30.12.13

Recapitulando (I): Lo más mejor del 2013

Se acaba el 2013 y, al igual que cada año por estas fechas, es el momento de recapitular y dejar constancia de los que han sido, a mí gusto, los diez mejores títulos de la temporada cinematográfica. Inevitablemente, algunas películas han quedado fuera de la lista. Así, por ejemplo, excelentes cintas como Searching For Sugar Man, La Noche Más Oscura o Prisioneros, se han quedado en la reserva.

Sin más dilación, las 10 mejores del año. Y, como siempre, de menor a mayor relevancia. O sea, del 10 al 1.

10.- Expediente Warren. Una original y, al mismo tiempo, muy clásica manera de enfrentarse a uno de los argumentos más manidos del cine fantástico: el de las casas embrujadas. Con este film, James Wan (el mismo de Saw), consigue el trabajo más redondo y compacto de su carrera. Basándose en un caso (en teoría) real sucedido durante la década de los 70, muestra la forma en que un matrimonio de demonólogos se enfrentó al exorcismo de una granja poseída por el demonio a petición de los integrantes de una familia recién instalada en el lugar. Una historia, típica y tópica, a la que el realizador se acerca de forma inteligente y efectiva. Plagada de guiños al género y dotada de una excelente recreación de la época, la película entretiene y asusta por partes iguales. Un divertimento en estado puro. Para disfrutar al cien por cien y sin complejos de ningún tipo.


9.- A Puerta Fría. Tras haber indagado en el mundo de las relaciones laborales en Bienvenido a Farewell-Gutmann, el barcelonés Xavi Puebla se instala en el interior de un hotel de Sevilla y, aprovechando una feria de vendedores del sector del electrodoméstico, vuelve a arremeter con saña contra el mundo laboral. La inseguridad, el miedo al despido y la quemazón de tantos años sirviendo a una misma empresa, quedan perfectamente retratados por la cámara de Puebla. Trabajar contrarreloj y con la espada de Damocles sobre la cabeza, nunca es sano. Y menos cuando el asalariado recibe un ultimátum para no verse de patitas en la calle. Todo vale para seguir a flote. Nada que envidiar a un excelente film de características similares: Glengarry Glen Ross. Ciertamente estremecedor y, de propina, con un par de excelentes interpretaciones, las de Antonio Dechent y María Valverde: ambos están que se salen: incluso se comen con patatas a un desangelado Nick Nolte, el invitado especial.


8.- Capitán Phillips. Paul Greengrass recrea, con brillantez, el caso real del secuestro, por parte de un grupo de piratas somalís, del carguero norteamericano Maersk Alabama.  Y lo hace fiel a su estilo: cámara en mano, montaje sincopado y ritmo trepidante; una cadencia narrativa acelerada que no deja respiro al espectador. Detrás de la imagen, hay que destacar un valioso trabajo de documentación capaz de generar un guión inteligente, cargado de suspense y muy cercano al docudrama. Rehúye cualquier tipo de trampa descriptiva y, en todo momento, evita caer en el manido recurso de conseguir la lágrima fácil del espectador. Un film intenso y vibrante que, además, cuenta con la presencia de un Tom Hanks excepcional quien, en los últimos cinco minutos de proyección, nos obsequia con una magistral lección de interpretación. Para sacarse el sombrero.


7.- El Último Concierto. Yaron Zilberman retrata las relaciones existentes entre los cuatro integrantes de La Fuga, un cuarteto musical de cuerda que lleva 25 años recorriendo los escenarios con sus conciertos. Tres hombres y una mujer. El Alzheimer podría desmoronar lo que, a primera vista, parecía una formación modélica. Por detrás, un festival de recelos, ambiciones, enfrentamientos y envidias de todo tipo. De narración calmada y guión tan afinado como las notas de la música clásica por la que se deja arropar, se trata de un trabajo sobrio capaz de diseccionar los rincones más débiles del ser humano. Zilberman se muestra frío y distante con sus personajes y, a pesar de ello, consigue emocionar sin recurrir a truculencias lacrimógenas, cerrando su historia con un magistral final en donde la música se convierte en su principal y único protagonista. Los ejecutores más visibles de una obra de tanta envergadura sensitiva son Christopher Walken, Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener y Mark Ivanir: un cuarteto de excepción. Una pequeña joya en bruto, llena de sentimientos enfrentados y gigantescas interpretaciones.


