31.12.14

Recopilando (y II): Lo más peor del 2014

A punto de acabar el 2014, hoy toca cebarse con lo peor de la cosecha cinematográfica de este año. Voy directo al grano. Y, como siempre, de lo peor a lo más peor: del 10 al 1.

10.- Cuento de Invierno. Nada que ver con el cuentista de Rohmer. Éste, dirigido por el debutante Akiva Goldsman, va por otros derroteros y en él, partiendo de una historia de amor imposible entre un ladronzuelo y una enferma de tuberculosis a principios del siglo XX, se atreve a mezclar, sin orden ni concierto (ni vergüenza alguna) todo tipo de temas: milagros, viajes en el tiempo, caballos voladores, mafias peligrosas y, de propina, un mucho de melaza capaz de indigestar al más pintado. Un casting excepcional, entre los que se encuentran nombres (a cual más desaprovechado) como los de Colin Farrell, Russell Crowe, William Hurt, Will Smith, Jennifer Connelly y hasta Eve Marie Saint, al servicio de una paparruchada sentimentaloide, cursi y patéticamente desmesurada.


9.- El Desconocido del Lago. Los bosques que rodean un lago francés, son el enclave ideal para que varios homosexuales acudan al lugar a practicar nudismo y cruising en medio del follaje. Este es el único escenario geográfico que enmarca la historia planteada por el director y guionista Alain Guiraudie. Un film de temática gay totalmente explícito en sus numerosas escenas de sexo. Planteada, en sus primeros minutos, como un melodrama indie, la cinta da un giro hacia el thriller cuando uno de los jóvenes y asiduos visitantes del lago se convierte en testigo de excepción de un asesinato para, posteriormente, sentirse atraído por el criminal, un tipo que, físicamente y a grandes rasgos, es una especie de mezcla entre Freddie Mercury y Tom Selleck. Hasta aquí, más o menos el invento funciona, pero su posterior desarrollo opta por derroteros ridículos y nada factibles, empezando por la grotesca figura de un inspector de policía y continuando con una resolución final que no es más que una especie de tomadura de pelo filmada desde la más absoluta oscuridad. Eso sí, para darle algo de falso empaque cultureta a la cosa, se monta una facilona metáfora entre la imagen de los invasores siluros del lago y el asesino de marras. Un trabajo aburridísimo, narrado sin ningún tipo de nervio que, por su afán provocador, termina convirtiéndose en una especie de porno con coartada gafapastosa en donde penes erectos y grandes corridas se convierten en dueños y señores de la pantalla.


8.- Cuando Todo Está Perdido. O la nada más absoluta para narrar la historia de supervivencia de un hombre solitario en su intento por salir indemne de un naufragio en pleno Océano Índico tras haber chocado su velero contra un contenedor abandonado en alta mar. Un único protagonista: Robert Redford. Y no busquen más que eso. No hay nada más. Redford por un tubo, dos líneas de diálogo en favor de la voz en off del actor y un sinfín de cromas acuáticas a cual peor parida. Mientras, para darle un poco de vidilla al invento, el muchachote de 77 tacos, demuestra su buena forma física yendo de una punta a otra del velero, subiéndose a la vela, achicando agua por todas partes y remojándose a base de bien. Y vuelta a empezar, una y otra vez los mismos movimientos repetidos hasta la saciedad. Después, para cambiar un poco de escenario, reemplaza el velero de marras por un bote salvavidas y, ¡cómo no!, para no perder la costumbre, de nuevo vuelve a achicar el agua y a darse unos cuantos chapuzones accidentales en el mar. Un Redford pasado por agua que se debió quedar con un palmo de narices cuando descubrió que los de la Academia se habían pasado su soñada nominación al Oscar por el mismísimo culo. Minimalismo empapado y poco más.
 

7.- Sólo los Amantes Sobreviven. Jim Jarmusch se apunta al fantástico y nos castiga con una historia de amor entre dos vampiros ancestrales que sufrirán de lo lindo cuando el suministro de sangre en óptimas condiciones empiece a escasear. Para ello, el director sigue su patrón habitual: varios personajes a cual más colgado, una historia plomiza y un sinfín de citas culturales de las que emocionan (por cojones) a los gafapastas de turno. Aburrida y lenta, la cinta está impregnada de ese estilo pedantillo y desastrado habitual en su cine. La cosa no avanza hacia ningún lado y cuando parece que el cotarro pueda animarse un poco (como sucede con la entrada en escena del cargante personaje interpretado por Mia Wasikowska) vuelve a encallarse de nuevo. Un festival de diálogos, a cual más irritante, entre un desaborido Tom Hiddleston y una insufrible Tilda Swinton, conforman la mayor parte de un film incapaz de despertar en mí el más mínimo interés, a pesar de los perseverantes intentos de realizador por resultar  (falsamente) transgresor. Y es que a este hombre no lo aguanto.


