28.2.07

Al mismo nivel

Contra todo pronóstico, Inland Empire, el último film de David Lynch se ha estrenado en nuestras pantallas. Y la verdad es que, pernobulando el percullato, se debillofla en parnasio. Lynch se barnaflea en la idimorlasa del termáfogo. Noñela postra en la catrica del jabugo. Butrofé y cremafosa se atirloplan en la muplasta; muplasta repentina de la crofeguina. Apliculla en la prefetrá.

David Lynch, en Inland Empire, cromaña la escrofolla. Y la tropoña. Su sirlesio es frunoso, pero no incrote. Ñepa la paña de la ñeña ñuñote; ñapa: ñapote. Para ello, se mocretulla de la truqueña Laura Dern. Y se cropicuta la cropa de la proca, breticulando el crupote, la pacrasia y, en ocasiones, la llandriga. Mocre de napra de la mocrosa furfella. Pero éste, dobluga la cruña del ñopro y se merofutre la corprulla, con la ayuda del percutafle, el alsina y el bisofre.

Además, esprentañufla el corprilobio de los irlatrefos, amusagando hacia el pespotre del sófrago. Excepcional maprulla de ingroluentos merfallafles, en donde el pasaplonio del marsuplio surplolopia a la fabrasa del William H. Macy. Pericrotasa del bislabé, del refollo al cralutrendo, pero girando por la farlasia de ñecaplote. Tomatrafo encotrilla: el virlotué. Aplegrote en grapunta de la grañota y del promilloso. Tomoso y pastroso, amén de bluñeque. El reñé del callostro en la oprisade de lo más purreglostro. Astrufe en la pagotra.

Jeremy Irons crepalla a la greñasa de lo trupastro de Lynch; lo muquitra de la frenastia, colgasa y fregolla. Peñaremolla la flasa. Y el flasio, la responja. Comisodé de lumiflasa, la blasa. Pasio la vermeña, que el día está nuflasio. Corcoya de la moya, la moyasa y el moyasón. Pero, a pesar de ello, el fribelote está en alcafresio. Silencioso, pero aquirulotre con las pechulongras. Parpalluga.

La molluga asoma patrinada. El pertufole es sintrapiño, aunque glota la glotasa de la pergalota. Papró y cafrune son innecesarios en la tromoya del retrucote. Moñafla incadelasa. Y morafré del bardagí. La mutinga del riverola se esnifolla con la barulla. Aunque lacueva se matrova en la carcavona del pollastre rustiflo y se infrula: "¡Moraviyá la mollariña del babote y la lavisa!". Contenetre del pasamotre de la Castollafra a los conillastres; la gran Castollafra de casolla, la castrolla de la llapa y el llapete. Mirlonga la abastra de la trolocuense de Lynch. La arbolla es golla y algo más, pero poco.

En definitiva, Inland Empire, es la barñofla en plastrullo. No llega a plastruflete, pero casi.

27.2.07

La ventana indiscreta

La Vida de los Otros es el film alemán que le arrebató el Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa a El Laberinto del Fauno. Se trata de un título comprometido, ambientado a principios de los años 80 en la ya extinta República Democrática Alemana (la antigua Alemania Oriental), en el que la Stasi (la policía política del país) y dos personajes vinculados directamente con el mundo de teatro se alzan como principales protagonistas. Un film claramente político, narrado a medias entre el melodrama y el thriller al estilo de Costa-Gavras que, indiscutiblemente, se convierte en un producto más a añadir a toda una interminable (y necesaria) serie de films en los que queda de manifiesto la inestabilidad que provoca en la gente de a pie el control férreo a la que se ve sometida por un régimen dictatorial, sea éste del color que sea.

De hecho, La Vida de los Otros supone el debut en el campo del largometraje de Florian Henckel von Donnersmarck, asimismo responsable del guión; un libreto estructurado con inteligencia, pero que sin embargo posee alguna que otra laguna en su interior y ciertos aspectos no muy creíbles a lo largo de su trama (y más teniendo en cuenta esa proximidad visual y narrativa al cinéma verité que ha querido adoptar). Errores, de todos modos, muy perdonables y compensados altamente por lo detallista de su historia, por el buen número de considerables interpretaciones y, ante todo, por el rigor histórico y descriptivo con el que afronta su mensaje.

La película se centra, principalmente, en el capitán Gerd Wiesler, uno de los miembros más capacitados de la Staci al que se le encarga una misión muy específica; la de vigilar, día y noche, al escritor teatral Georg Dreyman y a su compañera sentimental, Christa-Maria Sieland, una actriz de teatro en pleno éxito profesional.

La mirada del realizador analiza, con lupa, al sombrío personaje de Wiesler, un funcionario gris y anodino, un hombre solitario cuyo principal trabajo se basa en espiar a los de su misma especie. Una rata de cloaca que, en su cometido de voyeur sofisticado, empezará a correr el riesgo de identificarse demasiado con sus víctimas. Un papel funesto en todos los aspectos, aunque interpretado con una estoica sobriedad por Ulrich Mühe, un actor al que ya pudimos ver en un destacado papel en la irregular (pero bienintencionada) Amén del antes citado Costa-Gavras.

