30.8.10

Esta película ya la he visto antes

Conocerás Al Hombre de Tus Sueños es la clara demostración de que Woody Allen lleva años encallado en el mismo rollo. Falta de inspiración o la ley del mínimo esfuerzo, tanto da. Sea como sea, vuelve con la misma historia de siempre. Idénticos personajes, idénticos chistes (poquísimos), idénticos ambientes sociales... Vaya, un déjà vu en toda regla que empieza a resultar ofensivo.

En esta ocasión, la acción se centra en Londres. Aunque, por lo que cuenta y como lo cuenta, también se podría haber ambientado en Nueva York o en Cassà de la Selva. Todo un sicario de la industria. Y, al igual que en Hanna Y Sus Hermanas, Delitos y Faltas o Maridos y Mujeres (y aquí me paró para no listar una sarta interminable de títulos), se enfrenta por enésima vez a las relaciones de pareja. Como es habitual en él, lo hace centrándose en parejas de gente de su ambiente. O sea, la cultura ante todo. Tratantes de arte o escritores sin musa, personajes que parecen haberse eternizado en ese cine agónico que Allen realiza en los últimos tiempos. Citas pedantillas sobre literatura, pintura u ópera no podían fallar. Y, como contrapunto de ese mundo intelectual con el que tanto se identifica, sitúa a la rara avis de turno para ridiculizarla: una prostituta inculta que desconoce el nombre de Ibsen. Todo un toque de desagradable clasismo (demasiado habitual en su obra) que delata la parte más estancada y prepotente de un Woody Allen que está perdiendo los papeles.

Los clichés de siempre están servidos. La interactividad entre todos sus personajes tampoco podía faltar, aunque sin nervio y, por mucho que lo intente, sin gracia. Al molde que el director guarda en su caja fuerte para forjar sus películas (igual que en una cadena de producción industrial), se le ha roto el engranaje que contenía su vertiente más coñona y ácida. Ahora las pelis le salen calcadas, sosas y sin mala leche. Y es que escribir y dirigir una película (por sus cojones) cada año, acaba con el frescor de muchos de sus viejos títulos.

Los actores (con ciertas salvedades) siempre son lo mejor del cine de Allen. Naomi Watts está imponente, al igual que Gemma Jones o Josh Brolin. Banderas hace de Banderas (o sea, un exceso de muecas y poca chicha) y a Anthony Hopkins, en un rol visto hasta la saciedad en otros films, le ha tocado meterse en la piel del Woody Allen actor mediante de un registro plagado de gesticulaciones y tartamudeos.

Esta película la he visto ya con anterioridad tantas veces que empiezo a desconfiar de su autor. Fue grande, hizo obras insuperables y nos sorprendió a un montón de cinéfilos. Personalmente, he de reconocer que durante décadas me gratificó con un cine excelente. Pero ahora, en la actualidad, he dejado de creer en él. Me cansa, me aburre, me satura. Sus neuras ya no me aportan nada en absoluto. Al contrario, me indigna. Y es que los tiempos de Zelig o Balas Sobre Broadway ya quedan muy, muy lejos.

Por cierto: ¿algún día dejará de filmar la escena en la que dos personajes asisten a la representación de una Ópera para intercambiar miraditas entre ellos? Lo dicho: me fatiga.

26.8.10

EN RESUMIDAS CUENTAS: de músicos, fregonas y embarazadas

Y dura... y dura... y dura. El Concierto ya lleva meses aguantando estoicamente en la cartelera barcelonesa. Y, sin ser una mala película, la verdad es que no hay pá tanto. El rumano Radu Mihaileanu es su realizador, el mismo que en 1998 lograra, con El Tren de la Vida, una efectiva y ácida comedia muy al estilo del To Be Or Not To Be del maestro Lubitsch. Si en esa todo giraba alrededor de un gran engaño montado por un grupo de judíos para escapar del holocausto nazi, en El Concierto propone otro tipo embuste de coordenadas igualmente corales.

En su film, Mihaileanu muestra el resurgir de las cenizas de un director de orquesta que antaño perdiera su empleo al frente de la célebre Orquesta del Bolshoi por enfrentarse directamente con el régimen de Brezhnev. Aprovechando una invitación oficial no precisamente dirigida a él, decide reunir a sus viejos músicos judíos y, mediante a un artificioso engaño, organizar un gran concierto en el Chàtelet de Paris. Los fantasmas del pasado no tardarán en aparecer.

La comedia empieza bien. Promete sus buenos gags. Y los tiene, sobretodo en lo que hace referencia a su parte más coral, justo cuando retrata a algunos de los componentes de la antigua banda. Pero la cosa empieza a torcerse al forzar en exceso una abultada farsa que no acaba de resultar creíble. Y se desvía aún más cuando comienza a moverse (o, mejor dicho, resbalar) por terrenos sentimentaloides que acaban totalmente con su agradable aspecto paródico.

Los amantes de la música clásica y, en concreto, de Tchaikovsky, pueden disfrutar de lo lindo. Al resto de mortales, aparte de su gracioso arranque, siempre nos queda el consuelo de deleitarnos con la presencia de una espléndida Mélanie Laurent, la heroína de Malditos Bastardos, un nombre que ya apunta alto.


Más interesante me parece la propuesta de la neozelandesa Christine Jeffs quien, con Sunshine Cleaning, da una nueva vuelta de tuerca a un tema explotado en varias ocasiones a lo largo de los últimos años: el de las empresas de limpieza que se dedican a dejar impolutos los escenarios en los que se han producido muertes violentas. Primero fue Tú Asesina, Que Nosotras Limpiamos la Sangre y, hace muy poco, el thriller Cleaner.

Dos hermanas de caracteres opuestos son sus protagonistas. La una, madre soltera; la otra, una joven rebelde sin oficio ni beneficio. Ambas, a propuesta del policía amante de la primera, decidirán estrenarse al mando de una nueva empresa nada habitual para poder dejar atrás su latente miseria. Muy cerca de ellas, el padre de las dos y el hijo de la mayor, un niño con ciertos problemas de adaptación.

Sunshine Cleaning plantea su historia desde un prisma inequívocamente indi. Familias disfuncionales, un toque de crítica social y un perverso toque de humor vitriólico son las características principales de un film que posee muchos puntos de contacto con Pequeña Miss Sunshine (quizá demasiados), incluyendo la presencia de un insuperable Alan Arkin repitiendo su papel de abuelo. Atención, ante todo, al buen hacer de las dos actrices principales: Amy Adams (en un rol encantador y menos azucarado de lo que es habitual en ella) y la cada día más sorprendente Emily Blunt. El resto es lo de siempre en este tipo de productos, aunque bien llevado y con unos personajes perfectamente perfilados.


Mi Refugio, el nuevo trabajo del parisino François Ozon tras la desesperante Ricky (el Tobi con pretensiones intelectualoides), es un film intimista que peca por su exacerbada lentitud y por lo previsible que resulta su final. Un melodrama de armas tomar que, a pesar de los claros esfuerzos de su realizador por emocionar al espectador, no llega a despertar el más mínimo interés. Demasiados temas aglutinados en un solo título, apelotonados un tanto sin orden ni concierto, hacen de este un producto igual de presuntuoso que la mayor parte de su filmografía.

Heroína, drogadicción, muerte, amor, maternidad, homosexualidad, lucha de clases, soledad... ¿Quién da más? De todo un poco y al saco. Mousse es una chica que, tras la muerte por sobredosis de su pareja, deberá enfrentarse a su propia desintoxicación y al dilema de sacar adelante el embarazo que le acaban de diagnosticar. Refugiándose en una idílica casa campestre, sin familia y rechazada por los padres de su difunto compañero, tan sólo recibirá el apoyo del hermano del desaparecido.

Un exceso de planos muertos y silencios alargados hasta límites insostenibles se convierten en marca de la casa. Hasta el propio Haneke, ante tanta inmovilidad, podría sentirse celoso del trabajo de Ozon. Tan sólo cuatro apuntes al margen cargados de buenas intenciones, la belleza de los paisajes normandos fotografiados y el digno trabajo de Isabelle Carré, su protagonista femenina, se salvan de entre tanto aburrimiento y pedantería.

24.8.10

Abandonados

Toy Story 3 es, sin lugar a dudas, la película más interesante estrenada este verano. Al contrario que la saga Shrek, la cual empezó perfecta y fue yendo de mal en peor, los responsables de Toy Story se superan a sí mismos. Su derroche de imaginación, la forma de perfilar genialmente a todos sus personajes (del primero al último) y el trepidante ritmo otorgado a la historia, hacen de ella una entrega tanto o más compacta que sus dos predecesoras.

