30.10.08

EN RESUMIDAS CUENTAS: Sumas

La Conspiración del Pánico (el patético título español de Eagle Eye, El Ojo del Águila) está basada en una idea atesorada, hace unos diez años, por Steven Spielberg, su productor, quien quería reflejar los inconvenientes de vivir inmersos en una sociedad pautada por férreos sistemas de control. Dirigida por el todoterreno D. J. Caruso (el mismo de la funcional y correcta Disturbia) y contando con su actor fetiche como protagonista principal (el muy de moda Shia LaBeouf), esta es una cinta que, en general (y dejando a un lado ciertos altibajos), cumple a la perfección con las coordenadas básicas del cine de entretenimiento.

Conspiración + El Show de Truman + Maratón Man + 2001: Una Odisea del Espacio + El Hombre Que Sabía Demasiado = La Conspiración del Pánico; una suma, no tan delirante como parece a simple viste, que arma la historia del film. O sea (y dando cuerpo a tal operación): una conspiración gubernamental, de intenciones antiterroristas, que se les escapa de las manos a sus responsables; una sociedad ultra controlada por el ojoquetodolové mediante las nuevas tecnologías; un inocente, metido de lleno en la trama, por el mero hecho de ser hermano de uno de los involucrados; un homenaje (en exceso disparatado) a la locura de poder de ese Hal-9000 nacido de la mente del desaparecido Stanley Kubrick y, a modo de remate final, un toque hitchkoniano en donde, una nota emitida por un instrumento musical concreto, se convierte en un elemento clave dentro de la intriga planteada.


Un entretenimiento que, a pesar de su poca credibilidad argumental, está dotado de un ritmo narrativo acelerado, cosa que hace que sus casi dos horas de proyección se le pasen al espectador como un suspiro. El Labeouf, acostumbrado a interpretar el tipo de personajes rescatados de los thrillers setenteros, cumple con su rol, al igual que ocurre con Michelle Monaghan, su accidentada partenaire en pantalla, mientras que Rosario Dawson (¡por Tutatis, cómo me gusta esta mujer!) y Billy Bob Thornton (con su cara de estreñido a cuestas), sin demasiado esfuerzo, se alzan como los encargados de respaldarles interpretativamente desde el lado de la ley y el orden.

Un film sin sorpresas, agradable y trepidante. Su poca consistencia en el guión y su (molesta) vertiente patriotera y pro yanqui, hacen que se convierta en uno de esos títulos que se olvidan fácilmente a los pocos días de haberlos visto. No molesta pero, al mismo tiempo, no conduce a ninguna parte. Sin lugar a dudas, me quedo con sus referentes.


Algo similar sucede con Babylon, un film realizado por el actor y director francés Mathieu Kassovitz que, al igual que La Conspiración del Pánico, es el resultado de una otra suma (un poco más sencilla que la anterior) en la que intervienen tres elementos clave: Hijos de los Hombres, Blade Runner y El Quinto Elemento. El primero, a causa de la misión que les encomendada al mercenario protagonista (entregar, sana y salva, a una joven que abriga un gran secreto); y los otros dos, por su estética (neoyorquina) futurista, lo afrancesado de algunos pasajes y por lo delirante (y, a veces, cómico) de su argumento.

Lo mejor de la cinta (aparte de la genuina y espléndida voz de Vin Diesel en su versión original) radica en el contraste visual que se ofrece sobre una Rusia devastada y apocalíptica en comparación a una Nueva York colorista, abarrotada de luces de neón y plagada de inmensos y luminosos carteles publicitarios. Al resto, no hay que buscarle tres pies al gato e intentar, dentro de lo posible, disfrutar al máximo con la discreta aventura fantástica propuesta; una aventura marcada, ante todo, por el peligroso viaje que el gigantón Diesel debe emprender, partiendo de Rusia, al lado de una joven y de la monja que la protege.

Su guión, en el que se mezclan la robótica genética con las artes marciales (por algo sale la amiga Michelle Yeoh dando vida a una monja alférez de armas tomar), patina por todas partes. A veces, se precipita y organiza unas elipsis narrativas de lo más incomprensible; otras, se amuerma y se pasa un tiempo inenarrable acarreando con la misma escena (la del grupo de saltimbanquis en un discoteca, sin ir más lejos, tiene su tela).

Un quiero y no puedo en el que, sin embargo, hay que destacar un par de colaboraciones sorprendentes: la de una perversa y arrugadísima Charlotte Rampling (¡quién te ha visto y quién te ve!) y la de un maquilladísimo –y más narizotas que nunca- Gérard Depardieu componiendo, este último, a un villano escapado del "Gang" del Cicharrón. La escena de éste al lado de Vin Diesel no tiene desperdicio. Casi, ella solita, salva al resto de un metraje cargado de artificios y banalidades.

Una película simple y tontorrona, con un añadido en forma de loanza (para variar) a la unidad familiar y al entente entre razas. De lo más barato y banal... pero llámenme iluso pues, en el fondo, no me aburrí ni un pelo. Cosas peores se eternizan en la cartelera… y ésta, por su ingenuidad, está a punto de desaparecer.

28.10.08

Solos en casa

Tierno, emotivo, divertido y fantasioso. No se le puede pedir más a El Nido Vacío, el último film del argentino Daniel Burman y, a mi parecer, hasta el momento, el mejor de su irregular y discutible filmografía.

