desmelenado histrionismo de Adrien Brody, ese que ganó un Oscar por comerse una lata de melocotón en almíbar en El Pianista (¿o la conserva era de melón?).

28.9.04

Tipex

¿Nunca han tenido la sensación, al salir del cine, de no saber a ciencia cierta si la película que han visto les ha gustado o no? Yo, sí, en varias ocasiones. Y ayer me ocurrió de nuevo. Diría más. Al salir de la película tenía bastante claro que Olvídate de mí no me había gustado en absoluto. Sólo salvaba una cosa. Y, aunque parezca increíble, se trataba de Jim Carrey. Con el transcurrir de las horas he ido asimilándola en su totalidad; una digestión en toda regla. Al levantarme, tras el zumbido incordiante del despertador de las narices, mi segundo pensamiento me ha sorprendido incluso a mí. "¡Que buena es Olvídate de mí!". ¿El primer pensamiento?... "... me estoy meando..."

En primer lugar querría avisarles que la película de Michel Gondry no tiene nada de comedia. Es un drama en toda regla. Triste. Habla de amor, de desamor, del miedo a perder los momentos más preciados y, ante todo, de nuestra consciencia. O inconsciencia. Tanto da, una alimenta a la otra. Y el personaje de Jim Carrey quiere olvidar, para no torturarse. Y cuando empieza a olvidar, a borrar unos recuerdos muy concretos de su memoria, descubre que sigue torturándose aún más por ello.

No engaño a nadie. Es una película difícil. O entras o té quedas a medio camino. Personalmente, no acabé de entrar en ella hasta doce horas más tarde. Cuando mi memoria, curiosamente, había absorbido toda la información. Todo ese delirio visual y narrativo con el que su guionista, Charlie Kaufman, nos inunda durante sus 108 minutos de proyección. Y es que Kaufman y Gondry entran a saco en la cabecita de Carrey y nos sumergen, a golpe de cámara en mano, en un verdadero viaje alucinante, de continuos cambios estáticos y estéticos que le vapulean a uno como si de un puchin-ball se tratara. Un ácido en toda regla. Y eso, señores, necesita un buen digestivo a mano.

Y, tras este film, tengo my claro que el tal Charlie Kaufman no intenta tomar el pelo a nadie. Él juega la pelota a su manera. Con variaciones, pero con un estilo definido, con un toque personal. Vean algunos de sus libretos anteriores y descubrirán que el hombre va a más: Cómo ser John Malkovich, Adaptation o Confesiones de una Mente Peligrosa.

Lo que no dudé en momento alguno, ya en menos de quince minutos de proyección, es que Jim Carrey, definitivamente, se ha convertido en un gran actor, dejando a un lado (¿para siempre?) aquellas muecas de payaso a lo Jerry Lewis que tanto irritaban a muchos. En El Show de Truman, Man on the Moon (¡qué maravillosa película!) o en la fallida The Majestic, el cómico ya nos intentaba avisar. Por fin ha cambiado de registro.

Y que conste que incluso me gustaba en su época más idiota. ¡Qué buena era Dos Tontos Muy Tontos!

Todos los caminos llevan a Kevin

Dicen que el mundo es un pañuelo. Pues bien, eso es lo que demuestran, desde la Universidad de Virginia, un grupo de científicos creando, para ello, una página muy especial, El Oráculo de Bacon. En la misma, partiendo de cualquier actor, director o productor del mundo (vivo o muerto), van a parar, en menos de seis pasos, a Kevin Bacon.

Pongamos un ejemplo e intentemos relacionar al gran Pepe Isbert con el actor norteamericano en seis saltitos... o menos:

* Pepe Isbert salía en Historias de la Radio
* En Historias de la Radio trabajaba Paco Rabal que a su vez tenía un papel en Attenti al Buffone
* En Attenti al Buffone era uno de sus protagonistas Eli Wallach que salía también en Mystic River
*Mystic River estaba interpretada, entre otros, por Kevin Bacon.

Aseguran que si usted es capaz de ganar al Oráculo haciendo un enlance con más de seis pasos, se hará famoso en la red. Anímese y entre en la paginita. Ciertamente curioso.

Todo ello está basado en la teoría de los Seis Grados de Separación, formulada en 1967 por el psicólogo Stanley Milgram, en la que se afirma que dos personas cualesquiera, sea cual sea su raza y lugar de nacimiento, están relacionadas entre sí por un máximo de 6 personas.

Llevo varias horas intentando tumbar al Oráculo... ¡y no hay manera!

27.9.04

El Gran Spoiler

Para los no iniciados, un spoiler es contar un cachito clave de una película, lo suficientemente clarificador como para chafársela toda entera si aún no la ha visto.

Pues bien, quiero dejar bien claro que siempre he odiado los spoilers. Una cosa es que alguien te haga un breve esbozo, sintetizado, del argumento lineal, para saber por donde van los tiros. La otra es que citen fragmentos muy concretos que le descubran posibles sorpresas o giros argumentales a lo largo de una proyección.

Todos, del primero al último (yo mismo), hemos caído alguna vez en el error de colar alguna que otra clave. Debe ser cuestión de la condición humana... de esa malicia que llevamos oculta quién sabe donde. Pero hay una cosa que aún es más imperdonable que el spoiler pequeñito... Estoy hablando del Gran Spoiler, del trailer promocional..

¿Nunca han sentido una sensación de rabia e impotencia cuando acuden a un cine y, antes de la película elegida, le sueltan un montón de trailers de títulos a punto de estreno? A mí, personalmente, los trailers actuales me indignan. Hay algunos (por no decir la mayoría) que son capaces de sintetizar toda la película (con sus giros argumentales incluidos) en un par de minutos. Sólo les falta decir quien es el asesino.

Son tan estúpidos que, además, hacen un montaje cronológico del film a vender. Como un vídeo-clip, pero más depurado y con voz en off explicando todo, al detalle, por si no ha quedado claro sólo con las imágenes. O sea: chico canceroso conoce niña; niña se enamora del enfermito; la madre del enfermito no acepta esa relación; niña encuentra a otro joven apuesto, musculoso y sanote; niña hace de todo en la cama con el musculoso; el muscoloso la planta por una tía añeja; niña deprimida vuelve al lado del enfermito deprimido; enfermito deprimido se anima y prometen amarse hasta que la muerte los separe... y, por último, un plano de unos funerales con un ataud... ¡Y es que sólo les falta decir si el muerto de la cajita es él o ella!

Hay veces que, a pesar de todo, le sacan a uno un problema de encima. Ve el trailer (como el del ejemplo expuesto) y sabe perfectamente que en su vida verá similar engendro. Piensa, "fantástico, ya se la pueden meter donde les quepa... por mí, ya está vista". Otras, por desgracia, le enganchan totalmente, presume que la historia anunciada promete... pero se queda sin saber el final. En este caso, si no es un producto muy esperado por usted, le recomiendo que vaya a cualquiera de los cines en donde se proyecte y se dirija directamente al acomodador: "Oiga, joven, al final... ¿quién es el malvado que se carga a la senadora?". Así, al menos, se habrá ahorrado unos cuantos euros, que la vida no está para tantos trotes.

En fin. Nunca acabaré de comprender el por qué algunos odian tanto los spoilers y, en cambio, ansían ver (o bajarse de la Red) el trailer de tal o cual película. Como decía Stanley Kramer... el mundo está loco, loco, loco.

