18.6.08

Intermezzo

Este sería el tercer verano sin vacaciones en Spaulding’s blog. La intención era seguir posteando como hasta ahora, pero la cabeza y el cuerpecito serrano empiezan a desgastarse. Necesito, con urgencia, cargar baterías y darles un respiro a las pocas neuronas que me quedan.

Escribir casi a diario, durante más de dos años, les puedo asegurar que es un esfuerzo considerable. E ir al cine, con la misma asiduidad, tampoco es moco de pavo. Es por ello que, con el permiso de todos ustedes, me pido al menos quince días para relajarme y pensar en las musarañas.

A pesar de ello, bien saben que seguiré viendo películas y, para evitar perder el contacto con aquellos que me siguen periódicamente, prometo colgar algún que otro artículo esporádico... pues en el tintero aún quedan títulos actuales sobre los que no he dado mi opinión.

En estos momentos, sólo me apetece pasear por los bosques floridos y ver las mariposas pululando de flor en flor o, en su defecto, andar descalzo, por la orilla del mar y en pelota picada, contemplando la ingente cantidad de mierda que flota sobre el Mediterráneo... Evidentemente, y sin dejar a un lado la medicación diaria, mi mente necesita un descanso antes de empezar a desvariar...

Un beso en la frente a casi todos. Y sepan que, sin dejar totalmente de postear y de contestar a sus comentarios, estaré de nuevo en el frente de batalla tras caer la primera semana de julio.

To be continued...

16.6.08

El largo y cálido verano

Tras la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, que obliga a Jiménez Losantos a pagar 35.000 euros por delito de injurias continuadas a Alberto Ruiz Gallardón, el empleado de la COPE estudia la posibilidad de sustituir al cantante Luis Aguilé durante su próxima gira veraniega para, de este modo, conseguir algún dinerillo extra.

12.6.08

Sin glamour

George Clooney, como cineasta, siempre se ha mostrado como un tipo inquieto. O, al menos, esa es la impresión que ofrece cada vez que acepta un nuevo producto como actor o cuando, como en esta ocasión, se coloca tras la cámara. En Ella Es El Partido, su nueva película, en la que alterna ambas facetas, se decanta por un trabajo menos comprometido -social y políticamente hablando- que en sus dos títulos anteriores como director, y opta por organizar un homenaje a las viejas comedias clásicas del Hollywood de los años dorados. Y es que, como realizador y según cuenta el propio Clooney, está dispuesto a afrontar todo tipo de géneros y estilos.

Ella Es El Partido es una cinta realizada con toda la voluntad del mundo pero, en sus resultados finales, no se acerca ni por asomo a aquel nervio que desprendían muchos de los inmortales títulos del género. Si en algo puede recordar a ellos es gracias al propio Clooney quien, como ya va siendo habitual en sus interpretaciones más distendidas y sacando a flote su faceta más cómica, se transmuta en un alter ego de Cary Grant; todo un seductor que, con su pose de caricato y niño pillín, se pone a todas las chicas en el bolsillo.

De hecho el actor, junto con una brillante dirección artística capaz de transportar al espectador hasta la Norteamérica de los años 20, es, sin duda alguna, lo mejor y más destacado de este fallido guiño a un tipo de cine que (por desgracia) ya ha quedado en el olvido. Él resulta perfecto en la piel del Cary Grant del siglo XXI, pero su partenaire femenina, una Renée Zellweger cuyo único recurso actoral es el de torcer la boca al más puro estilo Stallone, queda muy lejos de aquellas emblemáticas actrices que, como Katherine Hepburn o Myrna Loy, con su sola presencia, dotaron de un glamour irrepetible a un sinfín de comedias únicas.

