31.5.05

Haga usted su propia película de Ingmar Bergman

Antes de hacer una película al estilo de Ingmar Bergman ha de tener clara una cosa primordial. Si su país es una enclave geográfico caluroso y con mucho sol, emigre lo más rápido posible a un lugar recóndito, en el que esté todo el día lloviendo y nevando y en donde sus habitantes sean un tanto parcos en palabras y en movimientos. Pase una larga temporada allí y contágiese del modo de vida, casi monacal, de esas gentes.

En caso de salirle demasiado cara (económicamente hablando) la estancia fuera de su tierra, intente pedir alojamiento, durante varias semanas, en un convento de monjes de clausura, de esos que sólo salen al aire libre, a primera hora de la mañana, aprovechando el canto del gallo, para labrar sus tierras. Eso sí: que sea un monasterio grande, silencioso y de paredes recias y consistentes, de esas que, en el interior de sus celdas, se note un frío polar de los que penetran hasta llegar a la médula de los huesos. Y, claro está, en el que reine la paz y el silencio más absoluto. Recuerde que, al igual que en el caso del país gélido, esos religiosos han de ser también parcos en palabras y en movimientos.

Una vez viciado de esa ralentización de la vida social, ya puede empezar a sentar las bases para conseguir un film bergmaniano al cien por cien:

1) Contrate a una actriz nórdica, guapita, rubia y con el pelo cortito, como si fuera un chico.

2) Busque, como oponente de ella, a un tipo alto, delgado, igualmente rubio y nórdico, con un rostro de lo más común, aunque siempre ha de dar la impresión, a través de su agrietada expresión facial, de sufrir de colitis permanente. En su defecto, puede optar por otra chica de iguales características a la primera y que, al igual que el sujeto anterior, ha de tener problemas con la ligereza de sus continuas y fluidas visitas al excusado.

3) En el caso de optar por la pareja heterosexual estándar, conviértalos en matrimonio. Han de residir en un piso de unos 100 metros cuadrados. No es necesario que hablen. Eso sí, han de mirarse profundamente a los ojos, el uno al otro, durante muchos minutos, hasta lograr que el espectador medio acabe hasta los cojones de tanto silencio y tantas miradas.

4) En el caso de haber elegido a las dos féminas, conviértalas en lesbianas torturadas. Deben compartir un apartamento similar al del matrimonio del punto 3 y, al igual que estos, han de mirarse profundamente a los ojos, sin mediar palabra entre ellas.

5) Tanto en el supuesto del matrimonio como en el de la pareja lesbiana, ha de finalizar todas las escenas de largas miradas (unas 28 o 30 en toda el metraje), enfocando, durante un minuto entero, a un viejo reloj de pared, resaltando, a través de la banda sonora, el agobiante tic-tac del mismo. Eso causa un efecto sorpresivo en el snob de turno, el cual acabará descubriendo en ese plano impensadas metáforas con relación al concepto espacio-tiempo.

6) Sin venir a cuento de nada, es menester que cualquiera de las rubitas nórdicas protagonistas muestre uno de sus pezones. Si tan sólo enseña medio pezón y de manera rauda, mejor que mejor. Y tras ese pequeño retazo de sexualidad, un poco más de reloj no iría nada mal.

7) Fotografíe la película en blanco y negro, con una iluminación exageradamente tenue y, a poder ser, con mucho grano en la irregular definición de su imagen. Si opta por el color, dote a éste de una tonalidad irritantemente sepia y, al mismo tiempo, conserve cierta penumbra en su iluminación.

8) Demuestre, sólo con las miradas, que esa pareja (el matrimonio o bien las lesbianas) está pasando por una grave crisis sentimental. No exponga jamás los motivos de la misma, deje que el espectador barrunte por su propia cuenta.

9) No han de salir jamás de casa y, si lo hacen, que sea para acudir al entierro de un anciano y solitario coleccionista de sellos o, en su defecto, al de un librero aficionado a atesorar las primeras ediciones de toda la obra de Steinbeck (jamás de Nietzche o Kikegard, pues se les vería demasiado el plumero).

10) Tras el funeral, ha de mostrar, durante un par de minutos y en plano fijo, a cualquiera de los siguientes motivos: un canario, un sillón de estilo rococó, un cuadro con el retrato de un bucanero o un niño orinando sobre un muñeco de nieve. No intente poner todos esos conceptos juntos, pues le daría demasiado empaque a la película y eso sería dañino para su morosidad narrativa.

11) Uno de los dos personajes, a ser posible la mujer (en el caso de la pareja heterosexual), ha de pasarse, como mínimo, quince minutos mirando a través de una ventana. Esa escena ha de estar adornada con el desafinado sonido de un piano minimalista. Eso, les aseguro que causa un efecto de los que te cagas encima. Si remata ese momento con el infinito plano del reloj de pared, está apuntando a que algunos sabios califiquen su trabajo de obra maestra.

12) Uno de los dos miembros de la pareja (a ser posible el hombre o, en su defecto, la lesbiana dominante) ha de esconder un trauma infantil de armas tomar. No ha de quedar en absoluto clarificado para el público, aunque se puede recurrir a un flash-back un tanto desenfocado en el que se muestre, durante unos 5 minutos, a un niño de unos 8 años jugando (a cámara lenta) con un gato, una tortuga, una figura minúscula de un pastorcillo y un barquito de papel. Ello dará un toque inquietante a la historia, siempre y cuando también asome la cabeza de un sacerdote por detrás de un abeto.

13) El momento cumbre de la película ha de ser un minuto antes de finalizar, justo cuando uno de los dos miembros de la pareja, tras fijar su visión en el lóbulo derecho de la oreja de su compañero (o compañera), en un plano fijo de unos 346 segundos (ni uno más, ni uno menos), ha de soltar alguna que otra frase de una profundidad estremecedora y que servirá para cerrar la historia de manera hermética. Tomen nota de unos cuantos ejemplos: “La nieve me recuerda a mi padre golpeándome con un clavicordio”; “el verano pasado, me olvidé montar las estanterías” o “el domingo de ramos vi a los saltimbanquis comiéndose un rosbif demasiado hecho”.

Recuerde, como consejo final, que para la feliz consecución de un film calcado a cualquiera de los de Bergman, los actores elegidos han de sufrir de algún tipo de lesión ósea o reumatismo que les impida moverse con una desenvoltura normal. Sus movimientos han de ser lentos, no sea que por culpa de ello la película adquiera un ritmo demasiado inusitado o espasmódico. Y su título, cuanto más corto mejor. Buenos ejemplos de ello son “El alquiler del relojero”, “El lóbulo y el funeral”, “Sollozos y picores”, “Escozor”, “Matrimonio moribundo” o “Ellas y el albornoz”.

30.5.05

Vivir y morir en L'H

José Corbacho es un hombre de teatro procedente del grupo catalán La Cubana que, posteriormente, se ha caracterizado por sus colaboraciones en programas televisivos de Andreu Buenafuente producidos por El Terrat (sobre todo con la creación del chabacano personaje de El Sebas) y que en la actualidad, es el principal responsable de Homo Zapping, un irregular espacio humorístico de Antena 3 en el que satiriza la programación televisiva. Juan Cruz es un guionista de TV3 que, al mismo tiempo, ha producido un largometraje de nacionalidad mejicana y un corto y una serie conjuntamente con su colega Corbacho. A pesar de esos dispersos antecedentes, entre los dos han realizado Tapas, un emotivo y entrañable homenaje a L’Hospitalet y a sus moradores, una de esas apelotonadas ciudades dormitorio que, pegada a Barcelona, alberga a miles de vecinos, la mayoría de ellos gente humilde y trabajadora, muchos de estos hijos de inmigrantes llegados a Catalunya durante los años 50 y 60 procedentes de otros puntos del estado español. Aquellos a los que, durante muchos años y de manera despectiva, se les denominó charnegos; apelativo que finalmente adoptó el mismísimo Joan Manuel Serrat para definir su propia condición social.

Corbacho conoce mucho el ambiente popular de ese enclave geográfico (ya que se crió en él) y, desde Tapas, recrea a la perfección los modos y costumbres de los habitantes de ese lugar. Y, contra todo pronóstico, lo hace con un cariño envidiable. Los mima y los arropa en sus problemas cotidianos, alejándose de la astracanada habitual con que se desenvuelve en sus apariciones televisivas. No es ninguna sátira social y tampoco pretende una excesiva caricaturización de sus personajes, un tanto estandarizados. No, qué va. Se trata de un retrato delicado, amoroso y, por momentos, tan real como la vida misma.

