30.11.06

EN RESUMIDAS CUENTAS: Una comedieta y una comedieja

Amigos Con Dinero es una comedia sencilla, agradable y con un puntito de cinismo a considerar, que está pasando sin pena ni gloria por la cartelera actual. Su directora y guionista, Nicole Holofcener, una mujer con una amplia experiencia como realizadora televisiva en series como A Dos Metros Bajo Tierra o Sexo en Nueva York, entre otras, en este largometraje hace un análisis (un tanto hiriente) de la sociedad pija norteamericana actual. Para ello reúne a tres parejas acomodadas y con oficios liberales y las enfrenta al problema económico y personal por el que está pasando una amiga en común; una profesora de escuela soltera que, cansada de soportar las diabluras de sus alumnos, deja su empleo para empezar a trabajar como mujer de la limpieza.

El film resulta un tanto irregular, pero la mala leche empleada en la descripción de ciertos personajes y el buen trabajo interpretativo de su elenco artístico, le dan un valor añadido al producto. Ante todo, de Amigos Con Dinero cabe destacar la sobriedad de Jennifer Aniston y el melodramático (aunque cachondo) rol de la siempre perfecta Frances McDormand, una mujer en plena depresión que, al igual que el resto de sus selectos amigos, sana sus penas y aleja sus fantasmas dando una mínima parte de sus ahorros a actos benéficos.


Un Buen Año es el último film de un Ridley Scott en muy baja forma. No se trata de una mala película, pero sí de un producto del montón, típico y tópico, nada apropiado para un realizador con títulos tan brillantes en su haber como Los Duelistas, Alien o Blade Runner. Por si fuera poco, Russell Crowe, su protagonista principal (no hay plano en el que no aparezca), ofrece un recital histórico e histriónico de todo aquello que no debe hacer jamás un buen comediante. El actor da vida a un estresado yuppie londinense, amante de su trabajo y un tanto déspota con el trato para con los demás, el cual, debido a la muerte de un pariente cercano, deberá viajar hasta la Provenza para hacerse cargo de la mansión y los viñedos que le han tocado en herencia.

La historia de Un Buen Año tiene muchas más posibilidades de las que Ridley Scott le ha sacado. Seguramente ello se debe a que no se trata de un director muy habituado a la comedia. Sin lugar a dudas, y con el mismo material entre manos, alguien como Lasse Hallström hubiera conseguido un título mucho más entrañable e incluso emotivo, pues no deja de guardar ciertos paralelismos estéticos y argumentales con Chocolat, sobre todo al tener en cuenta ese tono de fábula onírica con el que ambos están narrados. Y la verdad es que, entre el uno y el otro, hay un abismo.

29.11.06

Volver a empezar por Lazenby


Muchos fans de James Bond pusieron el grito en el cielo por la elección de Daniel Craig como nuevo 007. Debo decir que a mí tampoco me gustaba su imagen de malvado ni las duras facciones del actor inglés. Pero de sabios es rectificar y, una vez visto el film, creo que los productores han vuelto a acertar con la elección del mítico agente secreto. Me explicaré: los responsables de la saga no creo que estuviesen descontentos con Pierce Brosnan, ni mucho menos. El irlandés era un buen Bond pero, tras muchos años de evoluciones y revoluciones del personaje, han querido volver a los orígenes, un retorno al pasado y, para ello, necesitaban cambiar muchas cosas para que, en el fondo, todo quedase igual.

Basada en la primera novela escrita por Ian Fleming en la década de los 50, y debidamente actualizada, Casino Royale nos traslada a la época en la que el agente secreto aún no tenía asignados sus dígitos 00; o sea, su licencia para matar. En el teaser (o aventura inicial), filmado en un sobrio blanco y negro, se nos narra, de forma casi espartana, cómo nuestro héroe obtiene la codiciada licencia.

En este inicio, ya se empieza a intuir el porqué de la elección del actor: han vuelto a un Bond más duro, cínico y, porque no decirlo, más cabrón; lo más cercano posible a Connery, aunque despojándole de la elegancia que lucía el escocés. Han hecho un filme sin concesiones infantiles, sin los gadgets que caracterizaban la serie desde hacía décadas y apenas sin efectos especiales. Las escenas de acción son las típicas peleas y persecuciones en las que lo más importante se localiza en el trabajo de los especialistas. Vemos a un Bond que corre, que sufre, que suda y que sangra (¡sangra mucho!). Incluso, en algún momento, lo humanizan y lo adornan con unos sentimientos que pocas veces había tenido y que, en las ocasiones en que los mostraba, parecía un tanto ridículo (vale la pena recordar, en este aspecto, el patético enamoramiento de Timothy Dalton en 007: Alta Tensión).

Para dirigir el film han vuelto a elegir a Martin Campbell, un funcional director que ya intervino en el debut de Brosnan como 007. Pero lo más importante de esta película se encuentra en su excelente guión, escrito por la pareja Neal Purvis y Robert Wade, los cuales ya tenían experiencia en otras adaptaciones cinematográficas del mismo personaje (Muere Otro Día, El Mundo Nunca Es Suficiente). Además, en Casino Royale, para dotar a la historia de un toque de distinción, ha colaborado con el citado par de guionistas el oscarizado Paul Haggis, director de Crash y guionista de los dos últimos títulos de Clint Eastwood, Million Dollar Baby y Banderas de Nuestros Padres. En este caso, Haggis es el máximo responsable de los chispeantes diálogos del film, los cuales llegan a su más alto nivel de brillantez en el duelo dialéctico entre James Bond y Vesper Lynd (Eva Green), una chica Bond menos espectacular que otras veces pero excelente partenaire del protagonista.

