27.8.15

Cómo evitar la putrefacción del agua


Desde el 2010, año en que realizó la irregular y un tanto soporífera Amador, Fernando León de Aranoa no había vuelto a dirigir ningún largometraje. Ahora, 5 años después, lo hace con Un día Perfecto, uno de los mejores trabajos de su carrera tras la estimable Los Lunes al Sol.

Basada en la novela de Paula Fairas Dejarse Llover, Un Día Perfecto nos narra las vicisitudes por las que pasarán un grupo de cooperantes que, durante el ocaso del conflicto de Los Balcanes y ante las continuas e ilógicas trabas impuestas por los Cascos Azules, se disponen a sacar un cadáver de un pozo que alguien ha tirado para dejar sin abastecimiento de agua a los vecinos del lugar. Lo que podría ser un trabajo muy sencillo, acabará convirtiéndose en una pesadilla para esa cuadrilla de personas bienintencionadas.


León de Aranoa se aproxima a un tema duro pero que, con una esplendidez narrativa y argumental, sabe maquillarlo con un muy particular sentido del humor; negro, muy negro, pero sentido del humor al fin y al cabo. Con cuatro trazos perfectamente definidos de guión (escrito, mano a mano, por el propio director y Diego Farias), define perfectamente a sus cuatro protagonistas principales (tres hombres y dos mujeres) quienes, en busca de soluciones para extraer al finado del interior del pozo, recorrerán una buena parte del territorio a bordo de un par de jeeps y en compañía de un niño que ha sido agredido por otros muchachos.

Llena de situaciones tan esperpénticas como magnéticas y adornada con un sinfín de brillantísimos (e ingeniosos) diálogos, transcurre un film ágil y capaz de atrapar al espectador en su trama desde su primera e impactante escena.

Buena parte del magnetismo de Un Día Perfecto radica en el personaje de un sobresaliente Benicio del Toro en una de las mejores interpretaciones de su extensa filmografía, mostrándose capaz de dotar de una profunda entidad a Mambrú, el cooperante al que da vida y que, a través de su arrolladora presencia, hace que las también buenas actuaciones de sus compañeros queden hasta incluso un poco deslucidas. Y eso que tanto Tim Robbins como Olga Kurylenko y Mélanie Thierry bordan igualmente sus respectivos roles.


No les chafo más la historia. Mañana mismo se estrena en nuestro país. Disfrútenla y descubran de qué modo, una historia que podría haber resultado de lo más deprimente y angustiosa por su temática, deriva hacia un film entretenido e incluso, por momentos, divertido, aparte de contener un final tan sorprendente como esperanzador. Y acérquense a ella, a poder ser, en su versión original subtitulada, condición casi indispensable para su mayor complacencia.

Una de las mejores cintas de este verano. Ya empezaba a echar en falta el buen cine que, en general, nos ofrecía Fernando León de Aranoa. Y ahora, vuelve a estar en forma.

21.8.15

Destrozando al agente de C.I.P.O.L.

Ya a muy temprana edad era un niño enganchado totalmente a una serie televisiva. El Agente de C.I.P.O.L. (pésima traducción española de The Man from U.N.C.L.E.) me tenía robado el corazón. A mí y a mi primo Pere. Ambos nos desvivíamos por las aventuras, un tanto surrealistas y en clave de comedia, de Napoleón Solo e Illyia Kuryakin (interpretados, respectivamente, por Robert Vaughn y David McCallum). Tan grande y desorbitada era nuestra pasión por ese par de agentes secretos que, entre nuestros juegos, nos inventábamos historias electrizantes que representábamos cada dos por tres de forma muy vivida. Mi primo, de cabello rubio, era Kuryakin y yo, castaño y con barbilla prominente (como Vaughn) era Solo. Y ahora, unos 50 años después de haber disfrutado con los hombres de C.I.P.O.L. (o, mejor dicho, U.N.C.L.E.), llega el tarambana de Guy Ritchie con su particular (y más bien desastrosa) revisión de la serie y, desde Operación U.N.C.L.E., se carga de un plumazo todos mis recuerdos infantiles.