Por otra parte, la cinta muestra los movimientos de Dreyman, el escritor, quien, alertado por sus compañeros de la posibilidad de que la Staci esté registrando sus movimientos, se decidirá por jugar al gato y al ratón con sus vigilantes, construyendo, para ello, una peculiar función teatral –sin apenas moverse de su apartamento- en la que tendrá que formar parte su no muy convencida pareja. Sebastian Koch y Martina Gedeck dan vida, respectivamente, a ambos personajes. El primero le impregna un carácter muy especial a su (políticamente hablando) amargado literato, mientras que ella (a pesar del gran peso específico de su papel) carga con el rol más desdibujado de todo el film, ya que quedan muy poco definidos los ambivalente sentimientos y emociones que guían sus acciones.

Un film interesante, capaz de mostrar la frialdad de una época y de unos gobernantes igual de grises que el perfecto y adecuado tono de la fotografía empleada; una fotografía de colores apagados, en donde el azul y el rojo no tienen casi ninguna presencia. Una adecuada manera de retratar esos largos años, duros y gélidos, durante los que la Alemania del Este vivió de espaldas al mundo.

Un poco más de agilidad narrativa, limando algunas asperezas de su guión y con un final no tan pillado por los pelos, y La Vida de los Otros podría convertirse en un título modélico dentro del género.

26.2.07

Infiltrados en La Noche Hache

Ayer noche tendría que haberse desarrollado un encuentro anual de artistas y famosillos en un conocido local de Hollywood (California). La excusa era la de siempre: otorgarse entre ellos unas figurillas doradas y mostrar sus modelos y exóticos peinados ante las cámaras de televisión. Pero ayer ocurrió algo raro, muy raro: cuando conecté el televisor para disfrutar del evento, me encontré ante una extrañísima versión de La Noche Hache.

La presentadora del programa del canal Cuatro y una de las colaboradoras de espacio de Antena 3 ¿Dónde estás Corazón?, se habían transformado en una sola persona (que atendía por DeGeneres) para conducir un alucinante show en el que, varios transformistas e imitadores, dieron vida a algunas de las estrellas de Hollywood, en lo que me pareció una excelente parodia de nuestros entrañables Goya.

Al no entender absolutamente nada de lo que había visto, esta mañana, se lo he contado todo a mi mujer. Ella, con una sonrisa socarrona, me ha aconsejado que pida visita al especialista para intentar cambiar mi medicación diaria. Me inquieta que haya insistido tanto en ello justo después de jurarle (repetidas veces) que, tras ver ese programa, salí a tomar unas copitas de Anís del Mono con Peter O'Toole y Philip Seymour Hoffman.

Al final he acabado llamando al médico para solicitar una cita con él lo antes posible.

10 miradas de Oscar

Actores y actrices. Y sus miradas. Miradas blancas, negras, amarillas... Miradas de todo tipo: de rencor, miedo, alegría, tristeza, incomprensión, sorpresa... Cualquiera de ellas puede valer un Oscar. Diez miradas para una noche de cine que está a punto de empezar. Entre principales y secundarios, veinte son los actores nominados. Sólo he podido conseguir imágenes de 10 de ellos, de entre los cuales tengo a un par de preferidos. ¿Y ustedes?

24.2.07

Dos regalos visuales con posibilidades al Oscar (sólo para sus ojos)

A parte de la Pene y El Laberinto del Fauno, también hay dos cortometrajes españoles nominados este año al Oscar. Dos pequeñas joyas a tener en cuenta. Cada una en su estilo, pero ambas realizadas con una profesionalidad envidiable.

Borja Cobeaga, con Éramos Pocos, se adentra en el reducido mundo de un padre y un hijo quienes, para subsistir en medio de la jungla que supone su destartalado y desordenado domicilio, han de recurrir a los servicios de una suegra a la que hace años tenían olvidada. Un trabajo ingenioso, divertido y con su pequeña -aunque considerable- dosis de mala leche. 16 minutos justos sin fisura narrativa alguna. Compruébenlo ustedes mismos a través del siguiente YouTube. Vale la pena.


La película de Javier Fessser, Binta y la Gran Idea, fue rodada íntegramente en Senegal durante la estancia del realizador en dicho país, contando para ello con la ayuda de UNICEF. Una cinta emotiva, humanitaria y totalmente integradora que define, a mi parecer, el mejor producto hasta el momento del director. Un film sensible e imprescindible que, en media horita, abre un montón de puertas a la esperanza y cuenta más cosas que algunos largometrajes con más pretensiones y mucha mejor difusión comercial. Denle una oportunidad. No se arrepentirán. Yo, por mi parte, apuesto fuerte por verle ganador del Oscar mañana por la noche. Disfrútenlo pinchando sobre la foto de Binta.

23.2.07

El mono blanco

El realizador Kevin Macdonald estrena hoy en nuestro país El Último Rey de Escocia, una película basada en una novela de Giles Folen que muestra la peculiar relación de Idi Amin Dada con el médico escocés Nicholas Garrigan, un personaje ficticio, inventado por la mente del escritor, al que unió en su libro con el temible dictador ugandés, el cual, durante el tiempo que duró su régimen en los años 70 y aplicando una política de genocidio sobre su pueblo, terminó con la vida de más de 300.000 personas.