6.- Dos Madres Perfectas. Un festival de tópicos rosados y eróticos planificados, con bastante mala fortuna y poquísima inspiración, por la realizadora luxemburguesa Anne Fontaine para narrar el fin de la amistad entre dos mujeres maduras, Roz y Lil, cuando la primera se enamora del hijo de Lil y ésta del hijo de Roz.  Enclaves paradisíacos, playas vírgenes, féminas no tan vírgenes y adolescentes en plena efervescencia sexual. Más trivial, imposible. Un folletín que acumula temas gastados hasta la saciedad y que, en realidad, no es más que un descarado vehículo para el lucimiento de sus dos protagonistas femeninas: Robin Wright y Naomi Watts. En cuanto a ellas no hay nada que objetar, pues tanto la una como la otra están perfectas en los oxidados roles que les han caído en desgracia. El problema estriba en lo manido de la historia planteada y en lo ridículos (e incluso cursis) que resultan la mayoría de sus pasajes. Un despropósito descomunal construido a golpe de postalitas turísticas, escenas de sexo light y efebos guapos y enamoradizos. Caca de la vaca.


5.- La Hermandad. Si Paul Naschy levantara la cabeza y viera esta película, descubriría que su cine, por muy casposo y basurero que fuera, le daba mil vueltas a la propuesta de Julio Martí Zahonero; una propuesta desfasada, fuera de tiempo y que no ofrece absolutamente nada nuevo al cine de terror. Una historia típica, tópica y risible (¡qué majas quedan tantas telarañas para dar empaque al producto!) en donde una escritora de novelas terroríficas, tras un accidente automovilístico bajo la lluvia (sobre todo que no falten los truenos y relámpagos en este género), despierta en un solitario y alejado monasterio de monjes benedictinos, sin teléfonos de ningún tipo e incomunicados totalmente de la sociedad. Más de lo de siempre, sin gancho alguno y con un casting imposible que logra que una recuperada (aunque envejecida) Lydia Bosch destaque muy por encima de la troupe de monjes estrafalarios que la rodean. Un sinfín de incongruencias históricas, niños fantasmas, miradas recelosas y sonidos nocturnos aterradores, al servicio de un misterio ancestral de lo más ridículo. Una animalada sin pies ni cabeza.


4.- Upstream Color. Estrenada con un retraso considerable (más le hubiera valido quedarse escondidita), nos llegó la nueva empanada mental de Shane Carruth, el mismo que hace una década realizara la insufrible Primer. En esta ocasión, de forma pretenciosa y a través de un montaje desordenado, nos tortura con la relación que se establece entre un hombre y una mujer que, tras haber sido secuestrados por la misma persona, han sido sometidos a una extraña experiencia en la que se mezclan la ingestión de gusanos y cierta concomitancia con cerdos y un tipo de flores muy concretas. Una colgada sin sentido alguno, que abusa de una molesta narrativa asincopada y de esas ansías estúpidas por asemejarse al Terrence Malik de la aborrecible El Árbol de la Vida. Ideal para gafapastas con ganas de organizar puzzles rocambolescos que le den sentido a un film descompaginado y pedante. Para gente que le encante aburrirse en el cine para después decir que han visto una obra maestra sin parangón.


3.- Open Windows. Nacho Vigalondo se monta un particular ejercicio de estilo (yo prefiero llamarlo una tomadura de pelo), defragmenta la pantalla en varias pantallas y urde una historia de intriga con un poco de La Ventana Indiscreta y un mucho de informática, para narrar la pesadilla que vivirá un joven que ha sido agraciado con una cena en compañía de su actriz predilecta. La cosa, en principio, promete. Técnicamente impecable (eso no se puede negar), aunque excesivamente abigarrada de imagen (la cámara no se mueve del monitor del portátil del protagonista) y capaz de mantener el suspense durante un buen rato, la trama empieza a escapársele de las manos hacia medio metraje, cuando el hombre entra a saco en terrenos conspiranoicos y se desmadra con un sinfín de escenas incongruentes, a cual menos creíble, hasta cubrirse de gloria con un final tan pasado de rosca (estética y argumentalmente hablando) que demuestra claramente que al amigo Vigalondo se le ha ido la olla obsesionándose en ser el más original y sorpresivo de todos los directores habidos y por haber. Por cierto, ¿alguien me podría contar qué coño significa tan delirante final y de qué modo engañan al pobre Frodo con proyectos tan imposibles como éste?


2.- Orígenes. La ganadora de la última edición del festival de Sitges no es más que un panfleto místico de altos vuelos en el que un joven biólogo molecular, no creyente y estudioso de la evolución del ojo humano, acabará abrazando el credo de la religión budista tras haber vivido un trágico suceso. Mike Cahill, que ya nos castigó en su día con Otra Tierra, vuelve a mostrar su cara más pretenciosa y falsamente espiritual con una historia que mezcla elementos del fantástico, melodramáticos y metafísicos. Toda una pedantería, revestida de un formalismo estético de lo más artificial que tumba de espaldas al más pintado. Muy pulidito y pulcro todo ello, pero con una alta dosis de religiosidad ciertamente alarmante y un toquecillo lacrimógeno de lo más previsible. Uno de esos films que ideológicamente logran molestarme sobremanera.