No podían faltar algunos de los personajes habituales de la serie: Judi Dench repite como M y, al mismo tiempo, se descubre cómo conoció Bond a Felix Leiter, el agente de la CIA que, en muchas de sus aventuras, ha sido el amigo y compañero en sus incursiones por las Bahamas, personaje éste que ha sido interpretado (casi siempre) por actores distintos y sobre el que no han tenido el reparo, en alguna ocasión, de cambiarle incluso el color de la piel. De todos modos, eché de menos la presencia de la entrañable Miss Moneypenny y del ingenioso Q.

El film está lleno de homenajes y autoparodias, empezando por la aparición del propio Daniel Craig saliendo del agua y emulando a las mismísimas Ursula Andress y Hale Berry. Los Aston Martin, la marca de vehículos preferida desde años ha por Bond, han sido personificados en el nuevo DBS, aunque con una pequeña aparición del modelo del 64, el mismo automóvil que lucía en Goldfinger.

Capítulo aparte merece la mención del malvado Le Chiffre, un individuo frío y desagradable interpretado por un no muy conocido actor danés, Mads Mikkelsen. Éste inversionista de terroristas debe jugar una memorable partida de póker con Bond, la cual se realizará a través de un juego psicológico muy cercano al de la llamada guerra fría; una guerra fría de la que aún siente añoranza el personaje de M, según muestra uno de los diálogos del film.

En definitiva, se trata de una nueva visión del personaje, ni mejor ni peor, sólo distinta; una nueva visión, amparada por un magnífico film, que marca las bases para nuevos capítulos en los que veremos a un Bond igual de duro pero más cínico y resabiado. El único problema que se le puede achacar a este Casino Royale es su excesiva duración, debida –sin lugar a dudas- a su dilatado final.

28.11.06

Realidad / Ficción... ¿dónde se rompió la frontera?

Esta temporada, el cine español me está sorprendiendo gratamente. Una buena muestra de ello es el último film del catalán Cesc Gay, Ficción, una conmovedora historia de amor que poco tiene a envidiar, por ejemplo, a Los Puentes de Madison, sobre todo en su enternecedora parte final.

Ficción rompe del todo la estructura de sus dos películas anteriores, Krámpack y En la Ciudad, dos títulos mucho más corales y con cierto aire de comedia. Ficción, en el fondo, es mucho más sencilla que éstas, aunqué está dotada de una fuerte carga de sensibilidad muy poco habitual en el cine actual.

La historia que nos plantea Cesc Gay es una historia eterna, de las de toda la vida, aunque contada de una manera muy próxima al espectador, tal y como ocurriría en la vida real con un tema similar. Su protagonista es Àlex, un director y guionista cinematográfico, casado y con dos hijas. Él es un tipo reservado y un tanto tímido. Está pasando un mal momento personal y, en plena crisis existencial, buscará refugio en un pueblecito de los Pirineos para escribir su próxima película, siendo acogido -con tal finalidad- en casa de Santi, un viejo amigo. Allí conocerá a Mónica, una mujer que está pasando unos días de vacaciones en la misma localidad alojada en el domicilio de una amiga en común. Entre Àlex y Mónica nacerá una fuerte atracción plagada de miedos y barreras emotivas.

Ficción es una película lenta; tan lenta como el pausado ritmo de vida de los habitantes de un pueblo alejado de la civilización; una película llena de grandes silencios y de explícitas miradas, en la que los diálogos incluso están entrecortados. Frases que se inician y nunca se acaban. La expresión de sus actores y, a veces, el propio silencio de éstos, son más que suficiente para que el propio espectador pueda terminar esos esbozos de conversación perdidos en la inmensidad de los numerosos espacios abiertos que abriga el film. La naturaleza, en este caso, convertida en uno más de sus protagonistas.

Sus diálogos pueden parecer banales, insustanciales. Es cierto: no son nada profundos. Pero ello no significa ningún defecto de guión; al contrario. Al igual que ocurre en la vida real, cuando dos personas acaban de conocerse y no tienen plena confianza, los temas de los que charlar son difíciles de hilvanar. Ideas y palabras entrecortadas, soltadas al aire para no quedarse mudo, para descubrir que no se está completamente solo; una mezcla dubitativa y tartamudeante de intenciones tras las que se amagan pensamientos mucho más profundos. Diálogos sencillos, como la propia película, alejados de cualquier sintomatología de pedantería. Un gesto de sus protagonistas o un leve roce entre ellos, dicen más que mil palabras.

Y Cesc Gay, en su versión original catalana, aprovecha también para jugar al bilingüismo; un asunto con el que los nacidos en Catalunya y los castellanoparlantes hemos aprendido a convivir, sin estridencias ni malos rollos (a pesar de la insistencia de muchos pepistas en apuntar todo lo contrario). Allí está Santi, el castellanoparlante, para darle pulso a ese puzzle lingüistico con el que nos desenvolvemos habitualmente. Javier Cámara es quién da vida a este personaje, el amigo del alma del deprimido Àlex; un Javier Cámara totalmente controlado en un papel entrañable: un tipo bonachón, comprensivo y siempre dispuesto a utilizar su sentido del humor para seguir luchando.