Detalles reales sobre las acciones de Amín (tales como su trato déspota con sus subordinados o la crueldad con la que despachaba a sus enemigos), se mezclan con una intriga política, en formato de thriller, en la que su principal protagonista es el citado Dr. Garrigan, un joven blanco, recién licenciado, que de manera casual y tras aterrizar en Uganda para ejercer como médico de aldea, acabará convirtiéndose en uno de los más directos consejeros del sanguinario gobernante.

La cinta, en su primera hora, posee detalles de comedia; pero de una comedia esperpéntica, cargada de humor negro. Y es que a ello ayuda en mucho la fantástica composición de Forrest Whitaker (nominado al Oscar por este trabajo) quien, en la piel de Idi Amín Dada, logra crear un personaje igual de grotesco y sobrepasado como lo fuera el auténtico. Puede parecer una actuación histriónica, aunque no lo es en absoluto. De hecho, es la única y genial manera de afrontar la construcción de un tipejo que cada día estaba más desmelenado, tanto en sus pensamientos como en sus acciones políticas.


A medida que avanza su metraje, El Último Rey de Escocia deja aparcado su socarrón sentido del humor para ir penetrando, poco a poco, en el estado de terror con el que azotó a su país. Ello lo hace a medida que el Mono Blanco (el mote sarcástico con el que es bautizado por la prensa extranjera el médico escocés) va tomando conciencia del oscuro rol que le ha tocado jugar al lado del dictador. Y es que, en realidad, este personaje -creado para darle más dramatismo y un toque de intriga a la historia- se me antoja muy mal dibujado y, aparte, interpretado de manera forzada (y bastante falsa) por James McAvoy. En momento alguno resulta creíble que, a un tipo con un nivel cultural considerable como el suyo, le costara tanto despertar del letargo y descubrir que algo terrible estaba ocurriendo justo a su lado. O bien, para el guionista, el tal Garrigan era un tontolculo que no se enteraba de nada o, en caso contrario, está pésimamente escrito, ya que su presencia y sus actos habrían colado mejor si desde un principio lo hubieran descrito como a un crápula de mucho cuidado.

Su apartado final, tan poco creíble como exagerado, me recuerda a una mezcla alucinada entre la brutalidad de Un Hombre Llamado Caballo y las artimañas baratas e improbables de los imitadores más chungos de James Bond. Vistos los resultados, El Último Rey de Escocia y su Mono Blanco no deja de ser un mainstream más, a lo ugandesa-escocesa y con pretensiones de autor pero que, pese a su desnivelado guión y a la poca (o nula) credibilidad del personaje ficticio, acaba siendo entretenido -y hasta curioso- por lo descabellado de su propuesta y, ante todo, por aquellos aspectos (mucho mejor cuidados) que hacen referencia a la representación (bastante fiable) de Idi Amin Dada y su repulsiva política de terror.

Por cierto, a pesar de su madurez ¡qué guapa está, en su pequeña intervención, la ex agente del FBI Dana Scully!: se le ha puesto un toque a lo Virginia Madsen que me provoca un nosequé capaz de erizarme todos los pelos del cuerpo.

22.2.07

La otra cara de la moneda

Todas las previsiones apuntaban a que Cartas Desde Iwo Jima fuera un film mucho más compacto que Banderas de Nuestros Padres, aunque personalmente me ha defraudado bastante. No se trata de una mala película, ni mucho menos, pero en ningún momento acabé de entrar en la propuesta. Eastwood sabe colocar la cámara a la perfección y se muestra espléndido (como gato viejo que es) a la hora de resolver las escenas más comprometidas de manera brillante, tal y como hace en un vibrante pasaje, en el que un grupo reducido de soldados, atemorizados por la impotencia de la situación en la que se encuentran, opta por el suicidio en cadena. Un momento turbador que, por si mismo, abre todas las claves posibles para desentrañar la miseria y la ilógica que abrigan las guerras.


Tal y como ya se ha publicado en centenares de medios, con Cartas desde Iwo Jima, el realizador de Mystic River se sitúa al otro lado de la moneda y -si en su anterior film nos narraba la visión norteamericana de unos hechos concretos ocurridos durante la Guerra del Pacífico- en éste se decanta por ofrecer la mirada y las vivencias de los japoneses que fueron enviados a defender la isla de Iwo Jima. Para ello, la película está rodada con actores nipones y hablada íntegramente en japonés, cosa que ha obligado a Eastwood -para darle más credibilidad a esta visión- a otorgarle un enfoque narrativo y visual mucho más cercano al del cine oriental que al de la gran producción hollywoodiense.

La película está cargada de muy buenas intenciones, ello es innegable. Al igual que en Banderas de Nuestros Padres, vuelve a ejercer de abogado del diablo y deja bien clara la absurdidad de las guerras y la utilización de los soldaditos como piezas totalmente manipulables por parte de los gobernantes. Pura maquinaria de destrucción y de reciclaje. Con la suma de los dos títulos, asoma una lectura incuestionable: los enemigos no son (ni serán jamás) los que en realidad se enfrentan y mueren en los campos de batalla.

