31.3.10

Camina, camina... no mires atrás

Han pasado 30 años desde la última hecatombe mundial. La Tierra está hecha una braga. Pocos son los supervivientes. Las enfermedades mortales y el canibalismo campan a sus anchas. Hambre, suciedad y muy mala leche. Y allí, en medio de un paisaje tan desolado, está Eli, un tipo solitario que, a modo del Pequeño Saltamontes, cruza a pie su país, EE.UU., de punta a punta, con la finalidad de llegar al Oeste, lugar en el que dicen estar las cosas más calmadas. Éste, en resumidas cuentas, es el inicio de El Libro de Eli, el quinto film dirigido por los gemelos Hughes, los mismos de la interesante Desde el Infierno.

En esta ocasión se apuntan al cine futurista y, en concreto, al de la variante apocalíptica, muy en la línea estética de The Road, pero a lo chungo. Mientras que el film de John Hillcoat afronta el fin del mundo de un modo más academicista y un tanto poético, los hermanos Hughes lo hacen de manera más brutota y sin muchos miramientos, en plan spaguetti western suciote, muy a lo Sergio Leone: primerísimos primeros planos, miradas de frente y de soslayo por un tubo y un tono narrativo totalmente desangelado. Por si a algún espectador no le queda claro lo del (forzadísimo y gratuito) guiño a Leone, uno de sus personajes se pasa parte del metraje silbando el tema central que compuso Morricone para la genial Érase una Vez en América.

Polvo, sudor, lágrimas... y un puñado de religión católica. Estamos en semana Santa y en algo se ha de notar. Y es que la misión que se auto impone el sufrido Eli (un Denzel Washington de lo más inexpresivo), alberga una fuerte carga religiosa en forma de preciado y buscado libro; un libro que ya quisiera para su propia “salvación” el malo maloso de la función, un inaguantable Gary Oldman en una de esas desmelenadas creaciones suyas, tan típicas, capaces de crispar al más pintado.

El Libro de Eli es un film tedioso, ideológicamente molesto, lento y aburridísimo, al que no le salvan ni su trabajada fotografía (fría) de colores sepia (casi, casi, en blanco y negro), ni la presencia (siempre de agradecer) de una fugaz Jennifer Beals, ni su (también forzado) guiño final a la excelente Fahrenheit 451 de Truffaut. Caca de la vaca con aspecto a lo Mad Max.

28.3.10

Qué será lo que tiene el negro...

Cinco años después de su (no muy inspirada) visión sobre Oliver Twist, Roman Polanski regresa a las pantallas con El Escritor, un interesante thriller basado en la novela El Poder en la Sombra de Robert Harris. Un escritor en el anonimato y un ex Primer Ministro británico (en el que es fácil adivinar la figura de Tony Blair) son los dos principales focos de atención del realizador de Chinatown. Un supuesto suicidio, peligrosas conspiraciones políticas de alto nivel y el redactado de unas memorias, se convierten en el detonante de una trama tensa y perfectamente plasmada en imágenes.

Dirigida un tanto desde la “clandestinidad” y montada desde su arresto domiciliario, El Escritor supone el reencuentro del cineasta con su cine más oscuro y cáustico. De hecho, centrándose en la construcción del personaje interpretado a la perfección por un magnífico Ewan McGregor (en su mejor actuación hasta el momento), la cinta entronca directamente con El Quimérico Inquilino, uno de sus trabajos más polémicos.

El actor escocés da vida a un escritor que, desde la sombra, deberá redactar la biografía de un ex Primer Ministro en sustitución del “negro” al que se le había encargado tal labor antes de su misteriosa muerte. Curiosamente, la simbiosis que sufrirá el nuevo hombre de paja tiene mucho que ver con la del propio Polanski en la citada El Quimérico Inquilino. El miedo a identificarse con un difunto y a sufrir el mismo calvario que éste, es uno de los puntos clave de la historia urdida por el realizador.