El tercero en discordia, completando el típico triángulo en este tipo de productos, es John Krasinski, un joven actor que, con su innata sosería, en poco ayuda al buen devenir de Ella Es El Partido, una película que transcurre en el mundo del fútbol americano, justo en el momento en que este deporte dejó de interesar a las empresas patrocinadoras y que, sin su financiación, podrían dejar a muchos deportistas en la puta calle. Y es que Carter Rutherford, el personaje encarnado por el tal Krasinski, es un héroe de guerra y brillante jugador universitario del que intentará beneficiarse Jimmy “Dodge” Connelly, un entrenador un tanto crápula que con su fichaje relanzará a la cuadrilla de la cual es responsable. Entre estos dos hombres de fútbol y Lexie Littleton, una periodista novata y dispuesta a destapar ciertos puntos oscuros del pasado de la nueva estrella, se establecerán todo tipo de conexiones.

La química necesaria para que el engranaje funcione, jamás aparece entre sus tres protagonistas principales. Y aún menos cuando se añade al terceto la nada perfilada figura de C. C. Frazier, el pérfido representante del recién fichado jugador; un tipo al que da vida un exageradísimo Jonathan Pryce en una de sus peores etapas. ¡Que lejos quedan, para este actor, los tiempos de Brazil!

Ella Es El Partido supone el claro ejemplo de que, sin chispa (y su guión denota claramente su ausencia), es dificilísimo que una comedia desprenda la misma magia de títulos como Historias de Filadelfia o La Fiera de Mi Niña. Dos o tres gags más o menos conseguidos y el buen hacer de Clooney como comediante, no son suficientes para hilvanar una buena historia. Y es una lástima pues, una de las escenas iniciales, en la que una vaca solitaria, pastando en medio de la campiña y alucinando ante una caterva de individuos persiguiendo una pelota en forma de melón, induce a pensar (erróneamente) que podría tratarse de una farsa excelente. Pero la fuerza de sus inacabables 114 minutos de proyección, se queda completamente estancada en la citada vaca.

10.6.08

El mundo en sus manos (silent post)

EN RESUMIDAS CUENTAS: Recuperando cartelera

Por falta de tiempo, y también por pereza (a estas alturas no nos vamos a engañar), hay películas de la cartelera actual que aún no han sido reflejadas en el blog. Es por ello que a continuación les cuelgo, a modo de breve recuperación, mi más sincera opinión sobre algunas de ellas. Y les aviso que aún quedan varios títulos en el tintero...

21 Black Jack es un film ambientado de nuevo en el mundo del juego y los casinos. En él, un grupo de jóvenes estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachussetts, capitaneados por su profesor de matemáticas, viajarán cada fin de semana hasta Las Vegas para, con sus conocimientos y memoria, sacar abultados pellizcos monetarios con el Black Jack.

El australiano Robert Luketic dirige el cotarro basándose, para ello, en un caso real y consiguiendo un trabajo correcto que cumple con su principal cometido: el de entretener. Y ello lo hace a pesar de sus dos largas horas de proyección (que podrían haberse aligerado eliminando mucha paja central) y de su rocambolesco (y no muy creíble) final. La presencia secundaria de Kevin Spacey (un tanto desmadrado en el rol del matemático) y la de un brillante Laurence Fishburne (el poco escrupuloso y brutote jefe de seguridad del consorcio de casinos de Las Vegas), hacen más interesante su visionado, al tiempo que ayudan a paliar la sosería con la que el joven Jim Sturgess afronta el papel de Ben Campbell, el protagonista principal.


Gracias al llamado milagro del boca a boca, Caramel se ha convertido en una de las películas que llevan más tiempo en cartelera. Un film sencillo y agradable que, sin proponer nada nuevo, esboza un sensible dibujo de las mujeres del Beirut actual centrándose, ante todo, en las empleadas de una pequeña y humilde peluquería.

Caramel supone el primer trabajo como directora de Nadine Labaki, la actriz que en la cinta asume el papel de una de las peluqueras, Layal, una joven completamente colgada por un hombre casado. Su aspecto coral, el toque humorístico y hortera que le imprime, y los estereotipados (aunque funcionales) personajes que presenta, aparte de suavizar sus claros tonos melodramáticos, la aproximan al cine de un primerizo Pedro Almodóvar. De hecho, si el realizador manchego hubiera nacido mujer y en Beirut, habría debutado con un título de similares características aunque, a buen seguro, sin resultar tan acaramelado como éste.