26.9.04

El Sexo en el Cine (II): Técnicas y Especialidades (y II)

Pues nada. Tal y como les prometí ayer, aquí tienen la segunda entrega y última de este bloque. En los próximos días, tendrán otro post en el que remarcaré, de la A a la Z, los títulos más punteros y calientes de la historia del cine.

Paidofilia. Atracción sexual por los niños y menores de edad, sea cual sea su sexo. Aterriza Como Puedas; Muerte en Venecia; Lolita; M. El Asesino de Dusseldorf; La Pequeña; Con el Agua al Cuello; Manhattan; Veneno en la Piel; Entrevista con el Vampiro; Baby Doll; Taxi Driver; Happiness; Mesas Separadas; Plenilunio...

Irma la Dulce

Prostitución. Realizar el acto sexual a cambio de un intercambio monetario. Una Mujer de París; Irma la Dulce; Belle de Jour; American Gigolo; Buscando al Sr. Goodbar; Cowboy de Medianoche; Loca; Leaving Las Vegas; Pretty Woman; El Beso del Sueño; Poderosa Afrodita; Días Contados; Casino; Conocimiento Carnal; De Aquí a la Eternidad; Klute; Risky Bussines; La Casa Más Divertida de Texas; L.A. Confidential; Monster...

Sadismo. Necesidad de causar daño a otra persona para excitarse y obtener placer. Saló o los 120 Días de Sodoma; Lunas de Hiel; La Familia Addams II; El Expreso de Medianoche; Sin Perdón; Quills, Secretary...

Lunas de Hiel

Sodomía. Cualquier tipo de coito anal. El Último Tango en París; Querelle; El Expreso de Medianoche; Instinto Básico; La Buena Estrella; La Casa de Cristal...

Travestismo. Utilización de ropas del sexo contrario para sentirse mejor consigo mismo. Las Aventuras de Priscilla; Más que Amor, Frenesí; Perdona Bonita, Pero Lucas Me Quería a Mí; A Wong Foo, Gracias Por Todo Julie Newman; Juego de Lágrimas; Tootsie; Victor o Victoria; La Ley del Deseo; Todo Sobre Mi Madre; La Mala Educación; Mi Querida Señorita...

Juego de Lágrimas

Vouyeurismo. Excitarse con la contemplación, a escondidas, de otras personas (Alfred Hitchcock era un buen ejemplo de ello, sino que se lo pregunten a Tippi Hedren). Monsieur Hire; La Ventana Indiscreta; Doble Cuerpo; Sexo, Mentiras y Cintas de Vídeo; Sliver (Acosada); El Amante del Amor; Psicosis; Lolita

The Malasia Candidate

En 1962, John Frankenheimer realizó una extraña aunque contundente película, hoy convertida, por derecho propio, en cult movie. Llevaba por título The Manchurian Candidate, aquí mal traducida como El mensajero del Miedo. En los EE.UU., durante una larga temporada, fue retirada de la circulación por tener demasiados puntos de contacto con el asesinato de JFK. De este film, dentro de poco, se estrenará un remake dirigido por Jonathan Demme y protagonizado por Denzel Washington, avalado por su buena acogida en Venecia.

En The Manchurian Candidate se narraba la historia de un oficial norteamericano que, traumatizado tras su intervención en la guerra de Corea, iniciaba una serie de asesinatos que tenían que culminar con la muerte de un alto cargo político. Esos crímenes eran inducidos, a través de la hipnosis, por unos malvados agentes amarillos...

¿No les suena nada eso de la inducción hipnótica para asesinar a un político de alto rango? ¿No recuerdan a un sobreactuado Ben Stiller instigado a cargarse, durante una pasarela, al presidente de Malasia? Pues bien, señores, ese es el gran guiño que el propio Stiller, como realizador, ha urdido en Zoolander: Un Loco Descerebrado. Y, para serles sincero, junto con la ácida crítica hacia el mundo de la moda y la divertida aparición de David Duchovny (satirizando a su alter ego Fox Mulder), es lo único aprovechable de un producto tan apayasado como cargante.

La verdad es que algunos de ustedes me picaron la curiosidad. Llevo más de una semana leyendo excelencias de Zoolander. Era un tema pendiente para mí (como tantos otros títulos) y, francamente, era la ocasión propicia para sacar el VHS de la estantería y darle una oportunidad. Ayer noche, ni corto ni perezoso (es más, con cierta ilusión), me enfrenté a las aventuras y desventuras del modelo más tonto del mundo, Derek Zoolander e intenté encontrar ese aire de gran comedia que alguien comentó, no hace mucho, desde este mismo blog. Y ni atisbo de ella. Sólo recursos fácilones (el guiño a 2001 es digno de Los Morancos) y cuatro bromas chabacanas y grotescas, más la presencia -siempre irritante- de Owen Wilson (¡pero que mal me cae este hombre!).

Lo que sí descubrí es que Zoolander es a los 80 lo que Austin Powers a los 60, incluso a la hora de meter (aunque sea con calzador) ciento y un cameos de rostros populares. Aunque ambientada en la actualidad, la estética y su banda sonora recurre a estándares de esos años. Es más, sus interminables y múltiples escenas a ritmo de vídeo-clip apelan, incluso, a la forma que estos tenían en plena fiebre videoclipera, un tanto diferentes a los que se filman hoy en día. No hay que olvidar que, a principios de esa década, se inició esa moda con la única excusa de promocionar los lanzamientos musicales.

Voy a curarme en salud. Hoy miraré, por enésima vez, La Fiera de mi Niña, o Arsénico Por Compasión, o La Pantera Rosa, o...

25.9.04

El Sexo en el Cine (I): Técnicas y Especialidades (I)

Aprovechando la muerte de Russ Meyer y de la inauguración, el próximo 29 de setiembre, del Festival Erótico de Barcelona, poco a poco les iré colgando unos cuantos posts que, a modo de micro-diccionario, alegrarán las momentos más sombríos del navegante blogero. Las dos primeras entregas entre hoy y mañana.
Para empezar, daré un pequeño repaso a las prácticas, técnicas y especialidades sexuales más recurridas desde el Séptimo Arte, citando, al mismo tiempo, los títulos más emblemáticos en cada distinción, sin entrar (sin que sirva de precedente) en consideraciones de la buena o mala calidad de las películas listadas.

Bestialismo. Cualquier tipo de práctica sexual con animales. Un buen número de títulos recurre a este tipo de depravación sexual, en la que un humano (sea cual fuere su condición social o género) se lo monta con algún que otro bichejo: Padre Patrone; La Bestia; Caniche; Todo lo que Usted Quería Saber Sobre Sexo y No Se Atrevía a Preguntar; Calígula; Equus; El Sacerdote; King Kong; Bámbola; La Bella y la Bestia; Howard, un Nuevo Héroe...

Exhibicionismo. Obtención de placer tras exhibir los genitales o bien haciendo el amor en lugares públicos. El tópico es la caricatura de un tipo con la gabardina abierta. Todo lo que Usted Quería Saber Sobre Sexo...; Class; Tommy; Playmate (Hombre Objeto); Días Contados...