Ficción no sería la misma película sin la química existente entre Eduard Fernández y Montse Germán. El primero -a través de ese triste director en crisis buscando recuperar la fuerza "pa seguir tirando p'alante"-, retoma ese tipo de interpretaciones modélicas con las que nos sorprendió al principio de su carrera cinematográfica, dejando a un lado esas sobreactuaciones a las que se estaba acostumbrando, de manera peligrosa, en sus últimos trabajos. Ella, Montse Germán -una belleza sin estridencias con un aire a lo Cecilia Roth-, es todo un descubrimiento a tener en cuenta: tras una larga experiencia en el mundo del teatro y las teleseries a la catalana, el film de Gay ha supuesto su primer trabajo para la pantalla grande. Tanto su personaje como su excelente interpretación, convierten a Mónica en una mujer sencilla y tierna; una mujer de la que resultaría muy fácil enamorarse.

Una historia que penetra en el cerebro y en el corazón con una naturalidad pasmosa; una ficción nada imposible; un trance por el que todos podemos pasar (si es que no hemos pasado ya) y una descripción detallista de lo que significa querer amar y no atreverse a amar. La sensibilidad de un cineasta que, de la aparente banalidad, construye una pequeña joya cinematográfica. Un film sensible que rehuye caer en la sensiblería. Una película preciosa (que no preciosista). Un servidor, en sus últimos minutos, notó un fuerte nudo en el cuello del estómago para, a continuación, derramar un par de lágrimas en silencio. Y, es que en el fondo, hasta los más brutotes (a veces) tenemos nuestro puntito de humanidad.

27.11.06

Süskind, Tykwer, Hoffman, Rickman, Whishaw y... ¡el gran y esplendoroso Spaulding!

Hace ya varios años que algunos de los cineastas más reputados del planeta tenían la intención de llevar la novela de Patrick Süskind, El Perfume, a la pantalla grande. Uno de ellos fue el desaparecido Stanley Kubrick y, tal y como ocurrió con esa irregularidad de A.I., Inteligencia Artificial, Steven Spielberg quiso tomarle el relevo y encargarse de su traslación cinematográfica. Incluso, en un principio, corrió el falso rumor de que el realizador de Tiburón tomaría las riendas como productor en el proyecto; un proyecto que finalmente no ha sido producido por él y que se ha encargado de dirigir el alemán Tom Tykwer.

El Perfume: Historia de un Asesino ha sido su título definitivo. Se trata de un film académico, perfectamente realizado y ambientado y con la suficiente dosis de morbo, erotismo y tenebrosidad como para resultar atractivo. Todo en porciones mínimas, en su justa medida, sin pasarse jamás de la rosca, aunque sin llegar nunca a resultar light. Siempre en el punto justo, cocinado al punto. Su primera parte es quizás la más cruel y oscura de todo su metraje, justo en la presentación del personaje de Jean-Baptiste Grenouille, cuando la cámara de Tykwer muestra el nacimiento de éste; una escena visceral y compacta; tan cruda como esos centenares de peces putrefactos que rodean -entre todo tipo de basuras- el cuerpo del recién nacido. Un impacto visual que, al mismo tiempo, servirá a su realizador para que el espectador empiece a comprender el sobrenatural poder olfativo con el que ha sido dotado ese pequeño cuerpecito; un poder nada sorprendente, pues no es de extrañar que el pestazo que suelta el el pescado en vías de putrefacción pueda alterar las membranas olfativas de un bebé.

Y es precisamente en este punto, en el de la percepción de los olores que tan bien describía Süskind en su libro, en donde Tykwer se ha mostrado más brillante e inteligente. Con cuatro pinceladas visuales, en las que cobran un protagonismo especial las aletas nasales de Jean-Baptiste Grenouille y la voz en off de un narrador (John Hurt, a través de una elegante entonación en su versión original), rompe ese mítico pavor a la dificultad de poner en imágenes –y sin recurrir a la idiotez del Odorama- tal sensibilidad olfativa.

El Perfume, por momentos, a parte de ser un film lúgubre y angustioso, en ocasiones (pocas) se decanta por la vía satírica. Un buen ejemplo de ello, se encuentra en la manera de plasmar el modo en que se ven gafados algunos de los personajes que se acercan demasiado a la presencia del extraño Grenouille. Sin ir más lejos, la desaparición brutal e instantánea del maestro perfumista del odorífero protagonista, Giouseppe Baldini (interpretado por un sobreactuado y caricato Dustin Hoffman), tiene su toquecito de humor negro.

No se lleven a engaño y busquen en El Perfume una película de terror al uso. Nada más erróneo que ello. El tratamiento otorgado huye del terror típico y tópico al que estamos acostumbrados, acercándose mucho más al retrato melodramático y psicológico de un personaje atrapado por una obsesión sensorial; la autopsia de un friki en toda regla. Los múltiples asesinatos que éste comete -con la finalidad de lograr el perfume más potente y sensual del mundo-, en general, aunque con alguna excepción como la del primer crimen, ocurren fuera de la visión del espectador. La maldad de Grenouille no es una maldad consciente; él es un enfermo y, por lo tanto y acertadamente, Tom Tykwer no ha creído necesario recrearse en sus pérfidos actos.