El Baño del Papa
recoge parte del episodio acaecido durante uno de los numerosos viajes que realizó, durante los años 80, el Papa Juan Pablo II; concretamente el que le llevó hasta Melo, un pueblecito de Uruguay, casi perdido en el mapa y situado a muy pocos kilómetros de la frontera con Brasil. La pobreza, el contrabando y las falsas ilusiones, marcan un trabajo que, por sus coordenadas, parece inspirado directamente en el Bienvenido, Mr. Marshall de Berlanga.

César Charlone y Enrique Fernández son los dos directores y guionistas de una cinta cargada de buenísimas intenciones que, sin embargo, posee un error garrafal. Un error que recae en la figura de su protagonista principal, Beto, uno de los habitantes de Melo que, por el modo de afrontar las acciones que lleva a cabo (tanto en el ámbito social como familiar) no acaba de caer bien al espectador. Les puedo asegurar que, personalmente, le pillé tal tirria a ese tipo que dejó de interesarme todo cuanto le envolvía. Y es que César Troncoso, el actor que le da vida, en muy poco ayuda con su histriónica y repelente interpretación.

Lars y una Chica de Verdad estuvo nominado a mejor guión original en la pasada edición de los Oscar de Hollywood. Y, la verdad, tras visionarlo, aún sigo preguntándome que narices le vieron los académicos a un producto tan pedantillo como éste, y del cual tan sólo se puede destacar su idea central: la de un joven pueblerino y tontainas que, para paliar su soledad, decide comprar a Bianca a través de Internet; o sea, una muñeca de tamaño natural, sacada directamente del catálogo de un sex-shop, a la que convertirá en su pareja de por vida.

Una fábula indi insoportablemente aburrida. Segundas y terceras lecturas se aglutinan para revestir, de falso progresismo, una historia que no conduce a ningún lado. Su director, Graig Gillespie, tras su primera incursión cinematográfica con la desastrosa Cuestión de Pelotas, ha querido demostrar que también sabe hacer cine de autor y, para ello, aglutina en su guión, sin orden ni concierto, conceptos como religión, psicoanálisis y relaciones humanas. Pero, en su engreído esfuerzo gafapastoso, le ha salido el tiro por la culata y ni siquiera, un buen actor como Ryan Gosling, ha sabido estar a la altura de otros trabajos suyos. Lo mejor, sin lugar a dudas, la estática interpretación de Bianca, la muñeca recauchutada: al menos está buenorra.

Mi Novio es un Ladrón es una comedieja agradable que funciona, ante todo, por el divertido y curioso personaje de Meg Ryan, una mujer obesa a reventar que, entristecida tras verse separada durante una larga temporada de su hijo, decide someterse a un régimen estoico y convertirse en una nueva y atractiva fémina. A las ganas de vivir y follar de esta new women, añádanle la presencia de un seductor ladrón de guante blanco (con la cara de Antonio Banderas) y el regreso al hogar del sorprendido hijo pródigo, un valorado agente del FBI.

Escrita y dirigida por George Gallo, se trata de un producto funcional, sin demasiadas pretensiones y con un par de gags ciertamente conseguidos. No hay que pedirle peras al olmo. Quiere entretener y lo logra sin demasiado esfuerzo a pesar de que, por culpa de su desmadrado apartado final, el film acaba estrellándose. De todos modos, la posibilidad de ir enumerando las operaciones de cirugía plástica, en el rostro y cuerpo de Meg Ryan, resulta una experiencia inenarrable y de lo más sibilino.


El nuevo film de Michel Gondry, Rebobine, Por Favor, es una joyita sin pulir. Y digo sin pulir ya que, la parte central de tan exquisito homenaje cinéfilo, se me antoja un tanto reiterativa y falta de inspiración. Pero el resto, desde su surrealista argumento a su glorioso canto en defensa de la creatividad intelectual y del cine en general, resulta simplemente maravilloso. Cine basura, cine de autor, cine comercial... todo tiene cabida en el infinito amor que demuestra el realizador parisino por el Séptimo Arte.

