29.4.13

No apto para diabéticos


De un tiempo a esta parte, a Lasse Hallström no hay por donde pillarlo. El cine del realizador sueco, que empezó pisando fuerte y consiguiendo algunos títulos ciertamente remarcables (Mi Vida Como un Perro o Las Normas de la Casa de la Sidra son dos buenos ejemplos de ello), se está convirtiendo en algo no apto para diabéticos. Es tanta la melaza que destila en sus últimos trabajos que se está convirtiendo en un cineasta prohibitivo; vomitivo. Un Lugar Donde Refugiarse, su nuevo film, no es más que una soberana sobredosis de azúcar.

Producida por el escritor Nicholas Sparks (el mismo de otras atrocidades almibaradas como Querido John, Noches de Tormenta o Mensaje en una Botella) y basándose en su propia novela, Un Lugar Donde Refugiarse no es más que un producto enfocado a que las quinceañeras suspiren apasionadamente con los lances sentimentales de su protagonista, Katie, una chica que huye de su domicilio al ser acusada de homicidio por un policía obstinado, cargado de alcohol y mucha mala leche. En su fuga, encontrará refugio en Southport, una apacible localidad costera de Carolina del Norte, lugar en el que alquilará una vieja cabaña e iniciará una relación sentimental con Alex, un joven y apuesto tendero local, padre de dos hijos y marcado por la reciente muerte de su esposa debida a un cáncer.


Sus dos protagonistas son extremadamente guapos, como mandan los cánones. Ella es Julianne Hough, una muchachita tan sosa como poco expresiva (¡y paticorta!) que esconde sus pocas habilidades interpretativas bajo su atractivo rostro. Él es el guaperas de Josh Duamel, otro anodino de mucho cuidado cuyo único potencial radica en su físico; todo un pimpollo para alegrar el espíritu (y otras cuestiones) a sus jovencitas seguidoras femeninas. Dos seres hermosos y acaramelados que, aparte de conjuntar a la perfección con el espíritu meloso del producto, contrastan a las mil maravillas con la figura del irascible policía empeñado en dar caza a la temerosa Katie, personaje al que da vida un sobreactuadísimo David Lyons, uno de esos actores que tan sólo le conocen en su casa (su madre y su abuela, para ser más exacto).


Lasse Hallström dirige el cotarro de forma totalmente amorfa, sin personalidad alguna. De hecho, enfrentarse a su película, causa la misma impresión que la de sufrir un vacío telefilme de sobremesa de los que cualquier cadena privada endilga a sus telespectadores las tardes de los fines de semana: una historia cursi y previsible, con mínimos alicientes cinematográficos y con un nutrido grupo de actorcillos de tres al cuarto, amén de truculenta.

Un mucho de romance del cutrillo (chica guay y agobiada conoce a chico guay y tristón), un poco de sexo (siempre deliberadamente light, tipo “arrumaco”), una mínima intriga de lo más patatero (al estilo de Durmiendo Con Su Enemigo, ¡otra que tal!), un final de lo más fallero (con fuegos artificiales incluidos, en plan Impacto del De Palma) y, de propina, con un vergonzoso toque fantástico (o, mejor dicho, fantasmagórico) que ayuda a edulcorar aún más la función.


Lo que les digo: de juzgado de guardia.

25.4.13

Imprescindibles: EL COLECCIONISTA


En 1965 el gran William Wyler  se embarcó en un tenso thriller psicológico, de aire intimista, que narraba la enfermiza relación que se establecía entre un secuestrador y su presa. Basada en la novela de John Fowles y coproducida por Gran Bretaña y Estados Unidos, esta es una de esas joyas que, de vez en cuando, nos regala el cine. Su título: El Coleccionista.


Freddie Clegg es un tipo solitario e introvertido. Su única afición es la de coleccionar distintos tipos de mariposas. Ganador de una quiniela millonaria, decidirá invertir el premio en la compra de una mansión a las afueras de Londres, lugar del que acondicionará la antigua bodega del inmueble para albergar allí a un huésped muy especial: Miranda Grey, una joven y atractiva pelirroja, estudiante de Arte, de la que está enamorado en secreto y a la que secuestrará para conseguir que descubra en él a alguien más allá de su misterioso y peculiar carácter.


