29.9.06

Rosario Dawson y los Jackson Five

A Kevin Smith siempre le he considerado un director sobrevalorado. Es cierto que empezó bien en esto del cine. Sus tres primeros trabajos resultaban frescos y originales, sobre todo Clerks y Mallrats (sin despreciar, para nada, la romántica y lesbiana Persiguiendo a Amy). Su particular sentido del humor, gamberro y cien por cien corrosivo, llegó a crear incluso un nuevo estilo de comedia suburbana al que se sumaron otros realizadores noveles. La lástima es que, con ese endiosamiento a que se vio sometido por parte de una buena legión de fans y de la propia crítica, a Smith se le subió la fama a la cabeza y, poco a poco, su cine fue cayendo en el desmadre más inaguantable: la discutida Dogma y la facilona Jay y Bob el Silencioso Contraatacan son un buen ejemplo de ello. Con la endeble Una Chica de Jersey intentó redimirse y dar un cambio radical a su universo, estrellándose aún más en su carrera.

De todos modos, cuando daba la impresión de que el planeta Kevin Smith había desaparecido del espacio, renace de nuevo con Clerks II. O sea, tal y como su título indica, regresa con una secuela de su ópera prima y, al mismo tiempo, su film más popular. Y, con él, intenta recuperar el mismo espíritu de antes, aunque de manera mucho menos agresiva e incívica cosa, por otra parte, bastante natural, pues los años no pasan en balde. El director, al igual que sus dos personajes principales, Dante y Randal, ha madurado. Pero, por desgracia, ha madurado mal, pues lo que antes era cínico y punzante para él, ahora es infantilismo puro: el caca culo pedo es su principal y mayor fuente de inspiración.

En cuanto a Dante y Randal, a decir verdad, el único de la pareja que ha crecido un poco es el primero: éste pretende convertirse en una personal normal y dirigir su vida hacia otros derroteros más estandarizados: tiene novia formal y está a punto de contraer matrimonio aunque, a pesar de ello, le hace cierto tilín Becky, la morenita que ejerce de encargada en el establecimiento en el que trabaja. La tienda y vídeo-club que compartían los dos amigos se la ha engullido un incendio, por lo cual ambos se han convertido en un par de asalariados al servicio de una cadena de hamburgueserías.

Randal, más que madurar, ha sufrido una especie de retroceso mental: la posibilidad de perder a su amigo más fiel, su calentura corporal innata y el odio furibundo que destila hacia la saga de El Señor de los Anillos, le han convertido en su ser despreciable. El hombre se ha quedado encallado en la época de Star Wars; sus ojos no ven más allá de El Imperio Contraataca. Su regresión es tan grande que poco desentonaría al lado de los dos descerebrados marca de la casa, los ya cansinos Jay y Bob el Silencioso quienes, para no perder las buenas costumbres, se han apalancado en una de las esquinas exteriores del nuevo local entregados en martillear al personal con su radiocasette y su peculiar filosofía.

Clerks II no tiene ni la fuerza ni el ingenio que poseía el título original. Sus mejores diálogos siguen amparándose en las continuas referencias cinéfilas que, en su verborrea, desgranan sus protagonistas. Por otro lado, en compensación a su humor punzante de antaño, ha aumentado la dosis de escatología que vertió en sus primeros productos, llegando incluso a resultar demasiado reiterativo en este aspecto. Lo que en un principio puede resultar gracioso para el espectador, como ocurre con un chiste sobre cierta técnica sexual, acaba cansando al abusar en exceso del mismo. Smith parece disfrutar tanto con el tema en cuestión que, en su forzada e innecesaria parte final, organiza una fiesta sexual en la que un asno será la principal estrella invitada. El mal gusto priva; el escandalizar, sin más, es su meta principal.

Sin lugar a dudas, ante tan poca originalidad con respecto a sus primeros trabajos, lo que más destaca en éste es la presencia de una insuperable Rosario Dawson, tanto por su interpretación, por su físico y, en concreto, por su personaje, el de Becky; un personaje atractivo y muy bien descrito, de esos que resulta difícil olvidar con el paso del tiempo. Y es que la Becky de Kevin Smith es mucha Becky; el alma mater de la película. En ella, todo hombre descubrirá a la chica ideal con la que formar una familia: dulce, tierna, guapa, entrañable, sensible e inteligente. ¿Quién da más? Y además, por si fuera poco, una bailarina excepcional, a la que el director ha regalado una de las mejores escenas de su filmografía: un número musical, en nada opulento y perfectamente filmado. Un espléndido ejemplo de sencillez cinematográfica: un tema clásico de los Jackson Five, el ABC; el baile de la Dawson en lo alto de la hamburguesería y, abajo, ante la puerta del local, un grupo de clientes danzando al ritmo de la música a través de una coreografía de lo más simple y funcional. Una maravilla que ya querrían para sí muchos musicales de la época dorada de Hollywood.