A pesar de sus innumerables y perfectamente construidas escenas de acción, en Cartas Desde Iwo Jima -al contrario que en su percepción anterior del bando norteamericano- vuelve a apostar por el intimismo, con lo cual se recrea (en exceso) en los pensamientos, divagaciones y actos del personaje interpretado por el veterano (y excelente) Ken Watanabe, el general al mando de uno de los destacamentos militares de la zona, al tiempo que se muestra repetitivo y lento en la mayor parte de las claustrofóbicas escenas (que son muchas, demasiadas) que transcurren en el interior de las oscuras cuevas que servían de refugio a los soldados japoneses. La composición escenográfica e interpretativa de las citadas escenas resulta demasiado teatral, lo cual le da un aspecto de irrealidad a la cinta que rompe en parte con la imagen de autenticidad que pretenda dar, tal y como hace (con nota alta) con los crueles pasajes en los que la violencia y la acción se convierten en los principales puntos de atención del cineasta. También es posible que, esa teatralidad, no sea asumida del todo por el director ya que, en el fondo, rezuma todo el estilo interpretativo de los actores nipones; un estilo que, por cierto y personalmente, me irrita hasta extremos inenarrables.

A mi gusto, las grandes expectativas que levantaba el film han quedado en muy poca cosa. Aparte de la corrección cinematográfica (el magnífico tratamiento de su fotografía, mediante un color sepia cercano al blanco y negro) y, ante todo, de producción, no ofrece mucho más que el título anterior. Cambia los decorados y los personajes, pero la idea sigue siendo la misma. E incluso, en ciertos aspectos, me atrevería a afirmar que resulta un tanto maniquea, pues retrata al ejército japonés -en general- como a una gigantesca entidad formada por alucinados y conscientes kamikazes que, debido a su básico y mínimo armamento y a su poca (o nula) claridad estratégica, tenían muy asimilado, desde el inicio de la guerra, que ellos iban a ser los vencidos. Una idea bastante prepotente y pro yanqui, muy a lo Spielberg (que por algo es el productor), en la que la superioridad –en todos los aspectos- se inclina en la balanza hacia el domicilio del Tío Sam, por mucho final sensiblero (y un poco cursi y exagerado) que nos coloque.

Sin lugar a dudas, me quedo con el Eastwood de Mystic River, Million Dollar Baby y, si mucho me apuran, de Poder Absoluto. Y es que a este hombre, uno de los grandes clásicos vivientes del Séptimo Arte, lo de los uniformes y la ampulosidad no le acaban de funcionar del todo. La sencillez narrativa es realmente lo suyo.

Sobre nominados ignorados, programas de radio y previsiones inmediatas

Hay cosas que resultan difíciles de comprender. Y una de ellas, teniendo en cuenta que el próximo domingo se van a entregar los Oscar de este año, es que aún estén pendientes de estreno algunos títulos con nominaciones fuertes en su haber. Este es el caso de dos películas en concreto: Half Nelson y Notes on a Scandal, ambas con prevista distribución en España y cuya exhibición en nuestro país queda para bastante después de la entrega de premios.

¿Acaso los amantes del cine no podemos ver, antes de la gala, las interpretaciones nominadas de Ryan Gosling, Judy Dench o Cate Blanchett para los dos títulos antes citados? Al menos, podrían haber hecho con ellos lo mismo que en el caso de El Último Rey de Escocia o Venus, los cuales, a partir del viernes, estarán ya proyectándose en varias salas. Justito, pero suficiente para poder juzgar sus nominaciones antes de la gala.

De todos modos, puedo comentarles que, por suerte, pude gozar de la magnífica creación de Ryan Gosling para el film Half Nelson. Y les aseguro que, tras haber visto la película y el sorprendente trabajo del actor, este joven podría hacer mucho daño al resto de los nominados. No me extrañaría nada que pudiera ser la sorpresa del domingo. En la película, Gosling se mete en la piel de un profesor de una escuela conflictiva; un profesor atípico, adicto a la cocaína y al alcohol, que intenta llevar su vida lo mejor posible a pesar de sus problemas personales. Y el hombre está excelente, sencillamente de Oscar. A veces, no necesita ni hablar: su mirada destrozada, a causa de los latigazos de la farlopa y el crack, es suficientemente explícita para que el espectador intuya los sentimientos más íntimos de un personaje que, a pesar de sus características autodestructivas, el actor construye rehuyendo cualquier tipo de sobreactuación. Una maravilla compacta de interpretación al servicio de una película sobria, interesante y perfectamente narrada; un producto del que hablaré más extensamente el día que por fin se estrene en nuestras salas.

Cambiando un poco de tercio, me satisface avanzarles que, el próximo domingo, repetiré en el programa radiofónico De la Terra a la Lluna de Víctor Riverola, para colaborar en el especial sobre los Oscar que ese buen hombre anda montando. En él hablaremos de nuestras respectivas opiniones sobre las nominaciones y analizaremos, en clave distendida, las posibilidades de cada una de ellas. Eso será desde las 14.30 hasta las 16.00. Espero que estén atentos a esa emisión, la cual (para los que vivan fueran de Barcelona) podrán seguir on-line a través de la web de Onda Rambla y a la que podrán dirigirse por teléfono en caso de querer dejar su parecer. Les aseguro que me haría mucha ilusión hablar, en antena y en directo, con algunos de ustedes. El único problema es que el programa se realiza en catalán, pero si hacen una llamadita, les atenderemos en la lengua que sea necesaria.

