24.1.16

Cuando Mr. Orange y Mr. Blonde visitaron la Mercería de Minnie


Los Odiosos Ocho, la última cinta de Quentin Tarantino, lleva ya una semana y pico campando a sus anchas por las salas de nuestro país y triunfando, muy en concreto, en los Phenomena de Barcelona, el único lugar que se proyecta en 70 mm., el formato original con el que el realizador de Malditos Bastardos decidió rodar su nuevo western, el segundo de su brillante carrera tras su excelente Django Desencadenado.


De nuevo, al igual que en su anterior trabajo, aunque de forma más específica, vuelve a dejar claras las influencias del llamado spaguetti western en su particular universo cinematográfico y, a partir de ellas, desarrollar una tensa historia narrada en dos únicos escenarios: una primera parte que transcurre a bordo de una diligencia en medio de un paisaje nevado y, una segunda, que sucede íntegramente en el interior de la Mercería de Minnie, una especie de refugio que ejerce de local para repostar los caballos y descansar los pasajeros de las diligencias, lugar éste en el que convergerán una serie de personajes con intereses muy perversos y en donde la mentira y el engaño se convertirán en el gran protagonista.


Casi tres horas de proyección que pasan en un abrir y cerrar de ojos, a pesar de estar narrada de forma pausada y dejando paso a la violencia sólo de forma breve y esporádica, pero siempre mediante dentelladas vibrantes y explosivas. De hecho, en Los Odiosos Ocho, el puto amo son los diálogos; un sinfín de diálogos inteligentes, sin desperdicio alguno y, por supuesto, no exentos de ese sentido del humor tan característico y gamberro que ha marcado, desde sus inicios, el estilo del director, justo cuando desde Reservoir Dogs dejaba boquiabiertas a varias generaciones de cinéfilos. Un Reservoir Dogs al que, por cierto, vuelve a homenajear a través de la Mercería de Minnie, un espacio cerrado que en muchos aspectos recuerda al garaje de su ópera prima, aparte de contar con la presencia de dos de sus protagonistas, Tim Roth y Michael Madsen o, lo que es lo mismo, Mr. Orange y Mr. Blonde.


Una fuerte tormenta de nieve, un par de cazarrecompensas, una forajida en espera de ser ahorcada (o bien de ser liberada por su vieja banda), un sheriff cuestionado y un buen número de personajes misteriosos y siempre al límite, demarcan un producto perfectamente diseñado y con el que de nuevo, al igual que hizo con su magistral Pulp Fiction, Tarantino vuelve a jugar con el tiempo y el montaje. Humor, tensión, un mucho de racismo latente (genial la caracterización de Bruce Dern como un viejo militar unionista) y un toque de brutalidad al más puro estilo “aquí te pillo, aquí te mato”.


Aunque muchos se empeñen en decir que se trata de un film diferente, sigue siendo Tarantino al cien por cien. Y, además, con el añadido, muy de agradecer, de la más que compacta banda sonora del maestro Ennio Morricone y de las presencias de unos soberbios Samuel L. Jackson, Kurt Russell (los dos cazarrecompensas de marras) y Jennifer Jason Leigh, esa asesina, medio desfigurada e impresentable, que no dejar de recibir tortazos por parte de su captor. Toda una gozada a disfrutar. 

5.1.16

Recopilando (y II): Lo más peor del 2015

A punto de que los Reyes Magos entres en nuestros domicilios, tal y como les prometí hace unos días, hoy toca dar un repaso a lo que, para mí, ha sido lo peor de la cosecha cinematográfica del 2015. Sin más dilación y de menor a mayor desastre (o sea, del 10 al 1), aquí tienen la lista:

10.- Irrational Man. Woody Allen sigue empeñado en eso de ofrecernos una película por año, sea cual sea su inspiración. De hecho, su último film no es más que un aburrido y cansino (por conocido) compendio de todas las neuras que el autor ha ido volcando en su extensa filmografía. Y, para ello, se centra en un profesor de filosofía totalmente quemado y cansado de la vida quien, durante un verano en una Universidad de una pequeña ciudad a la que va a dar clase, y tras sintonizar emotivamente con una de las estudiantes, tomará una desequilibrada decisión que le dará sentido a su existencia. Más cercano en intenciones a Delitos y Faltas y Match Point que a otros de sus celebrados títulos, Allen no ofrece nada nuevo ni sorprendente al espectador, entrando otra vez en un juego en donde, a medio camino entre el melodrama y el thriller (sin apenas recurrir a su habitual sentido del humor), el azar se convertirá, por enésima vez, en su gran protagonista. Suerte de la moderación con la que Joaquin Phoenix (cosa rara en él) y Emma Stone afrontan sus respectivos personajes y que, en parte, ayudan a digerir mejor la insolvente propuesta.