Rosario Dawson, cuatro gags graciosos y, ante todo, ese gran (pequeño) número musical, forman parte del milagro que finalmente han hecho visible y salvable un film con el que Kevin Smith pretendía retomar las riendas de su apagada inspiración.

28.9.06

Almodóvar again

Ni soldados de la hueste de Felipe IV, ni anarquistas en lucha contra el régimen franquista. Todo es cuestión de mujeres. La última palabra la tiene la Academia de Hollywood.

27.9.06

Un desordenado cajón de sastre


Una Casa en el Fin del Mundo significa la aburrida ópera prima de un tal Michael Mayer. Estrenada con dos años de retraso, es el típico producto que llega a las salas españolas por el mero reclamo del nombre de uno de sus actores, en este caso el de Colin Farrell; un Farrell, por cierto, totalmente sobreactuado y recién salido del horripilante SWAT, Los Hombres de Harrelson. ¿Qué le han encontrada a este chico para que le den tantos papeles?

La película, que se inicia a finales de los años 60 y termina en la década de los 80, se centra en la amistad de una atípica pareja de muchachos a los que acabará uniéndose, con el paso de los años, una chica de tendencias hippies. Entre los tres nacerá una extraña relación, llena de sentimientos opuestos que, según sople el viento, les irá acercando o distanciando más entre ellos.


La cinta navega, de manera tediosa, entre el melodrama y la comedia, sin encontrar en ninguno de los dos géneros el lugar definitivo en el que apoyarse. Las relaciones triangulares, el SIDA, la homosexualidad, la bisexualidad, el liberalismo sexual, los porros, la muerte y la soledad, entre otros, son sólo algunos de los muchos y variopintos temas sobre los que pretende hacer cátedra. Pero como bien dicen, quien mucho abarca poco aprieta. Y es que, en poco más de hora y media, no se puede hablar de tantas cuestiones distintas sin denotar cierta dispersión argumental.

Si algún mérito tiene el innecesario film de Mayer se encuentra en la presencia, siempre de agradecer, de Sissy Spaceck (a pesar de que últimamente, haciendo de madre, sale hasta en la sopa) y de Robin Wright Penn, una mujer que con su madurez está ganando muchos enteros en calidad interpretativa. Lástima, de todos modos, que su personaje esté pésimamente descrito. Ello es culpa de un guión inmaduro, que se centra en exceso en los roles de los dos amigos masculinos (Farrell y un efectivo Dallas Roberts) y olvida en un rincón el de ella, utilizándola tan sólo como elemento desestabilizador de una amistad fomentada desde la adolescencia. Lo único que en realidad consigue con esa disparidad de criterios es que, en ciertos pasajes, no se entiendan algunas de las reacciones (que no voy a desvelar) de su personaje.

Hace ya unos cuantos años, en el 81, Arthur Penn realizó Georgia, un film de coordenadas similares y al que, a buen seguro, le han dado algún que otro repaso los responsables de Una Casa en el Fin del Mundo. La diferencia estriba en que el título de Penn, aparte de suponer un excelente retrato de los años sesenta amparado en un buen guión, jugaba a la perfección entre el drama, la comedia e incluso la tragedia, mientras que el trabajo del debutante Michael Mayer se queda en un frustrante quiero y no puedo cargado de buenas intenciones.

Un gigantesco cajón de sastre, totalmente caótico, en el que se apuntan cantidad de cuestiones heterogéneas para después no desarrollar, mínimamente, ninguna de ellas. Y lo peor de todo es que, muy a menudo, Colin Farrell, a modo de títere, asoma la cabeza por él y nos obsequia con numerosas muecas de su repertorio interpretativo.

25.9.06

La vida no es más que un plano secuencia de pocos minutos de duración

9 retratos de mujer; 9 fragmentos de 9 vidas distintas; 9 mamporrazos directos al cerebro; 9 maneras diferentes de volcar inteligencia a raudales; 9 cortos que bien podrían haber sido 9 largos... No es de extrañar que Rodrigo García, el realizador de Nueve Vidas, sea hijo del escritor Gabriel García Márquez. Esos cuentos breves que tan bien escribe su padre, han sido la mayor influencia en su carrera como cineasta, pues los tres largometrajes que ha dirigido poseen una estructura más o menos similar. Aparte de estar narrados a partir de cuentos cortos, todos ellos exploran en los sentimientos de la mujer, hurgando en sus rincones más recónditos y arañando siempre el punto más doloroso.