Y ahora les dejo hasta más tarde, pues estoy preparando algunas críticas sobre películas pendientes en el blog, como Cartas desde Iwo Jima, El Último Rey de Escocia, Venus y los dos cortometrajes españoles que competirán para el Oscar. Y, si todo funciona como tengo previsto, el domingo les colgaré un post visual y youtubero que llevo varios días maquinando.

Hoy mismo, por la noche y en esta pantalla, Clint Eastwood vs. Spaulding. El esmerado servicio de bar, se lo tendrán que poner ustedes mismos.

20.2.07

Ustedes lo han querido: TE QUERRÉ SIEMPRE (Viaggio in Italia)

1954 fue el año en que se estrenó Te Querré Siempre, más conocida entre los cinéfilos más recalcitrantes por su título original, Viaggio in Italia. De hecho, y de manera bastante inexplicable, Roberto Rossellini, con este film, revolucionó a los gafapastas de la época quienes, en aquellos años, estaban claramente representados por los críticos que colaboraban en Cahiers du Cinéma, la revista gurú de la cual salieron algunos de los realizadores más prestigiosos de la temible nouvelle vague.

Jacques Rivette, el culpable –entre otros ladrillazos- de La Bella Mentirosa, poco tiempo después del estreno de la película de Rossellini, llegó a decir incluso que “con la aparición de Te Querré Siempre, todas las películas han envejecido de golpe diez años”. Y, no contento con tal afirmación, aún se atrevió con más comentarios a cuál más petulante, aseverando, entre otras cosas que “me parece imposible ver Te querré siempre sin tener enfrente la prueba de que este film abre nuevos modos de expresión, y de que todo cine debe pasar por ellos bajo pena de muerte”. Así, tal cual, ni más ni menos. A lo bruto. Son cosas que se dicen cuando uno ya ha perdido el límite de su pedantería o se ha tomado unas copas de más. La cuestión es que Rivette quiso seguir las puertas abiertas por Rossellini y así le fue.

Te Querré Siempre es, llana y simplemente, un aburrimiento de mucho cuidado. Una película que brilla más por su falta de inspiración que por esa inexistente brecha narrativa y expresiva que algunos aseguran que abrió. Según cuentan, en un principio, Roberto Rossellini quería adaptar una novela de la que, finalmente, no pudo obtener los derechos. Como todo el equipo artístico y técnico ya estaba instalado en la ciudad de Nápoles y alrededores (lugares en los que tenía que transcurrir la cinta inicial), decidió optar por lo mismo que 12 años antes había hecho Michael Curtiz con su estimable Casablanca. O sea, rodar día a día, sin ningún guión previo y de manera un tanto improvisada. Para empezar, ya tenía un elemento clave, Ingrid Bergman, que por algo era su compañera sentimental y ya tenía experiencia en lo de interpretar sobre un guión escrito de un día para el otro.

Muchos, viendo Viaggio in Italia, buscaran en ella dobles y triples lecturas para paliar esa sensación de hastío que provoca su visionado pues, en realidad, no ocurre casi nada durante su metraje; 79 escasos minutos de proyección que se convierten en una eternidad con vises turísticas y paisajísticas. La historia, a breves rasgos, muestra las tensas relaciones de un matrimonio británico en crisis que, debido a una herencia familiar, viajan en su automóvil hasta Nápoles, a la finca de un tío de ella que acaba de fenecer. Los reproches constantes entre la pareja harán que esas vacaciones improvisadas se conviertan en un pequeño infierno que les distanciará aún más. Ella, como es lógico, es la anunciada Bergman (Katherine Joyce en el film), en plena etapa rosselliniana y, en el fondo, lo único mínimamente destacable del amuermante (y vacío) producto. Él, el marido, Alexander Joyce, es George Sanders quien, con su endeble interpretación, ofrecía una preocupante impresión de aturdimiento, pues parecía estar más perdido en el rodaje que un gusano en medio de una plaza de toros.

Aprovechando ese distanciamiento físico y psicológico del matrimonio, Rossellini disimula la inexistencia del guión a base de acompañar con su cámara a una solitaria Ingrid Bergman a cuantos museos y monumentos históricos decida visitar, pues su marido, el crápula del Alexander, con la excusa de ciertos negocios familiares que zanjar, viaja hasta la isla de Capri para estar al lado de unos viejos conocidos, entre los que se encuentra una mujer que le hace tilín.

Cuarenta largos minutos de Ingrid Bergman, al lado de diversos guías locales, observando pinturas, estatuas, catacumbas y pequeños cráteres cercanos al Vesubio; diez minutos de silencios rotundos y miradas perdidas para expresar la desolación de los cónyuges y quince más (muy escasos) para mostrar las relaciones sociales de Sanders durante su estancia en Capri. Todo ello filmado de manera bastante plana (por no decir desastrosa) y con la fotografía (en blanco y negro) alarmantemente quemada por su continua exposición al fuerte sol italiano. Y, por si fuera poco, tras una visita (ésta en pareja) a las ruinas de Pompeya y en plena procesión religiosa por las calles de Nápoles, resuelve todos los conflictos de Alex y Catherine en tan sólo medio minuto, como si de un milagro se tratara. ¡La de Dios, vaya!