Aparte de la presencia esporádica de Mona Washbourne y Maurice Dallimore, El Coleccionista está protagonizada, casi en exclusiva, por Terence Stamp y Samantha Eggar. Un duelo interpretativo de altura, de los que hacen historia. Él, de forma soberbia, asume la temperamental y variable personalidad de Freddie, un individuo que, con su inseguridad, tanto puede demostrar una inocencia casi infantil como convertirse en un ser enigmático e inquietante. Ella, en un registro totalmente distinto al de su compañero, asume a la perfección el rol de una chica asustada y sorprendida, aunque dispuesta a todo con tal de conseguir su liberación; un trabajo que le supuso a la actriz una nominación al Oscar, al igual que les sucedería al propio William Wyler y a sus dos guionistas, Stanley Mann y John Kohn. Y es que su maravilloso guión, con citas incluidas a Picasso y a El Guardián Entre el Centeno (una de las novelas contemporáneas más leídas y controvertidas), tiene tela.


Un melodrama claustrofóbico, de tintes sensuales y macabros, que indaga en la malsana personalidad de su protagonista masculino y en la de una mujer que no tardará en verse afectada por el llamado síndrome de Estocolmo. Una correspondencia atípica, la de ambos, que se verá marcada por los paralelismos entre el hobby de él y el cautiverio de ella, así como por la rabia de Freddie al sentirse despreciado por el resto de la sociedad.


Wyler busca la empatía del espectador con Miranda y también el odio (aunque con moderación) hacia la figura de Freddie, al tiempo que demuestra un prodigioso dominio del suspense -sin nada que envidiar al que caracterizó el cine de Alfred Hitchcock- en un par de escenas muy concretas: la del baño de ella mientras su raptor atiende la visita de un vecino y la del intento de fuga bajo la lluvia.


Uno de las obras maestras de un realizador al que, a pesar de tener un considerable número de títulos incuestionables, no se le ha reivindicado lo suficiente. Así lo atestiguan films como Ben-Hur, La Calumnia, Brigada 21 u Horizontes de Grandeza.


Como dato curioso, tan sólo citar que, en 1989, con ¡Átame!, Pedro Almodóvar hizo su particular (y nunca confesa) lectura del tema.

24.4.13

Con la naturaleza no se juega


Con Tierra Prometida y 16 años después de El Indomable Will Hunting, vuelve a reunirse el binomio compuesto por Gus Van Sant y Matt Damon. El primero como director y el segundo, al igual que en el film citado, en funciones de coguionista y actor. Un Van Sant en nada experimental y totalmente acomodaticio que, pensando en un público más estándar, se ha sacado de la manga un correcto film que aboga por la conservación de nuestro entorno natural y arremete contra el corporativismo, representado en esta ocasión por una millonaria empresa de gas natural que pretende comprar las propiedades de un buen número de vecinos de un pequeño pueblo de Pennsylvania para practicar el fracking en sus tierras, o sea, la fracturación de las mismas para la extracción de gas.

Matt Damon y Frances McDormand dan vida a los dos empleados que la compañía Global envía como emisarios para tramitar la compra de las propiedades de McKinley, una pequeña localidad que a duras penas vive de la industria agrícola y ganadera. El dinero ofrecido a los vecinos por sus tierras es muy tentador. Nadie piensa en el mal que el fracking puede causar a sus fincas debido a la agresividad del tratamiento, hasta que un sesudo habitante del lugar (genial Hal Holbrook) junto a la aparición de un ecologista lanzarán la voz de alarma.


Tierra Prometida se centra, ante todo, en el debate moral que sufre Steve Butler, el personaje de Damon, un joven criado en una zona rural que, tras renegar de su pasado, decide reivindicarse como un sólido urbanita, a pesar de sentir cierta añoranza provocada por la convivencia, durante días, en un ambiente similar al de su juventud. Sue Thomason, su compañera (Frances McDormand) es su claro contrapunto: una mujer que, a pesar de no estar convencida de su labor, lucha férreamente por llevar a cabo el encargo encomendado por su empresa. El dinero siempre es el dinero.


