Ha muerto
Dennis Weaver. Otro símbolo televisivo de mi adolescencia a tomar por culo. El actor dio vida al comisario
McCloud, un palurdo policía rural reciclado en detective neoyorquino. No tenía problemas en aparcar su coche para montar un caballo y cruzar, a lomos de éste, la Quinta Avenida en persecución de un desalmado criminal. Ahora, un cáncer ha acabado con la vida de uno de los actores que alegraban las noches de los domingos, alternándose con otros policías y detectives de nombres populares:
McMillan,
Colombo y
Banaceck, sin olvidar a
Heck Ramsey, un rudo sheriff interpretado por
Richard Boone.
Mistery Murder era el título genérico que englobaba a todas esas series, el sonido de cuya peculiar sintonía nos aproximaba como autómamatas hasta nuestros televisores en blanco y negro.

La muerte de
Weaver me ha transportado, con cierta añoranza, hasta esas entrañables sesiones televisivas.
Rock Hudson,
Peter Falk,
George Peppard, el citado
Richard Boone (algunos de ellos ya desaparecidos también) y el propio
Dennis Weaver conseguían hacer mucho más llevadero el punto final del fin de semana. O, lo que era más penoso. el regreso a la semana escolar. Los lunes, durante la hora del recreo y gracias a todos ellos, teníamos interminables temas de conversación al tiempo que devorábamos nuestros bocadillos de chorizo Revilla: la cabalgata urbana habitual de
McCloud, la insistencia obsesiva
de Colombo presionando al principal sospechoso de un crimen, los desmanes matrimoniales de McMillan y esposa o las brutales deducciones de
Banaceck (más dignas de
David Copperfield que de un detective), nos parecían mucho más interesantes que las delirantes clase de latín con el
padre Calaf (y su sotana apestosa) o las malditas integrales y raices cuadradas del temido
don Vicente.
Spielberg, al igual que nosotros, se fijo en
McCloud, le bajó del caballo y lo sentó en un desvencijado automóvil. Aunque fuera acosado por un camión endiablado, significó una manera excelente de pasar a la inmortalidad cinematográfica.
Descanse en paz.
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