Consciente que su presencia en pantalla rompería ese halo de credibilidad que rezuma todo el metraje, el actor ha preferido quedarse en la retaguardia, al lado de Juan Cruz, tras la cámara y compartiendo pluma para redondear su emotivo guión, logrando con ello un producto sencillo y altamente costumbrista. Los arquetipos que propone para moldear su historia parecen existir en la realidad. O, al menos, a mí me da la impresión de haber tratado con cada uno de ellos en numerosas ocasiones. Gente de base, de la calle, de compartir caña y patatas bravas con los amigos en la barra del bar de la esquina. Personajes anónimos, con dificultades para llegar a fin de mes, que aman, sufren y envidian como todo hijo de vecino.

No es una película de gente guapa y heroica. Es una película de gente corriente, como los inquilinos de mi escalera o la dependienta de la tocinería situada al lado del bazar chino Gran Familia. Gente cuya única y adorable ambición es pasar por la vida lo mejor que puedan, siempre dentro de sus límites económicos. Las posibilidades son pocas, pero hacen lo posible para salir bien parados. Corbacho y Cruz han conseguido, con nota elevada, hacer reír y llorar a partes iguales. Y nunca se extralimitan en sus pretensiones. Su toque de comedia es simpático, en general agridulce, pero jamás se acerca en lo más mínimo a la bufonada. Perfilan a sus protagonistas mediante diálogos de esos que hemos oído, cientos de veces, en la cola de un cine o en un abigarrado transporte público, como en esa escena, sin desperdicio alguno, en la que dos jóvenes compañeros de trabajo, empleados en un gigantesco supermercado, disertan de manera encomiada sobre la muerte de uno de sus ídolos, Bruce Lee.

Incluso se atreve a acercarse a un tema comprometido, de esos necesarios para seguir andando y que últimamente parece estar muy de moda entre algunos de los cineastas más reputados, como el derecho a una muerte digna; eso que tanto ha escandalizado a algunos pepistas en referencia al caso Río Hortega. Y eso se plasma, con sabia exquisitez, en una de las historias que componen Tapas, pues ésta es una cinta formada por un conglomerada de varios episodios, relacionados entre ellos y amparados por un nexo común; un núcleo popular en el que convergen la mayoría de sus protagonistas, el bar de Lolo, un inmigrante gallego (espléndidamente interpretado por un orondo Ángel de Andrés López), machista y un tanto jetas que, abandonado recientemente por su explotada mujer, decide contratar a un chino para elaborar, desde el anonimato que le ofrece la pequeña y sombría cocina, las tapas y menús habituales del local. La sombra de Bruce Lee acaba de aterrizar en el mismísimo L’Hospitalet.

No dejen escapar, bajo ningún concepto, esta película. Es un soplo de aire fresco dentro del paupérrimo panorama del cine español de los últimos meses. Hecha con ganas y de manera sencilla. Sin pretensiones ostentosas y con la única intención de recordarles que, por suerte, aún existe gente con alma.

29.5.05

Las 9 de Time (y las tropecientas de Spaulding)

La semana pasada, la revista norteamericana Time, publicó las 9 mejores películas entresacadas de 9 décadas de cine. Una por cada diez años, siempre bajo la opinión muy personal de Richard Schikel y Richard Corliss. Los Dos Richards, vaya. Y, como cualquier otro tipo de listado, discutible bajo muchos puntos de vista.

Demos un repaso a los títulos elegidos por ese par de personajes:

Metrópolis (1926). Es indiscutible que se trata de una de las cimas cinematográficas de la etapa muda del séptimo arte, imitada y homenajeada, por numerosos cineastas en sus respectivos trabajos. De todas maneras, valdría la pena recordar que, durante esa década, se estrenaron inolvidables productos como Nosferatu, El Acorazado Potemkin, Avaricia, La Quimera del Oro y un buen número de películas de Keaton difíciles de superar (El Héroe del Río, Las Siete Ocasiones, El Maquinista de la General, El Cameraman o El Moderno Sherlock Holmes, entre otras).

Desengaño (1936). A pesar de tratarse de un interesante y sorprendente melodrama de William Wyler, me parece un tanto descabellado citar este título como el mejor de los años 30. Tomen nota de sólo unos cuantos de los que se estrenaron en esa época: La Edad de Oro, Las Calles de la Ciudad, El Doctor Frankenstein, La Novia de Frankenstein, Luces de la Ciudad, M El Vampiro de Düsseldorf, Freaks, Scarface, Sopa de Ganso, King Kong, La Patrulla Perdida, Sucedió una Noche, Tiempos Modernos, Blancanieves y los 7 Enanitos, La Fiera de mi Niña y 39 Escalones. Sin olvidar, claro está, El Conflicto de los Hermanos Marx, el nacimiento del gigantesco y único Capitán Spaulding.

Ciudadano Kane (1941). Uno de los títulos menos discutibles de la elección de los Dos Richards. Innovadora, original, rompedora con la narrativa y la planificación de la época y brillante en casi todos los aspectos. De todas maneras, vale la pena recordar que también fue la década de Rebeca, Las Uvas de la Ira, El Gran Dictador, Luna Nueva, Pinocho, El Halcón Maltés, Casablanca, La Sombra de una Duda, Laura, Perdición, La Mujer del Cuadro, Arsénico por Compasión, Breve Encuentro, Forajidos, El Sueño Eterno, Encadenados, Duelo al Sol, Qué Bello es Vivir, Una Noche en la Ópera, Pasión de los Fuertes, El cartero Siempre Llama dos Veces, El Fantasma y la Sra. Muir, El Tesoro de Sierra Madre, Los Tres Mosqueteros, El Ladrón de Bicicletas, La Costilla de Adán, El Abrazo de la Muerte y El Tercer Hombre, entre otros. ¡Vaya pedazo de peliculones!

Vivir (1952). Precisamente, nunca he considerado esta correcta obra como el mejor trabajo de Kurosawa, pero la parejita del Time debieron pensar que vestiría mucho meter en la lista un título de uno de los más reputados realizadores orientales. Es de suponer que esos dos ilustres cinéfilos no cayeron en la cuenta de que, en los años 50, se estrenaron cosas como Eva al Desnudo, El Pistolero, Pánico en las Calles, La Jungla de Asfalto, El Crepúsculo de los Dioses, Ultimátum a la Tierra, El Gran Carnaval, La Reina de África, Un Tranvía Llamado Deseo, Alicia en el País de las Maravillas, Candilejas, Cautivos del Mal, El Hombre Tranquilo, Cantando Bajo la Lluvia, ¡Viva Zapata!, Me Siento Rejuvenecer, Raices Profundas, Los Sobornados, Las Vacaciones de Monsieur Hulot, Peter Pan, Deseos Humanos, Veracruz, La Condesa Descalza, El Príncipe Valiente, La Strada, La Ventana Indiscreta, La Ley del Silencio, Muerte de un Ciclista, Conspiración de Silencio, Los Contrabandistas de Moonfleet, La Casa de Bambú, La Noche del Cazador, Al Este del Edén, El Hombre del Brazo de Oro, Centauros del Desierto, El Hombre que Sabía Demasiado, Atraco Perfecto, La Invasión de los Ladrones de Cuerpos, El Loco del Pelo Rojo, Mi Desconfiada Esposa, 12 Hombres sin Piedad, Falso Culpable, Duelo de Titanes, El Puente Sobre el Río Kwai, Testigo de Cargo, Senderos de Gloria, Los Vikingos, Mí Tío, Drácula (la de Fisher), Rufufú, Horizontes de Grandeza, Sed de Mal, Vértigo, La Carne y el Demonio, El Árbol del Ahorcado, Ben-Hur, Los 400 Golpes, Río Bravo, Anatomía de un Asesinato, Con Faldas y a lo Loco y Con la Muerte en los Talones. Suficientes títulos (y aún faltan unos cuantos más) para demostrar que la elección de Vivir es puro esnobismo. ¿O es que todas las películas citadas son meras nimiedades?

Persona (1966). No podía faltar, en esta relación, un título del aburridísimo Bergman. No citar a Bergman, para muchos, es como negar la existencia del cine. Burradas. Repasemos los 60 y verán como Persona queda reducida a la mínima expresión: Rocco y sus Hermanos, Las Novias de Drácula, La Máscara del Demonio, El Sargento Negro, Espartaco, El Fotógrafo del Pánico, El Apartamento, El Cochecito, Psicosis, Suspense, Plácido, Un Gángster para un Milagro, West Side Story, Uno Dos Tres, El Buscavidas, Desayuno con Diamantes, Dos Semanas en Otra Ciudad, Dulce Pájaro de Juventud, El Ángel Exterminador, Los 4 Jinetes del Apocalipsis, Tempestad Sobre Washington,. Matar un Ruiseñor, El Hombre que Mató a Liberty Balance, ¿Qué fue de Baby Jane?, Días de Vino y Rosas, El Profesor Chiflado, Charada, La Gran Evasión, Corredor sin Retorno, El Verdugo, La Pantera Rosa, Los Pájaros, El Gran Combate, Su Juego Favorito, La Noche de la Iguana, Teléfono Rojo..., Campanadas a Medianoche, Lord Jim, La Caza, El Espía que Surgió del Frío, Repulsión, Simón del Desierto, El Coleccionista, Viento en las Velas, El Rapto de Bunny Lake, Siete Mujeres, La Jauría Humana, Drácula Príncipe de las Tinieblas, En Bandeja de Plata, Fahrenheit 451, ¿Quién teme a Virginia Wolf?, Bonnie y Clyde, Frankenstein Creó a la Mujer, El Silencio de un Hombre, A Sangre Fría, Dos en la Carretera, La Leyenda del Indomable, A Quemarropa, Sola en la Oscuridad, El Graduado, Belle de Jour, Playtime, El Estrangulador de Boston, El Guateque, El Planeta de los Simios, Oliver, 2001, La Semilla del Diablo, La Caída de los Dioses, Cowboy de Medianoche, Dos Hombres y un Destino, El Pequeño Salvaje, Danzad Danzad Malditos, El Cerebro de Frankenstein y Grupo Salvaje. Después de toda esta interminable lista de títulos, no me negarán que es de una pedantería que tumba de espaldas el resaltar a Persona como la mejor de los 60.

