Ya alejado del tedio con el que llevó a cabo la
primera entrega de El Hobbit, Peter Jackson afronta con un poco más de brío su
segundo capítulo, El Hobbit: La Desolación de Smaug, un film que, a pesar de
ser más distraído y de estar dotado de un espíritu mucho más aventurero, peca,
sin embargo, de un exagerado metraje por lo poco que en realidad
cuenta.
Una vez resuelta -en su insufrible entrega anterior- la pesadez de la interminable presentación de los integrantes del grupo de
enanos que acompañarán a Bilbo en su inacabable odisea, Jackson acaba centrándose
en un trabajo en donde lo que de verdad cuenta es la aventura.
Una aventura compuesta de distintos episodios y en donde, al contrario de lo
que sucedía en su presentación, la oscuridad y las tinieblas se convierten en
sus principales protagonistas.
No aburre y, con su ritmo, hace que resulte bastante
fácil para el espectador superar los 160 minutos de su duración. Introduce
varios personajes nuevos en la trama (algunos, como el de la elfa Tauriel, ni siquiera salían en la novela original de Tolkien), sin resultar del todo
traumático su inserción y consiguiendo alguno de sus mejores pasajes en la lucha contra unas arañas
gigantes en el Bosque Negro y en el enfrentamiento final de Bilbo, Thorin y su
tropa, en el interior de la Montaña Solitaria, con Smaug, un dragón enfurruñado y parlanchín. Otros episodios, como el de la huida de los enanos en el interior de
unos barriles a través de un río, parecen más destinados a su explotación
posterior en todo tipo de vídeo-juegos. El marketing es el marketing y la pela
es la pela.
A pesar de tratarse de un entretenimiento en todo
regla, en su valoración total me parece un producto tan falso y forzado como el anterior
y en donde Martin Freeman, en la piel de Bilbo, sigue recurriendo a trucos baratos
de comediante de feria para darle un toque de simpatía a su personaje, quedando absolutamente deslucido por la fuerza interpretativa de Ian McKellen quien aún sigue dotando
de una inmensa entidad a su muy particular Gandalf. Y es que él y el atractivo diseño visual de la nebulosa Ciudad del Lago acaban siendo, a mi
gusto, lo mejor de la función.
De hecho, esta es una saga que nunca ha logrado
engancharme del todo y en la que, durante su visionado, me resulta muy fácil
distanciarme de las “fantasiosas” aventuras propuestas. Y más si, en su recta
final, el realizador decide cortar por lo sano en el momento más álgido de la
historia, tal y como si se tratara de un coitus interruptus. Nada, a esperar
otro año para su conclusión. Y espero que esa sea la definitiva.
8 comentarios:
Como siempre, maese Spaulding, una crítica certera. A ver si a la tercera tenemos el gran fin de fiesta.
P. d. Gran Stephen Fry como gobernador de Valle.
Se hace saber que Peter O´Toole la ha espichado. Esperemos que no se les ocurra incinerarle.
Al final O'Toole se ha pirado sin oscar, y mira que le ha rondado el hombre...
Le dieron uno honorario y luego le volvieron a nominar en 2006.
Don Caligula: no guarde la pala, que se ha muerto Joan Fontaine. También en eso se adelantó a su hermana.
Desde hace un tiempo, cuando cae uno, le sigue otro en poco tiempo.
Descansen en paz.
Es una lástima que los parques temáticos hayan tenido tanta influencia en el cine americano.Veo esa imagen que has puesto donde se ven a los enanos en un tobogán de parque acuático y no veas.Estéticas de anuncios de perfumes en Navidad y el parque temático... en fin, iré a verla de todos modos y sé que saldré un poco cabreado.
Saludos
Con la escena de los barriles bajando por el río, pensé automáticamente en un par de atracciones de Port Aventura. Sí, los parques temáticos y los vídeo-juegos han influido demasiado en el cine de aventuras actual. Es una lástima.
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