18.9.14

La autopista de la vida


El inglés Steven Knight, con Locke, ha orquestado todo un interesante ejercicio de estilo comparable al que hizo Rodrigo Cortés con Buried. Aquí no hay ataúdes ni enterrados en vida: su protagonista es Ivan Locke, un hombre que durante un trayecto en automóvil de hora y media de duración, verá cambiar su existencia de forma radical. Su vida laboral y sus relaciones matrimoniales y familiares están pendientes de un hilo. Sólo cuenta con el teléfono para evitarlo.

Al igual que en Buried, hay un único personaje y un teléfono. Un hombre al volante de su automóvil y con un móvil que le acercará (o le alejará, según se mire) con el resto de la humanidad. Un viaje inesperado (pero necesario) y un sinfín de decisiones que tomar en el tiempo límite que dura su desplazamiento.


Un film arriesgado y valiente que, a pesar de transcurrir todo en el interior de un automóvil y con un solo protagonista, atrapa totalmente al espectador gracias a las tensas y dramáticas situaciones planteadas en su brillante guión, a la naturalidad con que se van sucediendo sus numerosos diálogos y, ante todo, a la magnífica y contenida interpretación de un Tom Hardy en estado de gracia, capaz de no caer jamás en la sobreactuación y creando, al mismo tiempo, un personaje con el que resulta muy sencillo identificarse: un tipo normal al que, en cuestión de minutos, puede derrumbársele su pequeño universo.

La noche. Las luces de otros automóviles. Luces de neón. El sonido de la autopista. El sonido del móvil. Hora y media de trayecto. 90 minutos para llegar al final del recorrido y replantearse la existencia. Un film tan realista que llega a sorprender por su valentía y honradez. No es necesario complicarse mucho la vida para hacer una gran película (aunque sea de pequeño formato). Ésta es un buen ejemplo de ello.


5.9.14

El blockbuster patrio


Con Celda 211, David Monzón se puso el listón muy alto. De hecho, ahora, con su nuevo film recién estrenado, El Niño, demuestra la dificultad que tiene para superar ese thriller carcelario que, hasta el momento, se me antoja como el mejor trabajo del realizador de esa insoportable comedia coral que llevaba por título El Robo Más Grande Jamás Contado.

El Niño posee un arranque furioso, de esos inicios que atrapan al espectador en la butaca: dos agentes de policía le siguen los pasos a un miembro de una banda de narcotraficantes internacionales que está a punto de levantarles la camisa con un falso trapicheo. La intriga sucede en un ámbito geográfico muy nuestro, en el estrecho de Gibraltar. Como bien dicen en la película, España, África e Inglaterra juntas en tan sólo 14 kilómetros.


La cinta parece prometer hasta que aparece en escena el personaje que da título a la misma, El Niño, al que da vida un insoportable Jesús Castro en su debut cinematográfico. Entre él, su graciosillo amigo del alma, un moro que les introduce en el mundo del tráfico de drogas y la hermana de éste (patética e innecesario intervención de Mariam Bachir), la historia empieza a escapársele de las manos. Cada vez que la cámara se centra en las vicisitudes del grupito de jovencitos, el ritmo decae vertiginosamente y la cosa empieza a parecerse peligrosamente a esos culebrones televisivos de teenagers que tanto les encanta a Tele 5 y Antena 3.


Suerte que, para paliar las arremetidas de El Niño y sus comparsas, al otro lado de la trama, en el de los polis, hay gente de tanta envergadura como Luis Tosar, Eduard Fernàndez, Sergi López y Bárbara Lennie quienes, con su sola presencia, logran despertar hasta a los muertos; vaya, que con su trabajo y la solidez narrativa que Monzón le ha destinado a las intervenciones de este grupo de actorazos (incluida una sólida peluca al servicio de la calva del amigo Tosar), la cosa se salva de manera bastante notable..

Automóviles, lanchas, helicópteros… como si fuera el mismísimo Michael Bay. Todo es válido para la vocación inconfesa de blockbuster que desgrana El Niño. Persecuciones, crímenes, suspense, infiltrados… Técnicamente impecable. No falta nada de nada, pero le sobran demasiados minutos de adormecimiento con los niñatos protagonistas. Tan sólo aligerando su presencia y dejando a un lado el forzado love story (de cara a la taquilla más facilona) entre El Niño y Amina, el asunto habría tenido muchísima más sustancia.