Pues nada,
que estoy aquí de nuevo dispuesto a hablarles de cine, tanto de las novedades
como de aquellos títulos que se han quedado en el tintero durante el largo
parón estival, así como de los clásicos de toda la vida. Y, para empezar, un estreno que llega hoy mismo a nuestras
pantallas: Ciudades de Papel.
Jake
Schreirer, el director de la funcional y correcta Un Amigo Para Jack, adapta
para el cine Ciudades de Papel, una novela de John Green, el mismo autor de
Bajo la Misma Estrella, libro que también fue llevado a la pantalla grande por
Josh Boone, con cierto éxito, la temporada anterior.
En este
caso, y huyendo del tono lacrimógeno del film que inundaba la mayoría de
pasajes del film de Boone, Schreirer apuesta por un tono más ligero para narrar
lo que, en un principio, podría ser una nueva y tópica historia iniciática. Y
digo que “podría ser” porque huye de la típica narración de este tipo de
productos y se decanta por una mezcla (bastante efectiva) entre la comedia
adolescente (incluidos sus toques de humor grueso) y el cine de connotaciones
indies.
Ciudades de
Papel nos habla del paso de la niñez a la adolescencia a través de las
vivencias del joven Quentin, un chico que toda su vida había estado enamorado
en secreto de su vecina Margo y que, tras varios años sin haber estado en
contacto directo con ella, vivirá a su lado una noche mágica en donde la
aventura y el misterio primará por encima de toda; una noche que le dejará
marcado para siempre ya que, a la mañana siguiente, Margo desaparece por
completo. Es, a partir de entonces, cuando Quentin, en compañía de sus amigos de
escuela, decidirá iniciar la búsqueda de la muchacha basándose, única y
exclusivamente, en varias pistas que, a modo de puzle, ella ha ido dejando.
La cinta, de
agradable visionado ante todo en su primera parte, se vuelve un tanto monótona
y reiterativa en su sprint final, tanto por su contenido como por su modo de
estar contada ya que, en los momentos que la cosa demanda más profundidad
narrativa, su realizador parece distanciarse un tanto de sus personajes y de
sus situaciones; unas situaciones que, por momentos, rozan curiosamente el puro
surrealismo (tal y como sucede, de forma divertida, con los Papá Noel negros
que coleccionan los padres de uno de los colegas de Quentin).
Y allí,
dominando todo el cotarro, la verdadera alma de la película, el joven y
brillante Nat Wolff quien, con su particular actuación, hace totalmente creíble
el papel del inseguro aunque decidido Quentin, ese chico que está dispuesto a
todo con tal de conseguir encontrar el amor de su vida. Todo lo contrario de lo
que ocurre con Cara Delevingne, una belleza muy al estilo de la Mariel
Hemingway de los 70, pero que, con su frialdad interpretativa, lo único que
consigue es que el espectador se distancie de un personaje que tendría
que ser mágico y encantador.
Una manera
distinta de contar una historia teen e iniciática: aventura, comedia, un mucho
de road movie y un ligero toque de ingredientes del más puro indie. Lástima que
la cosa no acabe de funcionar al cien por cien.
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