Felación. Dar placer a la pareja mediante succiónes bucales en las partes íntimas. A pesar de que esta práctica sexual está prohibida en algunos estados de EE.UU., es una de las más recurridas por la cinematografía de ese país. Pasión Sin Barreras; Mis Problemas Con las Mujeres; El Diablo en el Cuerpo; Nadie Hablará de Nosotras Cuando Hayamos Muerto; Conocimiento Carnal; Barba Azul; Portero de Noche; Juego de Lágrimas; Días de Fútbol; SuperVixens; La Cruz de Hierro; La Última Casa a la Izquierda; Drácula de Bram Stocker; El Mundo Según Garp; En Carne Viva...

Pasión sin barreras

Fetichismo. Excitarse gracias a objetos muy particulares, fetiches o partes muy concretas e impensadas del cuerpo humano. Bilbao; Enciende Mi Pasión; Crash; Tamaño Natural; La Rodilla de Claire; Lolita; Tristana; Viridiana; Belle de Jour; El Graduado; Gilda; La Escopeta Nacional...

Homosexualidad. Prácticas sexuales entre personas del mismo sexo, aunque cuando se trata de dos mujeres también se le llama lesbianismo. La Ley del Deseo; Reflejos en un Ojo Dorado; Querelle; El Expreso de Medianoche; A la Caza; Trilogía de Nueva York; Priest (Sacerdote); El Hombre Deseado; La Mala Educación; El Ansia; Felpudo Maldito; Mullholland Drive...

Masoquismo. Obtener placer a través de daños físicos o psíquicos impartidos por otra persona o por uno mismo. Pepi, Lucy y Bom y Otras Chicas del Montón; Terciopelo Azul; Lunas de Hiel; Historia de O; El Imperio de los Sentidos; Saló o los 120 Días de Sodoma; Viridiana; Portero de Noche, Secretary...

Y tu mamá también

Masturbación. Darse placer a si mismo, con el propio cuerpo o con la ayuda de ciertos objetos. Amarcord; La Insólita y Gloriosa Hazaña del Chipote de Archidona; ¿Por Qué lo Llaman Amor Cuando Quieren Decir Sexo?; La Pasión de China Blue; Showgirls; La Escopeta Nacional; La Señora; Las Edades de Lulú; La Bestia; Crazy Love (Amor Loco); Bienvenido Mister Chance; Happiness; American Pie; Y Tu Mamá También, Algo Pasa con Mary...

Necrofilia. Realizar el acto sexual con un cadáver. Siete Mil Días Juntos; Nekromantik; Crazy Love (Amor Loco); La Petición; Ed Gein; El Horrible Secreto del Doctor Hitchcock...

Mañana les daré un repaso a la paidofilia, la prostitución, el sadismo, la sodomía, el travestismo y el vouyeurismo.

Nekromantik

24.9.04

Antes de Shyamalan... después de Wise

Hoy mismo se ha estrenado El Bosque, la nueva película del realizador de El Sexto Sentido, M. Night Shyamalan. Tan pronto como la haya visto, la próxima semana, daré buena cuenta de mis impresiones desde esta página.

Aprovechando la ocasión y, a pesar de ser un defensor a ultranza del tercer film de este director (que no el segundo, como piensan algunos, y el mejor suyo hasta el momento), me gustaría situarme unos cuantos años atrás, en 1979. En esa época, un tal Peter Medak -un hombre procedente del mundo televisivo-, a través de un sorprendente trabajo empezó a romper moldes en cuanto al fantástico se refiere, profundizando más en los personajes y dejando ciertos tópicos un tanto arrinconados. Es una lástima que, a partir de esa pequeña gesta, el resto de su filmografía resultara un tanto irregular e incluso olvidable.

Al Final de la Escalera era el título en cuestión, una película que marcó un estilo, unas pequeñas directrices. Se trataba de una modesta cinta -con ciertio aire de serie B- que, protagonizada por un excelente George C. Scott, influenció, sin duda alguna, a la ya citada El Sexto Sentido y, aún mucho más, a la también correcta El Último Escalón. Peter Medak, rehusando usar falsos golpes de efecto y toda clase de sustos baratos, aunque amparándose en la contundente banda sonora de Rick Williams y en un brillante guión, escudriñó hasta el fondo en la angustia de la presencia espectral (en este caso un niño muerto en extrañas circunstancias), logrando, sólo con ello, crear en las plateas una sensación de inquietud y pánico pocas veces conseguida hasta el momento.

Y no sólo abrió nuevas fronteras experimentales, para cintas con fantasmas intranquilos que tienen ganas de dormir en paz, sino que, al mismo tiempo, dio un vuelco a las películas sobre mansiones embrujadas que, en esa época, aún seguían las coordenadas de la patética Terror en Amityiville y sus innumerables secuelas. Hasta su aparición, tanto las brillantes The Haunting (La Casa Encantada), del prolífico Robert Wise, como The Innocents (aquí mal titulada como Suspense) de Jack Clayton, habían sido las fuentes más clásicas a seguir por muchos realizadores (de hecho, Los Otros es altamente deudora de esta última, más que de El Sexto Sentido como muchos pretenden). Finalmente ahora, con el paso del tiempo, Medak, con su fantasmagórico film, se ha convertido en uno de los patrones más recurridos del buen fantástico.

Si no la han visto nunca, éste es el momento para recuperarla, dejándose envolver totalmente por la claustrofóbica atmósfera sobrenatural que rodea al personaje al que da vida C. Scott, un músico traumatizado por la muerte accidental de su esposa y su hija que, para olvidar el incidente, alquila una solitaria e inmensa mansión a las afueras de Seattle.

23.9.04

El melonar

Mediados de los ochenta. Cuando ya teníamos superadas las páginas centrales de El Papus y, ya casi en el olvido, las tetas de una aún apetecible Marisol -en la portada de Interviu-, redescubrimos el sexo a través de un personaje peculiar, un director de cine que inventó todo un estilo y que llegó a Barcelona gracias a la gente del extinto Circulo A, aquellos que en los 70 se atrevieron a programar, no sin riesgo, títulos como Lenny, Los Rompepelotas o Midnight Cowboy.

El Arte y Ensayo empezaba a ir de capa caída. Ya no vendía más que a cuatro tíos con barba y gafas de miope -con su ejemplar de Kilkegard bajo el brazo-, empecinados en ver, una y otra vez, las mismas películas de Carl Theodor Dreyer, como si después del danés se hubiese acabado el cine; verdaderas ratas de filmoteca, azuzados por las tragedias suecas y el neorrealismo italiano. Pues bien, el tenderete se estaba desmoronando y alguien, con más vista que un lince, para intentar remontar el negocio, decidió traer hasta nuestra casa al realizador más revolucionario y excéntrico del momento... Bueno, lo del momento es un decir, ya que el hombre se había iniciado en sus delirios pops y eróticos en los sesenta, pero la moral, las buenas costumbres y la sacrosanta censura de un país como el nuestro hicieron imposible que aterrizara antes entre nosotros. Y además llegó tarde, pues dejó de dirigir en 1979.

Se trataba de Russ Meyer. Un californiano que iba a la zaga del Fellini más felliniano (valga la redundancia) al explotar, al máximo, a una legión de pin-ups extremadamente particulares -alguna reciclada del cine porno- y cortadas, todas ellas, por un mismo patrón: maduritas aún atractivas, de desorbitadas ubres siliconadas y de culo proporcionado a sus partes superiores. Cada una de sus películas giraba alrededor de sus conejitas... y de sus melones. Todas eran iguales (las películas y las chicas), pero tenían un algo, un no-se-qué, que las hacía entrañables, divertidas, genuinas (a las películas y a las chicas).