Conclusiones varias: los de Cahiers du Cinéma eran unos cachondos y les encantaba tomarle el pelo a sus lectores; Rossellini era un espabilao de mucho cuidado y los espectadores que, como un servidor, no entienden el calificativo de obra maestra para un producto como éste, somos unos tontainas de mucho cuidado. Aunque yo, personalmente, me alegro mucho de ser un tontaina al que le encanta que, a la hora de hablar de crisis matrimoniales, me proyecten –una y otra vez- títulos como Dos en la Carretera de Stanley Donen.

19.2.07

American Beauty

Si ya esta temporada Pequeña Miss Sunshine ponía en solfa la modélica imagen de la familia norteamericana vertida desde el cine de los últimos tiempos, ahora le toca el turno a Todd Field quien, a través de Juegos Secretos, se suma al mismo (y merecido) ataque contra tal institución. Y, a pesar de llegar a las mismas conclusiones que las del film de Jonathan Dayton y Valerie Faris, Field lo hace desde un punto de vista distinto, muy alejado de la comedia y adentrado totalmente en el melodrama.

Juegos Secretos es una película cáustica y sobria. Muy pocos elementos le son más que suficientes para hilvanar una historia modélicamente escrita y en nada previsible: un barrio tranquilo y residencial; dos matrimonios distantes, con hijos y con problemas de pareja; un parque infantil como punto de unión y la presencia inquietante de una mente enferma acechando la zona. Éstas son las magníficas (y cotidianas) piezas que, el realizador de En la Habitación, mezcla y agita para ir desmantelando -con una frialdad sorprendente- el icono de la familia dibujada desde el american dream.

Un drama que, en todo momento, navega rayano en la tragedia; una tragedia que se intuye y que –visualmente hablando- nunca acaba de llegar para el espectador, pues la fatalidad que impregna el ambiente ya está inmersa -de modo invisible y desde el primer minuto de proyección- en el interior de la mayoría de sus protagonistas, a los cuales moldea desde cierta distancia, sin implicarse con ellos de forma emocional. Todd Field narra unos hechos muy concretos, escalofriantemente creíbles, sin caer en el beneplácito de arropar a los ejecutantes de los mismos en sus desdichas e insatisfacciones. Él, en este caso y de modo inteligente, actúa como simple voyeur: plasma sus acciones y evita juzgarlos o mimarlos en exceso.

No hay moralina alguna en los actos y efectos de sus personajes. Simple y llanamente, Juegos Secretos deja bien claro que se trata de seres humanos. Sus impulsos, sus errores y sus aciertos viajan (inevitablemente) con cada uno de ellos y estos, en definitiva, marcarán su propio camino. Cada uno de ellos es muy responsable de sus actos y sus decisiones. Y ello lo define a la perfección Todd Field quien, en este film (y supongo que de manera consciente), se ha acercado totalmente a las pretensiones e intenciones de las de Sam Mendes en American Beauty. La crisis de los 40 (en este caso de los 30), la infidelidad, el miedo y la hipocresía de la sociedad actual, así lo demuestran.

Ante todo, pongan especial atención a la increíble química que consigue entre una excelente Kate Winslet (nominada al Oscar por este trabajo) y un inesperado y sorprendente Patrick Wilson, en un papel totalmente distinto del que interpretara en la ácida Hard Candy. Y, al mismo tiempo, déjense seducir por la presencia de la cada día más atractiva Jennifer Connelly y por la intranquilizadora y enfermiza creación que realiza, con su oscuro personaje, Jackie Earle Haley quien, por tal labor, podría obtener el Oscar a mejor secundario.

Una película reposada, elegante, sensual, arriesgada y académica. Un regalo para sus ojos y sus sentimientos. Déjense llevar por su sosegada narración. Denle tiempo al tiempo; permitan que Juegos Secretos les vaya transmitiendo las angustias y frustraciones de sus personajes y verán como, en más de un instante, se sentirán identificados con alguno de ellos. Y es que, al fin y al cabo, todos somos víctimas de esta ilógica sociedad en la que nos ha tocado vivir; incluidos los más pequeños de la casa, esos little children a los que hace referencia su título original.

18.2.07

Apocalynho

Última Hora

Siento avisarles con el tiempo tan justo, pero hoy mismo, si pulsan sobre este modernísimo aparato de radio, de 15.10 a 15.45, tendrán la posibilidad de escuchar al único e incomparable Spaulding, hablando de Spaulding's blog, en una estrevista realizada en directo desde Onda Rambla-Punto Radio.

16.2.07

Semen Up

Una dominatrix fustigando las nalgas de un cliente; un tipo haciéndose una auto mamada y corriéndose en su propia cara; un fogonazo de semen emplastado contra una pintureja conceptual; un joven norteamericano y una asiática-canadiense matándose a polvos a través de un sinfín de posturas diferentes... De este modo abre sus puertas Shortbus, un producto independiente que es, ni más ni menos, que todo esto y poca cosa más.