Un guión milimétrico -amparado en un sinfín de diálogos brillantes- y una puesta en escena escalofriantemente fantasmagórica (muy cercana a la que ya utilizara en su corrosiva La Muerte y la Docella) le otorgan un empaque al film que muy pocos productos actuales poseen. El Escritor rezuma, por todos sus poros, el sabor de ese tipo de cine que por desgracia ya no se estila. A pesar de su tiempo pausado (aunque en nada aburrido), la cinta, a cada frase de guión, avanza a pasos agigantados. La cantidad de información que vierte en la construcción del puzzle propuesto es ingente. Todo tiene su porqué; en su esqueleto nada suena a gratuito.

La conspiración y la conspiranoia. El miedo y el valor. Las guerras y los políticos. El crimen y la falsedad. Muchas son las lecturas que ofrece Roman Polanski en un film astuto capaz de disparar dardos envenenados al corazón de un país que se la tiene jurada. Y de propina, por si no tuviéramos suficiente con el regalo cinematográfico y temático ofrecido, obsequia al espectador con un Pierce Brosnan fuera de serie (totalmente creíble como político mentecato), un Tom Wilkinson en estado de gracia y con la delicatessen de poder disfrutar con la presencia (fugaz aunque intensa) de un entrañable Eli Wallach.

Por favor, dejen ya a Polanski en paz de una puta vez.

24.3.10

La gran mentira

Paul Greengrass, el artífice de los dos últimos Bourne, en Green Zone vuelve a echar mano de Matt Damon para, en esta ocasión, convertirle en un subteniente de los marines norteamericanos que, durante la ocupación de Bagdad en 2003, recibe la orden de descubrir las putas armas de destrucción masiva teóricamente escondidas a lo largo y ancho de Irak.

Un thriller político y de acción, desde el que se denuncia, con total lucidez, el engaño gubernamental con el que se inició la guerra de Irak. El gran engaño que se escondía tras la tan cacareada acumulación armas químicas por parte del gobierno de Sadam, es claramente el leit motiv de la cinta de Greengrass.
Más cercana a las coordenadas visuales y de estilo de la serie sobre el amnésico Bourne que a las del cine de denuncia política made in Costa-Gavras, Green Zone cumple perfectamente con su cometido. Entretiene, posee un ritmo y un montaje frenéticos y, al mismo tiempo, arroja un mucho de luz sobre los intríngulis urdidos por el entonces presidente de los EE.UU., George Bush, y todos sus lameculos más cercanos.

Matt Damon, a pesar de haber encontrado su huequecito en la industria hollywoodiense interpretando a personajes más o menos inocentes, con su papel en el film, sigue demostrando, con total validez, que también le van como anillo al dedo los héroes de acción. Él, en Green Zone, es Roy Millar, ese militar norteamericano que, al mando de su grupo, debe encargarse de desmantelar aquellos escondrijos en donde supuestamente se esconden los letales agentes químicos anunciados y al que, por culpa de sus frustradas incursiones militares con resultados nulos, se le acaba montando la mosca en la nariz.

Y allí, respaldando el buen trabajo de Damon, dos actores de envergadura: el todoterreno y gigantón Brendan Gleeson y el siempre eficaz Greg Kinnear. El primero, en la piel de un particularísimo agente de la CIA enviado a Bagdad, mientras que el segundo lo hace en la de un “diplomático” yanqui con poquísimos escrúpulos, uno más de los hombres de paja de su gobierno.

Greengrass salva con nota alta un nuevo film de acción. No aburre, va al grano en todo momento y no tiene pelos en la lengua. Lástima que, fiel a su método, la mayoría de escenas trepidantes (que haberlas, haylas, y en cantidad), se le va un tanto la bola con su sincopado montaje y sus encuadres poco explícitos, lo cual no permite disfrutar al espectador, al cien por cien, de cuanto sucede en pantalla. Un vicio, el del director británico, que resultará muy difícil de pulir.