Es innegable que, uno de los buenos aciertos del film, es la elección del no muy conocido Ben Whishaw para encarnar al especial olfateador de Süskind. La sobriedad con la que afronta su rol, sumado a su peculiar aspecto físico (sombrío y atractivo al mismo tiempo), le otorgan un carácter ambiguo y misterioso a un personaje frío y parco en palabras; la ambivalencia ideal para su imagen cinematográfica. De hecho, y en contraposición a éste, resulta mucho más terrorífica y odiosa la presencia del magnífico Alan Rickman, un padre marcado por el miedo a que su hija pueda convertirse en una más de las víctimas de Grenouille, siempre rodeado por las vitriólicas fuerzas vivas de la ciudad de Grasse y dispuesto a todo para saciar su rabia. La maldad y la bondad enfrentadas de nuevo en el Séptimo Arte, aunque en esta ocasión se trate de un enfrentamiento totalmente ambivalente. ¿A qué lado real se encuentra el bien y a cual el mal? Difícil decantarse.

De todos modos, el mejor acierto de la película se encuentra en el debut cinematográfico de un actorazo inmenso; de un nuevo Marlon Brando del que Tykwer comete la torpeza de no mostrarlo en pantalla más de veinte segundos seguidos y a través de un par de planos lejanos y un tanto desenfocados. Se trata de un tal Spaulding, un tipo orondo y atractivo que muestra (a pesar de esa lontananza visual) sus grandes dotes interpretativas y que, en este caso, ejerce de doble del actor David Calder, el obispo de Grasse, justo en una escena en la que se desarrolla una especie de orgía colectiva. Para Calder, los primeros planos a todo detalle; en cambio, para el fabuloso Spaulding, los planos generales. Y lo más triste es que además, esta prometedora escena de la orgía (tan cacareada a priori y orquestada por La Fura dels Baus), acaba resultando lo más flojo de un producto correcto e interesante que, por otra parte, potencia a la ciudad de Barcelona como un excelente plató cinematográfico.

Estoy esperando su lanzamiento en DVD para detener la imagen y disfrutar -durante horas enteras, fotograma a fotograma y con la ayuda del zoom- de las piernas rollizas de Spaulding y, ante todo, de esa mujer desnuda que tiene montada sobre él.

26.11.06

Con taras y a lo loco por Lazenby

Tras ver la última película de Joaquín Oristrell, Va A Ser Que Nadie Es Perfecto, sólo se me ocurre una palabra, y ésta es decepción. Con los antecedentes del equipo técnico y los comentarios que había escuchado, me esperaba más, bastante más. En principio, y ya que la venden como una comedia, pensaba reirme bastante, cosa que sólo ha ocurrido en las primeras escenas, durante la presentación de los personajes. Una vez superado el factor sorpresa inicial, es cierto que los tipos caen simpáticos, pero ese no es motivo suficiente para construir un film de más de 90 minutos.

La historia va de 3 amigos: Carlos (Fernando Tejero), un ciego vendedor de cupones; Rubén (Santi Millán), sordo y mujeriego -¿cuando se quitará el ex de La Cubana su etiqueta de ligón y guaperas?- y Dani (José Luis García Pérez), cojo y pendenciero. Los tres pasarán una noche entera celebrando la despedida de soltero del primero, el cual ha de casarse al día siguiente con su novia de toda la vida.

El personaje de Dani es el alter ego de su guionista, Albert Espinosa, famoso sobre todo por escribir el libreto de 4ª Planta, la magnífica película de Antonio Mercero basada en sus vivencias infantiles, justo cuando estuvo ingresado en un hospital afectado por un cáncer. En Va A Ser Que Nadie Es Perfecto, Espinosa sigue contando anécdotas propias y de su mundo, pero le falta la frescura y el sentimiento que puso en su primer guión. Hay escenas que pueden sorprender o parecer irreales –como la visita al cementerio en el que Dani tiene enterrada una pierna- pero personalmente, al haber oído entrevistas con el escritor sobre el film en distintos medios de comunicación, éstas me dejaron con una fuerte sensación de dejà vû. Evidentemente que sus personajes son chocantes: un ciego cinéfilo y un sordo discotequero podrían dar de sí muchísimo más, pero nunca pasan de ser una mera anécdota.

Viendo el film, tuve la sensación de que ellos se lo pasaron en grande rodándolo y que, en muchos momentos, se olvidaron incluso de los personajes que interpretaban, dando rienda suelta al cachondeo. En este despiporre han invitado a amiguetes como Nacho Vidal para que interprete a un portero de discoteca, mientras que el propio Espinosa también se ha apuntado como oficiante de la ceremonia religiosa. Esta percepción de jolgorio se muestra muy claro en los títulos de crédito finales, en los cuales todo el equipo técnico -y cuando digo todo quiero decir TODO– canta y baila de forma desenfrenada, en plan fin de fiesta. Pero triste es que en la fiesta se lo haya pasado mejor la orquesta que los "invitados" (invitados entre comillas, de los que pasan por taquilla, claro está)


Posiblemente, el máximo responsable de su irregularidad sea el director, un Joaquín Oristrell que, entre todos, quizás hayamos encumbrado en demasía, ya que su filmografía como realizador (Novios, Inconscientes) deja mucho que desear; mejora dentro de lo irregular como guionista (Alegre Ma Non Troppo, Mi Hermano del Alma, Africa) y se le recuerda, con más agrado, en su faceta como productor de los films de Manuel Gómez Pereira (Boca A Boca, El Amor Perjudica Seriamente la Salud y ¿Por Qué le Llaman Amor Cuando Quieren Decir Sexo?)