Una saga que no decae. Sus gags no dejan de sorprender. Se autohomenajean con gracia, mientras que sus no muy abusivos guiños cinéfilos resultan de una sutileza exquisita, nunca suenan a forzados. La aventura inicial a bordo de un tren, a modo y manera de la de Indiana Jones y la Última Cruzada, o la inesperada reconversión de Buzz Lightyear en un seductor latino y bailaor capaz de levantar la libido a la vaquera Jessie, son dos representativos pasajes que resaltan lo fantasiosas y metódicas que son las mentes capaces de perfilar las historias en las que se ven envueltos los juguetes creados por la gente de Pixar.

Con el fin de evitar vicios adquiridos en las dos anteriores. John Lasseter se ha alejado de la dirección, afianzándose más en aspectos de guión y producción y dejándole la batuta a su colega Lee Unkrich. Éste, que ya había co-dirigido Toy Story 2 con el propio Lasseter y Ash Brannon, demuestra dominar en solitario el cotarro como nadie. En Toy Story 3 no hay momento para el descanso. Incluso se muestra diestro en el dominio del 3-D, utilizándolo como una herramienta más sin entretenerse, a pesar del sistema. en buscar los efectos más espectaculares. Siempre prima la historia antes que el habitual (y cansino) efectismo de una técnica que hace que muchos olviden que el guión es lo más importante. Y, en este caso, Unkrich supera la prueba con nota altísima.

No dejen de verla. Acérquense al cine y denle su apoyo a unos juguetes que están pasando un mal rato. Ellos también tienen su corazoncito. Tantos años al lado de Andy, el niño de la casa, y éste, ya crecidito, me los abandona para largarse a la Universidad. ¿Cual será su destino?, ¿jugarán con otros niños?, ¿verán sus días acabados en un basurero?, ¿quedarán encerrados para siempre en un desván?... Ofrézcanles su aliento, pobretes, pues se lo merecen. En compensación, les divertirán e incluso les emocionarán. No tiene desperdicio.

Y ante todo préstenle especial atención a uno de los nuevos y sorprendentes personajes: un bebé tuerto y de lo más siniestro digno de los viejos films de terror de la Universal. Sencillamente impresionante.

17.8.10

Los timadores

Ávido de clásicos, el otro día compré un par de deuvedés que aún no poseía en mi amplia colección: El Signo del Zorro (la del 40, con Tyrone Power) y Los Girasoles (título emblemático de De Sica con Mastroianni y Sophia Loren). El primero editado por Fox y el segundo por IDA Films. Un par de engendros de ediciones. Un par de timos como dos catedrales. Les cuento:

Fox, en la que ellos llaman colección Studio Classics, tiene las santas narices de poner a la venta El Signo del Zorro, un clásico del cine de aventuras en magnífico blanco y negro, aunque escondiendo en su carátula que se trata de una asquerosa versión coloreada, sorpresa que uno se lleva cuando se dispone a ver la película y descubre las mejillas rosadas del Power y unos pastos de un verde subido tipo parchís chillón. Si les apetece pintarrajear películas, allá ellos, pero al menos que adviertan en su portada que los niñatos de la Fox se han dedicado, para esta versión, a estampar colorines a tutti plen. Las sombras y los múltiples matices grises de la fotografía original, a tomar polculo. Ni respeto por la obra ni por el cliente. Al menos, en EE.UU., la sacaron al mercado con las dos opciones en la misma edición. O sea: blanco y negro para los amantes del cine y coloreada para los más chorras de la casa. En España, sólo a todo color(eado).

Es más, los muy jetas ni siquiera avisan del coloreo del film en la publicidad que del DVD hacen desde su propia Web. Ver para creer ¡A robar carteras...!