El Nido Vacío es una película compacta, sin fisuras. Todo cuadra a la perfección. A Burman, en esta ocasión, no se le escapa ni un detalle, a pesar de abarcar cantidad de temas en sólo hora y media. La rutina del matrimonio; el miedo al futuro; el pánico a envejecer; la creatividad intelectual y la consecuente y temida falta de inspiración; la valentía de reconocer los propios errores… Todo ello y más (mucho más) se encuentra en una obra que, tratando cuestiones de siempre, se alza como un trabajo ciertamente original y capaz de alternar, sin altibajos, la comedia con el melodrama... atreviéndose incluso con imperceptibles destellos de musical hollywoodiense.

Al frente de todo, aunque apoyado (en segunda línea) por una espléndida, madura y aún guapísima Cecilia Roth, se encuentra Óscar Martínez, un magnífico actor argentino que, metido al cien por cien en la piel del gruñón y vanidoso Leonardo, le otorga una entidad especial a la película. Vaya, que la película es Leonardo; Leonardo y sus circunstancias: un escritor de fama, agobiado por la monotonía de sus largos años de vida en pareja y preocupado por el inevitable momento en que sus tres hijos alzarán el vuelo, abandonando el nido materno y dejándoles a él y a su esposa solos en casa.

Nadie puede estar por encima de nuestro hombre. Él es como Dios; el doctor House de la literatura. Antisocial, satírico, misógino… Odia las reuniones y las fiestas. Desearía estar a años luz de las pedantes amistades de su mujer. En su cerrado microcosmos, sólo tolera la presencia de un neurólogo y de una dentista, Al primero, un tipo especializado en pérdidas de memoria, lo utiliza a modo de Pepito Grillo; a la segunda, a la odontóloga, la convierte en protagonista principal de sus fantasías sexuales.

Daniel Burman, con su propuesta, juega a ser Woody Allen... y gana la partida por goleada. De hecho, El Nido Vacío, con sus elucubraciones sobre las relaciones humanas a cuestas, se sitúa muy por encima de cualquiera de los últimos títulos del realizador norteamericano, tanto en originalidad como en brillantez narrativa. Troca Nueva York por Buenos Aires, pero echa mano de ese tipo de personajes -intelectuales y a menudo relamidos- que pueblan el universo de Allen. Sus diálogos son ingeniosos: a veces cómicos; en ocasiones hirientes y sangrantes, aunque sin abandonar jamás un elevado grado de ternura en todo lo que expone; un toque, éste, que en sus últimos minutos deviene en una necesaria bombona de emotividad.

El proceso de creación de un escritor analizado por un microscopio de nueva generación. Biopsia hasta el más mínimo pormenor de Leonardo, ese ser engreído y soberbio al que le cuesta un huevo reconocer el amor que siente por los suyos. Un examen delicado y profundo que le convierte en un film sobrio, imaginativo y cautivador. Lo mejor de lo mejor de su autor. Un modo valiente de pasearse entre sentimientos y frustraciones humanas; metiendo el dedo en la galla, aunque sin hurgar para evitar el dolor. Una gozada de película.

Y es que, a veces, productos pequeñitos como éste, son los que hacen grande al Séptimo Arte.

23.10.08

El fantástico que brilló por su ausencia - SITGES 08 (entrega 05 y punto final)

Tal y como les prometí, aunque con un mínimo retraso, remato todo lo referente a la última edición del Festival de Sitges con un breve resumen de lo poco que pude ver este año; una edición en la que ha primado el thriller, e incluso el melodrama, por encima del “fantástico” que siempre (lo de siempre es un decir) debería caracterizar al -desde hace un tiempo- mal llamado Festival Internacional de Cinema de Catalunya. Como diria Carlos Pumares: "¡¿acaso el de San Sebastian es el Festival de Euzkadi?!"

No pude acercarme a las maravillas que cuentan de la película ganadora (el Surveillance de Jennifer Chambers Lynch), aunque ya les avancé que la coreana The Chaser es una pequeña joya policíaca que hará las delicias a los amantes del thriller de este país: morbo a tope, martillazos a cada esquina, cachetes en la cabezota y un excelente dominio de la imagen, la tensión y el suspense, la definen en toda su extensión. Ambas películas formaban parte de la sección oficial fantástico a concurso, al igual que la decepcionante Sexykiller y la patética Santos, dos títulos que fueron complementados con Prime Time, ópera prima española que, de la mano del malagueño Luis Calvo Ramos, acerca al espectador a un nuevo (y futurista) tipo de concurso televisivo, en el cual, sus protagonistas -y a modo de Gran Hermano catastrófico y brutal-, hacen gala, todos ellos, de un pasado tremendamente oscuro: una cinta aburridísima, previsible y dotada de una de las bandas sonoras (firmada por un tal Antonio Meliveo) más repetitivas, molestas y amuermantes de los últimos tiempos. Suerte que, en medio de tanto despropósito, una recuperada Ana Álvarez (esa estimulante mozuela de La Madre Muerta) sigue demostrando que su cuerpo aún está de muy buen ver. Menos da una piedra... como ven, soy de fácil conformar...

Incluir dentro de la misma sección a un producto como Fighter, es casi un insulto a los que, con toda la buena fe del mundo, sueltan sus eurillos para ver una cinta de género ya que este trabajo, dirigido por la danesa Natasha Arthy, tiene un poco de todo... ¡menos de fantástico! De hecho, se trata de un melodrama de tintes sociales en donde la inmigración, junto al retrato de una joven turca con ganas de romper con la cultura machista y totalitaria de su familia, se llevan el gato al agua. Una especie de mezcla (en nada motivada) entre el compromiso cinematográfico de Ken Loach y las bofetadas del Kárate Kid, que obtuvo, de forma merecida (todo hay que decirlo), el premio a la mejor actriz, Semra Turan, una chica que salva a la perfección su papel. Lo del galardón a la tal Semra es algo similar al del mejor actor para Brian Cox, asunto (en nada fantástico) ya reseñado en un post anterior.

