28.2.06

McCloud Forever

Ha muerto Dennis Weaver. Otro símbolo televisivo de mi adolescencia a tomar por culo. El actor dio vida al comisario McCloud, un palurdo policía rural reciclado en detective neoyorquino. No tenía problemas en aparcar su coche para montar un caballo y cruzar, a lomos de éste, la Quinta Avenida en persecución de un desalmado criminal. Ahora, un cáncer ha acabado con la vida de uno de los actores que alegraban las noches de los domingos, alternándose con otros policías y detectives de nombres populares: McMillan, Colombo y Banaceck, sin olvidar a Heck Ramsey, un rudo sheriff interpretado por Richard Boone. Mistery Murder era el título genérico que englobaba a todas esas series, el sonido de cuya peculiar sintonía nos aproximaba como autómamatas hasta nuestros televisores en blanco y negro.

La muerte de Weaver me ha transportado, con cierta añoranza, hasta esas entrañables sesiones televisivas. Rock Hudson, Peter Falk, George Peppard, el citado Richard Boone (algunos de ellos ya desaparecidos también) y el propio Dennis Weaver conseguían hacer mucho más llevadero el punto final del fin de semana. O, lo que era más penoso. el regreso a la semana escolar. Los lunes, durante la hora del recreo y gracias a todos ellos, teníamos interminables temas de conversación al tiempo que devorábamos nuestros bocadillos de chorizo Revilla: la cabalgata urbana habitual de McCloud, la insistencia obsesiva de Colombo presionando al principal sospechoso de un crimen, los desmanes matrimoniales de McMillan y esposa o las brutales deducciones de Banaceck (más dignas de David Copperfield que de un detective), nos parecían mucho más interesantes que las delirantes clase de latín con el padre Calaf (y su sotana apestosa) o las malditas integrales y raices cuadradas del temido don Vicente.

Spielberg, al igual que nosotros, se fijo en McCloud, le bajó del caballo y lo sentó en un desvencijado automóvil. Aunque fuera acosado por un camión endiablado, significó una manera excelente de pasar a la inmortalidad cinematográfica.

Descanse en paz.

27.2.06

Ustedes lo han querido: EL CIELO Y LA TIERRA

Con El Cielo y La Tierra, Oliver Stone cerró la trilogía sobre el Vietnam iniciada con Platoon y continuada con Nacido el 4 de Julio. Dos espléndidos títulos que han marcado la filmografía del cineasta y que, por derecho propio, han pasado a ocupar un merecido puesto en la historia del cine. Pero con El Cielo y la Tierra, su última entrega, no consiguió el reconocimiento que esperaba.

En esa ocasión, Stone dejó a un lado el punto de vista habitual de los combatientes norteamericanos para centrar la visión de la guerra desde la parte oriental, plasmando así en pantalla las penurias sufridas por una joven vietnamita a la que, a su vez, convertía en narradora del film. Vecina de una pequeña y humilde aldea rural, vivió en carne propia los horrores de la contienda, siendo incluso torturada por el ejército y violada posteriormente por su propia gente, la guerrilla del Vietcong.

El Cielo y la Tierra está basada en un par de libros de Le Ly Hayslip, en los cuales se narraban sus experiencias durante el tiempo que duró la sangrienta ofensiva. El film fue realizado en una época en lo que todo aquello que olía un poquito a budismo era válido para hacer cualquier película desde Norteamérica. Y la cinta de Stone es uno más de esos innumerables productos que, durante casi una década entera, fueron desfilando por las pantallas de todo el mundo y que, como en este caso, fueron dirigidos por cineastas de prestigio. Y es que su parte final rezuma un tufillo religioso bastante impresionante, volcado en imágenes en forma de oda mística a Buda.

El vigor que impone a sus escenas violentas y de guerra o la plástica belleza que destilan sus cuidadas imágenes (recreándose, ante todo, en paisajes frondosos y verdes), no son suficiente para levantarle el alma a un trabajo pesaroso y aburrido. Es una película sin nervio, sin garra alguna que, en parte, rompe un tanto con el estilo más agresivo de su director. El reloj parece encallarse ante el lento devenir de un film que, al igual que la mayoría de biopics, peca de la poca credibilidad de muchos de sus pasajes.

De todos modos y sólo en parte, Stone sale victorioso en el esforzado retrato psicológico de una mujer amargada y presionada que, por culpa de una violación, ha acabado temiendo (y odiando) a los hombres. Pero, al mismo tiempo, acaba mostrándose patéticamente repetitivo cuando redirecciona las riendas de la película hacia su país natal e insiste, por enésima vez, en las secuelas psíquicas de los excombatientes norteamericanos. Una ocasión propicia para que Tommy Lee Jones, alejándose de su moderación habitual, compusiera un papel plagado de convulsivos tics histriónicos: el de un soldado desquiciado por las barbaridades en las que se vio implicado y que decide acabar con sus propios demonios contrayendo matrimonio con una vietnamita.

La citada Le Ly es Hiep Thi Le, una actriz bajita y muy inexpresiva, cuya equívoca elección como protagonista principal en poco ayudó a los resultados finales de El Cielo y la Tierra. Oliver Stone ya lo había contado todo sobre el Vietnam en sus dos títulos anteriores. Poca cosa más le quedaba en el tintero, y la pretensión de cambiar el punto de vista narrativo sobre los mismos hechos no aportó nada nuevo a su trilogía.

Un film reiterativo, de imagen preciosista, con una media hora inicial prometedora y sin ningún tipo de ritmo narrativo. Vaya, un aburrimiento innecesario en el que, al menos, el realizador frenó un poco sus habituales desvaríos visuales y las enervantes experimentaciones con todo tipo de formatos cinematográficos.

26.2.06

Carnaval

Y llegó el Carnaval, pillando al bueno de Eusebio sin haber decidido aún el disfraz que se pondría. Una hada madrina le dejó una peluca, unos colorines y unas pinturejas. "Prueba con esto y te convertirás en una dama igual de bella que Marisa".

