10.8.06

Por delante y por detrás (el taco está servido)

¿Saben lo que suele ocurrir cuando, en un restaurante, se quejan, con no muy buenos modos, de lo poco o muy hecho que está su solomillo? En general, reciben una amable sonrisa del camarero quien, con total educación y disculpándose, le retirará el plato de la mesa para, a los pocos minutos, regresar de la cocina con su filete más pasado o -siempre según sus exigencias-, con un nuevo solomillo poco hecho, sangrante y con su carne rojiza.

Hasta aquí todo parece correcto. Lo que puede ocurrir durante el intervalo, en el interior de la cocina, ya es otro cantar. ¿Se acuerdan de ese famoso escupitajo que, en Uno de los Nuestros, soltaban sobre una hamburguesa cocinada para una pareja de policías? Lo mismo, aunque multiplicado por 10, es lo que les acontecería en la cocina del restaurante Shenaniganz después de recibir su reclamación. Y precisamente, leyendas como ésta, es lo que cuenta el debutante Rob McKittrick, como director y guionista, desde ¡Marchando!, volcando en su ópera prima algunas de las múltiples experiencias que vivió al respecto durante los largos años que trabajó en un restaurante parecido al del film, antes de dedicarse al noble oficio de cineasta.

¡Marchando! retrata todo un día de trabajo en un restaurante típicamente americano, de esos que, en los últimos tiempos y a modo de imitación, se han reproducido como setas en los numerosos centros comerciales de nuestro país y cuyos empleados son, normalmente, jóvenes de buen ver, de sonrisa afectuosa y de trato gentil, deseosos de ganarse una buena propina aunque temerosos del comensal más avaro. Y posiblemente, al igual que en la película de Rob McKittrick, también tengan su corazoncito y se sientan ofendidos ante el trato un tanto despótico de ciertos clientes.

Varios son los camareros que forman el equipo del Shenaniganz. Entre ellos se puede encontrar un poco de todo: el guaperas ansioso por tirarse a todas las chicas que le rodean (con especial interés por las menores de 18 años); el tímido que se ve incapaz de orinar en un lavabo público; el deprimido en busca de un empleo más lucrativo o, entre otros, la chica histérica con un odio especial por las clientes marujonas y gruñonas. Y eso por no hablar de la especial cuadrilla encargada de la cocina. Tan sólo les diré que, en ese enclave y como chef de los fogones y parrillas, se encuentra Luis Guzmán, ese magnífico actor, con cara de mono, que últimamente asoma su rostro por las producciones más gamberras e independientes del momento: aquel hombre de confianza que, al final, acabó delatando a Carlito Brigante y que, en este film, se nos muestra como un gran experto en lanzar todo aquello que cocina por los suelos para después volverlo a colocar en el plato, mientras planea la manera de follarse a su novia en el excusado del restaurante.

¡Marchando! es una divertida mezcla entre Clerks y la obra teatral Por Delante y Por Detrás de Michael Fayn, la cual mostraba al público todo cuanto sucedía entre los actores, tras los decorados, durante una tensa representación teatral; una comedia que, por cierto, fue llevada al cine, de modo excelente, por Peter Bogdanovich y estrenada en España bajo el título de ¡Qué Ruina de Función!. Aquí, los camareros representan su particular función ante la clientela, para después actuar de manera totalmente distinta cuando quedan fuera de la vista de estos.

Lo que más falla de toda la historia es su guión. Éste es mínimo pero, hablando en términos culinarios, tiene su salsa. Es gracioso, sin más, y altamente escatológico. Guarro, guarro, guarro... Los tacos son el principal ingrediente de sus diálogos. Polla, pene, culo, caca, cabrón, hijoputa... es el vocabulario habitual con el que se comunican entre ellos, como recién salidos de South Park. Y eso sólo en los momentos en los que se comunican pues, como claro guiño referencial al cine de Kevin Smith, Rob McKittrick introduce en ¡Marchando! a una pareja de jóvenes adolescentes, de mentes atoradas y diálogos para besugos que, como encargados del almacén y de la recogida de basuras del local, bien podrían ser los hijos naturales de Jay y Silent Bob.

Y detrás de todo ello, aunque sin llegar a mojarse demasiado, un mínimo de crítica social a la explotación a la que se ven sometidos, por parte de los empresarios, la mayor parte de trabajadores del gremio de la hostelería. Un gremio que, por otra parte, para compensar sus bajos salarios, aún sigue subsistiendo gracias a las miserables propinas de sus clientes.

Personalmente, pude verla en original y mucho me temo que, por las características del film, en su versión doblada, pueda haber perdido buena parte de su gancho. Ya me contarán... Pero eso sí, y al margen del doblaje, hay una cosa que tengo muy clara: después de ver ¡Marchando!, les puedo asegurar que jamás volveré a reprocharle a un camarero el que a mi copa de helado le falte un poco más de nata o que el entrecot esté demasiado hecho.

Y, para acabar, ¡ojo al dato! En este film he descubierto que el humorista Juan Carlos Ortega tiene un hermano gemelo nacido en Fairfield, Connecticut, USA: se trata del actor Justin Long.

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