8.11.06

En las Antípodas de la familia Ingalls

Hay familias y familias. Y precisamente a la familia Hoover, la que protagoniza Pequeña Miss Sunshine, no se la puede considerar una familia normal. Todos sus integrantes parecen escapados de una película de John Huston. Del primero al último, son perdedores natos. El abuelo, a su avanzada edad, ha decidido empezar a esnifar heroína, mientras que su hijo, Richard, intenta colocar en el mundo empresarial y a toda costa un master que ni él mismo –con su patética existencia- se cree: como convertirse en triunfador en tan sólo 10 pasos. Su esposa, Sheryl, es el miembro más sensato del hogar, aunque tiene que repartir sus preocupaciones y atenciones entre su senil padre, su propio marido y sus dos hijos: un joven que ha realizado la promesa de no volver a hablar jamás y una niña que, a pesar de no poseer un físico muy agraciado, está dispuesta a ganar un concurso de belleza infantil. Por si ello fuera poco, la estresada Sheryl tendrá que asumir también en su casa a Frank, su propio hermano, el cual acaba de salir del hospital tras haber realizado un intento de suicidio.

Éste es el punto de partida de una comedia ciertamente ácida; de una acidez que, en ciertos aspectos, recuerda al cinismo con que Billy Wilder bañaba a muchos de sus productos. Un excelente ejemplo de cómo combinar, sin estridencias, la tragedia con la comedia. Y es que, tal y como dejan bien claro sus dos directores (el matrimonio compuesto por Jonathan Dayton y Valerie Faris), el melodrama no está reñido con el sentido del humor. Aunque, como ocurre en el caso de Pequeña Miss Sunshine, éste sea un humor corrosivo y, por momentos, negro; muy negro.

El viaje familiar, a bordo de una destartalada furgoneta para asistir al concurso de misses infantiles a celebrar en California, será la excusa ideal para disfrazar al film de road movie. Una road movie, llena de paradas accidentadas, en la que poco a poco se irán desvelando las claves más íntimas de cada uno de sus protagonistas. Una mirada totalmente distinta de la familia a la que nos tiene acostumbrados, en los últimos años, el cine más edulcorado made in USA. El toque destructivo que impregna a la relación entre los distintos miembros del núcleo familiar resulta de una estoicidad inenarrable, a pesar de que, entre algunos de ellos, nazca un sentimiento recíproco de ternura, respeto y comprensión, tal y como ocurre con el abuelo y la pequeña Olive o con el joven enmudecido y su tío suicida.


Pequeña Miss Sunshine cuenta además con un grupo de actores a cual mejor. La veteranía de Alan Arkin, el frescor interpretativo de Toni Collette, la sobriedad con la que Greg Kinnear da vida a un perdedor nato dispuesto a potenciar su iluso decálogo triunfalista o la férrea composición de Steve Carell en la piel del desequilibrado hermano de Sheryl combinan, a la perfección, con el mutismo con el cual el joven Paul Dano da credibilidad a su insobornable y rebelde personaje o con la brillante manera con que Abigail Breslin, a pesar de su corta edad, construye el rol de la impasible y soñadora Olive.

Una road movie tan peculiar y atípica como sus propios personajes. Una especie de retorno al tipo de cine que se hacía en la década de los setenta, mucho más crepuscular y amargo que el actual y en el que, con cuatro trazos mínimos de guión, se dibuja a la perfección el carácter de cada uno de sus protagonistas. Un canto adorable y muy particular a la figura de la unidad familiar, sin ñoñeces ni falsas sensiblerías. Y no por ello exento de emotividad.

No hay comentarios: