28.4.06

V de Vurrada

No he leído el cómic. Y les puedo asegurar que no es necesario leerlo para aseverar (desde mi humilde punto de vista) que V de Vendetta bien podría haberse titulado B de Banal. O incluso S de Sopor. Un film vacío, pretencioso y discursivo. Exageradamente discursivo.

La idea es curiosa, lo cual no quiere decir que sea original en absoluto. Inglaterra está dominada por un régimen fascista, con claros paralelismos con el nazismo de Adolf Hitler. De entre las sombras resurge un hombre resentido, con ganas de venganza y de hacer tambalear al poder establecido. Se trata de V, un tipo enmascarado que, tras tragarse Matrix en muchas ocasiones, ha aprendido las sutilezas del arte marcial al estilo más saltimbanqui. Entre este estrafalario personaje y Evey, una chica a la que salva de ser violada y detenida por la tiránica policía social del país, nacerá una muy peculiar relación.

La historia no empieza mal. Parece que el film del debutante James McTeigue (discípulo directo de los matrixianos hermanos Wachowski) pueda ir por buen camino. Pero es que la verdad, con la aparición de V, el tío de la máscara, la película empieza a cojear. ¡Y aparece a los tres minutos de proyección! La personalidad de éste es demasiado arrogante como para caer bien al espectador. Arrogante y parlanchín; un xerrameques, como decimos en Catalunya; un plomizo de mucho cuidado, que sólo cierra la boca cuando suelta un par de hostias o anda enarbolando sus afiladas armas. A V le encanta largar interminables parrafadas, revestidas de un lenguaje culto y con cierto regusto por los clásicos. Todo un literato frustrado: Shakespeare y Cervantes se mezclan en sus soporíferos monólogos.

V de Vendetta sigue una larga tradición de enmascarados en la pantalla grande. Al igual que Scaramouche (¡eso sí que era cine!) o el mismo Darkman, utiliza la careta para cubrir su rostro desfigurado, nunca para ocultar su verdadera personalidad. No actúa por un ideal, lo hace por puro resentimiento, lo cual rompe todo atisbo de romanticismo y convierte a su protagonista en una especie de cretino egocéntrico, pues lo suyo, en realidad, se trata de una venganza personal a la que disfraza, de cara al tendido, extrapolándola a todo un régimen político.

Lo mejor del producto, indiscutiblemente, se encuentra en sus actores secundarios. Tres ases del cine británico son los que al final acaban llevándose el gato al agua. Ni enmascarados charlatanes ni heroínas pelonas que valgan la pena, pues la función de Natalie Portman en la cinta no es otra que la de chica florero a la que, accidentalmente, se le ha acabado otorgando el papel de narradora, ya que todo cuanto acontece ocurre bajo su punto de vista. Lo más interesante, tal y como apuntaba, se halla en el banquillo de los suplentes; en ese tripleta interpretativa compuesta por John Hurt, Stephen Fry y Stephen Rea. Los dos Stephens cumplen a la perfección con su cometido, aunque ambos repitiendo los roles habituales en los que (por desgracia) han sido encasillados desde hace tiempo: Fly como gay intelectual y comprometido con las buenas causas; Rea, como hombre apenado y comprensivo, a pesar de su oscura profesión. John Hurt, por su parte, borda el perfil de dictador despótico, auto guiñándose y permutando su papel en 1984; de oprimido a opresor (y repitiendo con la uve)

La estética del film es pobre. Paupérrima. Una serie B incapaz de esconder su condición de serie B. Planos medios o primeros planos son la máxima expresión de un director que no ha sabido otorgarle fuerza a su producto. Ni de manera visual ni narrativamente hablando. Todo parece filmado en el interior de un plató prestado por una televisión de barrio, incapaz de abrir sus planos para no mostrar por error las bambalinas o un sinfín de focos y cables sueltos. Sus fríos y nada atractivos decorados, así como su ecléctico vestuario hacen juego, sin embargo, con esa rocambolesca y desagradable careta que luce el charlatán V.

En definitiva se trata de un cúmulo de despropósitos aburridos y banales que, amontonados uno detrás del otro, convierten a la película en una burrada tan innecesaria como ocurrió con las dos caóticas adaptaciones cinematográficas que McG hizo de Los Ángeles de Charlie. Hay una escena en V de Vendetta, bastante ridícula, en la que la Portman se disfraza de colegiala putita. No digo más para no chafarles que se esconde tras ese atuendo... sólo que personalmente lo encontré de lo más grotesco. Quienes hayan visto la película, hagan la prueba: intercambien a la Portman por Lucy Liu y dará igualmente el pego. Los Ángeles de V. Eso sí: la princesita Amidala, con coletas, minifalda y calcetines hasta media pierna, está para comérsela a bocados.

¿Quieren que les cuente un secreto? Me pasé toda la película sufriendo al imaginarme lo mal que lo debería pasar el doblador español de V, seguramente encerrado en un armario para dar ese tono hermético y lleno de resonancias a su voz. Pobre hombre, oliendo a alcanfor durante semanas.

27.4.06

Ustedes lo han querido: ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA

Vaya testamento cinematográfico nos dejó el gran Sergio Leone. Nada más y nada menos que Érase una Vez en América. Una película tras la que se esconde toda una declaración de principios: la ley del cine según Leone. Una obra maestra en la que se aúnan numerosos conceptos distintos para darle al producto un cuerpo único e indisoluble y en el que su largo metraje (más de tres horas de proyección) no llega a pesar en absoluto al espectador.

Todo cuanto expone en el film el desaparecido director tiene un sentido y una lógica, empezando por la manera de narrar su historia. ¿Alguien podría entender esta película si su narración, en lugar de avanzar y retroceder en el tiempo, estuviera contada de manera lineal? Pensarán ustedes que eso es una aberración. Y lo es. Y resulta tan aberrante debido a que, en su época, cuatro alucinados intentaron colarnos una versión de la misma, destrozada de manera vil por la productora y montada con el culo en orden cronológico. El súmmum del borreguismo.

Sin su estructura original (tal y como siempre la hemos conocido y tal y como la concibió el propio Leone), muchos de los elementos clave de Érase Una Vez en América se irían al carajo, desmoronando por completo una de las lecturas más oníricas y opiáceas (y, al mismo tiempo, la más creíble) de las que corrieron en su día sobre el significado de la obra. Una acertada lectura con la que, además, se borra por completo la presunta irregularidad que muchos quisieron ver en su fragmento final.

Es cierto que su media hora final, respecto al resto del metraje, parece cojear un poco. Una cojera incierta, incluso falsa. No es más que un brillante juego del realizador italiano con el espectador. Su visible cambio de ritmo, sumado a la sensación de irrealidad e intemporalidad que abrigan sus últimas escenas y todos aquellos fragmentos que hacen referencia a una época más cercana a la nuestra, es la coartada ideal para apoyar la tesis de los que intuimos en la película mucho más que un simple film de gángsteres. El film de Leone abriga la historia de una amistad destrozada por una traición: una emotiva reflexión sobre la delación y los remordimientos que atormentan a quienes la ejercen.


Érase una vez en América es todo eso y mucho más. Más; mucho más: La sensible banda sonora compuesta por Ennio Morricone; la delicadeza con que Leone narra los años de juventud de un grupo de amigos que pretenden abrirse camino en Brooklyn mediante la extorsión y la violencia; la presencia de una jovencita (y debutante) Jennifer Connelly bailando al ritmo de Amapola; Robert De Niro dando vida a David "Doodles", uno de sus mejores personajes; niños que crecen en la calle a base de batacazos; una historia de amor imposible; una violación desgraciada; corrupción política, sindical y policial; la serenidad con que la historia avanza a través del tiempo... Todo se aúna, como en un puzzle, desde el primer al último fotograma, construyendo la definitiva cima cinematográfica de Leone. Una cima difícil de igualar en la que, además, tenía cabida el inolvidable personaje, cínico y conciso, interpretado por James Woods, un pedazo de actor al que nunca se le han querido reconocer sus grandes méritos ante la cámara.

Una película planteada, en sus inicios, como una extensión de su otro once upon a time de su filmografía: el C'era Una Volta il West (aquí mal titulada como Hasta que Llegó su Hora), aunque con mejores resultados que las del angosto film protagonizado por Henry Fonda. Un fresco histórico sobre la América actual, esa América que se ha ido forjando a través de inmigrantes italianos, judíos sin escrúpulos y todo tipo de extorsiones a empresarios y pequeños negocios de barrio. La América de don Vito Corleone y de Henry Hill. Esa América violenta en la que, sin embargo, existían ciertos códigos de honor y que se convirtió en cuna de vividores gracias a la descabellada idea de instaurar la Ley Seca.

Una película violenta y radical, pero al mismo tiempo, sensible y emotiva en la que, a través de un guión maravilloso, Leone vertió una imaginería visual como pocos han hecho en el mundo del cine. Un creador de imágenes únicas e imborrables, de esas que quedan grabadas en la memoria para toda la vida, como la de esos niños que, tentando a la muerte, bailan y corretean bajo el puente de Brooklyn o, sin ir más lejos, la de su fotograma final en la que, mediante una expresiva sonrisa de uno de sus personajes –tumbado en una de las camas de un fumadero de opio-, el realizador desvela el parámetro clave que ayudará a descubrir la verdad sobre el superviviente David “Doodles” y sus tres compañeros acribillados a balazos por la policía.

Una maravilla, sin más.

26.4.06

El Hombre Conejo (Una de Cuniculutropía)

Wallace y Gromit: La Maldición de las Verduras es una verdadera delicia; un divertimento único e inteligente. Amparado por el Oscar a Mejor Film de Animación, éste es el producto a través del cual, las dos criaturas fetiche de plastilina de Nick Park -un peculiar inventor y su fiel perro-, han dado el salto del mundo del corto al del largometraje. Un salto que, dicho sea de paso, se merecían desde hace mucho tiempo.

La Maldición de las Verduras tiene muy poco (o nada) que envidiar a la anterior película de la casa Aardman, Chicken Run, ese ingenioso guiño gallináceo a una de las películas clásicas por excelencia del género de aventuras, La Gran Evasión. En esta ocasión, los guiños son a todo un estilo de hacer cine, llevándose la palma los eternos terrores de la Universal, empezando por El Hombre Lobo y acabando por el mismísimo Dr. Frankenstein.

