28.5.14

El polivolador


Tras los buenos resultados obtenidos con la eficiente Sin Identidad, el barcelonés afincado en Hollywood Jaume Collet-Serra, aún bajo los auspicios directos de Joe Silver en la producción, en Non-Stop (Sin Escalas) vuelve a echar mano de Liam Neeson para convertirlo de nuevo en su destartalado protagonista, un oficial de seguridad aérea que, durante un vuelo de Nueva York a Londres, vivirá una de las experiencias más tensas de su carrera; una carrera que se ha visto truncada por la muerte de su hija y por su posterior y desmesurada afición al alcohol.


La cosa tiene una premisa interesante. Promete. Pero se queda en la premisa. No hay más. Cuando pasa a desarrollar su trama -en la que se mezclan posibles asesinatos durante el viaje y una ingente cantidad de dinero para evitarlos- empieza a perder agua por todos lados, tanto que más que a un avión en pleno vuelo se asemeja a un barco zozobrando. De la sobriedad expositiva inicial (fantástico el dibujo del acabado personaje de Neeson), pasa a un desvarío narrativo plagado de agujeros negros e inexplicables que, por su locura, rozan la inconsistencia total.

La cinta, perfectamente realizada a nivel técnico, se pierde en un continuo desfile de posibles sospechosos y en una montaña rusa plagada de (falsos) giros y (ridículas) sorpresas argumentales, dándole, al mismo tiempo, una cansina relevancia a los mensajes telefónicos (con pantallitas emergentes al más puro estilo Sherlock de la BBC) que se intercambian el agente y el desconocido criminal.


De partenaire de lujo para un Liam Neeson bastante perdido e inexpresivo en su papel de action hero, Non-Stop cuenta con la presencia de una Julianne Moore que, por su pasividad interpretativa, da la impresión de no sentirse nada cómoda en el papel que le ha caído en desgracia, el de pasajera entrometida y dispuesta a colaborar (a pesar de sus recelos) con el depresivo oficial.


Es indiscutible que la película tiene ritmo y que, debido al descomunal número de despropósitos que acumula, no llega a aburrir en ningún momento. Pero es tan patético y pasado de rosca su alucinado guión, que la historia planteada me mantuvo pegado a la butaca con un único y perverso propósito: descubrir hasta dónde eran capaces de llegar los tres escritores encargados del libreto. Y les puedo asegurar que, por momentos, llegan lejísimos: la alterada confesión personal del poli alcoholizado no tiene desperdicio. Más delirante, imposible.

20.5.14

Para siempre en la retina

 
Klute

 
El Padrino

 
 El Padrino, 2ª. parte

Con el agua al cuello

Todos los hombres del presidente
 
Annie Hall
 
Interiores
 
Llega un jinete libre y salvaje
 
Manhattan
 
Recuerdos (Stardust Memories)
 
Zelig
 
Broadway Danny Rose
 
La rosa púrpura de El Cairo
 
Presunto inocente
 
El Padrino, 3ª. parte
 
La sombra del diablo

Gordon Willis, descanse en paz.

15.5.14

Por delante y por detrás

Un futuro no muy lejano. El calentamiento global está a punto de mandar la Tierra a la mierda. Para paliarlo, los científicos experimentan con un nuevo gas que esparcen por todo el planeta con la intención de bajar la temperatura global. Pero la tentativa sale chunga y lo único que se consigue es el efecto contrario, helandose hasta el último rincón del mundo y acabando con todo tipo de vida. Los pocos supervivientes de la hecatombe tendrán que subir a bordo de un larguísimo tren, dotado de un motor en continuo movimiento, que da vueltas en círculo al planeta. Una especie de Arca de Noé que, en realidad, no es más que un fiel retrato de nuestra sociedad actual: en los vagones delanteros se aposentan los integrantes de la clase alta, los poderosos, aquellos que oprimen hasta la extenuación a los de los vagones de atrás, la gente que ha de luchar para sobrevivir.


Este es el punto de arranque de uno de los films apocalípticos más interesantes de los últimos años. Toda una lección de ritmo y entretenimiento cinematográfico, con crítica social incluida, que nos llega de la mano del coreano Bong Joon-ho (el mismo de The Host o Memories of Murder). Snowpiercer (Rompenieves) es el título de esta coproducción entre Corea del Sur, USA, Francia y la República Checa.

Basada en la novela gráfica de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette, la cinta, claustrofóbica en donde las haya (toda su acción transcurre en el interior del extenso y complejo ferrocarril), narra la revuelta de la clase baja que, encabezada por el empecinado Curtis (Chris Evans, el actual Capitán América), pretende llegar hasta el primer vagón para exigir mejores condiciones de vida. Durante la travesía, cruzando de vagón en vagón, todo tipo de aventuras y contrastes: de la miseria más extrema hasta la opulencia más lujosa.

Y, a un lado y a otro de la revolución liderada a medias entre Chris Evans y un excelente John Hurt, un sinfín de nombres de lo más tentador, de entre los que cabe destacar a un correcto Jamie Bell, a un devastador Ed Harris (impresionante en la piel del cínico Wilford, el propietario del convoy) y, ante todo, a una caracterizada y desconocida Tilda Swinton dando vida a Mason, una Ministra rastrera, ridícula y cobarde que, siendo capaz de todo para salvar su vida ante los violentos envites de Curtis y su gente, nos puede llegar a recordar a alguna que otra fémina entresacada de la fauna de gobernantes de nuestra España actual. Toda una delicia divertida y satírica.