6.- Gravity. Con sólo dos actores -una efectiva Sandra Bullock y un episódico George Clooney-, Alfonso Cuarón nos ofrece su mejor trabajo después de la compacta Hijos de los Hombres. A pesar de la insistencia de muchos en compararla (erróneamente) con 2001: Una Odisea del Espacio, el realizador mejicano se embarca en una aventura espacial que muy poco tiene que ver con el mítico título de Stanley Kubrick. Ciencia ficción con más realismo a bordo que ficción. Una historia de supervivencia, pura y dura. La cinta arranca durante los trabajos de mantenimiento de un transbordador espacial por parte de los tripulantes del mismo. Un inesperado accidente dejará a dos de ellos, en pleno espacio, solos y a la deriva. Ella es una ingeniera en su primer vuelo; él, un astronauta veterano en su última salida antes de retirarse. La tragedia sólo acaba de empezar. La lucha por seguir con vida parece un imposible. Y más cuando todo empieza a torcerse hacia derroteros ciertamente preocupantes. La Bullock por fin demuestra que es una buena actriz; de hecho, ella solita carga con casi todo el peso de su magnético metraje, ya que el Clooney sólo pasa accidentalmente por ahí. Bueno... ella y el 3D; un 3D que, en manos de Cuarón, se amolda perfectamente a las intenciones del film.


5.- Blue Jasmine. Con claras reminiscencias a lo Un Tranvía Llamado Deseo, Woody Allen parece olvidarse de su gris etapa europea y, desde su país natal, nos regala una de sus mejores obras. Comparable en intenciones y acidez a Delitos y Faltas, el realizador neoyorquino entra a saco en el retrato de Jasmine (aka Jeanette), una mujer al límite, a un punto de la locura, que quiere empezar una nueva vida, aunque sin renunciar por ello a los placeres y lujos de los que se había rodeado hasta el momento. Ambientada en plena crisis mundial y contando con una Cate Blanchett excepcional, capaz de llevar su papel hasta extremos increíbles sin perder jamás la compostura, la cinta navega entre el melodrama y la comedia; una comedia, de todos modos, cargada de una mala leche supina. Una montaña rusa de sentimientos y sorpresas, llena de diálogos y situaciones inteligentes, al tiempo que dotada de una elegante sensibilidad a la hora de trazar uno de los mejores personajes femeninos de su dilatada filmografía. Y es que quien tuvo, retuvo.


4.- Django Desencadenado. La venganza, al igual que en Kill Bill, vuelve a ser el tema central en un film de Quentin Tarantino; una venganza que se mezcla con una ácida crítica a la época del esclavismo y las plantaciones de algodón en el sur de los EE.UU. Para ello, urde una trama sencilla y efectiva. Divide la película en dos claras mitades: en la primera, se acerca al trabajo de dos cazadores de recompensas y, en la segunda, a partir de la aparición del malvado personaje al que da vida un contundente Leonardo DiCaprio, se adentra en el núcleo de la revancha. Su guión destila cinismo y sentido del humor (con guiño incluido al universo de los Monty Python), siguiendo fiel a sus particulares diálogos y a ese toque de violencia que, de tan exagerado, resulta perversamente divertido. Un nuevo homenaje del realizador al cine más popular, a ese cine de barrio que, entre otras muchas cosas, hizo grande un género como el del spaghetti western al que claramente reivindica en esta ocasión. Qué bien se le da a este hombre eso de reciclar géneros referenciales: les lava la cara, los pule y los potencia a la máxima expresión. Y además, entretiene.


3.- La Mejor Oferta. Giuseppe Tornatore, a través de un melodrama con aspecto de thriller enigmático, afronta el retrato de un personaje atípico: un agente de subastas caracterizado por su asumida soledad y sus numerosas excentricidades. Y lo hace con la complicidad de un gran Geoffrey Rush, el actor que da vida a su extravagante protagonista y que, a través de una sobriedad incuestionable, compone a una figura conflictiva sin caer en el más mínimo de los histrionismos. Una historia de amor, un misterio inquietante. Lo de menos, es la intriga que propone; tanto da que sus giros de guión no lleguen a sorprender del todo al espectador. Lo que de verdad importa y engancha es su lento, minucioso e imparable crescendo narrativo y la genuina manera de aproximarse a la imagen de un tipo estrambótico atrapado por su amor al arte y por el amor que siente hacia una chica enfermiza, misteriosa y agorafóbica. Todo un festival Geoffrey Rush al servicio de una historia magnética y perfectamente contada. Una orgía visual capaz de desencadenar sentimientos inusuales.