Y no sólo la Universal es la única homenajeada, pues por momentos, la estética que envuelve a Wallace y Gromit parece sacada de esos decorados y ese peculiar tratamiento del color y de la imagen que, durante años, caracterizó a la gótica casa Hammer. Todo ello sin olvidar tampoco a la criatura más millonaria de la RKO, King Kong; aunque un Kong peculiar, en forma de conejo gigante, empecinado en zamparse tantas verduras como le sea posible y tras el que se esconde el primer tratado mundial de cuniculutropía (o sea, como la licantropía pero cambiando los lobos por los conejos).

Su hilo argumental se centra, ante todo, en la obsesión de nuestros dos protagonistas por conseguir erradicar de su aldea a una plaga de conejos hambrientos y devoradores de todo tipo de hortalizas y cereales. Está a punto de celebrarse en el lugar un concurso sobre verduras gigantes, por lo cual todos los vecinos viven ansiosos por ver premiado a alguno de sus mayúsculos cultivos. Sin embargo, temen que el trabajo de un año sea roído por los numerosos animalillos orejones y dentones que por ahí pululan. Wallace y Gromit, convertidos en flamantes propietarios de una empresa pesticida, idearán un sistema mediante el cual los conejos dejen de sentirse atraídos por engullir verduras de manera convulsiva.

Los estrafalarios y alucinados inventos de Wallace, su pasión desmesurada por el queso y un magnífico cruce entre el citado Hombre Lobo y el Dr. Jekyll y Mr. Hyde (en el que cobrará un especial protagonismo un inquieto conejo en zapatillas), darán vida a un delirante enredo por el que desfilarán multitud de estrambóticos personajes, de entre los que cabe destacar a una baronesa preocupada por el destino de los conejitos (o "animalillos de peluche" como ella les llama), a un cazador poco ortodoxo o a un sacerdote que atesora en su sacristía una revista en la que se muestran varias monjas en deshabillé.

Aparte de citar su chispeante guión (un trabajo de amor cinéfilo al cien por cien), valdría la pena resaltar la artesanía y el cariño con los que Nick Park y su Aardman dan vida a sus muñecos de plastilina, moldeándolos y otorgándoles personalísimos caracteres con la ayuda, tan sólo, de tres o cuatro detalles puntuales. Y, ante todo, tener en cuenta el valor de una empresa que, en tiempos de total tecnología informática, opta por prescindir de ésta y sigue apostando por un trabajo más cercano al que en tiempos realizara el gran Ray Harryhausen.

En Barcelona y alrededores, aún se exhibe en alguna sala. Si no la vieron en su día, no la dejen escapar. Una delicatessen que también acaba de ser editada en DVD. Tómense un respiro y denle una oportunidad. Es tan fresca que su visionado libera estrés y mala leche.

¡Cuánto daría por tener un perro tan fiel como Gromit!

25.4.06

Tarde de perros

Spike Lee se deja de monsergas y, al igual que hiciera en su magnífica La Última Noche, busca nuevos derroteros para dar rienda suelta a su cine y a sus neuras. Sin ser un título tan compacto como el citado, bajo mi punto de vista Plan Oculto ya se encuentra entre lo mejor del realizador.

Por primera vez en su carrera, el director entra de lleno en el thriller. Antes, en Nadie Está a Salvo de Sam y La Última Noche, ya había esbozado algunos de los tópicos del género, pero de manera muy sutil y sin acercarse definitivamente a él. Ahora, con Plan Oculto, lo hace de manera muy abierta, dispuesto a ponerse en el bolsillo a un público diferente e intentar, al mismo tiempo, conseguir un taquillaje más solvente de lo que lograba hasta el momento.

Cine de consumo, aunque de una calidad muy superior a la de muchas películas calificadas como de autor. O sea, aquello que algunos llaman -de manera errónea y despectiva- un mainstream. La cuestión es colgar etiquetas y descatalogar ciertos productos decentes que están realizados bajo el amparo del Hollywood más mediático, sin tener en cuenta que muchos darían un ojo de su cara por tener entre sus méritos un mainstream tan compacto como el último trabajo de Spike Lee.

Un Plan Oculto que, aparte de su lado más abierto y comercial, no renuncia para nada a las constantes de todo su cine anterior. El conflicto racial está metido a rachas, con la ayuda de un cuentagotas y sin agobiar con él al espectador. Ese tono en exceso discursivo que vertía en sus películas, ha desaparecido casi por completo, con lo cual su propuesta resulta más fresca y distendida. Y ahora, sus toques raciales, los coloca en el interior de la historia en función de los efectos causados en la población neoyorquina por el 11-S. O, al menos, esa es la impresión que me da el cineasta desde su film anterior, ya que ese odio visceral ha sido cambiado por el miedo hacia otros de raza diferente.

Al igual que en Tarde de Perros, Spike Lee plasma el proceso de un atraco a un banco con rehenes de por medio. Pero, a diferencia del homosexual protagonista del film de Lumet, el cual perpetraba un golpe un tanto desquiciado y desordenado con la única intención de pagarle una operación de cambio de sexo a su amante, el enmascarado de Plan Oculto realiza un golpe calibrado al cien por cien en todos los aspectos y con unos propósitos mucho más ortodoxos que los del gay interpretado por Al Pacino.

Plan Oculto es un producto con ritmo y con un guión tan milimetrado y estudiado como el propio atraco que narra. Recupera a Christopher Plummer y lo convierte en un oscuro personaje escapado del mismísimo Marathon Man. No en vano, ya que por algo el director afroamericano recurre al estilo del thriller setentero, aunque impregnándolo de su propia personalidad y, en parte, dándole la vuelta a muchas de las constantes del género gracias a sus inesperados giros en la narración.