La historia es de un delirio de lo más sugestivo. En ella, un par de descerebrados, tras desmagnetizar accidentalmente todos los VHS del vídeo-club propiedad de un hombre mayor, deciden filmar sus propias versiones de aquellos títulos que demanda la clientela del local. El gran guiño está servido. Y, de postre, la verdadera resurrección de Frank Capra. Un servidor, ante tanta emotividad final, soltó su lagrimita de rigor. Tan acertado está el film que ni siquiera molesta la presencia de un conspiranoico Jack Black.


Con Una Chica Cortada en Dos, Claude Chabrol regresa a sus temas de siempre, a los de toda la vida. El declive de la burguesía francesa, el adulterio y el crimen vuelven a andar, cogidos de la mano y de forma triangular, en el cine del director francés y a través de una cinta que, a pesar de su aplastante corrección académica, no ofrece nada nuevo.

Ya todo suena a manido en el universo chabroliano. Su lento y adormecedor ritmo narrativo, junto a la soberbia que desprenden sus diálogos y personajes, me parece de lo más agotador. Si a ello le añadimos la previsibilidad de cuanto nos cuenta, descubriremos que Chabrol se ha quedado un tanto oxidado. Está claro que la Nouvelle Vague ya no es tan nouvelle como antaño. Sin lugar a dudas, lo mejor del film se localiza en su atractivo y popero cartel publicitario.

9.6.08

La escapada

Dino Risi, uno de los padres de la comedia italiana de los años 50 y 60, se nos escapó de este mundo hace un par de días. Junto a gente como Scola, Comencini o Monicelli, se significó como uno de los principales impulsores de un género que cobró una especial relevancia en esos tiempos. Su cine, en general, retrató una sociedad descompuesta y maltratada por una larga guerra de la que acababan de salir, aunque de manera irónica y a través de un sentido del humor tan cínico como popular.

Trabajó con los actores más grandes del mercado europeo e incluso del internacional. Sophia Loren, Vittorio Gassman, Ugo Tognazzi, Alberto Sordi, Jean-Louis Trintignant o la espléndida Ann-Margret, fueron tan sólo algunos de los rostros, entre otros muchos, que frecuentaron su cine y cuya presencia ayudó a la hora de otorgarle el merecido calificativo de maestro.

Su primer gran éxito fue en 1955 gracias a Pan, Amor Y... , un divertido título realizado para total lucimiento de una pareja en auge: Vittorio de Sica y Sophia Loren, aunque no sería hasta 7 años más tarde que recibiría el reconocimiento definitivo con La Escapada, su obra maestra indiscutible y uno de los mejores títulos de la historia del cine italiano.

A partir de ese punto álgido en su carrera, alternó la práctica de films episódicos como los imprescindibles Monstruos de Hoy o ¡Qué Viva Italia! -una de las variantes más genuinas de la cinematografía de su país- con cintas que, con el paso del tiempo, se han convertido en verdaderos clásicos de la comedia y en inmejores estudios costumbristas de un país y una época. Perfume de Mujer, La Mujer del Cura o El Profeta conforman una buena muestra de ello. Huyendo de su estilo, aunque sin renunciar a su acidez habitual, el maestro incluso se permitió alguna que otra incursión en el thriller político y social, como demostró perfectamente con la muy compacta En El Nombre del Pueblo Italiano.

Al igual que ocurrió con la mayoría de directores italianos de su generación, con el nacimiento de los años 70 su estrella empezó a eclipsarse. A pesar de ello, continúo en activo hasta el 2002, fecha en la que este milanés de la Lombardía completó la cifra de 61 largometrajes realizados. Un genial artesano cuyo único pecado fue, en su debut con Vacanze Col Gangster, reunir por vez primera en una pantalla grande a Terence Hill y Bud Spencer.

Descanse en paz.

