31.12.15

Recopilando (I): Lo más mejor del 2015

31 de diciembre. En una fecha tan señalada, y siguiendo con la tradición, hoy toca remarcar las que han sido, a mí gusto, las diez mejores películas del 2015, el año que nos deja. Al igual que siempre, algunos títulos brillantes han quedado fuera de la lista, tal y como ha sucedido con el sorprendente thriller Frío en Julio, la bofetada soltada por Cronenberg al mundo y a la hipocresía del Hollywood actual a través de Maps to the Stars o las consistentes El Puente de los Espías o la rusa y cáustica Leviatán.

Sin más dilación, aquí tienen las 10 mejores del año. Y, como siempre, de menor a mayor relevancia. O sea, del 10 al 1.

10.- Mad Max: Furia en la Carretera. 30 años después de su última entrega, el australiano George Miller vuelve a recuperar a Mad Max, su héroe postapocalíptico, con la misma energía con la que firmó el segundo título de la serie, ese trepidante Mad Max: El Guerrero de la Carretera. Cambia a un envejecido Mel Gibson por Tom Hardy, aunque le regala el mejor papel de la entretenida e imparable cinta a Charlize Theron, una heroína con un brazo amputado que, atendiendo por Imperator Furiosa, es capaz de ensombrecer y dejar en un segundo plano al mismísimo Mad Max. Filmada a la vieja usanza y conservando aún los mismos y entrañables tics ochenteros de la vieja trilogía, este es uno de los títulos con más "trempera" vistos en el 2015. Pura adrenalina.


9.- Del Revés, o mejor dicho, “desde dentro hacia afuera”, tal y como reza su título original, Inside Out, es un envidiable título de animación que, cocinado a medias entre la Pixar y la Disney, se sumerge en el interior del cerebro de una niña para mostrar, de forma ingeniosa, cómo funcionan y gestionan los distintos tipos de emociones y sentimientos dentro de la cabecita de los más pequeños de la casa. Divertida y emotiva, sólo peca de un pequeño problema: es una cinta que, a pesar de estar pensada para el público infantil, atrapará muchísimo más, por su complejidad, al público adulto. Imprescindible.


8.- KIngsman: Servicio Secreto. Un acelerado, ingenioso y entretenido guiño al mundo de 007 y similares a través de una comedia que rebosa humor por todos sus poros y en donde un veterano espía británico aborda la educación de un joven y novato agente recién fichado. Gamberra y políticamente incorrecta, potencia a un divertidísimo Colin Firth a niveles de comediante aún desconocidos en su carrera, al tiempo que le regala la mejor y más violenta escena de la función, la de una masacre en una iglesia capaz de no dejar títere con cabeza. Atención a sus últimos y desmadrados minutos: todo un homenaje la locura final del Casino Royale de los años sesenta, en nada encubierto y mostrándose capaz de superar al original en muchísimo detalles. Canela en rama.


7.- Nightcrawler.  Un thriller sencillamente espeluznante que, centrándose en la figura de un hijoputa integral, se adentra en los rincones más oscuros y perversos del periodismo sensacionalista. Una fábula negra ambientada entre cameramans freelances que viven del filmar accidentes de todo tipo para vender después sus imágenes al mejor postor. Un Jake Gyllenhaal espléndido y repulsivo a partes iguales, se convierte en el alma mater de un film sólido, capaz de ir directo al grano y de dejar en pelotas el negocio sucio de ciertas televisiones, al tiempo que hace un magistral dibujo de un ser altamente desagradable, sin escamotear en detalles ni en gruesas gotas de humor negro. Sobria, visceral y, por momentos, aterradora.


6.- Sicario. El canadiense Denis Villeneuve no deja de sorprender al espectador con propuestas ciertamente contundentes. Ahora, partiendo de un thriller sobre el narcotráfico que podría haber repetido el esquema típico y tópico de este tipo de productos, le da la vuelta a la historia y deja enmudecidas a las plateas debido a su tremenda originalidad y, sobre todo, por la mala leche que destila toda su trama. Filmada con cierta (aunque muy estudiada) parsimonia e insertando, en su narración, brotes de inusitada y rotunda violencia. La frontera entre México y Estados Unidos como gran protagonista de una crítica visceral al sistema norteamericano, en donde la CIA y ciertos estamentos gubernamentales quedan perfectamente retratados y en pelota picada. Y, de propina, en sus respectivos papeles, Benicio del Toro y una sobria Emily Blunt, están que se salen. Para repetirla y descubrir, en sus tripas, nuevos y sorprendentes detalles.