Y una vez compuesto se produjo el milagro, pues Eusebio se convirtió en Marisa. Marisa Poncela

23.2.06

Por la gracia de Dios

En un día como hoy, hace de ello 25 años, un grupo de golpistas, amparándose en la memoria de Francisco Franco, perpetró un duro golpe contra la joven democracia española. Un golpe que, por suerte, no prosperó en absoluto y que confirmó definitivamente que, tanto en el Ejército como en la Guardia Civil, aún quedaban elementos demasiado retrógrados.

23 de febrero, 18 de julio... Hay fechas que deberían desaparecer para siempre. Otras, sin embargo, tendrían que perdurar en la memoria de todos como un día de celebración. Ese es el caso del 20 de noviembre, el “20N”, una fecha simbólica que para muchos significó el fin de una época dolorosa, oscura y gélida.

Sería mejor olvidar a personajes como ese Caudillo por la Gracia de Dios que nos tocó en desgracia. De todos modos, ya que muchos lo tuvimos que sufrir, al menos vale la pena que, de vez en cuando, nos riamos un poco de ese personajillo de aspecto ridículo bajo el que se escondía un verdadero monstruo.

¡Buen viaje, Excelencia! es una película que se dedica a ello: a reírse sin pudor en la misma cara del difunto y, de pasada, mofarse también de cuantos franquistas exacerbados aún pululan por nuestra piel de toro. De hecho, la película es una venganza personal de Albert Boadella quien, en los últimos años de la dictadura, se vio perseguido y amenazado por el antiguo régimen. Una venganza burlesca. Una caricatura descarnada y surrealista que, en su estreno, fue vilipendiada por cuatro gurús alegando que, tras ese escarnio boadelliano, no había el más mínimo interés cinematográfico.

Eso, en parte, es cierto. No busquen en esa comedia atisbo alguno de buen cine. Sólo fíjense en la mala leche que destila su director en contra de una figura que arruinó la vida a miles de españoles. Una mala leche merecida. Una estocada furibunda por parte de un juglar cabreado y maltratado por Franco. Y, como tal, la película tiene su gracia.

También es cierto que se trata de un producto que interesará mucho más a todos aquellos que vivieron los últimos días del Generalísimo que a las nuevas generaciones. ¡Buen Viaje, Excelencia! está plagado de detalles y apuntes de una época en que la dictadura empezaba a agonizar, al igual que lo hacía su alma visible. La ascensión a los cielos de Carrero Blanco (con la que se inicia la película), el ajusticiamiento de Puig Antich, la Marcha Verde o la agonía interminable del dictador, son algunos de las situaciones que recrea Boadella, siempre fiel a su estilo provocador y caricaturesco.

No sólo se ensaña con el Caudillo a través de gags ciertamente cínicos (espléndido el discurso de éste, mezclando su furibundo odio a los rojos con las indicaciones médicas de uno de los fármacos incluidos en su medicación diaria). BVE hace un especial hincapié en el descarado interés de aquellos moscones que le rodeaban por mantenerlo con vida para, de ese modo, poder seguir chupando del bote durante una temporada más. Y, pensando sólo en ellos, lo único que consiguieron es provocarle un largo y tortuoso sufrimiento antes de su muerte. Todos, del primero al último, conocían el famoso refrán de muerto el perro, muerta la rabia. No es de extrañar que, tal y como refleja el film, el Marqués de Villaverde y Carmen Polo de Franco (más conocida popularmente como La Collares), entre otros, hicieran lo imposible para evitar la desconexión final de su familiar.

El gran pilar sobre el que se aguanta la película se encuentra en los integrantes de Els Joglars (el grupo teatral de Boadella). Sus sabias y divertidas caracterizaciones y su trabajo interpretativo resultan excelentes aunque, en este caso, haya que resaltar -por encima del resto de la compañía- a un insuperable Ramon Fontseré. Sin este actor y su maravillosa caracterización de un destartalado y senil Francisco Franco, a buen seguro, ¡Buen Viaje, Excelencia! hubiera cojeado más de lo que muchos pretendieron en su día.

Yo, al menos, me reí bastante, al tiempo que recordaba aquel noviembre gris y frío en el que, aparte de estrenar la magnífica Primera Plana de Billy Wilder, metieron al Caudillo bajo una pesada losa en el Valle de los Caídos.

21.2.06

Cortinas de humo

Es innegable que ante la cámara George Clooney resulta un tipo elegante y con porte, heredero directo de la galanura y estilo de Cary Grant. Pero no sólo ante la cámara demuestra esa clase, pues detrás de ella se ha descubierto como un director ingenioso y comprometido. Tal y como hiciera en su debut como realizador (la espléndida e incomprendida Confesiones de una Mente Peligrosa), en Buenas Noches, y Buena Suerte vuelve a retroceder al pasado más inmediato y oscuro de su país. Si en su ópera prima, basándose en un caso real, se ensañó con la CIA, en esta ocasión -y amparándose de nuevo en la realidad- arremete contra el senador Joseph McCarthy, el pilar más visible de la tristemente famosa Caza de Brujas.

Buenas Noches, y Buena Suerte se centra en el duelo mediático que sostuvieron el citado senador y Edward R. Murrow, un periodista y presentador de televisión con dos programas de máxima audiencia en la cadena CBS. Defensor a ultranza del medio como instrumento social, informativo y de denuncia, decidió exponer a la opinión pública las malas artes y los subterfugios esgrimidos por el político para arremeter contra supuestos comunistas y sus posibles simpatizantes.

Aparte de urdir una crítica sutil a la degradación (a todos los niveles) de la televisión actual, Clooney muestra casi todo el proceso desde el interior de los estudios de la CBS. En muy pocas ocasiones, a lo largo del metraje, sale fuera de ellos. Su interés se encuentra allí dentro, lugar desde el que analiza y desmenuza cada uno de los movimientos perpetrados por Edward Murrow y su equipo para dejar al desnudo la figura de McCarthy. Una peligrosa partida de ajedrez: destronar al político o ser destronado ya que, al mismo tiempo, el reportero soportó las presiones de sus superiores y patrocinadores.