Al igual que Almodóvar, Rodrigo García se nos muestra como un sabio conocedor del mundo femenino pero, al contrario que el cineasta español, desglosa sus conocimientos sobre el tema de manera mucho más íntima, sin caer jamás en la astracanada o en la falla valenciana, tal y como suele sucederle a nuestro manchego más internacional.

Nueve Vidas es un ejemplo ejemplar (y valga la redundancia) de los territorios por los cuales se mueven los intereses de su realizador. Ésta es una película sencilla, aunque altamente suculenta. Un plato cinéfilo para el gourmet más exigente, cocinado con el corazón y que ha de disfrutarse igualmente con el corazón. Una película real como la vida misma. Nueve cortas historias son su componente principal. Cada uno de sus capítulos se transforma en un estimable retrato de la vida de una mujer. Gracias a un conciso guión, escrito con la precisión de un cirujano, radiografía al detalle los sentimientos y emociones de 9 mujeres distintas. No necesitan más de 15 minutos para que el espectador conozca al dedillo los detalles más impensados de la vida de cualquiera de ellas. Sus traumas, sus temores, sus alegrías y sus odios, todos sus secretos más íntimos, son desvelados impúdicamente por la cámara de García.

Más que de una cámara, se trata de un scanner gigantesco; un scanner que fotografía, sigue y analiza a cada una de las 9 protagonistas durante una mínima porción de sus vidas: una porción que, sin embargo, desvelará el universo personal de cada una de ellas. Y para ello, Rodrigo García juega con las cartas en la mano, sin trampas de ningún tipo, pues se trata de 9 vidas narradas a través de 9 inmaculados planos secuencia, de esos que le encantaría haber rodado a Luis García Berlanga. No hay prácticamente trabajo de montaje en el film; sólo el mínimo y necesario para unir los 9 capítulos. Es, casi, casi, una labor teatral filmada por una mano artesanal. Y no es fácil, ni para el realizador ni para su excelente grupo de actrices y actores.

Los pasillos de un centro penitenciario o los de un gran supermecado, las frías estancias de una funeraria, el interior de algunas casas y apartamentos y la intimidad de una pequeña e impersonal habitación de un motel, entre otros, son algunos de los escenarios por los que se mueve la inquieta (aunque al mismo tiempo sosegada) cámara del director colombiano. Delante de ella, desnudando sus intimidades, grandes damas del cine actual como Elpidia Carrillo, Kathy Baker, Sissy Spacek, Holly Hunter o la cada vez más sobria Robin Wright Penn. Otras veces, aunque en pocas ocasiones, el objetivo localiza a sus protagonistas en espacios más abiertos, tal y como ocurre con uno de los capítulos más emotivos del film, aquel en el que una soberbia Glenn Close, en compañía de su hija (la siempre grande, aunque pequeña, Dakota Channing), hace una visita a la tumba de un familiar.

Amor, desamor, frustración, adulterio, amistad, embarazo, maternidad, enfermedad, soledad, suicidio, rabia, impotencia... Un catálogo interminable de realidades que, tal y como muestra el film, influyen y cambian el rumbo de nuestras vidas y que, como tales referentes diarios, quedan perfectamente reflejados en los distintos cortos que componen Nueve Vidas y que, en general, han sido hermanados con una constante muy concreta, la de la envidiable y explícita concisión narrativa.

Por otra parte, Rodrigo García, en esta ocasión, ha demostrado tener una habilidad virtuosa para conseguir que cada uno de sus episodios vaya más allá de lo que nos muestra en pantalla. Ninguno de los fragmentos posee un final aparente: un brusco fundido se encarga de ello. El destino de cada una de sus mujeres queda suficientemente explícito a través de los propios episodios. Dicen que a buen entendedor pocas palabras bastan. Y Rodrigo García ha aplicado, al pie de la letra y con total maestría, ese refrán a la imagen.

Nueve Vidas. Nueve cortos. Nueve cuentos. Nueve lecciones inolvidables de buen cine. Nueve ocasiones únicas para aprender a conocer mejor a las mujeres.

La manera más grata de llegar al 1 partiendo del 9. O sea: a través de un excelente producto.