2.- Vivir Es Fácil Con Los Ojos Cerrados. David Trueba nos obsequia con uno de sus films más redondos y atractivos. Con la nostalgia como base, introduce al espectador en una muy peculiar road-movie en la que involucra a un desencantado maestro de escuela cuarentón y a dos jóvenes con propósitos muy distintos. Ambientada en los años 60 en una España gris tocada por la dictadura franquista (esa España que tanto anhelan ahora los pepistas), se trata de un trabajo optimista que, sin embargo, también es capaz de retratar, de forma muy veraz, la tristeza de un país asfixiado. En su historia, se mezclan varios personajes en busca de una salida a sus respectivas vidas, ya sea a través del universo mediático de The Beatles (y, en concreto, de la figura de John Lennon) o a través del propio cine como fábrica de sueños. Una cinta agridulce, perfectamente delineada, capaz de ensamblar a la perfección el melodrama con la comedia y de afrontar el desconsuelo de sus personajes principales desde un prisma esperanzador: la cuestión es buscar esa libertad que se les negaba en esa piel de toro de charanga y pandereta. Y es que son tantas y diversas las sensaciones que transmite que resulta imposible resistirse a la melancolía. De visión obligatoria.


1.- La Caza. Un film compacto y duro que, partiendo del falso testimonio de una niña, se adentra en un estado de histeria colectiva y en la estigmatización de un hombre inocente. Dirige, con mano firme, Thomas Vinterberg, el mismo de la espléndida Celebración y la asfixiante Submarino. La película, ambientada en un cerrado ambiente rural, indaga en la impotencia de un falso culpable que, por culpa de una infamia, verá mancillado su honor: de la honestidad a la pederastia en cuestión de segundos. Dura, fría, contundente y dotada de diálogos y pasajes ciertamente inteligentes y sobrecogedoras. Una obra de una crudeza inusitada, capaz de plasmar en imágenes la transformación de una comunidad aparentemente plácida en una descarnada jauría humana. Y, de propina, con el aliciente de poder disfrutar del trabajo de Mads Mikkelsen, uno de los mejores actores del panorama actual. Como diría mi amigo Carlos Pumares: “para ver en reclinatorio”.


En el próximo post, lo peor del 2013.

22.12.13

¿Real como la vida misma?


Con Gente en Sitios, Juan Cavestany vuelve al peculiar modo de filmar con el que se enfrentó a Dispongo de Barcos, su largometraje anterior: prácticamente sin presupuesto y contando con la colaboración desinteresada de un grupo de actores de lo más granado y pintoresco, dispuestos a echarle una mano a un cineasta inquieto que logra sorprender, entreteniendo, con su nuevo experimento cinematográfico.

Cámara (de vídeo) en mano y dejando a un lado cualquier tipo de linealidad argumental, nos propone un collage caleidoscópico compuesto de numerosos fragmentos independientes capaces de retratar aquello que ya avanza su explícito título; o sea: gente en sitios. Gente en la calle, en bares, en casa, en el trabajo. Gente paseando, amando, despreciando, sufriendo. Gente enferma, sana, encabronada, alegre. Gente que come, que duerme, que sueña, que tiene miedo... En definitiva, gente para todos los gustos y colores.


Gente en Sitios los es todo y no es nada: un cúmulo de sensaciones extrañas en donde no existe un denominador común. La película de Cavestany es surrealista y, al mismo tiempo, real como la vida misma. Hace reír y pensar y, a veces, hasta resulta inquietante. El absurdo, el minimalismo y la realidad conforman un ente estrambótico que tanto hace soltar carcajadas como pone la piel de gallina. No hay término medio; tan sólo la malsana intención de mostrar a gente en sitios, aunque se trate de gente de mala calidad.

Gente con los rostros, entre otros muchos, de Ernesto Alterio, Carlos Areces, Raúl Arévalo, Antonio de la Torre, Maribel Verdú, Eduard Fernàndez, Silvia Marsó o Santiago Segura. Gente en sitios con caras conocidas, populares; fisonomías de las de toda una vida, de las que resultan familiares y que, a pesar de haber trabajado tan sólo por amor al arte, echan toda su carne al asador. Gente espléndida... y en sitios.


No busquen en ella ni una obra maestra ni una gran película. Confórmense con la PELÍCULA, así, en mayúsculas. Una película sabia, capaz de enseñarles a andar, a beber y hasta a dormir. Sencillamente, una rareza que difícilmente les vaya a dejar indiferentes.

