31.8.05

Mentiras arriesgadas

Tenía pésimas referencias sobre Sr. y Sra. Smith. Era reticente a verla. Y hoy, finalmente, me he enfrentado a ella. No esperaba otra cosa de este título. Puro artificio veraniego, sin más. Tiroteos, persecuciones, explosiones, luchas cuerpo a cuerpo y cierto tono de comedia; pero de comedia insulsa, tontorrona, de esas que no encuentras la gracia por ningún lado.

Su director es Doug Liman, el mismo de El Caso Bourne. En esta ocasión ha optado por lo más facilón. Poco guión y mucha acción, aunque sea metida con calzador. Pero bien filmada, pues rehuye la moda actual del montaje sincopado. Al menos se aprecia todo cuanto ocurre en pantalla cuando la historia se acelera, cosa que en Sr. y Sra. Smith pasa a menudo. Y eso siempre es de agradecer.

El resto resulta previsible. Un festival Brad Pitt y Angelina Jolie. Él se desmadra a sus anchas, sin vergüenza alguna. Repite su personaje de siempre, el de un tipo desentendido y simpático. Sin sorpresas ni recursos interpretativos nuevos, aunque enseñando pectorales a la mínima de cambio (al final acabará convirtiéndose en el sustituto ideal de Charlton Heston). Y ella, la Jolie, como siempre. Poca actuación y mucha exhibición física, que de eso la chica sabe un rato largo, aunque no acaba de enseñar nunca sus delanteras, tal y como hace su colega. Luce modelitos nuevos en cada una de las escenas. Y juntos, al fin y al cabo, tienen su química. Total, para lo que han de hacer, no se necesita un talento excesivo. Bailan un tango (de cualquier manera, pero lo bailan), hacen el amor, se disparan e incluso se pegan.

La historia es lo de menos. Otro collage más Made in Hollywood. Una nueva mezcla prefabricada que añadir al carro. Un poco de aquí y otro poco de allá. La base central (un matrimonio de asesinos profesionales recibe el encargo de autoeliminarse) la pilla de El Honor de los Prizzi, aunque no tenga nada que ver con la maestría y el ingenio que vertió Huston en ese film. El juego de engaños y mentiras a las que recurren ambos cónyuges, para esconder sus verdaderas profesiones el uno del otro, es un calco del entretenido Mentiras Arriesgadas, sin el estilo imprimido por Cameron. Algún que otro pasaje (como el odio que nace entre ellos y la escena de la paliza y el tiroteo en el interior de su propio domicilio), remite directamente a una de las comedias más ácidas y cínicas sobre el matrimonio, La Guerra de los Rose, aunque sin la mala leche y el resentimiento vertido por un vitriólico Danny DeVito. Por si fuera poco, el título original se lo roba a uno de los productos más desconocidos de don Alfred Hitchcock, Mr. And Mrs. Smith (en España rebautizada con el culo como Matrimonio Original) Y todo ello, además, sin contar con los numerosos guiños al inevitable 007 y a la serie sobre Lara Croft, protagonizada por la propia Jolie.

Y poquita cosa más. Entretiene hasta cierto punto. A veces, hasta parece prometedora, como los insertos de las visitas del matrimonio Smith al consejero matrimonial, o los momentos en que ambos van desgranando todas las falsedades a las que recurrieron para no descubrir su empleo real al otro. Pero todo queda en agua de borrajas. Originalidad cero. Inspiración nula. Cierto oficio en la dirección y para de contar.

Si algo tiene este matrimonio belicista es que, desde un principio, no engaña a nadie. Todo sus espectadores saben lo que van a ver antes de entrar al cine. Y no hay más que eso: una milimetrada pirotecnia visual y argumental, vacía y sin chicha de ningún tipo que, finalmente, termina más o menos entreteniendo. Cine de consumo inmediato. Aquí te pillo y aquí te mato. De esas películas, que por suerte, al día siguiente se acaban olvidando. Nunca pasará a la historia del cine. Seguro. Y si por desgracia lo hace, reniego de Hitchcock, Ford y Wilder; me saco la licencia de taxista, me enchufo todo el día a la COPE y mantengo tertulias no cinéfilas con los pasajeros. Tomen nota de ello.

Levántate y anda

El otro día maté a Louise Fletcher. Así, tal como suena. La maté. De un plumazo, sin más consideraciones. Por hacer de mala en la mayoría de sus películas. Bueno, por hacer de mala y además hacerlo bien, de manera creíble. Y eso potencia envidias y odios.

De todas formas me declaro inocente de su vil y falso asesinato. Mi fuente de información, en cuanto a cadáveres recientes se refiere, está en IMDB (Internet Movie Database). Ellos siempre han asegurado que constatan todo aquello que cuelgan en sus páginas. Pero esta vez se la han colado. Y a mí también. Algún enemigo de la Fletcher, resentido con la hijaputa de la enfermera Mildred Ratcher de Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco, decidió darle el pasaje a la eternidad. Y allí estuvo, la pobre mujer, colgadita durante un par de días entre los muertos ilustres de esta página.

Incluso el recién inaugurado blog de Deblin, Recuerdos de lo que no ha pasado, tras ver la noticia en mi bitácora, estrenó su nueva estancia con la noticia de la defunción de esa buena (pero mala) mujer. Perdóneme usted, señor Deblin, ya que de esa reseña suya si que me siento un poco el causante.

Si Dios lo hizo en su día, ahora, quien esto escribe, también puede conseguirlo: Louise, levántate y anda”.

No hay mal que por bien no venga. Dicen que cuando das erróneamente por muerto a alguien, le añades diez años más de vida. Así sea.