Siguiendo en el mismo apartado festivalero, quedé gratamente sorprendido con la primera hora de la coreana Hansel & Gretel, un guiño perverso y sádico al mundo de los cuentos infantiles y a la viciosilla modalidad de transformar a los más pequeños de la casa en los seres más crueles del planeta. Después de su magnética entrada, en su exagerada y rocambolesca parte final, la historia se desmelena hasta extremos casi ofensivos aunque, en general, se salva de la quema gracias a su colorista (y al mismo tiempo gótica y oscura) concepción visual, cosa que no ocurre, ni por asomo, en la desastrosa The Cottage, un híbrido zetoso y de procedencia británica que, iniciándose a ritmo de thriller apayasado y con un secuestro de pacotilla de por medio, termina cayendo de lleno en un absurdo, manido e innecesario homenaje a La Matanza de Texas y similares, con granjero loco y decapitador incluido.

Aparte de ese fallido Transsiberian que ya adelanté en otro post, Anamorph fue uno de los títulos que formaban parte de la sección fantástico fuera de concurso, una desganada historia sobre un serial killer de tendencias góticas y amante de recrear particularísimas escenografías en el lugar de sus crímenes. Más de lo de siempre, sin sorpresas y con demasiados paralelismos (de lo más barato) con las influencias psicóticas y visuales aparecidas en el género a raíz de la inflexión de Seven. Lo mejor del producto se localiza en el inmenso y descarado peluquín que luce un inexpresivo Willem Dafoe, un hombre que cada día me recuerda más a un cruce entre Mike Jagger y Paco Calatrava.

Ubicada en el mismo saco que las dos anteriores se encontraba Mongol, una pesarosa e interminable biografía sobre los años mozos de Genghis Khan que, realizada por el ruso Sergei Bodrov, poco aporta al fantástico... a pesar de que cuatro lumbreras considerasen que la épica de las batallitas insertadas en su dilatado metraje la acercaban, de algún modo u otro, al género en cuestión.


Por mi parte (y dejando de nuevo a un lado a la diarreica Santos), el premio al no va más en aburrimiento y pedantería del certamen se lo ganó, a pulso, el prestigioso guionista Charlie Kaufman con Synecdoche, New York, su debut tras la cámara; la historia de un escritor y director teatral que cae en una depresión provocada por la locura de extrapolar su vida mucho más allá del escenario. Kaufman abusa y reabusa de sus tics y, con tan recalcitrante comida de coco en forma de pez que se muerde la cola, lo único que consigue es crispar los ánimos de una platea dispuesta a perdonarle el más mínimo defecto por mera simpatía. Pero tan abusiva resulta en su cargante propuesta, que pocos le pasarán por alto haber contado con gente como Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener o Emily Watson y no sacarles provecho alguno. Una vergüenza de lo más pretencioso.

Pero no sólo se le fue la bola al amigo Kaufman, ya que, dentro de la sección oficial Meliès a competición, Marc Caro le fue a la zaga con Dante 01. Alejado de la dirección desde que, junto a Jean-Pierre Jeunet, realizara la fallida La Ciudad de los Niños Perdidos, el parisino vuelve a la carga con una de ciencia-ficción que tiene un poco de Alien 3 (nunca del 4, excepto por alguno de sus actores) y un mucho de colgada mística y religiosa. Una tomadura de pelo, llena de planos cortos y asfixiantes, disfrazada de gran proeza filosófica y poseedora de los 3 minutos finales más distorsionados (sonora y visualmente hablando) dentro de los anales del género. Kubrikadas psicodélicas sólo las podía hacer Kubrik, amigo Caro.

Para compensar tanto desatino, el Meliès ofreció Il Nascondiglio (The Hideout), la segunda de las joyitas del festival que, planteada como un gran homenaje al giallo y al cine italiano de terror los 70, demuestra que Pupi Avati, con sus casi 70 años de edad a cuestas (¡qué no es moco de pavo!), se merecería ya la dignidad de clásico entre los clásicos. Sin renunciar a una manera de filmar que a los más vanguardistas les parecerá (sin razón alguna) desfasada, Pupi orquesta un thriller fantasmagórico que, pasando totalmente de efectos especiales y de tecnicismos actuales, opta por lo más simple y efectivo: un buen guión, capaz de abrigar un argumento compacto y sin ocultar referentes. No inventa nada nuevo; sin ir más lejos, la magnífica Al Final de la Escalera, por ejemplo, lleva más dos décadas y medio vigente, pero el hombre lo hace bien, con gusto y artesanía. Un MAESTRO, así, tal cual, con mayúsculas.

La siempre estimulante Famke Janssen también tuvo su rinconcillo en el Festival, aunque a modo de muestra y a través de una tontería de película que atiende por el título de 100 Feet. En ella, una mujer bajo arresto domiciliario y acusada de haber asesinado a su marido, tendrá que enfrentarse al fantasma de éste. Lo de siempre pero, al contrario que en el caso de Avati, Eric Red, su director, lo hace sin gracia y sin gusto. Y lo peor es que la Famke, cuando decide despelotarse, sólo lo hace a medias. Mal, mal... muy mal.