17.3.10

Ellos también tienen su corazoncito

Hay películas a las que, a priori, cuesta acercase. Yo, También es una de ellas. Su temática, una historia de amor entre un joven con síndrome de Down y una mujer con problemas en sus relaciones para con los demás, de entrada tumba de espaldas al más pintado. Eso mismo me ocurrió a mí y, cuando finalmente decidí verla, descubrí que se trata de uno de los mejores productos españoles estrenados durante los últimos meses.

Sus dos directores, Álvaro Pastor y Antonio Naharro, amparados en la producción por gente como Koldo Zuazua o Julio Medem (un hombre, éste último, muy comprometido en la causa), afrontan lo concerniente al síndrome de Down de manera altamente delicada e inteligente. No tienen miedo, en su tratamiento, a caer en lo políticamente incorrecto, ya que lo mejor es hacerlo de cara, sin tapujos y haciendo totalmente creíble una relación que a muchos se les antojaría imposible. Mezclan sabiamente la comedia con el melodrama, jamás buscan la lágrima fácil y rehuyen la (falsa) compasión del espectador hacia los mal llamados mongólicos.

Es evidente que, aparte de su buen guión, en mucho ayudan a tirar hacia adelante un producto con las constantes de éste las inmensas interpretaciones de Lola Dueñas y de Pablo Pineda, su partenaire accidental, un hombre, en la vida real, de 35 años, licenciado en Psicología y afectado por el síndrome de Down quien, al igual que su compañera, también se hubiera merecido un Goya por su difícil y efectiva labor. Seguramente, siendo el año (cantado) de Celda 211, ha sido mejor quedarse únicamente con la merecidísima nominación a actor revelación ya que, en caso contrario, los malpensados del lugar hubieran sospechado (injustamente) que podría tratarse de un premio inducido por pura misericordia.

Ellos también existen. Están aquí y no han llegado del más allá. Unos pillan más. Otros menos. Como toda enfermedad, sus afectados ostentan distintos niveles. Y los que, como en el caso de Pablo Pineda (Daniel en el film), se salen del baremo, son los que más sufren en medio de una sociedad que jamás logrará comprenderlos ni aceptarlos. Un buen alegato, con varias lecturas en su haber, el que han logrado el tándem formado por Pastor y Naharro. Chapeau!.

Ya no está en cartelera. La próxima semana sale su edición en DVD. Píllenla si pueden. Les aseguro que Yo, También merece una rápida revisión. Un título brillante, emotivo y apasionantemente sincero. De los que hacen replantearse cuestiones que uno pensaba tener asumidas desde hace muchos años.

12.3.10

Bridges al cuadrado: Las dos caras de una misma moneda

Actualmente en cartelera, tenemos a Jeff Bridges por partida doble. Por un lado, ofreciéndonos su cara más sobria; por el otro, su vertiente más histriónica.

En Corazón Rebelde se puede apreciar al actor en una de sus interpretaciones más sólidas y alejada de cualquier tipo de sobreactuación. La composición que hace sobre un cantante country en horas bajas es antológica, digna del Oscar con el que fue premiado. Bad Blake es el nombre del personaje en cuestión; un tipo acabado que conoció tiempos mejores. Vive del pasado y, para subsistir, se gana unos pocos dólares actuando en pequeños antros de carretera. El alcohol, la soledad y su árido carácter son sus únicos compañeros de viaje.

Corazón Rebelde es una película pequeña, muy en la tradición del cine norteamericano sobre músicos de country. No molesta, se deja ver con agrado, pero no ofrece nada nuevo. La cinta, de hecho, es un inmenso regalo para Bridges. No hay que buscar más allá del sano lucimiento del actor en la película dirigida por el debutante Scott Cooper. Disfrutar con la voz ronca y profunda del que fuera Jeffrey Lebowski The Dude es un placer incomparable. El resto del film se deja ver (atención a la escena del bar con Robert Duvall), pero es tanta la fuerza del actor que con su trabajo se cubren todas las expectativas.