30.8.05

Ustedes lo han querido: BILBAO

Bigas Luna debutó en el mundo del largometraje con el correcto Tatuaje, un thriller, con connotaciones de denuncia social y política, basado en la novela homónima de Manuel Vázquez Montalbán y que, al mismo tiempo, supuso la primera aparición del detective Pepe Carvalho en la pantalla grande. Pero no fue hasta dos años más tarde, en 1978, que el realizador catalán destacó con Bilbao, una película rompedora y valiente. Y, hasta el momento, uno de sus mejores y más personales trabajos.

Bilbao es la historia de una obsesión. Sólo tres personajes le fueron necesarios a Bigas Luna para plasmar sus fantasmas más oscuros. Leo, María y Bilbao. Un hombre y dos mujeres. Y una ciudad, Barcelona. Una Barcelona nocturna.

Él es un tipo solitario, con ciertos desequilibrios mentales. Metódico y extravagante, dedica un tiempo excesivo, diariamente, a la limpieza de sus dientes. La higiene bucal no supone problema alguno para que, por otra parte, demuestre su perversa escatología orinando o masturbándose en los lavabos, en lugar de hacerlo en el inodoro. Aficionado a la fotografía y a coleccionar extraños recortes de revistas y periódicos, mantiene una singular relación con María, una mujer mucho mayor que él con la que convive y sostiene ciertos juegos sexuales.

En el otro extremo está Bilbao, una mujer que alterna su trabajo como stripper con la prostitución callejera. El descubrimiento de ésta perturbará la existencia del enigmático Leo. La seguirá a todas partes, intentando conseguir todos los detalles posibles que le aproximen a ella. Su voz, su ropa interior, su olor, su todo. Y una meta muy concreta: hacerla suya; conseguirla a cualquier precio, como si se tratara de uno de esos recortes que compila compulsivamente. Algo de El Coleccionista de Wyler se esconde tras ese personaje obsesivo.

Rodada en 16 milímetros y con el feísmo y un grano excesivo marcando su fotografía, Bigas Luna siempre afirmó que esa imagen se debía a una decisión personal. Una acertada decisión pues, con esa estampa tan desagradable, potencia, al cien por cien, la sensación de angustia que pretendía transmitir. Bilbao es una película morbosa, enfermiza. Hay sexo, pero no es erótica. Su sexo es malsano. Sus mujeres no son atractivas: una mujer madura ya caduca y una puta barriobajera. Para Leo, tanto la una como la otra, son meros objetos. Unas medias o unos zapatos de tacón podrían suplantarlas perfectamente.

La cinta sigue los cánones del cine negro, empezando por su voz en off. Leo cuenta al espectador sus sensaciones. En primera persona. Pero a lo bruto. A lo Bigas Luna de antes. No el de ahora, ese que busca filmar la sensualidad en sus nuevos films como si estuviera patrocinado por Penthouse. Un Lunas más carnal, morboso y enfebrecido. Y, en consecuencia, más real. De Barrio Chino barcelonés. De patearse las Ramblas arriba y abajo en busco de una furcia barata. Más duro y más sucio. Incluso basto en el tratamiento de ciertas escenas (lavados vaginales en el bidet de una sórdida pensión, folladas en automóviles y una desmesurada pasión por los productos lácteos). Pero, al fin y al cabo, por enfermizo, es necesaria esa causticidad.

Pensaba que el paso del tiempo habría marcado a Bilbao. Pero no. Su productor, Pepón Coromina, tenía mucha vista y acertó de lleno. La cinta sigue fresca (sí es que fresco es una adjetivo aplicable a una película tan enrarecida). Aún consigue sus propósitos. Y a ello contribuyen, también, Angel Jové, María Martín e Isabel Pisano. Leo, María y Bilbao, respectivamente. Perfectos en sus personajes. Y sin olvidar, tampoco, la voz mental de Leo, la del narrador, la del director teatral Mario Gas.

Después vendría Caniche.

29.8.05

El hombre invisible

Lasse Hallström es un director sueco que, desde hace varios años, rueda la mayor parte de sus películas en Estados Unidos. Todo empezó a raíz del éxito que obtuvo, en 1985, con Mi Vida Como Un Perro, un film que, tres años después, fue merecidamente nominado al Oscar a mejor director y mejor guión adaptado, premios que acabaron consiguiendo Bernardo Bertolucci (director y guionista) y Mark People por El Último Emperador.

Entre los méritos cinematográficos de Hallström se encuentran, en medio de una filmografía un tanto irregular, la citada Mi Vida Como Un Perro, Chocolat y Las Normas de la Casa de la Sidra. A estas añadiría, sin lugar a dudas, Atando Cabos, un film que no vi en su estreno y que tenía olvidado por una de mis estanterías esperando el día adecuado para visonarlo.

Ayer, finalmente, descubrí que Atando Cabos se trata de un producto espléndido. Un melodrama de aquí te espero. Duro, crudo y triste. Muy triste. Aunque con un mérito especial que pocos realizadores consiguen cuando se enfrentan al género directamente. En momento alguno se dedica a buscar la lágrima del espectador. Rehuye el tono lacrimógeno cuando, con los temas que toca, hubiera sido el camino más fácil.