Mucho envoltorio provocativo y poca chicha. Bueno..., lo de poca chicha es bastante erróneo, ya que si de algo va sobrada la cinta de John Cameron Mitchell es de eso. Penes erectos, culos en pompa, enculadas varias, vaginas mojadas y múltiples pechos, están a la orden del día. Y no es de extrañar, pues Shortbus, aparte del título, es un antro neoyorquino en el que se reune, cada noche, una fauna de lo más variopinta, en nada monocromática y con tendencia a la promiscuidad; un lugar de tonos rojizos en el que se realizan, en comandita y a mogollón, prácticas sexuales de todos los colores. Homosexuales, lesbianas, travestidos, heterosexuales, sadomasos, políticos jubilados... ¡y hasta incluso algún que otro músico!... son sus clientes habituales. O sea, gente de mal vivir.


Para no ser calificada como una película guarra sin más, el Cameron Mitchell la ha disfrazado un poquito con cuatro trazos pseudointelectuales y en teoría muy profundos. Todos sus personajes (del primero al último) están muy insatisfechos con su sexo y sus respectivas parejas. James y Jamie, dos jóvenes gays que llevan más de cinco años viviendo juntos, pasan por una fuerte crisis sentimental. La chino-canadiense (¿o era japonesa-canadiense?), es una terapeuta sexual traumatizada por no haber alcanzado jamás el orgasmo al lado de su marido, mientras que la dominatrix que abre el film, se muestra como un ser solitario que sólo consigue el máximo placer con la ayuda de su propia mano aunque, al mismo tiempo, desearía unos cuantos lametones bien dados por parte de la oriental inorgásmica.

Todo ello no son más que meras excusas falsamente progresistas para que su realizador pueda mostrar un circo sexual exento de cualquier atisbo de buen cine. Fellini (a su modo), Woody Allen y otros cuantos más, han plasmado mucho mejor en sus films-y en numerosas ocasiones- temas como los de la insatisfacción sexual y de pareja, el suicidio o las relaciones humanas en general, sin tener que recurrir, para ello, a ese jolgorio orgiástico tan innecesario como petulante. Para eso, es mejor olvidar tanta coartada pretenciosa y hacer directamente una porno. Al menos, sería más divertida y sin tanta comida de p... coco.

Sin ir más lejos, el desaparecido Eloy de la Iglesia (por muy cutre que fuera su cine), consiguió títulos similares, mucho más arriesgados y menos valorados que esta fatuidad con ínfulas de arte y ensayo; una fatuidad que, aparte de aburrida y reiterativa, se me antoja pésimamente filmada y peor escrita. Y todo ello sin ponerme a divagar sobre su cursilón the end musical en donde, al estilo de ¡Viva la gente!, lanza un peligroso (y nada integrador) canto de hermandad a favor del mundo gay.

Eso sí: sólo hay un detalle que, de tan grotesco y delirante, me resultó francamente divertido (y más tratándose de una generación de neoyorquinos que se pasan media película recordando la cruda huella que les dejó el fatídico 11-S). Tomen buena nota de la imagen: tres jóvenes homosexuales, en pelota picada, practicando sexo oral en cadena y entonando, al unísono y con la boca llena, el himno nacional norteamericano. ¿Se imaginan una escena similar, protagonizada, por ejemplo, por Javier Bardem, Jordi Moyà y Ernesto Alterio?

15.2.07

Spanish Show

Han pasado ya cuatro años desde que David Serrano estrenara ese entretenimiento fallido que llevaba por nombre Días de Fútbol, y menos de dos respecto a su infumable guión para Los 2 Lados de la Cama. Ahora regresa, como director y guionista (ayudado, en este segundo menester, por el actor Alberto San Juan), con Días de Cine, un nuevo film coral al estilo del de su debut en el campo del largometraje.

En esta ocasión, ambienta su película en 1977, durante los primeros años de la transición, justo cuando el destape en el cine español estaba a la orden del día. Un escritor galardonado en Francia y que hace mucho tiempo que no conoce el éxito en su España natal, decide hacer un guión cinematográfico para después encargarse asimismo de la dirección. Busca un productor también caído en desgracia; le endosan a una folklórica en decadencia como principal protagonista y, por si fuera poco, la esperpéntica censura de la época, en su trama -un drama reivindicativo y antifranquista, con la explotación de mineros como telón de fondo-, descubre un montón de puntos oscuros a eliminar. Entre los cambios (nada sutiles) de su guión y el empecinamiento de su productor por conseguir que Silvia Conde (la estrella del film) se despelote, el hombre entrará en una grave crisis de identidad.

La verdad es que con un argumento como éste, Días de Cine podría haber dado mucho juego. En manos de alguien como Berlanga o de un guionista como Azcona, les aseguro que otro gallo nos hubiera cantado. La película, en su primera media hora, incluso resulta fresca y divertida, francamente prometedora. Un montón de personajes –a cual más estrafalario- entran y salen de pantalla como Pedro por su casa. Todo parece muy bien ligado. Incluso nos ofrece un buen número de gags divertidos y sobresalientes. Pero David Serrano, en su afán por ir más allá de su propuesta, abandona (de golpe y porrazo) ese acompasado y excelente ritmo de comedia inicial para entrar, de lleno, en uno de los esperpentos más ridículos jamás filmados.