24.9.06

Ustedes lo han querido: EL TREN DEL INFIERNO

El Tren del Infierno es un film de aventuras, aunque al mismo tiempo se podría inscribir dentro del género del thriller. Y, ante todo, se trata de un producto altamente exótico. Basado en un guión del desaparecido Akira Kurosawa, está dirigido por el moscovita Andrei Konchalovsky y filmado entre Alaska y Montana, en los EE.UU. Y por si ello fuera poco, está coproducida entre Norteamérica e Israel, concretamente por Yoram Globus y Menahem Golan, los propietarios de la nefasta Cannon, una productora que, durante varios años, lanzó una serie de productos al mercado a cuál más infumable. La verdad es que, con la presencia de tan aciagos productores, este tren infernal, por su consistencia, es la prueba fehaciente de que aún existen cierto tipo de milagros cinematográficos.

Una mixtura peculiar al servicio de un título que, en su día, consiguió tres nominaciones de la Academia: mejor actor, mejor secundario y mejor montaje. Sobre todo, el nombre del primero, el de Jon Voight, sonaba como firme ganador tras haber obtenido, ese mismo año, el Globo de Oro, aunque finalmente se llevó el Oscar un espléndido William Hurt por su comprometido trabajo en El Beso de la Mujer Araña.

Jon Voight, a través de una sólida interpretación, cercana al histrionismo pero sin caer en él en momento alguno (lo cual le va como anillo al dedo a su personaje), da vida a Oscar Manny, un violento asesino confinado en una prisión de alta seguridad en Alaska. Tras haberse pasado tres años encerrado en una oscura celda sin ver la luz del sol, decidirá pillar el expreso de medianoche a la mínima de cambio. Más que encontrar su libertad, pretende –con su fuga- ganarle la partida al alcaide del centro penitenciario, un tipo duro y perverso que la tiene tomada directamente con él. Manny, junto con Buck, otro joven recluso que siente admiración por él, conseguirán huir una noche del recinto, utilizando como transporte un viejo ferrocarril retenido en una estación relativamente cercana al lugar en el que estaban internados. Lo que ambos reclusos ignoran es que, tras haberlo puesto en marcha, el maquinista caerá muerto a causa de un infarto. Un convoy desbocado, a toda velocidad y con una dificultad añadida: la casi imposible posibilidad de llegar hasta la aislada cabina del conductor para parar la máquina.

Muy pocos elementos componen este atípico y trepidante producto: dos reclusos y un tren embravecido a punto de estrellarse en menos que canta un gallo. La presencia de una joven en el interior del ferrocarril y la utilización, como segundo frente narrativo, del desbarajuste y nerviosismo creado en el centro de control de la empresa ferroviaria, son los dos ejes principales por los que se moverá, con una profesionalidad increíble, el realizador de Siberiada y Los Amantes de María.

Resulta curioso que Konchalovsky, acostumbrado a otro tipo de productos, de narrativa más lenta (y, a veces, hasta soporífera), dominara con tanta seguridad y eficacia la acción, el ritmo y el suspense en un film como El Tren del Infierno. Éste, a pesar de sus irregularidades (que, aunque pocas, haylas), mantiene la tensión desde el primer minuto de proyección, sin dejar que se le escape de las manos y mostrándose un tanto satírico a la hora de retratar, todo cuanto acontece, a aquellos personajes que, desde el exterior del desmelenado tren, intentar salvar la situación al precio que sea. Para ello, se acerca mucho más a las coordenadas de la comedia, y tal y como habría hecho Billy Wilder, le otorga un puntito de cinismo para definir a un grupo de seres chapuceros, incapaces de demostrar su verdadera responsabilidad ante un suceso inesperado. Ese contraste de tonos, entre lo que ocurre dentro y fuera del tren, es una de las bazas más brillantes de su guión, pues ello aún resalta más el dramatismo sin fisuras con el que plasma el sufrimiento y el terror de los dos evadidos y su accidental compañera (una jovencísima Rebecca de Mornay, casi recién salida del cascarón).


Lo único que rompe esa ingeniosa funcionalidad existente entre los dos frentes narrativos, es la sosería innata con la que Eric Roberts desempeña su personaje (el del joven reo que escapa con Voight) y, sobre todo, el tratamiento, en exceso caricaturesco, con el que define a Warden Ranken, el incasable alcaide de la prisión, quien –interpretado por un desmadrado John P. Ryan-, en su furibunda obstinación por dar caza a Manny, acaba convirtiéndose en un ridículo émulo de Pierrenodoyuna. Una lástima, pues esos dos errores, rompen un tanto el vigor con el que Konchalovsky planteó un título que, visto 21 años después de su estreno, aún sigue conservándose igual de fresco que los paisajes fríos y nevados en los que transcurre su acelerada acción; unos paisajes que, por cierto, recuerdan muchísimo a los de la tierra en la que nació su director.