25.11.06

Amici miei

Otro de los grandes nos ha dejado esta semana: Philippe Noiret, un ilustre del cine francés; un actor todoterreno; una bestia de la interpretación; un rostro afable que, con los años, acabó convirtiéndose en uno más de mi familia cinéfila. Ir a ver una película y descubrir a Noiret asomando su inmenso corpachón en ella, se convertía en una alegría inusual para quien esto escribe. Era una sensación maravillosa, similar a la de reencontrarse con un pariente cercano o un ser amado al que hacía tiempo le hubiese perdido el rastro. Y siempre, abrigado por la oscuridad del cine y envuelto por el olor a ambientador barato y a palomitas, me contaba, entre susurros y en dolby estéreo, todas aquellas aventuras y diversas profesiones por las que anduvo metido durante tanto tiempo fuera de casa.

Sé que uno de sus mejores empleos fue el de proyeccionista en un viejo cine de pueblo; más tarde, tras pasar por una época excesivamente misógena al lado de Jean Rochefort, intentó probar fortuna como poeta, época en la que inició una gran amistad con un cartero de buena pasta. Aunque de todas sus experiencias, la que recordó siempre con mejor agrado es la de una bacanal orgiástica (y letal) que compartió, mano a mano, con Mastroianni, Piccoli y Tognazzi. Y es que, en el fondo, el bueno de Noiret, ¡por suerte!, siempre se dejaba llevar por las malas influencias.

Desde que en 1975 le descubriera dando vida al gamberro personaje de Giorgio Perozzi en Habitación Para Cuatro (el insólito título español de Amici miei), supe que jamás podría desembarazarme de una presencia como la de Noiret. Al igual que él en ese film, me hubiera encantado realizar algunas de sus hazañas junto a mis amigos de corrererías. Siempre he soñado con emular las gansadas que realizaba al lado de gente como Tognazzi o Adolfo Celi.

Ayer me dijo adios. Yo le contesté con un simple au revouir. Esta misma tarde, para recordarle mejor que nunca, voy a cumplir una de las mayores fantasías de mi vida. Llamaré a mis colegas y, con ellos, nos plantaremos en el andén de la barcelonesa estación de Francia y, desde allí, al igual que hizo Noiret en su día, despediremos a los viajeros del tren.

25 de noviembre: Día Internacional de la Violencia de Género (silent post)

24.11.06

Nuevo en esta plaza: Lazenby

Actualizar a diario un blog como éste resulta a veces una ardua tarea. Ir al cine, repasar alguna película en DVD, ordenar mi colección de vídeo y hacer un mínimo de vida social (cosa que cada vez se me hace más cuesta arriba), dificulta el redactado y montaje, cada día, de un post. Como mi intención no es abandonar el enclave y seguir adelante hasta que mi cuerpecito serrano me diga ¡basta!, he ideado una solución para seguir manteniendo el ritmo que hasta ahora tenía la bitácora. Es más: más que mantenerlo, aumentarlo, pues en los últimos meses, por desgracia, las actualizaciones no han podido ser tan continuadas como antes.

Es por todo ello que Spaulding’s blog se ha buscado un colaborador; una especie de becario al que putearé cuando menos se lo espere y al que obligaré -como si se tratara de un esclavo- a encargarse de la actualización de la página en esos días en los que la pereza o la falta de tiempo me sumen en un oscuro pozo sin salida. En pocas palabras: me he buscado un colaborador que se deje someter a mi prepotencia y que asuma, con total disciplina y sumisión, mis ansias de autoridad.

Hablando en serio, les aseguro que se trata de una persona estupenda. Un hombre al que conozco desde hace la friolera de casi 3 décadas y con el que he compartido vivencias inolvidables, empezando por esos (largos) años en los que ambos nos sentábamos ante un micrófono para realizar un entrañable programa radiofónico sobre el mundo del cine. Un tipo cuya cabeza, al igual que la mía, está llena de imágenes cinematográficas. Ustedes lo pueden haber tratado, en más de una ocasión, a través de los comments, en los que firmaba con las siglas JB. O sea, James Bond, uno de sus ídolos del cine de acción.

No es de extrañar que, para debutar en Spaulding’s blog, haya optado por adoptar el nombre de Lazenby. Su sentido del humor es tan cáustico y gamberro que ha elegido el apellido del actor más pupas que haya encarnado jamás a 007; el australiano que sólo protagonizó una de las entregas de la mítica serie de la cual, precisamente hoy, se estrena un nuevo capítulo, ese tan esperado Casino Royale del que Lazenby, con lágrimas en los ojos, me ha suplicado le deje hacer la crítica. Una súplica que, como buen dictador, aún estoy estudiando.

Estoy seguro que sus sabias colaboraciones -que irán cayendo poco a poco en el blog- no les van a defraudar. Al mismo tiempo, espero acojan a Lazenby con la misma hospitalidad que demostraron conmigo. Piensen que, sin él, la bitácora me acabaría desbordando y, sin lugar a dudas, su pequeña (y necesaria) ayuda servirá para que, como mínimo, pueda reducir un poco el nivel de mi medicación y disfrutar, de vez en cuando, de un día de asueto.