Lo de Los Girasoles de don Vittorio de Sica, edición vía IDA Films, también tiene delito. Dejando ya a un lado su deficiente imagen, lo peor de todo es que cuando uno opta por verla en su versión original italiana subtitulada, los subtítulos en castellano son minúsculos. Peor que minúsculos: diría que casi microscópicos y mal contrastados, imposibles de leer sin situarse a menos de un palmo de la pantalla. Total, que para subsanar la imposibilidad de enfrentarse a los subtitulillos sin quemarse la vista, toca decantarse por la versión doblada en español. Jódete patrón. Y hete aquí cuando llega la segunda sorpresa, pues se trata de una banda de sonido totalmente deteriorada, en donde las voces quedan apagadas por culpa de un exceso de agudos en los efectos de sonido y en la inolvidable partitura compuesta por Henry Mancini, así como repleta de vibraciones insoportables debido a que la música patina y llora en multitud de ocasiones. Irritante e insufrible. Insultante. Todo un derroche de mal gusto que el cliente ha comprado totalmente engañado. ¡A robar carteras...!

De este film, por suerte, existen otras ediciones que supongo deben estar en mejores condiciones. No caigan en el error de comprar esta zafiedad de IDA Films.

La SGAE insiste en que las descargas de Internet son ilegales. Un servidor, después de pagar por esta mierda de copia y sin ganas de volver a gastar más euros por un título ya comprado, recurrió a la ilegalidad de Internet para disfrutarla en perfectas condiciones. O sea, buenos subtítulos y una banda sonora más que aceptable.

“No robarás un coche, no robarás un libro, no robarás una película..." y además sufrirás nuestro anuncio acusándote de pirata cada vez que nos compres un DVD, deberían añadir. Pero ellas, las editoras, tienen todo el derecho a timarte.

Zarrapastrosos, que son unos zarrapastrosos.

9.8.10

Sueños de grandeza (la gran boutade)

No contento con que la crítica dejara por las nubes mediante todo tipo de elogios a El Caballero Oscuro, Christopher Nolan se ha propuesto ahora rizar el rizo con Origen, un título que no dejará indiferente a nadie y que, entre otras cuestiones, intenta revolucionar el cine a través de su narrativa. Una pretensión que sólo esconde lo pagado de sí mismo que está el director.

Origen no es más que un Ocean’s Eleven planteado de forma rocambolesca para que los más sesudos crean que se encuentran ante la obra magna del siglo. En lugar de asaltar un casino, el grupo protagonista, por encargo de una corporación, ha de conseguir extraer un secreto muy bien guardado de la mente de un heredero millonario. Una Mision:Impossible de "ensueño", con un mucho de Matrix y con el claro referente implantado por clásicos (insufribles hoy en día) como El Manuscrito Encontrado en Zaragoza o El Año Pasado en Marienbad. La pedantería, aunque en formato blockbuster, está servida.

Nolan plantea la acción del film de manera que, en general, resulte difícil distinguir entre realidad y sueño. Nunca se aclara, a ciencia cierta, en cual de los dos niveles se encuentran sus protagonistas, a excepción de la claridad de su última media hora en la que se juntan tres sueños distintos, cada uno de ellos dentro de otro y jugando manipuladoramente con la ecuación tiempo/espacio. Una manera como otra de convertir la empanada en una Nada totalmente laberíntica y, si venir a cuento, colar un homenaje a las míticas escenas de nieve de la serie James Bond, uno de los momentos más innecesarios e inacabables de su abultadísimo metraje (casi dos horas y media de tomadura de pelo)

Sueños a la carta, con diseño de decorados y ambientación incluidos. La inducción del sueño. El no va más de la interpretación de los sueños. Freud, ante tamaña disertación, se la pelaría. Todo parece muy complicado y, por esa razón, Dom Cobb (el personaje al que da vida Leonardo DiCaprio), se pasa más de media película dando explicaciones de todo tipo. Aclarar, lo que se dice aclarar, aclara muy poco; en realidad, con sus acotaciones aún complica más el asunto. Entender, se entiende muy poco. La verdad es que, ante tan inmensa boutade, no hay nada que entender. Es así. Y punto... aunque a los más sabiondos del lugar les va a costar reconocer que se han quedado en Babia.

Cine de acción gafapastero. “No hay que conformarse con el clasicismo de un film de género al uso. Cuanto más lo compliques, más te veneran”, debió pensar el Nolan. Para él, lo lineal ya no mola. Hay que orquestar un espectáculo incomprensible que contenga una infinita (aunque falsa) posibilidad de lecturas en su argumento. El vacío es total, pero siempre se le va a encontrar algún que otro significado... aunque éste ni exista. Lo único interesante es que tenga ritmo (a pesar de que aburra hasta a los moscardones) y que la platea, en bloque, se espatarre ante la espectacularidad visual que genera la tecnología digital actual.