La cinta narra la oscura y pesarosa vida de un hombre afligido al que la vida no ha tratado nada bien. Marcado de pequeño por un padre intolerante y demasiado exigente, llegará a la cuarentena de manera un tanto gris. Un ser casi invisible para los demás que, empleado en los talleres de un periódico neoyorquino, creerá encontrar a su media naranja en Petal, una mujer atractiva y un tanto crápula, con la que acabará contrayendo matrimonio y teniendo una hija. El mismo día en que sus ancianos padres deciden dejar este mundo a través del suicidio, su mujer también morirá en un accidente automovilístico. Roto y desconsolado, en compañía de su hija y una pariente cercana, decidirá dejar Nueva York y hurgar en sus raices. Un pequeño pueblo costero y pescador de Terranova, Killick-Claw, le descubrirá sus fantasmas y sus orígenes.

Kevin Spacey es Quoyle, el ser destrozado e indefenso que debe huir de su realidad cotidiana. Una interpretación perfecta y moderada que moldea, sin artificios, a un personaje al borde del abismo y que, a pesar de sus numerosos problemas en su nueva ubicación, intentará superarlos poco a poco. Difícil meta en la que será ayudado, muy de cerca, por una viuda del lugar, la propietaria de una pequeña escuela rural.

Amparando maravillosamente a Spacey, se encuentra un grupo de actores insuperables, a cual mejor: Julianne Moore, Judi Dench, Cate Blanchett, Scott Glenn y Pete Postletwaite. ¿Alguien da más? Sólo por ellos, por esa sobriedad con la que afrontan sus respectivos papeles, vale la pena darle un repaso a esta cinta.

Atando Cabos es un film sobre la superación personal. Habla de la incapacidad para comunicarse; de la dificultad para expresar los sentimientos más íntimos. Y, al mismo tiempo, plantea la manera de eliminar traumas de un pasado demasiado reciente y conseguir salir ileso con la experiencia. Y, por sorprendente que parezca, sin verter en su narración moralina alguna, a pesar de las desgracias que rodean a Quoyle y a su atormentada hija. No sólo buscará apaciguar sus pesadillas, sino que, tal y como índica el título español de la película, irá ligando ancestrales historias familiares que, en parte, le confirmarán su insegura personalidad.

Killick-Claw es un pueblo lleno de secretos y recelos, del que el propio Quoyle acabará convirtiéndose en el principal cronista de esa sociedad. Un lugar frío y húmedo; nebuloso y espeso, pero al que Hallström acaba convirtiendo en un paraje entrañable. En él, todos sus habitantes guardan algún secreto en su corazón. Y, del primero al último, temen y respetan el mar. Un mar al que adoran y aman, a pesar de sus mortales jugarretas y de haberse llevado la vida de muchos de sus vecinos.

La historia es áspera. Tanto infortunio podría resultar anímicamente desgarrador. Es por ello que, en su narración, no se descarta cierto sentido del humor. Un humor un tanto cínico y, a veces macabro. Pero suaviza el dolor. Y eso siempre es bueno.

28.8.05

Do Not Disturb

Hay días en que el cuerpo pide un descanso. Y hoy, domingo, ha sido uno de esos.

Elijan la opción que deseen. Yo tengo claro por cual de ellas me he decantado durante esta jornada.

27.8.05

Rizando el rizo

Hoy he recibido un e-mail, de uno de ustedes, muy surrealista. Llevaba adjunto una fotografía de un ventrílocuo con su muñeco. Tal como indicaba en el correo, el ventrílocuo es una mezcla entre el cantautor Alberto Cortez y la desaparecida Gloria Fuertes. Cierto.

Pero aparte, he descubierto que el muñeco también tiene su patrón. Y no es otro que Peter O’Toole. Abajo tienen la muestra.

26.8.05

Al señor Absence, le encontré gracias a mi hermana

Justo ayer, uno de los blogs con más solera de la Blogosfera, cumplía un año de existencia. Se trata del Blog Ausente, el del señor Absence. O sea, mi cuñado.

Les puedo decir que este post no es mero peloteo. Es pura diplomacia. Les aseguro que si mi cuñado tuviese una bitácora caótica, sería el primero en dejarlo claro. Bueno, a veces, un tanto desconcertante resulta. Pero, a la vez, brillante. En 12 meses se ha convertido en un pajero de pro. Y él, con esa condecoración, es de lo más feliz. Por ella ha pasado un poco de todo: cine basura, orientales a manta, un Simpsonario, cómics, música y extrañas biografías. Si aún no lo conocen, dense una vuelta por ese rinconcillo de Internet. No se arrepentirán.

Ayer, el hombre, ni corto ni perezoso, lanzó una pregunta al vuelo. Para celebrar ese aniversario, Absence quiso saber cómo habían dado con él sus lectores. Unos a través de links en otros blogs o gracias a una búsqueda accidental mediante el Google, mientras otros ya conocían su existencia por su presencia en numerosos foros. Yo le encontré, hace varios años, gracias a mi hermana.

Absence, ese señor que ven ahí abajo enseñando sus calzoncillos mientras intenta reparar el correo electrónico de su suegro (o sea, mi padre), aparte de algunos disgustos, me ha dado un par de alegrías. Una fue presentarme en sociedad, desde su bitácora, el día que decidí (aconsejado por él) crear Spaulding’s Blog. Fue un escrito memorable y ciertamente emotivo que nunca he sabido como agradecérselo.

La otra alegría, la más grande, no es tan sólo mérito suyo. Puedo garantizarles que sin la ayuda de mi hermana, no estaría el pequeño Absencito. Ese niño, aparte de un pillastre, promete ser tan basurero y casposo como su propio padre. Cosas de los genes... aunque tiene mi barbilla y mi nariz. Por algo soy su tío, ¡coño!

Espero que tengamos Blog Ausente por muchos, muchos años. Yo, al menos, lo necesito tanto como a mi medicación diaria.

