En 1986, Otra Ciudad, Otra Ley reunió a Burt Lancaster y Kirk Douglas, dos viejas glorias del Hollywood dorado, para dar vida a un par de achacosos gángsters que, tras cumplir 30 años de condena, intentaban reinsertarse en la sociedad. Una comedia cándida, aunque bastante olvidable (a no ser por la presencia de los dos actores) a la que ahora, por temática y estilo, vuelve a acercarse el actor y director Fisher Stevens con Tipos Legales, un agradable producto que reúne en pantalla, y de una sola tacada, a Al Pacino, Christopher Walken y Alan Arkin. Sólo por verlos a ellos, ya vale la pena darle un vistazo a este sencillo, aunque agradable, producto.
La historia, que abriga un gran canto a la amistad
masculina y a las segundas oportunidades, se abre con el reencuentro de Val y
Doc, dos viejos pistoleros que vuelven a reunirse tras pasarse el primero 28 años entre rejas. Una amistad, la de ellos, que podría
verse truncada por el encargo que Doc ha recibido de un mafioso vengativo
dispuesto a acabar con la vida de su compañero.
La química existente entre sus tres magníficos
protagonistas y ese toque crepuscular y tierno que Fisher le ha otorgado a su
fábula, hacen de Tipos Legales un trabajo que se ve de forma complaciente. No
molesta, aunque tampoco deslumbra; simplemente entretiene, que ya es mucho, y
nos obsequia con la brillantez veteranía de sus actores: un Al Pacino más moderado
de lo habitual, un solemne Christopher Walken capaz de decirlo todo con su
mirada y un funcional Alan Arkin repitiendo el rol de abuelo enfermizo aunque
con ganas de sentirse joven de nuevo (aunque sea sólo por unas horas).
Todo transcurre en un día y en su consecuente (y
alocada) noche; una noche en la que se suceden los viajes a un prostíbulo, persecuciones
automovilísticas y -teniendo en cuenta la edad de sus protagonistas- alguna que
otra visita a hospitales y geriátricos. Un poco de todo -incluida una mínima
intriga policiaca y una detonante ingesta de Viagra- al servicio de unos intérpretes en estado de gracia.
Un producto menor, divertido y también emotivo, del
que destacaría la ingeniosa escena de la confesión de Valentine (Val para los
amigos), el personaje de Al Pacino. Y es que los gángsters también tienen su
corazoncito.
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