18.12.13

A años luz de Mandingo


Tras la controvertida y hermética Shame, el realizador londinense de color Steve McQueen regresa con una nueva película, la tercera de su filmografía: 12 Años de Esclavitud, un trabajo mucho más abierto al gran público que el anterior y que, al igual que Tarantino con su memorable Django Desencadenado, se aproxima al tema de la esclavitud, aunque de una forma menos distendida y "teóricamente" más profunda que la del artífice de Pulp Fiction.

El tal McQueen, sabedor de que se está convirtiendo a pasos acelerados en un cineasta de culto, se ha enfrentado a la adaptación cinematográfica de la novela homónima y biográfica de Solomon Northup a través una narración sosegada, llena de escenas en las que no ocurre absolutamente nada y de planos secuencias interminables que poco aportan al común de la historia, por lo que se me antojan urdidos con la única intención de lucir sus innegables habilidades tras la cámara.


Repetitivo y cansino en su discurso en contra de la brutalidad de la esclavitud, su lento ritmo narrativo no es más que un truco habilidoso para impactar aún más al espectador en los aislados (aunque numerosos) momentos en los que la violencia se convierte en dueña y señora de cuanto acontece en pantalla.

La historia, ambientada dos décadas antes de la Guerra Civil norteamericana y compuesta a golpe de elipsis narrativas no muy bien plasmadas y acumulando tópicos a diestro y siniestro, cuenta los distintos episodios que vivió Solomon Northup, un hombre libre y de color, músico de profesión, que tras ser secuestrado en Nueva York -su ciudad de residencia- fue trasladado hasta el Sur del país para ser vendido como esclavo. Allí, implorando poder regresar algún día al lado de su esposa y sus hijos, trabajó en diversas granjas y plantaciones de algodón sufriendo, en primera persona, la crueldad de los tratos vejatorios de algunos de sus propietarios.


Lo mejor de la cinta, aburrida, previsible y alargada hasta límites insospechados (dos horas y cuarto de proyección), se encuentra en el buen hacer de su protagonista principal, Chiwetel Ejiofor, y en el desfile continuo (aunque en breves apariciones) de actores de la talla de Benedict Cumberbatch, Paul Giamatti o el mismísimo Brad Pitt, productor asimismo del film y que se reserva el rol (cortísimo) del blanco bueno de turno, un abolicionista canadiense que se interesó por el conflicto de Solomon. Y, ¡cómo no!, tratándose de una película de Steve McQueen no podía faltar su actor fetiche, Michael Fassbender, quien, haciendo gala de su perenne inexpresividad, acarrea con el personaje más malvado e insufrible de la historia, un amo perverso y amante de los castigos físicos más aberrantes. ¡Pero qué soso es este hombre, pardiez!


Una nueva vuelta de tuerca sobre un tema eterno que, pese a sus buenas e indiscutibles intenciones, se queda a medio camino en su propuesta, tanto por la cantidad de tiempos muertos que alberga su narración como por la manera minimalista de acercarse a ciertos pasajes, tal y como sucede con la inacabable escena del ahorcamiento. Y es que Richard Fleischer, a mediados de los 70, pusó el listón muy alto con Mandingo, un título que, aún visto en la actualidad, sigue siendo tan cruel y efectivo como en el día de su estreno.

Por cierto, si Steven Spielberg hubiera filmado una historia similar y con idéntico final al de McQueen, se le habría tachado de edulcorado y lacrimógeno. Y es que a los directores mimados por los gafapastas se les perdona absolutamente todo.

16.12.13

Por partida doble

Ayer, a los 81 años de edad, moría en un hospital londinense Peter O’Toole, el último emperador del cine británico. Entró por la puerta grande, vestido como Lawrence de Arabia y dispuesto a ver de cerca los dientes del diablo. Ahora, tras habernos abandonado, ha pasado a ser miembro del Club Paraíso, ocupando una lujosa habitación en el hotel de los fantasmas.

A lomos de un león en invierno, en compañía de Becket y Lord Jim y al grito de ¿Qué tal, Pussycat?, tras contarnos cómo robar un millón y el modo de organizar el robo al banco de Inglaterra, se dispuso a dejar a cero la banca del Casino Royale. Con la Biblia en una mano y una copa en la otra, durante la noche de los Generales y ayudado por el hombre de La Mancha, su locura le llevó a construir todo tipo de castillos en la arena.

Adiós, Mr. Chips: tengo claro que, con su muerte, este no será mi año favorito.