La excelente fotografía en blanco y negro de Robert Elswit es uno de los ingredientes mágicos del film. Meticuloso en recoger el espíritu de las viejas cintas de los 50, se recrea con acierto en atractivos juegos de luces y sombras, sacándole un especial partido al personaje del obstinado Murrow, un fumador empedernido; las espesas cortinas de humo provocadas por su convulsiva adicción, se convierten en una de las constantes visuales de Buenas Noches, y Buena Suerte, en una época en la que la guerra contra el tabaco se ha convertido en un asunto casi insultante para los fumadores.

Casi todo el peso de la película recae sobre David Strathairn quien, con una sobriedad digna de encomio, da vida a Murrow. El hombre está soberbio: ni una mueca ni un gesto de más. Y guardándose un papel secundario, tal y como hizo en su trabajo anterior, está George Clooney, evitando no robarle ni un plano a su compañero y situándose al mismo nivel que el resto del excelente casting, incluido el propio McCarthy quien, a través de varias imágenes de archivo, se convierte en uno más de los actores. Cosas del cine.

Un film valiente y arriesgado que, de todos modos, se ve obligado a lidiar con un par de handicaps: por una parte la extrema frialdad y distancia que muestra con sus personajes y, por otra, la dificultad de poder superar a La tapadera (The Front) , un título de Martin Ritt, de coordenadas similares y de factura mucho menos hermética: casi la última palabra cinematográfica en cuanto a la Caza de Brujas se refiere.

20.2.06

Corto, pero intenso

Hace ya algún tiempo, casi antes de Navidad, un lector me envió un DVD con un cortometraje dirigido por él, Escarnio. A través de un correo electrónico, me había solicitado la posibilidad de hacerle una reseña de su trabajo en este blog, lo cual acepté con mucho agrado. El tiempo ha ido pasando y el DVD estaba en casa, allí, quieto, parado, arrinconado en una estantería esperando mi atención. Hasta que hace muy poco, la semana pasada, recordé que tenía que repasar esa grabación.

Es una lástima que no descubriera Escarnio mucho antes, pues en todos los aspectos –empezando por su envolvente sonorización- la cinta posee una excelente factura. Veinticinco escasos minutos con sabor a buen cine. Habla de un matrimonio marcado por la desgracia, al igual que les ocurre a sus tres hijos trillizos. La rabia, el odio y la indiferencia son el detonante de una historia que se pasea por el fantástico y la tragedia. Raúl Cerezo, su joven director, ha sabido otorgarle a su propuesta un halo onírico en el que tan sólo falta la presencia de Hansel y Gretel.

El hombre demuestra un gusto exquisito por la imagen, así como un dominio envidiable para crear atmósferas misteriosas y angustiosas. Su fotografía se convierte en uno de los principales protagonistas de Escarnio al combinar todo tipo de gamas de colores: cielo rojizos, cobrizos o grises, siempre en función del grado de dramatismo de lo que acontezca en pantalla. Y con este tratamiento ensambla su meticulosa fotografía con el guión, logrando así un efecto sorpresivo y a veces aterrador.

Cerezo conoce bien el mundo del cine. Es por ello que, en un tiempo mínimo, vuelca toda esa sabiduría en función de su pequeño e intenso relato. No es de extrañar que ciertos pasajes me hayan recordado al mítico padre Karras de El Exorcista o a la fantasiosa Dorothy Gale de El Mago de Oz. No son guiños directos, pero están allí presentes, escondidos en la memoria de su realizador, igual que esos maravillosos contraluces con los que John Ford enmarcaba en una puerta a John Wayne y que en Escarnio denotan la misma y deslumbrante elegancia.

Una ácida y cruda crítica a la hipocresía humana y, por extensión, a esa gente incapaz de afrontar sus propias desgracias y que, influidos por pequeños monstruos de esos que habitan agazapados en la mente, intentan huir de la realidad, refugiándose en irreales mundos de ensueño que jamás estarán a su alcance real.

Escarnio: un corto interesante. Apúntense el título y si algún día lo pueden pillar por alguna parte, no lo dejen escapar. Y, sobretodo, quédense con un nombre: Raúl Cerezo. Promete. Y algún día nos va a dar una sorpresa. Yo, por si acaso, me apunto rápido entre sus futuros y posibles recomendados para un silloncito en el Ministerio de Cultura.

Por cierto, no dejen de darse una vuelta por la página web oficial de Escarnio. Vale la pena.

16.2.06

B

La otra tarde me vi, de un tirón, los cinco primeros episodios de la serie L, estrenada hace un mes en Canal +. Y, en contra de lo que esperaba, me sorprendió gratamente.

L (la clara inicial de la palabra lesbianismo) se centra en un grupo de amigas lesbianas, todas ellas residentes en la ciudad de Los Angeles. Y, por primera vez en televisión, trata el tema de la homosexualidad femenina de una manera natural. La serie sigue la misma tónica que, por ejemplo, la interesante Treinta y Tantos. O sea, analiza y disecciona el problema de la pareja y de la soltería desde un ángulo pocas veces visto con anterioridad en este tipo de productos. Y lo hace con desenfado y humor, sin cortapisas amargas y sin un ápice de victimismo en sus protagonistas, lo cual es muy de agradecer.

Esta primera temporada se centra, ante todo, en el personaje de Jenny, una joven recién llegada a la ciudad que está dispuesta a iniciar una vida en común con su novio. Pronto verá peligrar su estabilidad emocional tras conocer a Marina, una exótica y atractiva mujer propietaria de un bar de moda.

Por otro lado están Bette y Tina, una pareja estable que, para romper la monotonía de su relación, han decidido tener a un bebé, aunque para ello tengan que recurrir a la fecundación in vitro.