Denzel Washington, uno de los actores fetiche del realizador, es su protagonista principal, el denostado policía que ejercerá de mediador con el secuestrador. Un discreto e interesante trabajo con el que se deja eclipsar conscientemente ante la apabullante presencia de Clive Owen, el hombre que bajo una capucha, un pañuelo y unas gafas de sol ofrece una interpretación tan cerebral y efectiva que es capaz, por momentos, de inspirar tanto ternura como terror en el espectador. Una actuación de esas que se merecerían todos los Oscars del mundo y que muy pocos serían capaces de reconocer.

Jodie Foster cumple bien su cometido, aunque en esta ocasión su presencia es un pelín anecdótica, pero consistente. Ella, al contrario que el poli y el caco, representa al cinismo personificado, la falta de escrúpulos total y absoluta, el mercenario por antonomasia: recoge la mierda de los de arriba y sabe seguir viviendo sin ningún tipo de remordimiento, girando su mirada hacia otro lado. De tanta mierda que ha absorbido en su vida, apesta, a pesar de su belleza exterior.

Vale la pena darle un vistazo a Plan Oculto y dejarse seducir por un Spike Lee más adulto, renovado y menos insistente con sus fobias, aunque como siempre empecinado en trasladar sobre ruedas a sus personajes mediante inevitables travellings frontales. Al fin y al cabo, esa es su firma visual.

Spaulding's Travels

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24.4.06

Extraños en una ventana indiscreta

Ayer tuve la posibilidad de ver el último trabajo de Dari Argento. Se trata de Ti Piace Hitchcock?,un thriller producido directamente para la televisión y su edición en DVD que, en todo momento y a pesar de su irregularidad, (para bien o para mal) contiene las constantes habituales del cine de su realizador.

El director italiano sigue fiel a su estilo. Entre este nuevo film y El Gato de las Nueve Colas, por ejemplo, hay muy pocas diferencias. Antaño se significó como el Rey del Giallo por excelencia y, por lo visto, aún quiere seguir manteniendo el mismo status. Continúa aferrado a aquellas oscuras y violentas historias que tanta fama le dieron, mezclando el horror más cáustico con el thriller policíaco, al tiempo que salpica la pantalla con gruesas gotas y regueros de sangre. Ese Argento que hace años cautivó a muchos quiere seguir vigente, al pie del cañón y con muy pocas variaciones respecto a lo que hacía en su etapa de más esplendor.

Ti Piace Hitchcock? denota los mismos defectos y las mismas virtudes que la mayor parte de su filmografía. Su argumento es demasiado simple. Sus diálogos suenan a pueriles, en extremo básicos y, por momentos, ridículos. Pero, al igual que en sus títulos más celebrados, vuelca toda su sabiduría cinéfila en la creación de escenas de suspense cargadas de una atmósfera de tensión pocas veces conseguida. El tratamiento visual de los colores rojizos, sus rocambolescos movimientos de cámara, los largos travellings o la perversa utilización de la visión subjetiva, se han convertido en marca indiscutible de la casa; momentos que, por supuesto, tampoco podían faltar en esta película y que, en el fondo, acaban siendo lo mejor de sus desiguales resultados.

Tal y como indica su propio título, el film está orquestado como un personal homenaje al cine de Alfred Hitchcock, aunque la verdad es que en ese aspecto no resulta muy original. Al igual que otros directores que han intentado el mismo tipo de guiño cinéfilo se queda en lo más básico, sin atreverse a arriesgar demasiado. O sea, el eterno problema del grueso fílmico de Argento: la creación de guiones que resulten mínimamente verosímiles. Mediante un sinfín –forzadísimo- de referencias directas y evidentes a productos clave de la filmografía del director británico, edifica la historia por la que transcurre Ti Piace Hitchcock?. Así, para narrar los pinitos como detective aficionado de un joven estudiante de periodismo –dispuesto a descubrir al asesino de una vecina de un inmueble cercano-, adorna su trama con persistentes y baratas alusiones a productos como Extraños en un Tren y La ventana Indiscreta.

Un voyeur espiando a sus semejantes desde una ventana (con pierna escayolada incluida) o una escena de violencia filmada íntegramente en el interior de una bañera, son las primarias (y poco ingeniosas) ideas con las que Argento homenajea a uno de los cineastas que más han influido en su carrera. Y lo peor de todo es que, más que a Hitchcock, acaba pareciéndose a un film de Brian de Palma en horas bajas.

A pesar de los pesares y teniendo en cuenta que se trata de un telefilm, éste acaba siendo entretenido. Más que por su cuestionable (o nula) credibilidad, por la elección de unos actores de tres al cuarto o por la creación de un guión tramposo y plagado de cabos sueltos (como ocurre con el nunca aclarado personaje del propietario del vídeo-club), funciona a muy buenos niveles cuando el realizador romano muestra su parte más gótica y funesta, dosificando a la perfección el suspense y apoyándose, para ello, en la excelente banda sonora compuesta por Pino Donaggio quien, con sus acordes y el múltiple uso de instrumentos de cuerda, nos hace rememorar las melodías que Bernard Herrmann compuso para don Alfredo.

Si a usted también le gusta Hitchcock, remítase a los originales... por mucho Dario Argento que firme esta película.