Chinatown (1974). Vistas las películas anteriores elegidas por los críticos de Time, estoy seguro que cuando decidieron declarar esta obra maestra de Polanski como la mejor de la década de los 70, ese par de petulantes estaban de orujo hasta las cejas, pues dieron en el clavo totalmente. Ver para creer. En esa década también hubo un buen número de títulos destacables (El día de los Tramposos, La Vida Privada de Sherlock Holmes, French Connection, El Seductor, Frenesí, El Otro, La Huida, La Huella, Cabaret, El Padrino I y II, Malas Tierras, El Golpe, La Noche Americana, Primera Plana, Lenny, Amarcord, Yakuza, El Hombre que Pudo Reinar, Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco, Taxi Driver, Robin y Marian, Marathon Man, La Profecía, Una Jornada Particular, Novecento, La Guerra de las Galaxias, Annie Hall, Superman, La Escopeta Nacional, El Expreso de Medianoche, El Cazador, Apocalypse Now, Manhattan, Alien, etc.) pero, sin lugar a dudas, Chinatown se trata de una muy buena elección.

Decálogo (1989). Lógico. Tras Bergman, que mejor para demostrar que los Dos Williams son especialmente cultos, que meter (aunque sea con calzador) uno de esos títulos insoportables de alguien como Kieslowski. Peñazo en donde los haya, para el dúo dinámico del Time resulta más interesante este título que (¡agárrense fuerte!) Uno Rojo División de Choque, Atlantic City, El Hombre Elefante, Toro Salvaje, El Imperio Contraataca, El Último Metro, Un Hombre Lobo Americano en Londres, En el Estanque Dorado, Fuego en el Cuerpo, Ricas y Famosas, Ragtime, En Busca del Arca Perdida, Blade Runner, Demonios en el Jardín, Veredicto Final, Missing, E.T., El Precio del Poder (Scarface), El Sentido de la Vida, Bajo el Fuego, La Ley de la Calle, Zelig, Sangre Fácil, Érase una vez en América, Los Santos Inocentes, Macarroni, ¡Jo, qué noche!, El Honor de los Prizzi, Único Testigo, Regreso al Futuro, El Jinete Pálido, Hanna y sus Hermanas, Dublineses, Bird y Haz lo que Debas. Como diría ese pariente lejano, de Villacabras del Montequemado, ¡mandan cojones!.

Pulp Fiction (1994). Otra elección acertada, pues el título de Tarantino dio un vuelco a la narrativa encasillada de ese momento y logró desbancar, por su originalidad, a otros grandes títulos de esa década como Uno de los Nuestros, Avalon, El Silencio de los Corderos, El Rey Pescador, JFK, Barton Fink, Lunas de Hiel, Sin Perdón, Vidas Cruzadas, La Lista de Schindler, Ed Wood, Balas Sobre Broadway, Seven, Tierra y Libertad, Los Puentes de Madison, Toy Story (1 y 2), El Funeral, Tierra, Fargo, Secretos del Corazón, Giro al Infierno, La Tormenta de Hielo, L.A. Confidential, El Gran Lebowski, Un Plan Sencillo o El Sexto Sentido. Si cuando eligieron la compacta Chinatown esos dos hombres iban de orujo, con la atinada designación de Pulp Fiction deberían haberse fumado algún que otro canuto.

Hable con Ella (2002). La película más enfermiza y cargante de Almodóvar es la más resaltable, para Time, de una década que está sólo en su mitad. ¿O se ha acabado ya y sigo sin enterarme? Seguro que la pareja chiflada no ha visto los dos últimos trabajos de Eastwood (Mystic River y Million Dollar Baby). Estos tíos no saben contar y, además, viven en la inopia.

28.5.05

Sólo soy ancho de espaldas, ¡coño!

Cual ha sido mi sorpresa hoy cuando, hojeando el nuevo número de la revista Fotogramas, en la página 52 del ejemplar correspondiente a junio de 2005 y en la sección del Sobrino de Belvedere, he visto de nuevo mi nombre reflejado en la misma. Pinchen sobre el escaneado de abajo y lean lo que ese personaje opina de mí. Con esa falsa y persistente comparación entenderán el estado de excitación mental y psíquica actual que esa nota, en tan célebre publicación, ha provocado en mi humilde persona.

No entiendo como un ser, aparentemente tan cabal como el Sobrino, osa asemejarme públicamente con ese hombre obeso de la serie Padre de Familia, el tipo de la cervecita y el perro que les colgué hace unos cuantos días (pulsen aquí en caso de querer rememorar la insultante situación).

¿Es qué acaso estoy gordo? ¡Falacias! Como mucho, y como diría Obélix, soy ancho de espaldas. Sé positivamente que muchos de ustedes dirán que bueno, que vale, pero que, en el fondo tengo el mismo mentón prominente que el tipo ese. No lo niego, pero también eran poseedores de mentones considerables Kirk Douglas y Cary Grant e incluso, en la actualidad, el mismísimo George Clooney. Y en cambio, a nadie, absolutamente a nadie, se le ocurre buscarme cierta similitud con esos hombres guapos y elegantes.

Aviso. Cuidadín: Estoy iniciando mis indagaciones personales para descubrir quien es el personaje perverso y malvado que se esconde bajo el Sobrino de la revista Fotogramas. Empiezo a sospechar seriamente que se trata de alguno de ustedes. No tengo la menor duda de ello. ¿Pero quién? El día que le pille, se va a enterar de lo que vale un peine (*). Menudo soy yo. ¿O es que acaso ese señor, desde su anonimato, no se ha parado a pensar en el disgusto que le ha provocado a mi señora madre?

(*) expresión popular ciertamente estúpida

27.5.05

Star Wars III: El lado maligno de un tipo hecho mierda

Al final me saqué la pereza de encima. Expulsé de mi interior esa desidia psíquica y física de los últimos días y encaminé mis pasos hacia uno de los cines en los que se proyecta la tercera entrega de la saga Star Wars, La Venganza de los Sith. La Fuerza fue mi compañera de viaje. Mi mujer también. Y, la verdad, es que valió la pena, pues en esta ocasión Lucas ha dado totalmente en el clavo. Ha jugado fuerte y, con ello, ha conseguido el mejor título de esta trilogía, comparable incluso a los dos primeros y más conseguidos de la serie, La Guerra de las Galaxias y El Imperio Contraataca.

Tampoco era una apuesta muy difícil para él. El público siente aprecio por Darth Vader, a pesar de la malignidad que se esconde tras él, y precisamente, en este episodio, se muestra toda la verdad sobre él, sin escatimar en detalles y a través de un ritmo trepidante que sólo tiene algún pequeño bajón en las escenas más íntimas, aquellas en las que Anakin y una embarazadísima Padmé siguen reafirmando infinitamente su amor.

La venganza de los Sith recupera ese espíritu aventurero con que ya nos sorprendió, a finales de los 70, con el nacimiento de la saga. Un espíritu que, por otra parte, había olvidado un tanto en sus dos películas precedentes en pos de multitud de homenajes cinéfilos. Todo un icono cinematográfico que, por primera vez y para cerrar el ciclo, da la impresión de ser el film más personal de todos, no dependiendo de otros productos ajenos para hilvanar su historia. Hablando claro: su único referente es la propia Star Wars, las claves definitivas para clausurar todo ese universo único de personajes ya familiares, desde Luke Skywalker a la sorprendente resurrección de Grand Moff Tarkin (ese hombre, maquillado de Peter Cushing, mano derecha y ejecutora de los delirios de Darth Vader), en una mínima aparición, simbólica, pero necesaria para los seguidores.