Por tratarse de un trabajo destinado directamente a la televisión, el sexo está tratado de manera clara. Raro es el episodio en el que no haya alguna que otra escena caliente, sin escatimar además en desnudos integrales y frontales. Y es que, aparte de tratarse de una serie insólita, L posee un ingrediente erótico muy elevado, retratando además a las lesbianas protagonistas como mujeres bellas y sensuales, echando por los suelos aquella estúpida teoría de que todas las bolleras eran igual que camioneros mal depilados. Espero que este toque sensual sea un elemento que siente precedentes.

L rompe tabúes y mitos falsos. La homosexualidad (femenina o masculina) es un elemento más de nuestra sociedad. Y ello lo demuestra describiendo las acciones y modos de actuar de su colectivo protagionista. haciéndolo como si se tratara de los heterosexuales habituales de la mayoría de series de toda la vida, con sus mismas neuras y sus mismos defectos. Ni más ni menos, por mucho que les pese a los retrógrados que se oponían a los matrimonios gays.

Lo confieso: me gustan las bolleras de L. De la primera a la última; de Jennifer Beals a Mia Kirshner. Además, resultan mucho más normales y reales que las Mujeres Desesperadas o las calentorras de Sexo en Nueva York. Al menos, estas recién llegadas a la caja tonta son de carne y hueso... aunque no se dejan tocar.

15.2.06

Matrimonio de conveniencia


Jacobo es un tipo solitario y amargado. La vida no le ha tratado muy bien y su pequeño taller, en el cual se tejen calcetines y medias, no ha rendido lo suficiente para ofrecerle una vida holgada. Todo lo contrario que Herman, su hermano menor quien, con un negocio similar, ha podido vivir cómodamente y formar una familia. Tras varios años sin verse, volverán a reencontrarse cuando Herman viaje desde el Brasil a Uruguay, su tierra natal, para asistir a los funerales de su madre un año después de la muerte de ésta. Ante la inminente llegada de su hermano, Jacobo decidirá fingir cierta estabilidad económica y emotiva, contando para ello con la ayuda de la fiel secretaria del taller, Marta, quien consentirá por unos días en convertirse en su nueva esposa.

Whisky se ampara en la propuesta anteriormente descrita. Y, con tan pocos argumentos, acaba convirtiéndose en un film extraño y hermoso al mismo tiempo. Por un lado está la descripción de sus tres personajes principales (y casi únicos). Cada uno de ellos se ha creado su propio universo: alguno lo extrapola al exterior, mientras los otros deciden tragárselo ellos solitos. Por otro lado, la cinta explora en la forzada relación entre esos tres seres, totalmente distantes entre sí y plenamente conscientes, de manera individual, de sus propias mentiras y de las de los demás. No les importa ser engañados si ellos también pueden engañar. Una gran farsa. Nada es lo que parece a simple vista.

La historia es rara, peculiar, al igual que sus protagonistas. De vez en cuando roza el melodrama más profundo. A veces, a sus dos directores, Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, les encanta darle una gruesa pincelada de surrealismo a sus escenas. Buster Keaton bien podría haber dado vida al mimético Jacobo, un hombre de pocas palabras, de trato seco y de enjuta mirada, perfectamente interpretado por Andrés Pazos. Una ave raris que ha aprendido a subsistir agarrado a su monotonía diaria, al lado de su también monótona secretaria. Entre ambos han labrado un constante déjà vu laboral que extenderán hasta su fingido matrimonio.

Whisky se ve con agrado, a veces con una sonrisa entre los labios y otras con cierta inquietud anímica. Una película sobre la soledad y la incomunicación y, al mismo tiempo, una canto a la reiteración. No es de extrañar, en este sentido, que la mayoría de sus toques humorísticos y satíricos (muy sibilinos y sutiles) se amparen, claramente, en ello: en la repetición. El automatismo con el que cada día inician la jornada laboral (plasmado en pantalla en varias ocasiones) es uno de los grandes aciertos de un film sencillo e inteligente.

Una propuesta atípica, con algún que otro tiempo muerto y con un apartado final un tanto desangelado y sin chispa, aunque compensado plenamente por la agudeza con la que se ha construido una historia que, poco a poco, pasito a pasito, va despertando interés en el espectador y, ante todo, en el minucioso retrato de sus protagonistas.

14.2.06

A darse el morro

Hoy es la festividad de San Valentín. Una fiesta que asocio con el cartelito de marras. De manera inevitable y tras ver la susodicha imagen, la palabra cursi asoma a mi mente.

De todos modos, aquellas parejitas que vayan hoy al cine a ver Manuale d'Amore conseguirán una entrada gratis si se besan ante la taquillera. No es un invento ni una broma mía, pues ha sido publicado en algunos diarios.

Ya saben: Noviozuelos de mis entretelas, dénse la lengua ante el hygiaphone y saquen una entrada de gañote.

Por cierto... si la pareja es de seres humanos del mismo sexo, ¿la invitación será tambien para Manuale d'Amore o para Brokeback Mountain?

13.2.06

Ustedes lo han querido: EL VENGADOR TÓXICO

Caca, culo, pedo: los mejores sustantivos para definir el espíritu de uno de los productos más conocidos de la casa Troma, El Vengador Tóxico. Y es que, desde que empieza hasta que acaba, su única y primordial filosofía se basa en ello: caca, culo, pedo; igual que los niños pequeños cuando descubren que, recitando sin parar esas tres palabras mágicas, consiguen poner de los nervios a su abuela. Lloyd Kaufman (co-director, guionista, fotógrafo y productor de la cosa) se ha quedado estancado en esa etapa del crecimiento; poco ha evolucionado el hombre. Y este film en concreto es un buen compendio de lo que significa su estilo cinematográfico, pues la mayoría de títulos de su productora (excepto raras excepciones) son burdos clones de él.