El film no ofrece nada nuevo que no sepamos de antemano. De hecho, la historia que plantea es de lo más previsible, pero la corrección de su guión, su acertada (aunque muy lineal) puesta en escena y, ante todo, sus buenas intenciones, hacen de éste un trabajo que se ve con agrado.

Quizás lo peor de Tierra Prometida, dejando a un lado la cara de pasmarote con la que Matt Damon afronta su papel, resida en su final; un final, aparte de predecible, demasiado peliculero, muy a lo Frank Capra, de esos que uno no se acaba de creer. No todo, en la vida real, resulta tan sencillo como lo plantea Gus Van Sant. Ojalá fuera así.


22.4.13

La jauría humana


El realizador danés Thomas Vinterberg, el mismo de la espléndida Celebración y la asfixiante Submarino, vuelve a la carga con La Caza, un compacto y duro film que, partiendo del falso testimonio de una niña, se adentra en un estado de histeria colectiva y en la estigmatización de un hombre inocente.

Las mentiras se propagan a la misma velocidad que los virus. Y más si esa mentira puede convertir a una persona afable en un pedófilo a los ojos del resto de la comunidad, los habitantes de un pequeño pueblo de Dinamarca. Todo estalla cuando la pequeña Klara le cuenta a la directora de su guardería ciertos detalles escabrosos de uno de sus asalariados, Lucas, un hombre de 40 años, divorciado y que tras perder su empleo como educador ha entrado a formar parte de la plantilla del parvulario; un tipo cariñoso y tranquilo que verá desmoronarse todo su estatus al verse involucrado de forma involuntaria en una historia incómoda.


Desde el inicio, Vinterberg deja clara la inocencia de su protagonista, un magnífico Mads Mikkelsen que, con esta interpretación, rompe un tanto con sus anteriores papeles, en los que habitualmente daba vida a personajes oscuros y malévolos (recuerden que, por ejemplo, fue el villano de la última versión de Casino Royale). Él es ese Lucas atormentado y enfebrecido que tendrá que luchar ante el resto de la sociedad para demostrar su inocencia. Una lucha que, muy a su pesar, tiene perdida desde el principio.


La Caza indaga en la impotencia de un falso culpable que, por culpa de una infamia, verá mancillado su honor. De la honestidad a la pederastia en cuestión de segundos. Despreciado por sus amigos y vecinos, ninguno de ellos estará dispuesto a creer en sus palabras. Sólo encontrará un mínimo resquicio de apoyo en su hijo y en el padrino de éste. Arrinconado y maltratado, se convertirá en testigo de excepción de la escalada de violencia e incomprensión que supone una difamación, aunque proceda de la mentira inocente de una niña. Una mentira, eso sí, totalmente envenenada… y más si sus adversarios se apoyan en el artificioso tópico de que “los niños siempre dicen la verdad; nunca mienten”.

Uno de los mejores títulos de la cartelera actual. Duro, frío, contundente y dotado de diálogos e imágenes ciertamente inteligentes y sobrecogedoras. Un film de una crudeza inusitada, capaz de plasmar en imágenes la transformación de una comunidad aparentemente plácida en una descarnada jauría humana. Y, de propina, con el aliciente de poder disfrutar del trabajo de Mads Mikkelsen, uno de los mejores actores del panorama actual.


Atención a la última escena: de las que ponen los pelos de punta. Más mala leche, imposible.

19.4.13

Una mierda pinchada en un palo


El Terrence Malik de las narices se ha empeñado en tocarnos los cojones. Así, tal como suena. Hace poco nos machacaba con El Árbolde la Vida, una pedantería sin parangón. No teniendo suficiente con tal peñazo, va y ahora se saca de la manga una especie de suplemento que, bajo el título de To the Wonder, vuelve a explorar en las relaciones de pareja y, ante todo, a divulgar, pese a quien pese y a voz en grito, que Dios existe.