5.- Hipócrates. A pesar de las apariencias, no es una película más sobre hospitales; Hipócrates habla de la precariedad laboral que sufren los trabajadores de la Sanidad Pública y de los recortes presupuestarios en el sector, así como de los absurdos protocolos médicos a seguir que se muestran incapaces de respetar la voluntad de los pacientes en cuanto a últimas voluntades se refiere o los errores médicos derivados de una mala gestión hospitalaria. Una crítica contundente firmada por el francés Thomas Lilti quien, con su segunda película, orquesta un trabajo inteligente y tan honesto consigo mismo que, aparte de la loanza implícita al esfuerzo del colectivo de trabajadores de la Sanidad por realizar sus tareas bajo mínimos, no esconde, por ejemplo, que, en ocasiones, el cuerpo médico, excepto honradísimas excepciones, se deja llevar más por los intereses propios y de la Administración (tapando incluso sus oscuros trapicheos) que por el bienestar de los enfermos ingresados. Un producto necesario, valiente y, en parte, aterrador que vela por salvaguardar una Sanidad Pública que, en la actualidad, está hecha una puta mierda.


4.- La Conspiración del Silencio. Una dura crítica a la sociedad alemana que, ambientada 15 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, y a través de la figura de un joven fiscal, muestra cómo importantes instituciones germanas y algunos miembros del gobierno están involucrados en una conspiración cuyo fin es encubrir los horribles crímenes cometidos por los nazis durante la contienda; una conspiración de la que también era cómplice la misma sociedad civil. De corte clásico, revelador y sorprendente en muchísimos aspectos, se acerca a la verdad de la historia desde un prisma absolutamente clarificador. A pesar de tratarse de una producción alemana, está dirigida con total templanza por el italiano Giulio Ricciarelli. Atención a la fabulosa y modélica interpretación de Alexander Fehling, el inexperto letrado que se da de bruces con la realidad de un país capaz de silenciar una realidad asfixiante.


3.- La Profesora de Historia. Basada en un caso verídico ocurrido en la actualidad en un Instituto francés, nos muestra la lucha de una profesora de historia que, ante la dificultad de avanzar con los alumnos de una clase problemática y multirracial, propondrá a éstos la posibilidad de formar parte de un concurso a escala nacional para hacer un trabajo en común que cuente lo que significó ser adolescente en un campo de concentración nazi. Emotiva y tierna a partes iguales, da una vuelta de tuerca al género sobre escuelas conflictivas al tiempo que afronta el genocidio nazi desde una perspectiva tan didáctica como conmovedora y en la que destaca, por su fuerza interpretativa, Ariane Ascaride, la actriz que da vida a una maestra capaz de colocar a títulos míticos como Rebelión en las Aulas y similares a años luz de esta propuesta.


2.- Birdman o (La Inesperada Virtud de la Ignorancia). Una brillante pirueta técnica y artística, rodada por el mejicano Alejandro González Iñárritu en un único y sorprendente plano secuencia (aunque evidentemente manipulado) y protagonizada por un Michael Keaton en estado de gracia. A medio camino entre la comedia y el melodrama, nos muestra los devaneos psíquicos de un actor que vivió tiempos mejores dando vida en la gran pantalla a un superhéroe y que, en la actualidad, prepara su debut teatral en los escenarios de Broadway a través de una obra protagonizada y dirigida por él. Una joya en estado puro tras la que se esconde una especie de pesadilla infernal, con tintes fantásticos, humorísticos y cáusticamente trágicos. Una gozada que arremete contra los designios de la fama y su inevitable devenir pasajero. Y, de propina, una sonora bofetada al mundo de la crítica teatral y cinematográfica. Sencillamente soberbia.


1.- Un Día Perfecto. Alejado de la dirección durante 5 años, Fernando León de Aranoa vuelve a la carga con un film ambientado durante el ocaso del conflicto de Los Balcanes, tiempo durante el que un reducido grupo de cooperantes vivirá una auténtica pesadilla ante la incomprensión de los Cascos Azules por un problema de sanidad pública. El realizador madrileño se aproxima a un tema duro al que sabe maquillar con un muy particular sentido del humor negro. Lleno de situaciones tan esperpénticas como magnéticas y adornada con un sinfín de brillantísimos (e ingeniosos) diálogos, transcurre un film ágil y capaz de atrapar al espectador en su trama desde su primera e impactante escena. Buena parte de su magnetismo radica en el personaje de un sobresaliente Benicio del Toro en una de las mejores interpretaciones de su extensa filmografía, mostrándose capaz de dotar de una profunda entidad a “Mambrú”, el cooperante al que da vida. Una buena lección de cómo hacer que una historia que podría haber resultado de lo más deprimente y angustiosa, derive hacia un producto entretenido y divertido, aparte de contener un final tan sorprendente como esperanzador.


Y, durante los primeros días del año que está a punto de nacer, lo más peor del 2015.

Feliz Año Nuevo.

