28.3.14

La gigantesca muñeca rusa de Wes Anderson


Wes Anderson sigue fiel a su estilo, haciendo gala de su particular sentido del humor y adentrándose en terrenos narrativos (y descriptivos) un tanto arriesgados,aunque, en esta ocasión, con El Gran Hotel Budapest, ha intentado rizar el rizo en todas sus variantes, jugando con distintos formatos cinematográficos y adentrándose en una locura colectiva que, por sus excesos, acaba pesando y resultando un tanto indigesta para el espectador.

El Gran Hotel Budapest transcurre en distinta épocas y en distintos niveles. Es como una gigantesca muñeca rusa (tanto por sus numerosas capas como por su vistoso y colorido aspecto) que, partiendo de un larguísimo flash-back, avanza y retrocede en una laberíntica trama, llena de personajes a cual más extravagante, que muestra la relación de amistad entre M. Gustave, el gerente de un lujoso hotel balneario de un imaginario país centroeuropeo, y Zero Moustafa, un joven aunque atrevido botones empleado en el local.


Ambientada, en su mayor parte, entre guerras y durante el nacimiento del nazismo, Anderson mezcla, en su laberíntica historia, el robo de un cuadro renacentista millonario, una muy peculiar historia de amor y la lucha de varios indeseables por conseguir la herencia de una anciana millonaria. Por el camino, de regalo, una de las fugas grupales carcelarias más alucinantemente divertidas y surrealistas de la historia del séptimo arte.


El gran problema de este multiforme hotel Budapest es que, una vez sobrepasada la mitad de su metraje, justo después de la citada fuga, la película queda encallada en un punto de no retorno. Las burradas que propone Wes Anderson a la platea ya empiezan a sonar a repetitivas; el cuidadísimo look visual de la cinta, superado su primer impacto, deja de sorprender, al tiempo que su abigarrada amalgama de rostros populares, que aparecen y desaparecen continuamente de pantalla, acaba siendo un poco agobiante, y más cuando la mayoría de ellos tan sólo ejercen de meras comparsas sin mucha (o ninguna) trascendencia argumental.

La cuestión es seguir mimando a sus actores habituales, aunque sea mediante puros cameos, ya que el peso específico del film recae en un excelente Ralph Fiennes y en el desconocido aunque efectivo Tony Revolori (el joven Zero Moustafa) quien, en ningún momento, se deja amilanar por la presencia, siempre imponente, de gente como Jeff Goldblum, Bill Murray, Tilda Swinton o Edward Norton, entre otros muchos.


Un festival Wes Anderson en estado puro, con ganas de romper esquemas establecidos pero que, por su afán destructivo y gamberro así como por su preocupante dispersión temática y genérica (cambios de formato incluidos), se le escapa un pelín de las manos.

23.3.14

Bienvenidos al Norte


Ocho Apellidos Vascos es la comedia española de moda. Y además se lo merece, tanto por su frescura como por su ritmo narrativo y la cantidad de gags y situaciones jocosas que contiene. Dirige Emilio Martínez Lázaro, un hombre especializado en el género que, desde que se había alejado de él, no daba pie con bola. Ahora, apoyado en el guión por gente como Borja Cobeaga y Diego San José, ha vuelto a urdir una historia ingeniosa que tiene, como principal referente, a la francesa Bienvenidos al Norte.

Su argumento es extremadamente sencillo, aunque efectivo. Se trata de juntar dos polos opuestos: un andaluz y una vasca, ambos de pura cepa y con la cultura y las costumbres propias de su tierra muy arraigadas. El atiende por Rafa, ella por Amaia. Ella detesta toda señal de españolismo; él disfruta con el folklore y la marca España. Ambos coinciden en Sevilla de forma accidental y, a pesar del repelús mutuo inicial, algo indica que podrían funcionar como pareja. Ni corto ni perezoso, cuando ella regresa a su pueblecito en Euzkadi, Rafa decide liarse la manta a la cabeza y viajar hasta el lugar para iniciar el flirteo... aunque tenga que hacerse pasar por vasco antes los familiares y conocidos de Amaia.