1.- Noé. Aronofsky se nos pone bíblico, pero muy a su manera. O sea: inconexo, absurdo y yéndose por los cerros de Úbeda. Mezcla los pasajes bíblicos sobre Noé y su Arca con la ciencia ficción y cuenta, para ello, con la colaboración de un impostado Russell Crowe que, más que interpretar, recita sin ningún tipo de entonación las interminables líneas de su bipolar personaje. Adorna su cinta con unos ángeles caídos a modo y manera de Transformes de piedra y carboncillo y le da un pequeño papel a Anthony Hopkins para que sobreactúe a su aire en la piel de viejo Matusalén. Y cómo no sabe muy bien qué contar (ya que de guión hay más bien poco), carga sus imágenes de artificiosos efectos digitales que no conducen a ninguna parte; al contrario, sustentan la bobada aranofskiana y esa filosofía de baratijo sobre el Bien y el Mal que no se cansa de verter a lo largo y ancho de su cansino metraje. Su forzada adaptación quiere ser transgesora y provocativa, pero es tal la simpleza que abriga que no escandaliza a nadie. Mucho presupuesto y poca chicha al servicio de uno de los despropósitos más descomunales (o, mejor dicho, bíblicos) de la temporada.


¡Feliz 2015!

30.12.14

Recopilando (I): Lo más mejor del 2014

Estamos a finales del 2014 y, al igual que cada año por estas fechas, toca hacer repaso y citar las que han sido, a mí gusto, las diez mejores películas de los últimos doce meses. Como siempre ocurre, algunos títulos han quedado fuera de la lista. Así, por ejemplo, excelentes films como los entretenidos los Guardianes de la Galaxia o Al Filo del Mañana o los más consistentes Locke o Diplomacia, se han quedado en la reserva.

Sin hacerles esperar más, aquí tienen las 10 mejores del año. Y, como siempre, de menor a mayor relevancia. O sea, del 10 al 1.

10.- Snowpiercer. Ambientada en un futuro no muy lejano, en donde el calentamiento global está a punto de mandar la Tierra a la mierda, el coreano Bong Joon-ho nos ofrece toda una lección de ritmo y entretenimiento cinematográfico, con crítica social incluida, que transcurre, toda ella, en el interior de un tren que, dotado de un motor en continuo movimiento, da vueltas en círculo a un planeta que ha quedado totalmente helado por culpa de un fatal experimento científico. Una especie de Arca de Noé portadora de los pocos supervivientes de la hecatombe: delante, la clase alta; detrás, la clase baja. La revuelta no se hará esperar y, durante la acelerada travesía, toda clase de aventuras y contrastes sociales. Lástima que sin embargo cojee un poco en su “filosófico” y "existencialista" episodio final, justo con la aparición del gran Ed Harris; episodio que sin embargo compensa sobremanera el rol de una inmensa Tilda Swinton dando vida a una Ministra rastrera, ridícula y cobarde que, por su comportamiento, puede recordarnos a alguna que otra fémina entresacada de la fauna de gobernantes de nuestra España actual. Es una lástima que se estrenara en poquísimos cines y con una desgana total.


9.- Enemy. Film canadiense basado en la novela El Hombre Duplicado de Saramago que, dirigido por Denis Villeneuve (el mismo de las más comercial Prisioneros), entra de lleno en una historia marcada por el surrealismo total y en la que un excelente Jake Gyllenhaal desarrolla dos papeles distintos: por el un lado el de Adam, un profesor depresivo y, por el otro, el de Anthony, un actor al que acaba de descubrir en un DVD y que resulta ser un tipo totalmente calcado a él. Un duplicado al que intentará acercarse, provocando con ello un desorden físico, mental y emotivo de lo más descarnado. Film extraño, enigmático, dotado de un plano final totalmente desconcertante (aunque sorpresivo), perfectamente dirigido y capaz de crear una atmósfera opresiva tan enfermiza como turbadora. A todo ello añádanle las interesantes aportaciones interpretativas de sus dos partenaires femeninas, Mélanie Laurent y Sarah Gadon, así como la corta pero densa colaboración de Isabella Rossellini. El mal rollo psicológico está asegurado.