No se esforzaba demasiado a la hora de bautizar sus productos: Vixens, Supervixens, Megavixens, Beneath the Valley of the Ultravixens... La mayoría las ambientaba en el campo, con campesinas ninfómanas macizorras perseguidas por un poli corrupto y follador que, al mismo tiempo, se lo montaba con todas las hembras del condado vecino. Poco variaban sus argumentos. Nazis, culturistas y empleados de gasolinera, de penes kilométricos, eran sus estándares masculinos; ellas, todas, de la primera a la última y fuera cual fuese su oficio, unas putas rematadas.

Nunca llegó a hacer porno, siempre estuvo al límite sin perder su particular sentido del humor. Su delirio cinematográfico era un cocktail explosivo, simplón, pero efectivo. Cojan una historia típica del thriller de la más pura serie Z, añádanle unas gotas de road-movie, un par o tres de cucharadas soperas de erotismo, unos gramos de sexo fuerte, una buena cantidad de explícitos primeros planos (braguetas hinchadas o pezones humedecidos, preferentemente) y, como remate, varios guiños -marca ACME- a los geniales cartoons de la Warner: ahí tiene una nueva película de Meyer.

Esta mañana, sobre las ocho y pico, un SMS de mi cuñado Absence me daba la mala noticia: "Russ Meyer is dead". El juego macabro acababa de confirmar, de nuevo, la marcha de uno de los nuestros, a los 82 años y en plena demencia senil. Con dos cojones. Con dos tetorras...
Faster, Pussycat! Kill! Kill! (1965)

22.9.04

¡No se lo pierdan!

Vale la pena. Si quieren saber la última gilipollez de Aznar, vean el vapuleo que le pega Galahan desde su Klaatu Barada Nikto. El post no tiene desperdicio. Ya saben, lean esos Rebuznos desde la cátedra... No se arrepentirán.

El amnésico y el Parkinson

Ya tenemos de nuevo en las pantallas a Jason Bourne, el agente amnésico de la CIA que tanto nos sorprendió hace dos años desde El Caso Bourne, una excelente cinta de acción, basada en una novela de Robert Ludlum y que, curiosamente, ya había sido adaptada, a finales de los 80 para la televisión, con el soseras del Richard Chamberlain (aka Pájaro Espino) como protagonista. Y la verdad, no es que Matt Damon sea un gran actor, pero entre éste y el Chamberlain hay un abismo.

Todo hay que decirlo, en El Mito de Bourne, Matt Damon ha mejorado muchísimo en lo que se refiere a interpretación. Ya no es aquel joven imberbe e inexpresivo a que nos tenía acostumbrados. El chico tiene un poco más de solera y carisma y, en este caso, lo demuestra a la mínima de cambio, sea dando tortazos a diestro y siniestro, controlando de soslayo a sus enemigos o confesando recónditos pecados del pasado.

La película tiene sustancia y, si en mucho me apuran, supera en guión a la primera (que ya no estaba nada mal). Su estructura narrativa sorprende y la historia en sí dejará a más de uno con la boca abierta cuando, en menos de quince minutos, nos atice la primera bofetada inesperada. A partir de este golpe de efecto, con homenaje incluido a La Noche del Cazador (que no voy a contar como hacen otros desaprensivos), tanto el propio Bourne como el espectador entrarán en una espiral de violencia, intrigas y acción ciertamente imparables.

Al igual que en El Caso Bourne, acertadamente, recupera el espíritu infundado por uno de los clásicos del cine de espías, la mayúscula Desde Rusia con Amor (un James Bond sin artilugios extraños ni desmadres increíbles) e incluso, a través de la primera lucha cuerpo a cuerpo de nuestro héroe, hallarán un gran guiño a la excelsa pelea ferroviaria que mantenían Sean Connery y un cuadrado matón de la KGB.

De todas maneras, la película tiene un grave defecto del que carecía por completo la primera. Mientras Doug Liman, el director de aquella, nos plasmaba las escenas de acción a través de un rodaje clásico y clarificador (fantásticas filmaciones para sus persecuciones automovilísticas, por ejemplo), el realizador de este nuevo capítulo, Paul Greengrass, ha querido ser más moderno que nadie y ha optado por una aborrecible estética que yo denomino como la del video-clip parkinsoniano. Me explico: toda la vertiginosa acción de la película (sobretodo sus persecuciones automovilísticas) está filmada a base de primeros planos, cámara temblorosa en mano (como si su director de fotografía tuviera el Parkinson) y con un alucinado montaje en el que, cada uno de esos planos, no aguanta más de 2 segundos en pantalla. Resumiendo: para poder ver y comprender exactamente lo que ocurre durante esas escenas, o se instruyen en el arte de hacer chiribitas con los ojos -como Marujita Díaz- o acaban consumiendo Biodraminas una detrás de otra. A lo mejor sólo son manías mías, por eso de la edad y los nuevos tiempos, pero me molestó bastante. Y es una pena

Cada loco con su tema...

Leo hoy en El Periódico de Catalunya una noticia que puede interesar a algunos de los amantes del cine. Resalto, textualmente, lo más interesante de la misma. Sin comentarios.

"El 4 de octubre es el día previsto para que Localia, la cadena de televisiones locales del Grupo Prisa inicie sus emisiones regulares en Catalunya...
Entre otros espacios.... los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales tendrán un programa específico, GLBT, en el que el crítico Àlex Gorina detentará una sección de cine para descubrir los moments gays y lésbicos de los clásicos de Hollywood"

21.9.04

En la puta calle

Esto se está poniendo feo. Que no hay manera, que si le apetece fumarse un cigarrillo le persiguen por todas partes. "Fumar mata"... Joder y el coche también y circulan por todas partes. "Fumar te deja impotente"... y un gobierno represor, como el que teníamos hace unos meses, también. Venga, ¡todos contra el tabaco! Que cobremos unos sueldos miserables y que el nivel de vida suba de manera imparable, no importa.. eso sí... lo del tabaco, en primer lugar. En menos que canta un gallo, según cuentan por ahí, ni en los restaurantes se podrá fumar; beber, beba todo lo que quiera, pero fumar no, que asesina y joroba al de al lado... Como decía, al de al lado no le preocupa llevar un pésimo nivel de vida económico, ni la contaminación del planeta, ni que su hija se ponga un piercing en la vagina. Al de al lado sólo le fastidia que usted fume.

En mi trabajo, por ejemplo, no han dejado ni un maldito agujero en el que esconderse y poder fumar el cigarrillo tranquilamente. A la intemperie. A la puta calle. En verano, incluso, resulta divertido, pero en invierno... toca los cojones, la verdad. O, mejor dicho, te los congela.

Tendremos que tomar cartas en el asunto, igual que intentó Ramírez en su oficina tras la prohibición de fumar durante las horas laborales en el interior de su empresa. Y ustedes dirán... ¿quién es Ramírez? Pues Ramírez era el personaje interpretado por Eduard Fernández en una de las películas españolas más originales que he visto en los últimos años. Se trata de Smoking Room, un título filmado casi, casi, entre amigos que, utilizando como telón de fondo lo de la burda normativa sobre el tabaco, hacía un retrato ciertamente hábil y singular de un corrillo de compañeros de trabajo ante un presumible conflicto laboral. ¡Cuantos conocidos (que no amigos, por suerte) se ven reflejados ahí!