Total, que la nota del festival la puso Abel Ferrara quien, tras ser premiado con una Maria honorífica, cedió su galardón a un camarero del Hotel Melià-Sitges. Éste, orgulloso ante el gesto de su nuevo e inesperado amigo, colocó el obsequio tras la barra, a la vista de todos los clientes. Saquen ustedes sus propias conclusiones... ¿El próximo año aun seguirá Maria Ferrara entre las botellas del local?

19.10.08

Morir y ser feliz, ¡qué gran bendición!

Con Camino, Javier Fesser da un giro total a su estilo y, alejándose de P. Tintos y Mortadelos, se mete de lleno en una historia oscura (y casi terrorífica) en la que el Opus Dei y aledaños se alzan como dueños y señores de la misma.

El punto de partida de Fesser se localiza en el caso real de una adolescente madrileña que, tras su muerte y a petición del Opus Dei, se encuentra actualmente en proceso de beatificación. Camino es el nombre de la niña protagonista; un nombre que, por si mismo, indica la fuerte implicación de sus padres con el Opus ya que, al mismo tiempo, éste hace referencia directa a la obra literaria (por excelencia) de Josemaría Escrivá de Balaguer, santo y desaparecido fundador de una de las sectas religiosas más resbaladizas y polémicas de nuestro país.

Para la trama de Camino, el realizador no sólo se ha basado en el caso concreto citado anteriormente ya que, para su construcción, también recorre a otros procesos similares en los que la religión, el “olor a santidad” y el morbo por el dolor y la muerte, condujeron a sus víctimas y allegados por senderos similares a los que plasma el film.

Ambientada en la España del año 2002, justo 27 años después de la muerte de Escrivá de Balaguer, la cinta recoge el asfixiante periplo por el que pasó la joven Camino desde que se le diagnóstico una enfermedad incurable; una dolencia llena de penurias que irremediablemente la conduciría a la muerte. Una muerte agitada, sin un mínimo de intimidad ni tranquilidad y manipulada, en todos los aspectos, para el insano exhibicionismo de la Obra, del Opus Dei; una entidad que se ve representada, ante todo, por el impagable y rotundo rostro de Jordi Dauder quien en la piel de don Luis, un sacerdote de los gordos dentro de la “corporación”, ofrece todo un magno recital descriptivo de lo que significan las palabras frialdad, maldad y cinismo… aunque siempre en nombre de Dios.

Lo mejor del trabajo de Fesser es la rotundidad crítica con que se acerca a la exacerbación religiosa y la manipulación que ella conlleva, sin tener que recurrir por ello a truculencias y engaños innecesarios. Aquí, en el film, el único embuste válido es el de la religión como gran remedio para todos los males; como opiáceo para anular las mentes y convertir la ilógica de la muerte en una bendición divina… aunque el moribundo sea, como sucede en este caso, una niña de once años de edad que aún sueña en cuentos y príncipes azules.

La cámara del director filma desde la mismísima óptica de la impotencia; desde esa rabia que nace en las tripas y desemboca, a modo de explosión, en el cerebro; desde ese tipo de enojo que aparece ante la imposibilidad de frenar absurdidades enfermizas que se escudan en religiones (y entidades) de lo más obsoleto. Y lo hace como testigo imparcial de unos hechos, reflejándolos tal cual, como si espiara a sus protagonistas a través de una cerradura y, por lo tanto, dejando que el espectador saque sus propias conclusiones. Ante ciertas historias, no es necesario poner más carne en el asador...

La iconografía religiosa como símbolo terrorífico (espeluznante, en este aspecto, la pesadilla de Camino en medio de un cementerio o la estampita necrófila de Bernadette) y la figura de una madre atroz, atormentada y castigada por la vida y, por ello, capaz de buscar la tranquilidad de su espíritu a través del padecimiento, resultan de lo más crudo e inquietante… y aún mucho más si esa madre está representada con total sobriedad por una magistral Carme Elias quien, de tan creíble y con su ciega maldad a cuestas, se convierte en un personaje de lo más repulsivo. Curiosamente, y a pesar de la fuerte presencia de la actriz, con su gran interpretación no anula la espléndida y compleja labor de la pequeña Nerea Camacho, esa niña inocente a la que, muy a su pesar, han convertido en mártir y carne de santidad, tal y como demuestra el magnífico montaje paralelo -jugando entre la realidad y la fantasía- con el que se afronta la imborrable escena de la cantada muerte de Camino.

Una cinta de visión obligatoria; de aquellas que no dejarán indiferente a nadie. Crítica y valiente, furibunda y rabiosa… Algunos dirán que es demasiado larga (más de dos horas y media de metraje): cierto; totalmente cierto. Pero estoy seguro que Fesser, en la sala de montaje, no se atrevió a cortar demasiado… ¡y es que es tan bueno todo lo que cuenta!

Repito: vale la pena acercase al film, a pesar de su innegable dureza y del gasto de Kleenex que ello implica. Y es que nunca, ¡jamás de los jamases!, se debería afrontar la dolorosa muerte de una criaturita como si se tratara de una bendición divina.

16.10.08

Ignorar antes de ver

Estaba convencido que, tras el empuje dado por No Es País Para Viejos a la irregular filmografía ofrecida por los Coen en los últimos años, ésta volvería a remontar con Quemar Después de Leer. Pero no ha sido así. Su nuevo trabajo forma parte del mismo pack en que se encuentran algunas de sus medianías, como la insustancial Crueldad Intolerable o The Ladykillers (ese innecesario remake sobre una de las joyitas de la casa Ealing), por no citar a la incalificable O Brother!.