25.8.05

Juegos de Verano (XIII)

Hoy voy a ser bueno y se lo voy a poner facilito. Chupado, vaya. Sólo falta un poco de vista y no caer en el engaño. El otro día, con Cabaret, les apreté demasiado las tuercas, pero aún y así, Don 1977 dio en el clavo. Vaya vista tiene ese hombre.

Recuerden. Scream. Grito. O sea, lo que hace Liza Minnelli cuando tiene ganas de aligerar estrés: chillar como posesa, en un túnel, cuando por encima de ella pasa un ruidoso ferrocarril. La imagen del cadáver era la del primer judío apalizado y asesinado por un grupo de nazis. La guerra estaba a punto de empezar.

Vamos a por la de hoy. Les repito que es muy sencilla. Sin que sirva de precedente, seré benévolo... sólo para compensar el último acertijo.

Quesos y balas.

24.8.05

Ustedes lo han querido: POSESIÓN INFERNAL

Después de realizar unos cuantos cortos, el hoy en día reputado Sam Raimi, debutó en el mundo del largometraje, en 1981, con Posesión Infernal, un título que en su estreno no cosechó éxito alguno pero que, poco a poco, con el paso de los años, se ha acabado convirtiendo en un film de culto. Tan venerado está por sus numerosos admiradores que, no contentos con un par de secuelas, aún reclaman una cuarta entrega. Y no es de extrañar, pues el tercer y último episodio estrenado, El Ejército de las Tinieblas, dejaba la historia a punto de caramelo para un capítulo más. Y desde entonces han pasado ya 13 años aunque, al parecer, éste ha sido anunciado para el 2006.

Posesión Infernal es una película sin pretensiones. Rodada con un presupuesto mínimo y en 16 mm (aunque posteriormente remasterizada y con sonido THX), se planteó como una sátira sangrienta y un tanto violenta sobre los films en los que, bosques embrujados y casas encantadas, acababan convirtiéndose en sus verdaderos protagonistas. Pero todo ello a través de un estilo muy personal y gamberro en extremo.

A pesar de su aparente sencillez, tanto escénica como narrativa, Raimi sorprendió por el dominio de la imagen que demostró en esta ópera prima. El uso (y, a veces, abuso) de la cámara subjetiva y el steady cam, mediante largos y fantasmagóricos trávellings, se convirtieron en marca de la casa; un estilo que siguió utilizando en su divertida secuela, Terroríficamente Muertos.

El argumento es lo de menos, pues la fuerza (y la gracia) de Posesión Infernal reside en su aparente desmadre. Cinco amigos (tres chicas y dos chicos) deciden pasar un fin de semana en una vieja cabaña, un tanto destartalada, en medio de un sombrío bosque. Tras el descubrimiento, en el sótano de la misma, de una misteriosa cinta magnetofónica y de un diabólico libro forrado en piel humana, empezarán a suceder inexplicables fenómenos paranormales. Muertos vivientes y árboles vengativos serán la respuesta a la insensatez de los jóvenes.

Raimi juega bien las cartas. No hay guión, pero él es consciente de ello y por eso carga todo el peso de la película en mezclar con precisión la comedia, el cine de horror y el gore. Primero a pequeñas dosis, con algún que otro guiño cinéfilo, como un par de claros homenajes a La Matanza de Texas; luego a lo bestia, con una desmesura brutal que, por momentos, se acerca al espíritu de los viejos cartoons de la Warner. Sin Bugs Bunny pero con muchos Demonios de Tasmania. La sangre brota a chorro; incluso a manguerazo limpio. Las vísceras no se quedan atrás. Gusanos y escarabajos también tienen su rinconcito. Pero todo ese festival salvaje lo hace sin olvidar matizarlo con un perfil cruelmente divertido y negro; a veces hasta sutil. Grotesco y terrorífico. Y con un toque de suspense ciertamente interesante. En Posesión Infernal hay tiempo para todo.

Los efectos especiales resultan, vistos hoy en día, bastante cutrones. Al igual que el rudimentario maquillaje de las criaturas endiabladas que pululan por la pantalla. Pero ello, al fin y al cabo, ello le da una entidad propia. Un mérito artesanal más para que, con los años, se haya convertido en una cinta respetada.

Y para rematar el espectáculo, ahí está Bruce Campbell, dando vida al sorprendido y desencajado Ashly. Una mezcla entre Jerry Lewis y Jim Carrey, pero sobrio, sin perder la seriedad en ningún momento. Un caricato excelente, totalmente expresivo a través de sus múltiples muecas. Un actor al que, por el momento, sólo ha sabido apreciar Sam Raimi y al que se tendría que potenciar más a menudo.

Esta misma mañana la he vuelto a revisar. Les aseguro que, gracias a ello, el día menos pensado, volveré a tragarme sus dos continuaciones. Y es que Posesión Infernal es un aperitivo excelente.

23.8.05

Juegos de Verano (XII)

El Planeta de los Simios era la película fantasma de ayer. La pista era clara y contundente: el Hombre y la Tierra. O, lo que es lo mismo, Charlton Heston y la Tierra. Más claro, el agua. El fotograma pertenecía al momento en que, tras darse un baño en un apacible río, los astronautas perdidos descubren que alguien les ha robado la ropa. La escena ideal para que nuestro hombre del rifle, siguiendo su tónica habitual, pudiera lucir de nuevo su pelambrera pectoral. ¿Hay alguna película en la que Heston no muestre su torso desnudo?

Vamos a por el film incógnito de hoy. En esta ocasión, en lugar de frase, como pista, les voy a poner una palabreja. Y en inglés, que siempre queda como más culto. Apáñenselas, amigos...!

