29.4.10

Regreso al futuro, al pasado y al presente

Mas Allá del Tiempo es el desgraciado título español de The Time Traveler’s Wife (La Esposa del Viajero del Tiempo), una historia de amor, en tono fantástico y producida, entre otros, por un Brad Pitt seguramente aún marcado por los efluvios de El Curioso Caso de Benjamín Button. De hecho, la historia de este nuevo film de Robert Schentke (el mismo de Plan de Vuelo: Desaparecida), tiene más de un punto de contacto con la del título de David Fincher. Si Benjamín Button nacía viejo y evolucionaba hacia la niñez, Henry DeTamble, el protagonista del título de Schentke, lo hace con una extraña disfunción genética que le hace viajar en el tiempo de forma inesperada.

Los viajes al futuro y al pasado de Henry son tan anárquicos como su propio guión; un guión que no tiene ninguna norma interna establecida que le otorgue un mínimo de lógica al problema de su personaje principal, un Eric Bana que, con cara de apenado perenne, parece no creerse en absoluto el rol que le ha caído en desgracia. Todo cuanto le sucede resulta de lo más caótico. Aparece y desaparece del presente como por arte de birlibirloque, sin seguir constante alguna. Eso sí: antes de iniciar cualquiera de sus desplazamientos temporales, el hombre se desintegra totalmente para, a continuación, dejar en su lugar la ropa que llevaba puesta.

El a dónde va y de dónde viene es lo de menos. La cuestión es dejar al espectador más desorientado que a la esposa del excursionista imprevisto. La pobre mujer (que atiende por el nombre de Clare), desde que ha contraído matrimonio con el tal Henry, va más perdida que un gusano en una plaza de toros. Y es que todo el intríngulis que envuelve a la relación amorosa de ambos se ampara en el día de su niñez en el que se le apareció, en medio de un prado, su futuro marido, procedente del futuro, en edad adulta y en pelota picada. Todo un velado canto a la pederastia más sibilina.

Si algo tiene de interesante esta fábula sin pies ni cabeza, es la interpretación de Rachel McAdams, la sufrida Clare del film. Ella, compensando el exceso de despropósitos acumulados, ayuda a sacar adelante (y no es moco de pavo) el descabellado papel de una mujer dispuesta a tener un hijo con los mismos problemas genéticos que su marido. Aborto va y aborto viene: el embarazo es una más de las desdichas por las que deberá pasar la chica, pues los fetos, a las pocas semanas de su fecundación y siguiendo el ejemplo de su movedizo padre, ya se cargan el macutito a la espalda para largarse de paseo.

Un love story más a olvidar, escrito a lo bruto y dejando que la ilógica campe a sus anchas. Añádanle una sobredosis de edulcoración y sabrán lo que vale un peine. Les dejo que me estoy desintegrando.

23.4.10

Los Dioses deben estar locos


La original Furia de Titanes, la de 1981, se trataba de una obra menor en relación con toda la carrera cinematográfica de Ray Harryhausen, un hombre dedicado al noble oficio de los efectos especiales artesanales que, en esa ocasión, se implicó al cien por cien en el proyecto. De hecho, lo más destacable del mismo se encuentra en la utilización del stop motion para dotar de movimiento a sus distintos bichejos. Ahora, en la nueva versión, dirigida por un tal Louis Leterrier e hinchada falsamente a 3D para sacar más partido a la taquilla, los f/x, a pesar de su digitalización, resultan del todo asépticos. El puntito de cutrez que hacía interesante la cinta primitiva se ha perdido en la actual.

Básicamente, su argumento es similar. Algunas relaciones de parentesco entre personajes han sido cambiadas, pero la esencia sigue siendo la misma. Dioses y mitología griega por un tubo. Todo muy light, en un formato especial para consumidores compulsivos de palomitas. Para variar, el Bien y el Mal mantienen su eterno pulso. Zeus es el Bien, aunque un Bien enfurruñado y harto de que los humanos se tomen su deidad a pitorreo. Hades es el Mal, todo un hijoputa integral que, a petición de Zeus, su propio hermano, decide echarle un cable para castigar la rebeldía de los hombres. O sea, los de La Lista de Schlinder de nuevo cara a cara: Liam Neeson y Ralph Fiennes. El primero, de salvador de judíos a Dios del Olimpo; el segundo, de nazi a Dios del Infierno.