Su mínimo presupuesto se veía suplido por un sentido del humor tan surrealista que, a momentos, sus diálogos parecían escritos por los mismísimos Faemino y Cansado (¡qué grandes humoristas, por cierto!), apoyado por un toque cínico y negro que ni Billy Wilder en sus mejores tiempos. Una lección interpretativa en el que todos, desde el primero al último, aprovechaban para improvisar sus largos monólogos (porque, además, es una película de monólogos, a cual mejor). Si no la han visto, apúntense el nombre de sus dos responsables directos, Roger Gual y Julio Wallovits, píllenla en el vídeo-club más cercano y disfruten de Eduard Fernández y Antonio Dechent en el terrado de la oficina (maravillosa la historia de la separación matrimonial del segundo), de un perverso Juan Diego (el jefazo capaz de fumarse espléndidos puros en el interior de su despacho) o de las alucinaciones -casi paranormales- de Francesc Garrido ante Francesc Orella (dos grandes actores catalanes, de amplia trayectoria teatral y expertos en culebrones televisivos).

Siguiendo los consejos de Ramírez, intentaré conseguir un huequecito en la oficina para lo del humo porque yo, en un principio, no pienso dejar de fumar. Y menos si desde arriba se ponen tan tozudos, aunque sea sólo por llevar la contraria... y estorbar un poco al de al lado.

20.9.04

Gol a gol

Ya estamos de nuevo con la Liga. Al Español, para desgracia de Camacho y después de muchos años, lo tenemos de líder. Y todos los seguidores habidos y por haber, desde el primer al último equipo, piensan que este año sí, que se lo van a llevar todo de calle. Como aquel grupo de amigos que protagonizaba Días de Fútbol, una de las películas más sobrevaloradas del cine español de los últimos tiempos, que pensaban que, a pesar de su nulidad para con eso del balón, se convertirían en campeones de la liguilla del barrio. De eso nada de nada (como mucho ganaron un partidillo, con la ayuda del árbitro), aunque en cuestión de taquilla, la temporada pasada fueron de los primeros.

Ayer me enfrenté a ella por primera vez. Cuando se estrenó, hace poco más de un año, no tuve nada claro el ir a verla. No tuve el valor suficiente, vaya. Díganle pereza, cobardía o como quieran llamarle, pero la verdad es que me escamó muchísimo eso de que intentaran venderla como una especie de secuela futbolística de El Otro Lado de la Cama. Esa sí que estaba bien -a pesar de tocar un tema trillado y de fusilar un tanto la idea del Todos Dicen I Love You de Woody Allen-, pues era fresca, simpática y con un buen guión, cosa que le falta a Días de Fútbol... o, al menos, un servidor no supo encontrarlo por ninguna parte. ¿Por qué será que cada vez que un guión lo firman más de tres, como en este caso, siempre brilla por su ausencia?

La película, dirigida por el guionista de El Otro lado de la cama, David Serrano, amontona una sucesión de gags, colocados con poco orden y ningún concierto, bajo la excusa argumental de mostrar las relaciones de pareja de un grupo de amigos del extrarradio madrileño. No hay que negar que, en algunos momentos, la cosa tiene su gracia, pero la historia no acaba de arrancar nunca. Bromas sobre el adulterio, el puterío y la falta de sexo en el matrimonio son su eje principal. Poca cosa. Ni es ni grotesca y sucia como los Torrentes (aunque lo pretende) ni es sutil como las grandes comedias... Por cierto... ¿se hacen aún grandes comedias?

A pesar de los pesares, Días de Fútbol tiene un puntito magnífico, mayúsculo: el personaje interpretado por Ernesto Alterio, Antonio, un quinqui violentorro, recién salido del talego, dispuesto a convertirse en psicólogo pero que tiene que conformarse con hacer el taxi. Les puedo asegurar que de Antonios como éste hay a montones. Calcaditos. Sin ir más lejos, no hace mucho, conocí a un tipo así (ignoro si acababa de salir del trullo pero, a pesar de su particular y "sabia" verborrea, me daba la sensación de peligro, de mucho peligro) y, viendo esta película, pensé que estaba ante su vivo retrato: impulsivo, amenazador, pero, en el fondo (muy en el fondo, allí en donde se “reconcomen” las tripas), con un toquecito de ternura e inocencia a tener en cuenta.

Seguro que ustedes también conocen al Antonio o a cualquiera de sus múltiples clones. ¿Qué sería de nosotros sin ellos?

Antonio y su flamante traje de bodas

El marcador da sus primeros pasitos

Pues nada, que ayer por la noche me armé de valor y puse un contador en la paginita de marras. Y, la verdad es que, a pesar de tener cierto miedo por los posibles resultados, estoy francamente contento por la acogida. Pequeña, pero muy prometedora.

Desde aquí agradezco sinceramente todas sus entradas y sus comentarios. Espero que esto siga adelante.

Por otra parte, cuando tenga resuelto el tema ese de poner links en la columna de la derecha (al ladito mismo de los post), más de uno de ustedes se va a ver relacionado desde aquí. Como muestra les avanzo tres blogs más que recomendables: El blog ausente, Kedume y ContraRutina.

Esta noche les cuelgo un nuevo post.

19.9.04

Una de croissants

Hace muchos, muchos años, cuando yo aún era un tierno infante, casi, casi, un pollito recién salido del cascarón, me ocurrió un hecho que me dejó marcado para el resto de mis días.

Corrían mis tiempos de parvulario, justo a la hora del recreo. Todos los pequeñajos estábamos en fila india para iniciar esa media hora de distracción tan ansiada, corretear un poco y tomar nuestro almuerzo. En mi mano derecha portaba un croissant, dispuesto a ser devorado tan solo pusiera los pies en el patio. La desgracia quiso que mi brazo estuviera un tanto alzado, con lo que el apetitoso manjar quedó a la altura de mis hombros. Hete aquí que el chavalín que tenía detrás de mí, de algún curso más avanzado que yo, sacó inesperadamente sus instintos más malévolos, encaramándose sobre mi espalda y, en un visto y no visto, ¡zas!, se zampó por completo uno de los cuernos del condenado croissant... Nunca supe si fue porque ese niño estaba mal alimentado en su casa o, sencillamente, porque se trató de un acto vandálico con la única intención de amargarme la existencia. Sea como fuere, ese suceso acabó convirtiéndome en un niño receloso y esquivo.

Ayer, el imborrable recuerdo (casi podría llamarle trauma) volvió a mi mente mientras hojeaba el diario. La noticia acaba de saltar a los titulares. Ese niño, ese perverso buitre leonado que se lanzó sobre mi pasta, acababa de ser nombrado nuevo director del Festival Internacional de Cine de Catalunya (Sitges). Ramon Colom, el que años ha fuera también director de RTVE, ese personaje que, cada noche de los sábados, a través del Canal 33 en Catalunya, desde su programa Milemium, consigue que aflore en mi el pasado más amargo.