A pesar de ser un producto construido a golpe de tópicos, la cosa tiene su gracia. Los utiliza de forma correcta y siempre en el lugar y momento precisos, consiguiendo de este modo algunos chistes ciertamente celebrados que ayudan a digerir como la seda un producto que, a priori, podría haber sido de lo más previsible y estándar. De hecho lo es, pero su soltura narrativa y el sorprendente desparpajo interpretativo de Dani Rovira en su debut cinematográfico, se encargan de tapar las debilidades de un film pequeño hecho con mucho humor y cariño.


Es evidente que, para su correcto engranaje, resulta imprescindible la química existente entre la pareja protagonista, el citado Dani Rovira y Clara Lago, un malagueño y una madrileña que, en la película, se meten respectivamente en la piel de un sevillano y una vasca y, ante todo, en el espléndido trabajo de un Karra Elejalde descomunal que, por derecho propio, se convierte en lo mejor de Ocho Apellidos Vascos. Y es que el hombre, dando vida a Koldo, el padre de Amaia, se mueve como pez en el agua, dejando al resto del reparto un tanto desdibujados cada vez que sale en pantalla.


La cinta es fresca y atrevida. Curiosamente, rompe moldes desde el tópico y se atreve a introducirse en el corazón del País Vasco sin complejos ni cortapisas políticas de ningún tipo. Un divertimento sugestivo que quizás habría funcionado aún mejor si la dirección, en lugar de en el clasicismo inevitable vertido por Martínez Lázaro, hubiera recaído en Borja Cobeaga, uno de sus dos guionistas y realizador de un par de comedias de lo más campechano: Pagafantas y No Controles, así como de la serie televisiva de la ETB Vaya Semanita.

18.3.14

Al salir de clase


Tras la brillante y original En la Casa, el francés François Ozon vuelve a abordar el tema de la adolescencia en su nueva película. Joven y Bonita se acerca al despertar sexual de Isabelle, una joven parisina de diecisiete años a la que, tras perder la virginidad con un muchacho alemán durante las vacaciones estivales en una población costera, le entra el gusanillo de la experimentación morbosilla y, de vuelta a la escuela, al salir de clase y a escondidas de su familia y de sus amistades, empieza a ejercer la prostitución al servicio de hombres mayores.


Siguiendo los pasos de la Belle de Jour del maestro Buñuel (aunque salvando las distancias) y con la complicidad de su efectiva actriz protagonista, la atractiva Marine Vacth, Ozon maquina una historia narrada en cuatro actos diferenciados por las estaciones del año. De hecho, el primero y el segundo (verano y otoño), marcados por el cambio “de niña a mujer” y la opción posterior de iniciarse como prostituta, funcionan como producto "erótico festivo", sin ir más allá en ningún momento y manteniéndose (de forma light) dentro de los márgenes de la permisividad, mientras que su tercer y cuarto actos (invierno y primavera), mucho más homogéneos en su estructura, se inician tras un suceso inesperado que dota a la cinta de una relevancia melodramática que hasta ese instante brillaba por su ausencia.

Es entonces, en esos dos actos finales (que, por cierto, funcionan como si fueran uno solo), cuando el realizador deja a un lado el festival de polvos y posturitas eróticas de su protagonista y entra a saco en la descripción de esa rebelde Isabelle que, enfadada con el mundo y con ella misma, decide adoptar el nombre de Lea, vestirse de puta y hacer con su sexo lo que le venga en gana. En primera línea, la satisfacción enfermiza que le proporcionan sus encuentros furtivos y remunerados y, por supuesto, siempre allí latente, el conflicto generacional representado por el personaje de una madre que no acaba de comprender la actitud de una hija que se le escapa de las manos.