Dos horas de entretenimiento puro y duro que, sin embargo (y por encontrarle algún “pero”), cojea un poco en su “filosófico” y "existencialista" episodio final, justo con la aparición del gran Ed Harris. Un festival de cine de acción en donde no faltan esas escenas de luchas cuerpo a cuerpo y de planos barridos que tanto les gusta a los coreanos. Una curiosidad que, estrenada a desgana y en pocos cines, hay que recuperar cuanto antes. No les va a defraudar.

8.5.14

Segundas madres nunca fueron buenas


Carmina, la del Paco León, ha vuelto. Y lo hace con todos los honores a través de Carmina y Amén. Una segunda entrega que, por el camino, ha perdido su tono innovador y, lo que es mucho peor, su poder sorpresivo, de convicción y de experimentación. Carmina se ha hecho adulta, pero ha crecido mal, muy mal. A más presupuesto, menos imaginación.

Paco León repite tras la cámara y en el guión, mientras que su madre y su hermana vuelven a repetir roles. La picaresca, al igual que en Carmina o Revienta, está a la orden del día aunque, en esta ocasión, opta por dejar a un lado su toque docudramático y se decanta por una comedia negra preocupantemente hermética y claustrofóbica, salpicada por cuatro ocurrencias de lo más básico (como eso de llamar Bárcenas a un pajarraco).


La cinta arranca con la muerte inesperada del marido de Carmina y el empecinamiento enfermizo de ésta por esconder la defunción hasta pasados unos días con el fin cobrar la paga doble de su pensión. Como punto de partida, funciona. Otra cosa es que Paco León se aferre a la misma idea una y otra vez, sin avanzar hacia ningún parte y llenando su metraje de chistes (en general, poco graciosos y repetitivos) para lucimiento total de su propia madre, una Carmina Barrios que ha perdido toda la frescura que lucía en la cinta original para convertirse, a pesar de su evidente y clara chabacanería, en una diva sobreactuada y con ganas de robar la mayoría de escenas a sus compañeros de viaje. Resultan tan agobiantes las ganas que tiene esa mujer de subirse por las paredes, que posiblemente el espectador acabe hasta las narices de tan histriónico personaje. Y ello sin hablar del (innecesario) mal gusto visual con el que afronta muchos (demasiados) de sus pasajes, vomitajos y esputos incluidos.


Es una lástima no haber encontrado una mejor propuesta para regresar al universo de una marujona tan cutre como Carmina que un continuo desfile de los tópicos (sin mucho sentido) que rodean al mismo personaje; un rol, pasado de rosca, que adopta preocupantes niveles de endiosamiento, desplazando (o, mejor dicho, anulando) por completo al resto de personajes y a la propia (y mínima) historia planteada. Carmina y Amén, por su uso y abuso, bien podría haberse titulado Carmina y Carmina.

Una lástima, pues la primera me pareció totalmente acertada y graciosa, tanto por su gamberrismo como por su valentía. Todo lo contrario que ésta. Corramos un tupido velo.

7.5.14

El puto Fioravante y el jetas de su representante



En su quinta película como realizador, Aprendiz de Gigoló, John Turturro se aproxima al cine de su coprotagonista, Woody Allen, y le pide prestadas tres de sus constantes habituales: sexo, pareja y religión. No contento con ello, ambienta la película en Brooklyn, la parte más judía de la ciudad de Nueva York, y recurre, por defecto, a una banda sonora que parece sacada directamente de cualquiera de los numerosos títulos del director de Manhattan.


Aprendiz de Gigoló tiene un punto de partida curioso y divertido. Convertir a Woody Allen en una especie de macarra de John Turturro tiene su coña. Ni uno hace pinta de proxeneta ni el otro de prostituto, pero la cosa resulta graciosa e incluso ingeniosa. Los diálogos que desgranan ambos actores cuando se enfrentan en pantalla son frescos, mientras que los primeros escarceos sexuales entre Turturro y mujeres de la talla de Sharon Stone o Sofia Vergara tienen su puntito. La cosa promete y, entre el desparpajo interpretativo de Allen y la sobriedad (un tanto forzada) de Turturro en la piel del “putoFioravante, el tono de comedia alcanzado no es nada desdeñable.


La cosa empieza a torcerse con la aparición del personaje al que da vida una desmejorada Vanessa Paradis, la viuda de un rabino mayor que ella y que transmitirá a Fioravante sentimientos que van mucho más allá del puro sexo. Las tonalidades jocosas empiezan a desaparecer, dejando paso a un melodrama sentimental un tanto surrealista y totalmente anquilosado (por no decir directamente cursilón).

Las apariciones esporádicas de Woody Allen o la rotunda crítica hacia los intolerantes cánones de las religiones, ayudan a digerir mejor el último tramo de un film que, a pesar de sus buenas intenciones y su sentido del humor, acaba resultando aburrido e insustancial.

2.5.14

Last Orders

A pesar de su corta estatura, estaba entre los más grandes. Anteayer, a los 71 años de edad, se nos iba Bob Hoskins, el amigo inseparable de Roger Rabbit, un hombre enamorado de Mona Lisa que incluso, disfrazado de Super Mario Bros., llegó a nadar en compañía de sirenas y a gozar de una dulce libertad paseando por las calles de Hollywoodland y de Brazil al lado de un cónsul honorario al que conoció en el Cotton Club.

Descanse en paz.