Un psiquiatra, sobrecargado de trabajo para poder
mantener a su esposa y a su hijo, se hace cargo de una nueva paciente, una
joven con tendencias suicidas y casada con un maromo que acaba de salir del
talego tras cumplir cuatro años de condena por un delito fiscal. En su tratamiento para paliar la depresión que
arrastra, le administrará un nuevo fármaco sin tener en cuenta las graves
contraindicaciones que contiene y que, debido a un hecho imprevisto y brutal,
les llevará hasta los tribunales.
Este es el prometedor inicio del que podría ser el
último film de Steven Soderbergh antes de despedirse de la realización
cinematográfica. Efectos Secundarios es su título; un título que abriga varios matices:
por un lado, una crítica (muy poco descarnada) a la industria farmacéutica,
adentrándose en los conflictos éticos que ello conlleva a los profesionales de
la medicina y, por el otro, ese giro que toma su trama, hacia mitad de su
metraje, decantándose hacia el thriller puro y duro.
La cinta, que formaría parte de esa serie de films
menores de los que se alimenta la irregular (aunque juguetona y arriesgada)
filmografía del director, resulta más que correcta. Su primera parte, en la que
se van modelando los elementos que conformarán todos los intríngulis de su historia,
es inmejorable: atrapa al espectador y le mantiene enganchado a su magnético
crescendo narrativo. El problema nace cuando rompe su línea argumental y sorprende
al espectador con un cambio de rumbo un tanto rocambolesco, entrando en una
dinámica totalmente distinta y artificiosa, pero no por ello desdeñable. De
hecho, tiene su coña.
A Soderbergh le gusta romper y pillar a la platea en
bragas. A veces, experimenta con los formatos y otras, como en esta ocasión, lo
hace directamente con su guión. Rompe con su planteamiento inicial y, sin
arrinconarlo del todo, decide abrir un nuevo frente que, para algunos, puede
parecer un tanto forzado. La apuesta es un tanto temeraria pero, en el fondo, la
película sigue funcionando, aunque sea a otro nivel.
Jude Law, en la piel del psiquiatra obsesionado
por salvar su pellejo, está excelente, al igual que sucede con una madura, aún
atractiva y misteriosa Catherine Zeta-Jones, mientras que Rooney Mara, correcta
dando vida a la muchacha empastillada que comete un acto brutal bajo los
efectos de los narcóticos, lucha –sin conseguirlo del todo- por librarse de su
personaje más celebrado, el de la Lisbeth Salander del remake norteamericano de
Millennium.
No se me pongan enfermos. Y si lo hacen, tengan muy
en cuenta al doctor que les atienda y las contraindicaciones de los fármacos
que les receten. Y más ahora, que la sanidad pública está bajo mínimos.
1 comentario:
Película entretenida e interesante. Creo que más de uno se quedará con la copla de la interacción entre la Zeta-Jones y la raruna Rooney Mara.
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