22.4.06

Haga usted su propia película de David Cronenberg

Ante todo, quiero dejar bien claro que tengo un especial respeto por David Cronenberg. En primer lugar porque, físicamente, se parece en exceso al jefe de mi mujer, y en eso siempre hay que ir con pies de plomo. Y, en segundo lugar, porque el realizador me hizo descubrir que Jeff Goldblum, aparte de ser un tío largirucho y raro, tiene cara de díptero.

Pues nada. Si a usted le pirra el cine del canadiense y le apetece en cantidad hacer una película con su mismo estilo y elegancia (sobre todo, elegancia), déjese aconsejar por mi oronda persona y, tras el estreno de su ópera prima, logrará ser ensalzado por los críticos más sesudos y el público más culto.

Antes de tomar nota de los siguientes puntos, aposente sobre su nariz unas gafas de montura de pasta (aka gafapastas) y transforme su dicción en una exquisita mezcolanza entre el francés y el inglés de Norteamérica.

Vayamos al grano:

1) Piense en todo tipo de enfermedades degenerativas y, a ser posible, que impliquen una degradación tanto psíquica como física en el infortunado individuo que la padezca. Personalmente, me inclinaría por un delicioso combinado entre la lepra y la esquizofrenia.

2) Para darle más realeza al asunto, inocule unas cuantas bacterias portadoras del organismo Mycobacterium leprae al que haya elegido como protagonista de su film. Las citadas bacterias puede conseguirlas a buen precio en el mercado negro, en su farmacia habitual o hurgando en las tapas del esmerado Bar Manolo, Cocina Familiar. La última opción es la más efectiva y económica.

3) Su protagonista ha de ser un tipo alto, desgarbado y con pinta enfermiza. Sin ir más lejos y buscando en nuestro país, me inclinaría por una especie de Oscar Ladoire. Una vez dispuesto, llénelo de llagas, protuberancias y heridas abiertas.

4) Es indispensable que, en una de las escenas clave de la película, un fermoso y rollizo gusano asome lentamente por una de las heridas. Se trata del momento ideal para que la novia de Ladoire le dé un lascivo lametón al asqueroso gusarapo. Con ello, causará un efecto fenomenal a la platea

5) Su Oscar Ladoire particular ha de ser un personaje misterioso y gris; un funcionario empleado en los funestos y polvorientos sótanos de una oficina de Correos. Tras ver Ben-Hur en un cine de mala muerte -al tiempo que una puta vieja y desagradable le practica una manola-, quedará prendado de las familiares leprosas de Charlton Heston. Es tal su obsesión por esas dos mujeres que adquirirá irrefrenables deseos de contraer tan bíblica dolencia. Para ello, acude a la leprosería más cercana y le hace el amor, de manera altamente apasionada, a una paciente del centro médico.

6) La paciente ha de ser una mujer bella y sensual, pero purulenta y llagada. Él ha de meterle la lengua por todos los orificios de su cuerpo, hasta que descubra que la leprosa, aparte de las heridas causadas por su enfermedad, está dotada de un rabo rosado en forma de caracolillo al final de su coxis. Ello le causará tal trauma psicológico que, al empezar a notar los primeros síntomas del contagio, iniciará una sanguinaria e imparable carrera como serial-killer, acabando con la vida de todos los tocinos de su comarca.

7) La fotografía de la película ha de ser muy oscura, exageradamente tenebrosa. La ambientación intemporal, para que el espectador nunca sepa si se trata de un film futurista o del pasado. Es indispensable que la mayor parte de sus pasajes sean tratados de manera onírica. La mezcla entre realidad y sueño nunca falla: le dará prestancia a su producto.

8) Nunca han de quedar claras las intenciones por las que Ladoire mata a tantos puercos. Todo ha de ser confuso, aunque con sus actos (y siempre pensando en el espectador más curtido e inteligente) ha de apuntar sibilinamente hacia cierta crítica de la sociedad actual. El abuso del precio del jamón tras la instauración del euro, la similitud entre las pocilgas y los consejos de ministros o el malestar de los payeses por sus condiciones de trabajo, han de convertirse en segundas lecturas escondidas tras los crímenes cometidos por tan pusilánime leproso.

9) No se olvide jamás de colocar alguna que otra referencia a una posible rebelión de las máquinas (la aparición de una lavadora con voz propia o de un secador de pelo fabricado con piel de gallina, son dos buenas y alegóricas imágenes sobre el tema).

10) De vez en cuando, sin abusar demasiado, haga que algunas de las protuberancias e hinchazones de Ladoire vayan explotando. Un manchón de pus sobre un espejo siempre resulta de un efectismo tremendo. Y más si el impacto de la secreción va acompañado de un contundente efecto sonoro; algo así como un flashpruffffshi compuesto con la ayuda de un teclado electrónico. Con esa supuración expulsada a mucha velocidad contra el cristal, conseguirá una ingeniosa alegoría en la que el ser humano como individuo, único e intransferible (el pus), se vea reflejado (el espejo) como una partícula más de la ponzoñosa sociedad en la que se ve inmerso.

11) El final ha de ser inconcreto. Muy inconcreto. Le propongo una plano picado y alejándose hacia atrás en el que Ladoire, hecho trizas y con todos sus pellejos levantados, esté follando de nuevo con la leprosa. El marco escenográfico ha de ser el interior de una pocilga, mientras varios cerdos observan como copula la pareja. Ella, la leprosa, ya estará sanada: ni una sola llaga en su cuerpo. Y la cola de cerdo que la caracterizaba habrá desaparecido por completo.