El Olimpo está en su punto máximo de ebullición y, con tanto caos establecido, el inframundo de Hades podría apoderarse del Cielo y de la Tierra. Dicen que a río revuelto, ganancia de pescadores. Mientras, los de abajo, los de carne y hueso, sólo podrán confiar en los posibles poderes del joven Perseo, un tipo nacido como Dios pero criado como hombre. Un Perseo igual de soso que el de su primera versión. Si en la añeja fue interpretado por Harry Hamlin, en esta lo hace el también edulcorado Sam Worthington, el minusválido de Avatar, un actor con pocos recursos que parece especializarse en poner su careto en aquellos films en los que, ante todo, priva más la animación informática que la fotografía clásica.

La cinta, al igual que la del 81 dirigida por Desmon Davis, sigue el periplo de Perseo y los guerreros que le acompañan buscando la manera de frenar los impulsos malévolos de Hades. Varias serán las aventuras que vivirán antes de enfrentarse al golpe final y a la posible destrucción de la ciudad de Argos. Escorpiones gigantescos, mujeres en forma de medusa, monstruos marinos o caballos voladores, son sólo algunas de las criaturas que se cruzarán en el camino del héroe. Y de propina, un guiño desgraciado al original, aunque sin continuidad alguna en el guión: la aparición forzadísima de un búho mecánico que en la de Davis poseía un rol específico.

Al contrario que el film original, éste no tiene enjundia alguna. Un título frío y sin alma que sólo parece preocuparse de la corrección (fallida) de sus efectos especiales. El guión es lo de menos. Lo único que cuenta son sus escenas de acción. Que sean vibrantes o no, tampoco importa. De hecho, la fuerza de las mismas resulta más que cuestionable. La verdad es que aburrirse en un producto de estas características, dice muy poco sobre su valía.

Ya fue arcaica en el 81. Y aún es más rancia, si cabe, en el 2010. Los Dioses y los magnates de Hollywood están como cabras.

19.4.10

Espía como puedas

Producida por Luc Besson (lo cual no es garantía de nada) y dirigida por Pierre Morel (el mismo de la efectiva Venganza con Liam Neeson), nos llega Desde Paris Con Amor, un burdo film de acción para lucimiento de un John Travolta en horas bajas. Secundándole, el soseras de Jonathan Rhys Meyers. Tiroteos, mamporrazos a manta, alguna que otra persecución y un mucho de postal turística parisina. Para completar el cuadro, sólo faltan Terence Hill y Bud Spencer.

Dos espías y la misión de desarticular a un grupo de terroristas islámicos que planean un atentado en la capital francesa. Cada agente tiene su personalidad. Uno es una bestia visceral, una especie de Terminator humano, con unos cuantos quilos de más, un tanto cabezón y un putero de mucho cuidado: toda un arma de destrucción masiva en manos del gobierno yanqui. El otro es un novato de tomo y lomo que, hasta el momento, sólo había realizado encargos de mínima envergadura escondido tras su tapadera como secretario del embajador norteamericano en París.

Dos caracteres que se repelen inicialmente para, poco a poco, irse complementando a la perfección. La falta de originalidad resulta más que evidente a la hora de afrontar una nueva buddy movie. Y es que, con ésta, ya llevamos tropecientas de idénticas, todas ellas de simétrica estructura y nula ingeniosidad. Un cierto aire de comedia (de lo más tontorrona) y un mucho de acción. Eso sí, bien filmada aunque totalmente inconsistente. Y, por muy trepidante que sea, resulta absolutamente aburrida: por repetitiva y por zafia.

A pesar de tratarse de un cóctel cansino que no se aguanta por ningún lado, sorpresivamente sus primeros minutos no funcionan mal de todo. La presentación del personaje y del entorno de Rhys Meyers (novieta incluida) tiene su gancho, pero no va a más. Al contrario, cuando aparece John Travolta, dando vida al violento y graciosillo agente Charlie Wax, la película empieza a descentrarse a marchas forzadas para, a los pocos minutos, estrellarse definitivamente.

90 minutos de metraje que se hacen eternos. De guión, ni un pelo. De hostias, un montón. Es de esperar que no haya ninguna secuela.

16.4.10

Breakdance en el país de las conjuntivitis

Hoy aterriza en España la particularísima visión de Tim Burton sobre Alicia en el País de las Maravillas. Una visión, por cierto, totalmente libre y muy al margen de la obra de Lewis Carroll. De ella, pilla su espíritu y sus personajes y, a partir de la presentación de los mismos, se va por los cerros de Úbeda.