8.- El Lobo de Wall Street. Martin Scorsese se acerca desde la comedia, de forma satírica y un tanto alocada, a la vida de Jordan Belfort, un cínico de muchísimo cuidado que labró su propia fortuna a costa de los demás. Ambientada a finales de los años 80, más que una disección del funcionamiento económico de la sociedad actual, se centra, ante todo, en los desmanes y excesos del tal Belfort, un joven sin escrúpulos que dilapidaba gran parte de sus millonarias ganancias (aparte de en grandes mansiones, yates y helicópteros) en pagarse sus múltiples vicios. De forma inteligente, deja a un lado los temas económicos para demostrar la poco fiabilidad de sus protagonistas, apuntando directamente hacia la irreflexiva existencia de un tipo que iba de sobrado y muy colocado por la vida. Dotada de un sentido del humor de lo más incivil y por momentos hasta delirante, es capaz de conseguir con éste pasajes de absoluta (aunque cáustica) jocosidad en donde Leonardo DiCaprio demuestra sus grandes dotes cómicas amparado, en todo momento, por su segundo de abordo, un Jonah Hill que se sale dando vida a su socio y amigo Donnie, otro tarambana como él. Tres horas de metraje que pasan en un abrir y cerrar de ojos. Se acerca al feroz mundo del capitalismo actual con la escopeta cargada y sin aburrir al personal con detalles técnicos, dejándonos bien claro que los crápulas que se están metiendo nuestro dinero en sus bolsillos son unos hijos de puta de muchísimo cuidado. Scorsese en estado de gracia.


7.- Her. Spike Jonze es un cineasta peculiar, extraño, capaz de no dejar indiferente con sus films a nadie, sea para bien o para mal. Con Her ha llegado a su madurez como director, al tiempo que nos ofrece su obra más redonda. Emotiva, divertida, crítica, ácida... un poco de todo para envolver una atípica historia de amor: la que nace entre un escritor solitario empleado en una empresa dedicada a redactar cartas para terceros, y un nuevo sistema operativo, recién salido al mercado, que ofrece una relación virtual totalmente distinta, aunque igual o más profunda, a la de las relaciones sentimentales entre seres de carne y hueso. Una de las historias de amor más profundas y diferentes que nos haya brindado el cine que se apoya, ante todo, en el excelente trabajo interpretativo de un Joaquim Phoenix fuera de serie y en la cálida y sugestiva voz de Scarlett Johansson. Una cinta vibrante, conmovedora, atemporal, de calmada puesta en escena y diestra a la hora de anunciar lo que nos puede deparar la actual dependencia de la informática y las redes sociales. Un cuento de tintes fantásticos, tan emotivo como sugerente.


6.- La Venus de las Pieles. Basándose en una pieza teatral de David Ives, a su vez inspirada  en la novela de Leopold von Sacher-Masoch (el llamado padre del masoquismo), Roman Polanski entra a saco en un tema que le va como anillo al dedo. Sin esconder su origen escénico, aún lo potencia más haciendo que toda la acción, protagonizada por dos únicos personajes, transcurra en el interior de un viejo teatro parisino mientras en el exterior diluvia sobre las calles de la París. Dentro, el autor y director de una obra teatral a punto de estreno mantendrá un tenso duelo con una mujer que se ha presentado a última hora al casting para conseguir interpretar a la protagonista femenina. Un divertimento perverso de alta envergadura,  en donde el personaje masculino, sucumbe sin darse cuenta ante el juego que le propone una fémina camaleónica que, de aparentar ser una mujer chabacana, pasa a adoptar varios roles totalmente distintos, a cual más embriagador y sorprendente: de sometida a dominante, de seductora a seducida, de inocente a astuta... Un inquietante juego de espejos que salta de la comedia al melodrama, y viceversa, en numerosas ocasiones y en donde el realizador deja fluir todos los fantasmas y obsesiones que se han ido acumulando a lo largo de su filmografía, empezando por ese toque claustrofóbico tan habitual en su cine. De propina dos magistrales interpretaciones: las de Mathieu Amalric (un actor de características físicas muy parecidas a las del propio Polanski) y Emmanuelle Seigner (compañera sentimental del director en la vida real). Un extraño pasatiempo del que sólo podrá salir un único ganador. Imprescindible disfrutarla en su versión original subtitulada.


5.- Viva la Libertà. El siciliano Roberto Andó dirige con mano firme esta ingeniosa fábula política en la que un magnífico Toni Servillo se desdobla en dos personajes distintos: por un lado el del deprimido secretario general del partido de la oposición italiana y, por el otro, el de su hermano gemelo, un filósofo bipolar recién salido de un centro psiquiátrico. Tras la inesperada desaparición del primero, su asistente personal recurrirá a los servicios del segundo para sustituirle ante la opinión pública. Crítica y emotiva al mismo tiempo, la cinta se sustenta, ante todo, en el gran trabajo interpretativo de su duplicado protagonista masculino y, al mismo tiempo, en esa mirada sardónica y perversa con la que se enfrenta a nuestra cuestionada tropa de representantes políticos. De propina, ese toque de maldad fraternal que siempre está presente en los films con gemelos a bordo.