El truco de El Vengador Tóxico se basa en emular al llamado cine basura desde el prisma de la comedia, otorgándole a su filmación y fotografía una apariencia similar a la del cine porno norteamericano de los 70 (a ello se debe la presencia de numerosas chicas de exhuberantes formas). Cuatro desmadrados toques cercanos al gore y cierta incorrección política son los últimos aderezos para acabar de pulir su engendro. El resto no importa. O sea, no hay guión, ni interpretación, ni nada de nada. Sólo una sarta de sandeces metidas en calzador una detrás de la otra.

Tromaville es el escenario geográfico (y ficticio) en el que transcurre el film. Se trata de una ciudad cercana a Nueva York que, con los años y por culpa de su corrupto alcalde, se ha convertido en el mayor vertedero de residuos tóxicos del Estado. El gimnasio es el centro neurálgico de la localidad, lugar en el que un grupo de adolescentes descerebrados tiene por distracción tomarle el pelo al patoso Melvin, el encargado de la limpieza, un joven un tanto deficiente que siempre anda con la fregona a cuestas. Tan lejos llegan con sus trastadas que, durante una de ellas, harán que Melvin caiga de manera accidental en el interior de un bidón que contiene residuos químicos tóxicos.

El rápido efecto de los residuos hará que su cuerpo se transforme en una especie de Hombre Elefante, un monstruo purulento y forzudo dispuesto a erradicar el mal de la ciudad de Tromaville que, con sus actos urbanos, se convertirá en un héroe y un símbolo para la población. El superhéroe cutrón ya está formado.

Una pérdida de tiempo innecesaria; un inmaduro festival de desproporciones descomunales. Una película mala a sabiendas, con lo cual no tiene gracia alguna, por mucho que se esfuerce en sus delirios. Y es que El Vengador Tóxico, al igual que la mayor parte del cine de Kaufman, suena a falsa. Busca de manera consciente la risa del espectador, al contrario de lo que hacía, por ejemplo, Ed Wood quien, con su inocencia, aún hoy en día sigue arrancando carcajadas (aunque sea a modo de befa). Cuanto más exagerada es la propuesta de Kaufman, más logra el beneplácito de sus fans; en este aspecto valgan, como ejemplo, las siguientes situaciones: mata animales domésticos, apalea viejas y atropella a menores de 12 años. Puntos álgidos, todos ellos, en este vengador enganchado al mocho.

Es una pena que tal desaguisado cinematográfico provocara 4 secuelas a cuál más peor, todas ellas unidas por el mismo humor, la misma estética y ese regusto enfermizo por el caca, culo, mierda en cada una de sus escenas.

La Troma tiene sus adeptos. Adeptos que aplauden cada una de sus nuevas películas (destinadas, la mayor parte de ellas, directamente al mercado de los vídeo-clubs), sea cual sea la bufonada que proponga Lloyd Kauffman -un payaso venido a menos y con una enfermiza pasión por la basura reciclada-. Es por ello que, posiblemente, la Troma (en el fondo) tenga un algo que yo no he sabido apreciar. O aún estoy por descubrirlo. Quizás, cuando crezca un poco más, me ría con El Vengador Tóxico.

10.2.06

Cierto sabor a rancio

Hay inesperados éxitos de crítica y público que no dejan de sorprenderme. Uno de ellos es Manuale d’Amore, un film italiano, precedido de cierta fama en su país de origen, que está cosechando un sinfín de loanzas y beneplácitos de todo tipo.

La cinta, dirigida por Giovanni Veronesi, recoge una de las viejas tradiciones del cine italiano de toda la vida: el de la comedia por episodios. En concreto está compuesta por cuatro fragmentos, los cuales han sido ligados entre sí por un débil y forzado nexo de unión. Su título es explícito. Más explícito no podría ser, pues se trata de un manual sobre el amor desde el que se repasan, a través de varias historias, las constantes implícitas en cualquier relación de pareja.

El enamoramiento, la crisis, el engaño y el abandono son las claves de cada uno de sus episodios. O sea, una manida guía, sobre relaciones sentimentales, plagada de típicos y tópicos. Un manual en exceso básico en el que se expone, de manera un tanto simple, todo aquello que se ha dicho, una y mil veces, sobre la pareja. Y valiéndose además de un sentido del humor un tanto tosco y desfasado que la acerca, de modo alarmante, a aquellas comedias españolas que, en los 70, invadieron las pantallas de nuestros cines de barrio. Es más, en algunos de los episodios de Manuale d’Amore no me hubiera extrañado en absoluto la presencia de gente como Gracita Morales (dando vida a la urbana protagonista del tercer sketch) o Valeriano Andrés (el doctor abandonado del último corte).

La película del tal Veronesi se me antoja plana en muchos sentidos (por no decir en todos), empezando por la interpretación. Su guión, aparte de no ofrecer nada nuevo, desprende cierto tufillo a machismo, pues en él las mujeres están retratadas como las más viperinas y complicadas de los dos géneros.

Un tipo en calzoncillos, pegado a la pared de un alto edificio y ocultándose del marido de su amante o una esposa, iracunda y vengativa, decidida a devolverle la infidelidad a su adúltero marido, son un par de las muchas situaciones que plantea este manual amoroso y que, como el resto de las que se albergan en su trama, ya se han visto en cine en demasiadas ocasiones. Nula en originalidad y en exceso arcaica en argumentaciones.

Muchos dicen que se trata de una comedia entrañable y sencilla. Personalmente, creo que de entrañable no tiene nada; de sencilla (o, mejor dicho, básica), un montón. Puestos a elegir, me quedo con las de Gracita Morales y compañía. Al menos eran más nuestras. Y contaron lo mismo que ésta hace ya unos cuantos años... pero jamás se estrenaron en salas especiales.