Scream

22.8.05

Juegos de Verano (XI)

Un poco más calmado con las tretas oscuras de Blogger, regreso con los Juegos de Verano. Hay que aprovechar los últimos cartuchos, pues se acaban las vacaciones estivales y este entretenimiento está a punto de finiquitar. A lo mejor me planteo otros juegos... de otoño, invierno y primavera, aunque más distanciados, para los fines de semana en que la gandulería llame a mi puerta.

El último se trataba, como bien adivinó el profesor Shorofsky, de la magnífica Camino a la Perdición. Cine negro, basado en un cómic. Un film a tener en cuenta. De esos que, con el paso del tiempo, acaban convirtiéndose en un clásico indiscutible. Además se trata (por el momento) de la última interpretación de uno de los grandes, Paul Newman.

Vamos a por el de hoy. Sencillo, para que no se quemen mucho las neuronas. Y, además, aprovecho para dedicarlo a la memoria de Félix Rodríguez de la Fuente. ¡Valor y a por el toro!

El Hombre y la Tierra.

21.8.05

La ley del silencio

Franco, Pinochet, McCarthy, Bush, Aznar, Saddam, Idi Amín Dada, Castro, Hitler, Rajoy, Mussolini... ¿Blogger?

El Gran Hermano nos vigilia. Los delatores y chivatos de baja estofa siguen su juego. Y eso es peligroso. Muy peligroso. La libertad de expresión es un concepto que molesta.

Lo políticamente correcto es una incorrección más de las falsas democracias. Hay que seguir su bola. Ser buenos, civilizados y de derechas. El centro es una falacia. Y el centro-derecha aún más. Pero están allí, mintiendo, tergiversando y organizando nuevas cazas de brujas. Incluso crean guerras para su propio beneficio.

La opinión siempre cuenta sí el que opina lo hace a favor de ellos. Lo contrario, ofende. Y lo contrario es la verdad. Una verdad a la que temen y a la que abaten acallando voces. Si es necesario, adiestran perros que acaban degollando a todos los granos insurgentes que les nacen en el culo.

Supongo que no entienden lo que les estoy contando. Tengo la solución a ello: pinchen ya sobre Hijo Tonto. Él se explica mucho mejor que yo. Y si alguno de ustedes tiene su bitácora alojada en Blogger, sigan sus consejos. Personalmente, he tomado la decisión que ese sabio señor propone. ¿Se han fijado que falta una barra en el encabezamiento del blog? Pues eso.

El orden de los factores no altera el producto

Ustedes mismos...

19.8.05

Chocolate desecho

Hace más o menos un mes les hablaba de Un Mundo de Fantasía, la magnífica adaptación que en los años 70 realizara Mel Stuart partiendo del original literario de Roald Dahl. Les puedo asegurar que tras visionar ese film, tuve la impresión de que Tim Burton lograría, con la misma base, un producto personal en el que volcar lo mejor de su universo gótico.

Una lástima, pues fue una intuición fallida. La realidad es otra muy distinta, pues Charlie y la Fábrica de Chocolate es una película innecesaria. Mientras la primera versión rezumaba un cinismo poco habitual en su época, Burton ha apostado por aligerar la historia, rehuyendo la mala leche que desprendía el trabajo de Stuart.

La historia es la misma. Hay pocas variaciones argumentales, aunque excesivos matices un tanto moralistas. Tim Burton, en esta ocasión, se ha limitado a calcar la otra película, tanto escénica como narrativamente hablando. Detalla la pobreza del pequeño Charlie, el niño protagonista, valiéndose de los mismos golpes de efecto de Un Mundo de Fantasía. Crea algunos personajes nuevos (como el del padre de Charlie y el de Willy Wonka) y hace desaparecer a otros de un plumazo, al tiempo que dedica un postizo (y molesto) cuarto de hora final a ensalzar, de manera ridícula, la imagen de la familia. O sea, cae en el error de decantarse hacia la última obsesión ética del cine norteamericano actual.

Y curiosamente, cuando más podría haber explotado su habitual estilo rocambolesco, es el momento en el que el realizador de Big Fish demuestra una falta total de inspiración. El interior de la fábrica de golosinas de Willy Wonka, el lugar ideal para que Burton vertiera su clásica imaginería visual, mantiene muy pocas diferencias con el diseño que ofrecía la cinta de Mel Stuart. El famoso bosque comestible –rodeado de cascadas y ríos de chocolate- y otras estancias de la factoría, son idénticos en ambos títulos.

Las situaciones que nos plantea son totalmente descafeinadas y políticamente correctas. Una copia descarada en la que sus pocas innovaciones han sido insertadas para contentar a todo el mundo. Incluso sus números musicales resultan insulsos, sin gracia alguna, pues en este punto en concreto, ha rehuido las canciones originales de Anthony Newley para potenciar a su eterno Danny Elfman. Un Danny Elfman alarmantemente repetitivo en sus últimas bandas sonoras y patéticamente hortera a la hora de escribir y musicar las canciones para Charlie y la Fábrica de Chocolate. Renovarse o morir.

Y lo peor e incluso molesto al cien por cien: la interpretación de Johnny Depp, el actor fetiche del director. Un Depp exagerado e histriónico. Y, con perdón, amariconado. En lugar de explotar a un Willy Wonka sardónico y misterioso, se ha inclinado por dar vida a un empresario más pintarrajeado y maquillado que una Drag Queen en pleno desmelene. Juraría que, por momentos, está más empolvado que la locaza Jack Sparrow, el pirata amanerado que interpretara a las órdenes de Gore Verbinski. En cuatro días, este chico se nos va a convertir en Joanna Depp. A veces, en el papel de Wonka, da la impresión de haberse transformado en una niñata histérica. Él sabrá. Yo cada día lo aguanto menos. El film ya flojea por si mismo y Depp, con su labor, acaba de destrozarlo. Una pena.