4.- Crónicas Diplomáticas. Bertrand Tavernier se aleja de sus melodramas habituales para acercase al mundo de la comedia con la adaptación a la pantalla grande del cómic Quai d’Orsay de Abel Lanzac y Christophe Bain, en donde, a golpe de pequeñas y trepidantes historias cortas, queda cien por cien reflejado el histriónico carácter de un Ministro de Asuntos Exteriores de derechas al que interpreta, a las mil maravillas, Tierry Lhermitte, un actor que parece disfrutar de lo lindo sacándole las miserias al aire a su personaje y a la impresentable troupe de políticos que le rodean. Brillantes diálogos, situaciones perfectamente planteadas y un ritmo imparable, no dejan descanso posible a un espectador que, a los pocos minutos de proyección, se verá atrapado en el vertiginoso laberinto provocado por un sinfín de pasillos en los cuales un montón de títeres incalificables dictarán leyes y comunicados de toda índole. Raudas aperturas de puertas y una enfermiza pasión por los rotuladores “fosforitos” formarán parte de una de las más ingeniosas terapias de la temporada para no volver a simpatizar jamás con la raza política.


3.- Begin Again. John Carney, años después de Once, repite con el musical aunque, en esta ocasión desde un punto de vista totalmente distinto al del film que le encumbró. De hecho, Begin Again es un musical encubierto, totalmente optimista y alegre, pese al estado de ánimo de su protagonista principal, un ejecutivo de una empresa discográfica al que acaban de poner de patitas en la calle y al que interpreta un sobresaliente y sorprendente Mark Ruffalo. La inteligente elección de Keira Knightley para dar vida a una joven promesa de la música y la brillantez emotiva con la que utiliza su excelente banda sonora para convertirla en el verdadero motor de muchos de sus pasajes, hacen de esta una obra fresca, original y por momentos enternecedora. Si no la vieron en su día, acérquense a ella lo más rápido posible y déjense envolver por la sensibilidad de un director que conjuga a la perfección música y sentimientos. Toda una gigantesca lección de buen gusto.


2.- Nebraska. . Fiel a su particular estilo, en donde se barajan con efectividad el melodrama con un muy peculiar sentido del humor, Alexander Payne acerca al espectador al emotivo viaje que inician por carreteras de Norteamérica para llegar hasta Lincoln (Nebraska), un padre con claros síntomas de senilidad y uno de sus dos hijos. El objetivo: cobrar un supuesto premio publicitario. Arropando a su historia con una efectiva fotografía en blanco y negro, Nebraska significa un tierno retrato del modo de vida de la fauna de personajes que conforman la América profunda y a los que, a pesar de su pretendida dureza, la cámara se aproxima a través de un encomiable aunque socarrón toque de comedia. Una road movie distinta que, cocinada a fuego lento, saca a la luz las miserias de una familia que nunca vivió tiempos mejores. Odio, amor, insolencias y también, por qué no, un mucho de ternura. A pesar de ser un film de y sobre perdedores, Payne ha sabido darle la vuelta al género y, de forma inteligente, lo ha convertido en un agradable y conmovedor canto a la vida, en donde esa malsana pasión por la lágrima fácil brilla por su ausencia. Una pequeña joya con la propina de un gigantesco Bruce Dern quien, a sus 78 años de edad, se metió en la piel del testarudo y borrachín Woody para componer a uno de los mejores personajes de su carrera.


1.- Relatos Salvajes. Ingenioso film argentino que, producido por El Deseo (la productora de los Almodóvar Bros.) y dirigido por Damián Szifron, nos muestra, a través de seis episodios sin desperdicio alguno, lo que puede llegar a hacer la persona humana cuando se la somete a una situación límite, cuando se desborda la gota que colma el vaso. Dramática, trágica, cínica y, ante todo, negrísimamente divertida. Grandes actores como Grandinetti, Sbaraglia o Darín, entre otros, dan soporte a una cinta milimétricamente calculada: desde su magistral prólogo a bordo de un avión hasta el capítulo final centrado en la celebración de una boda. No hay ningún episodio que destaque por encima de los otros, todos tienen el mismo nivel de calidad y demuestran que, en tan sólo cuatro trazos de guión, Szifron tiene más que suficiente para definir a la perfección a todos sus personajes y las circunstancias que les llevarán a su irremediable explosión de furia. Dos horas que pasan como un suspiro y que, a mi gusto, tan sólo tiene una pega: me quedé con ganas de dos o tres episodios más. Redonda. Si aún no la han visto, recupérenla lo antes posible. No se la pierdan. Lo mejor de lo mejor. Lo más mejor.



Y en el próximo post, lo más peor del 2014.

23.12.14

Por Navidad, todos perdemos un poco la chaveta

 
Dean Martin y Jerry Lewis agotados
tras ir de compras

Bela Lugosi hasta los cojones
de ir con el disfraz a cuestas

Sara Montiel con un
angelote terrorífico

La pantera de Ann Margret
abrazada al minino

 
Julie Christie en pompa

 
Ida Lupino mesándole las
barbas a Papá Noel

Santa Glenn Ford sorprendido
por las confidencias de Evelyn Keyes

Janet Leigh
con las campanitas

Judy Garland en plena fiestorra

Lana Turner con
Fra Angélico

Myrna Loy con el puto Reno

Incluso el duro de Robert Mitchum
va de compras

¡Qué cutres nos volvemos durante estos días!

Que pasen unas felices fiestas.