Otra historia completamente diferente es la de Los Hombres Que Miraban Fijamente a las Cabras, en donde el actor, acorde con la locura del film y en una clara posición de secundario, se decanta por su faceta más histriónica al encarnar al principal cabecilla de un pequeño grupo militar de élite que, allá por la década de los 80, empezó a experimentar con procesos psíquicos para afrontar ciertas misiones bélicas al servicio del ejército norteamericano.

Dirige Grant Heslov, un hombre ligado directamente al círculo cinematográfico (y experimental) formado por Steven Soderbergh y George Clooney que, con esta sátira, se acerca totalmente al espíritu burlesco que, en muchas ocasiones, ha destilado el cine del tándem citado. No es de extrañar, por ello, que Clooney se alce como el principal protagonista de un producto tan gamberro como innecesario y del que, a pesar de su inconsistencia argumental, se puedan entresacar momentos de total lucidez, tal y como sucede con ciertos gags (inmemorable el primer plano de Clooney conduciendo y demostrándole a su compañero el poder de su mirada) y en los innumerables (y siempre efectivos) guiños a La Guerra de las Galaxias y sus caballeros Jedi.

Bridges desmelenado; Bridges lacónico; Bridges emotivo; Bridges subiéndose por las paredes... Bridges para todos los gustos. Personalmente, me quedo con el Bridges de corazón rebelde antes que con el Bridges empecinado en mirar de frente a una cabra.

9.3.10

Sin pitufada

Un año más. Unos Oscar más. Otra ceremonia aburridilla, para no perder la costumbre. Steve Martin y Alec Baldwin no estuvieron mal, pero se quedaron cortos. Y unos premios más o menos correctos, con muy pocas sorpresas a excepción del galardón, merecidísimo, a El Secreto de Sus Ojos en la categoría de película de habla no inglesa. En este caso, la cordura se impuso sobre la petulancia que desgrana La Cinta Blanca, el film que partía como favorito.

Los Pitufos de James Cameron se vieron derrotados por la ex esposa de su creador: En Tierra Hostil minó las expectativas de la cinta más taquillera en años justo durante la noche anterior al Día de la Mujer Trabajadora. No fue el único acierto de la academia. Up ganaba el esperado Oscar al Mejor film de Animación; Jeff Bridges se alzaba con el premio al mejor actor por una interpretación memorable; el austriaco Christoph Waltz hacía lo propio por su peculiar nazi de Malditos Bastardos, mientras Mo’Nique lo lograba por esa madre perversa a la que dio vida en la televisiva y maniquea Precious. Hasta aquí, nada a objetar.

El que se diera el Oscar a Mejor Fotografía a un film como Avatar (digitalización pura casi al 85%) es casi lo mismo que otorgarle idéntico premio a un producto de las coordenadas de Up o Toy Story, y más teniendo en cuenta que dentro de tal categoría competía La Cinta Blanca, un título que, aparte de sus defectos, poseía la fotografía más cuidada de entre las cinco nominadas.

De todos modos, lo más ofensivo de la noche fue el premio a Sandra Bullock por una actuación vacía en un papel ciertamente molesto. Y es que esa madre a la que interpreta en la aún no estrenada en España The Blind Side es de juzgado de guardia. Unas semanas antes de la ceremonia tuve la oportunidad de visionar el título en cuestión y les puedo asegurar que se trata de bazofia en estado puro: ella y todo su contenido, un rancio manual de buena conducta cristiana que tumba de espaldas. Todo un incentivo para ideólogos del PP. Aún tengo retortijones desde que la Bullock subió al escenario a recoger su estatuilla.

El próximo año, más. Por ahora, los premios al completo pinchando aquí. Me voy a jugar con los bolas de nieve.

