Agentes Secretos es una película que llega con dos años de retraso a España. Tarde y además, por si fuera poco, estrenada de tapadillo. Una manera como otra de cargarse el posible éxito de taquilla de un film digno y dotado de una sobriedad narrativa más que sorprendente, aparte de poseer una calidad indiscutiblemente superior a la mayoría de los subproductos veraniegos que invaden las pantallas de nuestro país. Un film duro, crudo y a veces, corrosivo en el que, al contrario que en El Secreto de Anthony Zimmer (otro interesante thriller francés estrenado hace poco), no se encuentra ni una mínima concesión a la comedia.
A pesar de su título y su procedencia europea, esta coproducción franco-hispano-italiana poco (o nada) tiene en común con esas películas de espías que, realizadas en los 60 a la par con los spaguetti-westerns, dieron títulos tan casposos como Agente Z-55, Misión en Hong Kong o Marc Mato, Agente 0.77, delirios, todos ellos, inspirados en las aventuras del –por aquel entonces- novedoso James Bond. Agentes Secretos va mucho más allá que estas añejas cintas, ya que en ella se plasma, con cierta solvencia, la sucia utilización que los servicios internacionales de espionaje hacen de sus agentes. Lo único que mantiene un mínimo paralelismo con esos films cutrones, se encuentra en la celebrada colaboración de Simón Andreu, un actor habitual en ese tipo de productos de serie Z.
No es un producto comercial al uso, ni tampoco es una película específicamente de acción. Tal y como he dicho, se centra, ante todo, en el mundo interior y silencioso del espía como ser individual. La soledad y el mutismo, tal y como muestra Frédéric Schoendoerffer, su director, son las únicas opciones que tienen esos personajes para andar por la vida; siempre dispuestos a complacer a sus superiores, a cualquier hora del día y durante cualquier estación del año. No pueden estar ligados a pareja alguna, ya que necesitan libertad total para desplazarse hasta el rincón más escondido del mundo en el instante más inesperado. Y más teniendo en cuenta la voluminosa cantidad de mierda que, alojada en su memoria, nunca podrán vomitar al exterior.
Agentes Secretos, en este aspecto, disecciona a dos espías en particular: a un hombre y a una mujer, con un pasado sentimental en común que, debido a su sucio y privado oficio, nunca más tendrán el valor de reemprender. Él es Brisseau, un tipo frío y duro al que, sin embargo, le corroe la rabia de sentirse utilizado por su empresa como si se tratara de un peón en un tablero de ajedrez. Ella es Barbara (aunque, a veces, según el trabajo a cumplir, también atiende por Lisa); una mujer bella y calculadora, una eficaz asesina al servicio de la organización que, quemada por tantos años de ilógicas ejecuciones a sangre fría y sin poder dar rienda suelta a sus verdaderos sentimientos, está dispuesta a renunciar a su empleo, aunque para ello tenga que pagar un precio demasiado alto. Y recreando a esos personajes están, cumpliendo perfectamente su función, un sobrio Vincent Cassel (que cada día me recuerda más a Bruce Springsteen) y una espléndida Monica Bellucci. Y cuando digo espléndida, lo digo en el más amplio sentido de la palabra; o sea, en todos los aspectos.
Y por detrás de esa morbosa introspección de los dos agentes, se encuentra una misión en concreto que, partiendo de París, les obliga a viajar a distintos escenarios geográficos. De hecho, esa misión -dentro de la trama del film- es una especie de McGuffin no confeso, pues ésta (de manera consciente) no está desarrollada del todo y posee excesivos cabos sueltos en su construcción: en definitiva, una excusa como otra para retratar las emociones, las dudas y la exasperación de ambos espías. Para el director, el trabajo que están cumpliendo es lo de menos. Lo valioso de Agentes Secretos se localiza solapado tras esa mínima intriga; una intriga en la que se mezclan traficantes de armas, políticos sin escrúpulos, espías de otras superpotencias, dobles agentes e inesperadas delaciones.
A pesar de ese continuo hurgar en la cabezota de los protagonistas, no se trata de una película aburrida. Como todo buen film de espías que se precie, atesora sus debidas y necesarias escenas de acción; escenas que, además, están perfectamente rodadas, montadas y acabadas, rompiendo así con la irritante moda del vídeo-clip que tanto le encanta al realizador de Domino . Como buen ejemplo de ello les remitiría a la escena inicial, en la que un agente secreto es perseguido por unos sicarios tras haber desembarcado en La Línea de la Concepción y, sobre todo, a una lucha, cuerpo a cuerpo, que transcurre en un bar de copas madrileño, y en la que Najwa Nimri tiene un rol perverso y muy específico.
Denle una oportunidad. Vale la pena. Háganlo. Cuanto antes mejor. Tal y como la han estrenado y con la poca confianza que su distribuidora ha depositado en ella, no me extrañaría que su permanencia en cartel se convierta en un récord de la fugacidad. Y esta pareja de agentes secretos se merecería un poco más de consideración.
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