Para mí, Willy Wonka siempre será Gene Wilder. Ese hombre sí que estaba soberbio.

Por cierto: si se atreven a verla, disfruten de sus maravillosos títulos de crédito iniciales. Lo único salvable de este título. Informática pura, pero magníficos. Al terminar estos, ya pueden escapar raudos del cine. No se van a perder nada de nada. Por muy Tim Burton que se llame su director.

18.8.05

Basin City

El artefacto explosivo ya está en marcha. Y no es precisamente un artefacto de relojería. Se trata de Sin City, la película del momento. El sobrevalorado Robert Rodríguez y el guionista y dibujante de cómics Frank Miller, junto con la colaboración de Quentin Tarantino (acreditado en el film como special guest director), han unido sus fuerzas para ofrecer uno de los productos más innovadores de esta década.

Basada en la homónima serie de cómics publicada por Miller, lo mejor y más atractivo de esta película se encuentra en su mayúsculo tratamiento visual que, en todo momento, respeta las viñetas de los tebeos originales. Un experimento loable con ciertos antecedentes, pues con una estética similar ya se habían realizado varios vídeo-clips musicales en los años 80 y algún que otro cortometraje.

Es innegable que el tratamiento de la fotografía, amparada por la fuerza del blanco y negro (con ciertos matices coloreados) y el uso correcto de la informática, le dan un estilo particular y totalmente original al film tripartito. El cine negro reconvertido en un holograma postmoderno y un tanto alucinante y, en definitiva, lo mejor de la película, siendo capaz, al mismo tiempo, de retratar a la perfección la atmósfera de una ciudad corrupta y sucia como la de Basin City. Una urbe atemporal, en la que los coches de los años cincuenta conviven con los deportivos y los móviles de última generación.

Sin City está narrada en cuatro partes diferenciadas. Tres, para ser más exacto, ya el prólogo y el epílogo son puramente anecdóticos. Tres historias que transcurren en la putrefacta ciudad de Basin y que, al igual que hizo Tarantino con Pulp Fiction, intentan estar entrecruzadas. O sea, una especie de film circular que, sin embargo, va ensartando dichas narraciones de manera un tanto dispersa y frívola. Vaya, que los tres relatos (o cuatro, como ustedes deseen), acaban cuadrando por narices, de manera forzada.

Irregular en sus historias, resaltan, ante todo, las protagonizadas por Bruce Willis y un recuperado Mickey Rourke. Dos personajes quemados, situados cada uno de ellos a distintos lados de la ley. A su modo, llevarán a cabo una cruenta venganza. Y lo de Rourke, maquillado perfectamente como oscuro héroe de cómic sombrío, tiene su coña, pues el tipo no deja de interpretarse a sí mismo al representar a un perdedor por excelencia y al que su propia vida y su pellejo le importan muy poco. Lo mismo le ocurre a Hartigan, el enfermizo policía al que da vida Willis. Ambos sólo actúan por impulso, para saldar una cuenta que les atormenta, siendo los dos conscientes de tener muy pocas posibilidades de ganar.

El episodio central, en el que Clive Owen toma el papel protagónico, es quizás el más plomizo del espectáculo. A pesar de su acelerado ritmo, se me antoja absolutamente plúmbeo. Poco me importan las violentas luchas en las que se ven mezclados un grupo de prostitutas independientes, las mafias de la ciudad y la propia policía. Todo suena a hueco, demasiado infantil y pasado de rosca. Muy básico en su narrativa. Al estilo de “ahora te mato con una bomba y, si no mueres, te remato a balazos”. Como escrito por un niño perverso de aquellos que se dedican a cortar la cola a las lagartijas. Excesivamente pueril y abusivo. Eso sí, las tías que salen en esa historieta están de rechupete. Atención a la Rosario Dawson. Tela marinera. Tumba de espaldas.

A pesar de los pesares, Sin City resulta un film a tener en cuenta, sobre todo por su imaginería visual. La originalidad, en ese aspecto, es indiscutible. Hay que pulir asperezas y limar un sinfín de cabos sueltos. A mi parecer, el argumento general es demasiado básico, lo cual choca de manera peligrosa con esa obsesión por definir personajes atrapados y recrearse luego en situaciones crudas resueltas de manera ingenua. Abusa demasiado de cargantes voces en off, una trampa un tanto facilona para sustituir los cuadros explicativos de cómic original. El cine no necesita de tanta palabrería para expresarse. Una imagen vale más que mil palabras. Y, en este caso, sobran demasiados vocablos; a veces innecesarios y, en la mayoría de ocasiones, siguiendo el mismo espíritu insubstancial que domina todo el argumento.

Si al pobre Mankiewicz, sin razón alguna, le llegaron a tachar de hacer literatura en lugar de cine... ¿qué dirán de Rodríguez y Cía por mucha imagen sorprendente que hayan volcado en su trabajo?

Deseo, para mi salud mental, que no se inicie una abusiva corriente de films similares en los próximos años. Sin City puede abrir puertas a nuevos cineastas. Y ello es necesario. Pero de todas maneras, espero que las abran con precaución.

17.8.05

Juegos de Verano (X)

Acabo de ver Sin City. Aún es demasiado pronto para hablar de ella. Necesito toda la noche para digerirla. A veces vale la pena recapacitar. Mañana, desde esta bitácora, les daré mi opinión.