Ahora tendré que hacer de tripas corazón y afrontar mi cita anual en el Festival de Sitges con el temor de tropezarme cara a cara con el susodicho Colom. De verdad que lo que menos me preocupa este año es la programación del certamen; ni siquiera me preocupa la degradación a director artístico de Ángel Sala, su anterior responsable; ni me acaba de alegrar el conocer que la cargante sección de cine oriental, Orient-Express, haya sido eliminada; ni que el Festival, en su edición del 2005 posiblemente vuelva a sus fechas iniciales (dejando el mes de diciembre para regresar a octubre).

Él ni siquiera me conoce. Yo sí. Y es que Ramon Colom tiene una deuda moral conmigo.

18.9.04

De Sinatra, Hayworth, Novak y de ciertos DVD

Normalmente, todos tenemos algún que otro clásico en la estantería de casa que nunca hemos visto. Ese es mi caso con varias películas, antiguas y modernas, que no he podido revisar nunca. Normal, el tiempo no da para todo (a no ser que usted sea Jack Bauer). Personalmente, me cuesta enfrentarme con ciertas películas, bien sea por dejadez o por temor a encontrarme ante un verdadero bodrio.

Pues bien, el otro día, ni corto ni perezoso, decidí ver Pal Joey, una cinta de finales de los 50, dirigida por George Sidney y con Frank Sinatra, Rita Hayworth y Kim Novak. Como diría el “gran” Carlos Pumares, con voz aguda e incordiante, “¡esa es la grandeza del cine!”.

He de reconocer que la tenía arrinconada desde hace tiempo debido a su condición de musical. Ante todo, debería aclarar que los musicales me gustan (no con locura, pero me gustan), aunque siempre se me hace difícil encontrar un huequecito para ellos (cosas de la psique, digo yo). Pues nada, que, como decía, saqué de la estantería la edición en DVD, puse en marcha el reproductor y me arropé en el sofá.

La verdad es que la película está francamente bien. Una historia sencilla (cantante mujeriego que navega entre dos mujeres, una viuda madura y una jovencita tentadora, dejándose llevar siempre por sus intereses más personales) que, sin descubrir nada nuevo, te atrapa en su pequeño universo y lega a la historia del cine algún que otro momento antológico, como el de Sinatra entonándole a Rita Hayworth, de manera insolente, eso de The Lady Is a Tramp. Maravilloso.

Entretenida y cínica, contiene números musicales inolvidables. Esto último es sencillo, teniendo a Sinatra como vocalista, a los soberbios Rodgers & Hart como letristas y compositores y al insuperable Nelson Riddle como arreglista y conductor musical. Además, por suerte, estos temas no están integrados en la acción del film, sino que transcurren en el escenario de un pequeño cabaret de San Francisco (tal y como hiciera, bastantes años más tarde, Bob Fosse en su magistral Cabaret). Y digo por suerte porque, generalmente, siempre queda bastante ridículo eso de que un tipo se meta a cantar, de golpe y porrazo, en medio de una carrera de caballos, por poner un ejemplo. Solo una escenita de esas contiene Pal Joey, en la que una envejecida Rita Hayworth canta el estándar Bewitched. Perdonable.

Lo que ya no es tan perdonable es lo que ha hecho la TriStar-Columbia en su edición de DVD para zona 2 ya que, literalmente (y perdónenme la expresión), se ha cagado en todos nosotros. La calidad de imagen es buena, respetan el formato (edición anamórfica) y tiene un sonido remasterizado excelente. Lo peor y más ofensivo es que no han subtitulado ni un puto tema musical (¡suerte que todos sabemos lo que significa the lady is a tramp!) y, por si fuera poco, en su último cuarto hora, se olvidan cada dos por tres de subtitular los diálogos de la película, por lo que no queda más remedio que recurrir al doblaje español en busca de auxilio. Una verdadera vergüenza.

Esta misma editora hizo exactamente un tanto de lo mismo en su lanzamiento de Mejor... Imposible. Deben de tener un subtitulador manco o borracho...

Pues eso, que vigilen con los señores de TriStar-Columbia.

17.9.04

El tiempo en sus manos

Desde hace un par de semanas, Antena 3 está emitiendo, los lunes de madrugada, la tercera entrega de 24, una serie creada para el lucimiento (casi único y exclusivo) de Kiefer Sutherland. Una serie de acción, ambientada en el seno de una unidad antiterrorista de Los Angeles, la UAT, cuyo principal agente, Jack Bauer (el pequeño Sutherland), ve peligrar su vida y la de todos los que lo rodean en cada una de sus entregas.

La principal peculiaridad de 24 estriba en que su narración transcurre en tiempo real. O sea, cada episodio (de los 24 que contiene una temporada) dura una hora (en realidad, y debido al metraje estándar de las series, 45 minutos), lo cual da como resultado que, al final de cada entrega, haya transcurrido tan sólo un día entero. Esta es una fórmula que, en alguna que otra ocasión, ya había sido utilizada en la pantalla grande (a mi memoria llega la fallida A la Hora Señalada, con Johnny Depp) y que los responsables de 24 explotan de manera ciertamente aleatoria. Y digo aleatoria porque, sin proponérselo, los guionistas han convertido a Jack Bauer en un nuevo (y aún no oficial) superhéroe, ya que el hombre es capaz de cruzar, de punta a punta, la ciudad de Los Angeles en automóvil, en diversas ocasiones y en menos de una hora. Y, créanme, eso no es moco de pavo.

He de reconocer que los primeros 12 episodios del primer ciclo me engancharon de manera irrecuperable a la propuesta. Droga dura. Tenían un guión sorprendente, lleno de giros inesperados, eran trepidantes y creíbles (dentro de unos límites) y resultaban de una estética visual ciertamente moderna, a pesar de recuperar una forma de narrar muy frecuente en el cine de los 60 y 70 al partir la pantalla en diferentes frentes de acción.

Pero todo quedó allí, en sus 12 capítulos iniciales, sus primeras doce horas. A partir de ese punto, la serie cayó en picado. Su originalidad pasó a convertirse en basura en estado puro. Daba la impresión de que, en un principio, 24 estaba pensada para tener sólo una docena de episodios y que su inesperado éxito obligase a sus responsables a alargarla hasta límites insospechados. En el tramo final de la misma y con la aparición inesperada de Lou Diamond Philips (un actor capaz de descalabrar cualquier proyecto), tuve la confirmación definitiva de que me encontraba ante los basureros mayores del mundo. Y en mi propia tele, en la sala de estar. Aquello ya no tenía remedio. Para remate, el malo (malísimo) de la función resultó ser un desmelenado Dennis Hopper.

No contentos con ello, al año siguiente, nos dieron una segunda entrega, totalmente exagerada que, de todas maneras (y al igual que la anterior) me resultó extremadamente divertida. Y digo divertida amparándome en los parámetros más amplios que tenemos aquellos que disfrutamos con el cine basura, dándonos, al mismo tiempo, suficientes alicientes y múltiples claves para volvernos a reenganchar de nuevo a esta tercera temporada recién estrenada. Una temporada en la que, para más morbo, han convertido a nuestro héroe (superhéroe, perdón), Jack Bauer, en un yonqui de tomo y lomo en medio de un mono que ni el Sinatra de El Hombre del Brazo de Oro (fenomenal película, por cierto).