Pero ayer, la cosa no terminaba con esa desaparición. Más allá de la duda y tras recibir una carta de una desconocida sellada en Manderley, tuve una desagradable sospecha: la única e incomparable Joan Fontaine, a sus 96 años de edad, también nos había dejado.

De hoy en adelante se la recordará por el nombre de Rebeca, una señorita en desgracia, nacida para el mal y enfrentada de por vida con su hermana Olivia de Havilland. Formó parte de un grupo de mujeres culpables, dotadas de un alma rebelde y capaces de bailar el vals del emperador durante la gran noche de Casanova.

Hoy, en su honor, disfrazado de Ivanhoe, entonaré un ensordecedor ¡Viva la vida!, al tiempo que todas las brujas del planeta iniciarán un particular viaje al fondo del mar.


Descansen en paz.

15.12.13

Coitus interruptus


Ya alejado del tedio con el que llevó a cabo la primera entrega de El Hobbit, Peter Jackson afronta con un poco más de brío su segundo capítulo, El Hobbit: La Desolación de Smaug, un film que, a pesar de ser más distraído y de estar dotado de un espíritu mucho más aventurero, peca, sin embargo, de un exagerado metraje por lo poco que en realidad cuenta.

Una vez resuelta -en su insufrible entrega anterior- la pesadez de la interminable presentación de los integrantes del grupo de enanos que acompañarán a Bilbo en su inacabable odisea, Jackson acaba centrándose en un trabajo en donde lo que de verdad cuenta es la aventura. Una aventura compuesta de distintos episodios y en donde, al contrario de lo que sucedía en su presentación, la oscuridad y las tinieblas se convierten en sus principales protagonistas.


No aburre y, con su ritmo, hace que resulte bastante fácil para el espectador superar los 160 minutos de su duración. Introduce varios personajes nuevos en la trama (algunos, como el de la elfa Tauriel, ni siquiera salían en la novela original de Tolkien), sin resultar del todo traumático su inserción y consiguiendo alguno de sus mejores pasajes en la lucha contra unas arañas gigantes en el Bosque Negro y en el enfrentamiento final de Bilbo, Thorin y su tropa, en el interior de la Montaña Solitaria, con Smaug, un dragón enfurruñado y parlanchín. Otros episodios, como el de la huida de los enanos en el interior de unos barriles a través de un río, parecen más destinados a su explotación posterior en todo tipo de vídeo-juegos. El marketing es el marketing y la pela es la pela.


A pesar de tratarse de un entretenimiento en todo regla, en su valoración total me parece un producto tan falso y forzado como el anterior y en donde Martin Freeman, en la piel de Bilbo, sigue recurriendo a trucos baratos de comediante de feria para darle un toque de simpatía a su personaje, quedando absolutamente deslucido por la fuerza interpretativa de Ian McKellen quien aún sigue dotando de una inmensa entidad a su muy particular Gandalf. Y es que él y el atractivo diseño visual de la nebulosa Ciudad del Lago acaban siendo, a mi gusto, lo mejor de la función.


De hecho, esta es una saga que nunca ha logrado engancharme del todo y en la que, durante su visionado, me resulta muy fácil distanciarme de las “fantasiosas” aventuras propuestas. Y más si, en su recta final, el realizador decide cortar por lo sano en el momento más álgido de la historia, tal y como si se tratara de un coitus interruptus. Nada, a esperar otro año para su conclusión. Y espero que esa sea la definitiva.

11.12.13

Jugando a ser Fellini


Tras haber fustigado a las plateas con Un Lugar Donde Quedarse -esa gafapastada insufrible que reflejaba el descenso a los infiernos de un rockero interpretado por un repulsivo y demacrado Sean Penn-, el napolitano Paolo Sorrentino ataca de nuevo con La Gran Belleza, una de las mayores pedanterías de esta temporada.

Claramente influenciado por la obra de Federico Fellini, Sorrentino se plantea un retrato de la Roma actual a medio camino del Fellini 8 ½, La Dolce Vita y Roma. Para ello se introduce en la mente de Jep Gambardella, un escritor cincuentón, insolente y snob de muchísimo cuidado, que vive de la fama obtenida de su única novela publicada veinte años atrás. Un artista amargado que deambula por viejos palacios y fiestas nocturnas, a golpe de bótox, esnifadas de cocaína y siempre al ritmo de machacones remixes de la antaño popular Raffaella Carrá. O sea, al más puro estilo de los bunga bunga de Berlusconi.