29.11.15

Diplomacia


Desde que realizara la discursiva aunque interesante Lincoln, Steven Spielberg llevaba tres años apartado de la dirección. El próximo viernes, 4 de diciembre, aterrizará otra vez en las pantallas de nuestro país con su nuevo trabajo: El Puente de los Espías, un film ambientado en 1960, en plena Guerra Fría, justo cuando se acababa de construir el Muro de Berlín que separaba la Alemania Occidental de la Oriental y en el que se recrea un episodio verídico en el que se mezclaron dos espías, uno ruso y otro norteamericano, un joven estudiante detenido por los comunistas y un abogado de Brooklyn especializado en temas económicos que se vio reconvertido, de la noche a la mañana, en un diplomático de altos vuelos.


El espía del Kremlin, Rudolf Abel, fue atrapado en Brooklyn en 1957, mientras que el americano, un piloto aéreo que atendía por Francis Gary Power, vio como era derribado su avión cuando sobrevolaba territorio soviético para, posteriormente, ser igualmente detenido. Justo aquí es cuando entró en escena James B. Donovan, el letrado de Brooklyn que, en su día, defendió y evitó la pena de muerte a Rudolf Abel y que, debido a sus habilidades, fue convencido y enviado al convulso Berlín de la época para actuar como mediador en un posible intercambio de espías; intercambio que el abogado, a pesar de la oposición de las altas esferas políticas, extendió a la liberación de un estudiante yanqui por ser arrestado al otro lado del Muro de Berlín.


Steven Spielberg, para narrarnos esta sugestiva historia en la que se mezclan, a partes iguales, el espionaje y la diplomacia, ha contado con la colaboración, en su milimetrado guión, de un trío excepcional: Joel y Ethan Coen y, de propina, Matt Charman, este último autor del libreto de la muy compacta Suite Francesa. Un guión sobrio que, pese a la complejidad de la historia que nos cuenta, resulta perfectamente comprensible en todos sus aspectos. Y todo ello gracias a un sinfín de brillantes diálogos y de situaciones altamente magnéticas, como sucede, por ejemplo, con una de las mejores secuencias de la cinta: la que hace referencia al tenso intercambio de espías en un puente berlinés.

Siempre fiel a los clásicos de toda la vida, Steven Spielberg le ha dado un toque a lo Frank Capra a su producto a través del personaje del abogado, un hombre honrado, bonachón e íntegro tras el que se esconde un inmenso y controladísimo Tom Hanks. Sólo él, con sus características físicas e interpretativas, podía dotar de total entidad a un abogado que, en muchos aspectos, recuerda al inexperto senador al que dio vida James Stewart en la magistral Caballero sin Espada del citado Capra.


No busquen en El Puente de los Espías una película deespionaje al uso, con bombas, tiros y persecuciones a todo trapo. El Puente de los Espías es un trabajo reposado, con muchos diálogos y un sinfín de negociaciones políticas, pero siempre con ese estimulante puntito de humor que rodea al sorprendido y cansado personaje de Hanks. En definitiva, para que me entiendan y debido a su estilo narrativo, su nuevo film se sitúa a las antípodas de uno de los mejores thrillers de su filmografía, Munich, aunque acabe resultando igual de efectivo.


Spielberg es un gran contador de historias, un fabulador nato que sabe entretener al espectador por encima de todo. Su cine engancha, es seductor y sabe envolver a la perfección sus productos. Pero a veces, demasiado a menudo, en la larga lista de títulos del llamado Rey Midas de Hollywood, sus finales patinan por culpa de la melaza con los que los riega. Y El Puente de los Espías no escapa a ese gran problema del cineasta, en donde vuelca toda su energía en fabricar azúcar de más y colarnos moralina por un tubo en sus últimos dos minutos de proyección; dos minutitos de nada, pero tan innecesarios que, por su insistencia, podrían haber derrumbado la consistencia de los 130 minutos anteriores. Pero Spielberg es así y hay que perdonarle porque, a pesar de sus finales melosos, nos ha dado y sigue dando CINE en letras mayúsculas y negrita.

19.11.15

Érase una vez un gángster maquillado...


Black Mass: Estrictamente Criminal resulta, de entrada, una propuesta interesante ya que, en ella y conducidos de la mano de Scott Cooper, su director, nos da a conocer la vida y milagros de uno de los criminales que más dio que hablar en los EE.UU. durante las décadas de los 70 y los 80: James “Whitey” Bulger, un gángster irlandés que firmó una alianza con el agente del FBI John Connolly, un viejo conocido de la infancia, para ayudar a la agencia a desbancar a la mafia italiana del sur de Boston; un acuerdo que, de hecho, le dio alas para convertirse en el hombre más temido del país.