Con estos ingredientes habrá logrado una película de culto, de esas que aguantan años y años en sesiones golfas de fines de semana. Centenares de internautas dedicarán páginas exclusivas a su título. Y tras unos diez o doce productos más con constantes similares, podrá filmar una obra maestra en la que no habrá ni una sola purulencia.

21.4.06

Papumares

Cuando cualquiera de estos dos caballeros abre la boca, la cosa va a Misa.

La extraña pareja

Hay directores, como Lasse Hallström, que se desenvuelven como pez en el agua con cierto tipo de cine intimista. No necesitan muchos giros ni demasiadas sorpresas en sus películas; ni siquiera se ven obligados a contar muchas cosas en ellas. Tal y como ocurre en su penúltimo film estrenado, Una Vida Por Delante, en donde la fuerza de éste se apoya en el dibujo y las interpretaciones de sus personajes protagonistas.

Trabajar con dos tipos de la envergadura de Robert Redford y Morgan Freeman tiene trampa: en un principio, a eso se le llama jugar con ventaja, pues difícilmente gente de ese carisma pueda ofrecer una mala interpretación. Los dos están para sacarse el sombrero. Redford, por primera vez en su carrera, acepta por fin ser mayor ante la cámara, mientras que Freeman repite uno de sus roles habituales, el del buen y fiel amigo que ha acabado convirtiéndose en una especie de Pepito Grillo particular para sus más íntimos. Ellos en la película son, respectivamente, Einar Gilkyson y Mitch Bradley, dos cowboys solitarios y ya mayores que viven en la misma finca. El primero, mientras cuida su ganado, llora en silencio la muerte accidental de su hijo; su amargura lo ha convertido en un cascarrabias de tomo y lomo. El segundo vive postrado en cama tras haber sido atacado por un oso, necesitando de los cuidados de Einer para realizar sus tareas diarias más básicas. La llegada al lugar de la nuera de Einer, Jean, huyendo de un hombre que la maltrata y acompañada por su hija, romperá el universo hermético de los dos vaqueros. Los reproches entre la joven y su suegro y la presencia del oso encerrado en el minúsculo y cutrón zoológico de la población, serán los engranajes sobre los que se desplace el producto.

Contra todo pronóstico, la presencia en la cinta de Jennifer Lopez (encarnando a Jean) no desentona en absoluto al lado de dos monstruos como Redford y Freeman. La mujer no llega a estar a la altura de éstos, aunque mantiene un nivel muy elevado en su trabajo, saliendo incluso airosa en los numerosos duelos interpretativos que mantiene, cara a cara, con el protagonista de Memorias de África. Nunca lo iguala, pero siempre muestra una corrección sorprendente. Y más viniendo de una actriz tan cuestionada como ella.

Una Vida Por Delante es un film sencillo, sin pretensiones ni estridencias. No destaca por su originalidad, aunque sí por la personalidad que le otorga su realizador, pues éste se mantiene fiel a su estilo habitual. Da más relevancia a la detallada y minuciosa descripción de sus personajes que a la mínima excusa argumental que los envuelve; unos seres quemados, con muy pocas esperanzas e ilusiones para continuar luchando que, marcados muy de cerca por la tragedia, se necesitan los unos a los otros para seguir al pie del cañón. Y, al igual que en muchos de sus títulos, el director sueco sabe rehuir cualquier tipo de melaza en una emotiva trama bañada de sentimientos. Jamás cae en el error de buscar la lágrima fácil, conformándose tan sólo con exponer unos hechos muy concretos.

Una historia agradable, de las de siempre, pero con mucho gancho, con personajes entrañables, desbordante en emociones y dotada de un particular sentido del humor. Un precioso canto a la amistad. Sólo por la atípica relación que mantienen Redford y Freeman vale la pena darle un vistazo.

20.4.06

Spaulding y El País

Ni la medicación diaria conseguirá hacerme dormir esta noche. Estoy sorprendido. Tembloroso; como un flan. He pedido prestado un babero a mi sobrino y he solicitado una cita urgente a mi médico.

Pinchen en la foto de arriba y descubrirán que se esconde en realidad tras mi conmocionada mirada.

19.4.06

Ustedes lo han querido: CRASH

David Cronenberg, el director de Una Historia de Violencia, es un tipo al que desde sus inicios le gusta retratar todo tipo de degradaciones, tanto físicas como psíquicas. Su cine, en general, ha diseccionado varios de los procesos degenerativos en el ser humano, normalmente bajo un punto de vista deformante, amparándose en el género fantástico y dotando a sus títulos de cierto aire insolente.

El realizador canadiense se planteó Crash como una provocación en toda regla. Tanto es así que, por culpa de su (también) enfermiza obsesión por llegar más lejos que otros en determinados temas, se alejó inconscientemente de marcar unas pautas mínimamente coherentes para narrar la historia que nos plantea. Una historia en donde sus principales protagonistas son los accidentes automovilísticos y al mismo tiempo, siguiendo con otra de sus obsesivas fijaciones, las taras y deformaciones físicas que éstos dejan en sus conductores y pasajeros. Así por ejemplo a Rosanna Arquette -en un rol bastante episódico-, la enfunda en un ceñido y corto vestido de cuero plagado de piezas ortopédicas para sujetar sus dañadas piernas.