Durante este fin de semana debutará en Spaulding’s blog. Y, en lugar de con Casino Royale, me parece que lo hará a través de un título español de la cartelera actual. Como ven, al igual que un servidor, se trata de un tipo masoquista. ¡Cine español, por Tutatis! Estén atentos, pues entre el sábado o el domingo, Lazenby, cuando deje de abrazar la farola de la foto de la derecha, colgará el primer post de su vida.

Y, para que sepan a que atenerse y con quién están tratando en cada momento, los escritos que cuelgue Lazenby estarán diferenciados de los míos. Para marcar esa diferencia, irán firmados con su nombre tras el título de cada post, al contrario de los de un servidor.

Nada más. Tan sólo decirles que no respondo de los criterios de Lazenby, pues a duras penas puedo hacerlo de los míos. Y asegurarles que sé positivamente que, en más de una ocasión, voy a discrepar totalmente de sus opiniones. No me cortaré en demostrarlo a través de los comments. ¡Vaya uno soy yo! Hace mucho tiempo que nos conocemos: el tiempo más que suficiente para saber, a ciencia cierta, de que pie calza ese australiano maldito... aunque a veces, ante según que títulos, parece que calcemos el mismo número.

Denle a Lazenby una bienvenida fastuosa, tal y como se merece.

Off Topic

A veces, uno se avergüenza de su propia familia ¿Se pueden creer que, navegando esta mañana por Internet, me he dado de bruces con esta foto?

Él es absence, mi cuñado, el padre de una bella criatura y marido de mi querida hermana. Y ese hombre, el tipo que está defecando ante la cámara con un zapato en su mano izquierda, es un inconsciente. Y mi pobre hermana, la muy santa y sacrificada mujer, esperando otro bebé fruto de la relación con ese enmascarado cagón. Pero señores, ¿qué educación puede darle, un tipo así, a mis sobrinos? Cualquier día de estos, voy y lo incapacito.

Me voy a tomar la medicación.

23.11.06

En Kazakistán también tienen un reportero Tribulete, que en todas partes se mete


Borat Sagdiyev es un tipo humilde, antisemita, un tanto burdo y vecino de una pequeña y ruinosa aldea del Kazakistán, cuya máxima aspiración en la vida (aparte de follar con cuantas más féminas mejor) es la de convertirse en afamado reportero al servicio de su gobierno. En compañía de un orondo colega -que le asistirá en calidad de productor- y armado de una cámara, partirá hacia los EE.UU. para realizar un documento que analice las costumbres sociales y políticas del país para después amoldarlas a su propia nación. A pesar de que, según sus propias palabras, teme viajar en avión “por miedo a que los judíos planeen otra masacre como la del 11-S”, acabará utilizando ese medio de transporte para desplazarse hasta Nueva York, aunque realizando los viajes posteriores por el interior de la tierra de George Bush en una pequeña y desvencijada furgoneta. Una vez instalado en Manhattan, haciendo zapping en la televisión de su hotel y tras descubrir un episodio de Los Vigilantes de la Playa, decidirá cambiar las intenciones de su misión para marcase una nueva meta personal: conseguir, al precio que sea, el cuerpo plastificado de Pamela Anderson.


En breves palabras, ésta es la idea principal de Borat, una especie de falso documental que, siendo una producción norteamericana dirigida por Larry Charles (uno de los responsables de la serie Seinfeld), finge ser, desde sus títulos de crédito iniciales, una película pagada por el gobierno de Kazakistán. Pero, al contrario de lo que ocurre con otros falsos documentales, en éste se mezclan escenas reales con otras simuladas. Y, cuando digo reales, me refiero a todas aquellas en las que el actor-cebo que da vida al torpe periodista kazaki, se presenta como tal ante todo tipo de personajes de la sociedad norteamericana. Algunos de ellos descubren el juego de Borat y le siguen la broma; otros, como ocurre con un grupo de feministas radicales a las que entrevista, se le acaban rebotando e incluso abandonan el plató de rodaje. De todos modos, uno de los momentos álgidos de la cinta es aquel en el que, durante un rodeo californiano y ataviado con la bandera yanqui, tras dar apoyo público a Bush por su sed de venganza mediante la guerra de Irak, entona el himno norteamericano adaptándolo a la peculiar letra de su país natal: la cara de alucinados del público presente no tiene desperdicio; es de pura antología.

Borat es una película gamberra al cien por cien. Una bufonada mayúscula que se pasa la consigna de lo políticamente correcto por el forro de la americana. No deja títere con cabeza. Judíos, políticos y deficientes mentales reciben su palo correspondiente a través de la muy particular guasa del tal Borat. Su mala leche no tiene fronteras. Sus disparos están envenenados por el mal gusto, pues la escatología es la principal fuente de inspiración de un periodista colado por los huesos (y la silicona) de la Anderson; una escatología que empieza por sus propios calzoncillos de rejillas (que lava en un lago del mismísimo Central Park) y termina con una sabrosa cena en compañía de un reducido grupo de gourmets de la jet set. En Borat, nadie está a salvo de Borat: ni el propio Borat (y valga la redundancia).