Una nueva tortura cinematográfica, de tratamiento fotográfico similar al de un inacabable spot publicitario, que parte de una historia mínima (por no decir minimalista): la de un americano que se enamora en Francia de una francesita, madre soltera, y se la lleva a vivir, junto a su hijita, a su Oklahoma natal. Una relación que se irá denigrando para adentrarse en diversas etapas, a cual más cercana a las de las intenciones de cualquier culebrón televisivo de media tarde para marujonas. La única diferencia, con respecto a los culebrones, es que Malik, siempre orgulloso de llevar clavada en la frente la etiqueta de “autor”, la disfraza de una falsa trascendencia para que los cuatro gafapastas entusiastas de su obra le aplaudan a rabiar.


Prácticamente no hay diálogos. To The Wonder se apoya en una serie de imágenes fragmentadas (¡cinco montadores ha necesitado el muy soberbio!) adornadas por las voces en off de la mayoría de sus protagonistas. Pensamientos y divagaciones de una petulancia que, por su insistencia, llegan a rozar el ridículo, sobre todo cuando afronta las reflexiones religiosas del personaje de Javier Bardem, un sacerdote hispano que ve a Dios por todas partes (hasta en la taza del wáter) pero que, al mismo tiempo, le implora para que le mande una señal. Cansino, cansino, cansino…


Malik, al igual que en El Árbol de la Vida, insiste en los mismos conceptos: la relación del hombre con la naturaleza, el amor, el desamor y, ante todo, la fe. Eso: la fe que no falte. La película es como un inaguantable y presuntuoso sermón. Una letanía que además, por momentos, se me antoja totalmente deslavazada ya que, por ejemplo, el personaje del citado Bardem es como un añadido forzado a la retorcida relación que mantienen Ben Affleck y Olga Kurylenko, pues el curita de marras pulula medio deprimido por ahí,vendiéndonos la existencia de Dios y sin venir muy a cuento de nada.

Ben Affleck, inevitablemente, hace de Ben Affleck; o sea, el hombre pone su habitual cara de soso y a duras penas tiene un par de frases de diálogo (incluso su voz en off es prácticamente inexistente). Mientras, las dos chicas de la película, la Kurylenko y Rachel McAdams (la tercera enamoradiza en discordia), se dejan querer por la cámara (que para eso son guapísimas) y se esfuerzan, con creces, en sacar adelante sus respectivos papeles en medio de tanto desvarío y pretenciosidad. Y el Bardem (¡ay, nuestro Javier Bardem!), como una alma en pena, con el alzacuellos bien puesto y pregonando la palabra del Señor. ¡Qué pena!


Lo que les digo: una mierda pinchada en un palo. Antes, al menos, el Terrence Malik hacía una película cada tropecientos años. Ahora, el tipo se ha empecinado en vomitarnos a la cara demasiado a menudo. Que se monte una iglesia o se haga sus pajas mentales en casa, sin molestar y sin salpicar.

18.4.13

De presidio al asilo


En 1986, Otra Ciudad, Otra Ley reunió a Burt Lancaster y Kirk Douglas, dos viejas glorias del Hollywood dorado, para dar vida a un par de achacosos gángsters que, tras cumplir 30 años de condena, intentaban reinsertarse en la sociedad. Una comedia cándida, aunque bastante olvidable (a no ser por la presencia de los dos actores) a la que ahora, por temática y estilo, vuelve a acercarse el actor y director Fisher Stevens con Tipos Legales, un agradable producto que reúne en pantalla, y de una sola tacada, a Al Pacino, Christopher Walken y Alan Arkin. Sólo por verlos a ellos, ya vale la pena darle un vistazo a este sencillo, aunque agradable, producto.


La historia, que abriga un gran canto a la amistad masculina y a las segundas oportunidades, se abre con el reencuentro de Val y Doc, dos viejos pistoleros que vuelven a reunirse tras pasarse el primero 28 años entre rejas. Una amistad, la de ellos, que podría verse truncada por el encargo que Doc ha recibido de un mafioso vengativo dispuesto a acabar con la vida de su compañero.