Un trabajo irregular que no acaba de funcionar al cien por cien hasta superada la mitad de su metraje y que, aparte de contar con alguna que otra colaboración espléndida (mayúscula Charlotte Rampling), potencia al máximo el trabajo interpretativo de una sorprendente Marine Vacth, una chica procedente del mundo de las pasarelas y que, en esta ocasión (su primer papel protagónico), sabe transmitir a la perfección el misterio que su personaje debe causar en el espectador.


7.3.14

Guapos y vacíos


Robert Luketic, uno de los realizadores menos inspirados del Hollywood actual, estrena en España su último film, El Poder del Dinero, una cinta que, con toda la razón del mundo, significó un estruendoso fracaso de taquilla en los EE.UU.. En ella, un thriller narrado sin fuerza ni estilo, el director nos acerca, sin mucha convicción, a una trama en donde el espionaje industrial es, en teoría, su punto fuerte.

La película arranca de forma correcta, presentando una sociedad actual en crisis en la cual los jóvenes se plantean un incierto futuro económico y laboral. Pero pronto se olvida de su prometedor apunte crítico y entra en materia descubriéndonos a su protagonista principal, Adam Cassidy, un ambicioso chico de familia humilde al que un perverso magnate, propietario de una empresa de telefonía móvil, le aprieta las tuercas y le obliga a infiltrarse en una compañía rival para robarles la nueva tecnología del revolucionario producto que están a punto de lanzar al mercado.


Hasta aquí, la cosa se aguanta bastante bien, pero todo empieza a desmoronarse debido a la poca entidad otorgada a sus personajes, así como en la nula definición de los mismos, pues todos están construidos a golpe de tópicos: los malos son muy malos, de tebeo barato, mientras que los buenos, de tan buenos, resultan insoportablemente estúpidos; estúpidos y guaperas, tan vacíos como los maniquís de los escaparates de ropa. Un buen ejemplo de ello se encuentra en el insustancial Liam Hemsworth, el joven que encarna a Adam Cassidy, y su enamorada de turno, Amber Heard, una empleada de la firma rival; una pareja que da grima sólo de verlos.


Para darle cierta entidad al producto, Luketic se ha buscado la complicidad de dos actores de primera fila para llamar la atención del espectador más incauto, como Harrison Ford y Gary Oldman. El primero, luciendo un repulsivo rapado de aúpa, salva como puede su más que previsible rol, mientras que el segundo, para no perder la costumbre, afronta su malvado personaje desde su habitual histrionismo. Y, de pasada, sin aportar absolutamente nada a la historia, se saca de la manga la colaboración estelar de Richard Dreyfuss para dar vida, sin ninguna solidez, al enfermizo, fumador y borrachín (aunque muy bonachón) padre del protagonista.


El Poder del Dinero (alucinante título español del original Paranoia), a pesar de los (mínimos) esfuerzos de su director por evitarlo, se queda encallada a los pocos minutos de su arranque y navega entre los amoríos del Hemsworth y la Heard (patética y ridícula la manera de conocerse), los desmanes interpretativos de un desmedido Oldman y sus manos ejecutoras (Embeth Davitz y Julian McMahon), el patetismo de los cuatro pelos que adornan la testa del otrora Indiana Jones y los pocos momentos de suspense barato incapaces de inquietar a nadie.

Una película innecesaria, de resolución más que previsible y llena de personajes vacíos. Y lo peor de todo es que intenta alardear de ser un thriller de gran envergadura. ¡Qué pena da ver a gente como Richard Dreyfuss metida en cosas como esta! De juzgado de guardia.

4.3.14

La noche más larga, negra y mejicana

La noche transcurrió sin sorpresas, tal y como más o menos se había previsto. Y, como de costumbre, aburrida y larga; extremadamente larga. Ellen DeGeneres, como la maestra de ceremonias de esta 86ª edición, no estuvo muy brillante que digamos. Pocas líneas de guión tuvo que memorizar. Lo suyo fue hacer propaganda descarada sobre la nueva generación de telefonía móvil y, como gran proeza, destrozar sin demasiada compasión a una envejecida y engordadísima Liza Minnelli quien, ante los envites de la presentadora, aguantó estoicamente y con sentido del humor la provocación.


