27.5.05

Star Wars III: El lado maligno de un tipo hecho mierda

Al final me saqué la pereza de encima. Expulsé de mi interior esa desidia psíquica y física de los últimos días y encaminé mis pasos hacia uno de los cines en los que se proyecta la tercera entrega de la saga Star Wars, La Venganza de los Sith. La Fuerza fue mi compañera de viaje. Mi mujer también. Y, la verdad, es que valió la pena, pues en esta ocasión Lucas ha dado totalmente en el clavo. Ha jugado fuerte y, con ello, ha conseguido el mejor título de esta trilogía, comparable incluso a los dos primeros y más conseguidos de la serie, La Guerra de las Galaxias y El Imperio Contraataca.

Tampoco era una apuesta muy difícil para él. El público siente aprecio por Darth Vader, a pesar de la malignidad que se esconde tras él, y precisamente, en este episodio, se muestra toda la verdad sobre él, sin escatimar en detalles y a través de un ritmo trepidante que sólo tiene algún pequeño bajón en las escenas más íntimas, aquellas en las que Anakin y una embarazadísima Padmé siguen reafirmando infinitamente su amor.

La venganza de los Sith recupera ese espíritu aventurero con que ya nos sorprendió, a finales de los 70, con el nacimiento de la saga. Un espíritu que, por otra parte, había olvidado un tanto en sus dos películas precedentes en pos de multitud de homenajes cinéfilos. Todo un icono cinematográfico que, por primera vez y para cerrar el ciclo, da la impresión de ser el film más personal de todos, no dependiendo de otros productos ajenos para hilvanar su historia. Hablando claro: su único referente es la propia Star Wars, las claves definitivas para clausurar todo ese universo único de personajes ya familiares, desde Luke Skywalker a la sorprendente resurrección de Grand Moff Tarkin (ese hombre, maquillado de Peter Cushing, mano derecha y ejecutora de los delirios de Darth Vader), en una mínima aparición, simbólica, pero necesaria para los seguidores.

El infantilismo que denotaba la serie desde El retorno del Jedi, ha dado paso a un producto mucho más adulto, aunque sin renegar, por ello, a contentar también al espectador más joven a través, por ejemplo, de toda la sorprendente y acelerada aventura que abre La Venganza de los Sith y en la que el entrañable R2-D2 y un ascensor autónomo cobran un protagonismo especial. Una escena claramente deudora de los inolvidables primeros minutos de la genuina La Guerra de las Galaxias. Acción y humor, el entretenimiento más delicioso para compensar, al cien por cien, ese aire de drama shakespiriano con que Lucas afronta la última parte de la película, sobre todo en el descriptivo dibujo del impulsivo y furioso personaje de Anakin, un tanto engañado y manejado a su antojo por el Canciller Palpatine y que acaba decantándose por el lado oscuro casi por amor, por el bien de su amada esposa.

Llena de momentos brillantes e inolvidables, resaltaría el montaje paralelo que muestra las dos luchas a muerte por excelencia: la del canijo Yoda con el perverso Palpatine y la de Obi-Wan Kenobi con Anakin Skywalker o, en su defecto, el primer atisbo de la amenazante sombra del nacimiento de Vader en el enfrentamiento entre el citado Palpatine y Mace Windu (el Jedi interpretado por un estoico Samuel L. Jackson).

El plano lejano del odiado Jar Jar, sin palabra alguna de diálogo en esta entrega, y la sobriedad con que afronta la mayor parte su metraje (del que acortaría un tanto las reiterativas escenas de amor), demuestran que Lucas estaba ya ansioso por plasmar la verdad definitiva sobre uno de los mitos más sombríos de la historia del cine y que, en parte, no deja de excusarle en su firme decisión de dejarse tentar por las tinieblas.

Sin lugar a dudas, uno de los productos más destacados en lo que llevamos de año y que, al mismo tiempo, se muestra capaz de competir con la añorada fuerza transmitida por los dos primeros episodios de la trilogía inicial. Lástima de esa ñoñeria innata de Hayden Christensen y de la poca entidad que le ha otorgado Ewan McGregor al maastro Obi-Wan. Menos da una piedra, se lo aseguro.

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