La química existente entre sus tres magníficos protagonistas y ese toque crepuscular y tierno que Fisher le ha otorgado a su fábula, hacen de Tipos Legales un trabajo que se ve de forma complaciente. No molesta, aunque tampoco deslumbra; simplemente entretiene, que ya es mucho, y nos obsequia con la brillantez veteranía de sus actores: un Al Pacino más moderado de lo habitual, un solemne Christopher Walken capaz de decirlo todo con su mirada y un funcional Alan Arkin repitiendo el rol de abuelo enfermizo aunque con ganas de sentirse joven de nuevo (aunque sea sólo por unas horas).


Todo transcurre en un día y en su consecuente (y alocada) noche; una noche en la que se suceden los viajes a un prostíbulo, persecuciones automovilísticas y -teniendo en cuenta la edad de sus protagonistas- alguna que otra visita a hospitales y geriátricos. Un poco de todo -incluida una mínima intriga policiaca y una detonante ingesta de Viagra- al servicio de unos intérpretes en estado de gracia.


Un producto menor, divertido y también emotivo, del que destacaría la ingeniosa escena de la confesión de Valentine (Val para los amigos), el personaje de Al Pacino. Y es que los gángsters también tienen su corazoncito.

12.4.13

Empastillada

Un psiquiatra, sobrecargado de trabajo para poder mantener a su esposa y a su hijo, se hace cargo de una nueva paciente, una joven con tendencias suicidas y casada con un maromo que acaba de salir del talego tras cumplir cuatro años de condena por un delito fiscal.  En su tratamiento para paliar la depresión que arrastra, le administrará un nuevo fármaco sin tener en cuenta las graves contraindicaciones que contiene y que, debido a un hecho imprevisto y brutal, les llevará hasta los tribunales.

Este es el prometedor inicio del que podría ser el último film de Steven Soderbergh antes de despedirse de la realización cinematográfica. Efectos Secundarios es su título; un título que abriga varios matices: por un lado, una crítica (muy poco descarnada) a la industria farmacéutica, adentrándose en los conflictos éticos que ello conlleva a los profesionales de la medicina y, por el otro, ese giro que toma su trama, hacia mitad de su metraje, decantándose hacia el thriller puro y duro.

La cinta, que formaría parte de esa serie de films menores de los que se alimenta la irregular (aunque juguetona y arriesgada) filmografía del director, resulta más que correcta. Su primera parte, en la que se van modelando los elementos que conformarán todos los intríngulis de su historia, es inmejorable: atrapa al espectador y le mantiene enganchado a su magnético crescendo narrativo. El problema nace cuando rompe su línea argumental y sorprende al espectador con un cambio de rumbo un tanto rocambolesco, entrando en una dinámica totalmente distinta y artificiosa, pero no por ello desdeñable. De hecho, tiene su coña.


A Soderbergh le gusta romper y pillar a la platea en bragas. A veces, experimenta con los formatos y otras, como en esta ocasión, lo hace directamente con su guión. Rompe con su planteamiento inicial y, sin arrinconarlo del todo, decide abrir un nuevo frente que, para algunos, puede parecer un tanto forzado. La apuesta es un tanto temeraria pero, en el fondo, la película sigue funcionando, aunque sea a otro nivel.


Jude Law, en la piel del psiquiatra obsesionado por salvar su pellejo, está excelente, al igual que sucede con una madura, aún atractiva y misteriosa Catherine Zeta-Jones, mientras que Rooney Mara, correcta dando vida a la muchacha empastillada que comete un acto brutal bajo los efectos de los narcóticos, lucha –sin conseguirlo del todo- por librarse de su personaje más celebrado, el de la Lisbeth Salander del remake norteamericano de Millennium.


No se me pongan enfermos. Y si lo hacen, tengan muy en cuenta al doctor que les atienda y las contraindicaciones de los fármacos que les receten. Y más ahora, que la sanidad pública está bajo mínimos.

9.4.13

Spain is different

1957. Norteamérica estrenaba Doce Hombres Sin Piedad, Falso Culpable, Testigo de Cargo y Senderos de Gloria, entre otros títulos. Francia nos sorprendía con Ascensor Para el Cadalso. Suecia hacía lo propio con El Séptimo Sello. Italia ofrecía Las Noches de Cabiria e Inglaterra El Puente Sobre el Río Kwai y La Maldición de Frankenstein. Mientras, los españolitos acudíamos en masa al gran lanzamiento patrio, El Último Cuplé, un film (¡a todo color!) dirigido por un protegido del régimen franquista como Juan de Orduña y protagonizado por una Sara Montiel recién llegada de su periplo por las Américas. Y es que Spain is different. Tan diferente, que la cinta se convirtió en una de las películas más taquilleras de la historia de nuestro cine. Inexplicable. Como diría el gran Forges¡País!