La cinta, claramente influida en ciertos detalles por la televisiva Los Soprano o por títulos como Uno de los Nuestros de Scorsese, escarba en las miserias de las mafias más barriobajeras, al tiempo que denuncia la corruptela de ciertos agentes desde el seno del mismísimo FBI, contando, para ello, con una ambientación deslumbrante y con el protagonismo de un maquilladísimo (y casi desconocido) Johnny Depp que, con su controladísima interpretación, logra hacernos olvidar aquel histrionismo cansino con el que afrontó los personajes del pirata Jack Sparrow (para la saga de Piratas del Caribe) o del indio Tonto en la divertida El Llanero Solitario; en definitiva, un más que sorprendente Depp que, en el fondo, se convierte en lo más interesante del correcto trabajo de Scott Cooper. Un Johnny Depp perfectamente arropado por gente de la talla de Joel Edgerton (el agente Connolly), Kevin Bacon (uno de los mandos del FBI), Benedict Cumberbacht (el senador hermano de Bulger) o de un turbulento Peter Sarsgaard, en la piel de un descontrolado y sanguinario sicario.


Bien documentada y narrada de forma clara y directa, Black Mass no se anda por las ramas a la hora de afrontar la violencia de los actos del amiguito Bulger: una violencia seca, de las de aquí te pillo y aquí te mato y que incluso, en algunos momentos, se atreve a filmarla fuera de plano, sin resultar por ello menos perturbadora que si la hubiera rodado de frente y con todo tipo de detalles, tal y como sucede con el asesinato de la hijastra de uno de sus colegas.


Un film interesante que, de todos modos y por su tópica puesta en escena (sin muchas sorpresas en su lineal narrativa) no llegará nunca a estar al nivel de los títulos que usa como referentes pero que, sin embargo, logra descubrir al espectador la siniestra cara de un gángster como James “Whitey” Bulger y el entramado de corrupción y rudeza que le rodeaban. Un granito de arena más para añadir a la interminable lista de sugestivas películas sobre el mundo de la mafia que, a buen seguro, será recompensada con una posible candidatura a mejor actor para Johnny Depp, aparte, claro está, de otra para su espléndido maquillaje.

10.11.15

El caballero oscuro


Con Spectre, llega la nueva aventura de James Bond, una de las sagas cinematográficas más esperadas y multimillonarias de la historia del cine y que, al mismo tiempo, significa la cuarta (y quizás última) protagonizada por un Daniel Craig que ya, en su interpretación, deja entrever visos de estar cansado de dar vida al personaje. Una cinta que, de forma clara, cierra un ciclo de cuatro títulos que se inició con Casino Royale.


Dirige, de nuevo (y también por última vez), Sam Mendes, después de haber realizado el título anterior, Skyfall, y opta, de forma equivocada, por darle al producto un aspecto más cercano al del cine de autor que a una película de acción por todo lo alto. Y es que, en Spectre, lo que se dice escenas de acción, acción, hay muy pocas; poquísima. Larga (casi dos horas y media), llena de frases pretendidamente solemnes y con tan sólo unas cuatro escenas trepidantes y bien resueltas. El resto, se dedica a profundizar en la psicología de 007, humanizando en exceso al personaje y convirtiéndole en una especie de héroe torturado, al igual que hiciera en su día Christopher Nolan con Batman en El Caballero Oscuro. Y eso, en resumidas cuentas, lo único que hace es romper con el espíritu general de la serie.


La cinta se inicia de forma magnética, a través de un elegante travelling por las calles de la Ciudad de México, justo durante el desfile de celebración de El Día de los Muertos; prólogo que culmina con una aceleradísima y explosiva escena de acción, mostrándose totalmente, en este aspecto, fiel a las constantes de la serie ya que, justo terminado este preámbulo, entran los siempre esperados títulos de crédito. Pero, hete aquí, que con éstos llega el primer aviso de que este Bond nunca podrá estar a la altura de, por ejemplo, el citado Casino Royale, ya que el tema musical principal que los acompaña, Writing’s On the Wall, y que interpreta Sam Smith, suela totalmente descafeinado, tanto o más amuermante que el resto de metraje que nos espera.


Spectre es, en muchos aspectos, como un gran coitus interruptus. Cuando nos obsequia con una escena trepidante, rápido termina con ella y nos deja con el tormento de un Bond que no deja de sufrir a medida que descubre pasajes oscuros de su pasado y que, al mismo tiempo, se mortifica porque toma conciencia de que su licencia de doble 0 le ha convertido en un sicario, en un asesino sin escrúpulos. Cuando en medio de un desierto penetra en la guarida del malvado de turno (el recuperado Blofeld, ahora bajo el aspecto de un sobreactuado Christoph Walz), deja de recrearse en la misma (tal y como hacían todos los títulos anteriores de la serie) y rápido se las pira de la fortificación. Y, cuando por fin nos alegra los sentidos con la presencia de la esperada y cacareada Monica Bellucci, nos deja con un palmo de narices porque su personaje (que apenas influye en su débil trama) no es más que un visto y no visto. Y ni siquiera su clímax final, por las calles de Londres como escenario, resulta un clímax con potencia. Lo que les digo: un coitus interruptus en toda regla.