No teniendo suficiente con desarmar su brillante idea originaria, decide irse por los Cerros de Úbeda. Cae por derroteros más infantiloides y aprovecha para desmelenar al máximo a la mayoría de sus personajes secundarios. La astracanada ya está en marcha... y no hay nadie capaz de frenarla. Censores y guardias civiles danzan, en el interior de una mina, rodeados de un par de putones -con minifaldas ajustadas y cortitas- y de un grupo de bailarinas disfrazadas de gusanos monstruosos. Más que un homenaje a las trivialidades por las que tuvieron que pasar algunos de los cineastas más progresistas de la época, da la impresión de tratarse de un nefasto guiño a las filmografías de Jess Franco y Jacinto Molina. Y lo peor de todo: sin gracia alguna. Valentina y el Capitán Tan hubieran disfrutado de lo lindo moviendo su esqueleto en las variopintas y espantosas coreografías que, por arte de birlibirloque, el realizador se ha sacado de la manga y sin venir a cuento de nada. Puro delirio de alguien que ha perdido por completo el ingenio.

En Días de Cine uno no puede dejar de llevarse las manos a la cabeza ante un reparto tan mal aprovechado y pésimamente dirigido. A excepción de un genial Miguel Rellán (fantástico desarrollando el rol de productor, un personaje con muchos paralelismos con el de José Luis López Vázquez en la magistral Plácido), del resto de los actores no hay quien se salve. El histrionismo y la exageración son la norma interpretativa de un producto vacío y desequilibrado en todos sus aspectos. Ni dirección, ni ritmo, ni guión que valga. Nada de nada. Excepto, repito, el gigantesco Rellán.

Parece una especie de maldición, pero pocas son las películas capaces de hablar del mundo del cine, desde el propio cine, sin que nazcan ya estrelladas. Haberlas de brillantes, haylas. Pero son minoría. Y Días de Cine, por mucho que le pese a David Serrano, no entrará jamás a formar parte de ese reducido grupo de destacadas.

14.2.07

Babel

El francés Michel Gondry es un tío curioso. Su cine es extremadamente peculiar y arriesgado. Tal y como demostró en su ingeniosa ¡Olvídate de mí!, la narración lineal no le va en absoluto y le encanta mezclar la realidad con las divagaciones propias de la mente humana. Y, de hecho, eso es lo que ha vuelto a plasmar en su nueva película, La Ciencia del Sueño; cinta en la que baraja el devenir diario de un joven con los muy imaginativos sueños de éste.

La Ciencia del Sueño no es un producto tan redondo como su precedente, la citada ¡Olvídate de Mí! ya que, comparado con éste y debido a sus numerosos puntos de contacto, la sorpresa de la originalidad inicial ya no existe. Al mismo tiempo, su planteamiento es mucho más sencillo, lo cual compensa con su cuidadísimo aspecto visual, sobre todo en aquellos momentos en los que Gondry retrata la imaginería que se desprende de los múltiples sueños de Stéphane Miroux, su personaje principal. Quizás la ausencia en el guión del surrealista estilo de Charlie Kaufman le haya permitido, al realizador, centrarse con más atención en el dibujo de las visualizaciones oníricas que no en los laberínticos vericuetos de la mente, tal y como ya hizo en el film protagonizado por Jim Carrey.

Aparte de esa envidiable imaginación que desprende, la película abriga una nueva manera de afrontar una comedia sentimental pues, en este caso, rompe con los patrones tradicionales del género al verse totalmente desenfocada y trastocada por la mente esquizoide del joven Stéphane; un joven que, por motivos familiares, regresa de México para instalarse en el parisino apartamento que le vio nacer. Allí conocerá a Stéphanie, una vecina de su mismo rellano que acabará convirtiéndose en la musa de sus sueños y de sus obsesiones.

De todos modos, ese aire de comedia que domina toda la proyección, esconde, en realidad, el inmenso drama de la enfermedad mental. Es tal la identificación de Stéphane con sus propios delirios que, cada día que pasa, le cuesta más poderlos desgranar de su entorno real. Tan grande será esa concordancia que, al igual que al espectador (al que Gondry sitúa a la perfección en el lugar de su protagonista), le acabará resultando imposible saber el verdadero estado en el que se encuentra. ¿Sueño? ¿Realidad? El subconsciente va a su aire y no se deja atrapar así como así.

Gael García Bernal está magnífico, espléndido, insuperable; a veces tierno, otras puro esperpento. Él es ese joven imaginativo, desquiciado y a veces ingenuo que, por razones geográficas y lingüísticas, se expresa en tres idiomas distintos: español, inglés y francés. Bastantes problemas tiene ya con sus fantasías oníricas que, al unísono, deberá enfrentarse con su particular Torre de Babel (imprescindible, en este aspecto, su visión en versión original subtitulada). Quijotesco en sus locuras y alucinadas, en lugar de luchar contra ruedas de molino, lo hará con sus propios compañeros de trabajo, con su madre y con la mujer de la que se ha enamorado; una mujer a la que ama por recordarle a su propio padre muerto.

Una propuesta relevante, original, emotiva y, a pesar de su extravagancia narrativa, en nada pretenciosa. Ese cambio paulatino de la comedia a la tragicomedia (ideal para mostrar los efectos de la desincronización mental de una persona), es sencillamente sublime.

Ni en sueños se la dejen escapar.