Vista la eficacia taquillera y crítica de El Tren del Infierno, Hollywood confió de nuevo en el realizador para otro film de acción: Tango y Cash. Pero eso ya fue algo más que lamentable.

22.9.06

Una mujer desnuda y en lo oscuro

Ayer recibí un e-mail de YouTube. En él, con muy buenas palabras, se me comunicaba que habían eliminado de su pagina la escena que colgué, de la película The Wicker Man, en la que una desnuda e insinuante Britt Ekland danzaba de noche en su habitación. Los gestores de YouTube consideran que el vídeo en cuestión posee un contenido de naturaleza inapropiada. ¿Acaso las mujeres no tienen un par de tetas y un culo? ¿Son, nuestras bellas féminas, de naturaleza inapropiada? ¡Válgame Tutatis!

Examinando los términos de uso de YouTube, aparte de prohibir colgar cualquier tipo de material que tenga protegidos sus derechos de propiedad, dejan claro que su web permite la entrada a mayores de 13 años.

Partiendo de la base que la mayor parte de películas tienen copyright, tendrían que eliminar del YouTube más del 75% de clips expuestos, muchos de ellos meros extractos del films protegidos. Y, en ese aspecto, se saltan la normativa a la torera.

Vayan al YouTube y hagan la búsqueda de clips tecleando el vocablo ingles “violence”. Alarmante la de barbaridades salvajes y brutales que podrán descubrir entonces en esa página. O sea, según ellos, una personita de 13 años puede ver, por ejemplo, escenas de guerra y matanzas reales, pero jamás podrá gozar de la visión de una mujer hermosa y desnuda.

La falsa moral siempre me ha crispado. Cualquier día de estos, con la malsana intención de provocar a los webmasters del YouTube, les colgaré un clip, sacado del film de Ventura Pons Amor Idiota, en el que Santi Millán coloca su miembro entre las exquisiteces de un plato d’escudella i carn d’olla.

Conclusión: o los del YouTube son unos reprimidos sexuales u odian de mala manera a la pobre Britt Ekland. O puede que sencillamente les guste más lo del Santi Millán...

20.9.06

Corrupción en Paraguay, Haití, Cuba y (de paso) Miami

Después de estar seis años ejerciendo como productor ejecutivo en la serie televisiva Miami Vice, durante la década de los 80, el hoy reputado Michael Mann, aleccionado por el actor Jamie Foxx, se ha decidido a hacer una adaptación de la misma para la pantalla grande. De hecho, no se trata de ningún encargo de una major: simplemente es un deseo compartido por el propio realizador y el protagonista de Collateral, quienes, por cierto, tras terminar el rodaje de Corrupción en Miami, acabaron sin dirigirse la palabra.

El largometraje está basado en uno de los episodios de la serie protagonizada por Don Johnson y Philip Michael Thomas, aquí sustituidos respectivamente por Colin Farrell y el citado Jamie Foxx. O sea, Sonny Crockett y Ricardo "Rico" Tubbs, los dos detectives de la brigada antivicio del departamento de policía de la ciudad de Miami. Aquellos que en su día siguieron la serie, sabrán de su estética particular; una estética que, en esa época, revolucionó un tanto los derroteros de la imagen y las bandas sonoras en el mundo del cine y la televisión. De hecho, en un principio, se tenía que titular MTV Cops, a buen seguro por la imagen postmoderna y de diseño que ofrecían, con su impoluta vestimenta, la pareja protagónica y que, en parte, rompía una larga tradición con respecto a los ropajes de los polis e investigadores privados de toda la vida. ¿Alguien se puede imaginar a Cannon, Ironside o Mannix ataviados de esa guisa, igual que si fueran a desfilar por una pasarela? Sólo Sonny y Rico podían lucir tales prendas de escaparate de alta costura e, incluso, en el caso del primero, poner de moda un estilo de calzar que hasta ahora sólo aún sigue conservando el cutre de Julio Iglesias: los mocasines sin calcetines.

Michael Mann, en su puesta al día cinematográfica, ha atenuado un tanto los disfraces de sus héroes, aunque ha seguido fiel a la estética colorista y visual de la serie original, sobre todo en lo que hace referencia a su aspecto musical, ya que ha contado con la colaboración del mismo compositor de antaño, Jan Hammer. O sea, Crockett y Tubbs, en pleno siglo XXI, siguen moviéndose al ritmo de la música electrónica que tanto les caracterizó en los años 80. A pesar de ello, malas lenguas cuentan que Hammer se ha mosqueado bastante con el director por no dejarle utilizar, en ningún momento, la sintonía original. Y es que al Mann debe encantarle ir haciendo amigos por los rodajes...