Los premios, los que ya estaban cantados de antemano. Con la administración Obama, era lógico que la mejor película recayera en la plomiza 12 Años de Esclavitud, mientras que el premio a la mejor secundaria recaía en la jovencita Lupita Nyongo’o, una de las actrices de color de ese mismo film y al mismo tiempo una recién llegada al mundo de la interpretación. Gravity arrasó con la mayoría de Oscars técnicos, llevándose también la estatuilla al mejor director, el mejicano Alfonso Cuarón.


Tal y como se había pronosticado, Cate Blanchett se alzó con el merecidísimo premio a mejor actriz por su inolvidable interpretación en Blue Jasmine, mientras que Matthew McConaughey hizo lo propio con el de mejor actor por su trabajo en la interesante Dallas Buyers Club, aunque al subir a recogerlo, ¡qué lástima!, se salió por peteneras y nos endilgo un indigesto sermón sobre la grandeza de Dios. A buen seguro que el discursito de marras no le hizo puta gracia a un Leonardo DiCaprio que vio escapársele el Oscar de entre sus manos por cuarta vez.


Curiosamente, la única campanada de la noche fue la de Jared Leto quien, en contra de todas las previsiones, consiguió la estatuilla dorada como mejor secundario por dar vida, de forma brillante, a un travesti en la mismísima Dallas Buyers Club, un film que aún sigue pendiente de estreno en España.


La casa Disney fue recompensada con dos Oscars (mejor película animada y mejor canción) por esa cosa cursi que atiende por Frozen, El Reino de Hielo, mientras que se reconocía la originalidad del Her de Spike Jonze con el premio al mejor guión original y la insoportable pedantería de La Gran Belleza conseguía el Oscar al mejor film de habla no inglesa.

En la cuneta quedaron El Lobo de Wall Street, Nebraska, Capitán Phillips, La Gran Estafa Americana y Philomena, las grandes perdedoras de la noche que, por no pillar, no pillaron ni los premios de la pedrea.

Para quién quiera conocer la lista oficial de ganadores, les dejo el link de la Academia.


Esto es lo que hay. Una año más. A esperar al próximo. De regalito, esa fotografía retwitteada que, urdida por la DeGeneres, ha dado la vuelta al mundo. Después, como recompensa, la presentadora invitó en directo a las estrellas que posaron en la foto a tomar unas porciones de pizza. ¿Dónde queda ese glamour que caracterizó a Hollywood?

1.3.14

Las 9 nominadas del 2014 en plan chungo

Capitán Phillips. Unos piratas somalíes abordan un carguero norteamericano y se llevan a su capitán de excursión en un bote salvavidas.

Dallas Buyers Club. A un vaquero muy machote le diagnostican el SIDA, le pronostican 30 días de vida y, del rebote que pilla, se hace amigo de un travesti e intenta desmontarle el chiringuito a la industria farmacéutica.

12 Años de Esclavitud. A un violinista de color (negro) se lo llevan de excursión, durante 12 años, para animar con su música las jornadas de trabajo en las plantaciones de algodón.

La Gran Estafa Americana. Una pareja de estafadores y un agente del FBI se alían para darle el timo del tocomocho a un alcalde con familia numerosa.

Gravity. Un tío deja a una tía más colgada que la una.

Her. Un panoli se pasa el santo día haciendo guarrerías con su ordenador.

El Lobo de Wall Street. Un par de descerebrados se pasan el santo día drogándose, follando, robando dinero y eludiendo a la justicia.

Nebraska. A un viejo empecinado le entra la pájara y se va de excursión con su hijo para reclamar un millón de dólares que dice haber ganado en un sorteo.

Philomena. A una vieja empecinada le entra la pájara y se va de excursión con un periodista amargado en busca de un hijo que, 50 años atrás, unas monjas diabólicas dieron en adopción.