El infantilismo que denotaba la serie desde El retorno del Jedi, ha dado paso a un producto mucho más adulto, aunque sin renegar, por ello, a contentar también al espectador más joven a través, por ejemplo, de toda la sorprendente y acelerada aventura que abre La Venganza de los Sith y en la que el entrañable R2-D2 y un ascensor autónomo cobran un protagonismo especial. Una escena claramente deudora de los inolvidables primeros minutos de la genuina La Guerra de las Galaxias. Acción y humor, el entretenimiento más delicioso para compensar, al cien por cien, ese aire de drama shakespiriano con que Lucas afronta la última parte de la película, sobre todo en el descriptivo dibujo del impulsivo y furioso personaje de Anakin, un tanto engañado y manejado a su antojo por el Canciller Palpatine y que acaba decantándose por el lado oscuro casi por amor, por el bien de su amada esposa.

Llena de momentos brillantes e inolvidables, resaltaría el montaje paralelo que muestra las dos luchas a muerte por excelencia: la del canijo Yoda con el perverso Palpatine y la de Obi-Wan Kenobi con Anakin Skywalker o, en su defecto, el primer atisbo de la amenazante sombra del nacimiento de Vader en el enfrentamiento entre el citado Palpatine y Mace Windu (el Jedi interpretado por un estoico Samuel L. Jackson).

El plano lejano del odiado Jar Jar, sin palabra alguna de diálogo en esta entrega, y la sobriedad con que afronta la mayor parte su metraje (del que acortaría un tanto las reiterativas escenas de amor), demuestran que Lucas estaba ya ansioso por plasmar la verdad definitiva sobre uno de los mitos más sombríos de la historia del cine y que, en parte, no deja de excusarle en su firme decisión de dejarse tentar por las tinieblas.

Sin lugar a dudas, uno de los productos más destacados en lo que llevamos de año y que, al mismo tiempo, se muestra capaz de competir con la añorada fuerza transmitida por los dos primeros episodios de la trilogía inicial. Lástima de esa ñoñeria innata de Hayden Christensen y de la poca entidad que le ha otorgado Ewan McGregor al maastro Obi-Wan. Menos da una piedra, se lo aseguro.

26.5.05

El microcosmas purulento

Pablo López es un tipo solitario, vecino de Madrid. Un yuppie estresado, con los nervios a flor de piel. Su cargo de responsabilidad en un Banco le roba casi todo su tiempo. Vive por y para el trabajo, a pesar de estar hasta los cojones de tanto ajetreo. Sólo le faltaba dar por culo, con su automóvil, al coche de Sonsoles. Una pija que, a través de su compañía de seguros, empezará a darle aún más quebraderos de cabeza al iracundo Pablo quien, para calmar su mala leche, decidirá tocarle las narices a la tal Sonsoles mediante un corrido de llamadas telefónicas anónimas e iniciando, paralelamente, un seguimiento de la misma por las calles de la ciudad. Sólo por pura distracción, para huir de la rutina diaria, sin otra intención que la de acrecentar su odio hacia esa mujer de postura insolente.

Este es el punto de partido de la espléndida película de Manuel Martín Cuenca, La Flaqueza del Bolchevique, basada en la novela de Lorenzo Silva. Un exhaustivo y cáustico retrato de la absurda sociedad actual, de esa falsa competitividad en la que cuatro prepotentes sin escrúpulos nos han metido de lleno. Sin comerlo ni beberlo. La ilógica y el surrealismo están presentes en cada uno de los pasos que da Pablo López en su hermético y gélido mundo laboral y que, por mimetismo, acaba extendiendo a su vida más íntima. La contaminación de la fiebre empresarial. La infección total y absoluta del individuo como tal, aferrado a su sistema de trabajo incluso fuera de ese desquiciado ambiente. La falsedad y el atropello como norma de vida; a pesar de tratarse de un hombre sin maldad, cargado de buenas intenciones pero anímicamente incapaz de afrontar su entorno social sin alejarse de esa dolorosa castración psíquica ejecutada por sus superiores.

Todo la rabia que le genera ese empleo la acaba vertiendo sobre Sonsoles. No quiere dañarla. Disfruta con el disfraz de pervertido, de hijo puta resentido, a pesar de ser consciente de necesitar, en realidad, una válvula de escape, una salida que le ayude a huir de esa atmósfera empresarial insana, de la locura callejera de las grandes urbes. Y, como caída del cielo, en su deambular por las calles, descubre esa ansiada nitidez en María; una joven fresca, divertida, sana… aunque menor de edad. La química entre los dos es única, de proporciones envidiables. Sincera. Y alejada de cualquier tipo de morbosidad oscura.

Una historia de amor distinta. Una disección meticulosa de la sociedad frenética en que nos han imbuido. El análisis de un personaje al borde del infarto y de su transformación, después de darse de bruces con el sosiego. De capitalista cabrón a bolchevique enamorado. La noche y el día. El agua y la tierra. Su mala fe deja paso a la inocencia. Y, como inocente, baja la guardia. Tanto baja la guardia que acaba ignorando que el envoltorio dentro del que se mueven se trata de un envoltorio putrefacto. Un envase rasgado, quebrado, lleno de aristas puntiagudas y afiladas. Un microcosmos vengativo, capaz de pasar factura a aquellos que logran erradicar la infección que les quema por dentro.

Si tienen ocasión, no dejen de ver La Flaqueza del Bolchevique. Vale la pena por muchas razones, empezando por un magnífico Luis Tosar, uno de los actores que, por derecho propio y a marchas forzadas, se está convirtiendo en una presencia casi imprescindible en nuestro cine, así como por el descubrimiento de María Valverde, la joven actriz que da vida al personaje de María. Y sin olvidar, tampoco, la valentía de su realizador en atreverse con un final muy poco acomodaticio.

Y próximamente...

Está tarde he cargado baterías. Y gracias a dos buenas películas. Sesión doble, tal y como prometí. El Episodio III y Tapas. Durante los próximos días irán cayendo por esta página.

¡Qué buena terapia es a veces el cine!

25.5.05

Linces de tres al cuarto

He perdido buena parte de esta tarde de manera un tanto tonta. Y todo por culpa de una de esas estúpidas leyendas urbanas en torno al mundo del cine. Y es que, tras pillar el DVD del Episodio II de Star Wars, he ido pasando, foto a foto, la larga escena de la arena de Geonosis para descubrir aquello que muchos decían haber vislumbrado.

Hoy tenía la intención de hacer un bien a la Humanidad colgando el preciado fotograma que demostrara una de las más alucinadas teorías de muchos seguidores de la serie. Ese momento en el que aseguraban que el mismísimo Homer Simpson pilotaba una de las naves de la República. O esos visionarios iban de alucinógenos o necesitan un buen repaso ocular por parte de su oftalmólogo.

Nasti de Plasti. O sea, nada de nada. No se esfuercen. Homer no acudió al rescate de Anakin y compañía. El buen hombre amarillento optó, ese día, por seguir tocándole los cojones al cabroncete de Mr. Burns en lugar de socorrer a los héroes galácticos.

Y yo, como inocente que soy, voy y pierdo un buen rato intentando descubrir a Wally en medio del gentío. Punto final. Hasta mañana. Que la Fuerza les acompañe.

Seguro que esta noche sufriré obscenas pesadillas en las que Marge Simpson me persigue esgrimiendo, de manera furibunda, una escoba láser.

Por cierto, si alguien me salva la fotografía (sin trucar) en la que Homer pilota la nave, rectifico el título del post y le regalo un Gallifante.

24.5.05

Una imagen vale más que 1000 palabras

Alguien, ante mi somnolencia de estos días, me ha propuesto hibernar como el oso Yogui. Pues nada, aquí me tienen, con el mando del DVD en la mismísima barriga, luchando por terminar de ver Viernes 13, una de las solicitudes suyas para Ustedes lo Han Querido. Pero no hay manera...

Somnolencia

Como pueden comprobar, todo sigue atrasándose en el Spaulding’s Blog. El cansancio de estos días ha aparecido ahora. Después de la tempestad, viene la calma. Y la calma se ha convertido en una especie de letargo adormecido. Los nervios de dos largos meses han dado paso a una extraña y pasiva situación. El sueño me sorprende a cada paso que doy. Me estoy convirtiendo en esa especie de personaje que, en El Otro Lado de la Cama, interpretaba María Estévez. Vaya, que ahora, últimamente, me duermo en el trabajo, me duermo sobre la taza del water, me duermo en el bazar chino de la esquina al comprar bobinas de DVD’s, me duermo en el ascensor, me duermo ante un plato de espaguetis, me duermo ante uno de macarrones, me duermo ante el televisor, ante el ordenador, me duermo al comprar una barra de medio (y no les cuento lo que me ocurre al pedir una de cuarto), me duermo en la barra del bar, me duermo en….

No se extrañen si todo se atrasa un poco estos días. Mi intención es ver, cuanto antes, el Episodio III y Tapas. Aún tengo pendiente la película solicitada para eso de Ustedes lo han Querido. Pero antes tendré que cargar un poco las baterías, como si fuera un puto teléfono móvil. Ayer, por ejemplo, tuve que recurrir a un refrito para seguir con la página al día, pues el Asesinato en 8 mm. (aunque actualizado convenientemente), fue una crítica que, hace tiempo, publiqué en una revista ya desaparecida.