El problema del film de Larry Charles es que, en su última media hora, empieza a cansar. Todo está dicho y redicho en sus 60 minutos anteriores. Y, lo peor es que, en esa parte final, cae totalmente en la astracanada. Si hasta ese momento, el humor burdo utilizado por sus guionistas estaba controlado y funcionaba a la perfección, con el desmadre y la subida de tono utilizada en su último round se rompe un tanto la fuerza torpedera de la película. Una hora hubiera sido ideal para un producto como éste. Y una hora en la que se podría haber potenciado aún más la presentación de los personajes de la aldea natal de Borat que, en el fondo, es lo mejor de la cinta. Hacía tiempo que no me reía tanto en un cine con la sorpresiva presentación del pueblo y de los vecinos del reportero kazaki. Una manera delirante de entrar en materia y de presentar a un personaje en su hábitat natural.

Una comedia destructiva, con muy pocos límites y un actor espléndido, Sacha Baron Cohen, capaz de hablar a la perfección un jocoso pero pésimo inglés de manera macarrónica, muy a lo Kazakistán. Es por ello que les recomiendo que la vean, si tienen ocasión, en su versión original subtitulada. Me temo que en su doblaje español, como suele ocurrir con este tipo de productos, se hayan pasado un tanto de rosca. Ojalá me equivoque.

22.11.06

Ustedes lo han querido: EL HOMBRE QUE PUDO REINAR

John Huston, Michal Caine, Sean Connery y Rudyard Kipling. No es de extrañar que, con esa mezcla de nombres, El Hombre Que Pudo Reinar sea uno de los títulos con el espíritu más romántico y aventurero de la década de los 70. Un título ya mítico y clásico que apareció, precisamente, en una época en la que el género de aventuras parecía bastante denostado. John Huston volvió a recuperarlo con una fuerza inusual, mediante un derroche de imaginación excelente en el que se combinaban, a la perfección, la elegancia de su realización con el exotismo del tema planteado.

El Hombre Que Pudo Reinar aglutina la mayor parte de los motivos recurrentes en el cine del realizador. Al igual que ocurría en El Tesoro de Sierra Madre, sus dos protagonistas son los típicos perdedores que poblaron el universo del director; un par de infortunados, obstinados en la realización de un sueño imposible. Un maravilloso canto a la amistad humana y, al mismo tiempo, un retrato hiriente de la obsesión por el poder y la locura que éste comporta a quien llega a palparlo por primera vez.

Pearchy Carnehan y Daniel Dravot. O, lo que es lo mismo, Michael Caine y Sean Connery, dos actores como la copa de un pino que, en esta ocasión, demostraron tener una química excelente entre ellos. Pearchy y Daniel para los amigos; un par de rufianes con un cínico sentido del humor a sus espaldas; casi, casi, como si Groucho y Chico Marx se hubieran disfrazado de militares al servicio de Su Majestad Británica. Su favor como soldados del ejército británico en la India ya ha dejado de interesarles. No respetan a nada ni a nadie; sólo a los que, como ellos, pertenecen a la Hermandad, a la masonería. Por eso resulta hasta lógico que eligieran a otro masón, el prolífico escritor Rudyard Kipling (un magnífico Christopher Plummer), como testigo de sus intenciones. Ante él y como si se encontraran en Una Noche en la Ópera, firmarán un contrato particular en el que se reflejan los puntos y bases de la empresa que ambos están a punto de iniciar: viajar hasta el mítico y peligroso país de Kafiristán para convertirse en monarcas del mismo.


Éste es el punto de partida de uno de los productos más compactos de John Huston; una cinta que, curiosamente en su día, fue maltratada e incomprendida, en todos los sentidos, por crítica y público. Una película maldita que, con el paso de los años, ha demostrado conservarse más fresca y actual de lo que muchos pretendieron con su desprecio. Una obra maestra del género en la que la comedia, la aventura y el melodrama forman un cuerpo único y en la que no se hacen de rogar las referencias a otros títulos anteriores de coordenadas similares. En el espíritu de la cinta están presentes, entre otras, la esencia de Gunga Din, Tres Lanceros Bengalíes o Kim de la India.

Basándose en una historia de Rudyard Kipling (escrita cuando el escritor ejercía de corresponsal en la India), John Huston y Gladys Hill escribieron el guión de El Hombre Que Pudo Reinar al alimón. Un guión cáustico e insolente, como sus dos personajes principales; dos personajes que no acabarán de madurar hasta que no descubran el horror en sus propios cuerpos. Una aventura alucinada, en donde la locura, la religión y la violencia están a la orden del día. Surrealistas partidos de polo, en donde cabezas humanas seccionadas sustituyen a la pelota habitual, son el festejo de un pueblo cruel al que piensan redimir: una imagen, ésta, que formará parte imborrable de la memoria cinematográfica.

Las claves del cine de Huston al completo. Él, en compañía de Humphrey Bogart, se embarcó en la caza de un elefante blanco; Pearchy y Daniel, hicieron lo propio aunque en busca del delirio de los dioses. La utopía como meta en una historia en la que la fidelidad entre amigos queda patente en todo momento, así como la sed de poder y la muerte como amenaza constante. Una obra única e insuperable que, sin lugar a dudas, animó a otros cineastas más jóvenes a retomar el género de nuevo, aunque fuera a través de un plano totalmente diferente. Cinco años después de su estreno, Spielberg iniciaba el rodaje de una de sus mejores películas, En Busca del Arca Perdida. La aventura, por fin, volvía a aposentarse en las pantallas de todo el mundo.