Convertido en el aclamado anfitrión de movidos guateques en su lujosa terraza con vistas al Coliseo romano, el tal Gambardella se codea con una fauna de lo más crepuscular. Aristócratas arruinados, millonarios amorales, políticos sin escrúpulos, putones descocados, exorcistas cardenalicios y monjas centenarias, se aúnan, al lado del literato, en un sinfín de diálogos y situaciones de lo más absurdo y vanidoso. Y de fondo, en un alarde de gigantesca postal turística, los paisajes monumentales que ofrece Roma, una ciudad a la que su protagonista ama y detesta a partes iguales.


Jep Gambardella, ese hombre que en tiempos fue un artista considerado y que ahora no es más que una caricatura de lo que significó, es Toni Servillo, el actor fetiche del realizador; un actor que, en esta ocasión y a pesar de los desmanes visuales y narrativos del film, hace gala de una contención interpretativa excelente, convirtiéndose, con su trabajo, en uno de los pocos puntales de tan presuntuoso y cansino producto. 

Aparte de la brillantez de Servillo, de la espléndida fotografía de Luca Bigazzi o de la efectiva (aunque repetitiva) partitura musical compuesta por Lele Marchitelli, no busquen nada más en La Gran Belleza. Ni siquiera un mínimo de coherencia argumental, pues la historia navega entre los pensamientos de Gambardella y un desfile incesante de personajes fellinianos y, al mismo tiempo, insustanciales. 142 interminables minutos al servicio de una de las mayores tomaduras de pelo del cine italiano actual que, de forma sorprendente, en los recientes Premios del Cine Europeo, ha obtenido los galardones de Mejor Película y Mejor Director del 2013. De juzgado de guardia. Para aburrir el cine de por vida.

8.12.13

Algo pasa con Ruth


Javier Ruiz Caldera debutó en el campo del largometraje con Spanish Movie, un divertido guiño gamberro al fantástico español muy al estilo de los Scary Movies norteamericanos, pero a lo Nacional Show. Después, con bastante acierto, siguió aplicando la fórmula de comedia yanqui en su siguiente título, Promoción Fantasma, una locura ambientada en una escuela en donde habitan cinco alumnos fantasmas. Ahora, con 3 Bodas de Más, aparca el fantástico y, siguiendo anclado en la comedia y en su empecinamiento por trasladar a nuestro país el cine que nos llega del otro lado del charco, urde un producto claramente inspirado en los Farrelly (¿inspirado o, mejor dicho, robado?).

El humor grueso (por momentos totalmente chabacano) y la escatología están a la orden del día a la hora de contar los problemas sentimentales de Ruth, una joven bióloga, especializada en langostas, que no llega a encontrar a su hombre ideal y que, para más inri, será invitada de forma consecutiva a tres bodas distintas protagonizadas por tres parejas que la dejaron tirada.


La cosa empieza con cierta gracia. El primer sketch, antes de los títulos de crédito y contando con la presencia del televisivo Berto Romero, es todo un prometedor acierto. Pero hasta aquí llega la inspiración de Ruiz Caldera y sus dos guionistas (Pablo Alén y Breixo Corral). Una vez superados los citados créditos, la película cae en picado, convirtiéndose en un cúmulo de chistes baratos en donde un machismo de lo más rancio se abre paso de manera avasalladora. Eso sí, muy a lo Algo Pasa Con Mary pero sin la chispa de ésta y mezclando, al unísono, todos los tópicos que aparecen en la dilatada filmografía sobre bodas y enredos sentimentales con las que, desde hace unos cuantos años, los americanos inundan nuestra pantallas.

Un despropósito descomunal y previsible, en donde surfistas, cirujanos plásticos, travestis, becarios enamoradizos y todo tipo de personajes variopintos tienen cabida para incidir en la fallida vida sentimental de la afligida Ruth, una muchacha que, al igual que la Kim Basinger de Cita A Ciegas (¡aunque salvando las distancias!), demuestra cierta facilidad para pillar unas cogorzas de ahí te espero, una excusa ideal para orquestar un sinfín de gags de lo más patético y con cierta tendencia a eso tan infantil de lo del “caca, culo, pedo”. Eso sí, siempre con la mirada puesta en el universo de los hermanos Farrelly, pero en patrio.