Hoy, como aperitivo, otra película para adivinar. Fácil. De verdad. Sin más preámbulos, ahí tienen un fotograma y una frase. El resto es cosa de ustedes.

Tuvo que hacer las maletas precipitadamente.

16.8.05

Un chute de Botox

El pasado domingo TV3 (Televisió de Catalunya) emitió el final de la segunda temporada de Nip/Tuck. Y, después de haberla seguido íntegra desde sus inicios, les puedo asegurar que se trata de una serie espléndida.

Claramente deudora de A Dos Metros Bajo Tierra y del largometraje American Beauty, Nip/Tuck se centra en la relación laboral y de amistad que viven los dos socios titulares de un prestigioso centro de cirugía plástica en Miami. Se trata de los doctores Sean McNamara y Christian Troy. El primero está casado con una mujer atractiva, Julia, con la cual tiene dos hijos, Matt y Annie. El segundo, Christian, es un hombre solitario y mujeriego. Padrino del joven Matt, sufre en silencio su adicción al sexo y, junto con la esposa de su socio, Julia, guarda un secreto que tan sólo conocen los dos, pues el descubrimiento de éste podría provocar una grave crisis en la familia McNamara.

Éste es el eje central sobre el que giran las dos primeras temporadas. La cirugía es una excusa como otra para entrar a saco en los sentimientos más íntimos de ese círculo de personajes. En lugar de cirujanos podrían haber sido mecánicos de un taller de coches, pero es de suponer que todas las intervenciones quirúrgicas (un tanto gores) que se muestran en cada capítulo, ayudan, en parte, a potenciar ese punto de acidez que conlleva el espíritu de la serie.

En Nip/Tuck se habla un poco de todo. Y bien. Sin tapujos. Para empezar se centra en la estereotipada (y real) crisis de los cuarenta y, desde ésta, se desvía, episodio a episodio, hacia otros derroteros: el incesto, la prostitución, el adulterio, la transexualidad, las drogas y la eutanasia, por ejemplo, son algunos de los temas que se han tratado. Y sexo, mucho sexo. Sin superficialidades ni moralinas. Tal cual. Directo al grano. Algunos de los capítulos de Nip/Tuck se asemejan a un estruendoso mazazo en la frente. Pero, por suerte, se ven suavizados por un sutil y celebrado toque de humor. Humor negro y un tanto cínico, pero humor al fin y al cabo.

Tras la ampulosidad de la consulta médica de los dos socios o del lujo de sus domicilios particulares, se esconde un maremágnum de estrés y rencores que atemorizan al más pintado. Nada es lo que parece. La felicidad que aparentan ante sus pacientes es una terapia como otra. La amistad de los dos galenos tambalea en cada uno de los episodios. El matrimonio de Sean está a punto de quebrarse y mientras, el hijo de éste, tontea y experimenta a ciegas con el sexo, al igual que su promiscuo padrino.

Tras esos personajes están los actores. Magníficos. Del primero al último. Cada uno de ellos aporta su propio grano de arena a sus respectivos papeles, otorgándoles a estos una personalidad única que, además, está perfectamente definida por un ingenioso equipo de guionistas. Dylan Walsh y Julian McMahon son los dos plásticos, mientras que una maravillosa Joely Richardson da vida a la mujer del primero. Y como invitados, en algunos episodios, gente de la categoría de Vanessa Redgrave, Famke Janssen o Alec Baldwin, entre otros muchos.

Si no la ha visto nunca, espere que su cadena autonómica la estrene. O, en el peor de los casos, recurra a su próxima edición en DVD. A pesar de su crudeza narrativa, vale la pena. Y más teniendo en cuanta que está realizada en un país tan moralista como los EE.UU. y destinada al medio televisivo.

15.8.05

Ustedes lo han querido: VIRIDIANA

Después de haberme tomado un día de merecido descanso, vuelvo a la carga con fuerzas renovadas pues ésta, sin lugar a dudas, será una semana dura cinematográficamente hablando, ya que tengo un par de estrenos pendientes para ver y colgar en la página.

Mientras, y a modo de aperitivo, retomo la sección Ustedes Lo Han Querido que, por cierto, la semana pasada no se llegó a publicar. La razón de este retraso se debe a que la película que tocaba, Viridiana, no me apetecía mucho volver a verla. Y es que, la verdad, no guardaba un buen recuerdo de cuando me enfrenté a ella, por primera vez, en la época en la que se anuló la prohibición de ser proyectada en España. Al fin, esta tarde, he decidido hacer un acto de constricción y repasar el DVD.

En primer lugar quiero dejar claro que siempre he respetado a Buñuel, tanto en su aspecto humano como en su vertiente intelectual. El surrealismo que rezuman la mayoría de sus cintas es digno de encomio. Se trataba de un personaje único e intrépido, con las ideas muy claras y que con su particular cine, en esos años, abrió las fronteras internacionales a nuestra cinematografía patria. Y es que el hijo de Calanda era grande, muy grande.

Entre sus películas hay joyas deslumbrantes y originales y también, porque negarlo, tiene algún que otro tostón, plagado de coartadas políticas, religiosas y anticlericales que, en su tiempo, llegaron a cautivar a la progresía del lugar, más por su valentía que por su valor cinéfilo. Indiscutiblemente, uno de ellas es Viridiana, el film que ahora nos ocupa.

Éste narra la historia de Viridiana, una novicia que abandona su convento para pasar unos días en la mansión de su tío, un hombre ya mayor que vio morir a su mujer durante la noche de bodas. Entre Viridiana y éste se creará una extraña relación, la cual tendrá su punto culminante cuando ella, para satisfacer a su morboso familiar, tenga que enfundarse el vestido de novia de su difunta tía.