Sam Mendes ha querido dejar claro que él es un autor y que le da un poco de grima eso del cine de acción. Y punto. Por ello dosifica de forma exagerada los pasajes más acelerados, se inclina por un ritmo narrativo lento y un tanto soporífero y convierte a la esperada chica Bond de turno, Léa Seydoux, en una muchachita enamoradiza que, pese a ese toque sexy que le otorga, no posee la entidad que se espera de cualquier chica Bond que se precie. Eso sí, al menos, juega bien a la nostalgia que acarrea el personaje de 007 y, a lo largo de su dilatado metraje, cuela, de forma inteligente y sutil, varios guiños a una serie que parece empezar a tener miedo a envejecer y que, como en el caso de este título, busca nuevas fórmulas (aunque sean fallidas) para mantenerse al pie del cañón.


Y es que este no es mi Bond. 007 no tenía problemas existenciales, ni se deprimía porque su oficio era el de matar y tampoco aburría soberanamente a las plateas. Ahora, Bond se ha convertido en un caballero oscuro más.

8.11.15

SITGES 2015: Jornada 9 y última (de apocalipsis amodorrantes y de nosferatus campesinos) + el Top-Five de Spaulding

Última jornada del Festival. Por la mañana, pudimos conocer la película que, por la noche y en sesión de gala, clausuraría el certamen. Se trata de Into the Forest, una cinta de tintes apocalípticos que, dirigida sin interés alguno por la canadiense Patricia Rozema, se acerca al tema de forma vaga, aburrida y sin ningún tipo de fuerza. Parte de un apagón que deja sin suministro eléctrico a toda la población mundial; en principio, el inicio del final de la humanidad. Ni se explican causas y, a duras penas, se muestran las repercusiones de la crisis, ya que la cámara se centra, casi única y exclusivamente, en el seno de una familia compuesta por dos hijas y un padre viudo que conviven en una casita, en medio de un bosque y alejados de la población más cercana. Lo que, al menos, se podría haber convertido en un interesante duelo interpretativo entre Ellen Page y Evan Rachel Wood, tampoco logra llamar la atención del espectador pues, tanto la una como la otra, daban la impresión de estar abducidas por la misma apatía de la realizadora. Los bostezos generalizados en la sala fueron el claro síntoma de que la cosa iba de capa caída.


Y, una vez clausurado el Festival, como extra y en sesión golfa, tocó From the Dark, de Conor McMahon, una aproximación irlandesa y rural al cine de vampiros y, muy en concreto, a la figura de Nosferatu, ya que la silueta del chupasangres de la película está directamente inspirada en el físico del protagonista del clásico de Murnau. From the Dark empieza cuando una pareja que se dispone a pasar un plácido fin de semana en el sosiego de la campiña irlandesa, sufre una avería en el coche tras haberse perdido por un caminito de montaña. Buscando amparo en una casa solitaria y alejada del mundanal ruido, descubrirán atemorizados que en su interior habita un extraño ser dispuesto a dejarles sin una gota de sangre en el cuerpo. Al principio, el tal McMahon demuestra un buen dominio del suspense, pero pronto parece tirar la toalla para entrar en un círculo vicioso tan reiterativo como cansino. Extremadamente oscura y pésimamente iluminada, a pesar de sus defectos, que son muchos, posee la innovación de que la criatura es extremadamente sensible a cualquier tipo de luz, incluso de la mínima llama que pueda provocar una cerilla.


Hasta aquí el Festival. Una edición que, en esta ocasión, me ha resultado un tanto farragosa, ya que la recolecta de género de este año ha sido más bien floja. Sin haber ningún título de esos punteros que deslumbran, dejaré, como ya es habitual, mi particular Top-Five del Sitges 2015:


Y déjenme que les añada un par de menciones especiales a The Salvation y a The Legend of Barney Thompson porque al menos, rompiendo con la tónica del Festival, no me aburrieron en absoluto. 

Y un beso en la frente a todos los colegas con los que, año tras año, compartimos momentos y cenas variadas.

7.11.15

SITGES 2015: Jornada 8 (de yakuzas vampiros, de comedietas simplonas pero pretenciosas, de estrellas hollywoodienses y fotógrafos, de delirios al más puro estilo Jodorowsky y de manadas de niños zombies)

El viernes 16 de octubre, penúltimo día del Festival, la jornada empezó con Yakuza Apocalypse: The Great War of the Underworld, una de esas pasadas de rosca con las que demasiado a menudo nos golpea el plomizo de Takashi Miike. La cosa, en un principio, hasta promete: un capo yakuza vampiro, antes de morir asesinado en una cruenta batalla de bandas, pasa sus poderes a su mano derecha y éste empieza a hacer lo mismo con cuantos le rodean. Humor amarillo del más básico y un mucho de fantástico de baratillo que lo único que consigue es crispar al espectador con tanta alucinada metida a saco una detrás de otra, hasta llegar a un delirio final apocalíptico de lo más patético. Un sin sentido más en la basta filmografía del polémico e irregular realizador nipón. Y es que, la verdad, a mí, este hombre (salvo honradas excepciones) me pone de los nervios.