21.11.06

The Long Goodbye

Robert Altman. Un autor de los que casi ya no quedan. Un autor capaz de amoldarse a los nuevos tiempos. La clara definición del outsider, al margen siempre de la industria más potente. Uno de los grandes. Y, al igual que la mayoría de los grandes, capaz de lo mejor y de lo peor. Pero siempre con ese toque personal e incisivo que caracteriza a sus películas. Su extensa filmografía habla por sí misma. Ayer nos dijo adiós; un largo adiós. Y lo hizo cuando aún falta por estrenar en nuestro país su último film, A Prairie Home Companion, una de sus particulares miradas, a través de la música, a las modas, usos y costumbres de los EE.UU.

Nashville queda ya en el recuerdo, al igual que la acidez de M.A.S.H. o Un Día de Boda, dos trabajos estos que, en parte, marcaron las directrices de su carrera. Las historias corales le fascinaban y, con ellas y matizándolas, casi inventó un nuevo género -imitado a posteriori por jóvenes directores-, en el que añadió el cruce de varias historias y personajes distintos a su habitual toque coral. The Player (pésimamente traducida en España como El Juego de Hollywood) y Vidas Cruzadas son los mejores ejemplo; dos obras maestras en las que el realizador volcó toda la sabiduría cosechada durante una vida entera dedicada al cine; dos cintas vitriólicas y de regusto amargo, capaces de mostrar la miseria del ser humano sin ningún tipo de tapujos.

Visitó diversos géneros, desde el western al cine negro: Los Vividores y Un Largo Adiós, respectivamente, son dos excelentes muestras de ello. Y no se cortó ni un pelo a la hora de llevar productos imposibles a la gran pantalla, como ocurrió con la fallida (pero curiosa) adaptación de Popeye o la alucinada e insoportable historia de Buffalo Bill.

Gosford Park fue su última gran película; una película en la que, ese americano nato de Kansas City, fue capaz de diseccionar a la aristocracia británica mejor que los propios ingleses.

Robert Altman: ¡Salud, buen hombre!. Y descanse en paz, que nosotros seguiremos recordándole a través de su cine.

20.11.06

Dos terrorcillos más (y punto final)

Lo prometido es deuda. Tal y como les dije hace unos días, ya les he dado un repaso a los dos capítulos que me faltaban de Películas Para No Dormir, la serie coordinada por Chicho Ibáñez Serrador inspirada en la vieja Historias Para No Dormir y que en el caso que ahora nos ocupa, debido a las entregas de Paco Plaza y Enrique Urbizu, sería mejor rebautizarla como Peliculitas o Terrorcillos Para Ayudar a Dormir.

Cuento de Navidad es el episodio firmado por el valenciano Paco Plaza. Ambientado en los años 80 en un pueblo de la costa catalana, sus principales protagonistas son cinco niños que -pasando sus vacaciones navideñas en el lugar-, vivirán una experiencia terrorífica en la que se verá involucrado una peculiar Mamá Noel y que tendrá su punto culminante en un parque de atracciones desierto.

La idea es buena y podría haber resultado interesante, pero su guión pierde agua por todos lados. El truco de utilizar un parque vacío como elemento terrorífico no es nada nuevo, aunque es innegable que bien utilizado poseería su gancho visual e inquietante, cosa que no ocurre en este caso. Un claro y delirante homenaje a las películas de Jess Franco (con la presencia incluida de Loquillo), el recurso narrativo de no mostrar jamás el rostro de los adultos –a excepción del de Maru Valdivielso- y la presencia, siempre de agradecer, de la citada actriz, es lo poco destacable de un film ciertamente desangelado y sin fuerza alguna. El uso y abuso de iconos televisivos de los 80 y la pésima interpretación de los cinco niños protagónicos (entre los que se encuentra Ivana Baquero, la pequeña Ofelia de El Laberinto del Fauno), acaban de desmantelar el olvidable producto.


Con Adivina Quién Soy, Enrique Urbizu ha dirigido (a mi entero parecer) el peor de los seis capítulos de la serie. Ésta es una película igual de vacía que su propia escenografía, llena de calles desérticas e interiores fríos y herméticos. Vacía y además truculenta. Aburrida y lenta hasta la saciedad, en ella el realizador vasco urde un risible e insostenible homenaje a tres films de culto para los amantes del fantástico: Nosferatu, La Matanza de Texas y La Noche de los Muertos Vivientes. Y, por si fuera poco, se atreve a convertir a José María Pou en una especie de profesor Van Helsing, un cazavampiros urbano tan ridículo como patético.

La historia se centra en una niña de ocho años, la hija de una aún atractiva mujer que trabaja como enfermera en un centro hospitalario. La pequeña, dotada de un gigantesco espíritu friki, se pasa el día pegada a la pantalla de su televisor, viendo películas gore y tragándose noticias sobre sucesos sangrientos. Su exacerbada imaginación convertirá a sus invisibles compañeros de juegos en Nosferatu y Cara de Cuero. Como era de esperar, al final, con tanto frikismo de baratijo, a Urbizu (y a la niña) se les acabará escapando la película de las manos.

Lo más triste de Adivina Quién Soy es ver a un pedazo de actor como José María Pou salvando lo mejor posible uno de los roles más grotescos que le ha tocado interpretar. “Lo que tiene que hacer uno para ganarse la vida honradamente, Dios mío...” es lo que parece múmurar, para sí mismo, el propio Pou en una escena en la éste balbucea unos rezos inaudibles.

Películas Para No Dormir: una serie que prometía mucho y que, finalmente, ha dado muy poca chicha. Una pena.