4.6.08

Ustedes lo han querido: DONNIE DARKO

Donnie Darko es un film extraño, diferente, de esos en los que no existe término medio a la hora de juzgarlo. O se adora, o se odia: los dos polos opuestos que se convierten en el vehículo ideal para que el título haya pasado a formar parte de esa interminable lista de películas de culto. Su indiscutible tratamiento fantástico, numerosos guiños cinéfilos y varias lecturas posibles para descifrar su pasaje final, conforman el debut, en el campo del largometraje, del norteamericano Richard Kelly; un proyecto cuya principal impulsora y alma mater fue la actriz Drew Barrymore, la cual posee un breve pero consistente papel en la trama, dando vida a una peculiar maestra empleada en la escuela a la que asiste Donnie Darko, el joven que da nombre a la cinta.

Personalmente, me sitúo al lado de los que no soportan Donnie Darko. Ya en el 2001, cuando se proyectó por vez primera en el Festival de Sitges, me pareció una inmensa tomadura de pelo; concepto que reafirmo tras haberme enfrentado de nuevo a ella, siete años después, el pasado fin de semana. Y puedo asegurar que, en su segundo visionado, intenté tomármela con un poco más de cariño.

Al igual que en su época, me enganchó su primera parte, en donde cabe resaltar el extraño sentido del humor (negro, muy negro) usado para proceder a la presentación de sus personajes principales y, ante todo, el dibujo que hace de Donnie Darko, un adolescente solitario que sufre de sonambulismo y que, en sus rondas nocturnas por los alrededores de su domicilio, se dedica a perseguir a un tipo disfrazado de conejo al que ha bautizado como Frank; todo un homenaje (pretencioso) al surrealista mundo de la Alicia de Lewis Carroll y, al mismo tiempo, al amigo impalpable de James Stewart en El Invisible Harvey.

Al contrario que el conejo de Alicia, éste es un ser un tanto más diabólico; un personaje del que su director y guionista se aprovecha para atiborrarle de distintas lecturas y que, en parte, en alguna de ellas, se le podría aproximar a esa parca que, en El Séptimo Sello, demostraba su dominio en cuestiones ajedrecistas. Otras, en cambio, apuestan por descubrir, en esa figura idealizada por Donnie, a un nuevo Mesías que, a diferencia de la anterior percepción, ejercería de salvador para el muchacho sonámbulo. Sea lo que sea, en esta relación adolescente-conejo, más que la clave para descifrar el último pasaje del film (en el que se vuelve al inicio para, posteriormente, cambiar una de sus constantes), se encuentra ese toque de minimalista fatuidad que ha deslumbrado (inconcebiblemente) a sus más acérrimos defensores. Un toque que se me antoja idéntico al de la mayor parte de bufonadas sin sentido con las que Kelly ha ornamentado su producto.

La cinta se abre con la caída del motor de un avión sobre la habitación de Donnie y se cierra, mediante el anteriormente citado regreso al pasado, con el mismo suceso. Entre estos dos puntos transcurre la interminable y farfallosa acción de Donnie Darko; una historia que se ve marcada por un tiempo límite, al finalizar el cual -y siempre según las previsiones del conejo Frank- el mundo vivirá su último y apocalíptico episodio. Las relaciones de Donnie con su entorno más cercano (familia, maestros y compañeros de escuela) y las visitas de éste a una psiquiatra experta en tratamientos hipnóticos, son los principales focos de atención en los que se centra su esotérico (o, mejor dicho, burlesco) guión.

Donnie Darko es una de esas pajas mentales, sin pies ni cabeza y realizadas a conciencia con la única intención de asombrar al personal con su (supuesta) originalidad, que tan sólo sirvió, a mí humilde parecer, para potenciar la figura de Jake Gyllenhaal y ofrecerle, al mismo tiempo, un papel absolutamente distinto al eclipsado Patrick Swayze: el de un farsante que, bajo el uniforme de telepredicador, aprovecha su popularidad para dedicarse a menesteres más secretos y ocultos. Del resto, a excepción de la excelente interpretación de una también recuperada Katharine Ross -en el rol de la psiquiatra de Donnie-, poca cosa puede salvarse... a no ser por esa más que velada pleitesía final (retornando a la imagen de James Stewart) al ¡Qué Bello Es Vivir! de Frank Capra.