La trama de Corrupción en Miami es más de lo mismo. Vaya, que la originalidad, en este caso, brilla por su ausencia. Un chivato, situado en un punto clave de alguno de los múltiples departamentos policiales de Miami, pone en alerta a un violento grupo de narcotraficantes cada vez que se intenta interceptar la entrada ilegal en el país de todo tipo de estupefacientes. Sonny y Rico, pactando con el FBI, se infiltrarán entre los narcos para desmantelar la organización y, al mismo tiempo, desvelar la identidad del topo: una misión que les alejará de Miami para hacer turismo por Paraguay, Haití y Cuba.

El guión de Corrupción en Miami es tan flojo que, por ejemplo, al finalizar la película, nadie se acuerda que, en un principio, existía un topo. Y como nadie se acuerda de él (ni siquiera el espectador), Michael Mann pasa da dar explicación alguna sobre el tema. Y es que al realizador se le han subido los humos a la cabeza. Ha oído en demasiadas ocasiones que se trata de uno realizadores más innovadores del momento y, en este film, convencido de ello, se ha preocupado más por la estética y la funcionalidad visual que por darle una mínima coherencia a la historia. Es innegable: sabe colocar muy bien la cámara; las escenas de acción (las poquitas que hay) le salen que ni pintadas; su fotografía, con esos tonos pastel que tanto glorificaron la serie original, es de sobresaliente alto... pero su argumento es de lo más endeble que jamás haya filmado. Él ya es un “autor” (entre comillas), cosa que se empeña en demostrar a lo largo y ancho de su producto, dándole a éste cierto aire de tragedia casi griega y acompañándolo de un sinfín innecesario de frases rimbombantes en boca de sus actores.

De thriller de acción tiene muy poquito. Un mínimo amago de tensión en su apartado inicial (una repetición descarada, sin tiroteo, de la escena de la discoteca de Collateral), un par de momentos vibrantes en sus últimos quince minutos y poca cosa más. Paren de contar. Al contrario que al espectador, a Michael Mann parece interesarle más la dulzona historia de amor que se saca de la manga, entre Colin Farrell y Gong Li, que orquestar una compacta historia de acción. Lo único que consigue con ello es aburrir soberanamente a la platea. Y es que Corrupción en Miami es una película tediosa. Un supuesto thriller de autor, con un Farrell que cada día está peor en sus actuaciones y con un odioso Jamie Foxx dándole un toque demasiado soberbio al personaje de Ricardo Tubbs. El Tosar, nunca mejor dicho, pasa por allí: el pobre hombre aparece y desaparece (con su barba y sus cejas pobladas) como el Guadiana. En el film atiende por el desmelenado nombre de Arcángel de Jesús Montoya y, además, es el villano de la función. Pero ese personaje tampoco parece llamarle mucho la atención a Mann: lo suyo es otorgarle todos los parabienes a la Li, la esposa del Tosar en la película y, al mismo tiempo, la amante adúltera del detective Sonny Crockett.

Y por si todo ello fuera poco, Corrupción en Miami rezuma un tufillo machista que tumba de espaldas. Ninguna de las chicas protagonistas (china incluida) hace algo positivo durante el film; al contrario, siempre meten la pata y estropean todo el tinglado. Y ellos, sus machos cabríos, se pasan el metraje entero desfaciendo sus entuertos... por no hablar de la relación sentimental (¡y su desenlace!) entre la Li y el Farrell.

Además, al contrario que Don Johnson, Colin Farrell lleva calcetines con sus mocasines. Y eso, siendo Miami Vice, no es nada serio. Suerte que al menos, los calcetines, no son de color blanco.

19.9.06

Trekkie's Fortune

Los trekkies de todo el mundo, hoy están de enhorabuena. Inesperadamente, en los archivos de una desvencijada filmoteca de Summerville, un pequeño y recóndito pueblo californiano, ha aparecido un episodio jamás estrenado de Star Trek: The Next Generation. Spaulding’s blog, en su afán por tenerles al corriente de todas las novedades cinematográficas y televisivas, no ha dudado ni un segundo en colgarles una avanzadilla del codiciado capítulo. Que ustedes lo disfruten.