Ya los saben. Si lo suyo es disfrutar con un James Bond atormentado, Jack Bauer es su hombre.
Si la telefonía móvil le vuelve loco, la serie es un canto mayúsculo a las telefónicas (no paran con el telefonillo de los cojones).
Si le mola la ciencia-ficción, aquí tiene a todo un Presidente de los EE.UU. de color (negro), tontorrón y buenazo como el pan.
Si le ponen las niñitas jovencitas, con dos deditos de frente y capaces de liarse cada vez más a cada paso que dan, la hijita rubita de Bauer es su chica (además, tiene una nariz en forma de polla ciertamente estrambótica).
Si usted es de los que creen que en una unidad antiterrorista de elite puede haber topos a punta pala (una media de tres por temporada), 24 es su serie.
Si lo que le va es el diseño, sepa que la sede de la UAT es un almacén modernillo más apto como local de copas nocturno que como oficina gubernamental.
Si una hora para usted son cuarenta y cinco minutos, ¡hágaselo mirar! Como consuelo, sepa que tiene un lugar al que recurrir los lunes por la noche.

A pesar de los pesares, yo la seguiré viendo. Me lo paso pipa con tanta estupidez.

16.9.04

Montreal-Paris, París-Krakosia, Krakosia-New York

Hace unos 10 años, más o menos, llegó a las pantallas una aburrida coproducción franco-española, cargada de buenas intenciones, que llevaba por título En Tránsito, dirigida por un tal Philippe Lioret e interpretada por Jean Rochefort y Marisa Paredes. La cinta narraba la historia, a priori real, de un tipo residente en Roma, con doble nacionalidad -canadiense y francesa- que, por razones del azar, aterrizó en el aeropuerto de París, procedente de Montreal, sin documentación alguna, siendo obligado por las autoridades a no salir de esa terminal sin ser identificado realmente.

La verdad es que se trataba de un tostón de padre y muy señor mío, jugando en todo momento a ser más kafkiano que el propio Kafka, plagado de irritantes segundas lecturas y contando, para ello, con un tiempo narrativo tan ralentizado como crispante. Extrañamente (no me pregunten el por qué), la cinta se ganó el respeto de la crítica más sesuda aunque, hoy en día, ni uno de ellos se acuerda de ese insignificante producto que, por suerte para los espectadores de aquel entonces, pasó con más pena que gloria.

Con ese patético antecedente, no me fiaba ni un pelo del nuevo trabajo de Steven Spielberg, La Terminal, el cual, como pueden suponer, coge la misma historia, aunque convirtiendo al personaje principal en un habitante de Krakosia, un país imaginario del Este de Europa que, al llegar al aeropuerto John F. Kennedy, se verá retenido en el mismo al haberse convertido en un apátrida tras ser derrotado su gobierno, durante su vuelo hacia Nueva York, después de un violento golpe de estado.

Entre ese argumento y sospechando que al rey Midas de Hollywood ya le tocaba hacer un muermo, acudí al cine dispuesto a someterme a los caprichos más edulcorados del realizador, pues tras dos títulos anteriores tan correctos (cada uno en su estilo) como Minority Report y Atrápame Si Puedes, hubiera sido lo más lógico. Temía que de nuevo volviera a darme un ataque de urticaria, acompañado de innumerables náuseas, tal y como me ocurrió con las nefastas Always (Para Siempre) y A.I. Inteligencia Artificial (esta última, mucho homenaje a Kubrick y mucha polla, pero una ñoñez impresionante)

He de reconocer que mis temores iniciales eran erróneos y, como si tal cosa, en menos de diez minutos de proyección, lancé todos mis recelos por la borda, me arropé bien en la butaca y me dejé llevar por un producto que, en cada escena, rezuma la esencia del gran Frank Capra (¿por qué narices este pobre hombre es mal visto por algunos, con lo bonitas que le quedaban siempre sus películas?) y en el que, como en los viejos productos del desaparecido maestro, un grupo de personajes buenorros y santurrones se ven aplastados por la presencia del malvado de turno, en este caso encarnada por un imponderable Stanley Tucci.

Un filme menor dentro de la filmografía de Spielberg que, sin embargo, aprovecha para montarse virguerías visuales en el interior de una terminal aérea -construida especialmente para el rodaje (¡toda una alucinada escenográfica!)-, perfectamente punteada por una delicada partitura del eterno John Williams y en la que escribe, además, un papel idóneo para un Tom Hanks que, en esta ocasión, no ha sabido estar a la altura, dotando al mareado turista "krakosio" de demasiados tics heredados de su oscarizado Forrest Gump. Pero esto es lo de menos; el actor cumple con su cometido (míinimamente, pero cumple), cae bien al espectador y, de paso, a pesar de sus múltiples (y divertidos) problemas idiomáticos, interpreta a un personaje con una gran virtud: saber escuchar. ¡Cómo envidio a ese personaje! ¡Qué difícil es, a veces, prestar atención al prójimo!.

Por cierto... ¿alguien me podría decir por que Catherine Zeta-Jones está mucho más joven que en títulos anteriores?

15.9.04

Spots, llamadas y cintas de vídeo

Tengo por costumbre no mirar nunca ninguna película o serie en directo vía televisión. Por varias razones. Una de ellas, la primordial, es la publicidad machacona; la segunda, las interrupciones telefónicas que siempre le pillan a uno a contrapelo y, la tercera y última, el sueño inesperado, la cabezada traicionera que puede hacer desaparecer de todos sus sentidos (incluido el del tacto, durante una porno) cualquier película en el momento más inoportuno. Por eso, en casa, sólo vemos películas grabadas en VHS o en formato DVD.

De ese modo, la primera razón se mitiga totalmente, ya que no hay publicista en este mundo que pueda amargarle la escena más interesante de ninguna manera. Aún recuerdo, años ha, la sensación de coitus interruptus que me quedó cuando, durante la emisión de Con la muerte en los talones (¡gran película donde las haya!), alguien, sin dos dedos de frente, decidió pegar el corte publicitario en la escena más milimetrada de la película, cuando Cary Grant se encuentra en medio de una carretera desértica, recelando del extraño tipo que tiene enfrente y justo segundos antes de que una avioneta fumigadora (ya mítica) entre en escena... Esa experiencia vergonzosa (y, casi, casi, castrante), me enseñó a tomar medidas para evitar más malos tragos en el futuro (un futuro incierto, por otra parte).

En cuanto a las llamadas telefónicas impertinentes, el visionado en VHS o DVD de cualquier título, permite el no perderse nada del argumento, pero aún así sigue siendo un tema ciertamente molesto. En mi caso, da la impresión de que todos mis allegados (y algún que otro encuestador pelma) se ponen de acuerdo para iniciar una serie de llamaditas cortas (aunque interminables e innecesarias), que me obligan a fraccionar las cintas en infinidad de capítulos. Otras, cuando la llamada es de la suegra, la película se acaba bruscamente, pues la mujer puede estar colgada más de una hora al teléfono charlando con su hija...

De todos modos, el evitar el sueño con el vídeo sigue siendo un imposible. Éste aparece igualmente (sin avisar, por sus huevos), con la salvedad de que, una vez despierto de nuevo, siempre puede rebobinar y buscar el punto fatídico en el que desapareció de escena espontáneamente, viajando a saber a que extraños parajes oníricos.

De todas maneras, les sigo aconsejando el ir al cine. Éste método es el mejor y más sano. De hecho, es la única manera real de disfrutar de un buen (o mal) largometraje... aunque también tiene sus inconvenientes (que serán reflejados el día menos pensado en este Blog), pero allí, arropadito en la butaca de la sala oscura, a buen seguro, nadie va a llamarle por teléfono... a no ser que usted sea uno de esos hijos de puta que se dejan el móvil conectado.