Quemar Después de Leer es una glosa simplista a las casualidades más rocambolescas. El azar (en este caso, demasiado increíble para resultar creíble), une las aventuras y desventuras de un grupo de personajes que, directa o indirectamente, están ligados a la CIA y a otros cuerpos políticos y judiciales de los Estados Unidos. La clave se localiza en las memorias de un ex analista de la Agencia que caen, accidentalmente, en manos de una solterona en busca de citas a ciegas a través de Internet y de su compañero de trabajo en el gimnasio en la que está empleada, un joven bobalicón enganchado a las conspiranoias. Inocentemente, aunque en busca de beneficio propio, ambos se convierten en los principales instigadores de un corrido de sucesos devastadores cuyos efectos llegarán hasta altas esferas del país.

Es innegable que el numeroso grupo de seres implicados en la trama es ciertamente delirante e incluso prometedor. Una pandilla de tipejos que, tomados de uno en uno, resultan perfectamente reconocibles por sus maneras y por sus actos individuales. Estereotipos, todos ellos, ampliados al máximo en sus delirios, miedos y torpezas (sobretodo en las torpezas). La lástima es que los Coen se detienen aquí, en su presentación: una exposición sugestiva que, a los pocos minutos, se queda en agua de borrajas. Las interrelaciones entre ellos (de pareja, adúlteras, políticas, laborales o, sencillamente, fortuitas) están orquestadas de manera forzada, mientras que las pocas sutilezas que se desprenden de su sencillísimo guión (casi anecdótico), terminan perdiéndose en la inmensidad de un conglomerado de chistes nada iluminados.

El histrionismo es el recurso general con el que la mayoría de actores ha afrontado la construcción de sus distintos papeles; una sobreactuación colectiva que, en muy poco, ayuda al buen funcionamiento de un producto que deambula entre la astracanada y la crítica (light) satírica. Ninguno funciona al cien por cien y todos, del primero al último, parecen tomarse su trabajo con cierto cachondeo, al igual que si asistieran a la fiesta de cumpleaños de un amiguito con fama de gamberro. Total: siempre es un prestigio formar parte del casting de una película firmada por los hermanitos, aunque ésta haya sido realizada a marchas forzadas y en un plazo mínimo (pero suficiente) para cubrir el expediente. Aprovechar el tirón de la excelencia (y de los Oscars) de No Es País Para Viejos, es la única explicación posible a tan desangelado producto.

¿Nunca se han planteado el porqué no acaban de cuajar los films de los Coen protagonizados por George Clooney? Inexplicable, ¿no? Ellos, como realizadores y guionistas, han dado frutos exquisitos; él, como actor e incluso como director, se ha metido en proyectos interesantes. En contrapartida, la mezcla de los tres siempre ha sido decepcionante. Y es que a veces, por mucho que se empeñen, hay químicas que no funcionan.

Personalmente, al terminar la proyección y ante tanta simplicidad (narrativa y visual), me quedé boquiabierto y con la misma cara de niñato imbécil que luce durante todo el metraje un patético Brad Pitt.

15.10.08

Carta abierta al chileno que, con razón, no quiso ser mejicano

En episodios anteriores...:

Todo empezó la semana pasada a raíz de un ¿desafortunado? comentario de Spaulding sobre la discutible calidad de uno de los films que, sin haber visto, formaba parte de la sección oficial fantástico a concurso en la última edición del Festival de Sitges. El director de Santos, la película en cuestión, entró en los comentarios del post pertinente y, en primer lugar (con toda la razón del mundo), dejo claro que él era chileno de nacimiento y no mejicano, tal y como había aseverado erróneamente el despistado responsable de la página.

Lo que ahora sigue, antes de entrar en materia, es un "corta y pega" (tal cual y sin retocar en ningún sentido) del diálogo nacido entre Nicolás López (aka El Dire) y Spaulding (aka Spauld):


“Hey
Primero... SOY CHILENO. No mexicano. Ja. Aunque parezca un solo país con gente de acentro extraño, latinoamerica tiene sus divisiones. Ja.

Segundo... gracias por difundir la peli en tu blog y poner el poster. Pero claro, seria ideal que en vez de poner rumores de pasillos, que la vieras y la apreciaras por ti mismo. Que eso de "dicen que es mala" (¿quien dice eso? ¿el aire?) es muy jevi. En fin. Santos, te cuento, gano el premio especial del jurado en el FANTASTIC FEST y fue elogiada por Harry Knowles de Aintitcoolnews.com, Jordi Costa (le dio cuatro estrellas) y Alejandro Jodorowsky. Asi que...te invito a ti y a todo el mundo que la vaya a ver el 10 de octubre. En las mejores y peores salas del país. Y de nuevo, muchas gracias por hablar de la peli en internet (aunque seria mejor si la vieras) Un abrazo y visita dobleverso.com, donde contamos dia a dia como va la peli. Exelsior!"
El Dire (6 de octubre de 2008 a las 20.21 horas)

Don Nicolás: cambio rápidamente en el post lo de mejicano por chileno. Deben ser cosas de la ingestión compulsiva de frijoles, el otro día, en el Panchito de Sitges... y a uno se le va la bola.

Después de su entrada, prometo ver la película a partir del próximo día 10 y dar cuenta de ella en el blog, a no ser que antes usted tenga la bondad de invitarme en Sitges a un pase privado de la misma (siempre y cuando esté presente Elsa Pataki... )... al que asistiría encantado.

De mi parte, dele recuerdos a Willi Toledo a quien, hace un par de años y en este mismo festival, acerqué al hotel Meliá en coche tras una noche de efluvios colectivos.