18.9.06

EN RESUMIDAS CUENTAS: de violencia de género, video-games y calzados peculiares

Hace un poco más de un año que el director catalán Carles Benpar presentaba Cineastas Contra Magnates, un documento cinematográfico que denunciaba todo tipo de maltratos al Séptimo Arte. El no respetar los formatos originales de las películas, los cortes publicitarios en sus emisiones televisivas o el coloreado de ciertos clásicos emblemáticos en blanco y negro, entre otros abusos, eran analizados con detenimiento por el realizador.

Ahora vuelve al ataque con Cineastas En Acción, la ya anunciada continuación del citado documental. En él, Benpar sigue insistiendo en el mismo tema: la violencia de género (cinematográfica) vuelve a estar en la picota. Poca cosa nueva ofrece al espectador con respecto al título anterior, con lo que, a pesar de sus muy buenas y loables intenciones, no deja de ser un producto un tanto reiterativo, pues incluso recurre a algunos ejemplos visuales ya utilizados en la primera entrega. En definitiva, se trata de un irregular aunque estimable complemento dirigido, sin lugar a dudas, a los cinéfilos de pro.

Stay Alive es una nueva e innecesaria vuelta de tuerca sobre un tema en exceso recurrente en el cine de los últimos años: los vídeo-juegos como arma letal. En este caso, todos aquellos que jueguen una partida de Stay Alive, y mueran durante ella, serán asesinados en la vida real de la misma manera que su personaje virtual. Lo de siempre: un grupo de teenagers inaguantables empezará a sufrir los terribles efectos de la partida. Ahorcamientos, cuellos degollados, atropellos y cuerpos cosidos a tijeretazos, son el plato teóricamente fuerte de la función. El típico y tópico catálogo de muertes variopintas en este tipo de productos.

La película tiene un aspecto de telefilme barato que tumba de espaldas. Su realizador, un tal William Brent Bell -un tipo procedente del mundo del maquillaje cinematográfico-, demuestra su incapacidad total para crear un mínimo de tensión. Por el contrario, manifiesta una facilidad increíble para perder todo tipo de coherencia argumental a medida que se acerca el final de su película. Originalidad, cero. Interpretación, nula. Terror, inexistente. Apaga y vámonos.

Los transexuales están de moda en el cine. La semana pasada les hablaba de la más que correcta Desayuno en Plutón; ahora le toca el turno a Kynky Boots (Pisando Fuerte) , una agradable comedia que, basada en un caso real, nos muestra la manera en que un joven empresario, temiendo que su negocio entre en bancarrota, decide reconvertir la fábrica de zapatos masculinos -heredada de su padre-, en una fábrica de botas de tacones destinadas a travestis, transexuales y drag queens.

Típico producto británico, muy en la línea de Full Monty y títulos similares, aunque con menos salsa y unos quince minutos finales demasiados edulcorados y sensibleros. Su realizador, Julian Jarrold, aprovecha la presencia de un travesti en una tranquila población inglesa, para mostrar los contrastes culturales e ideológicos existentes entre los habitantes de una pequeña comunidad rural y los de una gran ciudad, como Londres. Lo mejor del film estriba, precisamente, en esas diferencias. Para ello, se centra, ante todo, en retratar el impacto sufrido por los conservadores trabajadores de una empresa zapatera de Northampton al tener, como nuevo compañero laboral, a un travestido, el cual ha sido contratado en el lugar para diseñar un modelo especial de calzado: unas botas, con tacones muy resistentes, para que puedan soportar el peso de sus transgresores usuarios.

17.9.06

Preselección

Difícil, ¿no?... Usted, ¿con cual se quedaría?

¿La Barcelona de los 70...,

el Madrid del siglo XVII...

o La Mancha del 2.000?

15.9.06

Para siempre en la memoria


2 de marzo de 1974. Pocos minutos después de las 9 de la mañana, el catalán Salvador Puig Antich era ejecutado, mediante la cruel técnica del garrote vil, en la Prisión Modelo de Barcelona. Se le consideraba el autor material de la muerte de un policía durante un enfrentamiento en pleno Eixample barcelonés. Esa era la versión oficial; una versión manipulada y distorsionada por una dictadura que estaba dando sus últimos coletazos. El enfrentamiento no era tal, pues el acusado se defendió al verse atrapado en una emboscada policial. Años después, la autopsia oficial demostraba que, de las cinco balas impactadas en el cuerpo del agente Francisco Aguas, tan sólo dos de ellas pertenecían a la pistola de Puig Antich.


