22.8.17

Cómo destrozar un clásico

En 1971, con El Seductor, Don Siegel realizaba uno de sus mejores films en el que, basándose en la novela de Thomas Cullinan, mostraba una visión muy distinta de la guerra de secesión norteamericana. En ella, un soldado yanqui malherido, era recogido y escondido en una apartada escuela sudista de señoritas, lugar en el cual, entre pasiones y recelos de las jóvenes internas y de la propia directora del lugar, descubría su insano poder de manipulación sobre todas las mujeres que le rodean.

Protagonizada por Clint Eastwood, uno de los actores fetiche del director (quien, con el tiempo, se convertiría en uno de sus alumnos más aventajados), cedía, sin embargo, la mayor parte de la fuerza interpretativa del film al personaje de la directora del internado, una espléndida Geraldine Page quien, con su excelente trabajo, dotaba de una vis tremendamente enfermiza al rol al que encarnaba: el de una mujer amargada y solterona que vivía de los recuerdos de un pasado en el que se avistaba una relación incestuosa con su propio hermano; relación que aquí en España, mediante el doblaje, la censura franquista se encargó de convertirla en una relación marital
.

Una película excelente y contundente en todos sus aspectos: tensa, claustrofóbica, dotada de un inquietante toque de terror gótico y en donde, aparte de Eastwood y Page, brillaban con luz propia Mae Mercer (la criada de color del centro), la pequeña Pamelyn Ferdin (toda una experta en la caza de champiñones), Elizabeth Hartman (la profesora sensible y enamoradiza) y la perversilla Jo Ann Harris (una jovencita seductora y calenturienta).

Uno de esos títulos que nunca me cansaría de repasar.


Ahora, 46 años después de su estreno, Sophia Coppola, desde La Seducción, revisita de nuevo la misma novela de Cullinan, dando su propia visión de la historia y dedicándose más al preciosismo visual que no a exteriorizar esas partes más morbosas y sombrías que dotaban de personalidad al trabajo de Don Siegel.

La cinta, a pesar de su corrección escénica, empieza patinando por culpa de las sosas interpretaciones de Collin Farrell (el yanqui herido) y de una autómata Nicole Kidman en el papel de Miss Martha, esa solterona y amargada directora de la institución; un personaje del que Coppola, al igual que la censura española de los 70, se ha encargado de eliminar el mínimo rastro de su sombrío pasado incestuoso, tal y como también ha hecho con la supresión de la sirvienta de color, un personaje éste casi imprescindible en un producto ambientado en una escuela de señoritas en el Sur de los EE.UU. durante la guerra de secesión.


Al contrario que el título original, la nueva propuesta aburre hasta a las musarañas. No inquieta en absoluto y, lo que es peor, resulta repetitiva en todo cuanto expone, ya que la cinta no avanza casi nada durante su metraje, mostrándose incapaz de mostrar al espectador los motivos por los cuales sus personajes actúan de un modo u otro. Eso sí: cuando llega a su final, éste se me antoja desorbitadamente precipitado (aunque, en este caso, conserve las mismas constantes que las del título de 1971).

Suerte que, para paliar un poco el soponcio general de la función, por allí pululan un par de actrices que están perfectas en sus respectivas interpretaciones: Kirsten Dunst, a la que le sienta como anillo al dedo el rol de mujer enamoradiza, y Elle Fanning, fantástica dando vida a una calientabraguetas de muchísimo cuidado.


Un consejo, pasen del remake y píllense cuanto antes cualquier edición en DVD o Blu Ray de El Seductor de Don Siegel. Eso sí: disfrútenla en su versión original subtitulada ya que, si optan por la versión doblada, se van a dar de morros con el puto doblaje alterado de la época.