Malas lenguas dicen que la figura del director, Desmond Davis, fue méramente nominal, pues Harryhausen se tomó tan en serio este trabajo que dejó bastante en la sombra las funciones del realizador, un hombre que, como él, también procedía del noble oficio del maquillaje y los efectos cinematográficos.
Furia de Titanes es un film menor dentro de los numerosos títulos en los que intervino Ray Harryhausen. Y que conste que, al decir menor, no significa que éste sea un producto aburrido y sin fuerza ya que, en realidad, se trata de una película en la que se vuelcan todas las constantes de un tipo de cine que, en su día, deslumbró a propios y a extraños. De hecho, es una especie de despedida por parte del mago artesanal de la imagen. Un autohomenaje en el que se mezclan sus criaturas monstruosas habituales y ese regusto anacrónico, pero al mismo tiempo entrañable, por las aventuras mitológicas que tanto le caracterizaron en películas como Jasón y los Argonautas o El Viaje Fantástico de Simbad.
La película arranca con un encabronamiento del dios Zeus, cuando desde las alturas decide arrasar la ciudad de Argos mediante un sunami provocado por Kraken, un temido monstruo de las profundidades marinas. Su cólera es debida a que el gobernador del lugar, mosqueado tras el nacimiento del bebé de su hija soltera, decide sacrificar la vida de la chica y la del pequeño, ignorante de que éste, Perseo, se trata del hijo del mismísimo Zeus en la Tierra.
Salvado Perseo de la muerte y criado en una tranquila isla al lado de su madre, deberá adoctrinarse en el arte de la lucha por culpa de un pique de su propio padre con la diosa Thetis, ya que el soberbio Zeus ha castigado al hijo de ella, Calibos, separándole de su novia, desterrándole de la ciudad de Joppa (lugar en el que ejercía como gobernador) y convirtiéndolo, finalmente, en un ser maligno y deforme. Perseo, para poder conseguir el amor de la princesa Andrómeda, la abandonada prometida de Calibos, deberá pasar por varias pruebas a cuál más terrorífica y peligrosa. De todos modos, los dioses le otorgaran ciertos utensilios mágicos que le ayudarán en sus arriesgadas tareas, empezando por la compañía de Pegasus, su fiel y alado caballo blanco.
La película fue un tremendo fracaso de crítica y público. No es de extrañar, pues se trataba de un producto demasiado arriesgado para los tiempos que corrían. El gran público, deslumbrado por los epatantes efectos visuales de El Imperio Contraataca (estrenada justo el año anterior), no entendió la peculiar movilidad de las criaturas y monstruos engendrados por Ray Harryhausen, a pesar de que éste, como guiño al universo de Lucas, introdujera en su film a un búho mecánico y parlanchín a imagen y semejanza de R2-D2. Para muchos de ellos, Furia de Titanes, significó un paso hacia atrás en el avance tecnológico en el mundo del cine. No supieron ver la delicadeza y el esfuerzo con el que el maestro de la animación había tratado a su película.
También es cierto que, su pobre y a veces ridículo guión, en poco ayudo al posible éxito popular del film, más cercano éste al del cine basura y al del peplum más cutre que a la genialidad narrativa de las dos primeras entregas de la saga Star Wars. Y eso es muy cierto. Revisándola el otro día, la fuerza y el encanto de Furia de Titanes sólo radica, precisamente, en sus escenas de acción y en el tratamiento visual de las criaturas creadas por Harryhausen. El resto canta bastante, empezando por la elección de su soso protagonista, un edulcorado Harry Hamlin que le otorgó muy poca entidad al personaje aguerrido y aventurero de Perseo. La fugaz y frustrante aparición de Ursula Andress como la diosa Afrodita (frustrante por lo de vista y no-vista) o el desfachatado histrionismo con el que un engreído Laurence Olivier afrontó el rol de Zeus, aún dañaron más las buenas intenciones del producto.
A pesar de los pesares, Furia de Titanes posee momentos de gran cine. De ese tipo de cine hecho con pasión y cariño; de ese cine que siempre quedará retenido en nuestra memoria y al que jamás se podrá juzgar de añejo. El derribo de la ciudad de Argos por una ola gigantesca; los encuentros con el deforme Calibos; la lucha entre Perseo y la monstruosa Medusa; el ataque de los escorpiones titánicos o la aparición final del descomunal Kraken, emergiendo del fondo de los mares para zamparse a la novia de nuestro héroe, son un buen ejemplo de ese tipo cine que jamás volverá.
Es más: Furia de Titanes ya sólo merece un cierto respeto por la presencia, en ella, de Ammon; el gran (aunque pequeñito) Burgess Meredith, el hombre de confianza y educador del soseras del Perseo.
Como muestra de ese tipo de cine artesanal, hecho con amor, a mano y foto a foto, les dejo con un YouTube en el que asistirán a la lucha de Harry Hamlin y sus hombres con los alacranes anteriormente citados.
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