Ritchie afronta la serie reinventándose a sus personajes. Es más, buscando los inicios de sus dos protagonistas, se monta una trama en la que Napoleón Solo e Illyia Kuryakin aún ni siquiera pertenecen a la organización U.N.C.L.E. Ambienta su cosa (porque a esta cinta sólo puede tildársela de “cosa”) en los años 60, en plena Guerra Fría. En este aspecto, al menos ha sido respetuoso con la serie, cuya primera temporada data de 1964. A Napoleón le convierte en un agente de la CIA y a Illyia en uno de la KGB. Ambos, tras haberse conocido de forma violenta y acelerada en el Berlín dividido por el muro, habrán de trabajar conjuntamente en una misión, en tierras europeas, para rescatar a un científico secuestrado por una organización criminal dispuesta a hacer grandes tropelías a nivel mundial. La hija del científico se convertirá en el señuelo que utilizarán los dos espías para infiltrarse en la organización.

En su desmesura visual habitual, Ritchie olvida que el principal cometido de la “cosa”, es entretener, gastando todas sus energías en el envoltorio y en la perfecta ambientación de una época. El contenido, en cambio, resulta de lo más vacío y estúpido que uno se puede tirar en cara. Las escenas de acción (siempre sincopadas, como es su estilo) están metidas a cuentagotas, mientras que sus personajes se desmoronan por una falta tremenda de definición, insistiendo única y exclusivamente en las divergencias que pueden surgir entre un norteamericano y un ruso de esos tiempos (o sea, entre Solo y Kuryakin). Vaya: barato, barato, barato.


Sus chistes son de lo más básico (y no para de colárnoslos a cada mínima ocasión), mientras que la utilización de su banda sonora es de lo más patético y forzado: una recopilación de temas musicales, de todo tipo, que no cuadran ni a tiros con lo que sucede en pantalla y, entre los que se encuentran a faltar, una mínima referencia sonora al excelente tema principal que compuso Lalo Schifrin en su día para la serie televisiva. Ni ese detallito ha tenido para compensar el vergonzoso desmantelamiento del C.I.P.O.L. original. De juzgado de guardia.


Y ya, por si fuera poco, ni siquiera ha tenido vista para elegir a unos actores adecuados para representar a esos genuinos agentes secretos. Más que actores, ha echado mano de unos actorcillos de tres al cuarto. Para el papel de Napoleón Solo ha contado con Henry Cavill, ese desaborido Superman de El Hombre de Acero que cada día recuerda más físicamente a Toni Cantó (ya es desgracia la suya, ya), mientras que para el rol de Kuryakin lo ha hecho con Armie Hammer, un tipo que de forma cantarina fuerza su acento inglés para parecer ruso y que acaba convirtiendo al pobre de Illya en un espía descerebrado, impulsivo y forzudo. Qué pena, qué pena… No suficiente con eso, les coloca de partenaire a Alicia Vikander para dar vida a la hija del científico desaparecido, una chica tan rematadamente sosa como sus dos compañeros de interpretación. De propina, para adornar y darle un poco de solvencia a la “cosa”, aparecen un arrugadísimo Hugh Grant y el cada día más en alza Jared Harris quien, como siga metiéndose en productos como éste, acabará arruinando su carrera.


Voy a por mí medicación. Es lo único que puede recuperarme de tan horrenda experiencia cinematográfica. Caca de la vaca.

¡Viva el C.I.P.O.L. original!

19.8.15

Dinosaurios agotados


Los dinosaurios de Steven Spielberg están agotados. La franquicia iniciada por Spielberg en la brillante Jurassic Park ya no da más de sí. Está consumida. Tras un episodio inicial de lo más potente, una segunda entrega (El Mundo Perdido) más o menos conseguida y un irregular tercer capítulo en forma de serie B (Jurassic Park III), 14 años después de este último, el Rey Midas del Hollywood actual vuelve a asumir las funciones de productor para endilgarnos un nuevo título de esta saga: Jurassic World, una secuela que demuestra que ya todo está inventado en el universo de los dinos.