Un abrazo, buen hombre.”
Spauld (6 de octubre de 2008 a las 21.28 horas)

“Nadie te va a moler a palo, siempre y cuando des TU PUNTO DE VISTA de la peli y no hagas la mariconeria de andar diciendo "mis amiguis dicen que es mala, no la vere". Ja. Si estuvieras x Madrid te invitaria a la premiere que es hoy.
saluti y suerte con el blog, a pesar de lo bestia, esta divertido.”
El Dire (7 de octubre de 2008 a las 08.54 horas)

“Nuca he dicho que "no la veré". Al contrario, se me escapó en Sitges, y digo que "me armaré de valor" para enfrentarme a su película (pues, aparte del Costa y el Jodorowsky, son muchos, demasiados, los que coinciden... y no precisamente forman parte del "aire") y que la vería en su estreno o en DVD para comentarla.

No se preocupe: solventaré mi "mariconería" y, con o sin Pataki, veré su film justo cuando lo pongan en cartel y daré mi criterio.

¡Jodo! Sí lo dice Jodorowsky... ”
Spauld (7 de octubre de 2008 a las 09.34)

Today

Apreciado Don Nicolás:

Tal y como le prometí, ayer fui a ver su película y, vistos los resultados, aún estoy tremendamente arrepentido de haber malgastado más de hora y media en un fiasco tan tremendo como el suyo.

Según sus propias consideraciones, ahora tengo muy claro que posiblemente fuera el mismísimo “aire” quien me puso sobre aviso de lo malo que es su producto. Le puedo asegurar que ese chivato en forma de fluido gaseoso se quedó corto: mala ni tan siquiera es la palabra adecuada para definirlo. Personalmente me decanto por usar, como calificativo, la misma materia fecal, marrón y pestilente, que esnifa con demasiada asiduidad el personaje de Antropomosco en su film (lo que tiene que hacer el buenazo de Guillermo Toledo para llevarse una rebanada de pan a la boca en tiempo de crisis, ¿no?). O sea, hablando en plata, su Santos es una mierda; una mierda tan grande como un templo. Al fin, y gracias a su insistencia (o insolencia), he podido constatar que esos exabruptos que soltaron varios de los asistentes a su pase en Sitges no eran nada exagerados.

¿Comedia surrealista? ¿Melodrama existencialista? ¿Homenaje al mundo del cómic? ¿Crítica al mainstream? ¿Tragicomedia sobre el fin del mundo?... No le daré más vueltas, no vale la pena. Simple y llanamente me pareció una bufonada que no hay por donde cogerla. Mal filmada (montones de cromas y efectos especiales de baratijo), sin ritmo, pésimamente explicada (sí es que usted pretende contar algo, vaya...) y caóticamente interpretada. Los actores, en su film, se asemejan a esos desamparados parvulitos que, durante en el festival navideño del colegio y desde lo alto de una tarima, recitan versos a sus emocionados familiares y amigos.

Tener la posibilidad de contar con un actorazo de la talla de Sbaraglia y no sacar de él una buena interpretación, es de juzgado de guardia: un claro indicativo de que, a usted, la dirección de actores le patina o no sabe ni lo que significa. Eso sí, no se cortó ni un pelo a la hora de aprovecharse del pobrecillo del Javier Pérez y hacerle engordar más de 14 quilos, para luego, como quien no quiere la cosa, endilgarle un papel tan estúpido como el del Niño Bola. ¿No será que tiene usted también un ramalazo sadomasoquista? Al menos, le compensó el esfuerzo con algún que otro arrumaco con la Pataki, cosa que siempre resulta de agradecer.

Para pillar el sentido de su film no es necesario estar preparado, como ha insinuado algún que otro colega suyo; sólo es necesario estar como una cabra, igual que le ocurre a ese engreido del Jodorowsky que tanto elogia su trabajo. En el fondo -y ya que la tiene tomada en su film con los universos paralelos-, el cine del susodicho y el suyo poseen un puntito que los hermana; un “algo” que se define a través de la presunción y el aburrimiento que ambos desencadenan entre el público.

Siga usted en su empeño y no desfallezca a la hora de defender, a capa y espada, a su estimadísimo Santos. Todos los padres hacen lo mismo con sus criaturas... aunque sepan que alguna les pueda haber salido un pelín tarada.

A tenor de este inicio, a buen seguro y con el paso de los años, su (posible) filmografía acabará siendo tan apolillada y hermética como el de su defensor... aunque espero no tener que pasar de nuevo por el suplicio de soportar otro título suyo como el presente.

Por cierto... es de suponer que, con tantas escenas de plató y cromas de todo tipo, la parte de la subvención del Ministerio de Cultura la debió invertir en ese viajecito a Tokio para filmar cuatro mínimos e innecesarios planos...

Los hay que tienen un morro que se lo pisan... pero usted no es uno de ellos, ¿verdad? Ello, lo del morro, me motiva otro “por cierto”... Por cierto: ayer vi su película de gañote (por eso escribo de cine y cosas así), pero mi santa (fiel acompañante, en lo bueno y en lo malo, como manda Tutatis) soltó sus 7 euros y pico en la entradita... y a la buena mujer aún hoy le dura el cabreo causado por tal inversión.

Un beso en la frente, buen hombre

Spaulding
(un tipo que le tiene en alta estima y que, gracias a sus consejos, ha logrado dejar la “mariconería” a un lado)

P.D.: En lo de que era usted chileno estuvo acertado al cien por cien; tenía toda la razón. Sólo faltaría que venga un gilipollas y le cambie la nacionalidad por sus huevos. Ahí la cagué yo, por no documentarme y creerme el amo del mundo... pero que conste que, con su Santos y las interdimensiones que le rodean, se ha "quedao descansao".