3.3.10

El mayor y la menor

Londres, 1961. Una chica de 16 años a punto de terminar sus estudios para ingresar en la Universidad. Rondándola, un pretendiente treintañero y unos padres dominantes que no saben cómo aconsejar a su hija. Una curiosa ecuación es la que nos plantea la directora Lone Scherfig en An Education, una película pequeña e interesante que ha logrado colarse, por méritos propios, entre las diez nominadas al Oscar.

Basada en las memorias de la periodista Lynn Barber, se trata de una historia de amor muy british que, al mismo tiempo, hace un fiel retrato de la Inglaterra de los 60 sin dejar de lado, para nada, la interesante relación creada entre una menor de edad, con ganas de conocer más allá de su cerrado entorno, y un tipo mayor que ella, un tanto sibarita y de gustos relativamente caros. Una apuesta, la de la chica, que la llevará a cambiar los estudios clásicos por otros de mucho más vitales y callejeros.

Comedia y melodrama, un poco de todo al servicio de un film sencillo aunque perfectamente construido. Amparado en un guión detallista, plagado de contrastes y totalmente creíble, An Education le debe buena parte de su éxito a la química establecida entre su pareja protagonista. Por un lado, la corrección interpretativa de un Peter Saarsgaard que cada día recuerda más a la figura de Jack Lemmon y, por el otro, el gran descubrimiento cinematográfico del año, la ternura perversa y encantadora de la joven Carey Mulligan, una de las candidatas al Oscar a mejor actriz protagonista.

Una historia de las de siempre, de las de toda la vida, aunque escrita y realizada con una delicadez exquisita. Acérquense suavemente a An Education y déjense llevar por la candidez y las ganas de abrirse al mundo de la Jenny protagonista, esa Carey Mulligan a la que algunos ya han bautizado (de modo muy exagerado) como la nueva Audrey Hepburn.

Atención, ante todo, a los padres de la joven Jenny. Su manera de afrontar la nueva relación de su hija no tiene desperdicio. Igualitos que las Cajas de Ahorro que, sin pudor alguno, aún siguen afirmando que “son el interés más desinteresado”.

2.3.10

A la vejez, viruelas

Mel Gibson ya peina canas y, a pesar de ello y tras 8 años de inactividad como actor, regresa a la pantalla grande con un personaje de esos que le molan: un veterano detective del departamento de policía de la ciudad de Boston al que asesinan a su hija. Al Límite es el título de la película, Martín Campbell su director y la venganza su lema principal.

Desquite y corrupción. La cinta es una mezcla de cine negro del de toda la vida con esa variante del género que, en los 70, potenciara Charles Bronson a través de sus justicieros urbanos. La justicia por su mano. Aquí te pillo, aquí te mato. Violencia seca y contundente, tal y como le gusta mostrar al cine protagonizado por Gibson.

Sicarios con un mínimo de conciencia, polis duros (de los de gabardina perenne), senadores corruptos, empresas oscuras y un pequeño toque de ecologismo de estar por casa. Toda una amalgama de personajes y referencias, más o menos funcionales, sacadas directamente de Edge of Darkness, una teleserie británica de los años 80, de seis episodios y dirigida por el propio Campbell, que nunca fue estrenada en España.

La cinta, a pesar de querer aparentar un halo de progresismo y de denuncia política, no deja de ser una más a la sombra de Harry Callahan y sus variopintos herederos. El del poli tocado por el asesinato de su hija es el rol ideal para un Mel Gibson que, pese a sus arrugas, aún parece tener cuerda para rato: un tipo de métodos expeditivos, dispuesto a vengar a su niña y que se muestra altamente protector con las mujeres que se cruzan en su camino. Todo un caballero como los de antaño.

No hay que buscar nada nuevo en Al Límite. Un déjà vu que, sin embargo y gracias a la profesionalidad de su realizador, funciona al cien por cien. Tiene ritmo, su historia está bien perfilada, entretiene y salva la papeleta con dignidad. No hay que pedirle peras al olmo. Cine de consumo con cierto sabor a rancio. A mí me gusta.