Espero, con un poco de suerte, poder ver la película de Lucas el próximo jueves, igual que la citada Tapas. Sesión doble, como las de antes, en esos entrañables cines de barrio, en los que por cinco duros te tragabas una del James Bond y otra de la Bárbara Rey, enseñando cachas, antes de enrollarse con el Ángel Cristo.

… Me parece que me estoy quedando sobado...

23.5.05

El justiciero de la ciudad

El exceso y el barroquismo siempre han dañado a los filmes de Joel Schumacher, a pesar de que habitualmente sus propuestas parecen inicialmente interesantes, aunque no tanto sus resultados finales. Línea Mortal o las dos entregas de la serie Batman realizadas por él, son un buen ejemplo de ello. Asesinato en 8 mm. cayó de nuevo en los mismos errores que los títulos citados, sumándole además, a éste último, el toque reaccionario y fascistoide del que ya hiciera gala en el discutido Un día de furia y que lo acerca, por derecho propio, a aquellos infumables productos de los años setenta en los que Charles Bronson, pistola en mano, ejercía de vengador urbano.

El punto de partida de Asesinato en 8 mm. resulta sumamente atractivo, pero es tan sólo eso, una mera premisa, ya que a medida que avanza su proyección, ésta se queda en agua de borrajas: un investigador privado, casado felizmente y con una hija pequeña, es contratado por una viuda millonaria para que investigue la posibilidad de que, una película encontrada en la caja fuerte de su difunto marido, pudiera tratarse en realidad de una snuff movie en la que se asesina violentamente a una joven. Pronto y siguiendo las mínimas pistas que puede obtener de la cinta, empezará a adentrarse en ambientes ciertamente sórdidos y peligrosos.

Todo el morbo que podría haber vertido Schumacher en su film, a medida que se adentra hacia el núcleo central del mismo, se ve superado totalmente por culpa de la habitual opulencia visual y atmosférica con la que el realizador neoyorquino adorna la renqueante narración de la historia, así como por lo poco creíbles y forzados que se muestran los resultados de las precipitadas investigaciones de Tom Welles, el detective interpretado por un irregular Nicolas Cage quien, controlado en la primera parte del filme, se guarda todo su histrionismo innato para verterlo en la última media hora de proyección, basándose en lloros, aspavientos y muecas variadas que le acercan más al monstruo Godzilla que a cualquier ser humano. En este aspecto, no hay que perderse la lucha a muerte entre Cage y uno de los malvados de la función, un sobreactuado James Gandolfini, alejado totalmente de su entrañable Tony Soprano, y dispuesto a superar, en exageraciones de todo tipo, al sobrino de Coppola por excelencia.

Cercana en intenciones y temática a la ópera prima de Amenábar, Tesis, y en cuanto a situaciones y ambientes a Hardcore (Un mundo oculto) de Paul Schrader y al Videodrome de Cronenberg, da a pensar que aún se ha de realizar el título definitivo sobre una materia tan oscura, interesante e insana, como la de las snuff movies.

Cada vez que repaso una película de Schumacher, entiendo menos que un producto tan sencillo y atractivo como Última Llamada le quedara tan bien acabado.

22.5.05

61 años invertidos en... nada de nada

Ayer, uno de ustedes, adivinó por donde iban los tiros, puesto que hoy les voy a hablar de John Liu. Bueno, más que de John Liu, de su Made in China (estrenada en EE.UU. bajo el título de Ninja in the Claws of the CIA), película dirigida, escrita e interpretada por el mismo. Película ignominiosa en donde las haya. El sumum del cine basura, zetoso o como quieran llamarle. El paradigma del cine caótico y delirante. Con Made in China olvídense ustedes de la filmografía completa de Ed Wood. Liu, sin lugar a dudas, supera a cualquiera de los títulos del realizador norteamericano. A a su lado, cualquiera de los más pésimos productos del mundo mundial se convierten en verdaderas obras maestras.

A mi parecer, hasta que descubrí este film de Liu, Santo y Blue Demon Contra los Monstruos era lo mejor de entre lo peor. Ahora este título y Made in China forman un pack contundente e imprescindible para estar al día en cuanto a cine patatero se refiere. Y les aseguro que, enfrentándose a la película del director hongkonés, tienen la carcajada asegurada. Son tantos los despropósitos, alucinadas y delirios que se amontonan en él que la propuesta no tiene desperdicio alguno.


Liu en penumbras

La primera vez, di con Made in China de manera totalmente casual. Les cuento. Hace unos cuantos años, un par de sábados al mes, por la noche, nos reuníamos en casa de Absence o en la mía y, después de una opípara cena, nos entregábamos a extraños y perversos placeres cinéfilos en compañía de nuestras respectivas esposas. Invertíamos esas largas noches de alcohol y víveres pillando horribles películas en VHS (pues el DVD aún estaba por llegar). Eran alegres veladas en las que disfrutábamos riendo ante las barbaridades que vertían en sus productos todo tipo de cineastas de baratillo. Desde Naschy a Fulci, pasando por lo peor del cine mejicano, o sea, la extensa filmografía de Santo y, por defecto, la multitud de enmascarados mejicanos que provocó ese patético defensor del Bien. Es más, Santo y su émulo más directo, Blue Demon, eran mis héroes casposos por excelencia, hasta que una noche de esas, por pura casualidad, dimos de bruces con el Made in China de Liu. Tela fina. Canela en rama. El delirio más ignoto.

Creo recordar que acabábamos de ver un subproducto hispano-italiano de armas tomar, de 1973, dirigida por Rafael Romero Marchent, Un Par de Zapatos del 32. Un film horrible aunque un tanto decepcionante, aburrido y protagonizado por un decrépito y acabado Ray Milland, film por el que también pululaban gente como Ramiro Oliveros y Sylvia Koscina. Ya se pueden imaginar que tipo de engendro pseudo-policiaco se trataba. La noche ya estaba muy avanzada y era hora de retirarse. Gato viejo que es uno, le comenté al bueno de Absence que esa misma semana había grabado en VHS una cosa ciertamente extraña que prometía una buena dosis de desvarío. La había emitido el desaparecido Cine Tívoli (uno de esos canales pestilentes que tienen todas las plataformas de televisión digital). Como ustedes pueden suponer, se trataba del Made in China de marras. A pesar de ser ciertamente tarde, no pudimos resistir la tentación de poner la cinta en el reproductor, con la malsana intención de hacernos una pequeña idea de lo que se escondía tras esa extraña coproducción entre España y Hong-Kong, rodada a medio camino entre París y la Costa Brava catalana.

Les aseguro que esa noche, con los efluvios alcohólicos encima, tan sólo teníamos la intención de ver un par o tres de escenas como aperitivo para una nueva sesión en un par de semanas. Fue tan sorprendente lo que vimos que nos la acabamos tragando enterita, de cabo a rabo, esa misma madrugada. El cenit del cine basura estaba en mi propio domicilio. Jamás había visto tanta dispersión cinematográfica acumulada. El cansancio físico de los cuatro allí reunidos, ante esos estímulos visuales tan extravagantes, había desaparecido por completo. Ni la mejor farlopa del mundo (esa que dicen consumía el mismísimo Frank Sinatra) hubiera surtido un efecto tan redentor.

Made in China no posee trama alguna, aunque lo pretende. Promete varios hilos argumentales, pero no acaba de desarrollar ninguno de ellos. Allí hay un poco de todo, metido como si se tratara de un desordenado cajón de sastre. Tomen nota porque nunca jamás conocerán nada igual. El cuartel general de la CIA (en realidad, un lujoso hotel de Sagaró), poblado por un buen número de espías con corbata y con cara de pueblerinos hispanos. Un ruso exiliado (con todo la pinta de ser un vecino de Valladolid) dispuesto a venderse al imperialismo yanqui, es asesinado, de buenas a primeras, de un balazo por un francotirador. El propio John Liu interpretándose a sí mismo, o sea, un maestro de artes marciales que es obligado por la CIA, y en contra de sus convicciones, a entrenar a un grupo de militares para convertirlos en sádicos asesinos. También aparece James Liu, el hermano gemelo de John, interpretado, ¡cómo no!, por el propio John Liu, o sea, un militar retirado por haber sufrido una herida de guerra que lo ha dejado postrado, de por vida, en una silla de ruedas, a pesar de que, una hora más tarde, el tipo anda y corretea como el más pintado, sin que nadie parezca acordarse que, en un principio, se trataba de un discípulo oriental de Ironside.