Crash tiene un poco de todo, pero sin gracia y mal expuesto. Un coctel indefinible de géneros e intenciones: una película erótica, morbosa y malsana; un melodrama con toques gores; un thriller sin intriga ni misterio alguno y un film de vampiros y vampirizados. ¿Quién da más? Ya lo dice el refrán: quien mucho abarca, poco aprieta. Cronenberg, a lo largo del film, lanza la piedra en varias ocasiones, pero ésta siempre se queda a mitad de camino. Jamás atina un blanco y lo único que consigue es una amalgama, sin orden ni concierto, de numerosos escenas en las que lo obsceno y lo desagradable se aúnan sin lógica alguna.

Crash habla de los accidentes de coche. Convierte en objeto de culto a las víctimas de algunos siniestros considerados como únicos e irrepetibles. James Dean y Jane Mansfield son sus ídolos, pues se encuentran en lo más alto del top en cuanto a batacazos brutales se refiere. El culto al accidente deja paso al culto a la muerte, a los miembros apuntados y a los amasijos de hierro retorcidos y manchados de sangre, marcándose como meta de su delirio el poder copular en el interior de un automóvil accidentado.

No hay un guión lineal. La película está construida a golpe de anécdotas desagradables. Sólo busca escandalizar con su mezcla de ortopedia, hierro, sangre, sudor y semen. Poca cosa más ofrece. Tan sólo -y como excusa argumental- una mínima historia en la que mezcla a una pareja de amantes ansiosos por descubrir nuevas sensaciones sexuales con una extraña secta, adoradora de los carros destrozados y de los miembros amputados, cuya cabeza visible (un gurú que bien podría apellidarse Drácula) esgrime un magnetismo especial con sus más fervientes seguidores.

Por la película pululan varios personajes, aunque la mayoría de ellos son como el Guadiana: aparecen y desaparecen. Cuando Cronenberg se cansa de ellos, los aparta de la escena, sin más explicación, tal y como ocurre con el personaje interpretado por Holly Hunter. Otros, que parecían mucho más secundarios, cobran una relevancia innecesaria, como en el caso de la obsesa a la que da vida una sensual Deborah Kara Unger (sin lugar a dudas, lo mejor del film... aunque sólo sea por su presencia física). Esa inestabilidad a la hora de tratar con sus personajes demuestra que se trata de un film vacuo; una pedantería falsa y engañosa tras la que se esconde un forzado tratado sobre la morbosidad humana.

Y digo engañosa porque, tras su meticuloso y atractivo tratamiento visual del sexo y el mal gusto, no hay nada más. La nada. El vacío más profundo... Bueno... un poco menos... ya que está la Unger. Y dicen que menos da una piedra.

¿Saben que en su día salí entusiasmado tras su estreno? Como digo: un engaño.

18.4.06

La Mona

Ayer, como cada lunes de Pascua, Catalunya celebró el Día de la Mona. No vayan ustedes a pensar que se trata de una jornada dedicada a los simios de este extraño planeta que habitamos. La Mona, en realidad, es un pastel (generalmente de chocolate), adornado con motivos de actualidad o infantiles, que suele ofrecer el padrino a sus ahijados. Pura tradición familiar. El día más celebrado del año por los golosos de solemnidad.

Debido a que hace tiempo que nadie me regala la Mona, ayer decidí pensar en otra mona: una de las de toda la vida, más real y casi imperecedera. O al menos, tras cumplir 74 años hace muy poco días, esa es la impresión que da la genuina mona Chita.

Fresca como una rosa, guerrera como en los tiempos en que sentía celos de Jane por esos arrumacos que le daba a su Tarzán, la semana pasada recibió un galardón de manos de Antonio Trashorras, el director del Festival Internacional de Cinema de Comedia de Peñíscola. Un premio honorífico en reconocimiento a los gags que la estrella simiesca aportó al mundo de la comedia cinematográfica.

Hasta hace cuatro días, Chita fumaba algún que otro cigarrillo y tomaba una copa diaria de güisqui. Seguro que en esos pequeños detalles se esconde el secreto de su eterna juventud. Ahora ni fuma ni bebe; mal asunto.

Ayer, me armé de valor y la llamé por teléfono para felicitarle por su merecido galardón:

- Felicidades, Chita – le espeté al descolgar ella el teléfono.

Un silencio sepulcral al otro lado de la línea. Sólo oí un respirar entrecortado y débil.

- Chita, soy Spaulding. I am Spaulding

El corazón me dio un vuelco, pues esa mona, privada de su nicotina y de su ración diaria de alcohol, a sus 74 años (que, para un simio, es decir muchos años), lanzó un profundo mensaje que debería quedar grabado en la memoria de todos ustedes. Tomen nota del mismo:

- ¡¡¡¡¡uuuuuuhhhhh!!! ¡¡¡uhhhhhh!!! ¡¡¡uuuuuuh!!!...... ¡uh! ¡uh! ¡ungh!

¡Que sabia es Chita!

14.4.06

A dieta

¡Estos tipos hoy lo van a pasar muy mal...!



La Iglesia hoy les obliga a comer bacalao...