18.12.14

Más de lo de siempre


Por fin, con El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos, Peter Jackson ha puesto fin a sus dos trilogías millonarias sacadas del universo literario de Tolkien. Y digo “por fin” porque he de reconocer que, personalmente y desde el primer El Señor de los Anillos, esta es una saga que me aburre de forma soberana, por mucha fantasía, acción y efectos especiales que la adornen.

Y es que, con La Batalla de los Cinco Ejércitos, Jackson se encalla otra vez y, aunque su film sea tremendamente acelerado y contenga centenares de escenas en donde la acción prima por encima de todo, la cosa no ofrece nada nuevo que no haya mostrado en los títulos precedentes. De hecho, tras su  entretenido prólogo, en donde el dragón Smaug arremete con furia y latigazos de fuego contra un pequeño poblado, la cosa se convierte en un eterno déjà vu, en donde sus personajes (más planos que nunca) entran a saco en un sinfín de aventuras (nada sorprendentes) que culminan en una larguísima lucha, cuerpo a cuerpo, entre enanos y orcos; lucha que, por otra parte, junto con la “encendida” entreda de Smaug, se alza como lo mejor de la (para mi) letárgica función.

Con la entretenida entrega anterior, La Desolación de Smaug, daba la impresión de que Peter Jackson se había quitado de encima la aplastante loza que significó el primer Hobbit, ese Viaje Inesperado que no aportó nada nuevo respecto a la primera trilogía. Ahora, tras ese capítulo central ciertamente potable, cierra la saga desde la nimiedad total y parece que habiéndolo realizado sin muchas ganas: es tal la despreocupación que desvela en el juego visual de las proporciones (la mayoría de ellas erróneas), que hace pensar que el director neozelandés empezaba a estar ya hasta el moño de tanto orco y elfo corriendo arriba y abajo, sin parar, desde hace casi 13 años.


Ánimo y que no les pasa nada. Dispónganse a bostezar, durante dos interminables horas y media, con la pájara dorada del rey Thorin, mientras el buenazo de Bilbo idea estrategias para frenar el mal rollo creado entre distintas razas de la Tierra Media. Suerte que entre tanta contienda belicosa, urdidas para vender descaradamente y con posterioridad diversas versiones de juegos para videoconsolas, al menos uno puede disfrutar con el buen hacer de gente como Ian McKellen (eterno Gandalf), Cate Blanchett (muy fugaz en esta ocasión) o, sin ir muy lejos, Martin Freeman, un sólido actor que día a día se ha ido labrando una atractiva carrera, aunque sea haciendo de hobbit por esos mundos de Tutatis. Algo es algo. Ya saben: menos da una piedra.

15.12.14

El Quijote afroamericano


En 2001, con la excelente Training Day, Antoine Fuqua consiguió una de las mejores interpretaciones de un Denzel Washington en plena forma quien, dando vida a un policía corrupto, acabó alcanzando el Oscar al mejor actor por ese trabajo. Ahora, más de una década más tarde, el realizador vuelve a contar con el actor para el papel principal de The Equalizer: El protector, un thriller basado (muy a su manera) en la ochentera serie televisiva de idéntico título.

La cinta narra una historia protagonizada por uno de esos justicieros urbanos que tanta fama le dieron a Charles Bronson. En este caso, el Bronson de turno es el amigo Washington, Robert McCall en el film, un tipo solitario, metódico e insomne que, en su retiro cuasi espartano, intenta dejar en el olvido un pasado un tanto tenebroso; un pasado que volverá a asumir cuando, en defensa de una joven prostituta maltratada por los esbirros de una red mafiosa moscovita, vuelve a usar sus métodos expeditivos para impartir justicia.


Un punto de partida un tanto fachenda que, a pesar de la tranquilidad y lentitud con la que se aproxima al personaje, atrapa al espectador en una trama llena de pasajes de lo más virulento que son capaces de contrastar con la parsimonia exquisita con la que se desenvuelve el tal McCall; parsimonia que, por otra parte, es un claro reflejo del modo de afrontar la nueva vida que se ha propuesto esa especie de ermitaño resolutivo que, prácticamente sin la ayuda de nadie y siguiendo los adoctrinamientos de MacGyver, se transforma en un destructivo ejército letal cuando se le encabrona.


La nueva propuesta de Fuqua está más cercana a los productos que el desaparecido Tony Scott orquestaba para Denzel Washington que a las intenciones y a la estética de la antes citada Training Day, dejando rienda suelta al actor para que, a pesar de sus años (que no le pasan en balde), encarne a la perfección a un héroe de acción atípico, reflexivo y devorador compulsivo, en su silenciosa soledad, de literatura clásica (Quijote incluido, en clara referencia a su quijotesco personaje).

Es tanta la devoción que el director afroamericano demuestra por su actor principal que, en su fervor, se olvida de darles más presencia a nombres como los de Bill Pullman, Melissa Leo o Chloë Grace Moretz y deja que incluso David Harbour se desmadre a sus anchas interpretando al malo maloso de la película.