El hermano inválido de John Liu

Corrían los años 80 y una película sin un poco de carnaza parecería que no era tal película. Por ello, Raquel Evans y Mirta Miller ponían el toque exótico y sensual al producto. La primera, una tentadora fémina reciclada del cine psuedoporno de la época, interpretaba a una guerrillera de la CIA que, siendo entrenada por el maestro Liu, protagonizaba con éste una escena de alto voltaje en medio de un frondoso bosque gerundense: en realidad, una estrategia erótica-sensual de estar por casa para acabar con la vida de nuestro héroe, quien demuestra su temple y concentración subsistiendo, incluso, a una rutilante mamada de la muchacha. Por otro lado, la Miller, aquella que malas lenguas aseguran fue amante de ese Borbón que se dejó la cabeza esquiando, interpreta a una agente experta en temas de seguridad que, tras algún que otro escarceo sensual (igualmente campestre) con Liu, acaba siendo asesinada por unos malvados enmascarados a bordo de un yate. Y es que el pobre John Liu, en el fondo, es un gafe de mucho cuidado. No hay mujer que se enrolle con él que no acabe con un balazo en el cuerpo, a excepción de la marrana de la Evans, la cual, para evitar ese triste desenlace, opta por renegar del cuerpo del hongkonés y convertirse en la amante guarrindonga de un general perverso, no sin antes haberse dejado magrear (sin venir a cuento de nada) por el mismísimo Víctor Israel en persona, durante una enajenada sesión de hipnosis. Y es que el atractivo Israel sólo sale en la película para maquinarse a la Evans y asegurarle a John Liu que jamás podrá tener acceso a los altos secretos de la CIA


La succión, por delante y por detrás, de Raquel Evans


El sobón de Víctor Israel

Los mejores detalles del film se encuentran en sus alucinadas localizaciones geográficas. Su prólogo (dos minutitos de nada) transcurre en Hong-Kong: claros retales de otro producto al margen que no pegan ni con cola de impacto en Made in China. El cuartel de la CIA y el campo de entrenamiento de la citada organización están situados en California; una California bajo la que se esconden, descaradamente, algunos enclaves turísticos de la Costa Brava y en donde los vehículos más habituales son las DKW’s y los típicos Dos Caballos de la época. ¡California y las DKW!. Y el punto culminante de la locura geográfica de Liu se encuentra cuando éste, huyendo del citado cuartel con unos documentos ultrasecretos en su haber, pasa por delante de una tienda de ultramarinos ¡californiana! que exhibe el rótulo comercial de Carnisseria Maria. Los catalanes, en nuestra andadura mundial, hemos llegado muy lejos.


California catalanizada

No contento con estos desmanes topográficos, en el que una tienda de cerámica de La Bisbal se convierte en un emplazamiento de los suburbios de la ciudad de París – aunque repleto de carteles de corridas taurinas y toallas playeras con el mapa estampado de la Costa Brava-, monta su escena final en un pequeño aeropuerto parisino. Hostias y patadas se desencadenan, una tras otra, ante una pequeña avioneta. Y al fondo, detrás de ésta, un hangar en el que se puede leer, en gigantescas y mayestáticas letras, el nombre de Ampuriabrava. De punta a punta de la pantalla.


Curioso aeropuerto parisino

Y el hombre, nuestro único e intransferible John Liu, maestro de maestros, sin saber como acabar su puzzle distorsionado, demostró ser un tipo con muy pocos escrúpulos al aprovechar las imágenes de un accidente real de aviación, en el que una pequeña avioneta se estrelló en el citado aeropuerto de Ampuriabrava, para filmar –con total desparpajo- los cuerpos carbonizados de sus pasajeros y tripulantes. Eso sí, con el detalle señorial de utilizar una aséptica voz en off en el que se hacía un sentido homenaje a las víctimas del fatal siniestro. La educación siempre por delante de todo.

Que nadie busque en la película cualquier tipo de lectura cinematográfica convencional. No hay continuidad de ningún tipo en lo que allí se narra. Sus numerosas elipsis narrativas no son tales; se trata sencillamente de abruptos saltos entre escena y escena, sin lógica alguna. Allí, en Made in China, lo que en realidad impera es la descoordinación total y absoluta, tanto argumental como narrativa. Un producto realizado por una mente desordenada y sin ideas preconcebidas. El ejemplo mayúsculo del caos.

Made in China. John Liu. Dos conceptos a tener en cuenta y a descubrir por todos los amantes del cine más inmundo. Ayer, este hombre de ojos rasgados y melenita chunga, discípulo en desgracia de Bruce Lee, cumplió 61 años. Un personaje único que, durante una larga temporada, estuvo a la sombra cumpliendo condena en una prisión española por trata de blancas.

Para terminar, les emplazo a la página de mi cuñado Absence, especialista en donde los haya sobre este tipo de películas. Allí, a su buen entender, desguaza el film plano a plano, con más de 50 explícitas imágenes capturadas de la cosa en cuestión. Una guía ideal para aquellos que nunca la hayan visto. Una manera excelente de poder suplir la imposibilidad de conseguir una impagable copia del mayor de los subproductos de los años 80.

21.5.05

El personaje misterioso llegará con un pequeño retraso...

Aquí me tienen de nuevo. Dispuesto a darles la tabarra otra vez. Pasito a pasito, reintegrándome. Ayer quise postearles alguna cosilla, pero la fatiga (tanto física como psíquica), me jugó una mala pasada y me ocurrió lo que desde mucho tiempo no había sufrido. Por primera vez, desde que abrí este blog, me di de bruces con eso tan terrorífico que llaman el temor a la página en blanco.

Un montón de ideas acumuladas vinieron a mi cabeza, pero ésta, declarándose en rebeldía, me dijo que no tenía ganas de coordinar una sola frase. Hay que joderse.

Como podrán suponer, tampoco he tenido, desde el pasado martes, mucha actividad cinematográfica. En realidad, esta ha sido lógicamente nula. Ayer les tendría que haber colgado la nueva entrega de Star Wars, el jueves hubiera tocado Tapas (otro de los títulos que me apetece mucho visionar), pero a veces la vida (o la muerte) es la que manda. Todo se andará, con cierto retraso, pero esos títulos irán cayendo por la página a medida que los vaya viendo. A partir de la próxima semana. Les aseguro que, desde mañana, volverá el ritmo habitual a que les tenía acostumbrados.

Y regresaré con un tema chocante. Un tema que merecía cierta sincronización con otro blogosfero muy conocido por la mayoría de ustedes, pues hoy mismo hubiera tocado hablarles de una película muy concreta, de esas que ponen los pelos de punta a todos los que se enfrentan a ella por primera vez. Repito: hoy hubiera sido la jornada ideal, pues tan sólo les avanzaré que, hace 61 años, en un día como hoy, nació uno de los cineastas más... más... ¡Coño! No encuentro un puto adjetivo para describir a ese hombre.

Mañana no dejen de pasarse por aquí. Estamos trabajando en ese sentido homenaje (fíjense bien en el plural). Y, claro está, en encontrar el adjetivo más apropiado para ese personaje.

Mientras, y para que vayan haciendo sus cábalas, les dejo con una foto, un tanto borrosa y de espaldas, de ese tipo misterioso, responsable directo de la película más... más... ¡Hostias! ¡Otra vez sin adjetivos apropiados! Bueno, digamos que de la película más... de la historia del cine.

Un tipo único. Se lo aseguro.

18.5.05

Jordi

Hoy será un día difícil, amargo. Mañana también. De esos que parecen imposibles de superar. Ayer se fue un ser muy próximo, un buen hombre, el padre de mi entristecida esposa. Después de casi dos largos e interminables meses, por fin ha dejado de sufrir.

Es una ausencia que voy a notar, pues era una persona encantadora, incapaz de hacer daño a nadie. Lo conocí hace 13 años y rápidamente me conquistó. Dudo que nadie pudiera sentirse incómodo a su lado. A pesar de verse aquejado, en los últimos años, de una sordera furibunda, conservaba un sentido del humor espléndido. Amaba a su familia como el primero; a sus dos hijos, a su mujer e incluso, miren lo espléndido que era, que aceptó maravillosamente que un típo como Spaulding se llevara a la seva nena.

Su incomunicación física, por culpa de esa maldita sordera, le potenció aún más su pasión por el fútbol. Se pasaba horas y horas ante el televisor, viendo todo tipo de partidos y se ponía de los nervios cuando su equipo del alma, el Barça, se tenía que enfrentar a rivales como el Madrid o el Español. Es una lástima que Jordi, el pasado sábado, ya casi no pudiera disfrutar con ese nuevo título de Liga tan esperado por él.

Jordi, una abraçada molt forta allà on siguis, i mils de petons de part de la teva nena.

17.5.05

De folletos turísticos... y poca cosa más

Ayer les hablaba maravillas de Atraco Perfecto, un análisis vitriólico sobre los preparativos y ejecución de un robo perpetrado con total alevosía. Hoy voy a cruzar la frontera y volcar todo mi odio sobre la ridícula antítesis de la brillante película de Kubrick. Se trata de El Gran Golpe. Otro tipo de robo, con sus preparativos incluidos, totalmente apayasado y con unos actorcillos de tres al cuarto.

