23.4.10

Los Dioses deben estar locos


La original Furia de Titanes, la de 1981, se trataba de una obra menor en relación con toda la carrera cinematográfica de Ray Harryhausen, un hombre dedicado al noble oficio de los efectos especiales artesanales que, en esa ocasión, se implicó al cien por cien en el proyecto. De hecho, lo más destacable del mismo se encuentra en la utilización del stop motion para dotar de movimiento a sus distintos bichejos. Ahora, en la nueva versión, dirigida por un tal Louis Leterrier e hinchada falsamente a 3D para sacar más partido a la taquilla, los f/x, a pesar de su digitalización, resultan del todo asépticos. El puntito de cutrez que hacía interesante la cinta primitiva se ha perdido en la actual.

Básicamente, su argumento es similar. Algunas relaciones de parentesco entre personajes han sido cambiadas, pero la esencia sigue siendo la misma. Dioses y mitología griega por un tubo. Todo muy light, en un formato especial para consumidores compulsivos de palomitas. Para variar, el Bien y el Mal mantienen su eterno pulso. Zeus es el Bien, aunque un Bien enfurruñado y harto de que los humanos se tomen su deidad a pitorreo. Hades es el Mal, todo un hijoputa integral que, a petición de Zeus, su propio hermano, decide echarle un cable para castigar la rebeldía de los hombres. O sea, los de La Lista de Schlinder de nuevo cara a cara: Liam Neeson y Ralph Fiennes. El primero, de salvador de judíos a Dios del Olimpo; el segundo, de nazi a Dios del Infierno.

El Olimpo está en su punto máximo de ebullición y, con tanto caos establecido, el inframundo de Hades podría apoderarse del Cielo y de la Tierra. Dicen que a río revuelto, ganancia de pescadores. Mientras, los de abajo, los de carne y hueso, sólo podrán confiar en los posibles poderes del joven Perseo, un tipo nacido como Dios pero criado como hombre. Un Perseo igual de soso que el de su primera versión. Si en la añeja fue interpretado por Harry Hamlin, en esta lo hace el también edulcorado Sam Worthington, el minusválido de Avatar, un actor con pocos recursos que parece especializarse en poner su careto en aquellos films en los que, ante todo, priva más la animación informática que la fotografía clásica.

La cinta, al igual que la del 81 dirigida por Desmon Davis, sigue el periplo de Perseo y los guerreros que le acompañan buscando la manera de frenar los impulsos malévolos de Hades. Varias serán las aventuras que vivirán antes de enfrentarse al golpe final y a la posible destrucción de la ciudad de Argos. Escorpiones gigantescos, mujeres en forma de medusa, monstruos marinos o caballos voladores, son sólo algunas de las criaturas que se cruzarán en el camino del héroe. Y de propina, un guiño desgraciado al original, aunque sin continuidad alguna en el guión: la aparición forzadísima de un búho mecánico que en la de Davis poseía un rol específico.

Al contrario que el film original, éste no tiene enjundia alguna. Un título frío y sin alma que sólo parece preocuparse de la corrección (fallida) de sus efectos especiales. El guión es lo de menos. Lo único que cuenta son sus escenas de acción. Que sean vibrantes o no, tampoco importa. De hecho, la fuerza de las mismas resulta más que cuestionable. La verdad es que aburrirse en un producto de estas características, dice muy poco sobre su valía.

Ya fue arcaica en el 81. Y aún es más rancia, si cabe, en el 2010. Los Dioses y los magnates de Hollywood están como cabras.

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