La mañana continuó con Zoom, la ópera prima de Pedro Morelli, una coproducción entre Brasil y Canadá que, a pesar de su presunta originalidad, resulta de lo más simplón. Mezclando realidad con una animación al más puro estilo A Scanner Darkly, en donde uno de sus personajes animados es Gael García Bernal, monta una fábula pretendidamente reflexiva sobre la creatividad artística a golpe de historias y personajes cruzados: un caricaturista dibuja un cómic sobre un director de cine que, a su vez, filma una película sobre un escritor que, al mismo tiempo, está redactando un libro sobre un dibujante. Muchos toques culturetas para un film tontorrón y absolutamente innecesario. Una pérdida de tiempo más.


Con el clasicismo con el que Anton Corbijn se ha enfrentado a su nuevo film, Life, la jornada empezó a tener un poco más de sentido. En ella, a modo biográfico, se narra el encuentro y la amistad surgida entre el mítico James Dean y Dennis Stock, el fotógrafo que inmortalizó la figura del actor a través de sus instantáneas para la revista Life. Tanto Dane DeHaan, en el rol de Dean, como el (útimamente) omnipresente Robert Pattinson, en el de Stock, saben sacarle el jugo a sus respectivos personajes, mientras que su director, llenando la pantallas de guiños y citas cinéfilas, aprovecha para hacer un curioso y por momentos emotivo retrato de la amistad de los dos hombres. Lástima que, en sus últimos veinte minutos, la proyección pierda un tanto de fuelle, error que compensa con creces cuando, en sus títulos de crédito finales, nos muestre las fotografías reales de Dennis Stock con James Dean de protagonista. Un film interesante que, sin embargo, no pintaba nada en un festival de cine fantástico.


Por la noche le tocó el turno a la recuperación de Arcana, un viejo producto italiano de 1972 que, dirigido por Giulio Questi, nos regalaba a una inmensa Lucía Bosé en el papel de una médium un tanto farsante cuyo hijo, bastante rarito, le trastocaba toda su existencia y la de sus clientes. Una primera parte inquietante y, por su rareza, atractiva, daba paso a una segunda mitad en donde el desvarío estaba a la orden del día; un desvarío muy cercano al que el pesado de Alejandro Jodorowsky utilizó para construir su sobrevaloradísima Santa Sangre. Una tomadura de pelo ilógica que, algún crítico con ínfulas, decidió rescatar del (merecido) olvido para formar parte de esa sección del Festival que lleva por título Seven Chances. Suerte del trabajo de Lucía Bosé.


Y ya, en sesión golfa y cerrando la jornada, Cooties, un divertimento dirigido mano a mano por Jonathan Milott y Cary Murnion, en el que los profesores de una escuela se ven acosados por una caterva de niños salvajes que han sido contaminados por los embutidos de una fábrica de la localidad; una enfermedad que sólo afecta a los pequeños que aún no han llegado a su adolescencia y que les convierte en una especie de zombies en potencia. Sencilla, gore, divertida y con la presencia de Elijah Wood en la piel de un maestro timorato recién llegado al centro; un Elijah Wood que, desde hace unos años, se ha convertido en un habitual de Sitges y que, en la cinta, acepta un ingenioso chiste que hace referencia a su eterno personaje de Frodo en la trilogía de El Señor de los Anillos.


En el próximo post, el último día de Festival.

4.11.15

SITGES 2015: Jornada 7 (de planos secuencias berlineses, de comediejas a lo viernes 13, de escuelas de niñitos sicarios y de westerns vengativos)

Recién salido el sol, en el Auditorio pudimos conocer Victoria, el nuevo trabajo del alemán Sebastian Schipper, un thriller bajo el que se atisba un experimento formal tan compacto como bien construido, ya que se filmó mediante un único plano secuencia, durante una sola noche por las calles de un Berlín suburbial; un plano secuencia real, sin trampa ni cartón, o sea, sin ningún corte, rodado a pelo, tal cual, durante las dos horas y media que dura su proyección. La cinta empieza sobre las 4 de la madrugada y termina dos horas y pico después, sobre las 6.30 de la madrugada y, en ella, se nos muestra la tensa aventura que vivirá una joven emigrante española que, tras una sesión de discoteca, iniciará un flirteo con un joven no muy fiable quien, en compañía de sus amigos, la conducirán hacia terrenos no muy recomendables. Tensa y dura, sin muchas concesiones, lo mejor del producto, se encuentra en la más que brillante interpretación de su protagonista femenina, la catalana Laia Costa, una chica capaz de dotar a su personaje de un sinfín de matices interpretativos y que, con el tiempo, espero que nos de alguna que otra sorpresa más. De hecho, por su gran actuación, merecía haberse llevado el premio a mejor actriz del certamen, pero se lo robaron descaradamente. Una nueva Maribel Verdú en potencia.