Pocos meses antes de su ejecución, el 20 de diciembre de 1973, mientras el detenido esperaba en su celda una posible resolución positiva a su caso, ETA hacía volar por los aires al Presidente del gobierno español; Luis Carrero Blanco, a bordo de su automóvil explosionado, se alzó más de 20 metros para estrellarse posteriormente en la terraza de un convento de monjas. De Madrid, al cielo. Aunque en ese caso, y tratándose de quien se trataba, sería mejor un sutil cambio en el refrán: de Madrid, al infierno (con peaje religioso incluido). Alguien tenía que pagar los platos rotos. Y ese alguien, por desgracia, esperaba su final en una celda de la Modelo.

Lo anteriormente narrado está perfectamente plasmado en el nuevo film de Manuel Huerga, Salvador: un retrato de un hecho y de una época que, por suerte, ya hemos dejado atrás. El mal ambiente político en las calles, la represión policial y la toma de conciencia de un buen número de jóvenes, son los principales elementos que enmarcan una historia triste que jamás podremos borrar de nuestra memoria. El director analiza, punto por punto, todos los pasos que llevaron al joven anarquista Salvador Puig Antich a ser condenado a la pena de muerte. Un chivo expiatorio que sirvió a los gobernantes para paliar su malestar y vengar sucesos como los de Carrero Blanco.

La cinta arranca con las imágenes de la emboscada a Puig Antich y Xavier Garriga, uno de sus compañeros militantes del MIL (Moviment Ibèric d’AlliberamentMovimiento Ibérico de Liberación) para, a partir de la detención de éstos, centrarse en la entrevista del primero con su abogado defensor, novio de una de sus tres hermanas. Varios flash-backs, brillantemente controlados e insertados, irán exponiendo los inicios y progresos de Salvador en la lucha armada, hasta llegar al punto crucial en el que ha de recurrir a su letrado una vez encerrado en prisión. A partir de aquí, la cinta sigue un camino similar, aunque cambia al personaje del abogado por la extraña (aunque emotiva) relación que, en la cárcel Modelo, el detenido mantuvo con uno de sus carceleros.

Salvador es una película dura. Dura y cruda; muy cruda. Es de esos productos que provocan un seco nudo en la garganta. Un film realista que, a pesar de hablar de la muerte, resulta totalmente vital y necesario Y digo vital porque, gracias a su retrato tan realista, aún podemos sentir rabia y vergüenza de haber formado parte de un país en el que aprendimos a nadar entre mares de mierda y múltiples engaños para sobrevivir. Y esa rabia, aparte de ser un signo inequívoco de vitalidad, es necesaria como ayuda para no caer nunca más en el mismo error. La desinformación, la represión y la mentira, no son sistemas útiles para gobernar. Suerte que, a última hora, no hace mucho, evitamos tropezar con la misma piedra.

Manuel Huerga no ha necesitado un gran presupuesto para su película. Es un producto hecho con el corazón; con el corazón y con los sentimientos, al igual que demuestran, en todos los aspectos, los actores que han dado vida, de forma brillante, a los personajes de Salvador. El sentirse implicado en lo que se cuenta o se interpreta, es un detalle fundamental para lograr un trabajo excelente e imprescindible; imprescindible porque, en realidad, se trata de algo más que una mera película. Salvador es la señal de alarma decisiva para no dormirnos más de lo necesario, así como un irrebatible alegato en contra de la crueldad de la pena de muerte y, ante todo, un recuerdo de un tiempo que jamás debería haber existido.


La cinta denuncia de manera tan creíble y contundente todo lo acontecido en esos días que resulta imposible, para aquellos que vivimos ese sombrío episodio, no sentir un helado escalofrío en el cuerpo y cierta humedad lacrimosa en los ojos. Seguramente algunos, a la hora de enfrentarse a la película y debido a la gran pasión volcada por el director en su última media hora, intentarán tacharla de maniquea y falsa. Nada más lejos de la realidad. Es innegable que su parte final es muy dura de soportar. En ella se plasma la eterna noche, antes de la ejecución, que las tres hermanas de Salvador Puig Antich vivieron al lado de éste. Los sentimientos, entre esos cuatro hermanos y durante esa angustiosa noche, afloraron en todas las direcciones. Algo muy lógico y humano. Odio, amor, rabia e impotencia. Sobre todo impotencia. Es muy duro despedirse de un hermano a punto de ser asesinado; pero aún es más duro tener que aguantar que cierto personajillo explique, a uno de los familiares del condenado y con todo tipo de detalles, cuales son los efectos que causan en el reo cada una de las vueltas de tuerca del garrote vil. Y es que, en esos tiempos, había demasiado hijo de puta suelto.

No la dejen escapar pues, por mucho que nos pese, Salvador supone, para unos, una buena manera de recordar nuestro pasado más reciente y, para otros, los más jovenes, un documento excepcional para descubrirlo.