9.2.06

No debisteis cruzar el MIssissippi

Brokeback Mountain o, lo que es lo mismo, la película favorita para los Oscar de este año. Un film valiente y cargado de muy buenas intenciones. La indiscriminación hacia los homosexuales, mostrada sin tapujos en la Norteamérica profunda de los años 60 y 70. Curiosamente Ang Lee, un realizador taiwanés afincado en EE.UU. desde hace varios años, se está convirtiendo en el cronista extranjero de esa sociedad (ya que el cronista oriundo es Oliver Stone, mucho más ampuloso y exagerado en sus propuestas). Con este título, Lee cierra la trilogía iniciada con la interesante La Tormenta de Hielo y continuada con el aburrido (y poco conocido) western Cabalga con el Diablo. Una trilogía en la que se muestran (con cierto cinismo) los modos y costumbres de su país de adopción y que, como foráneo, lo hace desde un punto de vista un tanto frío y distante; a veces, glaciar.

Mientras en La Tormenta de Hielo reflejaba un crudo retrato de la progresía liberal de los 70 (una época rompedora y convulsa, tras la celebrada caída de Nixon) y en Cabalga con el Diablo se adentraba en las entrañas de la Guerra de Secesión, ahora, con Brokeback Mountain, regresa a la década de los 70 y fotografía la otra cara de la moneda. Deja a un lado la intelectualidad y la progresía de esos años para colocarse en el epicentro de la América rural y asestarle un fuerte bofetón a sus moradores.

La historia se centra en dos vaqueros, Ennis del Mar y Jack Twist. Dos hombres que en su juventud, durante una trabajo en común, aislados en lo alto de una montaña y ejerciendo como pastores de un numeroso rebaño de ovejas, iniciaron una relación amorosa que jamás llegarían a culminar. El temor a no ser aceptados por una sociedad intransigente, marcará de manera inevitable el vínculo sentimental establecido entre ambos.

Brokeback Mountain hace un largo travelling a través de un par décadas para mostrar el devenir de dos personajes que han acabado convirtiéndose en forasteros en su propia tierra. Sus respectivos matrimonios y los continuos encuentros furtivos que mantienen a lo largo del tiempo, serán las constantes más claras del film. El miedo a ser descubiertos afecta sobremanera a uno de ellos, mientras el otro se muestra mucho más decidido a no esconder su condición de homosexual. Y, tanto uno como el otro, sufrirán en silencio la imposibilidad de poder labrar una vida en común.

Ang Lee se toma un tiempo excesivo e interminable para relatar los inicios de esa relación. Innecesarios tiempos muertos, demasiada insistencia en plasmar los bellos paisajes naturales que enmarcan la historia y cierta reiteración narrativa, definen, con agobiante precisión, la primera parte del film. La falta de diálogos y la cargante melodía de Gustavo Santaolalla ayudan aún más a que su desarrollo se quede paralizado durante ese fragmento inicial.

Lee se despierta y descubre que le queda menos metraje. Continúa con el mismo ritmo moroso de narración, aunque se excede en continuas elipsis narrativas para acelerar su teórica progresión, sin conseguir, en momento alguno, que sus personajes pasen a ocupar un lugar privilegiado en un rinconcito del corazón del espectador. Se muestra poco cariñoso con ellos, como si fuera incapaz de arroparlos, con lo cual rompe cualquier tipo de emotividad. La magia de la simbiosis entre la pantalla y la platea no funciona. Es por ese motivo que, por ejemplo, una escena como la de la visita de uno de los amantes al domicilio paterno del otro, no resulta en absoluto vibrante.

Un punto y aparte merecen los trabajos de sus principales protagonistas, Heath Ledger y Jake Gyllenhaal. Mientras el segundo salva con cierta solvencia su personaje (a pesar del bigote postizo que le encasquetan para aparentar más edad), el primero, Ledger (una especie de mezcla entre un joven Ryan O’Neal y Val Kilmer) se me antoja forzado en su dubitativa y poco expresiva interpretación (especialmente patética y ridícula en la escena del lloro). De ellas, las mujeres que comparten cartel con los dos actores, es mejor ni hablar. Aparte de estar fatal en sus respectivos roles (de la primera a la última), son personajes muy poco (o nada) desarrollados y vacíos, totalmente en la sombra: simples floreros de adorno para dar soporte a las dobles vidas de Ennis y Jack.

Un film loable desde la perspectiva de narrar una historia de siempre desde un punto de vista diferente que, sin embargo, se ve maltrecho por culpa de la frialdad que muestra con sus protagonistas y por una crispante autocomplacencia narrativa.

Por cierto (y aparte de la película): Haeth Ledger ha sido nominado al Oscar al Mejor Actor, mientras que Gyllenhaal lo ha sido como Mejor Secundario. ¿Alguien me lo puede explicar o es un mero truco para premiar (de manera inmerecida) a los dos actores?

8.2.06

Siete años sin él...

... son demasiados años de sequía en el campo del humor patrio.

¡Aunque aún nos quedan Faemino y Cansado!

6.2.06

Celos, raviolis y boxeo

No es una película que haya marcado una época. Tampoco se trata de una comedia innovadora. Pero, a pesar de ello, Mi Desconfiada Esposa es un film elegante, divertido y que, aún hoy en día, sigue conservándose con la misma frescura original.

Vincente Minnelli, su director, era todo un especialista en melodramas y musicales. Algunos, de manera errónea, dirán que su cine resultaba un tanto kitsch y desfasado. Mentira, pues sus películas poseían una personalidad propia; un sello exclusivo que pocos cineastas jamás podrán impregnar a sus productos. Sorprendente en su particular tratamiento del color, Minnelli destacó casi siempre por un (maravilloso) abuso de tonos rojizos y chillones, una constante ésta que utilizó en la mayoría de las películas que rodara en Technicolor, no siendo ajeno a esta técnica en Mi Desconfiada Esposa, una de las pocas incursiones del director en el género de la comedia como tal.