Un entretenimiento en estado puro que peca, sin embargo, de un excesivo metraje (dos horas y cuarto de proyección) y de alguna que otra laguna en su guión. Pero todo es perdonable, incluido ese tono fascistoide que acompaña habitualmente a cuantos justicieros urbanos nos ha brindado el Séptimo Arte.

12.12.14

San Bill Murray


St. Vincent significa el debut en el campo del largometraje de Theodore Melfi, un hombre procedente del mundo del corto que, para su puesta de largo, ha contado con un excepcional Bill Murray para dar vida al peculiar protagonista de la misma, un perdedor nato; un hombre mayor que vive al límite en todos los aspectos: fuma como un carretero, bebe como un cosaco, alivia su soledad en compañía de una prostituta rusa embarazada y, de propina, ha dilapidado todos sus ahorros apostando en las carreras de caballos. El tipo atiende por Vincent (Vinnie para los amigos) y, con la llegada de una nueva vecina y el hijo de ésta, estará a punto de redescubrirse asimismo al convertirse en el atípico y accidental canguro del pequeño.


De hecho, St. Vincent no es más que una nueva vuelta de tuerca a los típicos folletines almibarados con los que tan a menudo nos castigan desde el cine norteamericano: un tipejo impresentable que, ante la presencia de un chaval inocente y ante un maremágnum de inconvenientes personales y emotivos, acabará redimiéndose y dejando al descubierto su gran e inmenso corazón. Salvando las distancias, es como el Eastwood de Gran Torino, pero en cutrillo y espolvoreado con una buena dosis de azúcar en polvo.

Suerte ha tenido el tal Melfi de poder echar mano de un grupo de actores en total estado de gracia para, en parte, suavizar el excesivo acaramelamiento de su propuesta; unos intérpretes que, con su buen hacer, le han cedido unos gramitos de acidez a lo que podría haber resultado una indigestión de melaza:  Bill Murray, genial como siempre, se mueve a sus anchas a través de su tosco y gruñón personaje, mientras que una sorprendente y desconocida Naomi Watts parece divertirse de lo lindo jugando con su cuerpo y explotando al máximo el acento ruso de su extraño rol, sin olvidar por ello el inesperado cambio de registro de una controladísima Melissa McCarthy (alejada, por suerte, de sus habituales comedias desmadradas) ni la contención con la que afronta su papel el debutante Jaeden Lieberher, el niño que da vida al pequeño  Oliver, el hijo de la vecina.


Algún que otro personaje que desaparece sin más de la trama (como el usurero al que Vinnie debe un buen fajo de billetes) o la inclusión de uno tan episódico e innecesario como el de la esposa enferma (tan sólo añadido para recalcar el "buen corazón" del protagonista), son algunos de los otros defectos de un film irregular y de temática en exceso manida al que, repito, salvan del olvido sus benditos actores.

Y es que, por ejemplo, tan sólo vale la pena acercarse a St. Vincent para disfrutar de sus insuperables créditos finales, en donde Bill Murray, al son del Shelter From the Storm de Bob Dylan, se marca una inolvidable perfomance que hace digerir, de golpe y porrazo, la sobredosis de azúcar endilgada. San Bill Murray.

10.12.14

La última marcianada de Ridley Scott


Está claro que a Ridley Scott, aparte de flirtear con aliens y replicantes, le encanta adentrarse en las coordenadas del cine de época e intentar (con mayor o menor fortuna) ese punto de gran espectáculo que implica ese tipo de títulos. Hace ya más de una década que abrió su particular caja de Pandora con el sobrevalorado Gladiator, para seguir posteriormente con ese desaguisado histórico de altas proporciones que significó El Reino de los Cielos, probando después fortuna con la leyenda popular sobre el arquero Robin Hood y sin olvidar sus pinitos en este tipo de cine con la aburridísima 1492: La Conquista del Paraíso. Ahora se nos pone bíblico e insiste en el tema poniendo al día Los Diez Mandamientos a través de Exodus:Dioses y Reyes.

Por tratarse de una película en la que tendría que primar el entretenimiento, se trata de una superproducción aburridísima. A la cosa le cuesta muchísimo arrancar, perdiendo el tiempo demasiado en mostrar la tensa relación que se crea entre Moisés y Ramsés, dos hermanastros criados en el seno de Egipcio y que, tutelados por un faraón que desprecia todo lo que huela a hebreo, acabarán enfrentados en un cruenta batalla. Moisés descubrirá sus verdaderas raíces hebreas y se dejará inspirar por la voz de Dios, mientras que Ramsés, convertido en faraón a la muerte de su progenitor, iniciará un cruento acoso al que fuera su compañero de juegos infantiles y ahora transformado en líder del pueblo judío.