Para tejer esta cuarta parte, se ha colocado tras la cámara a Colin Trevorrow, todo un hombre de paja cuyo único aval anterior es una banalidad llamada Seguridad No Garantizada; un realizador dispuesto a seguir las indicaciones del amo para montar una especie de fotocopia del primer Jurassic Park, pero sin la fuerza ni la originalidad de éste. Las únicas diferencias estriban en que el parque temático ya está en pleno funcionamiento y que, entre las diversas especies animales prehistóricos, figura un nuevo monstruo, el Indominus Rex, una mezcla genética e inmensa de varios tipos de dinosaurios.

Y, a partir de aquí, más de lo de siempre. Dos niños (hermanos, como en la primera) en peligro constante, fallos en los sistemas de seguridad del parque, muchas carreras huyendo de los bichejos liberados y, ante todo, un sinfín de efectos informáticos para dar vida a todo tipo de animalejos sedientos de carne humana. Y, ¡cómo no!, no podían faltar un considerable número de guiños a las anteriores entregas, a cual más forzado e innecesario.


No se puede negar que, a pesar de sus defectos, que son muchos (demasiados), la cinta funciona como un entretenimiento espléndido para los palomiteros del lugar. Trivial, pero entretenimiento al fin y al cabo. No aburre, pero no ofrece nada nuevo, al tiempo que aturde al espectador con una troupe de personajes de lo más simplones y en nada desarrollados, empezando por los dos hermanitos de marras (el pequeño resulta de lo más repelente), su tía (una especie de Barbie reciclada en alto cargo del parque temático) y un émulo intrépido de Indiana Jones (el Chris Pratt de la estimulante Guardianes de la Galaxia) reconvertido en educador de los inefables y emblemáticos T-Rex.


Y ya, para acabar de desmontar el invento del todo, déjenme que me cebe en su ridículo y absurdo clímax final y, ante todo (para los que ya lo han sufrido), en el momento crucial en que nuestra estimada Barbie (una desaborida Bryce Dallas Howard), calzada con unos taconazos de aúpa, se monta una carrera descomunal portando una antorcha en una de sus manos. No les digo más. Los guionistas ya no se saben qué coño hacer para llamar la atención.


Por desgracia, me temo que este no es el final de la saga. Seguro que caen unas cuentas entregas más. Les dejo. Me voy a tomar la medicación y a dar de comer a mi pterodactylus.

12.8.15

Desarticulando el IMF


El agente Ethan Hunt y su grupo especial del IMF (que no del FMI, por suerte) vuelven a la carga con una nueva y trepidante aventura en la quinta entrega de una saga que, con el tiempo, ha acabado compitiendo directamente con otra franquicia multimillonaria y de características similares, la de James Bond. Misión: Imposible – Nación Secreta es su título.

Después de haber dirigido las anteriores entregas de la saga gente como Brian de Palma, John Woo, J. J. Abrams y Brad Bird, ahora le toca el turno a un director con menos entidad que los citados: Christopher McQuarrie, un tipo cuyo principal mérito es haber dirigido Jack Reacher, una entretenida cinta de acción protagonizada por Tom Cruise y, ante todo, de haber escrito los guiones de trabajos como Al Filo del Mañana o Valkiria, entre otros. O sea, un hombre Cruise en toda regla; un realizador que le va como anillo al dedo a su protagonista y, en este caso, productor de la cinta.

Misión: Imposible – Nación Secreta es más de lo mismo. Pero con fuerza, estilo y un estimulante sentido del humor heredado, directamente, de su anterior capítulo, ese Protocolo Fantasma que, de la mano de un Brad Bird reciclado del cine de animación, convertía a los héroes del IMF en verdaderos personajes de un cartoon de lo más pasado de rosca.

En esta ocasión, tras un prólogo vertiginoso y espectacular al más puro estilo 007, el agente Ethan Hunt, al que se da por desaparecido, sigue adelante con una misión que tendría que haber abortado tras haber sido desarticulado su adorado IMF por estamentos superiores. Una intriga en la que se mezclan, como siempre, dobles agentes, crímenes y persecuciones de todo tipo, incluidas las de moto (en claro guiño a la peor entrega de la serie, M.I. 2, la de John Woo).


Comparado con su anterior capítulo (el de Bird) quizá éste sea un tanto menos acelerado pero, a pesar de ello, continúa siendo vibrante y con momentos del mejor cine de acción palomitera del que podemos disfrutar en la actualidad.