Es el momento de decirlo con la frente bien alta y de manera clara: Pierce Brosnan no sabe ni fruncir las cejas (¿cómo le salió tan bien su trabajo en El Sastre de Panamá?); mientras que Woody Harrelson es un comediante penoso, de esos cuyo único recurso interpretativo se basa en gesticulizar y hacer muecas constantemente, pues le va en demasía eso de la sobreactuación (aún no entiendo como este tipo se labró cierta reputación). Y de Salma Hayek, la tercera en discordia en este disparate de película, es mejor ni hablar.

Supongo que después del éxito del correcto remake de El Caso Thomas Crown, la elección de Brosnan para volver a interpretar a un ladrón de altos vuelos era un tema más que cantado. Y éste, ahondando en la ley del mínimo esfuerzo, vuelve a dar vida a uno de esos típicos vividores que siguen siendo elegantes a pesar de lucir una barba de tres días, pues ese es el look del que hace gala el actor durante todo el metraje. Su personaje es el de Max Burdett (yo le habría rebautizado como Max Bidett, para hacerlo un poco más exótico), un hombre que sólo utiliza sus pocas neuronas para follar con su novia (cómo no, la Hayek bajo el sonoro nombre de Lola Cirillo) y para planificar sus robos millonarios.

La Hayek, como era de esperar, está en la película como mero florero, como un detalle ornamental más, mientras que Harrelson da vida a Stan Lloyd (por sus burradas, un émulo perfecto de otro Stan, Stan Laurel), un sempiterno agente del FBI obstinado en dar caza, al precio que sea, al ladrón de guante blanco después de que éste, en más de una ocasión, se le hubiera escapado con el botín ante sus propias narices. Un asunto personal, vaya.

La cinta es más de lo mismo, pero sin ningún tipo de salsa. Ridícula y risible son sus mejores (y únicos) adjetivos. Tras un penoso prólogo inicial en el que queda claro el rol de cada uno de ellos, el resto del metraje pasa a desarrollarse en una paradisíaca isla de las Bahamas, lugar en el que ese moderno Arsenio Lupin intentará hacerse con una preciada joya ante la atenta mirada del federal obsesionado. Concretamente, más que en la citada isla, la acción acaba transcurriendo en el Atlantis, un lujoso hotel ubicado en ese enclave geográfico. La cámara sigue a ese terceto de actores en sus diatríbicas relaciones por varios rincones de ese centro: sus piscinas, sus diversos restaurantes, sus ostentosas suîtes, sus acogedores bungalows… Su mínimo argumento acaba amoldándose a los intereses publicitarios de la empresa hotelera. No hay intriga alguna, todo es previsible. Tan sólo hotel y más hotel. Ideal sería añadirle, al principio y al final, una voz en off: “pase sus vacaciones estivales y remójese los piececillos en las cristalinas aguas de las playas que bañan nuestro hotel, el lugar de ensueño en el que Brosnan se lo montaba con Salma Hayek”. Un publirreportaje en toda regla. Descarado, pues ese hotel, el Atlantis, existe en realidad.

No les voy a amargar más la existencia con este engendro. Yo, al menos, no me la amargué demasiado. A los 45 minutos de proyección decidí huir raudo del cine pues, ante una absurda escena en el que un encolerizado Wioody Harrelson descargaba toda la munición de su revolver sobre un tiburón recién pescado, una pregunta crucial se cruzó en mi cabeza: "¿Qué coño estoy viendo?". Respuesta: "levántate y anda".

Tomen buena nota del nombre de su director. Vale la pena retenerlo en la memoria. Brett Ratner. El de El Dragón Rojo.

16.5.05

Ustedes lo han querido: ATRACO PERFECTO

Cinco años en el talego dan para muchas ideas. Al menos, este es el tiempo que ha necesitado Johnny Clay para urdir el golpe perfecto. Un atraco milimetrado a un estadio de carrereras de caballos, del que podría sacar la sustanciosa cantidad de 200.000 $. No es moco de pavo. Dicho y hecho, Tras salir de presidio se buscará un grupo de fiar. Cinco hombres. Nada de delincuentes habituales. Gente corriente, con empleos mal remunerados y con ganas de cambiar su estilo de vida radicalmente. Perdedores natos que se dejen embaucar, a la mínima de cambio, por sus deslumbrantes planes.

A ritmo de jazz, gracias a la partitura compuesta por Gerald Fried, éste es el interesante punto de partida de Atraco Perfecto, la segunda (y última) incursión de Stanley Kubrick en el cine negro. El tema era el de siempre y, en este caso, la clara influencia de La Jungla de Asfalto, una de las pequeñas joyas de John Huston, se notaba claramente en todo el devenir de su historia. Incluso, en ambos títulos e interpretando a personajes similares, se encontraba la magnética y absorbente presencia de Sterling Hayden quien, en el film de Kubrick, lucía un look muy similar al que años más tarde adoptara Steve McQueen para dar vida a Carter “Doc” McCoy, el ex convicto protagonista de La Huida, la trepidante y enérgica película de Sam Peckinpah.

Pero sólo el tema y la estética eran lo de siempre pues, para Atraco Perfecto, el realizador neoyorquino consiguió meterse a la crítica de la época en el bolsillo, gracias a una innovadora técnica narrativa en el que el montaje jugó un papel primordial, rompiendo un tanto la tónica habitual de este tipo de productos hasta el momento. La acción del film no estaba narrada de manera cronológica. La película avanzaba y retrocedía en el tiempo continuamente, sin parar, siguiendo de este modo el cometido de cada uno de los integrantes de la banda de Johnny. O sea, estaba narrada desde distintos frentes y de manera desordenada, que no caótica. Un gran puzzle, fabricado minuciosamente con la precisión de un relojero, que casaba todas sus piezas de manera uniforme, sin romper para nada la fuerza de su guión. Al contrario, clarificando aún más toda la trama e influenciando, al mismo tiempo, a cineastas posteriores que optaron por usar la misma técnica en algunos de sus trabajos. Sin ir más lejos, el reputado Quentin Tarantino recurrió a ella para narrar el pasaje del centro comercial en su interesante Jackie Brown.

Y no sólo sacó el máximo provecho a este especial montaje, que aún hoy en día sigue conservándose muy moderno, sino que, al igual que otros directores acostumbrados al género, echó mano de la experiencia de su director de fotografía, Lucien Ballard, para, a través de un brillante juego de luces y sombras, marcar aún más el oscuro destino de un grupo de personajes abocados a un destino totalmente incierto y poco esperanzador. Ya se sabe, en el cine de perdedores, pocos ganadores hay. Y allí están todos, del primero al último, no falta ni uno: el tipo duro sin futuro, el calzonazos, el bocazas, el poli corrupto y el borrachín anciano y solitario y, ¡cómo no!, la mala pécora de turno que, en este caso concreto, es mala (valga la redundancia) y con recochineo.

Atraco Perfecto está basada en una novela de Lionel White y guionizada por el propio Kubrick. Pero éste, no contento con el resultado de su libreto, buscó a un experto en la materia para que le retocara alguno de los diálogos y ciertas situaciones. Si la historia ya era dura por sí misma, la mano firme y poderosa del gran Jim Thompson (uno de los más contundentes escritores de novela negra), la hizo aún mucho más vitriólica y brutal. Con esta espléndida colaboración se entiende, por ejemplo, que en la parte final de la película aparezca una escena de lo más impactante y salvaje, resuelta de manera extremadamente seca y concisa, dejándose de florituras visuales y sin mostrar la acción de manera directa, pues el director se conforma sólo con enseñar el macabro resultado de un inesperado tiroteo: Para poner la piel de gallina a más de uno.

Claramente deudora de la serie B, pero con una puesta en escena envidiable, éste es uno de los trabajos más correctos y menos ambiciosos de su realizador que, al igual que la citada La Jungla de Asfalto, es otra joya cinematográfica en estado puro. Y sin pulir. Tal cual. Una maravilla.

15.5.05

Sudor y otros flujos

Justo después de escribir los guiones de El Imperio Contraataca y En Busca del Arca Perdida, Lawrence Kasdan debutó como realizador con Fuego en el Cuerpo, una excelente película de cine negro que, sin lugar a dudas, le debía muchísimo a Perdición, una de las pocas incursiones de Billy Wilder en el género.

Si en film de Wilder la pareja de amantes, dispuestos a asesinar al marido de ella, eran Fred MacMurray y Barbara Stanwyck, en Fuego en el Cuerpo estos son William Hurt y Kathleen Turner. Un abogado mujeriego y una mujer (en teoría) insatisfecha en su matrimonio y caliente. O, al menos, así se define ella misma la primera vez que se dan la mano, tras notar que él queda un tanto sorprendido ante la elevada temperatura corporal que rezuma su cuerpo. “Mi temperatura está unos cuantos grados por encima de lo normal, alrededor de los 40; no me importa, es cosa del motor o algo”.