Alicia, en film de Burton, ya no es esa niña pequeña y soñadora que nos presentó Disney en su (magistral) versión animada. Alicia ya es toda una adolescente que, huyendo de una realidad que empieza a asfixiarla, decide regresar a aquel fantasioso País de las Maravillas que conoció en su infancia. Todo un viaje terapéutico en el que aprenderá a enfrentar sus miedos y a romper con ciertos encorsetamientos que no está dispuesta a acatar.

La idea inicial es interesante, pero sólo se queda en eso: en la idea. Y es una lástima pues, teniendo en cuenta la imaginería gótica del realizador, el universo de Alicia prometía ser el vehículo ideal para su lucimiento. Pero el film, aparte de aburrido y sin alma, se encalla y se muestra incapaz de avanzar con buen rumbo.

La presencia de un dragón y la lucha por el poder que ejercen la Reina Roja y la Blanca (la mala y la loca), no son más que las puntas del iceberg que conforma su mínima e inconsistente historia planteada. Lo que podría haber sido una inquietante incursión en la obra de Carroll, acaba convirtiéndose en un poco esforzado festival de efectos especiales en función del sistema 3D. El argumento es lo de menos. Lo único que importa es que el espectador, virtualmente hablando y pagando un buen pastón por ello, se trague alguna que otra mariposa.

Los personajes, del primero al último (Alicia incluida), no poseen ninguna entidad. Es tanta la osadía del director de Eduardo Manostijeras que incluso le hace soltar unos descabellados pasos de breakdance al mítico Sombrerero; un Sombrerero al que, por cierto, da vida un inaguantable Johnny Depp a través de una histriónica interpretación muy cercana a las de sus incursiones piratas dando vida a la locuela capitana Sparrow.

En esta ocasión, la imaginería de Tim Burton se ha situado bajo mínimos y, en mi opinión, sólo ha acertado a la hora de diseñar el repulsivo look de la Reina Roja. O sea, la cabeza de su propia esposa (Helena Bonham Carter) insertada en un minúsculo cuerpecillo. Todo un contraste en comparación con la sosería que destila Anne Hathaway en la piel de la Reina Blanca.

Por cierto: algún día de estos, con esas malditas gafas que pasan de mano en mano y de ojo en ojo, vamos a pillar alguna que otra enfermedad ocular.

12.4.10

El mofletudo y la novieta de América

A Andy Tennant le van las simplezas igual que a un tonto, un caramelo. No contento con haber castigado a las plateas con Hitch: Especialista en Ligues y Como Locos... A Por el Oro, ahora se empeña en seguir atormentándonos con Ex-Posados, una nueva nimiedad al servicio de dos estrellas a punto de estrellarse definitivamente: Jennifer Aniston y Gerard Butler.

En el film, él es todo un cazarecompensas, un tipo duro, con un pasado como poli, que recibe el encargo de pillar a su exmujer, una empecinada periodista que acaba de eludir a la ley tras no presentarse a un juicio por faltas a la autoridad. Butler y Aniston cara a cara, cuerpo a cuerpo, a cual de los dos más insoportable. Él, convertido en el brutote por antonomasia de las últimas comediejas made in USA, repite por enésima vez su rol de machote burrote. Ella, a través de su ya habitual festival de mohines (a cual menos sugestivo), sigue ejerciendo de novia de América en dura competencia directa con la Bullock.

Su guión, escrito por una tal Sarah Thorp(e), se caracteriza por una falta total de ingenio: el vacío más aterrador. Todo vale mientras sus dos actores hagan cuantas más animaladas mejor. La fórmula empleada es de perogrullo: de pareja que se repele, a pareja que se ama profundamente. Lo nunca visto, vaya... Con tal premisa, es inevitable que su plato fuerte (y casi único de la función) se ampare en un interminable y previsible toma y daca entre ambos personajes. La sabiduría del tandem Tennant/Thorp(e) no tiene límites. Y allí, con tal de potenciar aún más las numerosas gansadas de su pareja protagonista , se sacan de la manga una apayasada e improbable intriga para lucimiento de un irritante plantel de malos de opereta.

Los cabos sueltos, tanto en el devenir de sus secundarios como en el de ciertas historias paralelas, parecen no importarle demasiado a los responsables de tal desaguisado. En realidad, ellos sólo pretendían que la Aniston (mueva va, mueca viene) luciera sus muslos y el Butler (haciendo de imbécil profundo) demostrara la mar de rollizos que se le están metiendo ambos mofletes. Y mientras, usted a callar y a pagar la entrada.