Seguro que a David Lynch le encantó. Pero a mí, nunca me ha gustado ir al barbero y que me rapen al cero.

2.6.08

La gran tienda de los horrores

No es la primera vez que me refiero a ello, pero vuelvo a insistir en que hay películas, como ocurre con la recién estrenada La Niebla, que deben ser digeridas con posterioridad a su visionado. Y es que el nuevo trabajo de Frank Darabont puede dejar, a más de uno, en situación de fuera de juego. En realidad se trata un título atípico dentro del fantástico actual, tanto por su arriesgado (y excelente) final, como por el valiente estilo visual y narrativo empleado. Un film distinto del que hay que seguir disfrutándo una vez se inicie su consiguiente asimilación.

Tras Cadena Perpetua y La Milla Verde, Darabont regresa al universo literario de Stephen King adaptando uno de sus cuentos cortos menos conocidos. Para ello, maquina un producto de bajo presupuesto y se aloja, claramente, en las coordenadas que imperaban en la sci-fi de serie B de los años 50 y 60, recurriendo, casi por defecto, a las bases establecidas por ese genio del género (y del ahorro económico) que atiende por el nombre de Roger Corman. De hecho, para emparentarse más directamente con ese cine, el realizador intentó rodarlo en blanco y negro, detalle al que se opuso taxativamente la productora.

La historia, a pesar de su aparente (sólo aparente) simpleza argumental, resulta altamente funcional y visceralmente cruda con sus múltiples personajes. Todo se inicia durante una noche de tormenta con huracán devastador incluido. A la mañana siguiente, una espesa niebla cubre los alrededores y la totalidad de un pequeño pueblo de Maine. Justo allí, en el interior de un hipermercado del lugar, quedarán sitiados todos los clientes y empleados del local, pues salir a la calle es sinónimo de exponerse a una muerte horrible. Algo inexplicable y procedente de otras dimensiones habita entre la densa bruma.


Ajustándose a un presupuesto mínimo, al igual que hacían las viejas cintas a las que rinde homenaje, opta por un sencillo (aunque amplio y sobrio) despliegue de efectos especiales y, al mismo tiempo, por un plantel de actores de segundo fila, de aquellos cuyos rostros asoman más por la pequeña que por la gran pantalla (a excepción del de Marcia Gray Harden); unos actores que, sin embargo, cumplen a la perfección con sus distintos roles y que sirven al realizador de origen francés para conducir a buen término uno de sus principales propósitos: reflejar que, pese al infierno en el que se encuentran inmersos sus protagonistas, el principal enemigo del hombre es el propio hombre. Colocados en medio del inmenso supermercado en el que han quedado aislados, les enfrentará, mediante dos grupos antagónicas, en un combate dialéctico e incluso físico. A un lado, y amparándose en la religión y el Apocalipsis Final, se sitúan los partidarios de la resignación ante los designios divinos; al otro, alejados de cualquier influencia mística o religiosa, los que se inclinan por el más puro y natural instinto de supervivencia.

El gran desfile de monstruos ya está preparado. Un desfile que tendrá lugar dentro y fuera de esa gran tienda de los horrores que ejerce de escenario central y casi único. Los del exterior son tridimensionales, de todo tipo y tamaño, aunque de origen indeterminado; los de adentro, son seres humanos, de carne y hueso. Una inmensa mampara de cristal es la única protección para evitar que se mezclen ambas especies. Y allí, en ese espacio acotado, entre diálogos, discusiones y luchas con insectos gigantescos y tentáculos viscosos, Darabont empieza su versátil e inteligente sarta de guiños cinéfilos; unos más sutiles que otros, de todas las épocas y géneros, para todos los gustos y colores, pero siempre perfectamente insertados: desde La Aventura del Poseidón a Alien, pasando por Stargate y La Jauría Humana y terminando, entre otros muchos, con La Guerra de los Mundos y la otra Niebla, la de Carpenter.