9.- The Interview. A pesar de llegar precedida de una campaña en donde se remarcaba el malestar diplomático norcoreano ante la producción, la cinta, dirigida mano a mano por Evan Goldberg y Seth Rogen, no es más que una idiotez más de esas que protagonizan, de vez en cuando, el propio Seth Rogen en compañía de James Franco y que, en esta ocasión, dan vida a un par de periodistas televisivos que deciden viajar hasta Corea del Norte para entrevistar al líder de ese país en su programa, ocasión de oro que aprovecha la CIA para convertirlos en un par de asesinos profesionales y acabar la vida del dictador. O sea, humor descerebrado y de lo más barato al servicio de una especie de sátira política sobre el régimen totalitario de Kim Jong-un y del personaje en sí mismo y en donde, a duras penas, se puede salvar un solo gag. Los Chiripitifláuticos hubieran tenido mucha más gracia. Y es que, ¿a estas alturas se puede esperar algo bueno de la pareja Rogen-Franco?


8.- El Becario. Tras la cámara Nancy Meyers (la de ¿En Qué Piensan las Mujeres? y The Holiday) y, dando la cara, ese cargante Robert De Niro en plan comediante insufrible y la Anne Hathaway en su faceta más rosada y edulcorada. Un cóctel envenenado en donde el buenismo campa a sus aires de manera bastante ofensiva. Ella, la Hathaway, es una insoportable directora de una exitosa tienda de ropa on-line a la que le reclaman ponga a otra persona en la dirección de la empresa; él, el De Niro, un viudo jubilado que entra a trabajar como becario para convertirse en el asistente personal de ella. Más previsible, imposible. Los tópicos se asoman en pantalla a cada uno de los minutos de su extenso metraje. ¿Eran necesarias dos largas horas para no contar absolutamente nada nuevo?


7.- Marte. Ridley Scott hace tiempo que está encallado. Y Marte, su nuevo film, es una buena muestra de ello. Largo, aburrido, falso y absolutamente vacío. La excusa, la misión de rescate que se organiza para salvar a un astronauta que, tras haber sido dado por muerto por sus compañeros de forma errónea, se queda solo y abandonado una base espacial de Marte. Una carrera contrarreloj tan absurda como poco probable, a pesar del empeño del realizador en hacernos creer que todo lo expuesto está científicamente probado. Un prólogo pésimamente narrado y confuso, da paso a una soporífera primera hora en donde Matt Damon hace lo que puede (y más) para salvar su personaje. El resto del metraje, bastante más acelerado, resulta de lo más increíble que he visto en años. Bien podría haberse titulado Salvar al Astronauta Ryan.


6.- Operación U.N.C.L.E. Revisión cinematográfica de la mítica serie El Agente deC.I.P.O.L. que, dirigida por un poco inspirado Guy Ritchie, se carga de un plumazo el referente televisivo ya que, para empezar, se reinventa a sus dos personajes principales, Napoleón Solo e Illya Kuryakin, el primero como agente de la CIA y el segundo del KGB, al tiempo que los sitúa en el Berlín dividido en plena Guerra Fría de los años 60. O sea, nada que ver con el original de televisión; por no haber, no hay ni una mínima referencia al excelente tema musical que compuso Lalo Schifrin en su día. En su desmesura visual habitual, Ritchie olvida que su principal cometido es entretener, gastando todas sus energías en el envoltorio y en la ambientación de una época, mientras que las escenas de acción, siempre sincopadas (para no perder la costumbre), están metidas a cuentagotas. El contenido, en cambio, resulta de lo más vacío y estúpido que uno se puede tirar en cara, igual que sus patéticos chistes. Y para colmo, Napoleón Solo es idéntico a Toni Cantó. Caca de la vaca.


5.- El Niño 44. Tras la trepidante y entretenida El Invitado, Daniel Espinosa se sumerge en un abigarrado, truculento y ridículo thriller ambientado en la Rusia estalinista, lugar en el que un agente de la policía soviética, venido a menos por ser considerada su esposa una traidora al sistema, investiga la posibilidad de la existencia de un asesino en serie de niños. Mal escrita, peor dirigida y caóticamente interpretada. A Tom Hardy se le ve totalmente perdido a través de ese impostado acento ruso que suelta, mientras que Noomi Rapace sigue constatando que eso de la interpretación no acaba de ser lo suyo. Farragosamente larga, intenta abarcar demasiados temas sin centrarse nunca en ninguno de ellos, conteniendo incluso algún que otro pasaje que, siendo teóricamente tenso, lo único que consigue es provocar la carcajada del espectador. Penoso.