Viridiana es Silvia Pinal, una actriz mejicana que ya había trabajado varias veces con Buñuel y que, en esta ocasión, se convierte en la mejor oferta de la película, pues su interpretación es lo mejor de la misma. La contención de esa chica, en todos los aspectos, hace que el trabajo de un forzado Fernando Rey quede totalmente apagado, haciendo así muy poco creíble a su funesto personaje, el de Don Jaime, el tío de la novicia, un hombre solitario y adusto, entregado a los placeres fetichistas y con tendencias necrófilas. Paco Rabal, el tercero en discordia y en la piel del hijo putativo de Don Jaime, cumple con su cometido. Y es que Rabal siempre estaba bien en todas partes.

A pesar de que el maestro negó, a lo largo de su carrera, el utilizar el lenguaje subliminal y las escenas con doble sentido, en Viridiana echa mano de todo ello como arma narrativa, olvidando un tanto su celebrado y absurdo sentido del humor. Es una película árida. Arida y aburrida. Alarmantemente somnolienta. Apuesta por su habitual crítica religiosa y sociopolítica. La penitencia, la miseria y el capitalismo entran a saco en el juego. Cada personaje tiene su rol concreto y tras cada uno de ellos se esconden ciertas instituciones.

Pero el problema más grave de Viridiana es que, en realidad, casi no cuenta nada. Su ritmo es lento. Su guión se antoja reiterativo, sin garra alguna. Tal cual. Empieza y acaba, pero a lo alrgo de su metraje ocurren muy pocas cosas. Eso sí, apunta hacia muchas direcciones, pero se queda en agua de borrajas. Parece que su mínima trama quiere arrancar de un momento a otro, pero ello no ocurre nunca. Y eso les aseguro que agobia. Al menos a mí.

Suerte, de todos modos, de la presencia ingeniosa de un grupo de mendigos, hospedados en el corral de la mansión de Don Jaime por una Viridiana con ínfulas de protectora de desvalidos. Un peculiar clan de indigentes que ya habría querido para su cine Berlanga y Azcona. No tienen desperdicio. Entre ellos se pueden apreciar a añorados especímenes (algunos ya desaparecidos) como la gran Lola Gaos, María Isbert y Joaquín Roa. Además, esos seres harapientos son los protagonistas, únicos y absolutos, de la escena que provocó la ira del gobierno franquista y de la iglesia española. Maese Buñuel, a través de esos tipos, totalmente borrachos y desmadrados, urdió la misma composición escénica de La Santa Cena de Da Vinci. Un detalle francamente divertido que sirvió, en el fondo, para inmortalizar uno de los títulos más sobrevalorados de su realizador.

Un detalle final. Si en alguna ocasión vuelven a ver Viridiana, fíjense en la pequeña que interpreta a Rita, la hija de la criada de Don Jaime, Ramona (Margarita Lozano). Se trata de una jovencísima Teresa Rabal, acreditada para el film con el nombre de Teresita Rabal. El tráfico de influencias también lo practicaban los más radicales.

13.8.05

De rostros misteriosos y de esqueletos

Ustedes lo han decidido así. En la última edición de Juegos de Verano el personaje incógnito más votado ha sido Ray Liotta. Pues vale. Éste, inevitablemente, se convierte en el ganador. Pero sólo el ganador moral por ser el más votado, ya que en realidad se trataba de ese actorazo inmenso que lleva por nombre Steven Seagal.

He aquí abajo la prueba. El cartel publicitario de uno de sus últimos films y que, en principio, se estrenará durante las primeras semanas de setiembre. Un servidor, de todas maneras, no la piensa ver ni loco.

Hoy no les molesto con mas preguntas ni misterios por resolver. De todas formas, y gracias a un link cedido por el Señor Lechero (y que ya hace unos días colgó Absence) les dejo con un entretenimiento un tanto esquelético. Suéltense la melena, conecten los altavoces de su equipo, pinchen aquí y a bailar a ritmo coreano. ¡Viva Ray Harryhausen!

12.8.05

Juegos de Verano (IX)

Suerte que han pillado que tras el juego de ayer se escondía Los Hermanos Max en el Oeste. Les aseguro que si no lo llegan a adivinar, me habría deprimido mucho, pues Jeffrey T. Spaulding es sinónimo de Rufus T. Firefly, Hugo Z. Hackenbush o Quentin Quale, entre otros. O sea, las múltiples personalidades de Don (con mayúsculas) Groucho Marx.

Ya que sólo quedaremos cuatro sin salir de weekend, les propongo otro tipo de entretenimiento mucho más relajado y sencillo. Se trata de descubrir a quien pertenece esa nariz y esa boquita que les cuelgo a continuación. ¿Fácil, no? Pues, venga, empiecen a trinar.

Además les doy tres posibilidades a elegir: Steven Seagal, Martin Sheen o Ray Liotta.

11.8.05

Juegos de Verano (VIII)

Mi Querida Señorita, tal y como indicó a la perfección Semanue, era la película propuesta en los últimos Juegos de Verano. En ella, Jaime de Armiñán travistió a José Luis López Vázquez para hacerle sufrir un dramático conflicto interno y de personalidad. Como en el Cambio de Sexo de Aranda, pero a la inversa y con madurito de protagonista.

Hoy me siento bueno. Es por ello que la imagen, en esta ocasión, les ayudará a delimitar un tanto el título. O, al menos, el género. Pero piensen siempre que detrás de la benevolencia se encuentra un poquito de maldad.

Un especulador estuvo a punto de acabar con su suerte.