Se trata de un film de enredos, confusiones y malentendidos en el que, en varias ocasiones, rompe con el estandarizado punto de vista del narrador, ya que son cinco los personajes encargados de contarnos cuanto ocurre en pantalla: un periodista deportivo; una diseñadora de modas; un director teatral, una corista fogosa y un boxeador sonado. Todos ellos se han visto envueltos, de una manera u otra, en un asunto en el que se mezclan los peligros provocados por los arrebatos de una esposa celosa y las amenazas violentas de un gángster metido en el mundo del pugilismo. Ello le sirve, al mismo tiempo, para dar dos visiones totalmente distintas sobre el citado deporte: el hombre lo ve como algo rudo y distinguido, mientras que la mujer lo intuye como una salvajada inexplicable (mediante un genial plano en el que los espectadores de primera fila, situados frente al cuadrilátero, salvan de sus rostros, con la ayuda de un diario, la sangre que salpican los pugilistas).

El film de Minnelli se ampara en un milimetrado guión de George Wells. En éste se combinan hábilmente sus inteligentes y chispeantes diálogos con los gags puramente visuales, consiguiendo con ello un par o tres de momentos inolvidables, como esa delirante escena que transcurre en un lujoso restaurante italiano y en la que un suculento plato de raviolis se convierte en inesperado protagonista. Escenas a las que, sin lugar a dudas, ayuda la presencia de un insólito Gregory Peck; un Gregory Peck que, en esa ocasión, se disfrazó de Cary Grant. Para ello recurrió a las múltiples muecas y a la manera de moverse del actor inglés, consiguiendo una interpretación brillante, divertida y menos histriónica que la del original imitado. Por muchas desgracias a las que se enfrente y por muy patoso que se muestre, el cronista deportivo Mike Hagen -su personaje-, nunca pierde la compostura ni la elegancia. Y ya me dirán ustedes..., ¿quién no puede ser el hombre más distinguido del mundo contando con una partenaire como la bellísima Lauren Bacall?

Y, con un breve pero intenso papel, destacando sobre todo el casting, la presencia de Mickey Shaugnessy, toda una institución entre los secundarios norteamericanos. En Mi Desconfiada Esposa da vida a Maxie Stultz, un boxeador sonado que tendrá que convertirse en el guardaespaldas de un atolondrado Peck. Un personaje único, delirantemente gracioso y que, sin lugar a dudas, junto con la justa ración de raviolis, dotó de una identidad única al film.

Minnelli, que en esa época retomaba de nuevo la comedia tras El Padre de la Novia y su posterior e irregular secuela, supo impregnar de nervio y vigor a toda la cinta. Fiel a su estilo, ni siquiera tuvo que renunciar a ese glamour especial que rezumaban todos sus productos. Un glamour que, sin lugar a dudas, supo recoger a la perfección Blake Edwards en la mayoría de sus títulos, empezando por la siempre bien ponderada y excelente Desayuno con Diamantes.

Injusticias probadas

Alfred Hitchcok, en su época, fue denostado por la crítica más culta y por todo tipo de intelectuales. Se le acusaba de realizar un cine en exceso simple y de connotaciones demasiado infantiles. Hoy, con toda la razón del mundo, está considerado uno de los mejores directores de la historia del cine.

Charles Laughton, tras dirigir La Noche del Cazador, no se atrevió a volverse a colocar tras una cámara, pues su película fue vilipendiada por la crítica más culta y por todo tipo de intelectuales, tachándola de banal e histriónica. Hoy, La Noche del Cazador, está catalogada como una obra maestra.

A Steven Spielberg, a pesar de estar en el punto de mira más negativo de la crítica más sesuda y de todo tipo de intelectuales, se le acabarán reconociendo sus maravillosas dotes como realizador, tal como ocurrió con Hitchcock y Laughton.

No hay como caer en gracia o en desgracia.

3.2.06

Pagar con la misma moneda

Spielberg se ha puesto serio y con Munich ha conseguido uno de sus trabajos más redondos y compactos. Rehuye la melaza habitual de sus últimos films y, para narrar todo el caos de violencia y muerte que desencadenó el atentado de Septiembre Negro en las Olimpiadas de Munich del 72, opta por un estilo seco y conciso. Deudor de los mejores pasajes del cine de Costa-Gavras, su obra tiene fuerza, un guión espléndido (con un único y perdonable cabo suelto) y, ante todo, muchas ganas de poner las cartas en su sitio.

No se corta a la hora de exponer, sin cortapisa alguna, el problema judío y, por extensión, su postura victimista. El cinismo de sus gobernantes queda latente. Y, al mismo tiempo, apunta y denuncia la existencia del terrorismo gubernamental a todos los niveles Dicen que las verdades ofenden y, tal y como ha ocurrido en este caso, algunos pueden enojarse al verse fielmente reflejados en pantalla. Ideológicamente, la película de Spielberg, pone el dedo en la llaga, hurgando deliberadamente en la herida.

Munich no sólo destila ideología; al mismo tiempo, se trata de un espléndido film de acción. Un thriller político narrado con un vigor poco visto en los últimos años. Apuesta por el mismo estilo con el que, en los años 70, el artesano John Frankenheimer dotó a algunas de sus películas. No es de extrañar, por ello, que ciertas escenas, nos transporten hasta la secuela de French Connection, un film denostado en su día que bien valdría la pena reivindicar. Y, al igual que en muchos de los títulos de esa década, se traslada a Europa para contar la historia, evitando caer en el fácil error de la postal turística gratuita.

Se muestra diestro y clásico en el montaje de sus trepidantes escenas de acción, situadas a las Antípodas del estilo video-clip parkinsoniano actual. El tiroteo nocturno, en una callejuela de la ciudad de Atenas, es un excelente modelo a seguir. En todo momento el espectador sabe lo le que ocurre a cada uno de los personajes que intervienen. Rehuye los primerísimos planos y se dedica a mostrar la acción en general. No necesita muchas virguerías con la cámara. En general, intenta romper con su proceder habitual y demuestra saber colocarla de manera adecuada sin recurrir, para ello, a falsos y sobrecargados movimientos. Y es que ese hombre, cuando quiere, sabe hacer cine; gran cine.

