27.4.06

Ustedes lo han querido: ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA

Vaya testamento cinematográfico nos dejó el gran Sergio Leone. Nada más y nada menos que Érase una Vez en América. Una película tras la que se esconde toda una declaración de principios: la ley del cine según Leone. Una obra maestra en la que se aúnan numerosos conceptos distintos para darle al producto un cuerpo único e indisoluble y en el que su largo metraje (más de tres horas de proyección) no llega a pesar en absoluto al espectador.

Todo cuanto expone en el film el desaparecido director tiene un sentido y una lógica, empezando por la manera de narrar su historia. ¿Alguien podría entender esta película si su narración, en lugar de avanzar y retroceder en el tiempo, estuviera contada de manera lineal? Pensarán ustedes que eso es una aberración. Y lo es. Y resulta tan aberrante debido a que, en su época, cuatro alucinados intentaron colarnos una versión de la misma, destrozada de manera vil por la productora y montada con el culo en orden cronológico. El súmmum del borreguismo.

Sin su estructura original (tal y como siempre la hemos conocido y tal y como la concibió el propio Leone), muchos de los elementos clave de Érase Una Vez en América se irían al carajo, desmoronando por completo una de las lecturas más oníricas y opiáceas (y, al mismo tiempo, la más creíble) de las que corrieron en su día sobre el significado de la obra. Una acertada lectura con la que, además, se borra por completo la presunta irregularidad que muchos quisieron ver en su fragmento final.

Es cierto que su media hora final, respecto al resto del metraje, parece cojear un poco. Una cojera incierta, incluso falsa. No es más que un brillante juego del realizador italiano con el espectador. Su visible cambio de ritmo, sumado a la sensación de irrealidad e intemporalidad que abrigan sus últimas escenas y todos aquellos fragmentos que hacen referencia a una época más cercana a la nuestra, es la coartada ideal para apoyar la tesis de los que intuimos en la película mucho más que un simple film de gángsteres. El film de Leone abriga la historia de una amistad destrozada por una traición: una emotiva reflexión sobre la delación y los remordimientos que atormentan a quienes la ejercen.


Érase una vez en América es todo eso y mucho más. Más; mucho más: La sensible banda sonora compuesta por Ennio Morricone; la delicadeza con que Leone narra los años de juventud de un grupo de amigos que pretenden abrirse camino en Brooklyn mediante la extorsión y la violencia; la presencia de una jovencita (y debutante) Jennifer Connelly bailando al ritmo de Amapola; Robert De Niro dando vida a David "Doodles", uno de sus mejores personajes; niños que crecen en la calle a base de batacazos; una historia de amor imposible; una violación desgraciada; corrupción política, sindical y policial; la serenidad con que la historia avanza a través del tiempo... Todo se aúna, como en un puzzle, desde el primer al último fotograma, construyendo la definitiva cima cinematográfica de Leone. Una cima difícil de igualar en la que, además, tenía cabida el inolvidable personaje, cínico y conciso, interpretado por James Woods, un pedazo de actor al que nunca se le han querido reconocer sus grandes méritos ante la cámara.

Una película planteada, en sus inicios, como una extensión de su otro once upon a time de su filmografía: el C'era Una Volta il West (aquí mal titulada como Hasta que Llegó su Hora), aunque con mejores resultados que las del angosto film protagonizado por Henry Fonda. Un fresco histórico sobre la América actual, esa América que se ha ido forjando a través de inmigrantes italianos, judíos sin escrúpulos y todo tipo de extorsiones a empresarios y pequeños negocios de barrio. La América de don Vito Corleone y de Henry Hill. Esa América violenta en la que, sin embargo, existían ciertos códigos de honor y que se convirtió en cuna de vividores gracias a la descabellada idea de instaurar la Ley Seca.

Una película violenta y radical, pero al mismo tiempo, sensible y emotiva en la que, a través de un guión maravilloso, Leone vertió una imaginería visual como pocos han hecho en el mundo del cine. Un creador de imágenes únicas e imborrables, de esas que quedan grabadas en la memoria para toda la vida, como la de esos niños que, tentando a la muerte, bailan y corretean bajo el puente de Brooklyn o, sin ir más lejos, la de su fotograma final en la que, mediante una expresiva sonrisa de uno de sus personajes –tumbado en una de las camas de un fumadero de opio-, el realizador desvela el parámetro clave que ayudará a descubrir la verdad sobre el superviviente David “Doodles” y sus tres compañeros acribillados a balazos por la policía.

Una maravilla, sin más.

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