13.4.06

Ellos también hicieron publicidad: Roger (XIV)

Antes de ser 007, Roger Moore fue chico 103, tal y como demuestra la imagen de abajo, la cual fue realizada durante una campaña publicitaria de ese licor perpetrada en Barcelona a mediados de los años 60. Carteles y spots televisivos con la imagen de Moore, inundaron nuestro país durante meses. El hombre, por aquel entonces, era la estrella de una de las series televisivas más populares en España, El Santo. No tenía nada que ver con ese luchador mejicano al que tanto respeto. Él era otro Santo, Simon Templar, un tipo que, al igual que su homónimo mejicano, luchaba contra el mal desde su posición de aguerrido e intrépido periodista.

Años más tarde el actor ganó posiciones. Del 103 saltó al 007, aunque con un breve paréntesis como Persuasor al lado de Tony Curtis. El (dudable) prestigio de Moore estaba subiendo como la espuma. Su tarea era difícil: hacernos olvidar la jeta de Sean Connery metiéndose en la piel de James Bond. Todo un reto. Y, contra todo pronóstico, nuestro Santo consiguió lo que parecía casi un imposible en un actor de tan poco carácter como él, pues acabó otorgándole al espía británico un carácter muy personal y desenfadado. Un papel que, sin embargo, tuvo que abandonar cuando empezó a caérsele demasiadas veces el peluquín durante sus luchas con los malvados sicarios de Spectra.

Muy ingles y muy sibarita, sí... pero el tío engullía el 103 como si fuera un brandy de exquisito paladar.

12.4.06

La jungla de asfalto

Richard Donner, después de algunos resbalones y demasiadas secuelas de Arma Letal, ha regresado. Y lo ha hecho con fuerza, demostrando la profesionalidad con la que antaño afrontara títulos como La Profecía o Superman. 16 Calles es su nuevo trabajo. Un thriller en toda regla. Un thriller cáustico, trepidante, cargado de mala leche y con algún que otro rasgo cercano al de los tópicos del cine negro de toda la vida, empezando por el acabado personaje interpretado por un Bruce Willis fuera de serie.

En esta ocasión, el protagonista de Jungla de Cristal, rompe un tanto con su imagen de héroe de acción para conseguir el amargo retrato de un antihéroe sin futuro. Para ello, no ha dudado en nada a la hora de cambiar su look habitual para encarnar a Jack Mosley, un detective de policía de la ciudad de Nueva York que ha perdido todo tipo de credibilidad ante sus compañeros. Jack es un tipo desaliñado, cojitranco y un tanto cascarrabias. La pesadez física y el exceso de alcohol que habita en su cuerpo hacen que respire con dificultad tras dar cuatro pasos. Sus superiores sólo recurren a él cuando se trata de cubrir un servicio sin mucha importancia, como por ejemplo atender en solitario la llegada del forense al escenario de un crimen. Él ya se encargará de matar las largas horas de espera con la ayuda de su mejor amiga, la botella.

La rutinaria misión de acompañar a un detenido al Palacio de Justicia, situado a 16 calles de su comisaria, la aceptará a regañadientes Piensa que, al igual que de costumbre, esa es otra de tantas tareas más, sin importancia alguna, destinada al borracho de turno... aunque la realidad, en esta ocasión, va a ser muy diferente.

Donner demuestra que el buen cine de acción ha de ser algo más que imagen, mamporrazos y persecuciones. Un mínimo de guión siempre es imprescindible. No son necesarios varios giros argumentales para enganchar al espectador en su trama. En 16 Calles ofrece una historia sólida y entretenida, en la que destacan un par de impresionantes diálogos entre Bruce Willis y David Morse, el malo de turno. Un Morse impagable que aguanta a la perfección el duelo interpretativo con un Willis distinto. Ni uno ni el otro recurren a histrionismo alguno para representar a sus respectivos personajes. Están perfectos. Y es que, durante su metraje, los dos actores coinciden tan solo, cara a cara, en un par de inolvidables ocasiones: momentos únicos y casi antológicos. Lo que dicen -y tal y como lo dicen- hace que salten chispas entre ellos, contagiando a la platea con la misma emoción. La solidez de sus diálogos y la vibración que transmiten con su actuación forman parte indiscutible del mejor cine.

16 Calles es tensa y al mismo tiempo conmovedora. Donner tiene oficio y lo invierte en este título al cien por cien. Cuenta una historia de siempre, pero de manera diferente, con mucha garra y manteniendo el suspense en todo el metraje. No busca epatar con sus imágenes. Su cine es más sencillo de lo que aparenta, pero tiene mucho cuerpo. Con cuatro trazos describe a sus personajes y los hace de carne y hueso, palpables, reales. Poco ha de explicar sobre ellos, pues la manera con la que estos afrontan ciertas situaciones extremas los define de sobras.

El film tiene un aire narrativo y escénico cercano a la tercera entrega de Jungla de Cristal, aunque con un John McClane con muy pocos telediarios por delante, renqueante y perfumado de whisky barato; se acerca al espíritu suicida del Mel Gibson de la primera Arma Letal, e incluso (si mucho me apuran) entronca directamente con el western, a través del mismo espíritu de sacrificio y heroismo que mostraron John Wayne y Dean Martín en la eterna Río Bravo.

En el supuesto de que Donner hubiera eliminado su innecesario y moralista epílogo final, al tiempo que suavizara la interpretación del cargante Mos Def (el detenido de color que ha de custodiar Willis), tendríamos un producto redondo en todos los aspectos. Y es que, a veces, no se puede tener todo. Nadie es perfecto.