4.- Caza al Asesino. Un Sean Penn totalmente sobreactuado y un Javier Bardem igualmente pasado de rosca, son los principales y penosos ganchos de uno de los thrillers más rocambolescos y grotescos del año; cinta que tiene su escena cumbre y final en la mismísima plaza de toros Monumental de Barcelona, en plena corrida taurina, a pesar de que en Catalunya, desde hace bastantes años, se prohibió la celebración de la llamada Fiesta Nacional. Un despropósito descomunal, incapaz de brillar ni por sus actores ni por su confusa (aunque en el fondo muy simple, simplísima) historia, en la que un francotirador, años después de un trabajo en el Congo, se convierte en el blanco de un escuadrón con orden de capturarle y ejecutarle. Otra caca de la vaca más.


3.- Cincuenta Sombras de Grey. La traslación cinematográfica del millonario best seller de la escritora E. L. James, no es más que todo un catálogo gráfico de sadomaso light para marujonas. Por mucho morbo que quiera desprender a través de sus imágenes y siguiendo la misma estética videoclipera de la ochentera Nueve Semanas y Media a la hora de afrontar sus escenas (en teoría) más subidas de tono, se queda en un banal ejercicio de cine erótico totalmente descafeinado que tan sólo contentará a ese público adolescente (ante todo femenino) que busca historias romanticonas con dos protagonistas guapetones y, al mismo tiempo, a un montón de amas de casa, de las de misa cada domingo, que creerán haber sobrepasado los límites de sus creencias religiosas al aceptar, en silencio,  un montón de escenas de sadomasoquismo de lo más inocente y santurrón. 125 minutos imposibles de digerir, incapaces de poner a tono al espectador y que, en más de una ocasión, aparte de rozar el mayor de los ridículos, cae en los mismos tópicos de las más cursis historias de amor con las que el cine nos ha castigado. Y se teme una próxima secuela. ¡Mandan cojones!


2.- Autómata. Dirigido por Gabe Ibáñez (el mismo de Hierro), nos narra una historia (pésimamente explicada) enmarcada en un desolado mundo futuro en donde un agente de seguros investiga el asesinato de un robot. Dotado de un look visual inicial robado con todo el descaro de Blade Runner, la cosa cambia de aspecto (para ir a peor) cuando sus protagonistas salen de la ciudad para adentrarse en un desierto colapsado por altos niveles de radiación. Antonio Banderas ofrece una de sus peores interpretaciones en años (comparable a la de su insoportable papel en Los Mercenarios 3), mientras que gente como Melanie Griffith (¡por Tutatis, lo que fue de la Dolores!), Dylan McDermott o Robert Forster pululan entre autómatas como verdaderos zombis. Y lo peor es que el amigo Ibáñez, en su oferta, denota pretensiones de autor. Un despropósito al que no hay por donde pillarlo. Otra caca de la vaca más a sumar al carro.


1.- Puro Vicio. Todo un ejercicio de petulancia supina de Paul Thomas Anderson basado en la novela de Thomas Pynchon . Cine negro y con detective protagonista, está ambientado  en Los Ángeles de finales de los años 60, época en la que la psicodelia campaba a sus anchas y que se convierte en la excusa ideal para que el realizador californiano desbarre a tutiplén durante sus interminables dos horas y media de metraje. No negaré que sus primeros 45 minutos tienen su gancho, pero pronto da un vuelco y la historia propuesta se convierte en un desbarajuste inexplicable, lleno de incongruencias narrativas y espesas lagunas difíciles de superar, en las que se amontonan un sinfín de personajes a cual más alucinado y en nada perfilado. Una vez despertada la arrogancia autoral de director, la cosa empieza a caer en picado y, de ser una obra satírica en clave de cine negro, pasa a convertirse en un calco desmadrado de Miedo y Asco en Las Vegas. A todo ese despropósito, hay que sumarle el trabajo de Joaquin Phoenix, quien sigue fiel en su empeño de dar rienda suelta a su histrionismo nato y en su perseverancia en convertirse en el rebelde del Hollywood actual. Ya sería hora de que el amigo Anderson se fuera a tomar el pelo a otra parte. Más que Puro Vicio, Pura Caca… caca de la vaca.