A continuación pude ver la muy sobrevalorada The Final Girls, una comedieja de serie B, bastante zetosa, que resulta de una especie de mezcla alucinada entre La Rosa Púrpura de El Cairo y Viernes 13, ya que sus protagonistas, para huir del incendio declarado en una sala de cine, entran en el interior de la pantalla en la que se está proyectando una vieja película ochentera al más puro estilo Viernes 13. Dirigida por el neoyorquino Todd Strauss-Schulson, no es más que un homenaje bastante insulso al cine de terror que, protagonizado por adolescentes bastante tarados y calentorros, iban muriendo en manos de un psicópata despiadado, un género que entusiasmo al público más joven durante un par de décadas. Poco guión, un mucho de humor barato y simplón, cuatro golpes tremendamente efectistas (aunque esperados) y un sinfín de guiños, ordenados sin orden ni concierto, a un estilo de cine muy concreto. Como mínimo aliciente, la presencia de Taissa Farmiga. Y poca cosa más.


Partisan, del australiano Ariel Kleiman, es una de esas cintas innombrables que, de vez en cuando, nos toca soportar como penitencia a aquellas pobres almas que transitamos por este Festival. Su punto de partida, a priori, parecía interesante: una pequeña escuela de niños asesinos ubicada en el corazón de una ciudad deprimida y regentada por un tipo sin escrúpulos, capaz de reclutar a los mismos desde el día de su nacimiento, la mayoría de ellos hijos de madres solteras, brindándoles educación y comida. Pero la cosa se queda ahí, en la exposición inicial. El resto, amén de amodorrante y vacío, roza el minimalismo más absoluto. Lenta y visualmente abigarrada, nos castiga además con un Vincent Cassel que nos muestra, sin pudor alguno, su parte más histriónica y pedantilla. Para huir lo más rápido posible de ella.


Por suerte, cerrando la jornada, la contundente The Salvation, un western de producción danesa y filmada en Sudáfrica en la que, mezclando el clasicismo del género con toques al más puro estilo Sergio Leone, su director, un tal Kristian Levring, nos mete de lleno en su propuesta a través de una historia de venganza de las de toda la vida, en las que un hombre intentará dar con los hombres que acabaron con la vida de su mujer y de su hijo. Visualmente atractiva y narrativamente visceral y cruel, nos sigue demostrando lo buen actor que es Madds Mikkelsen quien, en esta ocasión, se mete en el pellejo de un tipo amargado que busca vengarse a toda costa. Y es que, últimamente, el cine danés está en pleno auge y triunfa, incluso, cuando apuesta por el western. Entretenida, violenta y perfectamente resuelta, aparte de contar con personajes secundarios tan sorprendentes con el de la inquietante mujer con el rostro marcado (Eva Green). Una interesante manera de terminar el día.


Continuará…

1.11.15

SITGES 2015: Jornada 6 (de skinheads violentorros, de somnolencias shakesperianas, de terrores psicológicos pedantillos, de westerns lentos, de coches patrulla conducidos por niños y de embarazadas alucinando pepinillos)

A primera hora de la mañana llegó al Auditorio del Meliá Green Room, una cinta de la que había mucha expectación debido a su buena acogida en otros festivales, como ocurrió en Austin, lugar en el que se alzó como ganadora. Su director es Jeremy Salnier, el mismo de la muy minimalista y sobrevalorada Blue Ruin aunque, en esta ocasión, se quita de encima el disfraz de gafapastas y apunta hacia otros derroteros. En ella, un grupo de punk rock ha de realizar una actuación en un local lleno de sospechosos skinheads, pero un hecho violento imprevisto, que les convertirá en testigos de excepción, hará que no puedan salir del lugar. La historia planteada, en un principio, es tentadora y promete. Empieza bien, con fuerza, pero pronto pierde fuelle y la cinta, por culpa de un guión ciertamente fallido (o, mejor dicho, inexistente) se le escapa de las manos pues, por momentos, aparte de aburrida y reiterativa, se me antoja de lo más ridícula y poco creíble. Vaya, que aparte de algún que otro toque visceral y de la presencia de Patrick Stewart dando vida al capo de la ultraviolenta banda skin, la propuesta se queda en nada; nada de nada.


Si la mañana empezó mal, aún podía ir a peor, tal y como demuestra la Ley de Murphy. Y Macbeth, la nueva adaptación de la obra de Shakespeare, dirigida por Justin Kurzel y protagonizada por Michael Fassbender y Marion Cotillard, fue el producto ideal para que el Auditorio se llenara de bostezos y de alguna que otra huida rauda de la sala. Un Macbeth tras el que se esconde una pedantería supina: monólogos engolados inacabables, interpretaciones de lo más insoportable (¿pero qué coño le han encontrado al Fassbender de las narices?), un tempo lento y soporífero que no hay quien lo aguante y, por si fuera poco, el empeño del director por darle un toque de modernidad a su realización y al atuendo de ciertos personajes (como esas brujas que, aparte de aumentar en número, dejan de denominarse "brujas" para vestir unos atuendos más propios de una banda popera de los años 80). Y todo ello sin hablar de su amuermante banda sonora que, compuesta por un tal Jed Kurzel (¿será pariente del director el tío enchufao?), invitaba directamente a echar una cabezadita. Mucho Shakespeare y mucha hostia pero, en definitiva, caca de la vaca. Que se vayan a tomar el pelo a otra parte.