Apoyado a la perfección por Jeremy Renner (el hombre más cerebral del grupo), Simon Pegg (el agente torpe aunque efectivo) y un tanto destartalado Ving Rhames, Cruise (aún estando cada día físicamente más chaparro y narigudo) sigue asumiendo a la perfección el rol de Ethan Hunt y quien, a pesar de su indiscutible condición de estrella (y de productor al mismo tiempo), parece haberse aprendido la lección y se muestra capaz de no robar tantas escenas y planos al resto del equipo como hacía anteriormente, incluida la novedad de una resultona y eficaz Rebecca Fergusson en el rol de una mujer todoterreno y un tanto destroyer, tras la que se esconde uno de los misterios de la cinta. Y, de propina, un Alec Baldwin (recién salido de Torrente 5) en plena forma.


A disfrutarla: 131 minutos de entretenimiento puro que pasan en un abrir y cerrar de ojos. Lo de menos es su argumento; lo mejor es la sobredosis de adrenalina que nos ofrece.

7.8.15

Buscando a Margo

Pues nada, que estoy aquí de nuevo dispuesto a hablarles de cine, tanto de las novedades como de aquellos títulos que se han quedado en el tintero durante el largo parón estival, así como de los clásicos de toda la vida. Y, para empezar, un estreno que llega hoy mismo a nuestras pantallas: Ciudades de Papel.


Jake Schreirer, el director de la funcional y correcta Un Amigo Para Jack, adapta para el cine Ciudades de Papel, una novela de John Green, el mismo autor de Bajo la Misma Estrella, libro que también fue llevado a la pantalla grande por Josh Boone, con cierto éxito, la temporada anterior.

En este caso, y huyendo del tono lacrimógeno del film que inundaba la mayoría de pasajes del film de Boone, Schreirer apuesta por un tono más ligero para narrar lo que, en un principio, podría ser una nueva y tópica historia iniciática. Y digo que “podría ser” porque huye de la típica narración de este tipo de productos y se decanta por una mezcla (bastante efectiva) entre la comedia adolescente (incluidos sus toques de humor grueso) y el cine de connotaciones indies.


Ciudades de Papel nos habla del paso de la niñez a la adolescencia a través de las vivencias del joven Quentin, un chico que toda su vida había estado enamorado en secreto de su vecina Margo y que, tras varios años sin haber estado en contacto directo con ella, vivirá a su lado una noche mágica en donde la aventura y el misterio primará por encima de toda; una noche que le dejará marcado para siempre ya que, a la mañana siguiente, Margo desaparece por completo. Es, a partir de entonces, cuando Quentin, en compañía de sus amigos de escuela, decidirá iniciar la búsqueda de la muchacha basándose, única y exclusivamente, en varias pistas que, a modo de puzle, ella ha ido dejando.


La cinta, de agradable visionado ante todo en su primera parte, se vuelve un tanto monótona y reiterativa en su sprint final, tanto por su contenido como por su modo de estar contada ya que, en los momentos que la cosa demanda más profundidad narrativa, su realizador parece distanciarse un tanto de sus personajes y de sus situaciones; unas situaciones que, por momentos, rozan curiosamente el puro surrealismo (tal y como sucede, de forma divertida, con los Papá Noel negros que coleccionan los padres de uno de los colegas de Quentin).

Y allí, dominando todo el cotarro, la verdadera alma de la película, el joven y brillante Nat Wolff quien, con su particular actuación, hace totalmente creíble el papel del inseguro aunque decidido Quentin, ese chico que está dispuesto a todo con tal de conseguir encontrar el amor de su vida. Todo lo contrario de lo que ocurre con Cara Delevingne, una belleza muy al estilo de la Mariel Hemingway de los 70, pero que, con su frialdad interpretativa, lo único que consigue es que el espectador se distancie de un personaje que tendría que ser mágico y encantador.


Una manera distinta de contar una historia teen e iniciática: aventura, comedia, un mucho de road movie y un ligero toque de ingredientes del más puro indie. Lástima que la cosa no acabe de funcionar al cien por cien.