Caca, culo, pedo: los mejores sustantivos para definir el espíritu de uno de los productos más conocidos de la casa Troma, El Vengador Tóxico. Y es que, desde que empieza hasta que acaba, su única y primordial filosofía se basa en ello: caca, culo, pedo; igual que los niños pequeños cuando descubren que, recitando sin parar esas tres palabras mágicas, consiguen poner de los nervios a su abuela. Lloyd Kaufman (co-director, guionista, fotógrafo y productor de la cosa) se ha quedado estancado en esa etapa del crecimiento; poco ha evolucionado el hombre. Y este film en concreto es un buen compendio de lo que significa su estilo cinematográfico, pues la mayoría de títulos de su productora (excepto raras excepciones) son burdos clones de él.
El truco de El Vengador Tóxico se basa en emular al llamado cine basura desde el prisma de la comedia, otorgándole a su filmación y fotografía una apariencia similar a la del cine porno norteamericano de los 70 (a ello se debe la presencia de numerosas chicas de exhuberantes formas). Cuatro desmadrados toques cercanos al gore y cierta incorrección política son los últimos aderezos para acabar de pulir su engendro. El resto no importa. O sea, no hay guión, ni interpretación, ni nada de nada. Sólo una sarta de sandeces metidas en calzador una detrás de la otra.
Tromaville es el escenario geográfico (y ficticio) en el que transcurre el film. Se trata de una ciudad cercana a Nueva York que, con los años y por culpa de su corrupto alcalde, se ha convertido en el mayor vertedero de residuos tóxicos del Estado. El gimnasio es el centro neurálgico de la localidad, lugar en el que un grupo de adolescentes descerebrados tiene por distracción tomarle el pelo al patoso Melvin, el encargado de la limpieza, un joven un tanto deficiente que siempre anda con la fregona a cuestas. Tan lejos llegan con sus trastadas que, durante una de ellas, harán que Melvin caiga de manera accidental en el interior de un bidón que contiene residuos químicos tóxicos.
El rápido efecto de los residuos hará que su cuerpo se transforme en una especie de Hombre Elefante, un monstruo purulento y forzudo dispuesto a erradicar el mal de la ciudad de Tromaville que, con sus actos urbanos, se convertirá en un héroe y un símbolo para la población. El superhéroe cutrón ya está formado.
Una pérdida de tiempo innecesaria; un inmaduro festival de desproporciones descomunales. Una película mala a sabiendas, con lo cual no tiene gracia alguna, por mucho que se esfuerce en sus delirios. Y es que El Vengador Tóxico, al igual que la mayor parte del cine de Kaufman, suena a falsa. Busca de manera consciente la risa del espectador, al contrario de lo que hacía, por ejemplo, Ed Wood quien, con su inocencia, aún hoy en día sigue arrancando carcajadas (aunque sea a modo de befa). Cuanto más exagerada es la propuesta de Kaufman, más logra el beneplácito de sus fans; en este aspecto valgan, como ejemplo, las siguientes situaciones: mata animales domésticos, apalea viejas y atropella a menores de 12 años. Puntos álgidos, todos ellos, en este vengador enganchado al mocho.
Es una pena que tal desaguisado cinematográfico provocara 4 secuelas a cuál más peor, todas ellas unidas por el mismo humor, la misma estética y ese regusto enfermizo por el caca, culo, mierda en cada una de sus escenas.
La Troma tiene sus adeptos. Adeptos que aplauden cada una de sus nuevas películas (destinadas, la mayor parte de ellas, directamente al mercado de los vídeo-clubs), sea cual sea la bufonada que proponga Lloyd Kauffman -un payaso venido a menos y con una enfermiza pasión por la basura reciclada-. Es por ello que, posiblemente, la Troma (en el fondo) tenga un algo que yo no he sabido apreciar. O aún estoy por descubrirlo. Quizás, cuando crezca un poco más, me ría con El Vengador Tóxico.
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