14.9.04

La muerte tenía un precio

Es una lástima que, a principios del siglo XXI, vuelva a debatirse un tema que hace miles de años tendría que estar ya resuelto: el derecho a tener una muerte digna, sin depender de respiradores, sueros, medicinas y médicos (a veces malsanos) que disfrutan probando y experimentando sobre un cuerpo que pide a voz en grito cruzar la línea de una puñetera vez.

Gracias a Alejandro Amenábar y a su magnífica Mar Adentro, la sociedad parece haber despertado de nuevo, planteándose (una vez más) la implantación, de una vez por todas, de la eutanasia en nuestro país.

Muchos pueden pensar que Mar Adentro es una cinta triste y desoladora, pero están totalmente equivocados, ya que Amenábar ha sabido darle un toque de optimismo gracias a un inmejorable guión y, ante todo, a un impagable Javier Bardem quien, con su interpretación, conseguirá merecidamente todos los premios habidos y por haber.

Basándose en el caso real de Ramón Sampedro, un tetrapléjico gallego que, después de pasarse casi 25 años postrado en una cama, suplicó su propia muerte, el realizador español ha urdido una trama totalmente magnética (suavizando, eso sí, el carácter del protagonista) que abre inesperadamente una puerta a la esperanza para muchos que, en su misma posición, querrían descansar para siempre del suplicio a que se ven sometidos.
Mezclando el melodrama más ácido con algún que otro toque de comedia (inolvidable la visita a Sampedro por parte del sacerdote inválido interpretado por Josep Maria Pou), Mar Adentro se convierte en uno de los mejores productos de nuestro cine actual, al que el jurado del Festival de Venecia ha sabido reconocer en su gran medida. Un reconocimiento que, por otra parte, espero sepa darle el público.

Déjense de falsas morales, aparquen la pereza y la mezquindad a un lado y apoyen a Amenábar y a todo su equipo en esta propuesta.

En medio de ninguna parte

Barcelona. 7 horas 30 minutos de la mañana. Gran tempestad sobre la ciudad. Rayos. Truenos. Lluvia. Ni siquiera se avista al aguerrido capitán Haddock por las calles. El coche (un trasto destartalado al que le tengo un cariño especial) lleva al matrimonio Spaulding hacia sus respectivos trabajos cuando, de repente, empieza a humear... ¿Huele a quemado? La temperatura del agua está por los cielos (encapotados, pero cielos.. al fin y al cabo). Un calentón... Para el coche... y toma paciencia.

Cada vez que el atomovil nos deja tirados en medio de ninguna parte (porque siempre esas maquinitas con ruedas se paran en "ningun parte") viene a mi memoria una excelente película del siempre discutido (y discutible) Oliver Stone, Giro al Infierno. Un film que, en su día, no fue lo suficientemente apreciado y que, en parte, pasó por las pantallas sin pena ni gloria, quizás debido a la poca confianza que a muchos les inspira su realizador (empeñado, a golpe de cámara, en convertirse en el cronista Number One del pueblo norteamericano) o bien a que sus 3 anteriores películas (filmadas tras la magistral JFK) supusieron un reto demasiado aburrido -y hasta rocambolesco- para el espectador (la amuermante El Cielo y la Tierra, la burda Asesinos Natos y la interminable Nixon).

La cinta narra las desgracias que habrá de vivir un tipo (Sean Penn) que, huyendo de la mafia de Las Vegas por una deuda de juego, verá como su coche decide quedarse atrancado en pleno desierto de Arizona, justo al lado de Superior, un pueblucho en medio de ninguna parte en donde no corren muy buenos aires. Allí, un mecánico un tanto jetas (Billy Bob Thornton), una joven tentadora (Jennifer Lopez) y el potentado marido de ésta (Nick Nolte), acabarán por amargarle la existencia.

La facilidad por identificarse con el personaje de Sean Penn es innegable: un perdedor sin oficio ni beneficio, asqueado por el trato surrealista que le da el mecánico de marras y atraido, irremediablemente, por las sinuosas curvas de Grace McKenna (aka Jennifer Lopez)... Curvas que no le harán dudar, en momento alguno, a la hora de iniciar un juego peligroso que le acercará, de manera imparable, al infierno sufrido, muchos años antes, por el enamorado Fred McMurray de la insuperable Perdición.

La cinta se ampara en un guión controlado y milimétrico que, en todo momento, utiliza un malsano y arrebatador humor negro que hacen, de la desgracia de nuestro atolondrado protagonista, el pan nuestro de cada día. Para ello, Stone no duda en utilizar diversos formatos cinematográficos, lo cual ayuda aún más al espectador a adentrarse en el laberíntico ambiente de Superior.

Un trabajo que a muchos les parecerá una obra menor dentro de la filmografía de ese realizador pero que, sin embargo, y a mi parecer, es un gran guiño al cine negro, con contínuos homenajes a aquellos perdedores que, en los 40, inundaron las pantallas de todo el mundo, influenciada además, muy de cerca, por la estupenda ¡Jo, qué noche! de Martin Scorsese. Bien vale un repaso este sorprendente Giro al Infierno.

Por suerte, mi destartalado y amado coche, no se paró en Superior... sino que fue a una UCI situada en el barcelonés y entrañable barrio de Gracia. Ni el mecánico era Bob Thornton (¡menos mal!), ni camino del Metro me crucé con Jennifer López....(esto último, señores, si que es una desgracia!!).

13.9.04

El Club de la Ducha??


Ya lo dice el refrán: no es oro todo lo que reluce. Si no... que se lo pregunten a Mr. Troya, Brad Pitt, quien, acostumbrado a salir en todos los rankings habidos y por haber como el más guapo y sexy (según las señoras.. y algunos señores) se ha colado como el número uno tras una encuesta, entre sus compañeros y compañeras, como el que más apesta a sudor. Al menos eso es lo que se puede leer en un artículo colgado hoy mismo en la página informativa de Terra

Todo metrosexual que se precie, según los nuevos estandars, habrá de dejar a un lado las cremitas y las duchas, quemar todos los desodorantes y apuntarse al hedor a macho, como buen hombre de las cavernas, si quiere asemejarse un tanto al citado Brad Pitt o a Russell Crowe (el segundo prohombre citado en el ranking). Es de esta manera que el término metrosexual cobrará su verdadero sentido. ¿Quién no se ha sentido ofendido, en más de una ocasión, por el pestazo que sueltan algunos tipejos que viajan, a todas horas, en los ferrocarriles subterráneos de las grandes ciudades?.

Pitt y Crowe (suenan a pareja de famosos payasos) no están solos en la lista de los marranos más famosos del mundo del espectáculo, ya que les van a la zaga personajes como Hayden Christensen (el nenito de El Ataque de Los Clones), David Bowie, Robin Williams, Bob Dylan y todos los integrantes del grupo Metallica, entre otros.

Y no son sólo ellos los apestosos. Hay alguna que otra cerda suelta en el mismo ranking: Cameron Diaz, Courtney Cox y Christina Aguilera, por ejemplo, figuran entre las más guarras.

Será cuestión de olvidar, durante una larga temporada, el jabón y las duchas diarias.