El Último Cuplé es cine rancio, del que atufa a patriotismo fascistoide que tumba de espaldas. Cupletistas y toreros amontonados en ese afán vergonzoso por promocionar la puta marca España a golpe de folklore, moralina y engaños. Una España distinta aunque vergonzosamente única, llena de chulapones paseando por las calles de Madrid y en donde a los niños se les llamaba churumbeles y al champagne, en lugar de champagne, se le denominaba champán, con acento agudo en la segunda “a”. La España cañí bajo la óptica franquista de un hombre como Juan de Orduña artífice, entre otros, de films como ¡A Mí la Legión! o Agustina de Aragón y que en su nuevo trabajo incluso fue capaz de ofrecerle un breve papel a Alfredo Mayo (¡otro que tal!) para interpretar a un Gran Duque ruso enamorado de la tonadillera protagonista, al que dio vida con un acento y maneras españolas de lo más castizo.


La historia que plantea es básica, ridícula y ponzoñosa. La película repasa la vida de María Luján, una cupletista que, salida de la nada, es potenciada al estrellato por un empresario con ganas de cepillársela que se verá arrinconado por la aparición de un torero debutante (de los que marcan paquete) y que, ¡cómo no!, acabará muriendo en el ruedo. El tópico folklórico que nunca falte. Y, de propina, antes de la corná, la alegría de Tabacalera Española: el Fumando Espero.


La cinta se inicia a finales de 1910 y va repasando la vida de la tal Luján hasta entrados los años 50, época en la que nuestra cantante, herida de amor, deja su Madrid natal para desterrarse a Barcelona, no sin antes haber pasado una larga etapa de su existencia en París, durante los años 30, arruinada y sin maromo, hasta que estalla la Segunda Guerra Mundial, hecho que la hace instalarse en la ciudad condal y emplearse en el mítico El Molino del Paralelo para purgar sus pecados. ¡Qué mejor condena para una mujer españolista y acabada que convertirse en una proscrita entre catalanes! En El Último Cuple, la Guerra Civil española ni existe, ¡faltaría menos!, pues el realizador pasó un tupido velo por encima de tal suceso histórico.


Un festival de muecas al más puro estilo Sara Montiel, actriz que no deja de salir ni en un solo plano de su exagerado metraje, más de 110 minutos de tortura patriótica, tan falsos como abusivos. Chotis, cuplés, alguna que otra sevillana e incluso la representación escénica del Valencia (la de las flores y el amor) del compositor José Padilla Sánchez, autor igualmente de El Relicario y La Violetera. Como decía antes, que no falle la puta marca España… aunque sea de manera tan grotesca.


María Luján, tras su regreso a los teatros madrileños, moriría en el escenario después de interpretar su postrero cuplé. Ayer, alejada del mundo del espectáculo y a los 85 años de edad, moría Sara Montiel, una mujer a la que siempre le gustó dar la nota… aunque fuera de forma excesivamente alta, disonante y desafinada.


Hoy, tras sufrir El Último Cuplé en su integridad, tengo una urticaria espantosa, picores por todo el cuerpo. ¿Culpa de la película o de las alergias primaverales?

7.4.13

Eclipse de Luna

Catalunya. Els castellers. El tarraconense. Les Rambles. La mediterránea. La España mesetaria. Sexo. Morbo. Erotismo. Obsesión. Angustia. Violencia. Prostitución. Bilbao. Un buen porrón de vino. Una calçotada. Un jamón. Otro jamón. Una bámbola. Unos huevos de oro. La luna. Una teta. Un polvo. Un caniche. Un tatuaje. Una camarera. El Titanic. Goya. Eva. La Juani. Di Di. Gastronomía. El amor a una tierra… Sencillamente: Bigas Luna.


Descanse en paz.