Con February, el debut tras la cámara de Osgood Perkins (o sea, el hijo de Anthony Perkins), la cosa no mejoró en absoluto. En ella, y a través de una realización muy pobre (¡paupérrima!), se nos narra el camino de una joven hacia la locura quien, sin poder salir de su internado durante las vacaciones de invierno al no ir a recogerla sus padres, vivirá unos días de lo más extraño al lado de una compañera en idéntica situación. Siguiendo la tónica de la edición de este año, la cinta es lenta, altamente aburrida y falsamente efectista, aparte de copiar, en muchos aspectos, ciertas pajas mentales del cine de David Lynch, como lo de utilizar dos actrices distintas para un mismo personaje, cosa que también hizo Luis Buñuel en su época. Pero es que el niño Perkins no es ni Lynch ni Buñuel y aún tiene mucho que aprender a pesar de las pretensiones que abriga su película. Suerte tiene de las tres jóvenes protagonistas quienes, con su trabajo, hacen olvidar un tanto tamaña gilipollez. En definitiva: terror psicológico de lo más pretencioso.


Y si no habíamos tenido suficiente dosis de Michael Fassbender con el Macbeth de los cojones, por la tarde llegó Slow West que, tal y como su nombre indica, no es nada más y nada menos que un western lento. El tedio seguiría apoderándose del Auditorio durante hora y media más con la historia de un jovencito que, recién llegado del Viejo Continente, viajará por todo el Oeste americano en busca del amor de su vida; un viaje durante el cual se cruzará con toda clase peligros y personajes, pero todo ello a un ritmo de lo más soporífero y, por momentos, surrealista. Dirige otro debutante, un tal John Maclean y la protagonizan el citado Fassbender y el niñito Kodi Smit-McPhee (el de The Road, un poquito más crecido). Slow West aburre hasta a las musarañas, pero al menos, y en comparación con los tres films anteriores, posee un cuarto de hora final genial, en donde el realizador se despierta de su siesta, le impregna un ritmo y un montaje aceleradísimo y sorprende a la platea con un tiroteo de lo más clásico y salvaje. Vaya, un tostón de padre y muy señor mío con un toque adrenalínico final muy de celebrar.


La quinta película del día animó un tanto la jornada ya que, a mi gusto, se encuentra entre lo mejor de esta edición. Se trata de Cop Car (Coche Policial), un thriller rural y de carretera con todas las la ley, en donde un par de niños, tras encontrar un coche de policía abandonado en medio de un bosque y con las llaves puestas, deciden robarlo e iniciar sus pinitos como conductores, ignorantes de que en el maletero del mismo llevan una sorpresa que el sheriff corrupto propietario del automóvil pretende proteger a toda costa. Una cinta filmada con nervio que, sin escatimar en violencia y tensión, sigue demostrando que Kevin Bacon es único a la hora de encarnar a psicópatas que disfrutan cruzando líneas rojas; un actor que es secundado a la perfección por los dos jóvenes protagonistas: James Freedson-Jackson y Hays Wellford. ¡Qué Tutatis proteja a la inocencia! Siguiendo los cánones clásicos del género y sin entrar en experimentos fílmicos de ningún tipo, acaba resultando un producto entretenido, inquietante y con un final que deja cierto mal rollito en el cuerpo.


La jornada la cerró Hellions, una producción canadiense que, dirigida por Bruce MacDonald, pretendía darle la vuelta al célebre, típico y tópico “truco o trato” de la noche de Halloween. Una serie B bastante insoportable y cargante que pone al límite a su esmerada protagonista principal, Chloe Rose, una adolescente que, horas antes de celebrar la fiesta de Halloween, decide quedarse sola en su casa tras haber recibido la noticia de un inesperado embarazo. A partir de este punto, el tal MacDonald, empieza a jugar con el viraje de su fotografía, trastocando colores, texturas y sonidos, al tiempo que sumerge al pobre espectador en una especie de pesadilla, sin pies ni cabeza, en la que la chica se ve acosada por una caterva de niños disfrazados y violentos que no dejan títere con cabeza. O sea, alucinando pepinillos, en honor a su preñada protagonista quien, antes del festival de innumerables desvaríos, se atiborra constantemente de pepinillos con miel y sal. Es un film de esos tan inconsistentes e innecesarios que es muy fácil olvidarse de él a la media hora de terminar la proyección.


En poco, una ración más del Sitges 2015.