Munich demuestra la madurez de Spielberg como cineasta. Honesto en sus planteamientos, va al grano en todo momento y sabe mantener la intriga durante sus dos horas y media de proyección. Nada sobra. Todo está medido con una precisión envidiable. Al contrario que otros productos, a medida que va avanzando su metraje, la historia va subiendo en interés. Mezcla, con especial sabiduría, el cine de acción con los planteamientos socio-políticos que conlleva su argumento. Disecciona con placentera nitidez la no-efectividad de saldar una deuda pagando con la misma moneda: la del frío ajusticiamiento.

Homenajea a Hitchcock en un par de ocasiones (a sabiendas de que el orondo maestro fracasó en su única intentona de realizar un thriller político, Topaz) y, por primera vez, decide no esconder en absoluto su velada pasión por el gore. Spielberg ha crecido. Y lo ha hecho muy bien. Tanto que, en una violenta escena que transcurre a bordo de un pequeño barco, sorprende por la frialdad con la que se recrea para filmar un asesinato. Ciertamente espeluznante.

El haber rehusado contar con una estrella de Hollywood para Interpretar el papel protagonista, es otro de los grandes aciertos del film. La elección de un rostro no muy conocido, como el de Eric Bana, tiene sus riesgos y, al mismo tiempo, un lado muy positivo. Los riesgos son puramente taquilleros, pues las cualidades interpretativas de éste han dotado de una particular personalidad a Avner, el agente del Mosat que, por obra y gracia del gobierno de Golda Meir, es reconvertido en un sicario sin escrúpulos para cumplir al dedillo con la virulenta venganza israelí. No podría imaginarme un título como Munich echando mano, como gancho principal, de un actor de las características de Tom Cruise. Seguramente, hubiera sido una Misión:Imposible más.

Cine comercial. Cine de autor. Cine comprometido. Cine de acción... Un compendio genial que incluso consigue resucitar, aunque sólo sea para la pantalla grande, a las dos torres gemelas. En definitiva: la recuperación de una manera de hacer cine que parecía ya perdida.

1.2.06

Ustedes lo han querido: 2046

Hace un par de horas escasas que acabo de tragarme 2046. Les aviso de antemano: no es necesario que entre nadie en los comments para decirme que no he entendido nada. Y es que no he entendido nada. Nada de nada. Seré un palurdo, pero el film del Wong Kar Wai se me antoja una ladrillo de mucho cuidado. Una tomadura de pelo histórica. El filmar por filmar, para demostrar que domina la imagen al cien por cien y que, además, puede contar historias difíciles de discernir. De ese tipo de narraciones cargantes llenas de segundas lecturas y dobles sentidos. Un damerograma pretencioso realizado para epatar a la galería más docta. Un título al que algunos les pueda avergonzar el reconocer en público no haberlo comprendido, aparte de haberse aburrido como una ostra. Con este mismo tufillo hay centenares de obras consideradas maestras.

La película recupera a Wang Chow Mo, el personaje protagonista de su deliciosa Deseando Amar; un escritor que, en su soledad, rememora viejas historias de amor y las plasma, a modo de novela de ciencia-ficción, en su nuevo trabajo literario, el cual lleva el mismo título que el del film, 2046. Con un pequeño guiño (forzado) al delirante universo de Philip K. Dick (¿puede un humano enamorarse de un androide?) y una preciosista y detallista fotografía (en la que el humo del tabaco se convierte en una especie de enfermiza obsesión), Wong Kar Wai piensa que ya ha cumplido lo suficiente. Y, la verdad, eso es lo que parece, pues con ello ha obtenido el (inexplicable) reconocimiento de la crítica y un sinfín de galardones en prestigiosos festivales cinematográficos. No hay nada mejor que hacer un peñazo para que te acaben considerando.

Toda la emotividad que volcaba en su película anterior, en esta ocasión desaparece por completo. Mucha estética y poca chicha (a pesar de estar poblada de un buen número de chinitas espléndidas). Mientras en la primera se intuían perfectamente las decisiones y actos de su protagonista, ahora no hay quien descifre algunas de sus reacciones. Ni él mismo. Tanto adopta la posición de machista como la de un amante dulce con sus parejas. Mezcla la realidad -ambientada en la década de los sesenta- con algún que otro pasaje futurista, a través de un viaje hacia el año 2046 a bordo de un ferrocarril de tonos rojizos.

2046 es un número; un concepto etéreo; la habitación en la que tenía sus encuentros con su único y gran amor, la Zhen Su Li de Deseando Amar y, al mismo tiempo, un año en el que buscar refugio para no salir jamás de él. ¿Cómooooorrrr? ¿Un año para esconderse? Pues eso. Requiebros de la mente de un hongkonés pedante.

Retomar sólo la historia del film anterior no le daba para un largometraje, por lo que el Kar Wai, ni corto ni perezoso, se saca de la manga unos pedacitos insertados a lo Blade Runner y, en compensación, coloca ante la cámara a varias orientales (muy guapas todas ellas) para que vayan trastocando aún más al escritor deprimido. El tipo, en medio de sus pajas mentales, folla con una y más tarde con otra; las trata a patadas y luego, a pesar de estar colgado de su primer amor, acaba prendándose de una jovencita china que tiene sus ojitos (rasgados) puestos en un japonés. Tela marinera. Y el Tony Leung, el actor al que da vida al personaje en cuestión, opta por meter cara de merluza hervida en todos los planos, tanto si pega un polvo como si juega una partida de cartas. Un prodigio; el máximo heredero de Buster Keaton: inmutable al desaliento.

Aún no salgo de mi asombro. Sigo boquiabierto, papando moscas. A lo mejor, mañana la vuelvo a ver enterita, arrodilado en un reclinatorio. Hasta que la entienda, ¡qué caray! Si muchos sabios dicen que es una obra de arte, algo tendrá. Digo yo, vaya... Eso sí, repito: las chinitas están de rechupete. Menos da una piedra.