Bien es sabido que, en las dos últimas temporadas, el cine español está de capa caída. Pero de vez en cuando, aparece algún título que abre nuevas esperanzas para ese soñado resurgimiento de la producción nacional. Éste es el caso de La Noche de los Girasoles, un film que además, y por derecho propio, está muy por encima de la media internacional de todo lo estrenado en lo que llevamos de año. Y, para colmo, los exhibidores no confían en él. O, al menos, su estreno en tan pocas salas me acerca a esa desconfianza.
Con dos cortometrajes en su haber, supone el debut en el campo del largometraje de Jorge Sánchez-Cabezudo, su propio guionista. Y, como ópera prima que es, no se ha andado con chiquitas, pues se trata de un film duro, cínico y violento. Un film que, bajo una estructura coral, habla de la línea divisoria entre el bien y el mal. La maldad, en el ser humano, es un hecho incontestable. Y, en este film, la mayoría de sus personajes se inclinan hacia el lado oscuro de la frontera. Incluso, aquellos que pueden parecer gentes de moral y actitudes intachables, también poseen su parte maliciosa. Aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra. La bondad es una virtud exclusiva de los locos.
Un pequeño pueblo de la provincia de Ávila, anclado en medio de un valle, es el marco geográfico ideal para que un grupo de personas dispares se vea envuelto en una virulenta espiral de equívocos y casualidades. El azar y la presencia accidental de un violador en la zona, se convierten en el pistoletazo de salida de una serie de sucesos atropellados que dejarán al desnudo los sentimientos de los implicados en ellos. El citado violador, un par de espeleólogos recién llegados de Madrid, la compañera sentimental de uno de ellos, dos aldeanos solitarios y un Guardia Civil -muy poco escrupuloso en su trabajo y en su vida privada-, son los principales personajes de una aterradora trama cargada de mala leche.
Esa España profunda y negra, escondida y dormida entre bosques, aún existe. Incluso existe mucho más allá de esa imagen grotesca de la misma. En el fondo, todos llevamos un poco de ella agazapada en nuestro subconsciente, tal y como demuestran los tres recién llegados procedentes de la gran ciudad. Cuando uno pierde los estribos ante un acontecimiento inesperado, lo más sencillo que le puede ocurrir es dejarse imbuir por esa España, ancestral y troglodita, que reflejó a la perfección Carlos Saura en El Séptimo Día.
Y es que, entre la película de Saura y la de Sánchez-Cabezudo, hay muchos puntos en común. La primera plasmaba un hecho real; La Noche de los Girasoles podría ser tan real como la vida misma. En ambas, la ira y la venganza son sus verdaderas protagonistas. Y es justo, en ese momento, cuando los impulsos se descontrolan, que el ser humano pierde toda su dignidad y se convierte en un animal feroz que tan sólo piensa en su propia supervivencia; al precio que sea y por encima de quién sea.
Su guión es una maravilla; es casi de escuela de cine. Todo cuanto ocurre y se habla en pantalla está hilvanado a la perfección. No hay cabos sueltos (sólo los de la Guardia Civil). Cualquier mínimo detalle forma parte de la historia. Todo tiene un porqué: incluyendo en este “todo” la sutil presencia de la voz inmortal de Antonio Machín. Nada queda divagando en el aire. Y es que su director, para ello, se toma la historia con tranquilidad, sin precipitarse, narrándola a conciencia, paso a paso, con la misma calma aparente que envuelve la existencia de los habitantes de un enclave en teoría apacible.
En medio de un producto altamente coral, Carmelo Gómez es su principal gancho comercial. Como siempre, este pedazo de actor, cumple a la perfección con su cometido. Y es que a este hombre jamás lo he visto fuera de tono. Él es Esteban, el marido de Gabi (la atractiva Judith Diakhate, todo un descubrimiento) y uno de los dos espeleólogos encargados de verificar la validez arqueológica de una cueva descubierta en los alrededores del lugar. Pero en esta ocasión, sobre el gran Carmelo destacan, ante todo, un par de interpretaciones soberbias, de esas de nominación casi segura a los Goya (por no decir al Oscar). Ellos son Celso Bugallo y Vicente Romero, suegro y yerno en el film y además, por si fuera poco, compartiendo el mismo oficio de picoletos. Celso Bugallo ya me robó el corazón, hace un par de años, dando vida al cuñado de Ramón Sampedro en Mar Adentro, mientras que Vicente Romero llamó mi atención, por primera vez, en la piel del asesino Manuel Maqueda “El Maquea” en la irregular teleserie Padre Coraje.
Un film inteligente, sobrio y estremecedor, plasmado tal cual, sin tapujos y sin concesiones fáciles de cara a la taquilla. Un título a tener en cuenta. Una de las mejores opciones a elegir para ir al cine este fin de semana. Piensen que aguantará poquito en cartel y merece la pena. Si se les escapa, después se arrepentirán.
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