Intriga, acción, un despliegue de efectos especiales del copón y, de propina, una historia de amor traumática para que el DiCaprio pueda meter cara de oveja degollada como gran proeza interpretativa. Cuatro actores conocidos (aunque no deslumbrantes) haciendo de colchón, la presencia (fugaz) de Michael Caine en plan fetiche (ese siempre da prestigio) y la utilización de Marion Cotillard como excusa para un fácil y reiterativo guiño musical a su Edith Piaf de La Vida En Rosa.

Los sueños, sueños son. Y Origen, más que un sueño, es un calvario. El típico calvario que, en menos que canta un gallo, se termina convirtiendo en film de culto. Extravagancias de culturetas.

Conclusión: ¡qué gordo se nos ha puesto el Tom Berenger!

6.8.10

El arte del engaño

Debido a las numerosas medianías que se están estrenando este verano, he aprovechado mis vacaciones para revisar ciertos clásicos que, por un motivo u otro, me quedaban ya muy lejanos. Este es el caso de Golfus de Roma, un título que provocó en mi niñez un entusiasmo sin precedentes y que posteriormente, en su reestreno hacia finales de los años 80, me decepcionó ingratamente. Una decepción que con su nuevo visionado ha vuelto ha convertirse en admiración. Ya era hora de romper con esa dualidad de sentimientos contrapuestos.

Visto lo visto, el cambio de parecer se me antoja de lo más lógico. El preestreno de los 80 se hizo de la forma más patética posible: manteniendo dobladas al español las canciones que el gran Stephen Sondheim compuso para el original teatral que dio pie a la película, lo cual rompe con la elegancia y perfeccionismo con la que se llevó a cabo la producción. Y más si se tiene en cuenta que obtuvo, en su día, el Oscar a mejor Banda Sonora Adaptada. Una vergüenza desatinada que, por desgracia, aún se puede comprobar en la banda de sonido castellana de su edición en DVD. Por suerte, siempre nos queda el inglés subtitulado. Maravillas del formato digital. Y es así justo cuando Golfus de Roma recobra todo su esplendor, con Zero Mostel y su propia voz introduciendo al espectador en la que será una de las más alocadas historias sobre romanos que haya parido el cine.

Dirigida por un Richard Lester en plena forma tras sus delirantes experiencias con The Beatles (¡Qué Noche la de Aquel Día! y ¡Help!), el hombre supo otorgarle un ritmo vertiginoso y milimetrado a las experiencias vodevilescas vividas en una barriada romana por Pseudolus, un pícaro esclavo que, a cambio de su libertad, intentará conseguir para el hijo de sus propietarios a una cortesana virgen por la que éste siente una fuerte atracción amorosa. Y he aquí cuando el tal Pseudolus hace del engaño y la mentira todo un arte. ARTE en letras mayúsculas. Nada se le escapa de las manos. A cada bache busca nuevas soluciones, a cual más alucinada. A pesar del descontrol y de los numerosos imprevistos, el tipo siempre encuentra una salida de emergencia para seguir a delante, aunque sea a trancas y barrancas: camina desvergonzadamente sobre una débil maroma para llevar a cabo su plan, constantemente a punto de desplomarse al vacío; riza el rizo con una desfachatez asombrosa y, con sus improvisados parches, aún hace más difícil la situación creada. Toda una forma de vida.

Zero Mostel es Pseudolus, alma mater de un film al que en España nunca respetaron su larguísimo título original (A Funny Thing Happened on the Way to the Forum). Siempre al límite de la sobreactuación y sorteando a cada segundo el caer de lleno en ella, el actor convierte a su peculiar y gesticulante esclavo en uno de los personajes más emblemáticos de la comedia de los años 60. A su lado, y componiendo una fauna irrepetible de personajes, gente de la talla de Buster Keaton (el anciano Erronius que debe dar 7 vueltas a las colinas de Roma para desfacer un falso embrujo), Phil Silvers (el estresado propietario del lupanar del lugar) o un jovencísimo Michael Crawford (el enamoradizo y tontainas Hero) muchos años antes de convertirse en El Fantasma de la Ópera sobre los escenarios londinenses.