La elección de una sobreactuadísima Inma Cuesta para dar vida a la torpe Ruth en nada ayuda al buen seguimiento de la comedia; una comedia que finge apoyarse en un argumento lineal pero que, en realidad, está construida a base de pequeños episodios, en forma de casamientos, al tiempo que acumula (como reclamo comercial) un desfile de numerosos rostros populares de la pequeña y gran pantalla para que disfruten  de sus pertinentes minutitos de oro, como sucede con el citado Berto Romero o el mismísimo Paco León, entre otros. Eso sí, a Quim Gutiérrez le cede un poco más de metraje para que dé rienda suelta a sus pocas dotes de comediante (¿por qué narices se habrán empeñado últimamente en que este chico vale para hacer payasadas?).



Un consejo: recurran a los originales. Repasen de nuevo Algo Pasa Con Mary y similares y olvídense de burdas copias a la española. Saldrán ganando.

5.12.13

El irlandés


Paul Greengrass, en Capitán Phillips, ha aceptado el reto de adaptar el caso real del secuestro, por parte de un grupo de somalíes, del carguero norteamericano Maersk Alabama, sin caer en el error de convertirlo en el típico telefilm de sobremesa especializado en este tipo de relatos y superando la prueba con una nota más que sobresaliente.


Para ello, el realizador británico ha seguido fiel a su estilo habitual. Al igual que hiciera en El Mito de Bourne y El Ultimátum De Bourne, sigue apoyándose en su filmación cámara en mano (aunque sin sobrepasarse en tembleques como en ocasiones anteriores), lo cual le da a su trepidante narración un aspecto muy cercano al docudrama, realzándolo con su también usual montaje sincopado y acelerado, sobre todo en los diversos pasajes en los que la tensión sube hasta límites insospechados.

Evita, de forma inteligente, convertir a la película en un festival de lágrimas y trampas sensibleras. Para ello, no aparta jamás su objetivo de la acción que sucede en alta mar, sin acercarse en momento alguno al fácil recurso de mostrar en tierra el presumible sufrimiento de la familia de Richard Phillips, el capitán del buque secuestrado quien, para salvaguardar la integridad de su tripulación, aceptó convertirse en el único rehén del grupo secuestrador a bordo de un pequeño y claustrofóbico bote salvavidas.


Un trabajo magnético, capaz de atrapar al espectador desde sus primeros minutos de proyección y que juega, a la perfección, con un crescendo narrativo de elevada graduación. A pesar de tratarse de una historia verídica ya conocida de antemano por la mayor parte del público, nunca decae la intensidad con la que se ha acercado a la misma. Domina de forma brillante el suspense, al tiempo que refleja de manera inteligente la congoja de Richard Phillips, rebautizado por uno de sus raptores como el Irlandés.

Un inmenso Tom Hanks es el encargado de dar vida al angustiado Irlandés quien, con sólo sus miradas, es capaz de transmitir a la platea todos los sentimientos y pensamientos que se le cruzaron por la mente durante la abrumadora odisea. Una magistral lección de contención interpretativa, perfectamente resumidos en sus últimos cinco minutos de proyección y que, por sí mismos, le podrían suponer un Oscar. Y es que el hombre está para sacarse el sombrero.


Dos horas y cuarto de buen cine; de gran cine, del que pasa en un abrir y cerrar de ojos. Bien es cierto que se podría haber aligerado un tanto su metraje pero, tal y como está, ya se trata de una excelente película.

28.11.13

Séame disfuncional, pero con moderación


Con la de películas interesantes que jamás se estrenarán comercialmente en nuestro país, ahora van y nos endilgan una chorrada tan intrascendente y con toque moralista incluido como Somos los Miller. La excusa, la misma de siempre: se trata de una de las comedias más taquilleras en los EE.UU. durante el último verano; un pretexto que, por cierto, no es garantía de nada, tal y como demuestra su visionado.

Si ayer les hablaba de una abuela metida a traficante de hachís, hoy le toca el turno a un camello de tres al cuarto que, tras haberle sido sustraído todo su material y las ganancias de las ventas, para compensar las pérdidas a su jefe -un narcotraficante bastante tarado-, deberá emprender un viaje hasta Méjico y hacerse con un importante alijo.


La cosa, todo hay que decirlo, no empieza mal del todo. La presentación de personajes, aparte de graciosa, promete, pues el hombre, ideando algún sistema para burlar la frontera norteamericana a su regreso, decide montar una falsa familia que le acompañe en su peligroso desplazamiento. Para ello, alquila una auto caravana y recluta a tres personajes inconexos para que hagan las funciones de miembros de su tribu: la madre, una stripper venida a menos; el hijo, un vecino adolescente totalmente disfuncional y la hija, una joven punki escapada de su domicilio paterno.