Y esa sensación de calor, no sólo corporal sino ambiental, es una de las cosas que mejor refleja la ópera prima de Kasdan. Desarrollando su acción en una pequeña localidad de la costa de Florida, la cinta transcurre durante un verano excesivamente caluroso. La transpiración corporal mancha las camisas de todos sus habitantes, mientras que Hurt y Turner, o lo que es lo mismo, Ned Racine y Matty Walker, se entregan a todo tipo de placeres sexuales en ausencia del marido de ella, un multimillonario hombre de negocios varios años mayor que su esposa.

Sudoraciones, flujos corporales diversos y sangre se mezclan en esta explosiva y cautivadora cinta. La mujer fatal y el macho atrapado. La perversa y el bobo. Y, la verdad, es que viendo a esa Matty Walker, una Turner turbadoramente sensual, antes de ponerse como una matrona, no sería nada difícil caer en sus redes y dejarse engatusar como un pardillo. Y es que el gancho de Fuego en el Cuerpo tiene un mérito muy especial, pues se trata de una historia contada centenares de veces en la pantalla grande. Pero el fantástico guión de Kasdan consigue hacernos olvidar la poca originalidad que se esconde tras su trama. Sus diálogos son perfectos, cautivadores, claros deudores de los clásicos del género. Concisos, ingeniosos, yendo al grano en todo momento y perfilando, sólo con sus frases, las personalidades de cada uno de sus protagonistas.

“No debes vestirte así”, le sugiere Ned a Matty, viendo que ésta es observada perversamente por los cuatro clientes masculinos de un oscuro bar de copas. “No sé a qué te refieres”, se sorprende ella, “esto no es más que una blusa y una falda”; él se la mira fijamente, de arriba a abajo, y le hace una nueva propuesta: “entonces no deberías llevar ese cuerpo”. Magia pura. Y así, con numerosos momentos como el descrito, se va tejiendo el impresionante guión al que antes hacía referencia. Pocas sorpresas, pero compensadas de manera grata por una narración excelente.

Fuego en el Cuerpo, aparte de a ese envidiable guión, no sería lo mismo sin la presencia de Hurt y Turner. Dos actores con una química especial, de esas que sueltan chispas incluso cuando sus dos cuerpos se rozan levemente. Tanto él como ella, tan sólo mediante sus clarificadoras miradas, son capaces de transmitir al espectador lo que están pensando en cada momento. Sus sentimientos afloran en cada plano. El odio, la pasión, el amor y el desengaño se pasean sin parar por la pantalla. Y en el otro extremo de esos amantes furtivos, analizando la situación con lupa, un fiscal peculiar, adorador del estilo de las cabriolas de Fred Astaire y sudoroso compañero de fatigas de Ned Racine: un desconocido Ted Danson en un rol similar al que, en Perdición, interpretara el gran Edward G. Robinson.

Tras ver a tantos personajes acalorados y sudorosos, esta mañana he recordado que tengo que hacer arreglar el aire acondicionado del coche. Después me he asomado al balcón y, sin que me viera mi mujer, he intentado atisbar en la calle a una apetitosa Matty Walker. Y es que, en el fondo, a todos los hombres nos gustan las mujeres malvadas que nos acaban utilizando a su antojo. Así de burros somos (a veces).

14.5.05

¿Honorable o Justiciero?

Esta noche lo he visto en sueños. L'Honorable President de la Generalitat de Catalunya es la viva reencarnación de uno de los justicieros cinematográficos por excelencia. ¿Será por ese motivo que Zapatero se rinde a sus pies, los pepistas arremeten (como siempre) contra los catalanes y el Barça está a punto de ganar la Liga?

Vayan ustedes a saber... pero por si las moscas, yo les dejo las pruebas...

¿Pasqual Bronson?


¿Charles Maragall?

13.5.05

Star Wars II: El lado dubitativo de un tipo atormentado

En El Ataque de los Clones, Lucas empezó a trazar un poco la parte más sombría de Anakin Skywalker, al mostrarlo como un ser iracundo y vengativo incapaz de controlar su rabia. Todo un verdadero problema para el temple de un Caballero Jedi. Y en ese conciso retrato de la dualidad que lleva consigo ese personaje, junto con la plasmación del confuso sentimiento de adoración y odio que siente hacia Obi-Wan, su maestro, es en donde mejor funciona la película. Una película bastante irregular, e incluso un tanto aburrida, que sólo logra brillar en momentos muy concretos.

Uno de los grandes problemas de esta segunda entrega se encuentra en su parte inicial, pues le cuesta muchísimo arrancar y, cuando lo consigue, lo hace a trompicones, sin un ápice de originalidad e incluso copiando, descaradamente, una de las escenas más celebradas del Minority Report de Spielberg, esa en la que Cruise, huyendo de la policía, va saltando de coche flotante en coche flotante. Pero Lucas va más allá y la filma de manera más espectacular, a lo grande, recurriendo al mismo tiempo a una escenografía urbana casi paralela a la utilizada por Ridley Scott en Blade Runner.

Acostumbrado a homenajear a grandes títulos de la historia del cine, tal y como ha ido haciendo a lo largo y ancho de toda la saga, en El Ataque de los Clones tampoco podían faltar este tipo de guiños. Si en La Amenaza Fantasma, la película rememorada fue Ben-Hur, en ésta apuesta por Quo Vadis, un péplum mucho más cutrón que el de Wyler en el que había una memorable escena, en la arena de un circo romano, lugar en donde Robert Taylor luchaba desaforadamente con un león de felpa: Obi-Wan Kenobi, Anakin y Padmé Amidala sustituyen a Taylor, mientras que el inocente felino es sustituido, gracias a las artes digitales de Lucas, por varios monstruos a cuál más feroz. Y que conste que, con lo de Quo Vadis, quiero lanzarle un cable al realizador, pues no querría pensar que, en lugar de a este film, había recurrido a la facilidad más acomodaticia de ampararse en el reciente éxito comercial de Gladiator… Aunque todo podría ser.

Una trepidante lucha entre el entrañable Yoda y un villano sacado un poco de la manga (el conde Dooku, interpretado por Christopher Lee) y ciertas referencias al futuro ya conocido de sus protagonistas (el brazo amputado de Darth Wader o el trauma infantil de Boba Fett, entre otros), compensan, en parte, la flojedad de un guión un tanto torpe y lleno de pasajes nimios, como todos aquellos en los que la cámara presta una desmedida atención al romance vivido entre Anakin y Padmé. Nunca he sabido si se trataba de otro guiño o no, pero hay un momento horrorosamente cursi, filmado en una inmensa pradera y con un movimiento cenital de acercamiento hacia Natalie Portman, en la que la imagen de ésta, corriendo sobre la hierba y con los brazos abiertos de par en par, me hizo pensar irremediablemente en Maria von Trapp, la Julie Andrews de Sonrisas y Lágrimas.

El morro de su realizador, productor, guionista y negociante (sobre todo esto último) asoma, a lo largo del metraje, en varias ocasiones. Concretamente en una escena de acción, metida con calzador dentro del engranaje de la historia, que transcurre en una gigantesca cadena de montaje automatizada y en la que la pareja de amantes, junto con R2-D2 y un básico C-3pO, han de salvar multitud de obstáculos y peligros. Muy trepidante y divertida, sí, todo lo que ustedes quieran, pero tras ella sólo existe un único cometido: poder poner a la venta, basándose en ella y paralelamente al estreno del film, un vídeo-juego de esos de ir salvando pantallas. Está claro que sin la escenita de marras, El Ataque de los Clones habría cumplido igualmente con su misión, pero con ésta incluida logró aumentar el tamaño de las arcas (no precisamente perdidas) de su multimillonario director.

Por otra parte y para alegría de muchos, el insoportable muñecote del Jar Jar desapareció casi por completo, quedando en esta entrega tan sólo como una mera colaboración testimonial, sin importancia alguna dentro del relato. Una decisión tomada, a buen seguro, por el propio Lucas después de sondear la mala acogida general que tuvo ese animalillo. Y mientras en el título anterior había un personaje con entidad suficiente para llenar él solito toda la pantalla, como ocurría con el Qui-Gon interpretado por un mayestático Liam Neeson, en éste se encuentra a faltar una presencia similar, ya que el esforzado Ewan McGregor no acaba de sacar adelante el fuerte peso que le supone el emblemático Obi-Wan Kenobi.

Al contrario que la segunda parte de la primera trilogía (la interesante El Imperio Contraataca), El Ataque de los Clones no deja de ser un film puente, sin muchas novedades que ofrecer. A mí parecer, se trata de una de las peores entregas de la serie, junto con El Retorno del Jedi, y que sólo ha servido como una especie de aperitivo en espera de su nueva y última (por el momento) entrega, la que se estrenará el próximo viernes.