Un film sorprendente y original que brilla, ante todo, por la nula previsibilidad de cuanto pueda ir sucediendo y que cuenta, en su haber, con uno de los finales más redondos del panorama actual. Dénle una oportunidad. Y si salen del cine decepcionados, digiéranlo durante sus pesadillas nocturnas y con la ayuda de Lovecraft.

1.6.08

Coixet cojea

David Kepesh es un sesentón intelectual que imparte clases de literatura en una Universidad. Su enfermiza obsesión por el arte y por las chicas jóvenes, significaron las principales causas de su fracaso matrimonial. Su negación a comprometerse de nuevo y el miedo a envejecer, malograrán la relación iniciada con la tentadora Consuela Castillo, una de sus alumnas recién licenciadas. Ella, cubana de nacimiento, es una mujer ardiente, enamoradiza y apasionada en la cama que, en su antiguo profesor y pese a su diferencia de edad, descubre al que pudiera ser su hombre ideal.


Sobre estos dos personajes gira, en su mayor parte, la trama de Elegy, el nuevo film de Isabel Coixet; un trabajo en el que, por primera vez en su mundo, explora con detenimiento el interior de un personaje masculino; un personaje que, en el fondo, refleja la misma pedantería con la que la directora catalana ha afrontado su puesta en escena; una pedantería que, en buena parte, ya viene dada por la adaptación que, del Animal Moribundo de Philip Roth, ha realizado el prestigioso director y guionistas Nicholas Meyer.

De todos modos, resulta innegable que la cinta está cargada de muy buenas intenciones y de momentos brillantes cargados de gran cine. Un buen ejemplo de ello se localiza en la escena en la que David Kepesh, atisbando el exterior a través de una entornada persiana de su apartamento neoyorquino, ve reflejado su futuro en la figura de la solitaria anciana vecina del edificio de enfrente quien, al igual que él, observa pasar la vida asomada a su ventana.

Lástima que ese poder descriptivo, apoyado en las imágenes y el silencio, del que siempre ha hecho gala Coixet, se vea malogrado en esta ocasión por la pretenciosidad que desgranan sus diálogos; una charlatanería excesiva y cargada de citas intelectuales que, en lugar de acercar a sus dos protagonistas principales al espectador, los distancia cada vez más de él, y sólo los aproxima de nuevo cuando sustituye su verborrea por las silenciosas miradas de sus actores; miradas en cuyo mutismo se encuentra la verdadera expresión e intenciones de los personajes a los que representan. Miradas raudas, perdidas, enfocadas al vacío, pero siempre llenas de una sensibilidad extrema.

Sin lugar a dudas, lo mejor de Elegy descansa en la inteligente y sobria interpretación de un inmenso Ben Kingsley quien, con su trabajo, define hasta el último detalle la personalidad del sombrío Kepesh. Una sublime actuación que, por deslumbrante, sitúa a una esforzada (aunque inexpresiva y desnudísima) Penélope Cruz en un plano totalmente secundario.

Pero no sólo en Kingsley radica lo más destacado de un film renqueante, pues la relación de amistad confesional que éste mantiene con su mejor amigo (un espléndido Dennis Hopper) queda perfectamente plasmada en pantalla. Un toma y daca de cotilleos personales, secretos inconfesables y pasiones ocultas que, en definitiva y tras un suceso inesperado, marcarán aún más la gélida personalidad de David Kepesh, ese maestro ególatra al que, a pesar de su evidente madurez física, aún le quedan demasiados aspectos vitales (y no tan vitales) por asumir.

Literatura, filosofía, sexo, amor, desamor, celos, recelos, relaciones humanas, sentimientos de culpabilidad, soledad, vejez, muerte, enfermedad... todo ello a fuego lento. muy lento. En definitiva: demasiadas cuerdas para un solo violín.