14.10.08

Ustedes lo han querido: BARRY LYNDON

Pues nada, que tras la arrebatadora visceralidad de La Naranja Mecánica, el bueno de Stanley se pasó cuatro años observando -hasta el último detalle- pinturas de la escuela flamenca para, inspirándose en ellas, meterse de lleno en el rodaje de Barry Lyndon, uno de los títulos más soporíferos y argumentalmente vacíos de su carrera.


Empezar hablando sobre Kubrick y su Barry Lyndon de esta guisa, es una manera como otra de ganarme infinidadad de enemigos: militantes y defensores impenitentes, todos ellos, del metódico universo kubrikiano. Pero, simple y llanamente, me importa un bledo. Sería una necedad sin precedentes, por mi parte, catalogar de obra maestra a una película que me ha llegado a aburrir tanto como ésta... y, por si fuera poco, en tres ocasiones distintas. Mucho elegancia en la puesta en escena y en el diseño de vestuario (por algo la oscarizadísima Milena Canonero corría entre bambolinas), pero poquísima chicha (y excesivas pretensiones) en su dilatada y troceada narración.

Las andanzas por tierras europeas, a principios del XIX, de un botarate del nivel del tal Redmond Barry (el mismo tipejo que después consiguiera, tras su ansiada boda, el apellido Lyndon), no me interesan en aboluto; es más, me la trean floja (con perdón). De hecho, y a pesar de ese perfeccionismo irritante con el que el director del 2001 se aproxima (siempre a mucha distancia) a las insustanciales desventuras de su insensato protagonista, la película, en su totalidad, se me antoja un tostón de tomo y lomo.

Poca es la atracción que (para un servidor) merece un personajillo insolente que, a modo de ese estupendo Pequeño Gran Hombre de Arthur Penn, va saltando de rama en rama, a lo largo de tres interminables horas de proyección, para escapar de cuantos conflictos se mete al tiempo que, con sus continuos cambios de camisa, pretende encontrar su lugar en medio de una sociedad tan decadente como él. Un trepa sin sentido alguno; un ser arrogante y pésimamente perfilado, al que un gélido Stanley Kubrick examina sin ningún tipo de minuciosidad y desde una lejanía considerable, siempre desde el otro extremo, sin tan siquiera utilizar unos anteojos para aumentar sus miserias. Y no sólo lo hace con el tal Lyndon, pues aplica el mismo y nulo criterio descriptivo a la mayoría de sujetos que le rodean; tanto es así que, durante la trama, algunos incluso aparecen y desaparecen como el Guadiana.

A él, a ese hombre de cine que muchos han tildado de totalitario cada vez que se colocaba tras la cámara, en definitiva, lo único que le interesaba era el tratamiento de la imagen; el poder repicar cuantos cuadros clásicos le diera la real gana con la única ayuda del objetivo del gran John Alcott y, por defecto, jugar a cineasta de envergadura para rodar, casi por primera vez en la historia del cine, tan sólo con iluminación natural. ¡Olé a los huevos de Stanley! ¡Y olé también a quienes le aplaudieron la chulería!

“¡Qué bonitas son las escenas filmadas a la luz de la llama de las velas!”, sollozaban de placer los hippies de la época; “¡con qué delicadeza ha traspasado el mundo de la pintura al del cine!”, se sorprendían, ojos en blanco, los antepasados de nuestros gafapastas... Incluso, algunos, en pleno orgasmo psicomusical, se atrevieron a engrandecer, sin razón alguna, la falsedad de una machacona y repetitiva banda sonora construida a golpe de composiciones de Mozart, Schubert, Vivaldi, Johann Sebastián Bach y otros por el estilo. Y es que lo de la música clásica, en ocasiones, viste un montón... Y ante tanta grandelocuencia intelectual y artesanal, pocos en su día se atrevieron a gritar a los cuatro vientos que se habían aburrido como nunca con tan tremendo coñazo.

Es la tercera vez que me enfrento a Lyndon. Un duelo que desde 1975 siempre lleva ganando por agotamiento el desaparecido maestro. Carga su arma de tal pedantería que, tras un certero disparo, me tumba durante una larga temporada. Les puedo asegurar que, en esta ocasión, he puesto de mi parte para congraciarme con la cinta de marras y evitar así el disparo letal. Y no hay manera: Barry Lyndon es un peñazo soberbio y con un guión mínimo... pero, a pesar de ello, no puedo esquivar la bala. En realidad, no es más que una anodina sucesión de bellas filminas y contraluces, proyectadas sobre un fondo blanco y apoyadas en una música de empacho. En mi pubertad, sesiones similares (e incluso mejores), endilgáronme los salesianos en el cole y nunca (¡jamás de los jamases!) osé tildar de genialidad a ninguno de esos amuermantes montajes diaposotiveros.

Al pan, pan y al vino, vino. Lo único bueno, en medio de tanta soberbia cinematográfica, es la sosería con la que Ryan O’Neal afrontó el rol de Barry Lyndon, un personaje tan poco expresivo y pasmado como él mismo. O’Neal (uno de los actores más sosos que ha parido Hollywood) está en su salsa; insulsa, pero salsa al fin y al cabo... y es que Lyndon tiene tan poco peso específico como él. Sólo es cuestión de pasear su figura y su inexpresivo rostro por donde mande el jefe, a modo y manera de ánima en pena y a sabiendas de que su amo y señor, el tiránico Stanley, contó con él como puro ornamento con el que ofrecer al espectador un pequeño y humilde toque de humanidad: el truco era situarlo en la esquina más alejada de la fotografía y evitar que se moviera en exceso.