Exodus parece no arrancar nunca. Su ritmo es lento, lentísimo y, de vez en cuando (sólo de vez en cuando), esgrime mínimos esbozos del cine que demanda a gritos este tipo de productos. Y lo hace a cuentagotas. Eso sí, de forma muy espectacular y con un estupendo uso del 3D. En este aspecto, hay que destacar la fuerza de algunos asombrosos planos que se acercan, con una profundidad elegantísima, a esa especie de tsunami que significó la apertura del Mar Negro. Pero lo triste es que sólo se queda en eso y nunca va más allá. En momento alguno, logra acercarse a ese sentido de la aventura que demostraba Cecil B. DeMille, en 1956, con sus magistrales Diez Mandamientos.

Ridley Scott se queda encallado en un montaje encorsetado y en un sinfín de frases que pretenden ser antológicas y no son más que un puro desaguisado del que no sabe escapar, ni siquiera cuando tiene la oportunidad de animar un poco el cotarro con la aparición de las esperadas plagas bíblicas, las cuales las resuelve de forma anodina y en cuatro planos retocados informáticamente,

Y todo ello sin hablar de la pésima elección de un casting que canta como una almeja. Resulta dificilísimo creerse a un impostado Christian Bale en la piel de Moisés, mientras que Joel Edgerton, dando vida a Ramsés, queda de lo más soso y deslucido. Un imposible John Turturro y una vista y no vista Sigourney Weaver, acaban por completar su nada creíble cuadro artístico, del que sólo puede salvarse el trabajo del casi siempre efectivo (aunque aquí nada aprovechado) Ben Kingsley.


Mucho ruido y pocas nueces. Lo peor de todo es que, de aquí unos cuantos años, la película de marras pasará a engrosar ese cansino listado de títulos que engrosan la programación cinematográfica de la mayoría de cadenas televisivas durante Semana Santa y Navidad. Tutatis nos pille confesados.

4.12.14

A la magia de Allen ya se le ve el plumero

 
Mañana se estrena Magia a la Luz de la Luna, el nuevo film anual de Woody Allen, un cineasta empeñado en estrenar un título cada año contra viento y marea. Tras la deslumbrante Blue Jasmine, ahora le toca el turno a un film menor; un film menor que, si hubiera sido realizado por otro director menos prestigioso, más de uno se atrevería a afirmar que se trata de un peñazo de mucho cuidado. Y es que, por mucha comedia romántica y ligera que pretende ser, la cosa se queda en un montón de situaciones previsibles y en un sinfín de diálogos y frases de lo más postizo aunque pretendidamente ingeniosas.


La historia nos presenta a Stanley, un famoso mago británico que, a finales de los años 20, causa sensación sobre los escenarios de todo el mundo con un espectáculo en el que se mezcla la magia más clásica con el escapismo. Caracterizado de chino y bajo el exótico nombre artístico de Wei Ling Soo, el tal Stanley, en su tiempo libre y despojado de su disfraz oriental, se dedica a dejar al descubierto a teóricos médiums que utilizan sus engaños para embaucar a gente de la alta sociedad. Es así como, a petición de un viejo compañero de profesión, tras su gira por Alemania, viaja hasta la Costa Azul francesa para intentar desenmascarar a Sophie, una joven norteamericana que se supone intenta timar a una aristocrática familia inglesa afincada en el lugar, al tiempo que acepta la propuesta de matrimonio del joven heredero de la misma.


Su premisa argumental parece prometer un ingenuo divertimento, pero la cosa no pasa de tal premisa y, ya con la llegada de Stanley a tierras francesas, el invento se queda encallado en un bucle del que Allen muestra cierta dificultad para escapar; un bucle que se balancea entre el escepticismo filosófico y religioso del mago y los aparentes poderes de la vidente, hasta que de pronto y de forma nada sorprendente, da un pequeño giro de guión para entrar a saco en una más que cantada historia romanticona.

Narrada a medio camino entre el Shakespeare de El Sueño de una Noche de Verano y las comedias teatrales de Noël Coward y haciendo hincapié en un tema recurrente en su filmografía como el de la magia, Allen hace todo lo posible por llenar la cinta de referencias intelectuales de lo más forzado, citando, entre otros y en diversas ocasiones, nombres como los de Nietzsche, Dickens y Beethoven e incluso urdiendo un pedantillo (e innecesario) homenaje al cabaret berlinés a través de la figura de una fugaz Ute Lemper en plan Marlene Dietrich. La gafapastada que no falte, aunque su película no vaya más allá de la medianía.


Si no había suficiente con tanto despropósito, Colin Firth, en la piel del mago achinado, está de un histrión subido, mientras que su partenaire femenina, Emma Stone, desvela una sosería interpretativa que tumba de espaldas, mostrándose ambos incapaces de destilar la química necesaria para resultar mínimamente creíble la relación entre ellos.


Como Woody Allen siga teniendo fans tan acérrimas y almibaradas como la protagonista de la también recién estrenada Paris-Manhattan, capaces de aceptarles positivamente todo cuanto haga, el hombre seguirá haciendo películas sin parar, como si se tratara de una cadena de producción automática. Y después, con honrosas excepciones (como esa grandiosa Blue Jasmine), pasa lo que pasa: que aburre hasta a las musarañas.