Su primera parte, como cóctel del cine de los Farrelli y de Judd Apatow, más o menos funciona. Sin casi guión, aunque repleto de gags dominados, ante todo, por el humor grueso habitual de ese tipo de comedias, va cumpliendo con lo anunciado en un principio. Hasta la pareja accidental formada por Jason Sudeikis y Jennifer Aniston destila la mínima química necesaria como para resultar soportable. Pero llegados al ecuador de su metraje, justo cuando aparece en escena una familia ciertamente cursi y empalagosa, el invento empieza a torcerse a marchas forzadas.

Es entonces cuando su realizador, un tal Rawson Marshall Thurber (artífice, entre otros desaguisados, de algo tan patético como Cuestión de Pelotas), pierde el norte y, olvidándose de la incorrección política vertida hasta el momento, le entra la vena catequizadora vendiéndonos gato por liebre. Suaviza sus chistes y, lentamente, somete al espectador a un sutil lavado de cabeza para inculcarle la importancia de los valores de la familia en la sociedad actual, tal y como si se tratara de un edulcorado film made in Disney. Una tomadura de pelo gigantesca capaz, en su recta final, de romper con todo lo predicado anteriormente.

La amoralidad es mala y la disfuncionalidad social aún peor. La típica familia americana es lo que de verdad mola, con sus barbacoas dominicales en el jardín de casa.


Amigo Rawson, váyase a sermonear a otra parte.

27.11.13

La abuela tiene un plan


La recientemente fallecida Bernadette Lafont, la que fuera una de las musas del cine francés de los años 60 y 70, en su penúltima película, interpretó a Paulette, una anciana gruñona, racista y muy poco sociable que, para compensar su mísera pensión económica, decide empezar a traficar con hachís tras dar, de forma fortuita, con un pequeño alijo. Dirigida por Jérôme Enrico, nos llega El Postre de la Alegría, descabellada traducción española del más conciso Paulette; título con el que ha sido rebautizado en nuestro país en clara referencia al afable El Jardín de la Alegría, su más obvio (y compacto) precedente cinematográfico.


El Postre de la Alegría es un film fácil, muy fácil. De hecho, su argumento está construido a base de tópicos, empezando por los rasgos de su protagonista, una anciana intratable y solitaria, amargada por no poder asumir sus gastos mínimos mensuales y de incalificable trato para con su nieto de color. El retrato de esa mujer, en sus primeros minutos de metraje y a pesar de lo vulgar de su descripción, resulta ciertamente gracioso. Se muestra asimismo simpático y prometedor al narrar sus primeros pinitos como camello de barrio pero, poco a poco, su acierto inicial, debido a lo trivial de su planteamiento, se convierte en un trabajo tan previsible como aburrido.

La película de Jérôme Enrico, en un principio, parece apuntar cierta crítica social y política enmarcada en el contexto de la actual crisis económica. Pero sólo lo parece, quedando en una mínima apreciación que rápidamente deriva hacia una trayectoria más astracanada y salpicada por destellos de una forzadísima incorrección política. Lo suyo es el humor chabacano y en nada sutil, tal y como sucede con el juego simplón que se saca de la manga a través de la red de distribución de pastelitos de “chocolate” que organiza la buena mujer (en la que colaboran otras ancianas dispuestas a mejorar sus condiciones de vida) y las relaciones de ésta con un par de bandas de traficantes de la zona.  Repito: fácil, fácil, fácil.


En poco ayuda al buen desarrollo de cinta la sobreactuación con la que Bernadette Lafont afronta el rol de la esquiva abuelita; una interpretación tan exagerada que la aleja totalmente de su pretendida empatía con la platea. Aunque, un tanto de lo mismo, le sucede al resto de su elenco, desde el grupo de amigas que le dan soporte en su negocio (¡qué pena da ver perdida por allí en medio a Carmen Maura!) hasta los integrantes de las cuadrillas rivales, por no citar a sus familiares más directos (incluido un yerno tontainas, policía y de color).


Un quiero y no puedo que, precisamente por el cúmulo de topicazos que destila en su primera parte (y de los que jamás se desengancha durante el resto de su metraje), acaba siendo un producto tan predecible como desaborido y en donde, de forma totalmente imaginable, esa mujer refunfuñona terminará transformándose en una dama de buen corazón.

Les dejo. Me voy a visitar a la centenaria del 4º 3ª a ver si me vende unas suculentas magdalenas de la hilaridad para levantarme la moral.