Un tanto de lo mismo ocurre con Lady Lyndon, el papel de Marisa Berenson, una (atractiva) presencia que, debido a su belleza y a su silencio, podría haber resultado ciertamente inquietante si no fuera por la mínima atención que el guión le dedica a ella; por cierto, un guión que fue escrito en solitario por el propio Kubrick sobre la novela de William Makepeace Thakeray.

Irlanda, la Guerra de los Siete Años, la cobardía, el espionaje, la aristocracia carcomida, las crisis (las económicas y las otras), los duelos a muerte, el amor, el desamor, la locura, el engaño, la mentira... demasiados apuntes para no ser conducidos nunca a un final concreto; la mayoría de ellos arrancan, aunque luego se pierden en la inmensidad de un largo y tortuoso camino; otros tan sólo se intuyen, ni siquiera llegan a despegar. Todo sea porque la imagen le quedó maja, de museo... pero sólo la imagen.

Dos años más tarde, en el 77 y sin tanta pomposidad y engreimiento, Ridley Scott, desde Los Duelistas, también se acercó a la misma Europa y a la misma época y, valiéndose de un tratamiento visual parecido, orquestó una historia con pies y cabeza plagada de personajes perfectamente delimitados. Se trataba de una ópera prima y por ello, ciertos resabiados, no le prestaron la más mínima atención... “¡Bah, una copia mala de Barry Lyndon, seguro...!”, insinuaron los más tercos y ultradefensores del cine de Kubrick. 48 meses más tarde, y del vientre del mismo director, nacía una criatura llamada Alien. Fue entonces, justo en medio de tal terremoto cinéfilo, cuando algunos cegatos descubrieron -sin aún reconocerlo del todo hoy en día-, que Los Duelistas es una muy buena película... y que Barry Lyndon, aparte de un peñazo, no es más que una cuidada exposición de fotografía y pintura en forma de celuloide.

Eso sí: ¡pero qué técnica tenía y qué bien filmaba el Kubrick de las narices!

13.10.08

Un final que no es tal final - SITGES 08 (entrega 04)

El pasado sábado finalizaba una de las entregas menos atractivas del Festival de Sitges desde que lo dirige Ángel Sala, un hombre que, hace ya unos años, cuando se puso al frente del certamen, logró recuperar esa necesaria vertiente fantástica que se había casi anulado durante el reinado Gorina, siendo este último, Àlex Gorina, curiosa o casualmente, uno de los integrantes del jurado de esta edición. Una edición, la 41. que, a pesar de la ingente cantidad de películas proyectadas, se ha quedado corta en cuanto al género se refiere. Mucho thriller y cine de suspense, pero, de lo que se dice propiamente fantástico, muy poquito: del malo y soltado a cuentagotas. El Palmarés lo pueden consultar, en su integridad, dándole aquí.

También es cierto que, en esta ocasión, no he podido asistir al lugar al cien por cien. Los diez días que ha durado siempre he estado con un pie entre Barcelona y el Festival aunque, por lo poco que he podido ver (excepto contadísimas excepciones), ha sido para salir pitando. Es de suponer que el film ganador, el Surveillance de la niña de mi estimadísimo David Lynch, tiene empaque y calidad pero, en el fondo, se trata de una (interesante) película policíaca convencional aunque, por lo que me han contado de ella, poco tiene que ver con la sección de cine Fantástico en la cual concursaba. Espero que en noviembre, los amigos del Fecinema (el Festival de Cine Negro de Manresa) tengan a bien recuperarla ya que, en un principio, está sin distribución en España y no querría (por respeto a las canas de Teddy Bautista) convertirme en un delincuente tirando de una mula.

Un tanto de lo mismo ocurre con Red, la película por la cual un excelente Brian Cox ha conseguido el (merecido) premio a mejor actor. De hecho, ésta es una cinta codirigida por Trigve Allister Diesen y Lucky McKee quienes, desde una óptica totalmente melodramática (y no fantástica), se enzarzan en una especie de western crepuscular en el cual la soledad de un anciano se ve agitada convulsivamente por el asesinato de su perro. Un grupo de adolescentes sin escrúpulos y un padre de familia prepotente e influyente, se convertirán en los acérrimos enemigos de un tipo que sólo busca una mínima señal de arrepentimiento por parte de ellos.

De todo y para todos los gustos ha habido este año en Sitges. En particular he disfrutado (¿o sufrido?) de una veintena larga de títulos. Tal y como anuncia el encabezado del post, éste no es el final, en Spaulding’s blog, de la 41ª edición de tal encuentro cinéfilo. Denme una semanita y, sobrepasado el próximo fin de semana, tendrán un esmerado resumen sobre las cintas que he visionado.

Muchos temas quedan aún en el tintero, desde la prometida crítica a Nicolás Gómez (in person) sobre su película Santos hasta ese Barry Lindon que espera turno en el ustedes lo han querido. Y hay que ponerse al día. Tan sólo avanzarles que The Chaser (uséase, Chungyeogja), el ganador del Orient Express-Casa Asia de esta edición, es un thriller coreano tremendamente corrosivo, interesante y brutal; de los de martillo en mano y dale que te pego. Un policía metido a macarra en busca de un asesino de prostitutas. No les digo más: de lo mejorcito de este Sitges 2008 junto con el clasicismo setentero y pupiavatiano de Il Nascondiglio. Ni la una ni la otra tienen distribuidora en nuestro país, por lo que vale la pena que pongan de los nervios al ex cantante de Los Canarios y metan a su burra a caminar. París bien vale una misa.