Tres son las casas que dominan la acción y, ante todo, su cuidada escenografía. En el centro, la casa del calentorro Senex, padre de Hero y casado con una mujer altiva y dominante; a su izquierda, la de Erronius, casi siempre vacía debido a las interminables caminatas de su propietario y, a su derecha, la de Marcus Lycus, un prostíbulo que pronto se convertirá en el centro de atención de una legión romana en busca de compañera para su soberbio centurión.

Yeguas sudadas, eunucos, impostores, gafes, putas, soldados engreídos, mujeres que en realidad son hombres, saltimbanquis, persecuciones de cuádrigas... El enredo en toda regla. Hay de todo en la villa del crápula Pseudolus, incluidas música, canciones y coreografías no muy al uso. Pero, ante todo, numerosas puertas que se abren y se cierran, un exceso de confusiones y un sinfín de lumbreras desfilando y desapareciendo ante cámara. El ilusionista, sin embargo, tiene nombre propio: Richard Lester.

No saben cuanto me alegro de haberme reconciliado con el frescor de una joya como ésta. Noventa y nueve minutos a los que no les sobran ni un solo segundo. Todo está en su sitio, perfectamente cuadrado. Un buen ejemplo de ello son sus magníficos títulos de crédito finales: valen un potosí.

3.8.10

¡Olé con los Sanfermines!

Poco o nada tiene que ver este Noche y Día con anteriores trabajos de su director, James Mangold, como Copland, Identity o la más reciente El Tren de las 3:10. En este caso, el realizador neoyorquino opta por un film de entretenimiento, de pura acción y para ello, para contentar a la taquilla, echa mano de dos de los rostros más populares del Hollywood actual: Tom Cruise y Cameron Diaz. Él ejerce de espía acosado, ella de mujer pizpireta metida accidentalmente en una historia que ni le va ni le viene. Y, por en medio, el McGuffin de turno: una batería de carga perenne muy cotizada. Detrás de ellos (y, por supuesto, de la batería de marras), un montón de agentes de la CIA y los hombres de un narco andaluz (con el careto de Jordi Mollà) dispuestos a hacerse con tal preciado material.

El punto de partida en un aeropuerto, con la toma de contacto de los personajes interpretados por Cruise y Diaz, promete un divertimento atractivo. Utiliza (elegantemente) la comedia como base y, a pequeñas dosis (aunque siempre con un ritmo trepidante), va soltando pistas para que el espectador sepa por dónde van a ir los tiros (que, de haberlos, hay muchos). Una vez la parejita ha embarcado en el avión se inicia una astracanada imparable, mezcla de mascarada y cine de acción. A partir de ahí, todo puede suceder.

De hecho, Noche y Día no es más que un festival de muecas (cargantes) y posturitas de sus dos protagonistas. Por mucho que se empeñe Mangold, la química entre ambos no funciona ni a golpe de bombazos. Ellos, cada uno por su lado (aunque vayan juntitos), buscan chupar cámara a la mínima de cambio. El interés de la historia, por muy acelerada que sea, resulta mínimo y sólo queda el disfrutar (por cojones) con las boberías de los dos y con el sinfín de elipsis narrativas que el realizador se saca de la manga para ahorrarse demasiadas explicaciones en un guión que hace aguas por todas partes.

Hostia va, hostia viene. Persecuciones de todo tipo: en coche, a pie, en moto... Tiroteos a tutti plen. De todo un poco (incluidas unas transparencias que tumban de espalda), aunque metido a saco y sin sentido alguno. El esperado film de acción se ha convertido en un gran circo, con payasos pasados de rosca, que nos pasea por tierra, mar y aire.

Y, como guinda exquisita y muestra de la incultura (o tozudez) de sus responsables, un epílogo (motorizado) que transcurre durante los tradicionales Sanfermines pamplonicas... ¡¡¡pero trasladados al corazón de la mismísima Sevilla!!! ¿Recuerdan las falleras también sevillanas de Mission: Impossible II? Pues esto es similar, aunque ampliado a la máxima expresión. Y, curiosamente, en las dos pelis está el amigo Cruise. Hágaselo mirar, buen hombre.

Por cierto, ¿la sardana es el baile tradicional de la comunidad de Madrid? Y es que ya puestos...